02/01/14

Fiesta de la Presentación del Señor, llamada Hypapante por los griegos: Cuarenta días después de Navidad, Jesús fue conducido al Templo por María y José, y lo que podía aparecer como cumplimiento de la ley mosaica era realmente su encuentro con el pueblo creyente y gozoso, manifestándose como luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel.

Para cumplir la ley, María fue al Templo de Jerusalén, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús


Esta fiesta ya se celebraba en Jerusalén en el siglo IV.


La festividad de hoy, de la que tenemos el primer testimonio en el siglo IV en Jerusalén, se llamaba hasta la última reforma del calendario, fiesta de la Purificación de la Virgen María, en recuerdo del episodio de la Sagrada Familia, que nos narra San Lucas en el capitulo 2 de su Evangelio. Para cumplir la ley, María fue al Templo de Jerusalén, a los cuarenta días del nacimiento de Jesús, para ofrecer su primogénito y cumplir el rito legal de su purificación. La reforma litúrgica de 1960 y 1969 restituyó a la celebración el título de “presentación del Señor” que tenía al principio: la oferta de Jesús al Padre, en el Templo de Jerusalén, es un preludio de su oferta sacrifical sobre la cruz.


Este acto de obediencia a un rito legal, al que no estaban obligados ni Jesús ni María, constituye una lección de humildad, como coronación de la meditación anual sobre el gran misterio navideño, en el que el Hijo de Dios y su divina Madre se nos presentan en el cuadro conmovedor y doloroso del pesebre, esto es, en la extrema pobreza de los pobres, de los perseguidos, de los desterrados.


El encuentro del Señor con Simeón y Ana en el Templo acentúa el aspecto sacrifical de la celebración y la comunión personal de María con el sacrificio de Cristo, pues cuarenta días después de su divina maternidad la profecía de Simeón le hace vislumbrar las perspectivas de su sufrimiento: “Una espada te atravesará el alma”: María, gracias a su íntima unión con la persona de Cristo, queda asociada al sacrificio del Hijo. No maravilla, por tanto, que a la fiesta de hoy se le haya dada en otro tiempo mucha importancia, tanto que el emperador Justiniano decretó el 2 de febrero día festivo en todo el imperio de Oriente.


Roma adoptó la festividad a mediados del siglo VII, y el Papa Sergio I (687-701) instituyó la más antigua de las procesiones penitenciales romanas, que salía de la iglesia de San Adriano y terminaba en Santa María Mayor. El rito de la bendición de los cirios, del que ya se tiene testimonio en el siglo X, se inspire en las palabras de Simeón: “Mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones”. Y de este rito significativo viene también el nombre popular de esta fiesta: la así llamada fiesta de la “candelaria”.


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Martirologio Romano: En Burdeos, en Francia, santa Juana de Lestonnac, la cual, siendo niña, rechazó la invitación y los esfuerzos de su madre para apartarla de la Iglesia católica y, al quedar viuda y después de educar convenientemente a sus cinco hijos, fundó la Sociedad de las Hijas de Nuestra Señora, a imitación de la Compañía de Jesús, para la educación cristiana de las muchachas (1640).

Fecha de canonización: 15 de mayo de 1949 por el Papa Pío XII.



Burdeos. Mediodía de Francia. Fría mañana de 1556. Ricardo de Lestonnac, noble magistrado y consejero del rey, que preside su felicísimo hogar en la calle de Cours de Fossés, recibe del cielo la bendición más anhelada para su corazón: una hija, la primogénita, Juana, que llena con la luz de sus ojos azules y su encanto especial la noble morada.

Juana Eyquen de Montaigne, la noble y feliz castellana, recibe en sus brazos el frágil cuerpecito y lo estrecha contra su corazón. Pero se opone tenazmente a que las aguas del bautismo católico corran por la blanca frente de la niña. Es la voluntad firme del padre la que triunfa en la lucha, y Juanita comienza su vida en el campo del rudo combate familiar, que ha de poner en grave peligro la pureza de su fe.


Historietas malvadas y atractivas, en que salen malparados los sacerdotes y el Vicario de Cristo. Veneno entre mieles de caricias maternas. Ausencia total de la Virgen en sus relatos y en sus charlas. Todo lo que la nueva apóstata calvinista anhela inocular en el tierno corazón de aquella privilegiada criatura, a quien su tío, el célebre filósofo Miguel de Montaigne, llamó sin titubeos " ... bella princesa, albergada en magnífico palacio".


