01/06/20

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Martirologio Romano: En la ciudad de Cenomanum (hoy Le Mans), en el reino de los francos, san Alderico (Aldric), obispo, que se esforzó en promover el culto a Dios y a los santos (856).

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

El Santo nació de una noble familia, de ascendencia en parte sajona y en parte bávara, hacia el año 800. A los doce años su padre le envió a la corte de Carlomagno, donde formó parte de la servidumbre de Luis el Piadoso y se ganó la estima de todos. Hacia el año 821 pasó de Aquisgrán a Metz, para ingresar en la escuela episcopal y recibió la tonsura clerical. Después de su ordenación, el emperador Luis le llamó de nuevo a la corte y le nombró capellán y confesor suyo. El año 832, san Alderico fue elegido obispo de Le Mans. Empleó toda su fortuna y sus fuerzas en socorrer a los pobres, mejorar los servicios públicos, construir iglesias y monasterios y promover la religión. Su fidelidad a Luis el Piadoso y a Carlos el Calvo permaneció inalterable durante las guerras civiles que dividieron el Imperio. Una facción le expulsó de su sede durante casi un año, por haber declarado a los monjes de Saint-Calais que estaban sujetos a su jurisdicción. Tal pretensión del santo obispo no estaba en realidad justificada, pues se apoyaba en documentos falsificados, aunque no nos consta que el prelado haya sido personalmente responsable de tal falsificación.

Han llegado hasta nosotros algunos fragmentos del reglamento que san Alderico redactó para su catedral. En él ordena que se enciendan diez cirios y noventa lámparas en todas las grandes fiestas. También nos son conocidos tres testamentos del santo prelado. El último de ellos es un edificante testimonio de su piedad. En los dos primeros cede tierras y posesiones a muchas iglesias de su diócesis, y da prudentes consejos y reglas para mantener el orden y el espíritu de caridad. Alderico quedó paralítico dos años antes de su muerte. Confinado al lecho, redobló su fervor y su asiduidad a la oración. Murió el 7 de enero del año 856, y fue sepultado en la iglesia de San Vicente, de la que había sido un gran bienhechor.

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Por: . | Fuente: misa_tridentina.t35.com

Mártir Laico

Martirologio Romano: En Melitene, ciudad de Armenia, san Polieucto (Polyeuktos), mártir, que, siendo soldado, a raíz del decreto del emperador Decio que obligaba a sacrificar a los dioses, rompió los ídolos, por lo cual fue cruelmente martirizado hasta ser degollado, recibiendo así el bautismo con su propia sangre (c. 250).

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.

La ciudad de Melitene en Armenia [hoy Turquía], que era una ciudad militar romana, es ilustre por el gran número de sus mártires. Entre ellos, el mártir de mayor alcurnia fue Polieucto, un oficial romano de padres griegos. Siendo aún pagano, se hizo amigo de un celoso cristiano llamado Neraco, quien, cuando llegaron a Armenia noticias de la persecución contra los cristianos, se preparó para entregar su vida por la fe. Su única pena era que Polieucto todavía fuese gentil, pero tuvo la alegría de atraerlo a la verdad y de inspirarle un ardiente deseo de morir por la religión cristiana. Polieucto abiertamente se declaró cristiano, y pronto fue aprehendido y condenado a crueles tormentos. Cuando los verdugos se cansaron de atormentarlo, comenzaron a tratar de persuadirlo para que renunciase a Cristo. Las lágrimas y súplicas de su esposa Paulina, de sus hijos y de su suegro hubieran sido suficientes para hacer flaquear a un hombre menos resuelto. Polieucto, sin embargo, fortalecido por Dios se mantuvo más firme en la fe y recibió con alegría la sentencia de muerte. De camino a la ejecución, exhortó a los circunstantes a que renunciaran a sus ídolos y habló con tanto fervor, que muchos se convirtieron. Fue decapitado durante la persecución de Decio o Valeriano.

