08/07/13

Martirologio Romano: San Cayetano de Thiene, presbítero, que en Nápoles, en la región de la Campania, se entregó piadosamente a obras de caridad, especialmente a favor de los aquejados de enfermedades incurables, promovió cofradías para formar religiosamente a los laicos e instituyó los Clérigos Regulares, para la reforma de la Iglesia, enseñando a sus discípulos a seguir la primitiva manera de vida apostólica (1547).

Etimología: Cayetano = alegre. Viene de la lengua latina.


Su padre, el Conde Gaspar de Thiene y su madre María di Porto. El padre murió cuando los dos hermanos eran muy pequeños. Su piadosa madre dio a sus hijos un admirable ejemplo.


Cayetano estudió 4 años en la Universidad de Padua donde se distinguió en la teología y se doctoró en derecho civil y canónico en 1504. Fue nombrado senador en Vicenza.


Estaba, sin embargo, decidido a seguir los estudios sacerdotales. Se trasladó a Roma en 1506. Decía que Dios le llamaba a realizar una gran obra. Al poco tiempo fue nombrado secretario privado del Papa Julio II. Ayudaba al Papa a escribir las cartas apostólicas. Conoció de cerca a cardenales y prelados.


El Papa muere en 1513 y Cayetano decide no continuar en el cargo. Se preparó durante 3 años para ser sacerdote. Fue ordenado en 1516, a los 36 años. Celebra su primera misa y queda sobrecogido por el don del que no se considera digno.


Funda en Roma la "Cofradía del Amor Divino", una asociación de clérigos que se dedicaba a promover la gloria de Dios. Tuvo su primera experiencia pastoral en la parroquia de Santa María de Malo, cerca de Vicenza; luego se dedicó a cuidar los santuarios esparcidos por el monte Soratte.


Ingresó en el oratorio de San Jerónimo que tenía los mismos fines que la cofradía del Amor Divino, pero incluía a laicos pobres. Sus amigos se molestaron mucho por eso, porque consideraban que aquello era indigno para un hombre de gran alcurnia como él. A Cayetano no le importó. Ayudaba y servía personalmente a los pobres y enfermos de la ciudad y atendía a los pacientes de las enfermedades repugnantes.


Cayetano se preocupaba mucho por el bien espiritual de su congregación. Solía decir: "En el oratorio rendimos a Dios el homenaje de la adoración, en el hospital le encontramos personalmente".


Fundó otro oratorio en Verona. Se trasladó a Venecia en 1520, siguiendo el consejo de su confesor, Juan Bautista de Crema, un dominico santo y prudente. Se alojó en el hospital de la ciudad y siguió la misma forma de vida. Se le consideraba fundador principal del hospital por todos los regalos que hizo.


La Eucaristía


Implantó la bendición con el Santísimo Sacramento y promovió la comunión frecuente, en los 3 años que vivió en Venecia. Escribió: "No estaré satisfecho sino hasta que vea a los cristianos acercarse al Banquete Celestial con sencillez de niños hambrientos y gozosos, y no llenos de miedo y falsa vergüenza".


La cristiandad pasaba por un periodo de crisis. La corrupción debilitaba a la Iglesia. Cayetano era uno de los que más imploraban la verdadera reforma de vida y de costumbres dentro de la Iglesia. Repetía a menudo: "Cristo espera, ninguno se mueve".


Fundador


San Cayetano regresó a Roma para hablar de la reforma con los miembros de la Cofradía del Amor Divino en 1523, en compañía del obispo de Teato Giampietro Carafa, de Bonifacio Colli y de Pablo Consiglieri. No solo predicó la reforma, sino la llevó a cabo fundando con sus tres compañeros una orden de Clérigos Regulares que tomasen como modelo la vida de los Apóstoles. La llamaron "Ordo Regularium Theatinorum" o Congregación de los Teatinos (el nombre de padres teatinos viene del episcopado de "Teate Marrucinorum" ), y tenía como finalidad principal la renovación del clero.


Clemente VII aprobó la fundación el 14 de septiembre de 1524. Cayetano renuncia a todos sus bienes y Carafa a los 2 episcopados de Brindis y de Chieti.