Sus tíos, los señores de Beauregard, se unen a la madre hereje para malear la inocencia de Juana. Miguel, el señor de Montaigne, vela por la guarda de su fe. Y la niña triunfa en la lucha con la firme ayuda de su padre y con la cooperación de Guy, el mayor de los hermanos varones, que cada noche repite en sus charlas fraternales cuanto ha aprendido en el colegio que frecuenta, regentado por los padres jesuitas.


La fe, combatida, acaba por hacerse recia y valiente. La devoción a la Virgen arraiga íntima en su alma, y su anhelo de sacrificar el porvenir brillante que el mundo ofrece cede tal sólo ante la insistencia paterna, que teme los claustros y monasterios del mediodía de Francia, invadidos por la herejía.


¿Será la voluntad de Dios?..., ¿Hablará el cielo por la reiterada petición de Gastón de Montferrant Soldán de la Tray, barón de Landirás y de la Mothe, que sueña por hacerla su esposa y lo ruega insistentemente?


Consciente, creyendo acatar así los designios de Dios, acepta Juana.


Y veinticuatro años de felicísimo matrimonio en el baronesado de Landirás son la respuesta afirmativa a su ambición de hacer siempre lo más perfecto.


Ocho veces es Juana madre. Las tres primeras disfruta breves instantes de sus hijos. Muy pronto vuelan al cielo sus angelitos, dejando el baronesado entero sumido en lágrimas y desolación. Las otras cinco —dos varones y tres hembras— van llenando poco a poco, con su alegría y con sus trinos, las dilatadas posesiones bajo sus desvelos de madre y de santa.


La baronesa, la mujer fuerte que canta la Escritura, les enseña cada día los deberes de la cristiana caridad en las visitas a los pobres, a sus colonos, en la abnegada labor de atender y dar hospitalidad a los mendigos que llaman a sus puertas. No sin razón un día la apellidará el mundo entero "honor y gloria de Francia y de la Iglesia".


La primavera del año 1597 ve colgar en los torreones del castillo crespones enlutados. Gastón de Montferrant, fortalecido con su último viático, ha subido al cielo. Y la mano firme y valiente de la baronesa cierra sus ojos para siempre con profundo dolor, pero con inmensa resignación.


Seis años más tarde, cuando el heredero del baronesado ha seguido a su padre a la Patria, después que su hijo Francisco ha fundado su hogar y Marta y Magdalena se han consagrado a Jesús en las Anunciatas de Burdeos, deja a su pequeña Juanita al cargo de Francisco y de su esposa, ya padres de familia, y ella ingresa en las fuldenses de Tolosa, anhelando tan sólo consagrarse por entero al Señor. La mañana de su partida, saliendo muy temprano de palacio, pretende evitar las despedidas, pero su corazón de madre tiene que desgarrarse al ver llegar y arrojarse sobre su pecho a su benjamina deshecha en llanto y queriendo retenerla en Burdeos, en su casa, con sus bracitos frágiles pero potentísimos.


Viste Juana el santo hábito y su felicidad no encuentra límites. Sin embargo, su palidez preocupa a la Comunidad, y las rigurosas penitencias agotan sus fuerzas por completo. Ella prefiere la muerte antes de ser infiel a su Dios, y, cuando su madre superiora le indica que es preferible seguir la prescripción facultativa y regresar a su castillo de Landirás, la pena la embarga por completo.


Aquella noche, mientras esfuerza su alma en abrazarse con la voluntad de Dios y en aceptar la prueba, una visión celestial la hace ver el abismo del infierno. Caen en él las jóvenes, en espantoso torbellino, y tienden los brazos implorando su auxilio. Sobre el cuadro espantoso se dibuja, magnífica y grandiosa, la imagen de María.


La voluntad de Dios la vence por completo. Y la futura Compañía de María, en beneficio de la juventud femenina, empieza a diseñarse en aquella velada última de un aposento de una novicia fuldense.


Vida de caridad y apostolado en su palacio de Burdeos. Providenciales intervenciones divinas, y revelaciones celestiales a los padres Bordes y Raymond, de la Compañía de Jesús. Horas de luz en que se van plasmando las nuevas reglas, calcadas también en las de San Ignacio. Generosa respuesta a la gracia por parte de las primeras compañeras, y el 11 de mayo de 1608 Burdeos entero, engalanado, presencia la toma de hábito de las cinco primeras religiosas que se ciñen para el combate en la Compañía de la Virgen.