Tenemos pruebas convincentes del martirio de San Polieucto en Melitene: se sabe de una iglesia que le fue dedicada antes de 377. Su nombre aparece el 7 de enero, en el martirologio siríaco del siglo cuarto, como el de un mártir muerto en Melitene. El mismo asiento se encuentra en el Hieronymianum.

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Por: . | Fuente: Franciscanos.org

Obispo

Martirologio Romano: En Palermo, ciudad de Sicilia, tránsito del beato Mateo Guimerá, obispo de Agrigento, de la Orden de los Hermanos Menores, propagador devoto del Santísimo Nombre de Jesús (1451)

Fecha de beatificación: La confirmación oficial de su culto inmemorial o beatificación equivalente, con aprobación del culto, misa y oficio del Beato, la concedió el papa Clemente XIII el 22 de febrero de 1767.

Mateo, a quien se le han dado muchos y variados apelativos, nació el año 1376 ó 1377 en Girgenti, hoy Agrigento, en el reino de Sicilia, que entonces pertenecía a la corona de Aragón; más tarde, en su vida de apostolado, gozaría Mateo de la amistad, admiración y protección de sus reyes, D. Alfonso V el Magnánimo y su esposa Dña. María de Castilla.

Sus padres eran, según algunos autores, oriundos de Valencia (España), y ciertamente le dieron una buena educación cristiana. Muy joven, en 1391-92, vistió el hábito de los franciscanos Conventuales en el convento de San Francisco de Agrigento, donde hizo la profesión religiosa en 1394. Prendados de sus cualidades espirituales e intelectuales, los superiores lo enviaron a estudiar al famoso centro de estudios que la Orden tenía en Bolonia. Luego lo mandaron para completar sus estudios a Barcelona, donde los Conventuales tenían otro centro de estudios importante; allí consiguió probablemente el título de maestro, y recibió la ordenación sacerdotal en 1400. Aquel mismo año empezó el apostolado de la predicación en Tarragona y en otras poblaciones.

En los años 1405-1416, lo encontramos en Padua, en el convento de San Antonio de los Conventuales, como maestro de novicios o de recién profesos, lo que, una vez más, muestra el aprecio en que le tenían los superiores. Después volvió a España, donde permaneció hasta finales de 1417; así lo dice una carta del rey Alfonso el Magnánimo, de fecha 28 de noviembre de 1417, que explica además la razón por la que Mateo regresaba tan pronto a Italia: su deseo de encontrarse con san Bernardino de Siena, de conocer el movimiento de la Observancia y de incorporarse al mismo.

El movimiento franciscano de la Observancia, que trataba de llevar a la Orden de Hermanos Menores a una más fiel y estricta observancia de la Regla de San Francisco, sin dispensas ni atenuaciones, surgió en el siglo XIV y se fue organizando y difundiendo en el siglo siguiente, bajo la guía e impulso de san Bernardino de Siena, que tuvo como principales colaboradores a san Juan de Capistrano, Alberto de Sarteano, san Jaime de la Marca y el beato Mateo de Agrigento. Éste se encontró con san Bernardino en 1418, tal vez en el Capítulo general de Mantua, y, con los debidos permisos, se pasó en seguida a los Observantes. Hay que tener en cuenta que la Orden de Hermanos Menores, fundada por san Francisco de Asís, fue una sola Orden hasta que, en 1517, León X la dividió jurídicamente en dos: Conventuales y Observantes; con anterioridad, ya existían en su seno esas diversas tendencias, ramas o grupos, pero seguían siendo una misma familia religiosa.

El encuentro y la amistad con san Bernardino marcaron profundamente la vida del beato Mateo. El gran santo lo tomó como compañero al descubrir en él afanes y sentimientos muy similares a los suyos. Y junto a él en muchas ocasiones y a veces, por indicación suya, en otros lugares predicó Mateo sin descanso; su vida austera y llena de espiritualidad acreditaba por todas partes sus sermones. También se cuentan milagros que Dios obró por medio de su siervo. Al mismo tiempo, se había hecho paladín del Nombre de Jesús, como San Bernardino, pero quería que al de Jesús fuera unido el de María, la Madre del Señor. Y por ello, a muchos de los conventos que fundó en Italia y en España les puso el nombre de Santa María de Jesús.