Los 4 primeros miembros visten sus hábitos religiosos y hacen los votos en San Pedro, ante un delegado pontificio. Carafa es nombrado superior general de la orden. Aparte de la renovación del clero, sus otros objetivos eran la predicación de la sana doctrina, el cuidado de los enfermos y la restauración del uso frecuente de los Sacramentos.


Los seguidores no eran muchos. A los 4 años, en 1527, cuando la orden tenía 12 miembros, el ejercito saqueó la ciudad, la casa fue destruida y ellos escaparon a Venecia. En 1530 San Cayetano sucede a Carafa en el cargo de superior. Por su humildad, lo hace con renuencia.


Trabaja enérgicamente por la reforma del clero. En 1533, Carafa fue elegido superior general por segunda vez. Cayetano es enviado a Verona, donde recibe oposición a sus reformas.


Viaja a Nápoles para fundar una casa de su orden. Recibe una casa donada por el conde de Oppido y rechaza otros terrenos. El conde alega que los napolitanos no eran tan ricos y generosos como los venecianos a los que San Cayetano le responde: "Tal vez tengáis razón, pero Dios es el mismo en ambas ciudades. Dios está en Nápoles como en Venecia".


Se quedó en Nápoles donde había mas trabajo. La ciudad mejoró notablemente gracias a las prédicas y el trabajo apostólico del santo, que en ocasiones tuvo que enfrentarse con laicos y religiosos que predicaban el calvinismo, el luteranismo y otros errores.


Fundó con el Beato Juan Marinoni los "Montes de Piedad" para liberar de la miseria a los pobres y marginados. Esta obra fue aprobada poco antes del Concilio de Letrán. En sus últimos años de vida abrió hospicios para ancianos y fundó hospitales.


Cae enfermo en el verano de 1547. Los médicos le aconsejan poner un colchón sobre su cama de tablas, el respondió: "Mi salvador murió en la cruz; dejadme pues, morir también sobre un madero".


Murió en Nápoles a la edad de 77 años, el domingo 7 de agosto de 1547.


Ocho años después de su muerte, el teatino Carafa fue elegido Papa, con el nombre Pablo IV, un auténtico reformador, aunque su pontificado fue muy impopular.


Cayetano fue canonizado en 1671 después que la comisión encargada terminara de examinar rigurosamente los numerosos milagros.




Ésta y muchas oraciones las encontrarán en DEVOCIONARIO CATOLICO



Martirologio Romano: En Arezzo, de la Toscana, san Donato, segundo obispo de esta sede. La virtud y eficacia de sus oraciones son alabadas por el papa san Gregorio I Magno (s. IV).

Etimología: Donato = dado en donación, de la lengua latina


Nació en Nicomedia de Bitinia (hoy Isnikmid) y se trasladó con sus padres a Roma, siendo todavía de corta edad.


Fue encomendada su educación a un santo sacerdote llamado Pigmenio. Era entonces emperador de Roma, Diocleciano, quien ordenó una dura persecución de los cristianos. Sus padres y su maestro lo enviaron a Arezzo, donde la persecución no era tan enconada, mientras ellos se quedaron en Roma, donde sufrieron martirio.


En Arezzo, Donato se puso bajo la dirección del clérigo San Hilarino. Admirado San Sátiro, obispo de la ciudad, de las cualidades de Donato, le ordenó sacerdote y le encomendó la predicación del Evangelio.


Día a día iba creciendo la fama de elocuencia y santidad de Donato, quien a la muerte del obispo, fue designado por el Papa San Julio, el año 346, para ocupar aquella sede episcopal, con gran alegría de los fieles y del clero.


Según cuentan San Gregorio Magno y San Antonio de Florencia, era tal su fe que Dios obró a través de él importantes milagros por el bien de sus fieles. En la persecución de Juliano el Apóstata fue prendido Donato por el prefecto de Arezzo quien, ante la imposibilidad de hacerle abjurar de su fe, mandó decapitarlo. Fue en el año 372, el decimosexto de su episcopado.