El cardenal De Sourdis, protector en un principio de la Obra, desea más tarde acoplarla a la regla de las ursulinas, y les niega la profesión en mayo de 1610. Pero el 7 de diciembre, en su castillo de Lormont, recibe una gracia particular de la Santísima Virgen, que aboga por sus hijas, y en la festividad de la Inmaculada, en el monasterio de la calle del Ha, recibe la entrega total de la madre santa y de sus primeras compañeras, que son nueve.


Fuerte vendaval de persecución sacude repetidas veces el tierno arbolito. Por eso quizá arraiga más fuertemente. Béziers, Poitiers, Tolosa, Périgueux... Letanía maravillosa que, antes de la partida de la madre al cielo, se desgrana en cuarenta preciosas y florecientes advocaciones... En ellas, jalonando su fecunda producción, sufrimientos y preocupaciones de todas clases. Desde los desprecios de Lucía de Teula, fundadora frustrada de Tolosa, que no escatimó insultos y persecuciones, secreto de la prosperidad de los nuevos palomares de la Virgen, hasta la traición de una de sus hijas, única infiel entre el grupo de sus primeras religiosas, que ingrata a la madre, y cediendo a una tentación ambiciosa, hace llegar hasta el prelado falsas acusaciones e inculcaciones de todas clases.


"La parte que Jesús nos da de su cruz nos hace conocer cuánto nos ama", repite más tarde la santa fundadora. Y, tras un silencio santo y ejemplar, su estancia en Pau, la benjamina de sus fundaciones, llena de admiración a cuantos tienen la dicha de tratarla. Van recibiendo sus últimos maravillosos ejemplos de humildad al verla ocuparse personalmente en las clases de las niñas más pobrecitas... De magnanimidad, de amor al Instituto y a las Reglas, para cuya impresión logran sus hijas bordelesas que regrese a la cuna de la Orden a los setenta y ocho años de edad.


La enamorada de la Eucaristía, la angelical religiosa que tributaba culto tan especial al ángel de su guarda, la hija amantísima de la Iglesia y de la Virgen, a la que consagró su compañía; la madre caritativa y buena, que en épocas de epidemia daba a manos llenas los remedios adquiridos para la Comunidad entre los mendigos y los necesitados, la hija confiada en la providencia del Padre celestial, que vivió siempre pendiente de la Providencia en todas su empresas, el 2 de febrero de 1640, tras rapidísima enfermedad de dos días, rodeada de sus hijas y pronunciando con dulzura celestial los nombres de Jesús, María y José, se durmió tranquilamente en la paz del Señor, en medio de la veneración y el amor de tantas hijas dispersas por las cuarenta casas del Instituto...


...Revolución francesa. Profanación de los restos venerados, enterrándolos cerca de la osamenta de un caballo. Celo y amor de la madre Duterrail, que, al restaurar las casas de Francia, acabada la Revolución, logra, tras afanes inmensos, encontrar sus restos venerados. Y, por fin, transcurridos trescientos años de espera, el 15 de mayo de 1949 la santidad de Pío XII la eleva a la gloria de los altares.


Santa Juana de Lestonnac bendice hoy las ciento quince casas de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora, que, esparcidas por todo el mundo, anhelan vivir intensamente el ideal de su santa madre fundadora: "O trabajar o morir por la mayor gloria de Dios".



Martirologio Romano: En Prato, de la Toscana, santa Catalina de’ Ricci, virgen, de la Tercera Orden Regular de Santo Domingo, que se dedicó de lleno a la restauración de la religión y por su asidua meditación de los misterios de la pasión de Jesucristo, obtuvo experimentarla de alguna manera (1590).

Fecha de canonización: 29 de junio de 1746 por el Papa Benedicto XIV.



El 23 de abril de 1522 nace en Florencia, Alejandra Lucrecia Rómola, hija de la noble familia de´ Ricci, que tuvo mucho poder y importancia en la ciudad.

Muerta su madre cuando ella era todavía muy niña, quedó bajo el cuidado de una madrastra. Poco después la puso su padre en el convento de las monjas de Monteceli donde estaba una tía suya. Allí recibe su primera educación y sobresale por su aplicación en los estudios.


