09/19/15

11:31 p.m.

Por: Alvaro Huerga, O.P. | Fuente: Mercaba.org

Presbítero

Martirologio Romano: En Córdoba, en España, beato Francisco de Posadas, presbítero de la Orden de Predicadores, que durante cuarenta años predicó a Cristo en su región, sobresaliendo por su humildad y caridad (1713).

Fecha de beatificación: Pío VII lo beatificó solemnemente el 20 de septiembre de 1818.

Del padre Posadas se ha dicho que tenía la pobreza de San Francisco de Asís, la austeridad y poder taumatúrgico de San Francisco de Paula, la dulzura y sabiduría de San Francisco de Sales, el celo por la fe de San Francisco de Regis, la obediencia y temple de San Francisco Javier.

El padre presentado, fray Francisco de Posadas, es un personaje relativamente moderno: dejó esta vida cuando el siglo XVIII iba a cumplir tres lustros. Su biografía es simple, casi esquemática, aunque colmada de peripecias vocacionales y éxitos apostólicos. Por fortuna, su mismo confesor, el padre maestro fray Pedro de Alcalá, más tarde provincial de los dominicos de Andalucía, escribió al detalle la vida y milagros del nuevo "San Vicente Ferrer" —como le llamaba la gente— en un libro de tomo, lomo y más de 800 páginas; ésa es la fuente auténtica y gozosa de todos los biógrafos posteriores. Y en ella se ha inspirado directamente la semblanza que aquí pergeñamos.

Oriundos de Galicia, estirpe hidalga de sangre y de casa solariega con renombre —capitanes (un bisabuelo suyo conquistó Cheves y Monforte, rindiendo a fuerza de coraje las dos villas lusas), canónigos e inquisidores, eran honra y prez de la familia—, Esteban Martín Losada y María Fernández-Pardo y Posadas, tuvieron una luna de miel amarga: los vasallos de Juan de Braganza arrasaron Lama de Arcos y, como desquite, cebaron el deseo de venganza contra viejas derrotas en la casa infanzona del joven matrimonio, que huyó, en busca de clima y economía más propicios, a Córdoba. Allí montaron una tienda de panería. Ni les fue bien en el negocio ni en el matrimonio; aquél se arruinó; éste vio malograrse reiteradamente las esperanzas de sucesión. Don Esteban Martín abre una nueva tienda de naranjas y limones y especiería en la plaza del Salvador, en una casa contigua a la puerta principal del convento de San Pablo, según se sale a mano derecha; María Fernández-Pardo y Posadas acude a la Virgen de la Fuensanta implorando fecundidad y ofreciendo de antemano el primer fruto de sus entrañas a la celestial Señora. Y el día 25 de noviembre de 1644 nace, en la casatienda, un niño a quien, el 4 de diciembre, en la parroquial de San Andrés, pusieron por nombre Francisco.

Cinco años más tarde, otra vez la desgracia vino a rondar el humilde hogar. Falleció don Esteban Martín Losada. Francisco saboreó el pan de la temprana orfandad. La pobreza había obscurecido totalmente el esplendor de la sangre hidalga; pero empezaba a florecer, en la tierra árida de la miseria, la hidalguía de la gracia. Madre e hijo forman un bloque natural y sobrenaturalmente irrompible; ella, fiel al voto; él, piadoso, bien dispuesto siempre a la obediencia y al amor. La viuda casó en segundas nupcias con Juan Pérez Cerezo; fue un padrastro con Francisco. No consintió que el niño fuese al colegio de la Compañía de Jesús; era un gran sacrificio, y el egoísmo del nuevo jefe de familia triunfó sobre el ideal —sangre y promesa— de la madre; cuatro años de oficial aprendiz de cordonero pasó el joven en un taller sito en las Casillas, en el campo de San Antón; cuatro años de galeras bajo el rigor de un hombre de "indigesta condición" que más parecía un cómitre que un maestro artesano. Francisco aprendió lo que es ganar el pan con el sudor de la frente y del alma. Impávido y fervoroso aguantó el rudo noviciado de la vida pobre, acrisolándosele el espíritu. Su madre seguía soñando. El maestro o cómitre se convenció que el camino vocacional del aprendiz no iba por allí; era un hombre de Dios. Lo había demostrado hasta el heroísmo. Pero el padrastro no cede. Dios vino en ayuda de la madre y del hijo. El padre maestro fray Miguel de Villalón le buscó acomodo en San Pablo y le dio clases de latín. El "hijo de la vendedera", con dieciséis años al hombro, empezó a rumiar declinaciones y conjugaciones,

En este tiempo muere el padrastro, fracasa la tienda y Francisco retorna al hogar. La madre se dedica a recovera, es decir, a revender huevos por las calles; sacar el hijo adelante, ofrecérselo a la Virgen. No piensa en otra cosa. Francisco siente también la ineludible llamada de la gracia. Pide el hábito; pero el convento dominicano de San Pablo de Córdoba es nido de águilas, fragua de sabios y crisol de sangre. La flor y nata de las familias cordobesas se glorían de tener allí hijos que son ya obispos o maestros en teología. Los estatutos de limpieza de sangre y el orgullo aristocrático velan por la ejecutoria del convento. No le faltaban a Francisco nobleza de sangre y nobleza de alma, pero era notoria su calidad de hijo de la "vendedera". Estaban cerradas las puertas de San Pablo para él; la madre apuró el contratiempo; buscó otro monasterio y fue admitido. Estaba todo a punto para la toma de hábito; Francisco acudió a despedirse de la Virgen del Rosario, en su capilla de San Pablo, como quien se ve obligado a decir adiós a una Madre celestial; rompió en llanto y regresó al lado de la madre terrena que le había preparado ya el modesto hatillo para su nueva vida. Francisco estaba inconsolable; a pesar de todo, quería ser "fraile de la Virgen". El protector, padre Villalón, lo envió a Escalaceli, extramuros de la ciudad, convento dominicano pobre, donde San Alvaro de Córdoba empezó la reforma de la Orden a raíz de la Claustra, donde se santificó y escribió fray Luis de Granada; Escalaceli era una cuna de santos, mientras San Pablo era forja de sabios. Para Dios no hay racismos; fray Andrés Mellado, prior a la sazón, lo recibió de buen grado. Y el 23 de noviembre de 1672 le dio el hábito. Se enfureció el prior de San Pablo; ya era tarde: el novicio había salido muy de madrugada hacia Jaén, donde haría el noviciado. En el ínterin vacó el provincialato y el cargo recayó, por derecho, en el prior de San Pablo; dio órdenes de expulsión del novicio, pero los frailes de Jaén se opusieron con razones y con ruegos. Por prudencia tuvo que acceder a que el novicio profesase, pero le prohibió que, de regreso a Escalaceli, entrase en Córdoba, ni siquiera a dar un abrazo a su madre, "Ia vendedora"...

