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Matilde era descendiente del célebre Widukind, capitán de los sajones en su larga lucha contra Carlomagno, como hija de Dietrich, conde de Westfalia y de Reinhild, vástago de la real casa de Dinamarca. Cuando la niña nació en el año 895, fue confiada al cuidado de su abuela paterna, la abadesa del convento de Erfut. Allí, sin apartarse mucho de su hogar, Matilde se educó y creció hasta convertirse en una jovencita que sobrepasaba a sus compañeras en belleza, piedad y ciencia, según se dice. A su debido tiempo se casó con Enrique, hijo del duque Otto de Sajonia, a quien llamaban "el cazador". El matrimonio fue excepcionalmente feliz y Matilde ejerció sobre su esposo una moderada, pero edificante influencia. Precisamente después del nacimiento de su primogénito, Otto, a los tres años de casados, Enrique sucedió a su padre en el ducado. Más o menos a principios del año 919, el rey Conrado murió sin dejar descendencia y el duque fue elevado al trono de Alemania. No cabe duda de que su experiencia de soldado valiente y hábil le resultó muy útil, puesto que su vida fue una lucha constante en la que triunfó muchas veces de manera notable.

El mismo Enrique y sus súbditos atribuyeron sus éxitos, tanto a las oraciones de la reina, como a sus propios esfuerzos. Esta seguía viviendo en la humildad que la había distinguido de niña. A sus cortesanos y a sus servidores, más les parecía una madre amorosa que su reina y señora; ninguno de los que acudieron a ella en demanda de ayuda quedó defraudado. Su esposo rara vez le pedía cuentas de sus limosnas o se mostraba irritado por sus prácticas piadosas, con la absoluta certeza de su bondad y confiando en ella plenamente. Después de veintitrés años de matrimonio, el rey Enrique murió de apoplejía, en 936. Cuando le avisaron que su esposo había muerto, la reina estaba en la iglesia y ahí se quedó, volcando su alma al pie del altar en una ferviente oración por él. En seguida pidió a un sacerdote que ofreciera el santo sacrificio de la misa por el eterno descanso del rey y, quitándose las joyas que llevaba, las dejó sobre el altar como prenda de que renunciaba, desde ese momento, a las pompas del mundo.


Habían tenido cinco hijos: Otto, más tarde emperador; Enrique el Pendenciero; San Bruno, posteriormente arzobispo de Colonia; Gerberga que se casó con Luis IV, rey de Francia y Hedwig, la madre de Hugo Capeto. A pesar de que el rey había manifestado su deseo de que su hijo mayor, Otto, le sucediera en el trono, Matilde favoreció a su hijo Enrique y persuadió a algunos nobles para que votaran por él; no obstante, Otto, resultó electo y coronado. Enrique no aceptó de buena gana renunciar a sus pretensiones y promovió una rebelión contra su hermano, pero fue derrotado y solicitó la paz. Otto lo perdonó y, por la intercesión de Matilde, le nombró duque de Baviera. La reina llevó desde entonces una vida de completo auto-sacrificio; sus joyas habían sido vendidas para ayudar a los pobres y era tan pródiga en sus dádivas, que dio motivo a críticas y censuras. Su hijo Otto la acusó de haber ocultado un tesoro y de mal gastar los ingresos de su corona; le exigió que rindiera cuentas de todo cuanto había gastado y envió espías a vigilar sus movimientos y registrar sus donativos.


Su sufrimiento más amargo fue descubrir que Enrique instigaba y ayudaba a su hermano en contra de ella. Lo sobrellevó todo con paciencia inquebrantable, haciendo notar, con un toque de patético humor, que por lo menos la consolaba ver que sus hijos estaban unidos, aunque sólo fuera para perseguirla. "Gustosamente soportaré todo lo que puedan hacerme, siempre que lo hagan sin pecar, si es que con ello se conservan unidos", solía decir, según se afirma.


Para darles gusto, Matilde renunció a su herencia en favor de sus hijos y se retiró a la residencia campestre donde había nacido. Pero poco tiempo después de su partida, el duque Enrique cayó enfermo y comenzaron a llover los desastres sobre el Estado. El sentimiento general era que tales desgracias se debían al trato que los príncipes habían dado a su madre; Edith, la esposa de Otto, lo convenció para que fuera a solicitar su perdón y le devolviera todo lo que le habían quitado. Sin que se lo pidieran, Matilde los perdonó y volvió a la corte, donde reanudó sus obras de misericordia. Pero no obstante que Enrique había cesado de importunarla, su conducta continuó causándole gran aflicción. El nuevamente se volvió contra Otto y, posteriormente castigó una insurrección de sus propios súbditos en Baviera con increíble crueldad; ni aun los obispos escaparon a su cólera.


En 955, cuando Matilde lo vio por última vez, le profetizó su próxima muerte y lo instó a arrepentirse, antes de que fuera demasiado tarde. En efecto, al poco tiempo, murió Enrique y la noticia causó un dolor muy profundo en la reina.


Emprendió la construcción de un convento en Nordhausen; hizo otras fundaciones en Quedlinburg, en Engern y también en Poehlen, donde estableció un monasterio para hombres. Es evidente que Otto jamás volvió a resentirse porque su madre gastara los ingresos en obras religiosas, pues cuando él fue a Roma para ser coronado emperador, dejó el reino a cargo de Matilde.


La última vez que Matilde tomó parte en una reunión familiar fue en Colonia, en la Pascua de 965, cuando estuvieron con ella el emperador Otto "el Magno", sus otros hijos y nietos. Después de esta reaparición, prácticamente se retiró del mundo, pasando su tiempo en una y otra de sus fundaciones, especialmente en Nodhausen. Cuando se disponía a tratar ciertos asuntos urgentes que la reclamaban en Quedlinburg, se agravó una fiebre que había venido sufriendo por algún tiempo y comprendió que pronto iba a llegar su último momento. Envió a buscar a Richburg, la doncella que la había ayudado en sus caridades y que era abadesa en Nordhausen. Según la tradición, la reina procedió a hacer una escritura de donación para todo lo que hubiera en su habitación, hasta que no quedó nada más que el lienzo de su sudario. "Den eso al obispo Guillermo de Mainz (que era su nieto). El lo necesitará primero que yo". En efecto, el obispo murió repentinamente, doce días antes de que ocurriera el deceso de su abuela, acaecido el 14 de marzo de 968. El cuerpo de Matilde fue sepultado junto con el de su esposo, en Quedlinburg, donde se la venera como santa desde el momento de su muerte.



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Martirologio Romano: En Lieja, en la actual Bélgica, beata Eva del Monte Cornelio, recluida junto al cenobio de San Martín, que con santa Juliana, priora del mismo cenobio, trabajó mucho para que el papa Urbano IV instituyese la fiesta del Cuerpo de Cristo. ( 1265)

Fecha de beatificación: El Papa León XIII confirmo su culto el 22 de abril de 1902



Etimológicamente significa “la que da vida”. Viene de la lengua hebrea.

Este nombre, que llevan tantas chicas de cualquier cultura, aparece, de una forma más clara, en el libro titulado “Vida de la beata Juliana”, su amiga íntima.


