07/30/14

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Martirologio Romano: En la ciudad de Guadalajara, en México, beata María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco, virgen, fundadora del Instituto de las Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres, que confiando sólo en Dios y en la ayuda de la Providencia, dio pruebas elocuentes de delicadeza y diligencia para con los desamparados y los pobres (1949).

María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco nació el 6 de febrero de 1867 en Cotija (Michoacán, México). Era la menor de los cuatro hijos de Luis Chávez y Benigna de Jesús Orozco. Recibió los sacramentos de la iniciación cristiana en la parroquia de su pueblo natal. Su familia se estableció en el barrio de Mexicaltzingo, que en esa época estaba poblado por gente necesitada y de clase media baja. Durante su infancia se destacó por su devoción al Niño Jesús; hacía altarcitos e invitaba a otros niños a rezar.


El p. Agustín Beas ejerció su ministerio en aquella parroquia con gran celo apostólico; se preocupaba de modo especial de los enfermos pobres, para los cuales fundó un sencillo hospital en la misma casa parroquial, con seis camas, dedicándolo a la Santísima Trinidad. Atendían a los enfermos las señoras de la Conferencia de San Vicente de Paúl.


El 20 de febrero de 1892 Vicenta tuvo que ingresar en el hospital a causa de una pleuresía, y allí recibió la inspiración de consagrar su vida a Dios en la persona de los pobres y enfermos. El 10 de julio del mismo año, recuperada su salud, regresó al hospital de la Santísima Trinidad para servir definitivamente a los enfermos y a los pobres, demostrando una extraordinaria caridad para con ellos.


Emitió votos privados el 25 de diciembre de 1895 con otras dos jóvenes. El 12 de mayo de 1905 fundó la congregación de Siervas de los Pobres, nombre que posteriormente cambió por el de Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres. Profesó canónicamente el 3 de diciembre de 1911 y fue elegida superiora general de la congregación el 8 de septiembre de 1913, cargo que ejerció durante treinta años, siendo el alma y guía de su instituto. Por su indiscutible autoridad moral y su auténtica caridad fue un verdadero modelo de superiora y supo guiar a sus hijas a poner su vida en manos del Señor.


Era muy devota y fervorosa. Presentaba la obediencia como el camino más corto para llegar a la perfección y estaba convencida de que era el holocausto mayor que se podía ofrecer al Señor: obedecía con prontitud, sin replicar y sin hacer juicios. Vivió constante y plenamente su castidad consagrada, practicó heroicamente las virtudes teologales y morales, sobresaliendo por su humildad, sencillez y caridad. La frase paulina: «la caridad de Cristo nos urge », constituyó el ideal de su vida, haciendo presente al Señor Jesús en donde servía.


Sufrió mucho durante las dos persecuciones religiosas que se desencadenaron en México: en 1914 las tropas revolucionarias de Carranza ocuparon Guadalajara y se instalaron en la catedral, capturando a religiosos y sacerdotes; y en 1926 el hospital de San Vicente de Zapotlán fue transformado en cuartel general militar. Las religiosas siguieron atendiendo con dedicación a los heridos, sin amedrentarse ante el peligro. En cierta ocasión, en que las religiosas de su comunidad tuvieron que refugiarse en casas de personas amigas, que las protegían, la madre Vicenta se quedó sola con una postulante asistiendo a los heridos, soportando ultrajes y amenazas de muerte. El comandante, que llegó al puesto más tarde, reprendió a los soldados su indigna conducta, y exaltó implícitamente la grandeza de la intrépida religiosa. La mayoría de los enfermos atendidos en los hospitales de las Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres recibían los sacramentos.


El Señor bendijo al instituto con abundantes vocaciones y durante los años en que lo gobernó la madre Vicenta, se fundaron 17 casas en toda la República Mexicana: hospitales, clínicas y asilos.


A los 75 años comenzó a padecer de la vista, con intensos dolores. Todo lo aceptó de manos del Señor, lo sufrió con admirable paciencia y le sirvió de purificación; su semblante era siempre amable, lleno de dulzura y paz, y nunca se le oyó una queja.


El 29 de julio de 1949 su salud empeoró. El capellán don Roberto López le administró la extremaunción. Al día siguiente, mons. José Garibi Rivera, primer cardenal de México, al ver su gravedad, la confesó y mientras celebraba la eucaristía, en el momento de la elevación, la madre Vicenta entregó su alma a Dios en el hospital de la Santísima Trinidad de Guadalajara (Jalisco, México).


Fue beatificada por S.S. Juan Pablo II el 9 de noviembre de 1997.


Reproducido con autorización de Vatican.va



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Martirologio Romano En Pavía, ciudad de Italia, san Leopoldo (Bogdan) de Castelnuovo Mandic, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que ardió de celo por la unidad de los cristianos y gastó toda su vida trabajando para la reconciliación de los mismos (1942).

El P. Leopoldo, llamado en el siglo Adeodato Mandic, nació en Castelnovo de Càttaro o Herceg-Novi (Croacia) el 12 de mayo de 1866, siendo el penúltimo de doce hijos. Todavía joven, se sintió llamado por Dios a trabajar por la unidad de los Ortodoxos a la Iglesia católica. Para ello, se trasladó a la región de Venecia y, a la edad de 16 años, ingresó en el noviciado capuchino de Udine (Italia), con la ilusión de ir más tarde a Oriente como misionero.


Ordenado de sacerdote en 1890, pidió a los superiores permiso para marchar a misiones, pero nunca se lo concedieron, entre otras razones, por su frágil constitución física y su delicado estado de salud, así como un pequeño defecto de pronunciación que le hacía penosa la predicación. No obstante, supo buscar la realización de su ideal allá donde le enviaba la obediencia. Se dedicó a las diversas tareas que le encomendaron los superiores, hasta centrarse en el ministerio de la confesión.


Durante cuarenta años, y hasta la víspera de su muerte, estuvo siempre dispuesto a acoger, escuchar, consolar y reconciliar a innumerables penitentes en una pequeña habitación aneja al convento de los Capuchinos en Padua. Murió, a la edad de 76 años, el 30 de julio de 1942: mientras se preparaba para celebrar la misa, le dio un ataque cerebral que le causó poco después la muerte, mientras sus hermanos cantaban la Salve a la Virgen.


Pablo VI lo beatificó el 2 de mayo de 1976, y Juan Pablo II lo canonizó el 16 de octubre de 1983, dentro del Año Santo de la Reconciliación y precisamente durante la VI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tenía como tema central «La reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia».



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