El Beato Vicente nació hacia el año 1430, en L´Aquila, ciudad que por aquel tiempo formaba parte del reino de Nápoles. Sus padres habitaban en el barrio llamado Poggio o Cerro Santa María, encantador edén coronado de verdura y refrescado por manantiales abundantes, cuyas aguas se despeñan por continuadas cascadas hasta el río Aterno. Aquel maravilloso rincón, testigo de los primeros años del niño Vicente, lo fue también de sus grandes virtudes, favorecidas por el cuidado de sus padres, y estimuladas por el ambiente religioso en que se crió. Su alma, predestinada a gloriosa santidad, encontró desde el primer instante el clima necesario; clima que supo aprovechar con generoso corazón.

La casa paterna era contigua al monasterio cisterciense de Nuestra Señora del Refugio. No obstante, cuando determinó entrar en religión, no se dirigió a los hijos de San Bernardo, sino a los de San Francisco. La extraordinaria popularidad de San Bernardino de Sena, fallecido hacía pocos años, en 1444, su tumba cada día más gloriosa, podrían explicarnos, aun prescindiendo de los llamamientos de la gracia, las preferencias de Vicente por la Orden franciscana.


El incansable predicador sienés, cuyo celo no detenían la edad ni los achaques, se había presentado en mayo de 1444 en el reino de Nápoles, con deseo de sembrar también allí la semilla evangélica. Pero al llegar a siete millas de L´Aquila le traicionaron las fuerzas. Lograron sus compañeros que se dejase colocar en una camilla, y de esta forma le llevaron, «triste y dolorido», a la ciudad. Albergado en el monasterio de los Hermanos Menores Conventuales, pronto vio Bernardino que se le acercaba su última hora, a pesar de los solícitos cuidados de los hermanos y de los más hábiles médicos mandados por los magistrados. Incapaz de expresarse de palabra, manifestó por señas su deseo de que se le tendiese en el suelo de su celda, y en esta humilde postura, con los brazos cruzados, los ojos elevados al cielo, el semblante risueño, entregó apaciblemente en manos de Dios su santa alma el 20 de mayo.


L´Aquila no dejó escapar el tesoro que acababa de confiarle la Providencia; se quedó con el venerado cuerpo a despecho de las instancias de los diputados sieneses, que secretamente habían hecho preparativos para llevarlo a su patria. Las exequias de Bernardino se celebraron con tanta solemnidad, que nunca rey ni reina las tuvo semejantes. Insignes milagros se realizaron alrededor del féretro.


Vicente, que a la sazón tenía unos catorce años, conservaría de ellos un recuerdo imperecedero.


En el convento de San Julián


El convento de San Julián, en el que Vicente se presentó, lo había fundado en 1415 el Beato Juan de Stroncone, Comisario general de los Hermanos Menores Observantes de Italia.


Edificantes recuerdos iban unidos a la fundación de este monasterio. Lo habían levantado los religiosos con sus propias manos; ellos mismos habían labrado las toscas mesas y bancos que constituían, casi por completo, el ajuar, buena parte del cual, en consideración a la memoria de Vicente de L´Aquila, se ha conservado con religioso cuidado. El convento, proyectado según el severo plan de las primeras casas de la Orden, era de condiciones sumamente modestas: lo formaban unas cabañas pegadas a la falda de la montaña, sin luz apenas y parecidas a ermitas.


Cabría preguntar cómo en refugio tan reducido pudo reunirse, en el año 1452, en tiempos de Vicente, un Capítulo general de mil quinientos Hermanos Menores, si no se supiera que estas sesiones se celebran las más de las veces al aire libre o debajo de improvisadas tiendas de campaña, donde la milicia franciscana iba a organizarse para los santos combates.


Mortificación. El hermano limosnero


Aunque educado en su casa con mucho esmero, pues había seguido las letras, Vicente quiso por humildad permanecer como hermano lego. Una de las características de su santidad era el espíritu de mortificación. Tanta era su austeridad, que ni siquiera llevaba las sandalias permitidas a los descalzos. Su hábito de color pardo, que aún hoy día puede verse, era el más pesado y basto de todos; no se lo quitaba ni de día ni de noche. Además, llevaba cilicio y se infligía frecuentes y crueles flagelaciones. Su alimento se reducía a pan y agua con algunas hierbas crudas, y, si a veces se le obligaba por obediencia a comer como la comunidad, hallaba no obstante medio de mortificarse, tomando sólo una parte de su porción y agregándole polvo o sustancias amargas.