A la niña le gustan los relatos de la Pasión de Cristo. Celeberrimo es el Crucifijo que se venera en aquel monasterio y que desde entonces se llama el Crucifijo de la Alejandrina.


A los doce años participa en un retiro en la comunidad del monasterio de san Vicente Ferrer en Prato, perteneciente a la Tercera Orden Regular de Santo Domingo.


Queda impactada por el estilo de vida y trabajo de las hermanas y pide la admisión en la comunidad. Cuando su padre fue a buscarla para volverla a casa, no quiso ir. El lunes de Pentecostés, 18 de mayo de 1535, a los trece años, tomó el hábito de terciaria de Santo Domingo, de manos de su tío Timoteo de´ Ricci O.P., mudando el nombre de Alejandrina por el de Catalina.


Profesó al año siguiente y io en tal forma a la contemplación, singularmente de la Pasión del Señor, que de ordinario estaba abstraída de los sentidos. Por su gran humildad, siempre se puso bajo la obediencia de los superiores.


Dotada de natural prudencia, fue superiora dieciocho años, ganando mucho las religiosas en lo espiritual y en lo temporal por las muchas limosnas que le enviaban, con lo que pudo acabar la fábrica del convento y acoger muchas jóvenes.


Piensese que Catalina era Madre Priora de una comunidad de, por lo menos, 120 monjas y que en unos años llegó a contar hasta 160 religiosas... Durante doce años, 1542-1554, revivió en su cuerpo las llagas del Crucificado y la Pasión del Señor.


Poco después de su profesión, el Señor vino a visitarla enviándole una terrible y múltiple enfermedad, ya que fueron varias las dolencias que a la vez afligían su débil cuerpo. Las mismas religiosas y los médicos quedaban admirados cómo era posible que pudiera resistir tanto dolor de todo tipo.


Se le apareció un alma beata de su Orden, hizo sobre ella la señal de la cruz y quedó curada por varios años. Durante estos atroces tormentos tenía una medicina que la curaba, por lo menos le daba paz y alivio: Era el meditar en la Pasión del Señor, en los muchos dolores que Él sufrió por nosotros... Meditaba paso a paso, en toda su viveza y a veces se le manifestaba el Señor bien con la Cruz a cuestas, bien coronado de espinas o clavado en la Cruz.


Recibió muchos dones y regalos del cielo: revelaciones, gracias de profecía y milagros, el don de leer los corazones... Luces especiales en los más delicados asuntos de los que ella nada sabía. Por ello acudieron a consultarla Papas, cardenales, los principes de Florencia, el Hijo del Rey de Baviera, igual que personas sencillas y humildes.


A todos atendía con gran bondad y humildad ya que se veía anonada por sus miserias y se sentía la más pecadora de los mortales. Tuvo gran amistad y correspondencia con San Carlos Borromeo, San Felipe Neri, San Pío V y Santa María Magdalena de´ Pazzi.


El día Primero de febrero de 1590 recibió los santos sacramentos. Recibió el viático de rodillas, su rostro se resplandecía como él de un ángel.

Llamó después a las religiosas, les hizo una exhortación al amor de Dios y a la observancia regular, poniéndose de nuevo en oración hasta la noche. Muriò poco después, era el día dos de febrero del año 1590 y toda la ciudad de Prato se conmovió.


Fue beatificada por Clemente XII el 23 de noviembre de 1732 y canonizada por Benedicto XIV el 29 de Junio de 1746. Catalina es también compatrona de la ciudad y diocesis de Prato en Italia, y en Guantánamo, desde 1836, una parroquía está dedicada a ella (hoy catedral).


Llena del fuego del Espíritu Santo buscó incansablemente la gloria del Señor. Promovió la reforma de la vida regular, inspirada especialmente por fray Jerónimo Savonarola, a quien admiraba con agradecido afecto. Su amor a la Pasión del Señor la llevó a componer el "Cántico de la Pasión", una meditación reposada sobre los sufrimientos de Cristo.


Debemos a su maestra, Sor María Magdalena Strozzi, si Catalina empezò a escribir sus extraordinarias experiencias místicas. Una muchedumbre de "Cartas" son muestra de su profundo itinerario en el Espíritu. Trabajó con solicitud en la atención de enfermos, hermanas o laicos. La extraordinaria abundancia de carismas celestiales, junto con una exquisita prudencia y especial sentido práctico, hicieron de ella la superiora ideal.