En época reciente se han encontrado, y los comenzó a editar el P. Agustín Amore en 1960, casi un centenar de sermones del beato Mateo, escritos en lengua vulgar o en latín y que suelen comentar un texto bíblico. En ellos se pone de manifiesto la sólida formación teológica de su autor, la lógica con que argumentaba y el celo apostólico y hasta los sentimientos íntimos que embargaban su espíritu.

A la vez que a la predicación, se dedicó con ardor a la expansión y organización de la Observancia, lo que le valió la estima del rey Alfonso V y la confianza del papa Eugenio IV que le encomendó delicadas misiones para la renovación de los religiosos y del clero, particularmente en Sicilia. En 1425 el papa Martín V concedió al beato Mateo la facultad de fundar conventos de la Observancia, y fueron numerosos los que fundó o reformó tanto en Italia como en España, a la mayoría de los cuales, como queda dicho, aunque no a todos, dio el nombre de Santa María de Jesús: Mesina, Palermo, Agrigento, Siracusa, Barcelona, Valencia, etc. Además ejerció cargos de gobierno en Sicilia: fue Vicario provincial de 1425 a 1430, y Comisario general de la Provincia de Sicilia de 1432 a 1440.

El beato Mateo pasó en España al menos cuatro temporadas, dos cuando estaba con los Conventuales y otras dos estando con los Observantes. A las dos primeras ya nos hemos referido. La tercera tuvo lugar en 1427-28, cuando por invitación de los soberanos aragoneses estuvo predicando en Valencia, Barcelona, Vich y otras ciudades. De nuevo, la primera mitad del año 1430, por invitación insistente de la reina Dña. María, esposa del rey Alfonso V, el Beato la pasó por tierras de Valencia y Barcelona predicando y, como ya había hecho antes, cumpliendo misiones reales de pacificación y de beneficencia, difundiendo la devoción al Santísimo Nombre de Jesús, impulsando la implantación de la Observancia y fundando o reformando conventos.

Dedicado de lleno a un apostolado intenso y fecundo se hallaba el beato Mateo, cuando su diócesis natal lo eligió y reclamó como obispo; él se resistió cuanto pudo a lo que consideraba una dignidad y puesto para el que no estaba preparado. Pero el rey Alfonso insistió ante el papa Eugenio IV, quien lo nombró obispo de Agrigento el 17 de septiembre de 1442. El 30 de junio de 1443 recibió la consagración episcopal y, por obediencia, hubo de tomar el báculo pastoral de la diócesis.

No era un secreto para nadie qué tipo de obispo iba a ser fray Mateo: un obispo reformador, un hombre celoso de la disciplina eclesiástica, impulsor de la renovación, con criterio y actitudes evangélicas, así en el clero como en el pueblo confiado a su cuidado. Ello le enfrentó con quienes se negaban a cualquier reforma que supusiera pérdida de posiciones poco edificantes o de intereses bastardos, y ante la firmeza de Mateo no dudaron en acudir con calumnias a la Santa Sede, que lo llamó y le pidió explicaciones de su conducta. En efecto, por su generosidad hacia los pobres fue acusado por los clérigos que le eran contrarios, de dilapidar los bienes de la Iglesia; lo cierto es que había renunciado a todos sus ingresos en favor de los pobres, reservándose lo estrictamente necesario para sí mismo y para sus más inmediatos colaboradores. Además, lo acusaron falsamente de relaciones ilícitas con una mujer. En el proceso, que se desarrolló en la corte pontificia, se demostró la total inocencia del Beato, por lo que el Papa lo absolvió de todas las acusaciones, le confirmó su confianza y lo devolvió a su sede episcopal.