Prefería los trabajos humildes, ayudaba a los hermanos en sus faenas domésticas y componía sus sandalias, pues, para ser más útil, había aprendido el oficio de zapatero. Otras veces se dedicaba a las labores del campo y, en los ratos de descanso, retirábase en la fragosidad de la roca, a unos cien pasos del convento, para entregarse a la oración.


Más adelante se le encargó el oficio de limosnero, en que indudablemente hallaba Vicente múltiples ocasiones de sacrificio, dada su afición a la soledad y a la vida oculta. Su principal preocupación, en las diarias caminatas, fue siempre el bien de las almas.


En los demás conventos adonde fue enviado, Cittá, Sant´Ángelo, Francavilla y Sulmona, continuó en el cargo de limosnero: pasó, pues, la mayor parte de su vida de una puerta a otra, pidiendo limosna para sus hermanos, mendigando por obediencia, lo cual no fue obstáculo para que poseyera en el más alto grado la estima y confianza de los príncipes de la Casa de Aragón, soberanos de Nápoles.


Predicciones varias


Durante el período, tan revuelto para los Estados del sur de Italia, que transcurrió desde el año 1458 al 1500, varios competidores aspiraban al reino de Nápoles. La ciudad de L´Aquila, más que otras, sufrió las consecuencias de esas vicisitudes políticas, pasando sucesivamente al poder de la Casa de Anjou, de la de Aragón y del Papa, y mudando de dueño varias veces en el espacio de unos cuarenta años. Fray Vicente, muy sensible a los innumerables males que aquejaban a sus paisanos, abrumados de impuestos, diezmados por la guerra, afligidos por el hambre y la peste, menudeaba las súplicas y penitencias en los momentos de crisis, y pasaba noches enteras en oración.


Parecía como que quisiera cargar sobre sí toda la responsabilidad de aquel desequilibrio social, y trataba de conquistar con el mérito de sus acciones la benevolencia y las misericordias del cielo.


A Fernando I, duque de Calabria y rey de Nápoles, que fue a consultarle antes de emprender una expedición contra las tropas pontificias, le predijo un desastre. A pesar de esta advertencia, el príncipe inició la campaña y salió, en efecto, vencido.


No fue ésta la única circunstancia en que el humilde lego pareció favorecido con el don de leer en el porvenir. La historia conserva el texto de una de sus predicciones. Con mucha anticipación anunció al hijo del rey de Nápoles, Alfonso, duque de Calabria, que un rey de Francia (Carlos VIII) conquistaría su reino. Señaló al mismo tiempo los males que iban a descargar sobre la Iglesia.


He aquí el texto, cuyos términos, algún tanto apocalípticos, requieren una explicación. Del conjunto se desprende una predicción bastante clara:


Cuando oigáis mugir el buey en la Iglesia de Dios (en las armas del papa Alejandro VI, designado aquí, figuraba un buey), entonces principiarán las desgracias. Cuando veáis tres símbolos reunidos: el buey, el águila y la serpiente (alianza del papa Alejandro VI, del emperador de Alemania Maximiliano I, entre cuyos blasones figuraba un águila, y de Ludovico Sforza, quien por ser sucesor de los Visconti en el ducado de Milán, había dejado impresa en todas partes la serpiente de su escudo), entonces vendrá del lado de Occidente un rey (Carlos VIII, llamado por Ludovico Sforza y que había de invadir Italia en 1474). Asolará el reino (de Nápoles), y, recogido el botín, volverá a su país (1475).


El destierro de César Borja y de Ludovico Sforza, vencidos por el rey Luis XII, va insinuado en las líneas siguientes:


Habrá cisma en la Iglesia de Dios, dos Pontífices, el uno elegido legítimamente, el otro cismático (alusión posible a la infame parodia que quiso hacer de Lutero un antipapa, cuando en 1527 los luteranos, con ayuda de los Imperiales, saquearon Roma). El verdadero Papa se verá obligado a desterrarse (Clemente VII tuvo que huir a Orvieto). La violencia se ensañará contra la Iglesia de Dios. Tres ejércitos muy poderosos entrarán al mismo tiempo en Italia, uno procedente del Este, otro del Oeste, el tercero del Norte: se reunirán y habrá mucha sangre derramada. Después se realizará en la Ciudad (Eterna) una reforma que alcanzará a los clérigos (reforma de la disciplina eclesiástica preparada por el Concilio de Trento), y los mahometanos serán detenidos en su marcha. (En Lepanto, en 1571).