El nuevo provincial lo destinó a San Pablo para hacer los cursos de artes, filosofía y teología. Ante la oposición del padre prior, enconado enemigo de fray Francisco, optó por enviarlo a Sanlúcar de Barrameda. Allí se granjeó una no común estima por su talento y virtud. El padre Tirso González, andando el tiempo prepósito general de la Compañía de Jesús, conoció y admiró al joven dominico, cuando aquél estuvo en Sanlúcar predicando. Fray Francisco era su más entusiasta oyente, Por fin, a finales de 1678, se fue a Guadix; el obispo, fray Diego de Silva y Pacheco, le ordenó de sacerdote el 22 de diciembre. Pocos días después cantó su primera misa en el altar de la Virgen de la Fuensanta, apadrinado por el padre Villalón y don Andrés Fernández de Córdoba, señor de Zuheros.

Retornó a Sanlúcar y empezó a predicar, Santidad y sabiduría brillaban en el joven predicador tanto que el padre Enrique de Guzmán, nombrado regente de la Minerva de Roma y luego vicario general de la Orden, quiso llevárselo consigo. No accedió al honor; era impiedad dejar para siempre a su anciana y bendita madre; era infidelidad a la vocación buscar cátedra en lugar de púlpito. La fama pregonaba maravillas de sus sermones; el prior de San Pablo, que no era ya el que le persiguió con tan malévola constancia, le invitó a predicar en la iglesia del convento; pero los aristócratas maestros en teología amenazaron con quemar el púlpito si ponía en él los pies el hijo de la "vendedora". Pero la gracia acabó por vencer al pecado; la humildad, a la obstinación. El padre Posadas fue destinado al hospicio u hospedería. que en Córdoba tenía el convento de Escalaceli; un ángel lo recibió al llegar, diciéndole: "Esta será tu cruz". Se dedicó a predicar con gran fruto. Una calumnia fue motivo para que le quitasen de allí y lo mandasen reintegrarse al convento de la sierra; falló, por grave enfermedad, un maestro de San Pablo encargado de dar unas misiones cuaresmales en Almadén y Chillón; el padre Posadas lo reemplazó en última instancia, pero con ventaja. Al regresar, el calumniador estaba arrepentido. Y el prior de Escalaceli pidió perdón al padre Posadas y volvió a encomendarle el hospicio, que en adelante será conocido con el nombre de "Hospitalico del padre Posadas".

Y aquí empieza la "vida pública", la vida del profeta en su patria, la vida del milagro y del sacrificio total. La hora de la acción apostólica. El mensaje misionero y espiritual del padre Posadas tiene dos facetas entrelazadas por un fin común: la del predicador y la del escritor.

1. Predicador. Predicaba en las iglesias, en las calles y en las plazas. En plan de misionero infatigable. Cantaba el pueblo con él coplas devotas; recitaban la doctrina cristiana; rezaban en alta voz el rosario. Un crucifijo presidía siempre la procesión. Entraba en las cárceles, en los monasterios. "Poníase sobre una pequeña mesa, donde la piedad del que pasa a vista de la cárcel pone la limosna a los presos, y como no podía sobresalir para dominar a tanto auditorio, sacaron el púlpito de la inmediata iglesia de Nuestra Señora del Socorro"; oíanle muchedumbres; también los maestros en teología, incluso el anciano prior que tanto le persiguió, se había rendido, y no faltaba nunca a sus sermones, mezclándose entre la gente; "aseguraban muchos el lugar desde por la mañana... sin cuidar del alimento del cuerpo"; inquisidores, obispos y cardenales lo escuchaban atónitos lo mismo que las masas enfervorizadas. Treinta años pasó predicando en Córdoba, salvo algunas temporadas breves en que misionaba por la provincia. Realmente, era un caso excepcional, extraordinario. Nadie se acordaba ya de su humilde origen; él, sí; lo repetía con exquisita humildad para acallar los elogios, para ahuyentar la tentación de los honores: prioratos y mitras, ambición de tantos humanos, fueron quedándose a sus pies. Renunciaba a todo lo que no fuese humildad: santidad. Ningún predicador había arrastrado las muchedumbres así desde tiempos de San Vicente Ferrer. Como ejemplo de la eficacia de su predicación, hay uno muy significativo: se empeñó en desterrar las comedias y cerrar el teatro y lo consiguió. Como es lógico, era una tarea difícil. Pero ahí está, después de una lucha de resistencias y tiras y aflojas, el decreto del ayuntamiento de Córdoba que decide suprimir y demoler el teatro público a 11 de octubre de 1694. Córdoba vio y vivió los mejores tiempos de su cristianismo con el padre Posadas.

El 20 de septiembre de 1713 celebró misa muy tempranico; se sentó luego en el confesonario; se despidió de sus confesandos; a las diez treinta se retiró diciendo adiós a todos; a las once treinta le dio un ataque de apoplejía, que muchos confundieron con uno de sus frecuentes raptos; a las siete treinta de la tarde expiró. Tenía sesenta y nueve años; lo trasladaron aquella misma noche al convento de San Pablo; no lo habían querido recibir vivo y lo recibieron —y con grandes honores—muerto. Repicaron todas las campanas de la ciudad; el pueblo acudió en masa a venerarlo y se retrasó dos días el entierro; el Ayuntamiento le costeó una lujosa sepultura en el capítulo, revestida de seda, teniendo que sacar los restos de los dos padres maestros que más le habían perseguido para depositar en su lugar los restos mortales del padre Posadas; sobre su tumba se grabó un epitafio historiado.

Sobre su tumba siguen los cordobeses desgranando súplicas y lágrimas. Y el padre Posadas los escucha con la bondad de siempre. Desde el cielo.

2. Escritor. El padre Posadas, extraordinario representante de la oratoria sagrada española en los últimos tiempos, fue también un gran maestro y escritor espiritual. Su biógrafo, padre Alcalá, se admiraba cómo podía tener tiempo para escribir un hombre que pasaba todo el día predicando, confesando y orando. Pero ahí están sus obras, que revelan un digno continuador de la gran escuela mística del siglo XVI. Cultivó el género biográfico, dejándonos tres biografías: una de Santo Domingo, muy alabada y reeditada; y otra del extremeño padre Cristóbal de Santa Catalina, presbítero y fundador del Hospital de Jesús Nazareno, dirigido espiritual suyo; y una tercera de la madre Leonor María de Cristo, monja dominica de Santa María de los Angeles, de Jaén; cultivó, además, el género didáctico, escribiendo un bello libro contra Molinos, el maestro espiritual condenado; también ensayó el género poético en más de una ocasión, aunque sin insistencia; sólo algunos versos suyos vieron la luz, quedando inéditos otros muchos, como el que empieza:

En las aras de mi amor
peno y gozo a un mismo tiempo...

