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El 3 de noviembre de 1534 el parlamento inglés declaraba que el rey era la cabeza suprema de la iglesia en Inglaterra. Resultaba así oficializado, ejecutado y obligatorio para todos los súbditos de la corona el cisma entre la iglesia anglicana y la católica.

A los religiosos no les quedaba otra alternativa que la de elegir una de estas tres posibilidades: jurar fidelidad al rey y abandonar la vida religiosa, refugiarse en el extranjero o afrontar la cárcel con gran probabilidad también de muerte. El Padre John Stone, del convento agustiniano de Canterbury, tomó la decisión más coherente con su fe cuando el 14 de diciembre de 1538 un agente regio se presentó a la puerta del convento con la orden de cerrar la casa religiosa y hacer firmar a los miembros de la comunidad el prescrito juramento de fidelidad. Muchos se sometieron por temor. El P. John, no.

Encarcelado inmediatamente, compareció ante el primer ministro Thomas Cromwell. Se intentó persuadirlo para que diera su asentimiento a la nueva normativa, pero nada ni nadie consiguió convencerlo. Es más, durante los doce meses de prisión que siguieron a su captura, por su espontánea voluntad quiso añadir ulteriores penitencias a los ya numerosos sufrimientos que le eran infligidos para así tener la fuerza de permanecer fiel a Cristo en el momento del testimonio supremo. La sentencia con la que se cerró el proceso era apremiante: el “papista” fue condenado a sufrir la pena capital.

El 27 de diciembre de 1539 una procesión lenta y lúgubre se movió por las calles de Canterbury. El Padre John, atado sobre un enrejado movido por un caballo, fue conducido a través de la ciudad hasta una colina fuera de las murallas, y allí fue ahorcado. A continuación, siguiendo la inhumana costumbre del tiempo, fue despedazado y sus restos cocidos en una caldera.

En el libro contable del camarlengo de Canterbury aparece la lista de los gastos a cargo de la caja común efectuados para pagar la madera utilizada en la construcción del patíbulo y la adquisición de la cuerda: «Pagado por media tonelada de madera para una horca en la cual ajusticiar al fraile Stone: 2s 6d.».

Beatificado por León XIII en 1886, Pablo VI el 25 de octubre de 1970 lo canonizaba junto con otros treinta y nueve mártires ingleses, sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres, todos ellos sacrificados por la defensa de la verdad y de la unidad de la Iglesia.

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Presbítero

Martirologio Romano: En São Paulo, Brasil, san Antonio de Santa Ana Galvao de França, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que se dedicó con gran fruto al ministerio de la predicación y de la penitencia, y fundó el Retiro de la Luz (Recolhimento da Luz), en donde dirigió con gran discreción espiritual una comunidad de Hermanas. ( 1822)

Fecha de canonización: 11 de mayo de 2007, por S.S. Benedicto XVI

Nació en 1739 en Guaratinguetá (Estado de São Paulo), ciudad que en aquel tiempo pertenecía a la diócesis de Río de Janeiro. Con la fundación de la diócesis de São Paulo, en 1745, Galvão vivió prácticamente sólo en esta diócesis, desde 1762 hasta 1822.

Su familia era profundamente cristiana. Su padre, Antonio Galvão de França, pertenecía a la tercera Orden Franciscana y del Carmen, y era conocido por su gran generosidad; su madre, Izabel Leite de Barros, murió con fama de mujer caritativa.

Antonio vivió, con sus diez hermanos, en una casa cómoda y lujosa, pues sus padres gozaban de prestigio social e influencia política. A la edad de 13 años, su padre lo envió a estudiar al seminario de los padres jesuitas, en Belém, donde ya se encontraba su hermano José. Permaneció allí de 1752 a 1756, haciendo notables progresos en el estudio y en la práctica de la vida cristiana. Quería entrar en la Compañía de Jesús, pero su padre, preocupado por el clima antijesuita impulsado por el gobierno del marqués de Pombal, lo convenció a irse con los padres franciscanos, que tenían un convento en Taubaté, no muy lejos de Guaratinguetá.