El beato Mateo se sintió confortado por el esclarecimiento de la verdad y por la bendición que mereció del Papa su conducta y forma de proceder, y continuó en su misma labor reformadora. Pero sus adversarios no se aquietaron y muy pronto le crearon nuevos problemas y conflictos. El santo obispo llegó a pensar que las dificultades se debían a su incapacidad para el episcopado, y rogó y suplicó a la Santa Sede, después de madura reflexión e incluso de consultar el caso con san Bernardino de Siena, que le aceptara la renuncia a su cargo, y tanto insistió que al fin le fue aceptada. Había permanecido tres escasos años al frente de su diócesis. Entonces, con la mayor humildad, se reintegró a su comunidad religiosa en Palermo, en la que vivió como un fraile más, sin admitir que se le dieran honores o privilegios. Y allí falleció santamente el 7 de enero de 1450. El pueblo cristiano lo tuvo por santo desde entonces y su culto continuó a lo largo de los siglos. En 1759 se inició el proceso diocesano de beatificación.

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SAN RAIMUNDO DE PEÑAFORT

PRESBÍTERO





San Raimundo de Peñafort, presbítero de la Orden de Predicadores, eximio maestro en derecho canónico, que escribió de modo muy acertado sobre el sacramento de la penitencia. Elegido maestro general de la Orden, preparó la redacción de las nuevas Constituciones y, llegado a edad muy avanzada, se durmió en el Señor en la ciudad de Barcelona, en España.


Nació hacia el año 1175, en Peñafort, cerca de Barcelona, España. Pronto demuestra tener una extraordinaria inteligencia, y a los 20 años es profesor de filosofía en Barcelona. Hacia los 30 años, fue a la prestigiosa Universidad de Bolognia, Italia para perfeccionar su derecho civil y canónico. Allí se doctoró y fue profesor. En 1219, fue nombrado archidiácono de la diócesis de Barcelona. Se destacó por su amor a los pobres.

En 1222, a los 40 años de edad, ingresó en la Orden de Predicadores (Dominicos) a penas 8 meses después de la muerte del fundador, Santo Domingo de Guzmán.

Raimundo consideraba que el orgullo era un peligro para su alma. Convencido de la importancia de hacer penitencia por la complacencia con que había enseñado, pidió que le impusieran severas penitencias y oficios humillantes. Pero sus superiores le encargaron investigar como responder a preguntas difíciles de moral que los fieles presentan. El llamó a estas "casos de conciencia". El resultado de su trabajo fue su famoso libro, "Summa de casibus paenitentialibus", la primera obra de su género. Esta ha sido de gran provecho para confesores y moralistas.

Tenía gran celo por la evangelización, trabajando incesantemente en la predicación, la instrucción y la confesión. Insigne predicador dotado con la "eficacia de la palabra", recorrió las provincias españolas de Aragón, Castilla y Cataluña. Sus acompañantes comentaban que parecía casi imposible que un predicador lograra tantas conversiones con sus sermones.

Según una tradición muy discutida, San Raimundo colaboró con San Pedro Nolasco en la fundación de la orden de los Mercedarios los Padres Mercedarios, dedicada principalmente a rescatar a los secuestrados por los mahometanos.

En 1230 el Papa Gregorio IX llamó a Raimundo a Roma y le dio varios encargos:

1- Lo nombró su confesor. En una ocasión le impuso al Papa de penitencia atender siempre muy bien las peticiones que le hicieran los pobres.

2- Le encomendó reunir el corpus canónico de los decretos de los Pontífices y concilios que no se encontrasen ya en la colección que Graciano había hecho en 1150. Después de tres años de trabajo publicó su famosísimo libro en 5 volúmenes titulado "Decretales", compuesto el cual fue confirmado por el Papa. Hasta la compilación del Codex Juris Canonici, en 1917, la compilación de San Raimundo era considerada como la mejor colección de derecho canónico a la que los canonistas hacían referencia.

3- En 1235 lo nombró obispo de Tarragona, a pesar de las súplicas del santo. Pero poco después el santo contrajo una grave enfermedad y el Papa le liberó del cargo a condición de que Raimundo propusiera un candidato apto.