Pero, sobre todo, escribió muchos tratados espirituales en forma de sermones; cinco tomos de estos escritos publicó su confesor con el título de Obras póstumas.

"Crióle Dios naturalmente retórico." El alcance de este juicio, hecho por quien lo trató tantos años, puede descentrarse si se prescinde de la época en que actúa, de la constante dedicación a la predicación y de las dotes psicofísicas de que estaba adornado. Cuerpo robusto, carácter sanguíneo, incendiado en el amor de Dios y de la Virgen, incendiador de almas. Su estilo literario es barroco, viril, vital; pese a las metáforas —siempre apropiadas, rebuscadas en las fuentes bíblicas las más de las veces, finas a lo Góngora siempre—, su estilo logra un contacto directo con la realidad cotidiana; es plástico, como conviene a un misionero; florido, para rendir tributo al gusto del tiempo; docto, como convenía a un ingenio doblemente feliz: por don de naturaleza y del arte. En el Llanto de las virtudes —sus tratados llevan siempre epígrafes metafóricos: Silbos, Ladridos, Voces, La mano que abre la puerta del cielo, La mejor Rosa de Jericó, Místicas espigas de la mejor Ruth, Las casas del olvido, Horas de un reloj cristiano que despierta al alma del pecador dormido, Caminos para la conversión del alma, Devoto peregrino del cielo, Colirio, El sueño de la culpa, Las tradiciones del Alcorán del mundo, etcétera— finge que encuentra "unas doncellas ricamente vestidas y con honestidad adornadas": "Estaba la una hincada de rodillas, el semblante devoto, y los ojos en el cielo; la otra tenía un compás en la mano, con que parece que medía o ajustaba; otra sustentaba un peso, con que repartía las cosas que pesaba a los circunstantes; otra estaba de pie en una columna, sin ladearse..." A todas les va preguntando por los motivos de su llanto; y ellas responden que son las virtudes y que los motivos del llanto puede preguntárselos al profeta Jeremías... El diálogo, cabalgando en la metáfora, es encantador; los sermones sobre el pozo y la fuente de Samaria rezuman una frescura y un gracejo humanísimos, pero al mismo tiempo revelar ansias espirituales de la mejor ley. Análogos ejemplos nos ofrecen los Silbos o llamadas de Cristo a las ovejas, o la descripción de "las tradiciones" del Alcorán del mundo, donde analiza los principios o decires falsos por los que se rigen los hombres.

Escritor espiritual de talla, amén de predicador infatigable, docto y digno, enamorado de la Virgen, el padre Posadas dejó tras sí una estela de luz y de verdad que no se eclipsan.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

11:31 p.m.

Por: . | Fuente: Vatican.va

Virgen, Fundadora de las
Religiosas Carmelitas del Divino Corazón de Jesús

Martirologio Romano: En Sittard, Paises Bajos, beata María Teresa de San José (Ana Maria) Tauscher, virgen y fundadora de las Hermanas Carmelitas del Divino Corazón de Jesús ( 1938).

Breve Biografía

Nació en Sandow (Brandenburgo, hoy Polonia), el 19 de junio de 1855. Su padre era pastor luterano, y su madre, aunque era luterana, sentía un gran amor por la santísima Virgen, por lo cual, el 24 de julio, cuando su hija fue bautizada, le puso el nombre de Ana María. Administró el bautismo su abuelo paterno, también él pastor luterano.

Su infancia transcurrió de modo feliz y despreocupado, con su madre, a quien amaba tiernamente, y con su padre, que le dedicaba los ratos libres de su ministerio.

En mayo de 1862 su padre fue nombrado superintendente en Arnswalde, a donde se mudó con la familia, que mientras tanto había aumentado con el nacimiento de otras dos niñas: Lisa y Magdalena.

En aquel ambiente tan diverso, Ana María comenzó una vida nueva, ya no en la soledad del campo, sino en el movimiento de una gran casa parroquial, donde su padre y su madre se dedicaban con gran empeño a las diversas actividades pastorales y caritativas. En efecto, su madre, acompañada por ella, reunía a los niños para el catecismo y visitaba a los pobres y a los enfermos. Así se suscitó en Ana María un gran amor al prójimo, especialmente a los más necesitados.

En 1865 su padre fue trasladado a Berlín. Allí Ana María comenzó a sentirse mal, por lo cual tuvo que dejar la escuela, a la que volvió después con mucho esfuerzo. A causa de su delicada salud y con vistas a los estudios, en 1870 sus padres decidieron enviarla, con su hermana Lisa, a un colegio para niñas de los Hermanos Moravos, situado en el campo. Entre ellos había personas muy devotas y en Ana María surgió el deseo de hacerse "monja".

El aire sano la ayudó a restablecerse pronto, y en contacto con la naturaleza su temperamento tímido fue abriéndose más. Sin embargo, se opuso a todo tipo de lisonjas y vanidades, manteniendo su estilo de vida serio, leal y lleno de bondad, siempre dispuesta a intervenir con generosidad ante cualquier necesidad o petición.

Durante la Pascua de 1872 su padre la hizo volver a casa para que recibiera la Confirmación. Fue para ella una gran prueba, porque se sentía cada vez más alejada del luteranismo. En algunas ocasiones, incluso en el colegio para niñas, no había querido decir a qué religión pertenecía, declarando que seguía una suya propia. En discusiones con pastores protestantes que frecuentaban a su familia, se comentó que su manera de razonar era más católica que protestante.

Pasó el verano de 1873 en casa de sus abuelos. En esa circunstancia recibió una propuesta de matrimonio, que rechazó inmediatamente, afrontando con firmeza la ira de su abuelo, al que, por lo demás, amaba mucho.

En 1874 murió su madre, que sólo tenía 45 años de edad, y Ana María, quebrantada por el dolor, tuvo que hacerse cargo de la familia. Cinco años después, su padre volvió a casarse, y la eximió de esa responsabilidad. Así, pudo finalmente realizar el deseo que cultivaba desde hacía mucho tiempo: constituir una asociación de señoritas que se dedicaran a diversas labores manuales, para después venderlas y así ayudar a las misiones.

