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Presbítero

Martirologio Romano: En la villa de Arenas, en la región española de Castilla, san Pedro de Alcántara, que en España se celebra mañana, día diecinueve  (1562).

Breve Biografía


Pedro Garavita nació en el pueblecito de Alcántara, en Extremadura, en 1499. Su padre, que era abogado, ejercía el cargo de gobernador de la localidad, su madre era de muy buena familia y ambos se distinguían por su piedad y cualidades personales. Pedro empezó los estudios en la escuela del lugar, pero su padre murió antes de que hubiese terminado la filosofía. Su padrastro lé envió más tarde a la Universidad de Salamanca, donde Pedro determinó hacerse franciscano y tomó el hábito en el convento de Manjaretes, situado en las montañas que separan a España de Portugal. Escogió precisamente ese convento por su ardiente espíritu de penitencia, ya que en él se hallaban reunidos los observantes que ansiaban una vida más rigurosa.

Durante el noviciado, se le confiaron sucesivamente los oficios de sacristán, refitolero y portero, que desempeñó con gran asiduidad, aunque no siempre con eficacia, pues era un tanto distraído. Por ejemplo, su superior tuvo que reprenderle porque, al cabo de seis meses como refitolero, no había servido ni una sola vez fruta a la comunidad. El joven se excusó diciendo que nunca había encontrado fruta, cuando le hubiese bastado levantar los ojos para ver que del techo del refectorio colgaban enormes racimos.

Con el tiempo, la mortificación le hizo perder absolutamente el sentido del gusto; en cierta ocasión, encontró en su plato vinagre salado y lo tomó como si fuese la sopa ordinaria. Su lecho consistía en una piel sobre el suelo; solía emplearlo para arrodillarse a orar una buena parte de la noche y dormía sentado, con la cabeza contra la pared. Sus vigilias constituían el aspecto más notable de sus mortificaciones, de suerte que el pueblo cristiano ha hecho de él el patrono de los guardias y veladores nocturnos. El santo fue reduciendo gradualmente el tiempo de su vigilia para no dañar su salud.

Algunos años después de su profesión, se le envió a fundar un pequeño convento en Badajoz, aunque no tenía más que veintidós años, y no era aún sacerdote. Ejerció el superiorato durante tres años, al cabo de los cuales fue ordenado sacerdote, en 1524. Sus superiores le dedicaron inmediatamente a la predicación y, más tarde, le nombraron sucesivamente guardián de los conventos de Robredillo y de Plasencia. San Pedro precedía a sus súbditos con el ejemplo, observando a la letra los consejos evangélicos; por ejemplo, sólo tenía un hábito, de suerte que cuando lo daba a lavar o a remendar, se retiraba a esperar, desnudo, en un rincón del huerto. Por aquella época, predicó en toda Extremadura, con gran fruto de las almas. Además de su talento natural y de sus conocimientos,

Dios le había favorecido con la ciencia infusa y el sentido de las cosas espirituales; estos últimos son dones sobrenaturales que Dios no suele conceder sino a quienes se han ejercitado largamente en la oración y la práctica de las virtudes. La sola presencia del santo era ya una especie de sermón y se dice que le bastaba con presentarse en un sitio para empezar a convertir a los pecadores. Gustaba particularmente de predicar a los pobres, basándose en los textos de los libros de la sabiduría y de los profetas del Antiguo Testamento.

San Pedro se sintió toda su vida atraído por la soledad. Como hubiese rogado a sus superiores que le enviasen a algún monasterio remoto en el que pudiese entregarse a la contemplación, éstos le enviaron al convento de Lapa, que era un sitio muy poco poblado, con el cargo de superior. Allí compuso san Pedro su libro sobre la oración, tan estimado por santa Teresa, fray Luis de Granada, san Francisco de Sales y otros. Es una verdadera obra maestra que ha sido traducida a la mayoría de las lenguas occidentales. San Pedro aprovechó para escribirlo su propia experiencia del amor divino, ya que vivía en continua unión con Dios. Con frecuencia, era arrebatado en éxtasis que duraban largo tiempo y estaban acompañados de otros fenómenos extraordinarios. La fama de San Pedro de Alcántara llegó a oídos del rey Juan III de Portugal, quien le llamó a Lisboa y trató en vano de retenerle allí.

