El fundador de las Hermanas de la Providencia, Jean-Martin Moye (pronunciado ´Moi´), nació en Cutting, Francia, el 27 de enero de 1730, en una de esas buenas fincas del entonces ducado de Lorena, en la comarca de las salinas y las lagunas. Los establos eran amplios, las cosechas diversas y las bodegas de vino bien surtidas. Sus raíces familiares se hunden profundamente en ese territorio. De larga data, sus ancestros están implantados en Lorena.
Sus padres le hacían trabajar en el campo pero también lo hicieron estudiar. Sus profesores sucesivos previeron para él una carrera brillante. En sus estudios se destacó por los conocimientos en idiomas antiguos, en lógica y en historia de la Iglesia.
"Pero la vida real no me tentaba mucho. Fui ordenado sacerdote a los 24 años para ser sacerdote de Jesucristo y nada más. Felizmente no estaba solo. Con otros sacerdotes jóvenes formamos un pequeño grupo. ¿Cuál era nuestra fuerza? Contar más con el dinamismo del espíritu, la oración y la exigencia personal, que con las opiniones del clero mundano."
Juan Martín va y viene por las calles y las callejuelas de sus parroquias sucesivas. Para ver y escuchar, para sentir la sonrisa de un recién nacido que le llevan a bautizar, el amor de una pareja de ancianos, la pobreza oculta de los tugurios. Y la injusticia: conoce jóvenes apenas en la pubertad que por algunos robos menores terminaron en la horca. Conoce también la angustia de las prostitutas de Metz, ciudad que ha sido siempre un bastión de tropas militares. Y comprende que la piedad popular, manifestada en las procesiones, es impotente para detener esos males. Se necesita algo más. Otra cosa muy distinta: Instruir.
Los colegios existen, pero para los burgueses, para los habitantes de la ciudad, para los hombres jóvenes. A las niñas, incluso a las niñas ricas, no se les enseña sino la piedad y cómo ser buenas amas de casa. ¿Y la lectura y la escritura? A veces, si queda un poco de tiempo.
Sin embargo, mucho antes que Freud, Juan Martín está convencido de que todo se hace desde la infancia. Entonces el joven y brillante intelectual formula un proyecto loco: abrir miniescuelas para las niñas en los lugares más pobres y más apartados de Lorena.
"Se necesitaba poder contar con jóvenes libres y dispuestas a todo; a codearse con la miseria y con la incomprensión. Proyecto insensato el mío, ciertamente. Pero como este pensamiento seguía invadiéndome, podía creer que venía de Dios."
Un día, Marguerite Lecomte llega donde él para confesarse. Él no la ha visto antes. Le hace algunas preguntas, y se da cuenta, sorprendido, de que sabe leer y enseña a unas compañeras de trabajo.
Poco después, Margarita entrará de lleno en el proyecto de Juan Martín e irá a vivir a Vigy-Béfey. Más adelante será seguida por muchas otras ´mujeres apóstoles´ que también irán a instruir a las niñitas de los caseríos abandonados.
Y nace así la Congregación de Hermanas de la Providencia.
Pero esas ´mujeres apóstoles´ molestan
En la Lorena de 1762, Moye respondió a una urgencia sociológica. Aportó un remedio eficaz, por medios desconcertantes, a una carencia social de entonces: la ignorancia crasa en la cual se encontraban las niñitas campesinas. Moye es por lo tanto testigo de muchas miserias.
La oposición a Moye crece en el clero y en la alta sociedad de Metz. Y el obispo prohibe abrir nuevas escuelas en los pueblos. Juan Martín entra en una especie de agonía. Su razón y su corazón vacilan.
"Y sin embargo yo quería confiar totalmente en Dios. En el corazón mismo de esta absurda situación, mi amigo el padre Jobal llamó mi atención sobre un detalle. Como se me permitía mantener las escuelas existentes, estas serían cimientos para muchas otras. Vi en esto lo que me gusta llamar ´un signo de la Providencia´. Pudo ser un hecho microscópico, pero resucitó mi esperanza y me llevó a dar un sentido nuevo al acontecimiento."
Algún tiempo después el obispo levanta la prohibición y estimula el desarrollo de las miniescuelas.
Pero a Moye le gusta sembrar. Prefiere dejar la mies a otros. Las misiones extranjeras lo atraen, China sobre todo.
Septiembre de 1772: Juan Martín desembarca en Macao
A China llega un Juan Martín totalmente transformado en ´comerciante´: de cabello largo y barba como los chinos. Y con un apellido que también suena a chino: ´Moi´. Pero el país está prohibido a los misioneros. Va a tener que actuar con astucia. Arrastrarse en los campos de maíz para esconderse. Atravesar a pie altas montañas y a nado varios ríos.
Durante 10 años Moye vivirá lo que no dejó de repetir a las Hermanas: asumir los riesgos que exija una buena obra con confianza en la Providencia. Entre benevolencia y traición estará a merced de la gente. Hasta en su deseo, Juan Martín se entrega a Dios. "No me prometí convertir primero muchas almas sino hacer y sufrir en China lo que Dios quisiera."
Juan Martín es un infatigable caminante y su parroquia es tan extensa como Francia y España juntas. En el camino los chinos lo detienen y lo golpean. "A veces tenía tanto miedo que no sentía el dolor." Entre dos vigías celebra la misa, instruye, exhorta. Observa también, escucha, aprende costumbres, nociones jurídicas cuya sabiduría reconoce. En el contacto con la gente perfecciona rápidamente su chino, hasta el punto de escribir bellos textos de oración en este idioma.
Moye desarrolla varias intuiciones que tuvo en Europa. En primer lugar, en esa época en la que las mujeres no tienen casi derecho a la palabra y ciertamente no en las asambleas, él quiere apoyar su trabajo en jóvenes chinas. Excelentes catequistas, son también voluntarias en casos de hambrunas y pestes. Y bautizan a millares de moribundos, y a muchos niños. Como siempre, allí donde otros no ven sino debilidades, Juan Martín ve en los niños el germen de una gran fuerza. Lucha para que se les reconozca el derecho al bautismo, al dinamismo del Espíritu.
En otras partes lucha contra prácticas usureras fuertemente implantadas en China y que impiden a los pobres salir del círculo infernal de las deudas. En un pequeño seminario en la montaña consagra tiempo a la formación del clero local.
En 1783, después de 10 años de trabajo, agotado por varias enfermedades, Moye vuelve a embarcarse para Francia. Allá, durante 10 años más va a recorrer de nuevo las escuelas de las Hermanas, tentadas a veces por la vida fácil.
Tréveris, Alemania, en la primavera de 1793, rebosa de gente que huye de la Revolución Francesa. La ciudad huele a tifo. Juan Martín, que no ha dejado de prodigar cuidados a los enfermos, contrae el implacable mal. En la cama de una humilde buhardilla espera la muerte. Quiere mirarla de frente. Bendice a algunas Hermanas: "Crezcan y multiplíquense si tal es la voluntad de Dios."
El 4 de mayo vive su muerte como vivió su vida: entregándose sencillamente en las manos de Dios.