Para ofrecer a Dios un gran sacrificio, aceptó en Colonia el cargo de directora del manicomio de la ciudad. En medio de las duras pruebas derivadas del contacto con los enfermos mentales, recibió la gracia de Dios de adherirse a la fe católica. Fue acogida oficialmente en la Iglesia católica el 30 de octubre de 1888.

Cada vez sentía más intensamente el deseo de consagrarse completamente a Dios. Después de leer el libro de la autobiografía de santa Teresa de Jesús, se orientó hacia el Carmelo, pero su confesor le dijo que no era ese su camino. Con el tiempo vio claramente que Dios la llamaba a fundar una congregación que, impregnada del espíritu carmelitano de oración y reparación, se dedicara a la asistencia a los niños huérfanos, pobres y abandonados: las Carmelitas del Divino Corazón de Jesús.

En su autobiografía narra los grandes sufrimientos que afrontó al inicio de la Congregación.
Expulsada de la casa paterna, así como de Alemania, donde el cardenal Kopp le negó la autorización de llevar el hábito religioso, anduvo errante de un país a otro, hasta que llegó a Rocca di Papa, cerca de Roma, donde en junio de 1904 el cardenal Satolli le dio permiso de conseguir una vieja casa, que llamó: el Carmelo del Divino Corazón de Jesús. Allí, el 3 de enero de 1906, la madre y sus primeras compañeras emitieron los primeros votos religiosos válidos según el derecho canónico.

Pasada la tribulación, le fue permitido volver a Alemania, donde se habían multiplicado sus obras, llamadas "Casas de San José". En 1912 partió para América para fundar allí el Carmelo del Divino Corazón de Jesús. Mientras se ocupaba de las nuevas fundaciones, estalló en Europa la primera guerra mundial y la casa madre de Rocca di Papa fue expropiada por el Gobierno italiano por ser "propiedad alemana".

Cuando volvió de América, en 1920, tuvo que buscar una nueva casa madre. La encontró en Sittard, Holanda. Allí pasó los últimos años de su vida. A causa de su deteriorada salud ya no podía viajar. Se dedicaba a la formación espiritual de sus religiosas y a la consolidación de la Congregación, elaborando las Constituciones.

Murió santamente el 20 de septiembre de 1938.

Fue beatificada el 13 de mayo de 2006, en Roermond (Países Bajos).

Reproducido con autorización de Vatican.va

 

11:31 p.m.

LVII Papa

Martirologio Romano: En Constantinopla, nacimiento para el cielo de san Agapito I, papa, que trabajó enérgicamente para que los obispos fuesen elegidos libremente por el clero de la ciudad y se respetase la dignidad de la Iglesia. Enviado a Constantinopla por Teodorico, rey de los ostrogodos, ante el emperador Justiniano confesó la fe ortodoxa, ordenó a Menas como obispo de aquella ciudad y descansó en paz (536).

Etimológicamente: Agapito = Aquel que es amable, es de origen griego.

Reinó del 535-536.

Su fecha de nacimiento es incierta; murió el 22 de abril del 536.

Fue hijo de Gordianus, un sacerdote Romano que había sido liquidado durante los disturbios en los días del Papa Symmachus.

Su primer acto oficial fue quemar en presencia de la asamblea del clero, el anatema que Bonifacio II había pronunciado en contra de Dioscurus, su último rival, ordenando fuera preservado en los archivos Romanos.

El confirmó el decreto del concilio sostenido en Cartago, después de la liberación de África, de la yunta de Vándalo, según los convertidos del Arrianismo, fueron declarados inelegibles a las Santas Ordenes y aquellos ya ordenados, fueron admitidos meramente para dar la comunión.

Aceptó una apelación de Contumeliosus, Obispo de Riez, a quien un concilio en Marsella había condenado por inmoralidad, ordenando a San Caesarius de Aries otorgar al acusado un nuevo juicio ante los delegados papales. Mientras tanto, Belisarius, después de la sencilla conquista de Sicilia, se preparaba para una invasión de Italia.

El rey Gótico, Theodehad, como último recurso, mendigó al viejo pontífice proceder a Constantinopla y traer su influencia para lidiar con el Emperador Justiniano.

Para pagar los costos de la embajada, Agapito se vio obligado a prometer las naves sagradas de la Iglesia de Roma.

Se embarcó en pleno invierno con cinco obispos y un séquito imponente. En febrero del 536, apareció en la capital del Este y fue recibido con todos los honores que convienen a la cabeza de la Iglesia Católica.

Como él había previsto sin duda, el objeto aparente de su visita fue condenado al fracaso. Justiniano no podría ser desviado de su resolución para restablecer los derechos del Imperio en Italia. Pero desde el punto de vista eclesiástico, la visita del Papa a Constantinopla marcó un triunfo escasamente menos memorable que las campañas de Belisario.

El entonces ocupante de la Sede Bizantino era un cierto Anthimus, quien sin la autoridad de los cánones había dejado su sede episcopal en Trebizond, para unir el cripto-Monophysites que, en unión con la Emperatriz Teodora, intrigaban para socavar la autoridad del Concilio de Calcedonia.

Contra las protestas del ortodoxo, la Emperatriz finalmente sentó a Anthimus en la silla patriarcal.

No bien hubo llegado el Papa, la mayoría prominente del clero mostró cargos en contra del nuevo patriarca, como un intruso y un herético. Agapito le ordenó hacer una profesión escrita de la fe y volver a su sede abandonada; sobre su negativa, rechazó tener cualquier relación con él.

Esto enfadó al Emperador, que había sido engañado por su esposa en cuanto a la ortodoxia de su favorito, llegando al punto de amenazar al Papa con el destierro. Agapito contestó con el espíritu: "Con anhelo ansioso vengo a mirar hacia el Emperador Cristiano Justiniano. En su lugar encuentro a un Dioclesiano, cuyas amenazas, sin embargo, no me aterrorizan." Este atrevido idioma hizo que Justiniano tomara una pausa; siendo convencido finalmente de que Anthimus era poco sólido en la fe, no hizo ninguna objeción al Papa en ejercitar la plenitud de sus poderes a deponer y suspender al intruso, y, por primera vez en la historia de la Iglesia, consagrar personalmente a su sucesor legalmente elegido, Mennas.

Este memorable ejercicio de la prerrogativa papal no se olvidó pronto por los Orientales, que, junto con los Latinos, lo veneran como un santo.