Eran tan amigas que todo se lo confiaban. De ellas surgió la celebración de la fiesta del Corpus.


Vino al mundo en 1205. El ambiente en el que se educó no era el más propicio para alimentar una profunda vida cristiana. Era un mar de dudas.


Poco a poco, sin embargo, Juliana le fue aclarando todo su rico manantial -aunque inexplorado– de su alma estupenda.


La amistad sincera ayuda en momentos cruciales de la existencia. Guiada, pues, por su amiga entró en el convento de san Martín de Lieja (Bélgica).


Tuvo la fortuna de que la visitara a menudo su amiga. Le confiaba el gozo que sentía de haber fundado un instituto dedicado a la glorificación del Sacramento de la Eucaristía.


Por diversas circunstancias, Juliana tuvo que salir para estar junto a su amiga Eva en el mismo convento. Aquí fue donde Eva constató personalmente los arrebatos místicos de su amiga.


Al principio dudaba de que los tuviera. Se convenció más tarde del alto grado de santidad de su amiga y de los éxtasis con que Dios le regalaba.


Gracias a las dos, el Papa Urbano IV publicó la Bula en la que anunciaba la fiesta de la institución de la fiesta del Corpus para toda la Iglesia.


Esta Bula es un documento importante de la fecha de la institución, en agosto- septiembre del año 1264.


Justamente, al año siguiente moría en olor de santidad. Se le da de forma indistinta el título de santa o beata.


Sus restos mortales por una u otras razones han ido de aquí para allá hasta el 18 de diciembre de 1746, fecha en la que se colocaron en el altar de san Martín. Su popularidad va siempre unida a Juliana.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



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Dios confía a todos una o varias personas. Más o menos, todos han recibido un don pastoral para escuchar a otro y llegar a captar lo que le hace mal. Escuchar, para allanar el terreno y preparar los caminos de Cristo.

Desde muy joven entró en el monasterio de santa Justina, al lado de Padua.


Tanta era su devoción, su austeridad de vida y su ejemplo viviente para los hermanos, que lo eligieron abad a los 24 años.


Era una persona muy inteligente y, como tal, se dedicó a defender los derechos de los monasterios reivindicando antiguos privilegios.


Uno de estos privilegios era que el abad tenía derecho a participar en la elección del obispo.


También restauró el monasterio e hizo otros nuevos.


Cuando el rey Ezelino de apoderó de Padua en el año 1237, metió en la cárcel al abad del otro monasterio. Arnaldo huyó.


En 1238 el rey Federico II devolvió el monasterio a los monjes e incluso se quedó con ellos durante dos meses.


Pero la historia es cosa distinta de la vida religiosa. Apenas se marchó el emperador, Ezelino arrestó a Arnaldo y lo encerró en una fortaleza comiendo pan y agua.


De esta forma, lentamente fue perdiendo la salud, hasta que murió el diez de febrero de 1246.


Apenas se fue el rey, sus restos se trasladaron a santa Justina.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



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Martirologio Romano: En Palermo, en la región de Sicilia (Italia), beato Giacomo Cusmano, presbítero, que fundó la Congregación de Siervos y Siervas de los Pobres, y se destacó por su caridad hacia los necesitados y enfermos. ( 1888)

Fecha de beatificación: 30 de Octubre de 1983 por Su Santidad Juan Pablo II.



El Beato Giacomo Cusmano nació el día 15 de marzo del año 1834 en la ciudad de Palermo, Italia.

Quedó huerfano de madre cuando tenía apenas 3 años de edad, es educado por monjas Vicentinas. Desde su niñez mostró una gran sensibilidad al sufrimiento de los demás.


Terminados sus estudios superiores en el Universidad Jesuita Máximo, se inscribió en la facultad de medicina y cirugía, graduándose a los 21 años de edad. Por su generosidad y desinterés se volvió "doctor de los pobres".


Pero la voz de Dios, cada vez más imperiosa, empuja al jóven doctor a completar y enriquecer su noble profesión con la dedicación y consagración total a Dios y, por amor a Él, a los pobres. Abrozó su vocación eclesiástica y se ordenó sacerdote el 22 de Diciembre de 1860.


El 12 de Febrero de 1867 se fundó la Associazione del Boccone del Povero, conformada por sacerdotes y hombres y mujeres laicos, bajo la presidencia de Monseñor Naselli, Arzobispo de Palermo, quien bendice la obra, recibiendo luego la bendición papal, instituyéndose canonicamente en 1868.


El 23 de Mayo de 1880, fiesta de la Santísima Trinidad, entrega el hábito a las primeras monjas. El 4 de Octubre de 1884 entrega el habito a los primeros fraternos y el 21 de Noviembre de 1887 se reune la Comunidad Misionera que ya llebava algún tiempo sirviendo a los pobres, fundándose así oficialmente las Congregaciones de las Siervas y los Siervos de los Pobres.


Abre hospitales, casas para ancianos pobres y abandonados y para huérfanos. Lo llamadan el "Padre de los Pobres".


Muere, con fama de santidad, el 14 de Marzo de 1888 en Palermo, extrañado por todos, sin distingo de clases sociales, ideológicas o partidistas.


La obra fundada por él se extiendía -hasta la fecha de publicación de este artículo- por Italia, Rumania, Estados Unidos, México, Brazil, Camerún, Uganda, República Democrática del Congo, Filipinas e India.



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Martirologio Romano: En Nápoles, Italia, beata María Josefina de Jesús Crucificado (Josefina Catanea), virgen de la Orden de las Carmelitas Descalzas. ( 1948)

Fecha de beatificación: 1 de junio de 2008 por S.S. Benedicto XVI



Nació en Nápoles el 18 de febrero de 1894, en el seno de una familia de nobles, los marqueses Grimaldi. Desde su niñez mostró una predilección particular por los pobres y los más necesitados, destinándoles el dinero que le daban para juguetes o para merendar, y ayudando a dos viejecitas que vivían solas.

El testimonio ejemplar de su abuela y de su madre fue la escuela donde aprendió a conocer a Jesús y a enamorarse de él. Tuvo particular devoción a la Eucaristía y a la Virgen María, especialmente con el rezo del rosario.


Después de realizar estudios de comercio, el 10 de marzo de 1918, superando la oposición de su madre y de sus familiares, entró en el Carmelo de Santa María, en "Ponti Rossi", lugar así llamado porque allí se encontraban los restos de un acueducto romano.


Allí aprendió a amar a Cristo en medio del sufrimiento, ofreciéndose como víctima por los sacerdotes. Supo aceptar la voluntad de Dios, aunque implicara gran dolor físico: se vio afectada por una forma grave de tuberculosis en la espina dorsal, con dolores en las vértebras, que la paralizó completamente. El 26 de junio de 1922 se curó milagrosamente, de forma instantánea, después del contacto con el brazo de san Francisco Javier, que le llevaron a su celda.


La "monja santa", como la llamaba la gente, inició un largo apostolado principalmente en el locutorio del convento, acogiendo a todo tipo de personas enfermas y necesitadas de ayuda tanto material como espiritual, a los que proporcionaba consuelo y consejo, para encontrar el amor de Dios. Incluso realizó milagros.


