03/14/16

10:07 p.m.

Por: . | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01

Mártir

Martirologio Romano: En la ciudad de Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, santa Lucrecia (Leocricia), virgen y mártir, que, nacida de familia musulmana, ocultamente abrazó la fe de Cristo y, detenida en casa junto con san Eulogio, cuatro días después del martirio de éste pasó a la gloria eterna al ser degollada (859).
Santa Lucrecia, fue una doncella cordobesa, hija de padres musulmanes.

Habitaba por entonces en Córdoba San Eulogio, varón famoso por su sabiduría, sus dotes de prudencia, y cuando era preciso su arrojo y valentía. A Lucrecia le fascinaba la idea de un Dios entregado enteramente a los hombres por amor, con un amor de benevolencia, es decir, amor de gratuidad absoluta. Queriendo instruirse en el cristianismo, acudió al santo.

San Eulogio se encargó con todo cariño de su educación cristiana. Sabía a lo que se exponía con esta labor de catequista. Pero nunca tuvo miedo en su corazón. Era consciente de que los padres de Lucrecia se oponían a que dejara la religión musulmana.

Cuando Lucrecia vio que no podía vivir con sus padres porque éstos le hacían la vida imposible, se fue a casa de san Eulogio, quien la recibió con gran caridad, y como tenía muchas ocupaciones pastorales, se la entregó a su hermana Amilona.

Los padres de Lucrecia empezaron a buscar a su hija, cuya desaparición ya habían denunciado a los jueces. Al encontrarla, como ella se negara a abjurar del cristianismo, le dieron muerte decapitándola y la arrojaron al río Guadalquivir. Los cristianos, enterados de su ejecución, recogieron sus restos y los enviaron a Oviedo.

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10:07 p.m.

Por: . | Fuente: Vatican.va

Presbítero

Martirologio Romano: En Przemysl, ciudad de Polonia, beato Juan Adalberto Balicki, presbítero, que se dedicó con ardor al ejercicio de su ministerio en favor del pueblo de Dios, demostrando una especial disposición para predicar el Evangelio y asistir a las jóvenes descarriadas.( 1948)

Fecha de beatificación: 18 de agosto de 2002 por el Papa Juan Pablo II

Juan Adalberto Balicki nació el 25 de enero de 1869 en Staromiescie, Polonia (hoy el distrito de Rzeszow). Murió de pulmonía y TBC en Przemysl el 15 de marzo de 1948.

Educación

Juan Adalberto vió la luz en el seno de una familia profundamente religiosa y, aunque materialmente pobre, eran ricos en honestidad y virtud. De 1876-1888 asistió a las escuelas de Rzeszow bajo la guía de educadores de alto nivel y con amor por la cultura polaca. En Septiembre de 1888 entró en el Seminario diocesano de Przemysl. Después de cuatro años de estudio preparación espiritual, el 20 de julio de 1892 fue ordenado.

El obispo lo envió a que fuera pastor auxiliar en la parroquia de Polna. Fue apreciado como un hombre de oración, confesor paciente y predicador dotado. Después de aproximadamente un año, lo enviaron a Roma para seguir su formación en la Pontificia Universidad Gregoriana. Durante sus cuatro años de estudio (1893-1897), era consciente de su doble responsabilidad: como sacerdote, para continuar haciendo progresos en la perfección Cristiana, y como estudiante, para completar sus estudios.

Su acercamiento espiritual a la teología fue fruto posterior a su período de aprendisaje. Escuchaba las conferencias por la mañana. Por la tarde leía a los autores de referencia y, sobre todos, a Santo Tomás de Aquino. Entonces iba a la capilla para orar sobre lo que había estudiado. Usó su tiempo libre en Roma para visitar las urnas de los Apóstoles y los cuartos de los santos. Era una manera concreta de aprendizaje sobre la fe.

Profesor de teología, prefecto de estudios.

En el verano de 1897, reresó a su diócesis, donde fué colocado como profesor de teología dogmática en el seminario. Era un convencido de que la Teología no sólo es la ciencia relativa a Dios, sino que es la ciencia que ayuda al hombre a encontrar a Dios. Sus lecciones constituían verdaderas meditaciones sobre los misterios divinos y tenían una buena influencia en la formación moral de sus estudiantes. A partir de 1900, Fr. Balicki también fue prefecto de estudios.