Para purificarlo de cualquier sospecha de ayudar a la herejía, Justiniano entregó al Papa una confesión escrita de la fe, que el último aceptó con la juiciosa cláusula, "aunque no pudiera admitir en un laico el derecho de enseñar la religión, observaron con placer que el afán del Emperador estaba en perfecto acuerdo con las decisiones de los Padres".

Poco después Agapito cayó enfermo y murió, después de un glorioso reinado de diez meses. Sus restos fueron introducidos en un ataúd y dirigidos a Roma, siendo depositados en San Pedro.

Su memoria se mantiene el 20 de septiembre, el día de su deposición. Los griegos lo conmemoran el 22 abril, día de su muerte.
 

11:31 p.m.

Por: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net

Septiembre 20

Etimológicamente significa “cargado de bellas espigas”. Viene de la lengua griega.

Cuando uno toma conciencia de que está hecho para el Señor, todo lo mira bajo el prisma de su amor.

El joven Eustaquio vivió entre los años 98-117. Sin duda alguna, al estudiar su personalidad, uno cae en la cuenta de que era el general más joven y apreciado en todo el imperio romano.

Pero no sentía feliz. Un día, al ir de caza, logró algo que esperaba desde hacía tiempo: su conversión al cristianismo y la huida de los dioses falsos que presentaba el imperio romano.

Un ciervo, al que se perseguía, se volvió y le dio la cara, vio una cruz en el bosque y eso le bastó para abrazar la vida de los creyentes en Cristo el Señor.

Al mismo tiempo, su mujer Teopista recibió la visita de un ángel y se convirtió también al cristianismo.

Al día siguiente, estaban tan felices que le comunicaron la idea de la conversión a sus dos hijos, y recibieron el bautismo.

Diez días después volvió el ciervo a avisarle a Eustaquio que rezara mucho porque el demonio iba a atacarle duramente.

En una semana todos sus esclavos murieron de peste juntamente con sus ganados.

Los bandidos llegaron e incendiaron su castillo y le robaron todo el dinero. También le atacaron a él y a toda su familia. Visto lo cual se embarcó para Egipto.

Fueron vendidos a un mercader de esclavos. El trabajó como granjero, su mujer como portera de un albergue y sus dos hijos como recaderos de boutique. Al entrar como emperador Trajano, buscó al general Eustaquio. Lo encontraron y ahuyentó a los enemigos de la frontera.

Había que celebrar la victoria. Y con ella el culto a los dioses. No quisieron tomar parte y, sin más , le dieron muerte a toda su familia.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

11:31 p.m.

Por: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net

Mártir
Septiembre 19

Etimológicamente significa “ paloma”. Viene de la lengua latina.

La mano del Señor estaba con los que anunciaban a Cristo y muchos fueron los que creyeron y convirtieron sus corazones al Señor.

Una de las claves de la fuerza cristiana a lo largo y ancho de los siglos ha sido, sin duda, que tras el anuncio de la Palabra de Dios, hay gente que se siente atraída en más o menor fuerza por el impacto de la palabra divina.

Paloma fue una mártir del siglo IX. Se veneraba en Córdoba esta gran figura del cristianismo durante la persecución árabe.

Córdoba era la capital del reino que llegó a todo su esplendor en el campo cultural durante toda aquella época.

El cristianismo florecía cada día más en los tiempos de paz.

Paloma era una joven de esta ciudad califal. Dicen que era de una gran belleza.

Ya había rechazado a varios pretendientes. Esto le disgustó mucho a su madre.

Al morir ésta, Paloma se fue a un monasterio de la Sierra, con el nombre de Isabelita.

Se contaba que era capaz de estar rezando horas y horas en silencio y sin cansarse. Muchas veces lloraba dulcemente durante la oración.

Lloraba por sus hermanos en la fe, y a los que estaban persiguiendo los musulmanes.

A causa de estas persecuciones, las monjas tenían que abandonar sus conventos y monasterios para bajarse a la ciudad, en la cual era más fácil pasar desapercibidos.

En Córdoba, Paloma oía los cánticos de la iglesia, ya que estaba cerca de una de ellas.

La descubrieron y, llevada al juicio, la condenaron a muerte. Le acompañó en el martirio la joven Pomposa.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

11:31 p.m.

Por: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net

Mártir
Septiembre 20

Etimológicamente significa “piadosa”. Viene de la lengua griega.

Pablo escribe: “Del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celestial”.

Hoy te encuentras con otra mártir del mismo siglo noveno.

El nombre griego de Eusebio aparece frecuentemente en los calendarios y suena al glorioso mártir Eusebio de Vercelli, de donde fue obispo.

Es muy poco frecuente la forma femenina. Es, sin embargo, muy conocida esta santa en la Francia meridional y, más concretamente, en la gran ciudad de Marsella.

La vida espiritual y cristiana se alimentaba , en parte, por la irradiación de santidad que salía del monasterio en el que ella ejercía el cargo de abadesa.

Los Sarracenos, por ese tiempo, - lo vimos ayer en Córdoba con santa Paloma – hacían verdaderos estragos en la población cristiana.

Más que combatir los fundamentos de la fe, lo que buscaban, era el robo y el pillaje por donde pasaban sus piratas y terroristas.

Muchas veces, como ocurrió hace pocos años en el Congo entre el presidente y una monja a la que quería violar – intentaban eso, poseer sexualmente a las monjas.

Ellas luchaban, más por defender su virtud de la castidad, que por las cuatro cosas que podían robarles.

Es curioso a donde llega la imaginación: se cortaron la nariz para evitar males mayores.

Gracias a esto, los sarracenos huían de ellas y no atacaban su virtud. Sin embargo, en el caso de Eusebia, antes de abandonar el monasterio, le dieron muerte. De esta forma logró santa Eusebia que sus hermanas salvaran su virtud. En Marsella se les conoce con el nombre de “las monjas con la nariz en la mano”.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!


1:10 a.m.

En la Parroquia está comenzando la Misa. Mi corazón sabe que escuchas mis súplicas, más, mi impaciencia se adelanta siempre y pregunta más de lo que escuchar.

La Lectura de la Palabra trae a mi corazón tu respuesta, María, a través de la experiencia vivida por una simple mujer, tan sencilla e ignorada que su nombre no quedó en el corazón de los testigos. La Iglesia la llamará “la hemorroísa”

Escucho que el sacerdote lee: “Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor”

Y antes de que las preguntas broten en el alma, me invitas, María a la orilla del lago. Jesús desciende de la barca.

Uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, suplica al Maestro por su hijita. Jesús va con él. La multitud le rodea y lo aprieta por todos lados.

Caminamos entre la gente. Te escucho, Madre.