El cuerpo incorrupto de la santa se venera en la Basilica menor de San Vicente Ferrer y Santa Catalina de´ Ricci en Prato, donde las monjas dominicas siguen viviendo su espiritualidad y su mensaje de amor.


Para pedir informaciones, dirigase a: nicogo@tiscali.it











María Dominica Mantovani, Beata
María Dominica Mantovani, Beata

Fundadora

de las Hermanitas de la Sagrada Familia


Martirologio Romano: En Verona, en Italia, beata María Dominica Mantovani, virgen, que junto con el beato José Nascimbeni, presbítero, fundó el Instituto de las Hermanitas de la Sagrada Familia, de la que fue primera superiora, para atender a los pobres, huérfanos y enfermos, llevando una vida humilde por amor a Cristo (1934).

Fecha de beatificación:27 de abril de 2003 por el Papa Juan Pablo II.



La Beata Madre María Domenica Mantovani, primogénita de cuatro hermanos, era hija de Giovanni Battista Mantovani y de Prudenza Zamperini. Nació en Castelletto di Brenzone, en la provincia de Verona (Italia), el 12 de noviembre de 1862. Fue bautizada al día siguiente.

Recibió la confirmación el 12 de octubre de 1870 y la primera comunión el 4 de noviembre de 1874.


Frecuentó con gran provecho la escuela primaria, pero no pudo seguir estudiando debido a la pobreza de su familia. Su inteligencia, voluntad y extraordinario sentido práctico suplieron su falta de estudios. Desde la niñez manifestó ser muy propensa a la oración y a las cosas de Dios. En la base de una sensibilidad religiosa y cristiana tan profunda y tan llena de gracia, destinada a crecer e irradiar viva luz, se hallaba el testimonio de sus padres y familiares, personas sencillas, trabajadoras, honestas y ricas en fe.


El catecismo fue la fuente privilegiada que proporcionó en gran medida la formación cristiana a la Beata. En efecto, el catecismo -junto con las enseñanzas de la familia- sentó las sólidas bases sobre las que ella construiría a lo largo de los años su personalidad humana y cristiana. La casa, la escuela y la iglesia fueron los gimnasios que plasmaron, desde la niñez, su carácter y que dieron una orientación precisa a toda su vida.


Transcurrió toda la juventud, hasta los treinta años, en el seno de su familia. Creció sana de espíritu y de cuerpo y se distinguió siempre por su bondad, docilidad, transparencia de vida y extraordinaria piedad.


Ya de muchacha era apóstol de sus coetáneas, a quienes educaba a la virtud con buenas lecturas y, sobre todo, con el testimonio de su vida.


Cuando tenía 15 años, entró en Castelletto el Beato Giuseppe Nascimbeni, primero como maestro y cooperador (1877-1885) y luego como párroco (1885-1922). Desde entonces, él fue su firme y luminoso guía espiritual y ella su generosa colaboradora en las múltiples actividades parroquiales: era el alma de la juventud de todo el pueblo y era amada, escuchada y estimada por todos sus conciudadanos.


Se dedicaba con celo a la enseñanza del catecismo a los niños y se prodigaba con caridad evangélica visitando y asistiendo a los pobres y a los enfermos.


Inscrita en la Pía Unión de las Hijas de María, observó siempre fielmente las prescripciones del reglamento, convirtiéndose en el espejo y el modelo de sus compañeras, a quienes, gracias a su gran ascendiente, lograba dar eficaces lecciones de vida.


Particularmente devota de María Inmaculada, el 8 de diciembre de 1886 emitió el voto de virginidad perpetua en manos de Don Giuseppe Nascimbene, su director y párroco.


La devoción a María Inmaculada fue el respiro de su alma; la intimidad con Cristo Jesús y la contemplación de la Sagrada Familia, la fuerza de su vida.


Deseosa de consagrarse al Señor, conoció el designio de Dios sobre ella a través del Beato Nascimbene, quien quiso que fuera su colaboradora en la fundación de la Congregación de las Hermanitas de la Sagrada Familia (6 de noviembre de 1892), de la que fue así Cofundadora y primera Superiora general.


