06/09/13

Etimológicamente significa “amada”, de la lengua latina.

Eran tres amigas que decidieron hacerse monjas por amor a Dios en el convento dominico de Bolonia. Las tres conocían la obra y milagros de su fundador santo Domingo.


El propio Domingo le puso a una de ellas el nombre de “Amada”. Vistas sus cualidades, la envió a que reformara el convento de san Sixto. De esta chica echó santo Domingo siete diablos.


Cecilia era otra de las tres amigas a quien el santo envió a reformar otro convento. Le había pedido a Domingo, echada a sus pies, entrar en la Orden.


Las tres amigas fueron a ver a santa Inés en Bolonia para que les ayudara en la nueva fundación. Hicieron a Cecilia la primera priora del convento.


Estuvo mucho tiempo en este cargo. Cuando ya era mayor, se le preguntó que hablara de santo Domingo. Recordaba de él su amabilidad con las hermanas y su pensamiento alegre, su humanidad y su atención.


La más impresionante de las tres era Diana. Era muy guapa y gentil. Lo dejó todo por seguir a su maestro santo Domingo por haberlo oído predicar.


Tuvo dificultades para que el padre la dejara entrar en el convento. Al final, al ver la voluntad de su hija, se lo permitió.


Era muy impulsiva. Cuando llegó un día santo Domingo a visitar el convento, ella le dijo que quería construir uno en Bolonia. Se lo permitió, pero mientras tanto el padre e Diana había cambiado de opinión.


Santo Domingo murió por aquellos días. Su muerte le afectó un montón. Pronto se hizo amiga de Jordan de Sajonia, nombrado superior general de la Orden. Tenía ya la orden de la construcción del convento de Bolonia. La amistad de los dos estaba basada no simplemente en la belleza de Diana sino en su vida espiritual. Al fin, con un grupo de amigas recibió el hábito de manos del superior general. Las cartas que se escribieron los dos demuestran una honda espiritualidad. Diana murió en el año 1236.


¡Felicidades a quienes lleven estos nombres!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Etimológicamente significa “ de carácter suave”. Viene de la lengua latina.

Plácido fue un abad del siglo XIII. No sabía ni leer ni escribir y, sin embargo, tenía mucha cultura.


Llevaba todos los dones de su inventiva personal hacia la escucha de los otros. Solía repetir cuando oía para grabarlo en su memoria.


Desde niño, trabajó en el campo con sus padres en Amiterno. Era ya todo un hombre cuando pensó que la vida del campo no era lo suyo.


Partió a una de esas peregrinaciones medievales con la intención de no volver nunca más.


Se vino a Santiago de Compostela. Permaneció en la ciudad del Apóstol durante un año hasta que volvió a casa.


Llegó tan enfermo que apenas si podía moverse. No le prestaba atención a los médicos. Así estuvo durante cinco años.


Un día, sin esperarlo, se puso bueno. Y enseguida emprendió una nueva peregrinación a Roma.


Pasó por su mente hacerse ermitaño, pero esta vida tampoco era para él.


Entonces se metió a benedictino en el monasterio de san Nicolás. Y justamente al año, pasó servir a la iglesia de san Nicolás y del Salvador.


Cuando sufrió la tentación de una mujer que iba tras él con no muy buenas intenciones, se largó a una ermita durante doce años.


La gente comenzó a ir a esta cueva en peregrinación. Fundó un monasterio dedicado al Espíritu Santo con la regla de Claraval. Murió en el año 1248.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Diana de Andaló (abreviación del nombre del noble padre: Andrea Lovello), es una de las más características y simpáticas figuras de los orígenes de la Orden. Ayudó al beato Reginaldo a fundar el convento de Bolonia.

En el año de 1219, cuando Domingo se dirigía a Bolonia, Diana junto con otras jóvenes hizo en manos del bienaventurado Patriarca la promesa de vida religiosa.


Una vez superada la gran oposición dé los familiares qué incluso llegaron a fracturarle una costilla, entró en el monasterio dé Santa Inés, fundado por el beato Jordán y de él recibió el hábito.