- Aunque veas muchos, no te inquietes. Para Jesús son “cada uno”…

A nuestro lado camina la hemorroísa. Una pobre mujer enferma y casi sin esperanza… Aún en medio de su dolor piensa “Con sólo tocar su manto quedaré curada”

- Mira tu propio corazón, hija mía- dices, mostrándome caminos.

Busco en mi interior y siento que mi corazón sangra tanto como el cuerpo de la enferma…

El viento de la tarde tiene compasión de mí y agita el manto del Maestro…

Y eso es lo que me presentas, María.

Un manto agitado por el viento. Unos flecos que rozan mis dedos suplicantes…

No me atrevo a aprisionar los flecos por temor a romper la tela.

- No temas, hija mía- siempre a mi lado, Madre, siempre atenta- yo lo he tejido, sé lo que alberga y lo que significa.

Estirar la mano y tomar los flecos es un paso que debe dar mi alma. Un paso de confianza serena y paciente espera.

Igual que la pobre mujer, yo también he gastado todo lo que tenía buscando curaciones fáciles. Y lo que tenía eran la gracia y la paz de Cristo. Mis bienes eran mis dones y los malgasté. Al igual que la pobre mujer, cada vez estaba peor…

Si el camino no me lleva a Jesús, Madrecita, es malgasto del alma.

Un manto y unos flecos. Pequeños milagros en espera. Estiro una mano, sólo una, pues la otra toma fuertemente la tuya, María

Y el alma respira el milagro y el Maestro torna su mirada y pregunta “¿Quién tocó mi manto?”

La pregunta no es comprendida por los demás, únicamente por quien ha recibido el milagro…

Y Jesús busca mis ojos. Y siento necesidad de arrojarme a sus pies ¿Cómo? ¿Dónde? Y te pregunto, Madre, y me respondes serenamente:

- La mujer, de rodillas, le confesó su verdad. Piensa, hija ¿Dónde está mi Hijo en espera de que le confieses la tuya?

Y mi alma ansía entonces el Sacramento de la Penitencia. El milagro se ha completado.

Terminada la Misa busco al sacerdote pidiéndole el Santo Sacramento.

Necesito escuchar, de Jesús, las mismas palabras que oyera aquella pobre mujer:”Vete en paz, quedas curada”

Con el alma serena miro a mi alrededor, buscando a mis amigas. Todas se han ido ya. La parroquia queda en silencio.

Y me viene el recuerdo de esa pobre mujer que mientras Jesús “todavía estaba hablando llegaron unas personas de la casa del Jefe de la Sinagoga ”

Todos partieron tras Jesús y la pobre se quedó sola… Necesitaba hablar con alguien, pero había quedado sola. Mi corazón te ve acercarte a ella, María, acercarte y escucharla. Ella te cuenta su historia, sus penas, hasta sus pensamientos, esos pensamientos que luego contarás a los discípulos.

Cuando quedamos solos, María, Tu estás allí, siempre… gracias… gracias… gracias…

Amigo, amiga que has compartido conmigo este momento. El manto de Jesús, tejido por María, tiene unos flecos que esperan el roce de tus dedos. No temas, confía. Jesús tiene para ti Palabras de vida eterna….

NOTA de la autora

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.

Preguntas o comentarios al autor  María Susana Ratero

1:10 a.m.

En el Japón hay de piedras cercano a un templo en la ciudad de Kyoto. Según la tradición, allí hay quince piedras de distintos tamaños, que simbolizan los problemas básicos de la humanidad. Cada visitante elige cuales son. Lo curioso es que las piedras están ordenadas de tal modo que no se pueden ver todas al mismo tiempo.

"Es imposible ver todas las piedras al mismo tiempo", es imposible abarcar todas las dificultades que surgen a lo largo de la vida. Todos los problemas básicos de la humanidad los podemos englobar bajo la palabra cruz.

La cruz no ha sido un invento del cristianismo; es un hecho de nuestra condición humana. Por el simple hecho de ser vivientes, nos acompaña a cualquier edad, en los trabajos, en la convivencia. Otras, son producto del pecado: droga, dinero, juego, placer, envidia, poder, fama...

La cruz en sí misma no tiene ningún valor, inclusive es negativa y destructora. Ella nos habla del poder del mal. Este es fuerte y aparece persistente en forma de violencia, injusticia, materialismo y miseria. Muchos sufren todo este tipo de cruces y quisieran acabar con el mal para transformar la historia y lo único que pueden percibir es una total impotencia ante los tentáculos del mal organizado.

Además de las cruces que nos vienen por nuestra condición humana y por el pecado, hay otras que son consecuencia del ser cristiano. La cruz cristiana es el precio que hay que pagar por la conversión de renuncia a vivir "según la carne" (Mt 18,8).La fidelidad al reino de Dios conlleva la cruz de Cristo.

La Iglesia y el cristiano deben caminar por el mismo camino que Cristo, es decir, por el camino del servicio y del amor. "Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino...; así también la Iglesia, aunque necesita de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituída para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y abnegación, también con su ejemplo" (LG 8).

La cruz cristiana encierra una fuerza redentora. Para Juan de la Cruz no es sencillamente sufrimiento, sino gloria de Dios anticipada. En ella triunfa Jesús y desde entonces se ha convertido en signo de salvación. Todo aquel que la mira con ojos de fe y ve en ella a Jesús, podrán tener la misma actitud de los apóstoles en las horas de prueba:"Ellos se fueron contentos de la presencia del Consejo, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús"(Hch5, 41).

La cruz que debemos cargar es la que brota del amor. Tenemos que ser, pues, cirineos para poder aliviar los sufrimientos y cargas de los otros.

 

Comentarios al autor Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

 

 

 

1:10 a.m.

Las puertas están cerradas.... es porque hace frío. Hago el intento de que se abran y una de las hojas cede y en silencio me invita a entrar...

Hoy es jueves pero en la Capilla no hay nadie, pero TÚ si estás. Tu siempre estás.

Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo... si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó perdiéndose en el ir y venir de la gente... entre mucha gente, entre mucho tráfico, pero con mi soledad y el peso de mi cruz.

Y ahora que estoy frente a Ti... no es fácil....no siento nada. Una frialdad que me llena de incertidumbre porque mi corazón se ha endurecido, porque no valgo nada y tu no me puedes amar porque estoy muy lejos de Ti y nada puedo ofrecerte. Todo un abismo.... entre tú y yo, Señor. Mis pensamientos se diluyen y mi corazón está helado, tanto o más como la tarde que está afuera... ¿qué me pasa? ¿para qué vine?... no sé qué decirte y sin embargo se que estás ahí...que te quedaste por mi y porque sabías que HOY no iba a pasar de largo....¿no será demasiada presunción?.