En 1538, el santo fue elegido ministro provincial de los frailes de la estricta observancia de la provincia de San Gabriel, en Extremadura. En el ejercicio de su cargo redactó una regla aún más severa que la ya existente y la propuso, en 1540, en el capítulo general de Plasencia. Como la propuesta encontrase una fuerte oposición, el santo renunció a su cargo y fue a reunirse con fray Martín de Santa María. Dicho fraile, interpretando la regla de San Francisco como un llamamiento a la vida eremítica, construía una ermita en una desolada colina, llamada la Arábida, a orillas del Tajo, en la ribera opuesta a la de Lisboa. San Pedro alentó a fray Martín y sus compañeros y le sugirió varias disposiciones que fueron adoptadas. Los ermitaños iban descalzos, dormían en esteras o al ras del suelo, jamás tomaban carne ni vino y no tenían biblioteca. Poco a poco, varios frailes de España y Portugal se adhirieron a la reforma, y los conventos empezaron a multiplicarse. En la ermita de Palhaes se fundó el noviciado, y san Pedro fue nombrado guardián y maestro de novicios.

El santo estaba muy angustiado a causa de las pruebas por las que la Iglesia atravesaba entonces. Para oponer el dique de la penitencia a la relajación de las costumbres y a las falsas doctrinas, concibió, en 1554, el proyecto de establecer una congregación de frailes de observancia aún más estricta. El provincial de Extremadura no aceptó el proyecto; en cambio, el obispo de Soria acogió la idea con entusiasmo, y san Pedro se retiró con un compañero a dicha diócesis a hacer un ensayo de la nueva vida eremítica.

Poco después fue a Roma, viajando descalzo, con el objeto de obtener el apoyo de Julio III. Aunque el ministro general de los observantes veía con malos ojos el proyecto del santo, éste consiguió que el Papa lo pusiera bajo la obediencia del ministro general de los conventuales, y obtuvo permiso para fundar un convento tal como él lo concebía. A su vuelta a España, un amigo suyo construyó en Pedrosa un convento a su gusto. Tales fueron los comienzos de la rama franciscana conocida con el nombre de la Observancia de San Pedro de Alcántara. Las celdas eran muy pequeñas; la mitad de cada una de ellas estaba ocupada por el lecho, que consistía en tres tablas desnudas. La iglesia hacía juego con el resto. Los frailes no podían olvidar que estaban llamados a hacer penitencia, dado que sus celdas parecían más bien sepulcros que habitaciones. Un amigo de san Pedro, que le había ayudado a llevar a cabo la «reforma», se quejó un día de la malicia del mundo. El santo replicó: «El remedio es muy sencillo. El primer paso sería que vos y yo fuésemos lo que deberíamos ser; entonces estaremos en paz con nosotros mismos. Si todos hicieran eso, el mundo sería perfecto. Lo malo es que pensamos en reformar a otros antes de reformarnos a nosotros».

Poco a poco, otros conventos adoptaron la reforma. San Pedro escribió en sus reglas que las celdas no debían tener más de dos metros de largo; que el número de frailes de cada convento no debía pasar de ocho; que los frailes debían andar descalzos, consagrar a la oración mental tres horas diarias y no recibir estipendios por las misas. Igualmente les impuso otras prácticas rigurosas que se acostumbraban en la Arábida. En 1561, la nueva custodia fue elevada a la categoría de provincia con el nombre de San José y el Papa Pío IV la retiró de la jurisdicción de los conventuales y la pasó a la de los observantes (Los «alcantarinos» dejaron de ser un cuerpo diferente en 1897, cuando León XIII reunió las distintas ramas de los observantes).

Como suele acontecer en tales casos, la provincia de San Gabriel, a la que San Pedro había pertenecido, no vio con buenos ojos su empresa, y el santo fue tratado de hipócrita, traidor, turbulento y ambicioso por sus antiguos superiores. A esas acusaciones replicó sencillamente: «Padres míos, os ruego que toméis en cuenta la buena intención que me guía en esta empresa; pero, si estáis plenamente convencidos de que no es para la gloria de Dios, haced cuanto podáis por echarla a pique». Efectivamente, los frailes de San Gabriel hicieron cuanto pudieron por echarla a pique, pero la «reforma» siguió ganando terreno a pesar de todo.

En 1560, en el curso de una visita a su provincia, san Pedro de Alcántara pasó por Avila, movido por una orden recibida del cielo. Por entonces, santa Teresa se hallaba todavía en el convento de la Encarnación y atravesaba por un período de ansiedad y escrúpulos, pues muchas personas le habían dicho que era víctima de los engaños del demonio. Una amiga de la santa consiguió permiso para que ésta fuese a pasar una semana en su casa, y allí la visitó san Pedro de Alcántara. Guiado por su propia experiencia en materia de visiones, San Pedro entendió perfectamente el caso de Teresa, disipó sus dudas, le aseguró que sus visiones procedían de Dios y habló en favor de la santa con el confesor de ésta.

