Agatángel de Vendome y Casiano de Nantes. Beatos

Beatificados por San Pío X el 1 de enero de 1905.

Agatángel nació en Vendome, provincia de Tours, Francia, de familia distinguida, el 31 de julio de 1598. Conoció a los Hermanos Menores capuchinos que acababan de llegar a su región, donde su padre era presidente del tribunal y administrador del convento. Todavía joven manifestó su vocación religiosa y fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos donde profesó en 1620. Terminados los estudios fue ordenado sacerdote.


En sus primeros años de sacerdocio se encontró con el P. José Leclerc, famoso consejero del cardenal Richelieu, que había proyectado un vasto plan de evangelización. Agatángel fue escogido como candidato para la misión de Siria. Al llegar a Alepo en 1629, encontró allí musulmanes, greco‑ortodoxos, armenios y en número muy reducido, también católicos. Con obras de beneficencia, conversaciones familiares y catequesis elementales logró rápidamente buenos resultados en su apostolado, obstaculizado bien pronto por celos. Pasó luego a la misión del Cairo en calidad de superior, allí trabajó diligentemente por la unión de los Coptos con la Iglesia Católica.


Destinado por la providencia a abrir el campo misional a otros, el 27 de septiembre la Sagrada Congregación le encomendó la responsabilidad de la expedición misionera a Etiopía, compuesta por otros tres sacerdotes capuchinos: el Beato Casiano de Nantes, Benedicto y Agatángel de Moriaix.


Casiano nació en Nantes el 15 de enero de 1607, de la rica familia portuguesa Lopes‑Netto. Pronto mostró una índole dócil, inclinada a las prácticas de devoción y a un fervor religioso admirable en un niño. A los 17 años fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos en la Provincia de París y, emitidos los votos religiosos en 1624, concluyó los estudios eclesiásticos en Rennes, donde fue ordenado sacerdote y donde pasó los primeros años de ministerio, asistiendo a los enfermos de peste en 1631. Pidió ser destinado a las misiones y los superiores lo enviaron a Etiopía. En El Cairo se encontró con el Beato Agatángel de Vendôme y con él compartió las fatigas apostólicas.


Temperamento vivo, abierto y sensibilísimo a los sufrimientos ajenos, se dedicó con celo al apostolado, cultivando sobre todo una filial predilección por la Virgen, cuyo rosario y oficio rezaba todos los días.


Desde su encuentro con Fray Agatángel hasta su heroica muerte, los dos Capuchinos trabajaron y se sacrificaron siempre juntos con el ánimo unido en un mismo ideal de virtud y de apostolado. Los dos celosos misioneros trabajaron juntos tres años en El Cairo, la gran capital de Egipto, interesándose especialmente por la conversión de los Coptos. Extendieron su actividad hasta los lejanos monasterios de San Antonio Abad y de San Macario en Nitra.


En Etiopía la Iglesia católica había logrado un inesperado desarrollo que culminó en la conversión del mismo emperador, y esto especialmente por obra de los misioneros jesuitas. La fe de Roma se extendió también bajo el gobierno de Stefan Sagad I. Tanto florecimiento de conversiones fue frenado y destruido casi repentinamente por Atié Fassil, cuya consigna era: “Primero bajo la Meca de los musulmanes que bajo la Roma de los católicos”. Nuestros misioneros decidieron por esto llevar ayuda a tantos pobres hermanos de fe perseguidos por el impío emperador. Se proveyeron de documentos del Patriarca copto de Alejandría. La prudencia les sugirió a los cuatro misioneros dividirse de dos en dos. Agatángel y Casiano, el 23 de diciembre de 1637 partieron para Etiopía; el largo viaje duró tres meses. Al llegar a los límites de Etiopía, fueron descubiertos y encarcelados en Deboroa porque los creyeron espías y conspiradores contra el emperador y el obispo abisinio Malario.


El gobernador de Deboroa había recibido orden del emperador de Etiopía, instigado por súbditos herejes, de arrestar a los dos religiosos europeos que venían de Egipto. Llevados a su presencia y recibidos con insultos, los hizo encerrar en horrible prisión como transgresores de las órdenes imperiales, que prohibían a los católicos entrar en territorio abisinio. Los dos mansos hijos de San Francisco no se abatieron: mostraron los documentos del patriarca copto de Alejandría. Después de pocos días fueron conducidos a Gondar con los brazos encadenados y atados a la cola de un caballo. También en Gondar fue dura y penosa la prisión. El Abuna Macario, fingiéndose amigo del Beato Agatángel y el luterano Pier Leone, enemigo jurado de Agatángel, que hipócritamente se había hecho monje copto, tramaron en la corte imperial con acusaciones y calumnias para lograr la muerte de los indefensos misioneros. En el proceso, dominado por el sectarismo religioso y por la perfidia del falso Pier Leone, los dos misioneros católicos fueron condenados a muerte, como transgresores de las órdenes imperiales que prohibían a los católicos el ingreso a Etiopía. Conducidos ante el emperador fueron interrogados sobre su fe. Agatángel respondió: “Estoy listo para morir por la fe, no renegaré jamás de ella!”. El 7 de agosto de 1638 en Gondar, expuestos a las burlas de la turba, fueron suspendidos con lazos y lapidados bárbaramente por el furor popular. Agatángel tenía 40 años y Casiano 31.



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