Milagros. Regreso a L´Aquila


En vida, hizo Vicente varios milagros. En L´Aquila devolvió el habla a un mudo. En otra ciudad curó a un niño que por tener las piernas disformes no podía andar, y en Sant´Angelo le debieron la curación de parecida enfermedad tres personas. Pero el prodigio más admirable atribuido al poder de sus oraciones fue la resurrección del obispo de Sulmona, Bartolomé della Scala, de la Orden de Predicadores.


Si hemos de dar crédito a los historiadores de L´Aquila, contemporáneos suyos, el obispo, a pesar de las oraciones del clero para implorar su curación, había sucumbido a resultas de graves dolencias. Vicente, que gozaba de la estima particular del prelado y había recibido de él numerosas muestras de benevolencia, en cuanto se enteró de la noticia, pidió autorización para ir a rezar junto al cadáver. De súbito, como por inspiración de lo Alto, llamó por tres veces a su ilustre amigo, cuyos ojos se abrieron por fin, a la vez que iba entrando poco a poco la vida por todo el cuerpo. La curación no fue repentina, pero decreció el mal tan rápidamente que, a los quince días, el 29 de junio de 1491, fiesta de San Pedro, el que todos creían eliminado para siempre del mundo de los vivos, iba en persona al convento de los Franciscanos a dar gracias a su salvador. Conviene añadir que murió, y esta vez para siempre, a los pocos días. El milagro tuvo grande repercusión en los Abruzos, y las visitas afluyeron al convento de San Nicolás de Sulmona, residencia en aquel tiempo del taumaturgo. Le llevaban enfermos para que rogase por ellos, y alcanzaba su curación.


Esta popularidad llegó a asustar a Vicente, quien, deseoso de la soledad, solicitó de sus superiores permiso para volver a su modesto oratorio de San Julián de L´Aquila, en donde esperaba terminar su vida religiosa como la había comenzado, en el retiro y la humildad.


Apenas de regreso, tuvo que presenciar discordias civiles y grandes disensiones políticas. Acababa de ser desterrado el obispo, Juan Bautista Galioffi. En tan graves circunstancias juzgó Vicente que era deber suyo el dirigir a los primeros magistrados, constándole que aceptarían sus consejos, algunas palabras llenas de fe. Lo hizo en términos que muestran su profunda piedad:


Señor Gobernador, Señores:


El cariño que profeso a vuestra ciudad me inspira estas líneas. Acabáis de perder al padre de vuestras almas. Por tanto, habéis de ser ahora, para vuestros súbditos, pastores a la vez espirituales y temporales.


Estáis pasando crueles pruebas y las teméis más terribles aún. Ved si no suceden por causa de vuestras culpas, y enmendaos. Dios envió a Jonás a Nínive, a la que quería aniquilar por sus pecados, y revocó la sentencia tan pronto como dicha ciudad se arrepintió. ¿No es propio de Dios el ser siempre misericordioso? Cesemos de pecar y cesarán los azotes.


En la ciudad, en Collemaggio y en otros puntos tenéis religiosos. Pedidles procesiones de penitencia; misas en honor de la Santísima Virgen y de nuestros santos patronos. Pedid oraciones a las hijas de Santa Clara. Tengo confianza de que, por estos medios, la infinita misericordia de Dios pondrá fin a estas calamidades.


Si me postrara ante el rey para solicitar un favor y al mismo tiempo le diese disgustos con mi proceder, me echaría de su presencia. Así vosotros, por amor de Dios, dejad de blasfemar, si queréis ser escuchados. De aquí proceden todos vuestros males. Termino suplicándoos otra vez os hagáis dignos del cargo que se os ha impuesto.


Vuestro hermano en Nuestro Señor,


Fray Vicente.