La autobiografía de santa Teresa nos proporciona muchos datos sobre la vida y milagros de san Pedro de Alcántara, ya que éste le contó muchos detalles de sus cuarenta y siete años de vida religiosa. Santa Teresa escribió: «Me dijo, si mal no recuerdo, que en los últimos cuarenta años no había dormido más de una hora y media por día. Al principio, su mayor mortificación consistía en vencer el sueño, por lo cual tenía que estar siempre de rodillas o de pie [...] En todo ese tiempo, jamás se caló el capuchón, por ardiente que fuese el sol o tupida la lluvia. Siempre iba descalzo y su único vestido era un hábito de tejido muy burdo, tan corto y estrecho como era posible, y un manto de la misma tela; debajo del hábito no llevaba camisa. Me dijo que cuando el frío era muy intenso, acostumbraba quitarse el manto y abrir la puerta y la ventana de su celda para sentir un poco de calor al volverlas a cerrar y al ponerse el manto. Estaba acostumbrado a comer una vez cada tres días y se extrañó de que ello me maravillase, pues decía que era una cuestión de costumbre. Uno de sus compañeros me contó que algunas veces no comía en toda la semana; probablemente eso sucedía cuando estaba en oración, porque solía tener grandes arrebatos y transportes de amor divino, de uno de los cuales yo misma fui testigo. Desde su juventud, había practicado la pobreza con el mismo rigor que la mortificación [...] Cuando yo le conocí era ya muy viejo y su cuerpo estaba tan débil y vacilante, que parecía más bien hecho de raíces y corteza de árbol que de carne. Era un hombre muy amable, pero sólo hablaba cuando le preguntaban algo; respondía con pocas palabras, pero valía la pena oírlas, pues poseía un juicio excelente». Cuando Teresa volvió de Toledo a Avila, en 1562, encontró nuevamente allí a San Pedro de Alcántara, quien consagró la mejor parte de sus últimos meses de vida y las fuerzas que le quedaban, a ayudar a la santa en la fundación de la primera casa de carmelitas reformadas. El éxito de Teresa se debió, en gran parte, a los consejos y al apoyo de san Pedro, quien empleó toda su influencia con el obispo de Ávila y otros personajes.

El santo asistió el 24 de agosto a la primera misa que se celebró en el nuevo convento de San José. En la época turbulenta de las fundaciones, Santa Teresa fue fortalecida y consolada más de una vez por las apariciones de san Pedro de Alcántara, quien ya había muerto para entonces. Según el testimonio de Teresa, citado en el decreto de canonización, san Pedro fue quien más hizo por ayudarla en la empresa de la reforma del Carmelo. La carta que el santo escribió a Teresa acerca de la pobreza absoluta de la nueva fundación, muestra que las dos almas se comprendían perfectamente: «Confieso que me sorprendo de que hayáis pedido el parecer de los hombres de ciencia para una cuestión en la que carecen de competencia. Los litigios y los casos de conciencia son el campo de los canonistas y teólogos; los problemas de la vida de perfección tienen que resolverlos quienes la practican. Nadie puede hablar de lo que no conoce y no toca a los hombres de ciencia determinar si vos o yo hemos de practicar los consejos evangélicos ... Aquél que da el consejo, da también los medios ... Los abusos que se observan en los monasterios que no tienen rentas, proceden no de la pobreza, sino de la falta de deseo de pobreza».

Dos meses después de la inauguración del convento de San José, San Pedro de Alcántara cayó enfermo y fue trasladado al convento de Arenas para que muriese entre sus hermanos. En sus últimos momentos, repitió las palabras del salmista: «Mi alma se regocija porque me han dicho: Iremos a la casa del Señor» (salmo 122,1) En seguida se arrodilló y murió en esa actitud.

Santa Teresa escribió: "Después que murió, el Señor ha tenido a bien que me aproveche más que cuando vivía, ya que me ha ayudado y aconsejado en muchos asuntos y Ie he visto frecuentemente en la gloria ... Nuestro Señor me dijo una vez que escucharía cuantas peticiones se le hiciesen en honor de san Pedro de Alcántara. Yo le he encomendado que me obtenga muchas cosas de Nuestro Señor y todas mis peticiones han sido oídas".

San Pedro de Alcántara fue canonizado en 1669.

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Por: Xavier Villalta A. | Fuente: Catholic.net

Sacerdote y Mártir

Martirologio Romano: En la aldea de Ossenenon, en el territorio de Canadá, martirio de san Isaac Yogues, presbítero de la Compañía de Jesús y mártir, que fue convertido en esclavo por los indígenas, los cuales le cortaron los dedos, hasta quele abrieron la cabeza a hachazos. Su memoria se celebra el día 19 de octubre († 1646).