Tengo el alma enferma, no soy persona buena...¡te olvido y ofendo tantas veces, Señor!

Dime, ¿qué tenía Mateo? que le dijiste: ¡Sígueme!- y él dejándolo todo, se levantó y te siguió. Sigo recordando este pasaje de tu vida "cuando habitaste entre nosotros" y Mateo te ofreció un gran banquete y fuiste. Allí estaban los fariseos y los escribas y te criticaban diciendo: ¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?. Y tú, Jesús, les respondiste: No son los sanos lo que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Lc 5,27-32

Tu hablabas de mi, tu pensabas en mi, en los que te olvidamos, en los que tú querías y quieres curar como el médico a los enfermos y dijiste: no vengo por los justos sino por los pecadores, para que se conviertan ¡Qué gran amor el tuyo, Jesús!.

Yo, que hace un momento no sabía cómo orar, no sabía que decirte, ahora siento la humedad del llanto en los ojos y con tus palabras has hecho latir fuerte mi corazón, antes como dormido, al reclamo de tu voz que me dice:

Yo estoy aquí para curar tus males, esos males que te avasallan y te aniquilan, para darte la paz de mi amor, para decirte que vine por ti y por todos los que se sienten hoy como tú. Mira, un día estuve muriendo en una cruz y fue por ti y por ti me quedé con los brazos abiertos para esperarte diciéndole al Padre: ¡perdónalos porque no saben lo que hacen.

Sí, Señor, tu eres mi Dios y entregaste tu vida para que por tu muerte tenga un día un lugar en el Cielo y sé lo que valgo para ti, que hasta la vida diste por mí. ¡ Qué bueno que entré, Señor, para hacerte compañía buscando tu ayuda, tu perdón y consuelo!.

¡ Qué bueno que HOY no pasé de largo !

Preguntas o comentarios al autor  Ma. Esther de Ariño

 

 

 

1:10 a.m.

Yo no sé si encontraremos unas palabras sobre Jesucristo tan grandiosas, y tan sencillas a un tiempo, como las que trae el Catecismo de la Iglesia Católica tomándolas del Concilio, cuando nos dice:

El Hijo de Dios trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado.

Todo esto lo sabemos desde siempre y lo confesamos continuamente en el Credo, cuando decimos que el Hijo de Dios se hizo hombre. Es la verdad fundamental de nuestra fe.

Pero, ¿nos hemos puesto a pensar en lo que significa que Dios se haya hecho hombre? Pues significa esto precisamente: que el Hijo de Dios, una de las Tres Personas de la Santísima Trinidad, al hacerse hombre, y quedando Dios verdadero, ahora va a ser uno igual que nosotros.

Nos va a conocer como conocemos nosotros.
Nos va a querer como queremos nosotros.
Nos va a amar como amamos nosotros.
Va a trabajar con manos encallecidas como trabajamos nosotros.

Dios va a hacer todo lo nuestro con manos nuestras, va a entender con cerebro nuestro, va a amar con corazón nuestro...

Si este Dios no se gana nuestra voluntad, nuestro cariño, nuestro amor, nuestra adhesión, y si lo dejamos de lado no haciéndole caso ninguno, entonces Dios ha fracaso del todo con nosotros; pero también nosotros habremos fracasado del todo en la vida, y nos perderíamos sin excusa alguna. Porque Dios no ha podido hacer por nosotros más de lo que ha hecho.

Un científico alemán protestante, aunque lo llamaríamos mejor un descreído, profesor en la universidad, lanza en una reunión de gente sabia esta atrevida pregunta:
-¿Que Dios existe? No lo creo, porque, de existir, se cuidaría un poco más de los hombres.

Un caballero católico acepta el desafío y le contesta:
-Falso, señor profesor. Es usted quien no se ocupa de Dios, ya que Dios se ha preocupado bien de usted. Porque, para salvar a los hombres, el mismo Dios se ha hecho hombre.
El profesor reconoce su atrevimiento y empieza a pensar. No mucho después abrazaba el catolicismo.

Tener con nosotros a Dios hecho hombre, es la condescendencia suma a que Dios ha podido llegar. El Hombre Jesús nos descubre a Dios tal como es Dios con nosotros, porque es Dios quien actúa en Jesús para decirnos cómo Dios nos ama, cómo quiere que seamos, cómo quiere que actuemos en la vida, cómo vamos a ser después para siempre.

Dios ha hecho todas las cosas y en ellas ha dejado la huella de su propio ser, sobre todo de su amor. Por eso la creación entera es una revelación manifiesta de Dios. Dentro de la creación, el hombre es la criatura más excelsa, pues ha sido hecho como varón y como mujer a imagen y semejanza de Dios. Pero en Jesús, Dios ha manifestado toda su gloria en la máxima expresión. El Dios hecho Hombre ha revelado al hombre todo lo que Dios es, lo que ama, lo que promete y lo que va a ser para el hombre glorificado.
Si examinamos esas cuatro palabras clave del párrafo del Concilio y del Catecismo, descubrimos en ellas todo el abismo de la bondad de Dios.

¿Que Dios, en Jesús, trabaja con manos de hombre?... Entonces nosotros amamos nuestra fatiga, nuestro esfuerzo, nuestro deber diario. Si Dios ha hecho lo que hago yo, ¿por qué no voy a hacer yo lo que ha hecho Dios?...

¿Que Dios, en Jesús, piensa con inteligencia de hombre?... Entonces, ¿no veo cómo mis pensamientos pueden ser un cielo límpio, bello, que refleje toda la hermosura del alma preciosa de Jesús?

¿Que Dios, en Jesús, quiso y se determinó con voluntad de hombre?... Entonces, ¿cómo debo yo abrazarme con todo el querer de Dios, si Dios mismo me enseña a hacerlo como Él?
¿Que Dios, en Jesús, amó y ama con corazón de hombre?... Entonces, ¿no veo cómo el amor mío es un amor como el del mismo Dios?...

El hecho de la Encarnación del Hijo de Dios no ha podido ser invento nuestro. No hay hombre que pueda imaginarse algo semejante. Lo sabemos por revelación de Dios, y no es extraño que esta verdad cristiana tan fundamental haya sido objeto, desde la antigüedad hasta hoy, de discusiones acaloradas. Antiguamente se decían algunos herejes:
- ¿Dios unido a la materia? ¡Imposible!...
Hoy se han dicho algunos:
- ¿El hombre necesita a Dios? ¡No nos hace falta!...

Pero la verdad cristiana se mantiene firme: Dios, en Jesús, se hace hombre; y el hombre, en Jesús, llega a ser Dios.