La Beata prestó una singular ayuda, en las actividades parroquiales y en el gobierno del Instituto, al Beato Nascimbene, de quien fue siempre devotísima y cuyos proyectos y deseos interpretó y llevó a la práctica con fidelidad.


Contribuyó de manera esencial a la elaboración de las Constituciones, inspiradas en la Regla de la Tercera Orden Regular de San Francisco, y a la formación de las hermanas. Su colaboración, junto con su irreprensible testimonio de vida, influyó de manera determinante en el desarrollo y la expansión del Instituto. Su obra completó la del Fundador, imprimiendo en la espiritualidad de la Familia religiosa las notas distintivas que marcarían su vida y su acción en la Iglesia y en el mundo. La obra del Fundador y la de la Cofundadora se trenzaron forjando a las primeras hermanas de acuerdo con el carisma recibido del Espíritu Santo. La del Beato era intensa, fuerte, enérgica; la de la Beata, escondida y delicada pero firme y sin desmayos, reforzada, además, con elocuentes ejemplos y pacientes esperas.


En los escritos de la Beata emergen con nitidez sus cualidades de madre amorosa y buena, de maestra sabia e inteligente, celosa y alguna vez exigente con miras al auténtico bien.


A la muerte del Fundador, ella, rica en virtudes y llena de sabiduría y de prudencia, continuó guiando el Instituto con fortaleza de ánimo, con gran confianza en Dios y con profundo sentido de responsabilidad, deseosa de transmitir a sus hijas las enseñanzas del Fundador, a fin de que se conservara y se viviera íntegramente el espíritu genuino de los orígenes.


Antes de morir tuvo el consuelo de lograr la aprobación definitiva de las Constituciones y la aprobación ad septennium del Instituto, y de ver la obra continuada por unas 1.200 hermanas dedicadas a toda suerte de actividades apostólicas y caritativas en las 150 casas de la Congregación, en Italia y en otros países.


La Beata progresó hasta el final de sus días en el camino de la santidad, dando prueba de todas las virtudes, especialmente de la virtud de la humildad.


Cerró su luminosa jornada terrena el día 2 de febrero de 1934, tras unos breves días de enfermedad.


El 24 de abril de 2001, Su Santidad Juan Pablo II, acogiendo y ratificando los votos de la Congregación para las Causas de los Santos, la declaró Venerable. Posteriormente el 27 de abril de 2003, una vez comprobado un milagro por su intercesión fue declarada Beata de la Iglesia.


Reproducido con autorización de Vatican.va



Martirologio Romano: En Milán, en Italia, beato Andrés Carlos Ferrari, obispo, que trabajó en favor de las tradiciones religiosas de su pueblo y abrió nuevos cauces para dar a conocer en el mundo el amor de Cristo y de la Iglesia (1921).

Fecha de beatificacion: 10 de mayo de 1987 por el Papa Juan Pablo II.



Andrés Ferrari nació en Lalatta, diócesis de Parma el 13 de agosto de 1850. En 1861 fue aceptado en el Seminario de Parma, donde completó los cinco años de gimnasio, el trienio de liceo y el cuadrienio de estudios teológicos. El 20 de diciembre de 1873 fue ordenado sacerdote, con el compromiso de hacerse santo para llevar almas a Cristo. El 21 del mismo mes, en el santuario mariano de Fontanellato cantó su primera misa, imploró a la Virgen luz y fuerza para ser un verdadero pastor de almas.

Por algún tiempo prestó su servicio pastoral como vice‑párroco en Mariano y después en Fornovo Taro, donde se dio todo a todos para llevarlos a todos a Dios. En el otoño de 1875 fue llamado al seminario como vicerrector y profesor de física y matemáticas. En 1877 fue hecho Rector del mismo seminario, donde enseñó teología. El 29 de mayo de 1890 fue elegido obispo de Guastalla. El 29 de mayo de 1891 fue trasladado a la sede de Como, donde se distinguió por su celo pastoral.


El 18 de mayo de 1894 fue creado cardenal y el 21 de mayo del mismo año fue nombrado arzobispo de Milán. Entonces fue cuando a su nombre de Andrés, añadió el de Carlos, en honor de San Carlos Borromeo. En marzo de 1895 inició la primera visita pastoral de la arquidiócesis, que repitió cinco veces, sin omitir las parroquias alpinas. Durante las visitas muchas veces dirigía la palabra a los fieles, hacía el examen de la doctrina cristiana a los niños, administraba la confirmación, distribuía la Eucaristía, visitaba a los enfermos, consagraba nuevas iglesias. Tres veces celebró el sínodo diocesano, en 1906 reunió un concilio juvenil, en 1895 celebró el Congreso Eucarístico nacional.