Fecha de beatificación: 21 de junio de 1925 por el Papa Pío XI
Fecha de canonización: 29 de junio de 1930 por el Papa Pío XI

Etimológicamente Isaac = “aquél a quien Dios sonríe”. Viene de la lengua hebrea.

Breve Biografía


EL HOMBRE DE ORLEANS
Isaac Jogues, nació en Orleans, el 10 de enero de 1607, era el quinto de nueve niños. A la edad de diez él asistió a las escuelas Jesuítas, y, cuando tenía diecisiete, decidío volverse jesuita. Una vez aceptado, entró en el noviciado de Rouen y tenía el privilegio de ser dirigido por Louis Lalemant Padre, maestro de religion y vida espiritual.

Después de dos años de noviciado Jogues siguió sus estudios en la Universidad de La Fle y en 1629 empezó a enseñar en Rouen humanidades a los jóvenes franceses. Él era un maestro exitoso, porque era un humanista dotado con un notable dominio del idioma. Cuatro años después retomó al estudio de teología en Clermont (París), y, después de tres años, se ordenó sacerdote en la capilla a Clermont.

Era 1636, y Jogues se sintió listo para el trabajo de misionero en Nueva Francia, un apostolado que él había anhelado.

Sus hermanos jesuítas habían lanzado la misión en Nueva Francia en 1625 mientras Jogues todavía era un novicio. En 1626, ellos habían enviado al famoso Jean de Brebeuf a abrir otra misión entre el Hurons, 900 millas tierra adentro. Éste era un apostolado muy difícil y exigente, pero Jogues deseaba ir.

De los primeros años de Jogues como jesuita, el Padre Jacques Buteux, un amigo, dijo: "fue amado por Nosotros como ser muy gentil y por estar muy atento de nuestro estilo de vida."

El jóven sacerdote jesuíta partió de Dieppe, el 8 de abril de 1636, y ocho semanas después su nave dejó caer ancla en la Bahía de Chaleurs. Él localizó Quebec sólo varias semanas después, el 2 de julio.

EN TERRITORIO HURÓN
En una carta a su madre, datado el 20 de agosto de 1636, enviado desde Three Rivers, Jogues describió su llegada, estado de salud y las impresiones iniciales. Él también agregó una breve pero importante posdata: "He recibido órdenes de estar listo para proseguir hacia la misión en territorio Hurón en dos o tres días".

El 24 de agosto, Jogues se embarcó en una canoa con cinco Hurons que habían venido a comerciar y hiban de regreso a su territorio. Sería un viaje tranquilo para el nuevo misionero con el poco familiar idioma Hurón. De hecho, este primer viaje a debe de haber sido uno de los eventos memorables en las vidas de estos o de cualesquiera otros viajeros a territorio Hurón en el futuro. Jogues nos ha dejado algunas de sus impresiones del viaje.

Mencionó que su única comida para la jornada era maíz indio, aplastó entre dos piedras y hervido en agua sin ningún aliño; durmiendo en precipicios altos a orillan del río Ottawa, al aire libre y bajo la luz de la luna; la incomodidad de viajar en una canoa atestada, sin poder cambiar de posición o estirar los músculos acalambrados; el silencio forzado por no conocer una palabra del lenguaje indigena; y las costumbres extrañas y bruscas de sus compañeros de viaje.

Había también los acarreos interminables alrededor de los rápidos y cascadas tan abundantes en el río de Ottawa. Y todavía, pese a todos los riesgos usuales del viaje, el grupo de Jogues hizo un tiempo excelente. Ellos tomaron sólo diecinueve días para cubrir una distancia que normalmente tomaba veinticinco a treinta. Jogues desembarcó de su canoa en Ihonatiria el 11 de septiembre.

Algunos años más tarde, retornando de Quebec a su misión fueron enboscados por los Iroquis, los más grandes enemigos de los Hurones, entre los pocos sobrevivientes se contaba Jogues quien terminó como prisionero.

Incluso entre los mártires Isaac Jogues es algo único, porque estubo bajo arresto algunos años de martirio antes de que le llegara la muerte con un tomahawh. En cierto sentido, nosotros podríamos decir que el martirio de Jogues duró de 1642 a 1646.

La verdadera grandeza de Jogues sólo surgió bajo la tensión de la captura y el sufrimiento increíble. Era como que si su conocidos nunca hubieran conocido la profundidad de su fe y amor hasta que fue probado en el fuego de tortura y cautiverio Iroqui. Eso ocurrió en 1642 cuando Jogues se fue tomado prisionero cerca de Sorel.