Rector del seminario

En 1927, en espíritu de obediencia, aceptó el puesto de vice-rector del seminario y un año después asumió el rectorado. Se preocupaba por la formación espiritual de los sacerdotes. Antes de que presentar los candidatos al obispo, estudiaba los informes y oraba pidiendo iluminación para tomar la decisión apropiada.

Dirección espiritual y confesión

En 1934 fue forzado a dejar su cargo de rector y de profesor de teología debido a pobre estado de salud, pero continuó viviendo al seminario. De 1934-1939 podría sólo sólo confesiones y dar dirección espiritual. Muchos de sus penitentes testificaron que él tenía un don extraordinario para penetrar en la profundidad de sus almas. Como confesor tenía un corazón abierto para todos quines se acerban con sinceridad. Siempre estaba disponible para recibir confesión a pesar de pobre salud. No era tan sólo un juez justo o un "dador de absoluciones", hacía todo lo que podía para motivar a sus penitentes para que crecieran espiritualmente. Dió también dirección espiritual a través de cartas.

Segunda Guerra Mundial: restricciones y deterioramiento de salud.

En Septiembre de 1939, Polonia se sumergió en la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. En seguida la ciudad de Przemysl quedó dividida en dos partes: la sección vieja ocupada por tropas soviéticas, y el resto de la ciudad ocupada por los alemanes. Aunque los sacerdotes, el obispo y sus colaboradores podían moverse libremente hacia el lado Alemán, Fr Balicki permanecía en la zona soviética en la espera de iniciar nuevamente la actividad de formación en el Seminario. Al final, fue obligado a trasladarse a un cuarto en la casa obispal temporal.

En Octubre de 1941, las peleas en la zona terminaron y la barrera artificial que dividía la ciudad fue demolida. Fr Balicki permaneció allí en su cuarto temporal en el obispado.

En la segunda mitad de Febrero de 1948, se puso gravemente enfermo y se le diagnosticó pulmonía bilateral y tuberculosis en fase avanzada. Fue admitido en el hospital donde murió el 15 de Marzo de. Fue considerado por todos un "sacerdote santo" y "la humildad personificada".

Después de su muerte, la fama de su santidad se extendió a lo largo y más allá de Polonia a través de los emigrantes polacos. Luego las personas empezaron a informar a las autoridades las respuestas a sus oraciones en las que ellos pedían a Juan Adalberto que intercediera por ellos.

Modelo de Sacerdote Diocesano
El 22 de Diciembre de 1975, el entonces Cardenal Wojtyla escribió a Pablo VI pidiéndole que sea reconocidocomo un modelo para los presbíteros de nuestro tiempo.

Reproducido con autorización de Vatican.va

traducido por Xavier Villalta


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10:07 p.m.

Por: Lamberto de Echeverría, Bernardino Llorca y José Luis Repetto Betes | Fuente: AÑO CRISTIANO Edición 2003

Presbítero

Martirologio Romano: En Roma, junto a San Pablo, en la vía Ostiense, beato Plácido Riccardi, presbítero de la Orden de San Benito, quien, a pesar de sentirse afectado por fiebres continuas, enfermedades y parálisis, abrazó incansablemente la observancia de la Regla y la oración. ( 1915)

Observación: En el antiguo martirologio se lo recordaba el 15 de marzo

Fecha de beatificación: 5 de diciembre de 1954 por el Papa Pío XII.

Breve Biografía

Tomás Riccardi nació el 24 de junio de 1844 en Trevi, pequeña ciudad de Umbria. Su padre fabricaba aceite de oliva y tenía un comercio de especias; gozaba de una gran fortuna, que le permitió poner a su hijo en el convento para nobles de Trevi, donde estudió humanidades. Tomás era un buen alumno; le gustaba el teatro y la música; se confesaba regularmente, pero en su piedad no había nada excesivo.