También se interesó por los problemas sociales, en homenaje a la gran encíclica «Rerum Novarum» de León XIII. En el seminario instituyó la cátedra de economía social, encomendándola al profesor José Toniolo. Bajo su impulso el clero se dedicó con entusiasmo a las obras sociales. También la prensa católica tuvo un notable impulso. Durante la campaña anti‑modernista, el Cardenal, tan obsecuente a las directivas de la Santa Sede, fue injustamente acusado de desviacionismo.


El se encerró en el silencio y en la oración esperando humildemente que pasaran las tinieblas y llegase la hora de la luz y de la verdad. En el período de la primera guerra mundial, el Cardenal con dinamismo se dedicó a la caridad hacia los huérfanos, las viudas, las familias desavenidas, los soldados, los prisioneros y en busca de los dispersos. El dolor visitó al arzobispo y lo redujo al lecho. El pueblo de Milán peregrinó a su casa para escuchar de nuevo su voz de exhortación y su bendición. El 2 de febrero de 1921, a los 71 años de edad murió serenamente. Amó a San Francisco y el franciscanismo, apreció la carismática figura del P. Lino Maupas, y animó al Padre Agustín Gemelli en la fundación de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán. Se había hecho terciario franciscano el 30 de junio de 1876 y un año después hizo su profesión. En 1965 fueron exhumados sus restos y se encontraron aún intactos.


Si usted tiene información relevante para la canonización del Beato Andrés contacte a:

Associazione Cardinal Ferrari

Via A. Fogazzaro, 1

20135 Milano, ITALY



Martirologio Romano: En Dernach, lugar de la Renania, en Alemania, beata María Catalina Kasper, virgen, que fundó el Instituto de las Pobres Siervas de Jesucristo, para servir al Señor en los pobres (1898).

Fecha de beatificación: 16 de abril de 1978 por el Papa Pablo VI.



Catalina Kasper nació en 1820 en Dernbach, Alemania. Era la tercera de cuatro hijos de Enrique y Catalina Kasper, campesinos humildes de fe religiosa profunda.

Durante la edad de 6 – 14, Catalina asistió a la escuela del pueblo. Sin embargo, era una niña enfermiza y faltaba de la escuela con frecuencia. Su educación formal equivalía a unos dos años.


Cuando Catalina tenía 21 años, su padre falleció. Ella empezaba a trabajar como jornalera por 10 centavos al día para sostener a su mamá y a si misma.


Ya como niña Catalina era sensible a las necesidades de los pobres en su pueblo. Como mujer joven, comenzaba a ayudar a los pobres y los abandonados, y visitaba a los enfermos. Sus obras de caridad atraían a otras jóvenes de su pueblo, y animada por su director espiritual, el Padre Heimann, ella formó una Asociación de Caridad.


El amor de Catalina para María, la madre de Dios, fue nutrido por sus frecuentes visitas a la capilla dedicada a Nuestra Señora del Heilborn. La fe de María en responder a los designios de Dios motivaba a Catalina a responder con valentía a las mociones del Espíritu Santo.


Las inspiraciones del Espíritu, la “voz dentro de mi” como Catalina la llamó, la animaron a construir una pequeña casa. Con el aval del obispo Peter Josef Blum, unos once pesos y mucha fe, ella comenzó la construcción en 1847. Después de la muerte de su madre en 1848, ella pudo mudarse a su pequeña casa y dedicar más tiempo a sus obras de caridad.


Con el tiempo, cuatro jóvenes se unieron con ella y el 15 de Agosto de 1851 este pequeño grupo llegó a ser una congregación religiosa. Catalina eligió el nombre Siervas Pobres de Jesucristo. Ella miraba a María la primera Sierva como su modelo. Como María, ella escuchaba atenta al Espíritu y respondía con valentía a la voluntad de Dios.


Catalina, conocida en la vida religiosa como la Madre María, murió el 2 de febrero de 1898. A causa de sus obras y seguimiento de la vida de Cristo, la iglesia la designó como la Beata María Catalina Kasper el 16 de Abril de 1978.



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