San Isaac Jogues fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con Juan de Brébeuf, Natal Chabanel, René Goupil, Juan de La Lande, Antonio Daniel, Gabriel Lalement y Carlos Garnier. Un grupo de "amigos en el Señor", en la tierra y en el cielo.

Para ver más sobre los mártires Canadá haz "click" AQUI

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Por: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net

Mártir

Santo Tradicional - No incluido en el actual Martirologio Romano
(Sugerimos leer el artículo ¿Santos descanonizados?)

Etimologicamente: Justo = “prudente, recto”. Viene de la lengua latina.

Breve Biografía


Nació este mártir de la Iglesia en la ciudad de Auxerre, en la Borgoña.

Sus padres eran profundamente cristianos. Aunque era todavía un niño, sin embargo, gracia a su educación, parecía más maduro de lo que aparentaba.

A los ocho años sostenía controversias contra los paganos, que invadían la región, sobre temas religiosos.

Tenía una inteligencia poco común. No llegó a conocer a su hermano Justiniano.

Se lo robaron a sus padres para venderlo a unos mercaderes de Beauvais.

Dios le reveló a Justo en dónde estaba. Llegados a la casa del comerciante, éste reunió a los doce esclavos. Le devolvió a su hijo con la única condición de que salieran en seguida de la ciudad.

Pero el gobernador mandó que los cogieran. Quería vengarse de su condición cristiana. No podía, influido por los paganos pudientes, ver a un seguidor de Jesucristo.

Una vez que tuvo ante su presencial al bueno de Justo, lo envió a una hoguera. No se sabe qué hizo con su padre y su madre. Era el año 306.

Su cabeza se venera hoy en Beauvais.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

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 SAN LUCAS


EVANGELISTA




Breves notas en las Cartas de San Pablo son las únicas noticias que la Sagrada Escritura nos presenta sobre San Lucas, el solícito investigador de la buena noticia y autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles. Por sus apuntes de viaje, es decir, por las páginas de los Hechos en los que San Lucas habla en primera persona, podemos reconstruir parte de su actividad misionera. Fue compañero y discípulo de los apóstoles. El historiador Eusebio subraya: “... tuvo relaciones con todos los apóstoles, y fue muy solícito”. De esta sensibilidad y disponibilidad suyas hacia el prójimo nos da testimonio el mismo San Pablo, unido a él por grande amistad. En la carta a los Colosenses leemos: “Os saluda Lucas, médico amado...”.

La profesión médica nos trace suponer que él se dedicó mucho tiempo al estudio. Su formación cultural se nota también por el estilo de sus libros: su Evangelio está escrito en un griego sencillo, limpio y bello, rico en términos que los otros tres evangelistas no tienen. Hay que hacer otra consideración sobre su Evangelio, a más del hecho estilístico e historiográfico: Lucas es el evangelista que mejor que lo otros nos pintó la humana fisonomía del Redentor, su mansedumbre, sus atenciones para con los pobres y los marginados, las mujeres y lo pecadores arrepentidos. Es el biógrafo de la Virgen y de la infancia de Jesús. Es el evangelista de la Navidad. Los Hechos de los Apóstoles y el tercer Evangelio nos hacen ver el temperamento de San Lucas, hombre conciliador, discreto, dueño de sí mismo; suaviza o calla expresiones que hubieran podido herir a algún rector, con tal que esto no vaya en perjuicio de la verdad histórica.

Al revelarnos los íntimos secretos de la Anunciación, de la Visitación, de la Navidad, él nos hace entender que conoció personalmente a la Virgen. Algún exégeta avanza la hipótesis de que fue la Virgen María misma quien le transcribió el himno del “Magnificat”, que ella elevó a Dios en un momento de exultación en el encuentro con la prima Isabel. En efecto, Lucas nos advierte que hizo muchas investigaciones y buscó informaciones respecto de la vida de Jesús con los que fueron testigos oculares.

Un escrito del siglo II, el Prólogo antimarcionista del Evangelio de Lucas, sintetiza el perfil biográfico del modo siguiente: “Lucas, un sirio de Antioquía, de profesión médico, discípulo de los apóstoles, más tarde siguió a San Pablo hasta su confesión (martirio). Sirvió incondicionalmente al Señor, no se casó ni tuvo hijos. Murió a la edad de 84 años en Beocia, lleno de Espíritu Santo”. Recientes estudios concuerdan con esta versión.

Hermanos Franciscanos

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