Para recuperarse de su enfermedad, Raimundo volvió a Barcelona, su tierra natal. Allí fue recibido con gran gozo y se dedicó a la contemplación, la predicación y la confesión. Tanto la Santa Sede como el rey confiaron en Raimundo importantes trabajos.

San RaimundoGeneral de la orden Dominica

En 1238 llegaron a Barcelona los diputados del capítulo general de la orden dominica, que había tenido lugar en Bolonia, para anunciar a Raimundo que había sido elegido superior general, como sucesor de Jordano de Sajonia. Raimundo quiso resistir pero al fin aceptó por obediencia. Visitó a pie todas las casas de la orden sin disminuir en nada sus austeridades y prácticas. Inculcó a sus hijos el amor de la vida entregada en regularidad, del estudio, y de los misterios espirituales. Hizo una síntesis de las constituciones de su orden, anotando los pasajes dudosos. Tres capítulos generales aprobaron el nuevo código. En uno de dichos capítulos, tenido en Paris en 1239, Raimundo obtuvo que se aprobara la medida de aceptar la dimisión voluntaria de su superior, cuando ésta se fundara en razones justas. Al año siguiente, habiendo sido superior solo dos años, renunció al cargo. Su razón fue que había cumplido 65 años de edad. 

Vivió 34 años mas, los cuales empleó en la evangelización. Esclarecía la doctrina ante las herejías y buscaba la conversión de todos, tanto cristianos pecadores como judíos y musulmanes. Con este objeto, consiguió que Santo Tomás (dominico también) escribiera su Summa contra Gentes y obtuvo que se enseñara el árabe y el hebreo en varios conventos de su orden. Fundó un convento en Túnez y otro en Murcia, sur de España, que en aquella época estaba dominada por los musulmanes. En una carta al superior general en 1256 le informa que 10,000 sarracenos habían recibido el bautismo. Esto es cosa extraordinaria ya que este tipo de conversiones son muy escasas. Introdujo la inquisición en Barcelona y mostraba una gran caridad a todos. Sin embargo no le faltaron adversidades. En una ocasión fue acusado de comprometer fraudulentamente a un rabino judío. 

La "barca" milagrosa

Uno de los incidentes más famosos en la vida de San Raimundo ocurrió durante un viaje en el que acompañaba al rey Jaime a Mayorca. El soberano que era mujeriego, había prometido enmendarse, pero no había cumplido su promesa. En vista de ello, Raimundo le pidió licencia para partir a Barcelona; el rey no solo le negó, sino que amenazó de muerte a quien se atreviera a sacar al santo de la isla. Confiando en Dios, Raimundo dijo a su compañero: "Los reyes de la tierra pueden impedirnos la huida, pero el Rey del cielo nos dará los medios para ello". Acto seguido se dirigió al mar, extendió su túnica sobre las olas, ató un extremo de ella a un palo para que sirviera de vela y, haciendo la señal de la cruz, montó sin temor en aquella improvisada "barca". Su compañero quedó temblando en la playa. La milagrosa barca hizo en seis horas el trayecto hasta Barcelona, a sesenta leguas de distancia. Las gentes que vieron llegar al santo le recibieron con aclamaciones. Sin inmutarse por ello, Raimundo recogió su túnica, que estaba perfectamente seca, se la echó sobe los hombros y se dirigió a su monasterio. Una capilla y una torre fueron construidas en el sitio en que desembarcó.

Muerte y canonización

Los reyes Alfonso de Castilla y Jaime de Aragón visitaron a San Raimundo durante su última enfermedad. San Raimundo murió en Barcelona el 6 de enero de 1275, a los 100 años de edad. Ante su sepulcro se obraron milagros. La bula de canonización, publicada en 1601, cita algunos de esos milagros, entre estos el que se narra arriba.

Sus restos mortales están en la Catedral de Barcelona, España

Fuente: "Vida de los Santos" de Butler, vol. I y otras.

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