Su abnegación prosiguió, también cuando llegaron otras enfermedades, obligándola a estar en silla de ruedas, crucificándose con Jesús por la Iglesia y por las almas.


En 1932 la Santa Sede reconoció la casa de "Ponti Rossi" como convento de la segunda orden de Carmelitas Descalzos, y Josefina Catanea recibió el hábito de santa Teresa de forma oficial, tomando el nombre de María Josefina de Jesús Crucificado. El 6 de agosto de ese mismo año hizo la profesión solemne según la Regla carmelitana, que ya vivía desde 1918.


Desde 1934 el cardenal Alessio Ascalesi, arzobispo de Nápoles, la nombró subpriora; luego, en 1945, vicaria; y el 29 de septiembre de ese mismo año, en el primer capítulo general, fue elegida priora de la comunidad, cargo que desempeñó hasta su muerte.


Su espiritualidad, su docilidad amorosa, su humildad y sencillez, le granjearon gran estima durante los años de la segunda guerra mundial. Oraba sin cesar, alimentando así su confianza en Dios, de la que contagiaba a todos los que se dirigían en peregrinación a "Ponti Rossi" para escuchar su palabra de aliento, consuelo y estímulo a superar las pruebas y los dolores de las tristes situaciones debidas a la guerra.


El día de su toma de hábito dijo: "Me he ofrecido a Jesús crucificado para ser crucificada con él", y el Señor le tomó la palabra. Compartió los sufrimientos de Cristo de forma silenciosa, pero alegre. Soportó durante largos años duras pruebas y persecuciones con espíritu de abandono a la voluntad de Dios. También gozó de carismas místicos extraordinarios.


Por obediencia y por consejo de su director espiritual, escribió su "Autobiografía" (1894-1932) y su "Diario" (1925-1945), así como numerosas cartas y exhortaciones para las religiosas.


Desde 1943 comenzó a sufrir varias enfermedades especialmente dolorosas, que incluyeron la pérdida progresiva de la vista. Convencida de que esas enfermedades eran voluntad de Dios, las acogía como "un don magnífico" que la unía cada vez más a Jesús crucificado. Con una sonrisa en los labios, ofrecía su cuerpo como altar de su sacrificio por las almas. Murió el 14 de marzo de 1948 en su ciudad natal.


Reproducido con autorización de Vatican.va



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Etimológicamente significa “pacífico”. Viene de la lengua hebrea.

En esta espera, al que escucha a Dios, de día o de noche, se le responde: paz Tanto si vives solo como con otros, ¿llegará tu casa, o tu única habitación, a ser como una "casa de Nazaret" donde acoger la paz?


San Eulogio es el escritor más importante de los muchos Mártires de Córdoba en tiempos de los musulmanes y sus califas.


De entre esos mártires, los mas típicos y característicos son, sin duda alguna, Salomón y Rodrigo.


Córdoba, la preciosa ciudad andaluza, plagada de monumentos y de historia, tuvo ilustres pensadores en aquellos tiempos. Baste recordar a Séneca, Lucano, Averroes.


En el siglo X vivió su mejor apogeo cultural y artístico antes de que la reconquistara el rey Fernando III de Castilla.


Hubo épocas en las que la convivencia de musulmanes, judíos y cristianos fue ideal. Eso sí, los cristianos no podían hacer gala de su fe con manifestaciones públicas. Sin embargo, sí se les exigía grandes tributos.


Era, en realidad, una paz comprada o silenciosa. No podía durar demasiado tiempo.


Los cristianos más sensibilizados no querían vivir una hibernación religiosa.


Por eso, de vez en cuando, había reacciones contra la dominación musulmana.


Los musulmanes contestaban con persecuciones esporádicas. Este creyente fue uno de los cabecillas de una de las reacciones. Se les unieron Rodrigo y Eulogio.


No hay muchos datos acerca de Salomón antes de que sufriera la prisión y el martirio, que tuvo lugar el 13 de marzo del año 857.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



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Martirologio Romano En Salvador de Bahía, Brasil, Beata Hermana Dulce (en el siglo Maria Rita Lopes Pontes), religiosa profesa de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios ( 1992)

Fecha de beatificación: 22 de mayo de 2011 durante el pontificadc de S.S. Benedicto XVI.



Nacida el 26 de mayo de 1914 en Salvador, capital del estado nororiental de Bahía y bautizada como María Rita Lopes Pontes, la religiosa, de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, puede convertirse en la primera santa nacida en el Brasil, el país con el mayor número de católicos del mundo.

La Hermana Dulce entregó su vida al servicio de los necesitados y desarrolló una obra social en su natal Bahía donde fundó varios hospitales de caridad y una red de apoyo social que dirigió hasta su muerte, el 13 de marzo de 1992, a los 77 años de edad.


Por su obra, en 1988 fue candidata al Premio Nobel de la Paz y, en octubre de 1991, cinco meses antes de su muerte, recibió en su lecho de enferma la visita del hoy beato Juan Pablo II, durante la segunda visita del pontífice a Brasil.


Las Obras Sociales "Hermana Dulce", que continúan con el legado de la inminente beata, incluyen el Complejo Roma, una red de hospitales y centros de salud para los más pobres que atiende en Bahía a cinco millones de personas al año y el Centro Educativo San Antonio. Adicionalmente, la organización gestiona varios centros de salud del Municipio de Salvador.


El milagro


El proceso de beatificación de la hermana Dulce comenzó en 1999 y cuatro años después, en 2003, diez médicos brasileños y tres italianos certificaron un "caso extraordinario de cura", milagro que fue reconocido por unanimidad por la Congregación para las Causas de los Santos.


El milagro ocurrió en enero de 2001 cuando Claudia Santos de Araújo, del estado de Sergipe y devota de la Hermana Dulce, sufrió una grave hemorragia durante un parto y quedó en estado de coma, con lo cual los médicos le dieron sólo horas de vida.


Sin embargo, un sacerdote amigo que sabía de la fe de la mujer en la Hermana Dulce le oró pidiéndole por su salud y en cuestión de horas la parturienta estaba plenamente recuperada. Dos días después recibió el alta del hospital con su bebé, sin que los médicos lograran explicar lo sucedido.


La Hermana Dulce fue declarada venerable por el Vaticano en 2009 y el año pasado, cuando su cuerpo fue exhumado y transferido a la catedral de Salvador, el cadáver estaba intacto, momificado naturalmente, lo que fue interpretado por la Iglesia como una señal de santidad.


"Su caridad fue maternal, tierna. Su dedicación a los pobres tenía una raíz sobrenatural y de lo alto trajo energías y medios para poner en práctica una asombrosa actividad de servicio a los más humildes", consignó en su voto uno de los teólogos favorables a la apertura de la causa de beatificación.


Si después de la beatificación se comprueba un segundo milagro por su intercesión, la Hermana Dulce puede convertirse en la primera santa nacida en el Brasil, país que hasta ahora sólo tiene en lo más alto de los altares a Frei Antonio de Santa Anna Galvao (1739-1822), canonizado el 11 de mayo de 2007 por el Papa Benedicto XVI durante su visita al Brasil.



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Sacerdote de la Primera Orden (1194‑1236).