El que con tanta nobleza hablaba era entonces un anciano estimado y venerado de todos, con fama de santo, adornado con el brillo de los milagros. No es de extrañar, pues, que fuera escuchada su palabra. No dependió de él el que no volviera el obispo a L´Aquila. El infortunado obispo pereció asesinado por los facciosos en la ciudad de Roma, en casa del cardenal de la Rovere (el futuro papa Julio II), el 23 de febrero de 1493.


Última conquista. Muerte del Beato


Un día que andaba por la ciudad de Lúcoli pidiendo limosna, el cansancio le obligó a detenerse en una familia amiga. Allí topó con una niña, Matía Ciccarelli, que debía ser gloria de la Orden agustina. Vicente, que para la dirección de algunas almas había recibido de Dios luces extraordinarias, reconoció en esta muchachita un alma selecta, y sus consejos la encaminaron en las vías de la santidad. Le infundió aversión para las vanidades mundanas y gusto para las penitencias más heroicas, de las cuales daba él ejemplo. A instigación suya, Matía rezó diariamente el Oficio de la Santísima Virgen y el de difuntos. Después que hubo afirmado sus primeros pasos, no cesó de sostenerla y animarla hasta conducirla al umbral del claustro.


El 7 de agosto de 1504, hacia el anochecer, Matía vio, desde la ventana de la casa que seguía habitando en Lúcoli, el bosque inmediato al convento de San Julián completamente iluminado y al alma de su santo consejero subiendo al cielo acompañada por magnífica corte. Supo al día siguiente que en aquella misma hora había exhalado fray Vicente el postrer aliento. Esta revelación la llenó de alegría y la confirmó en la convicción de que su guía era verdaderamente un santo. Dócil a sus consejos, entró en el monasterio agustino de Santa Lucía, en L´Aquila, y en él tomó el velo con el nombre de Sor Cristina. En dicho monasterio se venera el 12 de febrero a la Beata Cristina de Lúcoli.


Reliquias y culto


Los restos del piadoso hermano lego se habían enterrado en la sepultura común de los Hermanos Menores. Catorce años después fueron exhumados, por circunstancia fortuita, tal vez para depositarlos en la nueva iglesia de San Julián que se inauguraba; se reparó entonces en el perfume que exhalaba el féretro de fray Vicente y en la perfecta conservación de su cuerpo. Los vestidos que le cubrían se caían a pedazos y se deshacían en polvo, siendo así que la carne del siervo de Dios conservaba toda su blancura y consistencia.


Este concurso de hechos movió a sus hermanos en religión a depositar el cuerpo de Vicente en un arca de nogal y vidrio y trasladarlo a lugar honroso. Desde entonces empezó a brillar con milagros de que dan fe donaciones e inscripciones votivas.


Después de más de un siglo, en 1634, seguía manifiesta la conservación del cuerpo. De entonces data su colocación -o reposición- en una capilla situada a la entrada de la iglesia conventual. Más recientemente, en 1868, dos médicos fueron comisionados por la autoridad eclesiástica para reconocer la continuidad del prodigio de la conservación del cuerpo de fray Vicente. En el lugar en que se le había depositado primitivamente, otra inscripción en italiano decía: «En este sepulcro descansa el cuerpo del Beato Vicente de L´Aquila, que pasó a mejor vida el 7 de agosto de 1504».


Confirmó su culto inmemorial el papa Pío VI el 19 de septiembre de 1787.



Beatificados por San Pío X el 1 de enero de 1905.

Agatángel nació en Vendome, provincia de Tours, Francia, de familia distinguida, el 31 de julio de 1598. Conoció a los Hermanos Menores capuchinos que acababan de llegar a su región, donde su padre era presidente del tribunal y administrador del convento. Todavía joven manifestó su vocación religiosa y fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos donde profesó en 1620. Terminados los estudios fue ordenado sacerdote.


En sus primeros años de sacerdocio se encontró con el P. José Leclerc, famoso consejero del cardenal Richelieu, que había proyectado un vasto plan de evangelización. Agatángel fue escogido como candidato para la misión de Siria. Al llegar a Alepo en 1629, encontró allí musulmanes, greco‑ortodoxos, armenios y en número muy reducido, también católicos. Con obras de beneficencia, conversaciones familiares y catequesis elementales logró rápidamente buenos resultados en su apostolado, obstaculizado bien pronto por celos. Pasó luego a la misión del Cairo en calidad de superior, allí trabajó diligentemente por la unión de los Coptos con la Iglesia Católica.