Se comportó como una verdadera madre con las hermanas y murió en el año de 1236. Se conservan cincuenta cartas de Jordán de Sajonia dirigidas a ella, que son un hermoso testimonio de la espiritualidad de la Familia dominicana y de la fraternidad entre frailes y hermanas.


Su culto fue confirmado por León XIII el 8 de agosto de 1888.



Tal vez no hubo en toda Roma, durante el siglo XIX, una mujer más notable que Ana María Taigi, la abnegada y trabajadora esposa de un criado y la madre ejemplar de muchos hijos, quien fue honrada con la particular estimación de tres sucesivos Pontífices y cuya pobre casa fue el centro de reunión para muchos de los altos personajes de la Iglesia y el Estado que buscaban su intercesión, su consejo y su opinión, en las cosas de Dios.

Ana María Antonia Gesualda nació el 29 de mayo de 1769, en Siena, donde su padre era boticario. La familia perdió sus bienes y, reducida a la pobreza, emigró a Roma, donde los padres de Ana trabajaron en el servicio doméstico en casas particulares, mientras que la joven se internaba en una institución que se encargaba de educar a los niños sin recursos. A la edad de trece años, Ana comenzó a ganarse el pan con su trabajo. Durante algún tiempo estuvo empleada en una fábrica de tejidos de seda y después entró al servicio ce una noble dama en su palacio.


Al convertirse en mujer, experimentó una fuerte inclinación por los vestidos ostentosos y el deseo de ser admirada, lo que en ocasiones la puso al borde del mal, y si no cayó en los abismos del pecado fue por sus buenos principios. Además, en 1790, cuando tenía veintiún años, se salvó de las tentaciones al casarse con Domenico Taigi, un servidor del palacio Chigi. Aun entonces seguían atrayéndola las cosas del mundo, pero poco a poco, la gracia se iba adueñando de su corazón y sintió remordimientos de conciencia que la impulsaron a hacer una confesión general.


Esposa y madre ejemplar

Su primer intento de abrir el corazón ante un sacerdote, chocó con una seca negativa; pero la segunda tentativa tuvo éxito. Encontró la guía espiritual que necesitaba.. en un fraile servita, el padre Angelo, quien habría de ser su confesor durante muchos años. El sacerdote se dio cuenta desde un principio que estaba tratando con un alma elegida y ella, por su parte, siempre consideró el momento en que conoció al padre Angelo como la hora de su conversión. Desde aquel día renunció a todas las vanidades del mundo y se contentó con vestir las ropas más sencillas. No volvió a tomar parte en diversiones mundanas, a menos que su esposo se lo pidiera especialmente. Su mayor consuelo y alegría los encontró en la oración, y su generoso deseo de someterse a mortificaciones externas, tuvo que ser moderarlo por su confesor quién lo adaptó a los límites en que no afectara los deberes de su vida diaria como ama de casa. Su marido era un buen hombre, pero de escasas luces y muy quisquilloso; si bien apreciaba las evidentes cualidades de su esposa, nunca pudo comprender los heroicos esfuerzos de Ana por adquirir la santidad ni sus dones especiales. Ella siempre cumplía su deberes cotidianos del hogar con extraordinaria entrega.


Con referencia a la época en que la beata comenzaba ya a ser conocida y admirada, Domenico declaró: "Con frecuencia sucedía que. al regresar a casa, la encontraba llena de gente desconocida. Pero en cuanto Ana me veía, dejaba cualquiera, ya fuese una gran señora o tal vez un prelado el que tuviese con ella, se levantaba y acudía a atenderme con el afecto y la solicitud de siempre. Se podía ver que lo hacía con todo el corazón; se habría arrodillado en el suelo a quitarme los zapatos, si yo se lo hubiese permitido. En resumidas cuentas, aquella mujer era una felicidad para mí y un consuelo para todos... Con su maravilloso tacto, era capaz de mantener una paz celestial en el hogar, a pesar de que éramos muchos, de muy distinto temperamento y había toda clase de problemas, sobre todo cuando Camilo, mi hijo mayor, se quedó a vivir con nosotros durante los primeros tiempos de su matrimonio. Mi nuera era una mujer que se complacía en crear la discordia y se empeñaba en desempeñar el papel de ama de casa para molestar a Ana; pero aquella alma de Dios sabía cómo mantener a cada cual en el puesto que le correspondía y lo hacía de una manera tan sutil, tan suave, que no la puedo describir. A veces llegaba yo a la casa cansado, de mal humor y hasta enojado, pero ella siempre se las arreglaba para aplacarme y hacerme alegre la existencia."