En 1865, fue a Roma para estudiar filosofía en el Angélico, célebre colegio de los dominicos. Aunque él declaró que no tenía vocación religiosa, ciertamente por este lado era por donde buscaba orientar su vida. Conoció y admiró a los dominicos y a los jesuitas, pero, poco atraído por el apostolado activo y menos aún por la agitación de la ciudad, se presentó a la abadía de San Pablo Extramuros, que, situada en pleno campo, le ofrecía la soledad, el recogimiento, y la vida de oración que deseaba.

Ingresó en la abadía el 12 de noviembre de 1866 y tomó el hábito benedictino y el nombre de Plácido, el 15 de enero de 1867. Desde un principio, mostró una gran asiduidad a la oración. Tuvo, por el contrario gran repugnancia por la claridad de conciencia que contradecía completamente su independencia de carácter; sin embargo, lejos de obstinarse ante las instancias de su padre maestro, reflexionó, se humilló, y animosamente intentó practicar esta ascesis tan poco atractiva. Y fue fiel a esta práctica toda su vida, primero con su padre maestro, y después con los abades sucesivos. Plácido Riccardi, durante todo su noviciado, se acomodó muy bien a esta vida austera casi eremítica, y la comunidad se regocijó de las cualidades del recluta. Hizo su profesión el 19 de enero de 1868.

Volvió a estudiar la filosofía y después, con mayor placer, la teología, a la que se entregó con amor. Nunca cesó de repasar sus conocimientos religiosos, calmadamente, a la manera de los monjes antiguos. Pronto le disgustaron los manuales, que no había abierto más que por deseo de prepararse terminan por obstaculizar la conducta que los confesores deben seguir con los penitentes. Más que del espíritu de bondad del Salvador, parecen estar llenos de los principios sutiles de los antiguos rabinos. A los modernos expositores, prefería los autores antiguos; leía asiduamente a Cornelio a Lápide, las "Mora les" de San Gregorio, San Bernardo, San Agustín, y de los Padres de la Iglesia. Frecuentaba algunos libros más recientes: los "Sufrimientos de Jesús", del padre Tomás de Jesús; las obras de Catherine Emmerich, del padre Faber, de Mons. Gay... y, por el contrario, descartaba deliberadamente todos los libros profanos, considerándolos no sólo inútiles, sino dañosos para un monje.

El 26 de abril de 1868, Plácido Riccardi recibió de su abad la tonsura y las órdenes menores; fue ordenado subdiácono el 7 de abril de 1870, diácono el 4 de septiembre de 1870, tres días después de haber entrado el ejército piamontés en Roma. El no había cumplido su servicio militar, lo que le valió ser arrestado como desertor, el 5 de noviembre, y ser condenado a un año de prisión en Florencia. Puesto en libertad el mismo año, fue enviado al 57 regimiento de infantería en Liborno. Fue dado de baja en Pisa, el 26 de enero de 1871: el ejército italiano perdió un soldado, pero la abadía de San Pablo encontró con alegría a su monje, que fue admitido a la profesión solemne ello de marzo de 1871 y ordenado sacerdote, el 25 de marzo.

Don Plácido fue empleado, al principio, en la escuela de la abadía. Cuándo contaba los recuerdos de esta época, los comentaba con un proverbio: "a quien los dioses odian, lo hacen pedagogo". Vigilar a infantes turbulentos era un suplicio para un hombre miope y amante de la paz y del silencio. Los chicos le preparaban sorpresas demasiado extrañas al reglamento. El clima malsano de Roma acabó de quebrantar su frágil salud; tuvo crisis de paludismo, que, a pesar de algunos calmantes, nunca cesaron completamente.

Su abad, sin embargo, se preocupó en darle un oficio más adaptado a sus gustos: lo nombró ayudante del maestro de novicios, confesor de las monjas de Santa Cecilia en Roma, después, el 22 de agosto de 1864, lo envió como vicario abacial a las monjas de San Magno D´ Amelia. La comunidad, abusando de la debilidad de una anciana abadesa, se había relajado un poco. Don Plácido lo tomó muy a mal: no contento con multiplicar sus exhortaciones públicas y privadas, entró a los detalles de la observancia, suprimió las pláticas inútiles y las habladurías, y revisó con cuidado el horario del día. No tenía cuidado de su enfermedad y jamás intentó acortar las confesiones prolijas; preparaba además con cuidado sus sermones. Bien pronto, las hermanas, cuyos defectos había que atribuir principalmente a su falta de formación, mostraron un fervor digno de su excelente maestro.