Destinado por la providencia a abrir el campo misional a otros, el 27 de septiembre la Sagrada Congregación le encomendó la responsabilidad de la expedición misionera a Etiopía, compuesta por otros tres sacerdotes capuchinos: el Beato Casiano de Nantes, Benedicto y Agatángel de Moriaix.


Casiano nació en Nantes el 15 de enero de 1607, de la rica familia portuguesa Lopes‑Netto. Pronto mostró una índole dócil, inclinada a las prácticas de devoción y a un fervor religioso admirable en un niño. A los 17 años fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos en la Provincia de París y, emitidos los votos religiosos en 1624, concluyó los estudios eclesiásticos en Rennes, donde fue ordenado sacerdote y donde pasó los primeros años de ministerio, asistiendo a los enfermos de peste en 1631. Pidió ser destinado a las misiones y los superiores lo enviaron a Etiopía. En El Cairo se encontró con el Beato Agatángel de Vendôme y con él compartió las fatigas apostólicas.


Temperamento vivo, abierto y sensibilísimo a los sufrimientos ajenos, se dedicó con celo al apostolado, cultivando sobre todo una filial predilección por la Virgen, cuyo rosario y oficio rezaba todos los días.


Desde su encuentro con Fray Agatángel hasta su heroica muerte, los dos Capuchinos trabajaron y se sacrificaron siempre juntos con el ánimo unido en un mismo ideal de virtud y de apostolado. Los dos celosos misioneros trabajaron juntos tres años en El Cairo, la gran capital de Egipto, interesándose especialmente por la conversión de los Coptos. Extendieron su actividad hasta los lejanos monasterios de San Antonio Abad y de San Macario en Nitra.


En Etiopía la Iglesia católica había logrado un inesperado desarrollo que culminó en la conversión del mismo emperador, y esto especialmente por obra de los misioneros jesuitas. La fe de Roma se extendió también bajo el gobierno de Stefan Sagad I. Tanto florecimiento de conversiones fue frenado y destruido casi repentinamente por Atié Fassil, cuya consigna era: “Primero bajo la Meca de los musulmanes que bajo la Roma de los católicos”. Nuestros misioneros decidieron por esto llevar ayuda a tantos pobres hermanos de fe perseguidos por el impío emperador. Se proveyeron de documentos del Patriarca copto de Alejandría. La prudencia les sugirió a los cuatro misioneros dividirse de dos en dos. Agatángel y Casiano, el 23 de diciembre de 1637 partieron para Etiopía; el largo viaje duró tres meses. Al llegar a los límites de Etiopía, fueron descubiertos y encarcelados en Deboroa porque los creyeron espías y conspiradores contra el emperador y el obispo abisinio Malario.


El gobernador de Deboroa había recibido orden del emperador de Etiopía, instigado por súbditos herejes, de arrestar a los dos religiosos europeos que venían de Egipto. Llevados a su presencia y recibidos con insultos, los hizo encerrar en horrible prisión como transgresores de las órdenes imperiales, que prohibían a los católicos entrar en territorio abisinio. Los dos mansos hijos de San Francisco no se abatieron: mostraron los documentos del patriarca copto de Alejandría. Después de pocos días fueron conducidos a Gondar con los brazos encadenados y atados a la cola de un caballo. También en Gondar fue dura y penosa la prisión. El Abuna Macario, fingiéndose amigo del Beato Agatángel y el luterano Pier Leone, enemigo jurado de Agatángel, que hipócritamente se había hecho monje copto, tramaron en la corte imperial con acusaciones y calumnias para lograr la muerte de los indefensos misioneros. En el proceso, dominado por el sectarismo religioso y por la perfidia del falso Pier Leone, los dos misioneros católicos fueron condenados a muerte, como transgresores de las órdenes imperiales que prohibían a los católicos el ingreso a Etiopía. Conducidos ante el emperador fueron interrogados sobre su fe. Agatángel respondió: “Estoy listo para morir por la fe, no renegaré jamás de ella!”. El 7 de agosto de 1638 en Gondar, expuestos a las burlas de la turba, fueron suspendidos con lazos y lapidados bárbaramente por el furor popular. Agatángel tenía 40 años y Casiano 31.