Martirologio Romano: En Oxford, en Inglaterra, beato Agnelo de Pisa, presbítero, que enviado por san Francisco a Francia y después a Inglaterra, estableció allí la Orden de los Hermanos Menores y promovió las ciencias sagradas ( c.1236)

Fecha de beatificación: León XIII el 4 de septiembre de 1892 aprobó su culto.



Agnelo de Pisa es gloria no sólo de Pisa, su ciudad natal, sino de Oxford, donde murió en 1236.

Recorrer, tras sus pies descalzos su itinerario entre el Arno y el Támesis, es seguir una de las etapas más importantes de la difusión del franciscanismo en Europa.


El joven Agnelo conoció a San Francisco en Venecia, y había sido uno de los muchos atraídos por su palabra y por su ejemplo.


A los 17 años de edad fue recibido en la Orden por el mismo San Francisco. Siguiéndolo descalzo por amor de la Dama Pobreza, pronto mostró sus dotes de óptimo organizador y realizador, a pesar de su modestia de verdadero franciscano, que conservó durante toda su vida. Por esto, muy joven, tenía apenas 23 años, fue enviado a Francia por el mismo San Francisco, con un grupo de hermanos destinados a fundar los primeros conventos franciscanos en París.


Fray Agnelo fue el primer custodio, o superior de las casas allí fundadas por él, dando pruebas de gran celo y de ejemplar sabiduría. Por esto en el capítulo general de 1223, San Francisco le encomendó una tarea todavía más exigente: la conquista espiritual de todo un país, Inglaterra, fundando allí una Provincia Franciscana. Fray Agnelo desembarcó en Dover con ocho compañeros, el 10 de septiembre de 1224.


Para finales de aquel año, ya había fundado dos conventos: uno en Cornhill, cerca de Londres, y el otro en Oxford. En los años siguientes las casas franciscanas se multiplicaron en Inglaterra por sobre toda previsión. Fray Agnelo comprendió la importancia de los estudios y de la enseñanza para el provenir de la Orden y de su Provincia. Oxford, donde él fundó el segundo convento, era – y es todavía hoy – el máximo centro universitario del país. Los Dominicos ya habían abierto allí una casa de estudios; lo mismo hicieron pocos años después los franciscanos con fray Agnelo, que invitó a enseñar teología allí al mismo canciller de la Universidad, Roberto Grossatesta. La escuela franciscana de Oxford pronto adquirió grandísima importancia, y tal siguió siendo en los siglos siguientes.


Toda la provincia franciscana de Inglaterra se hizo admirable por su virtud y su doctrina. Estos éxitos sin embargo no disminuyeron la humildad de fray Agnelo, que no se ensoberbeció ni siquiera cuando fue escogido como consejero del rey Enrique III, ni cuando fue sabio mediador en las controversias políticas y diplomáticas. Por obediencia aceptó la ordenación sacerdotal; como ministro provincial fue a Asís para el capítulo de 1230; luego volvió a Inglaterra, por petición de los obispos del país. Se estableció en el convento de Oxford, por él mismo fundado. Poco después murió, a la edad de 42 años, en Oxford, en 1236. La fama de santidad bien pronto rodeó a este inglés de Pisa, símbolo viviente de la unidad espiritual de los dos países.


Su sepulcro en la iglesia franciscana de Oxford fue destruido durante la persecución de Enrique VIII.



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Vicente, Ramiro y Doce Compañeros, Santos
Vicente, Ramiro y Doce Compañeros, Santos

Mártires


Martirologio Romano: En el monasterio de san Claudio, en la ciudad de León (España), memoria de San Vicente (abad del monasterio), san Ramiro (Prior) y sus doce compañeros, monjes y mártires, que perecieron a manos de los arrianos. ( 630)


Jesús había prevenido a sus discípulos que nunca faltaría en la Iglesia la persecución. "Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán. Si fuerais del mundo, el mundo no os odiaría. Pero, como no sois del mundo, el mundo os perseguirá". Así se ha cumplido siempre. Después de las persecuciones romanas, los herejes persiguieron a los católicos.


Esto les ocurrió a Vicente, Ramiro y sus compañeros cristianos, en la Galicia del siglo IV. No eran buenos tiempos para los creyentes en Cristo Jesús.


En primer lugar, la región se encontraba en poder de los invasores suevos. Y en segundo lugar, todos ellos vivían y practicaban la herejía de Arrio.


Vicente, en la ruta del camino de Santiago, León, vivía feliz en su monasterio de san Clodio.


Ejercía para el bien de sus hermanos, el cargo de Abad. El, en contra de Arrio, defendía que Jesús era Hijo de Dios.


De manera tentadora aunque engañosa, le hicieron saber a Vicente que iba a tener lugar un conciliábulo para tratar el tema que separaba a los cristianos de los arrianos.


Vicente, con ánimo y aspecto de valiente, no perdió la ocasión de proclamar su fe en Cristo Hijo de Dios. Como no podían convencerlo con palabras y razones, le dieron muerte.


Ramiro, mientras estuvo fuera Vicente, había quedado como superior del monasterio. En el fondo sabía que le tocaría seguir los pasos de su maestro y, por otra parte, quería someter su idea al juicio de los demás monjes.


Estaba dispuesto a ir a proclamar por toda Galicia la doctrina cierta y segura del Concilio de Nicea. Si algunos querían seguirle, que lo dijeran. Los que no quisieran correr igual suerte, podían quedarse en los montes cercanos. Y les dijo: "No os acobarde el furor de los herejes". Muchos se fueron al monte.


Ramiro con doce intrépidos religiosos se pusieron en oración, dispuestos a dar la vida por su fe en Jesucristo. No se hicieron esperar los herejes. Bien armados y con sed de sangre y llenos de violencia, se presentaron en el monasterio. Los monjes se pusieron a cantar con fervor el símbolo niceno, poniendo especial fervor y entusiasmo en las palabras que afirman la divinidad de Jesucristo. El Señor les fortalecía interiormente a todos ellos.

Esto exasperó más aún a los arrianos. Arremetieron furiosos contra ellos y los mataron a cuchilladas. Así, rezando y cantando, marcharon Jubilosos al paraíso a recoger la gloriosa corona del martirio.


En algunos documentos se señala el 11 de Septiembre como fecha del martirio.


¡Felicidades a quienes lleven estos nombres!



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El antiguo pueblo de San Geminiano, en Toscana, conserva con especial veneración la memoria de Santa Fina, una joven cuya causa de canonización se fundó en la perfecta resignación con que aceptó el sufrimiento corporal.

Nació en 1238 de padres que habían caído en la pobreza. La niña era bonita y tenía una inclinación hacia la caridad. A pesar de su pobreza, guardaba la mitad de su escaso alimento para darlo a aquellos mas pobres que ella. Vivía con la mayor humildad cosiendo, hilando durante el día, pero ocupando el tiempo de descanso en la oración.


Parece que su padre murió cuando era ella aun joven y por esa época fue atacada por una serie de males. Su cabeza, manos, ojos, pies y órganos internos se afectaron; sobrevino la parálisis, perdió su belleza. Como crucificada, a imitación de Cristo, permaneció en la misma postura por seis años sobre un tablón, sin moverse. Sólo su madre vivía con ella pero casi siempre estaba ausente, trabajando o pidiendo limosna para comer. A pesar de sus terribles sufrimientos, Fina nunca se quejó; permanecía serena y con sus ojos fijos en el crucifijo repetía: "No son mis llagas las que me hieren, ¡Oh Cristo!, sino las tuyas".