El nombramiento de Don Plácido en Amelia se justificaba por su capacidad para desempeñar el cargo; sin embargo, tenía otro motivo: había entonces en San Paulo Extramuros un novicio, en quien se tenían grandes esperanzas, quien al cabo de algún tiempo fue favorecido por gracias místicas extraordinarias. Todo el mundo pudo ver sus estigmas y escucharle narrar sus visiones; el abad, el padre maestro y muchos otros vacilaban en confiar en él; Don Plácido, a quien se pidió al principio su opinión por deferencia, pronto se dio cuenta de que este novicio, aparentemente místico, ignoraba la humildad y la mortificación. Lo invitó a ir a pasar con él algunas horas de la noche delante del Santísimo Sacramento. Mientras Don Plácido permanecía de rodillas delante del altar, como lo hacía frecuentemente cuando estaba solo, el novicio se instaló del coro. Don Plácido no llevaba en Roma una vida distinta de aquella que él tanto amaba en Sanfiano y en Farfa.

La salud de Don Plácido decaía cada día más, y su abad le envió para que lo ayudara a un monje alemán, que se consideró también como el superior. Los campesinos de Sabine no tenían costumbres delicadas e intentaron desembarazarse del encumbrado personaje, colocando arriba de la puerta del santuario una viga que debía caerle sobre la cabeza cuando entrara; el atentado fracasó, pero la iglesia se vio abandonada por los fieles. Don Plácido se afligió sobre manera al ver aniquilada su obra, su salud sufrió por ello y su desarreglo intestinal se agravó, al punto de que le fue completamente imposible celebrar la misa.

El 17 de noviembre de 1912, cuando subía una escalera, un ataque de parálisis, acompañada de convulsiones, lo tiró por tierra y lo hizo rodar por los escalones de mármol. Su estado pareció tan grave, que se le administró inmediatamente la extremaunción; sin embargo, soportó la prueba y se le pudo conducir de nuevo a la abadía de San Pablo Extramuros, el 23 de diciembre siguiente.

Quedó paralítico del lado derecho; sus piernas se encogieron, después se arquearon, y no podía permanecer ni siquiera recostado sobre la espalda. Acaba do físicamente, hizo de sus días una oración perpetua y no se quejaba jamás, ni reclamaba nada, atento solamente a no molestar o contrariar a aquellos que se ocupaban de él. Durante este penoso período, tuvo la alegría de ver con frecuencia a su lado al joven y fiel amigo Don Ildefonso Schuster, quien lo había dirigido por los caminos de la perfección monástica. Liturgista, arqueólogo, historiador, excelente administrador, Schuster, el futuro cardenal, arzobispo de Milán tenía gustos y aptitudes absolutamente opuestas a las de su viejo maestro; sin embargo, tenían en común un amor a Dios, sincero y profundo, y el atractivo por una vida ascética seria y severa. Don Plácido mostró su confianza al discípulo escogiéndolo como confesor; Don Schuster obtuvo para su maestro el favor que podía agradarle más: Pío X autorizó la celebración de una misa, cada se- mana, en la celda del enfermo.

Don Plácido, murió dulcemente mientras Don Schuster velaba cerca de él el 15 de marzo de 1915.
 

AÑO CRISTIANO Edición 2003
Autores: Lamberto de Echeverría (†), Bernardino Llorca (†) y José Luis Repetto Betes
Editorial: Biblioteca de Autores Católicos (BAC)
Tomo III Marzo ISBN 84-7914-663-X

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En Viena, en Austria, san Clemente María Hofbauer, presbítero de la Congregación del Santísimo Redentor, que trabajó admirablemente por la propagación de la fe y por la reforma de la disciplina eclesiástica. Preclaro tanto por su ingenio como por sus virtudes, impulsó a no pocos varones prestigiosos en las ciencias y en las artes a entrar en la Iglesia.

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En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, santa Leocricia, virgen y mártir, que, nacida de familia musulmana, ocultamente abrazó la fe de Cristo y, detenida en casa junto con san Eulogio, cuatro días después del martirio de éste pasó a la gloria eterna al ser degollada.