La familia que Ana debía cuidar estaba formada por sus siete hijos, dos de los cuales murieron cuando eran pequeños, su marido y sus padres, que vivían con ella. Cada mañana, los reunía a todos para orar; a los que podían. Los llevaba a oír misa y por la noche volvían a reunirse todos para escuchar lecturas espirituales y rezar las plegarias. Ana se preocupaba, sobre todo, de vigilar la conducta de los niños.


También tenía tiempo la beata para trabajar en sus costuras con las que, muchas veces, complementó el escaso salario de su marido, y, otras, pudo socorrer a los más pobres que ella, porque siempre fue extraordinariamente generosa y enseñó a sus hijos a serlo.


Visiones y experiencias místicas

Se diría que un trabajo doméstico tan excesivo hubiese monopolizado las energías de cualquier mujer; sin embargo, las obligaciones familiares no la privaban de entregarse a experiencias místicas de gran altura. Para dar una idea de lo que era aquello, recurrimos a las memorias sobre la beata, escritas después de su muerte por el cardenal Pedicini, a quien conoció por intermedio de su confesor y con quien compartió, durante treinta años la dirección espiritual de aquella alma elegida. Muy posiblemente, a través del cardenal se dieron a conocer las excelsas virtudes y dones sobrenaturales de la beata. Desde el momento de su conversión, Dios la gratificó con maravillosas intuiciones sobre sus designios respecto a los peligros que amenazaban a la Iglesia, sobre acontecimientos futuros y sobre los misterios de la fe. Estas cosas se le revelaron a Ana en un "sol místico" que reverberaba ante sus ojos y en el que vio también las iniquidades que los hombres cometían continuamente contra Dios. En aquellas ocasiones sentía que era su deber dar satisfacciones al Señor por aquellos agravios y ofrecerse como víctima.


Por eso sufría Ana verdaderamente agonías físicas y mentales cuando se entregaba a la plegaria por la conversión de algún pecador endurecido. Con frecuencia leía los pensamientos y adivinaba los motivos entre las gentes que la visitaban y, en consecuencia, podía ayudarlas de una manera que parecía sobrenatural. Entre las personalidades que estuvieron relacionadas con ella, debe mencionarse a San Vicente Strambi, a quien ella pronosticó la fecha exacta de su muerte.


En los primeros años después de su conversión, Ana María tuvo abundantes consuelos espirituales y arrobamientos, pero más tarde, especialmente durante los últimos años de su vida, sufrió grandemente por los ataques de Satanás. Estas pruebas, aunadas a los quebrantos de su salud y a las murmuraciones y calumnias, le dieron ocasión para mostrar resignación y soportarlas alegremente. El 9 de junio de 1837 murió, al cabo de nueve meses de agudos sufrimientos, a la edad de sesenta años.


Fue beatificada en 1920 y su sepulcro se encuentra en Roma, en la iglesia San Crisógono, de los padres Trinitarios, en cuya orden la beata era terciaria. Su cuerpo yace en ataúd de cristal para que su cuerpo incorrupto pueda contemplarse.


Es la patrona de las mujeres que reciben maltrato verbal de sus esposos.


Si usted tiene información relevante para la canonización de la Beata Ana, contacte a:

Father Michael Pintacura

U.S.A. Vice Postulator - Taigi

P.O. Box 610313

San Jose, CA 95161-0313



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