Un nuevo golpe cayó sobre ella. Su madre murió repentinamente y Fina quedó totalmente sola en la miseria. Con excepción de su fiel amiga Beldia, nadie mas la veía y únicamente dependía de las limosnas de los pobres vecinos, los cuales muy poco se acercaban a ella a causa de sus llagas repugnantes.


Los insectos se posaban en las llagas sobre su rostro. No los podía espantar porque sus manos estaban inmóviles. A través de tantas calamidades, Santa Fina recibía a quien le visitara con alegría y agradecimiento. Se consideraba la mas dichosa de las criaturas. Experimentaba éxtasis.


Fina había oído hablar de San Gregorio Magno y de sus sufrimientos, y tenía especial veneración por el. Solía orar para que el, que había sido probado tanto por las enfermedades, intercediera a Dios a fin de que ella tuviera paciencia en su aflicción. Ocho días antes de su muerte, cundo yacía sola como de costumbre, San Gregorio se le apareció y le dijo: "querida niña, en mi festividad Dios te dará descanso". Así sucedió: el 12 de marzo de 1253 murió y los vecinos declararon que su cadáver estaba sonriente. Al levantar su cuerpo del tablón sobre el que había permanecido tanto tiempo, la madera podrida se encontró cubierta de violetas blancas. Toda la ciudad asistió al entierro y se afirma que se realizaron muchos milagros por su intercesión. Uno de ellos: Estando ya muerta, levantó su mano y, ciñendo el brazo lesionado de su amiga Beldia, lo sanó.


Los campesinos de San Geminiano aun llaman "flores de Santa Fina" a las violetas blancas que florecen aproximadamente por la estación en la que se celebra su festividad.



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Sacerdote italiano

Fundador de la Pequeña Obra de la Divina Providencia

y de la Congregación de las Pequeñas Religiosas Misioneras de la Caridad


Luis Orione nació en Pontecurone, diócesis de Tortona, el 23 de junio de 1872. A los 13 años fue recibido en el convento franciscano de Voghera (Pavía) que abandonó después de un año por motivos de salud. De 1886 a 1889 fue alumno de San Juan Bosco en el Oratorio de Valdocco de Turín.

El 16 de octubre de 1889 entró en el seminario de Tortona. Siendo todavía un joven clérigo, se dedicó a vivir la solidaridad con el prójimo en la Sociedad de Mutuo Socorro San Marciano y en la Conferencia de San Vicente. El 3 de julio de 1892, abrió en Tortona el primer Oratorio para cuidar la educación cristiana de los jóvenes. Al año siguiente, el 15 de octubre de 1893, Luis Orione, un clérigo de 21 años, abrió un colegio para chicos pobres en el barrio San Bernardino.


El 13 de abril de 1895, Luis Orione fue ordenado sacerdote y, al mismo tiempo, el Obispo impuso el hábito clerical a seis alumnos de su colegio. En poco tiempo, Don Orione abrió nuevas casas en Mornico Losana (Pavía), en Noto (Sicilia), en Sanremo, en Roma.


Alrededor del joven Fundador crecieron clérigos y sacerdotes que formaron el primer núcleo de la Pequeña Obra de la Divina Providencia. En 1899 inició la rama de los ermitaños de la Divina Providencia. El Obispo de Tortona, Mons. Igino Bandi, con Decreto del 21 de marzo de 1903, reconoció canónicamente a los Hijos de la Divina Providencia (sacerdotes, hermanos coadjutores y ermitaños), congregación religiosa masculina de la Pequeña Obra de la Divina providencia, dedicada a «colaborar para llevar a los pequeños, los pobres y el pueblo a la Iglesia y al Papa, mediante las obras de caridad», profesando un IV voto de especial «fidelidad al Papa».En las primeras Constituciones de 1904, entre los fines de la nueva Congregación aparece el de trabajar «para alcanzar la unión de las Iglesias separadas».


Animado por una gran pasión por la iglesia y por la salvación de las almas, se interesó activamente por los problemas emergentes en aquel tiempo, como la libertad y la unidad de la Iglesia, la «cuestión romana», el modernismo, el socialismo, la cristianización de las masas obreras.


Socorrió heroicamente a las poblaciones damnificadas por los terremotos de Reggio y de Messina (1908) y por el de la Marsica (1915). Por deseo de Pío X fue Vicario General de la diócesis de Messina durante tres años.


A los veinte años de la fundación de los Hijos de la Divina Providencia, como en «una única planta con muchas ramas», el 29 de junio de 1915 dio inicio a la Congregación de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, animadas por el mismo carisma fundacional y, en el 1927, las Hermanas adoratrices Sacramentinas invidentes, a las que se añadirán después las Contemplativas de Jesús Crucificado.


Organizó a los laicos en las asociaciones de las «Damas de la Divina Providencia», los «Ex Alumnos» y los «Amigos». Después tomará cuerpo el Instituto Secular Orionino y el Movimiento Laical Orionino.


Después de la primera guerra mundial (1914-1918) se multiplicaron las escuelas, colegios, colonias agrícolas, obras caritativas y asistenciales. Entre las obras más características, creó los «Pequeños Cottolengos», para los que sufren y los abandonados, surgidos en la periferia de las grandes ciudades como «nuevos púlpitos» desde los que hablar de Cristo y de la Iglesia, «faros de fe y de humanidad».


El celo misionero de Don Orione, que ya se había manifestado con el envío a Brasil en 1913 de sus primeros religiosos, se extendió después a Argentina y Uruguay (1921), Inglaterra (1935) y Albania (1936). En 1921-1922 y en 1934-1937, él mismo realizó dos viajes a América Latina, Argentina, Brasil y Uruguay, llegando hasta Chile.


Gozó de la estima personal de los Papas y de las autoridades de la Santa Sede, que le confiaron numerosos y delicados encargos para resolver problemas y curar heridas tanto dentro de la Iglesia como en las relaciones con el mundo civil. Fue predicador, confesor y organizador infatigable de peregrinaciones, misiones, procesiones, «belenes vivientes» y otras manifestaciones populares de la fe. Muy devoto de la Virgen, promovió su devoción por todos los medios y, con el trabajo manual de sus clérigos, construyó los santuarios de la Virgen de la Guardia en Tortona y de la Virgen de Caravaggio en Fumo.


En el invierno de 1940, intentando aliviar los problemas de corazón y pulmones que sufría, fue a la casa de Sanremo, aunque, como decía, «no es entre las palmeras donde deseo vivir y morir, sino entre los pobres que son Jesucristo». Después de tan sólo tres días, rodeado del afecto de sus hermanos, Don Orione falleció el 12 de marzo de 1940, suspirando «!Jesús! !Jesús! Voy».


Su cuerpo, intacto en el momento de la primera exhumación en 1965, fue puesto en un lugar de honor en el santuario de la Virgen de la Guardia de Tortona, después de que, el 26 de octubre de 1980, Juan Pablo II inscribiera su nombre en el elenco de los Beatos.