Martirologio Romano: En la localidad de Gorka Duchovna, cerca de Posnam, en Polonia, beato Edmundo Bojanowski, que, conforme a los preceptos del Evangelio, trabajó con sumo ahínco en la formación de los pobres y gente analfabeta, y fundó la Congregación de las Esclavas de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios (1871).

Etimológicamente: Edmundo = Aquel que es guardián de su patrimonio, es de origen sajón.





Edmundo Bojanowski fue parte de una noble familia, nació el 14 de noviembre de 1814 en Grabonóg en el ducado de Poznan. Estudió filosofía en la universidad de Breslavia en el 1835 y luego en Berlín.

Hacia la mitad del siglo XIX Polonia fue dividida y sometida a las tres naciones vecinas, Rusia, Prusia y Austria, y hasta que se independizó en 1918, hubieron orgullosas revueltas y rebeliones creando imprevistas variantes en los ambientes socio-político e industrial; frente a estos trastornos, que crearon vastas fajas de pobreza, Edmundo decidió ayudar a las clases más necesitadas, laborando en la enseñanza y en la evangelización de las poblaciones campesinas.


Empezó con el abrir guarderías para los niños, primero en el Ducado de Poznan y luego en las provincias de la Polonia Menor y Slesia; volviéndose así un pionero en la asistencia a la infancia en los campos.


Para poder dar estabilidad y futuro a sus instituciones, fundó el 13 de mayo de 1850, la Congregación de las “Esclavas de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios"; las monjas en buena parte provinieron de las zonas rurales; y de los campos hizo contratar a chicas, que después de oportuna preparación, trabajaban en las guarderías. Él las preparó intelectual y moralmente.


Las monjas también tuvieron la tarea de interesarse en las chicas y las madres, a través de las llamadas "noches", para prepararlas en los compromisos de una familia cristiana, insertando así el fermento de la fe católica, en el mundo campesino.


Con buenos libros organizó salas de lectura, con las monjas ocupadas en ayudar a los pobres y asistir a los enfermos, básicamente dolientes por la soledad de los campos. En el 1849 la epidemia de cólera que golpeó la región lo vio en primera fila, y solicito la ayuda de las Hijas de la Caridad de Poznan.


Obtuvo prestigiosos reconocimientos, en 1857 fue llamado a la Sociedad de los ´Amigos de la Ciencia´ de Poznan; en el 1863 presidió la Conferencia de Sam Vicente de Paul en Gostyni; en el año1869, a los 55 años, entró en el Seminario a Gnienzo, pero en 1871 tuvo que salir de él por la rápida decadencia de su salud, con gran pena, porque deseaba consagrarse completamente a Dios; pero su santificación tuvo que ocurrir en el estado laical, por lo demás, de laico indicó el camino de la vida espiritual y escribió las reglas para sus monjas; algún tiempo después en Italia también hubo un fundador laico parecido, Bartolo Longo también él beato


De Edmundo Bojanowski nos ha legado su ´Diario´ y varias cartas todavía inéditas; murió en Górka Duchowna (Poznan) el 7 de agosto de 1871; a su muerte existían dos noviciados, 197 monjas y 40 Casas. Posteriormente, como consecuencia de la política de la repartición de Polonia se tuvieron que abrir cuatro Congregaciones distintas cada una con su correspondiente Casa Matriz, actualmente en Luboń (Poznan), Wroclawm, Debica y Stara Wies con unas 4000 monjas esparcidas por el mundo.


El Papa Juan Pablo II, durante su séptimo viaje apostólico a Polonia, lo beatificó, era el 13 de junio de 1999, en ceremonia realizada en Varsovia.


Es una de las más grandes figuras de la católica Polonia, que en mucho se adelantó, con su rica actividad, a lo que el Concilio Vaticano II ha dicho sobre el tema del apostolado de los laicos.


Reproducido con autorización de Santiebeati.it



Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.