Dios no ha podido descender más abajo, y el hombre no ha podido subir más arriba.

Todo ha sido obra del amor de Dios para ganarse el amor del hombre y darle la salvación. ¿Cabe ahora en el hombre negar a Dios el amor y no aceptar la salvación que Dios le ofrece?... Algunos, harán lo que quieran. Otros, nos apegamos a ese Dios, que, en Jesús, lo es todo para nosotros...
 

Preguntas o comentarios al autor  P. Pedro García Cmf

 

 

 

1:10 a.m.

Por: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net

La voluntad de Dios significó dolor, renuncia, humillación, obediencia, silencio, ocultamiento, insultos, desprecio, hasta el momento culminante de la cruz, cuando se consumó también para Ella su pasión junto a su Hijo amado. María no tuvo nunca voluntad propia, pues su vida, su ilusión, su gozo, su paz fue siempre lo que Dios le fue descubriendo como fruto de aquel sí generoso de la anunciación.

María junto a la cruz muestra más claramente el papel que juega María en la misión de su Hijo. Vimos antes que María, en su piedad, nunca fue una persona que se aislaba de su pueblo: al orar ella lo hacía como una hija de Israel. Ahora es miembro del nuevo "Israel" que es la Iglesia o nuevo pueblo de Dios fundado por su Hijo.

¿Cuál va a ser la función de María en este nuevo pueblo de Dios? Tenemos la gran ventaja de tener a nuestras espaldas más de 2000 años de reflexión teológica sobre esto. La Tradición de la Iglesia responde espontáneamente que es ser "Madre". La Iglesia tiene una Madre, pero ¿por qué era necesario que la Iglesia tuviera una Madre?

Con la ausencia visible de Jesús a través de su muerte, los discípulos iban a quedarse huérfanos. Para suplir esa orfandad forzada por la muerte de Jesús, Él mismo los encomendó a su Madre. Lo que cada uno tiene que hacer con María es "recibirla en su casa" al estilo de San Juan Evangelista.

Este recibir a María "en su casa" es sólo una imagen para indicar una realidad más profunda: hay que tener a María como Madre, como intercesora, como ejemplo... Esto es todo lo que viene a nuestra mente al pensar en la analogía de "Madre".

No podemos pasar por alto el hecho mismo de que María estaba junto a su cruz, acompañando a su Hijo. Aquí nos muestra una faceta que ya conocemos bastante bien de su personalidad: su gran fortaleza de espíritu. El hombre delante del sufrimiento se dobla fácilmente. No aguanta ver el sufrimiento, especialmente de sus seres queridos. Es común que la mujer se afecte ante escenas sangrientas y ciertamente es bien comprensible, tomando en cuenta la gran finura de alma de la mujer.

La imagen que nos da el Evangelio de María junto a la cruz ciertamente no es de una mujer histérica, maldiciendo a los verdugos y torturadores de su Hijo. Tiene dominio de sí misma, tratando de comprender el por qué su Hijo se dejaba tratar así. Es como si la madre de un soldado contemplara a su hijo dejándose torturar por personas muy inferiores a él en fuerza física, sin hacer nada por defenderse. María sabía que Él podía liberarse como supo que podía cambiar el agua en vino en Caná.

La fortaleza de María puede decir mucho al hombre moderno tan acostumbrado a lo fácil y lo muelle. El hombre trata de erradicar la cruz de su vida. No sólo desaparece de las paredes de las casas y de las escuelas, sino especialmente de los corazones de los hombres. Parece ser que para muchos es un símbolo de poco progreso, reminiscencias de la edad media, de tiempos superados... Sin embargo, la Virgen junto a la cruz nos da otro mensaje: la cruz todavía vale, es absolutamente necesaria para ser feliz.

 

 

1:10 a.m.

Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net

Había oído la expresión hablar con los ojos, pero nunca había visto escuchar con los ojos, si se puede decir así. Y es cierto; lo vi en una misa, en directo, en la catedral de san Agustín.

El P. Rene Robert hablaba a los sordomudos en su lenguaje. Cuando él callaba, Maureen Ann Longo traducía a los presentes. Johnny Mayoral, que hacía de monaguillo, tenía una traductora para él sólo. Al presenciar esta maravilla de comunicación pensé que Dios habla a cada uno acomodándose a nuestro lenguaje.

El Señor se complace en aquellos que escuchan su palabra y los colma de bendiciones (Gn 22,17), da vida al alma (Is 55,1-3) y establece su morada en medio de su pueblo (Lv 26,12). Escuchar a Dios es la fuente de la felicidad y de la vida. Hemos de escuchar a Dios en el momento presente y llevar lo que se escucha a la vida.

Dios nos escucha en silencio y propone el mismo método para escucharle. "Dios es la Palabra y, al mismo tiempo, el gran Oyente, que acoge nuestras palabras dispersas, despeinadas, inquietas, y les va restituyendo su profundidad. Quien se ha ejercitado en oír y escuchar el Silencio es capaz de entender lo que no es dicho", dice Melloni.

Dios habla, se revela, pero hace falta que alguien recoja su palabra lanzada. Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. La fe nace de la escucha.

El Señor constantemente suplica a su pueblo que le escuche: "Escucha, Israel" (Dt 6,4). "Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios" (Jr 7,23). "Éste es mi hijo muy amado... Escuchadlo" (Mc 9,7). La escucha es la condición primera y fundamental para el amor de Dios, y es este amor a Dios el mejor fruto que se puede conseguir. Todo el afán de la Sabiduría será llevar al creyente a la escucha.

Escuchar supone abandonarse en fe, esperanza y amor, tener la misma actitud de Abraham, Samuel y María. La escucha requiere confianza en los interlocutores.

Quien es de Dios escucha a Dios (Jn 8,47) y ha de escuchar al pobre, al huérfano y al necesitado (St 5,4). Escuchar la voz del Señor es no endurecer el corazón (Hb 3,7). Quien escucha al Señor encontrará vida en su alma (Is 55,2-3). Todo el que es de Dios escucha sus palabras (Jn 8,47) y las pone en práctica (Mt 7,26). Todo el que pertenece a la verdad escucha su voz (Jn 18,37).

Dios me habla hoy, a mí, en este mismo momento. Él quiere dialogar conmigo. Me ofrece su vida y su amistad.

Quien quiera tener vida deberá alimentarse de todo lo que sale de la boca de Dios, tendrá que escucharlo "hoy" y grabarlo en el corazón.

Preguntas o comentarios al autor

  • P. Eusebio Gómez Navarro