Su Santidad Juan Pablo II lo canonizó el 16 de Mayo de 2004.


Reproducido con autorización de Vatican.va



11:20 p.m.
Martirologio Romano: En Cracovia, Polonia, beata Angela Salawa, virgen de la Tercera Orden Regular de San Francisco, que, eligiendo entregar su vida en el servicio doméstico, vivió humildemente entre las criadas, y en suma pobreza descansó en el Señor. ( 1922)

Fecha de beatificación: 13 de agosto de 1991 por el Papa Juan Pablo II.



La beata Ángela (Aniela) Salawa, laica, virgen seglar de la Tercera Orden Secular de San Francisco de Asís, nació en Siepraw (Cracovia, Polonia), el 9 de septiembre de 1881 en el seno de una familia piadosa, de escasos recursos económicos. De sus padres aprendió pronto el amor a la oración, al trabajo y al espíritu de sacrificio.

En 1897, a la edad de 16 años, se trasladó a Cracovia para trabajar como empleada de hogar. Dos años después, conmovida por la serena muerte de su hermana Teresa e impulsada por una voz interior, tomó la firme decisión de buscar la santidad en ese tipo de vida humilde y pobre. Por gracia especial del Señor, se sintió llamada a vivir en el estado de castidad virginal.


Ejerció un apostolado activo entre las demás empleadas de hogar, numerosas entonces en la ciudad, para las que fue siempre un modelo y una guía de vida cristiana. Alimentaba constantemente su vida espiritual con la oración, que nunca le impidió el cumplimiento de sus deberes domésticos. «Amo mi trabajo -decía- porque en él encuentro una excelente ocasión de sufrir mucho, de trabajar mucho y de orar mucho; y, fuera de esto, no deseo nada más en el mundo».


Participaba con fe viva en las celebraciones sagradas, especialmente en la Eucaristía y el Vía crucis. Veneraba a la Madre de Dios con un amor filial. Así, pudo cultivar hasta un grado notable la vida teologal de fe, esperanza y caridad hacia Dios y hacía el prójimo, acogido como hermano en Cristo.


El año 1911 sufrió, de forma especial, por una dolorosa enfermedad, y por la muerte de su madre y de la señora para quien trabajaba, las dos personas que más quería. Además, se vio abandonada por sus compañeras, a las que ya no podía reunir en la casa.


En 1912 descubrió que su espíritu de humildad y pobreza tenían una gran afinidad con san Francisco, por lo que decidió profesar la vida de la orden secular franciscana. Durante la primera guerra mundial colaboró, en los ratos libres que le dejaba su trabajo doméstico, en los hospitales de Cracovia, asistiendo y confortando a los soldados heridos, que la llamaban «la señorita santa».


El año 1917 enfermó y se vio obligada a abandonar el trabajo. En una estrechísima habitación alquilada pasó los últimos cinco años de su vida, en medio de sufrimientos continuos, que ofrecía a Dios por la expiación de los pecados del mundo, la conversión de los pecadores, la salvación de las almas y la expansión misionera de la Iglesia.


Expiró serenamente en el Señor el 12 de marzo del año 1922 en Cracovia, y su fama de santidad se difundió rápidamente por toda Polonia.


La beatificó Juan Pablo II el 13 de agosto de 1991, en la misa que celebró en la plaza del Mercado de Cracovia.


En la homilía dijo, entre otras cosas: «Me alegra sobremanera haber podido celebrar en Cracovia la beatificación de Aniela Salawa. Esta hija del pueblo polaco, nacida en el cercano Siepraw, vivió una parte notable de su vida en Cracovia. Esta ciudad fue el ambiente de su trabajo, de sus sufrimientos y de su maduración en la santidad. Vinculada a la espiritualidad de san Francisco de Asís, mostró una sensibilidad insólita ante la acción del Espíritu Santo. Los escritos que nos dejó dan testimonio de ello». En otro momento de la homilía, se refirió a la beata Eduvigis, reina, y a la nueva beata: «Que se unan a nuestra conciencia estas dos figuras femeninas. ¡La reina y la sirvienta! ¿Acaso no se expresa toda la historia de la santidad cristiana y de la espiritualidad edificada según el modelo evangélico en esta simple frase: "Servir a Dios es reinar"? (cf. Lumen Gentium 36). La misma verdad encuentra expresión en la vida de una gran reina y de una sencilla sirvienta».



4:51 a.m.








Juan de Vallombrosa, Beato
Juan de Vallombrosa, Beato

Monje

Beato Tradicional, no incluido en el actual Martirologio Romano


Etimológicamente significa “Dios es misericordia”. Viene de la lengua hebrea.


Juan de Vallombrosa, natural de Florencia, entró en el monasterio de la Santísima Trinidad en su ciudad natal. Era un hombre muy inteligente y pasaba estudiando muchas horas del día y de la noche. En el curso de sus estudios se interesó en la magia y empezó a practicarla en secreto, cosa que le precipitó a una vida de vicio y depravación. Enterado el abad de Vallombrosa, le obligó a comparecer ante una comisión de monjes y le acusó formalmente. Juan empezó por mentir, negando que hubiera practicado la magia; pero, ante las pruebas irrecusables, no tuvo más remedio que declararse culpable. En castigo fue condenado a varios años de prisión.


Cuando salió de la cárcel, apenas podía caminar, pero estaba sinceramente arrepentido. El abad y los monjes se mostraron dispuestos a recibirle con los brazos abiertos, pero Juan prefirió abrazar la vida de soledad que había llevado en la prisión. "En mi larga y oscura vida de prisión, dijo, he aprendido que nada hay mejor ni más santo que la soledad; en ella quiero continuar aprendiendo las cosas divinas y perfeccionándome. Ahora que estoy libre de las cadenas, quiero aprovechar bien el tiempo, con la ayuda del Señor". Autorizado por su abad, abrazó la vida eremítica. Pronto corrió la fama de que era el más destacado de los solitarios de su patria, tanto por su santidad, como por su ciencia. Sus cartas y tratados, escritos unos en latín y otros en su idioma natal, corrían de mano en mano y eran tan apreciados por su contenido, como por la elegancia de su lenguaje. Parecía que el beato tenía un don de Dios para tocar los corazones más endurecidos y explicar los puntos más oscuros de la Sagrada Escritura.


El "ermitaño de las celdas", como le llamaba el pueblo, vivió hasta edad muy avanzada y gozó de la amistad y estima de Santa Catalina de Siena. Escribiendo a Barduccio de Florencia después de la muerte de la santa, el Beato Juan afirmaba que Catalina se le había aparecido cuando él se hallaba llorando su fallecimiento y que le había consolado con la visión de la gloria de que disfrutaba en el cielo.


VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965

Autor: Alban Butler (†)

Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.

Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



4:51 a.m.
Martirologio Romano: En París, en Francia, beata María Eugenia Milleret de Brou, virgen, fundadora de la Congregación de Hermanas de la Asunción, para la educación cristiana de niñas.

Fecha de canonización: 3 de junio de 2007 por el Papa Benedicto XVI


Etimología: Eugenia = aquella que es bien nacida, es de origen griego Nacida en una familia burguesa, en 1817 en Metz (Francia), tras la derrota definitiva de Napoleón y la Restauración de la Monarquía, Ana-Eugenia Milleret no parecía estar destinada a trazar un camino espiritual en la Iglesia de Francia.


Su padre, liberal y seguidor de las ideas de Voltaire, desarrolla su actividad como banquero y en la vida política. Ana-Eugenia, dotada de una gran sensibilidad, recibe de su madre una educación que le da un carácter fuerte y el sentido del deber. La vida familiar desarrolla en ella una curiosidad intelectual y el espíritu romántico, un interés por las cuestiones sociales y una amplitud de mirada.


Esta educación, lejos de la Iglesia, de Cristo, de la escuela, está marcada por una gran libertad unida a un gran sentido de la responsabilidad. La bondad, la generosidad, la rectitud y la sencillez aprendidas junto a su madre, le llevará a decir más tarde que su educación era más cristiana que la de muchos católicos piadosos de su tiempo. Según la costumbre, como su contemporánea George Sand, Ana-Eugenia asistía a la Misa los días de fiesta y había recibido los sacramentos de la iniciación cristiana sin comprometerse a nada. Su primera comunión fue, con todo, una gran experiencia mística para Ana–Eugenia en la que ya se encontraba todo el secreto del futuro. Solo más tarde, captará el sentido profético de esta experiencia y reconocerá en ella el fundamento de su camino hacia una pertenencia total a Cristo y a la Iglesia.


Vivió una juventud feliz, aunque no faltó el sufrimiento. La muerte de un hermano mayor que ella, la de una hermana pequeña, una salud frágil y una caída que le dejará sus secuelas, marcaron su infancia. Ana-Eugenia mostrará una madurez superior a la de su edad, sabrá esconder sus sentimientos y hacer frente a lo que va viniendo. Más tarde, tras un periodo de gloria, tendrá que enfrentarse al fracaso de los bancos de su padre, a la incomprensión y separación de sus padres, a la pérdida de toda seguridad. Ana-Eugenia tiene que abandonar la casa de su infancia e ir a París con su madre, mientras que su hermano Luis, su gran compañero de juegos, se marchará con su padre.


En París, junto a su madre a la que adoraba, la verá afectada terriblemente por el cólera que se la llevó en unas horas, dejando a su hija de 15 años sola en el mundo, en una sociedad mundana y superficial. En esta situación y a través de una búsqueda angustiosa y casi desesperada de la verdad, Ana-Eugenia llegará a su conversión sedienta del Absoluto y abierta a lo transcendente.


A los 19 años, Ana–Eugenia asiste a las Conferencias cuaresmales en la Catedral de Nuestra Señora, en París, predicadas por el Padre Lacordaire, joven pero ya conocido por su talento como orador. Antiguo discípulo de Lamennais —habitado como él por la visión de una Iglesia renovada jugando un papel nuevo en el mundo— Lacordaire comprende su tiempo y quiere cambiarlo. Conoce los interrogantes y las aspiraciones de los jóvenes, su idealismo y su ignorancia sobre Cristo y la Iglesia. Su palabra llega al corazón de Ana-Eugenia, responde a sus propios interrogantes y despierta en ella una gran generosidad. Ana Eugenia ve a Cristo como Liberador universal y su Reino en la tierra a través una sociedad fraterna y justa. Me sentía realmente convertida, escribe, y sentía el deseo de entregar todas mis fuerzas, o mas bien toda mi debilidad, a esta Iglesia que desde entonces me parecía que era la única que poseía aquí abajo el secreto y el poder del bien.


En este momento, conoce a otro predicador, también antiguo discípulo de Lammenais, el Padre Combalot, que escogerá como confesor. El Padre Combalot se da cuenta que tiene ante a él a un alma privilegiada y designa a Ana-Eugenia como fundadora de la Congregación que él soñaba desde hacía tiempo. Insistiendo en que esta fundación es la voluntad de Dios y que Dios la había escogido para realizar esta obra, el Padre Combalot convence a Ana-Eugenia para que asuma este proyecto: una obra de educación. El P. Combalot está convencido de que solamente a través de la educación, se podrá evangelizar las inteligencias, hacer que las familias sean verdaderamente cristianas y así transformar la sociedad de su tiempo. Ana-Eugenia acepta este proyecto como un deseo de Dios y se deja guiar por el P. Combalot.


A los 22 años, María Eugenia se convierte en Fundadora de las Religiosas de la Asunción, entregadas a consagrar toda su vida y todas sus fuerzas para extender el Reino de Cristo en el mundo. En 1839, con otras dos jóvenes, Ana-Eugenia Milleret empieza una vida comunitaria de oración y de estudio en un apartamento de la calle Férou, muy cerca de la Iglesia de San Sulpicio en París. En 1841, abren la primera escuela con el apoyo de Mme de Chateaubriand, Lacordaire, Montalembert y sus amigos. Años más tarde la comunidad contará con 16 hermanas de cuatro nacionalidades.


Maria Eugenia y las primeras hermanas de la Asunción quisieron unir lo antiguo y lo nuevo: unir los antiguos tesoros de la espiritualidad y de la sabiduría de la Iglesia con una nueva forma de vida religiosa y de educación que respondieran a las necesidades de las mentalidades modernas. Se trata de asumir los valores de su tiempo, y a la vez, transmitir valores evangélicos a la cultura naciente de una nueva era industrial y científica. La Congregación desarrollará una espiritualidad centrada en Cristo y en el misterio de la Encarnación, a la vez profundamente contemplativa y profundamente apostólica. Será una vida vivida en la búsqueda de Dios y en un fuerte compromiso apostólico.


La vida de María Eugenia de Jesús fue larga, una vida que atravesó casi todo el siglo XIX. Amaba profundamente su tiempo y quería participar activamente en su historia. Progresivamente todas sus energías se fueron unificando, de una u otra manera, en el desarrollo y la extensión de la Congregación, la obra de su vida. Dios le iba enviando hermanas y amigos. Una de las primeras fue una irlandesa, mística y amiga íntima a la que María Eugenia, al final de su vida, la llama “la mitad de mi ser”. Kate O’Neill, en religión Madre Thérèse Emmanuel, se considera como co-fundadora. El P. Emmanuel d’Alzon, que llegó a ser el director espiritual de María Eugenia poco después de la fundación, será para ella padre, hermano, amigo según las etapas de la vida. En 1845, el P. d’Alzon fundó los Agustinos de la Asunción y los dos fundadores se ayudaron mutuamente a lo largo de 40 años. Los dos tenía un don para la amistad y trabajaron en la Iglesia con numerosos laicos. Juntos, en seguimiento de Jesús, religiosas, religiosos y laicos han trazado el camino de la Asunción y forman parte de la inmensa nube de testigos.


En los últimos años de su vida, M. María Eugenia de Jesús experimentará poco a poco el debilitamiento físico, vivido en la humildad y en el silencio, en una vida totalmente centrada en Jesucristo. El 9 de marzo de 1898 recibe por última vez la comunión y en la noche del 10 de marzo se duerme dulcemente en el Señor. Fue beatificada por Pablo VI, en Roma, el 9 de febrero de 1975 y canonizada por Benedicto XVI el 3 de junio del 2007.


La rama laica –Asunción Juntos– formada por Amigos de la Asunción y Comunidades o Fraternidades de la Asunción, es numerosa: unos miles de Amigos y algunos centenares de Laicos comprometidos según el Camino de Vida.


Reproducido con autorización de Vatican.va



4:51 a.m.

Obispo de Jerusalén (312-34).


La fecha en la que Macario fue consagrado Obispo se encuentra en la versión de San Jerónimo de las “Crónicas” de Eusebio.

Su muerte debe haber acaecido antes del Concilio de Tiro, en el año 335, en el que su sucesor, Máximo, fue aparentemente uno de los obispos participantes.


Macario fue uno de los obispos a quienes San Alejandro de Alejandría escribiera previniéndolos contra Ario.


El vigor de su oposición a la nueva herejía se evidencia en la manera abusiva en la que Ario se refiere a él en su carta a Eusebio de Nicomedia.


Asistió al Concilio de Nicea, y vale mencionar aquí dos conjeturas relacionadas con el papel que desempeñó en dicho concilio. La primera es que hubo un forcejeo entre él y su obispo metropolitano Eusebio de Cesarea, en cuanto a los derechos de sus respectivas sedes. El séptimo canon del concilio (“Debido a que la costumbre y la tradición antigua muestran que el obispo de Elia [Jerusalén] debe ser honrado y debe tener precedencia; sin que esto perjudique, sin embargo, la dignidad que corresponde al obispo de la Metrópolis”), por su vaguedad sugiere que fue el resultado de una prolongada batalla.


La segunda conjetura es que Macario, junto con Eustaquio de Antioquía, tuvo mucho que ver con la redacción del Credo adoptado finalmente por el Concilio de Nicea.


Para mayores datos sobre la base de esta conjetura (expresiones que aparecen en el Credo y que recuerdan las de Jerusalén y Antioquía) el lector puede consultar a Hort, "Two Dissertations", etc., 58 sqq.; Harnack, "Dogmengesch.", II (3a edición), 231; Kattenbusch, "Das Apost. Symbol." (Ver el índice del volumen II.).


De las conjeturas podemos pasar a la ficción. En la “Historia del Concilio de Nicea” atribuida a Gelasio de Cícico hay varias discusiones imaginarias entre los Padres del Concilio y los filósofos al servicio de Ario.


En una de esas discusiones, en donde Macario actúa como vocero de los obispos, éste defiende el Descendimiento a los infiernos.


Este hecho, consecuencia de la incertidumbre de si el Descenso a los infiernos se encontraba en el Credo de Jerusalén, es interesante, sobre todo si se tiene en cuenta que, en otros aspectos, el lenguaje de Macario aparece más conforme al del Credo.


El nombre de Macario ocupa el primer lugar los de los obispos de Palestina que suscribieron el Concilio de Nicea; el de Eusebio aparece en quinto lugar. San Atanasio, en su encíclica a los obispos de Egipto y Libia, incluye el nombre de Macario (quien había muerto ya hacía mucho tiempo) entre los de los obispos reconocidos por su ortodoxia.


San Teofano en su "Cronografía" indica que Constantino, al finalizar el concilio de Nicea, ordenó a Macario buscar los sitios de la Resurrección y de la Pasión y la Verdadera Cruz.


Es muy probable que esto haya sido así, ya que las excavaciones comenzaron muy poco tiempo después del concilio y se realizaron, aparentemente, bajo la superintendencia de Macario.


El gran montículo y las bases de piedra coronadas por el templo de Venus, que se habían construido sobre el Santo Sepulcro en la época de Adriano, se demolieron y “cuando de inmediato apareció la superficie original del suelo, contrario a todas las expectativas, se descubrió el Santo Monumento de la Resurrección de nuestro Salvador”.


Al oír la noticia, Constantino escribió a Macario dándole órdenes y detalladas para la construcción de una Iglesia en ese lugar.


Más tarde escribió otra carta “A Macario y a los demás Obispos de Palestina” ordenando la construcción de una Iglesia en Mambré, que también había sido profanada por un templo pagano. Eusebio, tal vez pensando en su dignidad como Obispo Metropolitano, aunque relata lo antes descrito, se refiere a la carta como “dirigida a mí”.


También se construyeron iglesias en los lugares e la Natividad y la Ascensión.



9:52 a.m.








Francisca Romana, Santa
Francisca Romana, Santa

Esposa, madre, viuda y apóstol seglar


Martirologio Romano: Santa Francisca, religiosa, que, casada aún adolescente, vivió cuarenta años en matrimonio y fue excelente esposa y madre de familia, admirable por su piedad, humildad y paciencia. En tiempos calamitosos distribuyó sus bienes entre los pobres, asistió a los atribulados y, al quedar viuda, se retiró a vivir entre las oblatas que ella había reunido bajo la Regla de san Benito, en Roma. ( 1440)

Fecha de canonización: 29 de mayo de 1608 siendo Papa Pablo V



Francisca Bussa de Buxis de Leoni nació en Roma en el año 1384. Era de una familia noble y rica y, aunque aspiraba a la vida monástica, tuvo que aceptar, como era la costumbre, la elección que por ella habían hecho sus padres.


Rara vez un matrimonio así combinado tiene éxito; pero el de Francisca lo tuvo. La joven esposa, sólo tenía trece años, se fue a vivir a casa del marido, Lorenzo de Ponziani, también rico y noble como ella. Con sencillez aceptó los grandes dones de la vida, el amor del esposo, sus títulos de nobleza, sus riquezas, los tres hijos que tuvo a quienes amó tiernamente y dedicó todos sus cuidados; y con la misma sencillez y firmeza aceptó quedar privada de ellos.


El primer gran dolor fue la muerte de un hijo, poco después murió el otro, renovando así la herida de su corazón que todavía sangraba. En ese tiempo Roma sufría los ataques del cisma de Occidente por la presencia de los antipapas. A uno de los pontífices, Alejandro V, le hizo la guerra el rey de Nápoles, Ladislao, que invadió Roma dos veces. La guerra tocó de cerca también a Francisca pues hirieron al marido y, al único hijo que le quedaba, se lo llevaron como rehén. Todas estas desgracias no lograron doblegar su ánimo apoyado por la presencia misteriosa pero eficaz de su Ángel guardián.


Su palacio parecía meta obligada para todos los más necesitados. Fue generosa con todos y distribuía sus bienes para aliviar las tribulaciones de los demás, sin dejar nada para sí. Para poder ampliar su radio de acción caritativa, fundó en 1425 la congregación de las Oblatas Olivetanas de santa María la Nueva, llamadas también Oblatas de Tor de Specchi. A los tres años de la muerte del marido, emitió los votos en la congregación que ella misma había fundado, y tomó el nombre de Romana. Murió el 9 de marzo de 1440. Sus restos mortales fueron expuestos durante tres días en la iglesia de santa María la Nueva, que después llevaría su nombre. Tan unánime fue el tributo de devoción que le rindieron los romanos que, según una crónica del tiempo, se habla de que toda la ciudad de Roma acudió a rendirle el extremo saludo. Fue canonizada en 1608.




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