El 15 de abril de 1760, a los 21 años, entró en el noviciado del convento de San Buenaventura, en la aldea de Macacu, en Río de Janeiro. Durante su formación se distinguió por su piedad y su celo, y era un dechado de virtudes, hasta tal punto que en el libro de los religiosos brasileños se leen palabras muy elogiosas sobre él. El 16 de abril de 1761 emitió la profesión solemne y, con un juramento que entonces pronunciaban los franciscanos, también se comprometió a defender el título de "Inmaculada" de la Virgen.

El 11 de julio de 1762, apenas un año después de su profesión religiosa, sus superiores lo admitieron a la ordenación sacerdotal, pues reconocieron que eran suficientes los estudios teológicos que había hecho anteriormente. Fue un signo evidente de la confianza que depositaban en el joven clérigo, al que destinaron al convento de São Paulo, donde perfeccionó sus estudios filosóficos y teológicos. Terminados los estudios en 1768, fue nombrado predicador, confesor y portero del convento. Este ultimo oficio le permitió entrar en contacto con la gente y hacer un intenso apostolado. Continuamente escuchaba y aconsejaba. Era un confesor muy estimado.

Entre 1769 y 1770, por una circunstancia providencial, fue nombrado confesor de un "Recolhimento" (casa de retiro donde se reunían muchachas piadosas y temerosas de Dios para vivir como religiosas) en São Paulo. Allí encontró a sor Helena Maria del Espíritu Santo, religiosa que tenía visiones en las que Jesús le pedía que fundara un nuevo "Recolhimento". Fray Antonio, con la ayuda de personas sabias, estudió sus mensajes y llegó a la conclusión de que eran de origen sobrenatural. El 2 de febrero de 1774 se procedió a la fundación de la nueva casa, que se llamó "Recolhimento" de Nuestra Señora de la Concepción de la Divina Providencia. El 23 de febrero de 1775 murió repentinamente sor Helena Maria, y fray Antonio debió asumir la responsabilidad de guiar a las "recogidas". A pesar de las presiones políticas que tuvo que afrontar inmediatamente después de su fundación, la comunidad salió adelante y aumentó. Fray Antonio redactó un Estatuto para ellas una especie de guía de vida interior y de disciplina religiosa, en el que plasmó sus características como futura institución eclesiástica. Años más tarde, precisamente en 1929, el "Recolhimento" se incorporó a la Orden de la Inmaculada Concepción.

En 1781 el santo franciscano fue nombrado maestro en el noviciado de Macacu, en Río de Janeiro, pero el obispo de São Paulo, que no quería privarse de un religioso tan virtuoso y amado por su gente, no le permitió marcharse. En 1798 fue nombrado guardián del convento de San Francisco, en São Paulo, y reelegido en 1801. Prodigándose incansablemente por su pueblo con verdadero espíritu evangélico, fray Antonio desempeñó numerosas actividades al servicio de su Orden y de la Iglesia, entre las que figuran la de definidor de la provincia de la Inmaculada Concepción, visitador general y presidente del capítulo. Falleció el 23 de diciembre de 1822. Sus restos mortales descansan en la iglesia del "Recolhimento da Luz".

El Papa Juan Pablo II lo beatificó el domingo 25 de octubre de 1998, en la plaza de San Pedro. Fue canonizado por Benedicto XVI en São Paulo, Brasil, el 11 de mayo de 2007, siendo el primer santo nacido en tierras brasileñas.

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Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net

Pablo Meléndez Gonzalo, padre de familia numerosa, abogado y periodista, había nacido en Valencia (España) el 7 de noviembre de 1876. A los 14 años perdió a su padre. Desde ese momento, dedicó el tiempo disponible que le dejaba la escuela para ayudar a su madre y a otros 6 hermanos menores que él.

Dios le concedió una vida espiritual intensa, profunda, sincera. A los 15 años ingresó en las congregaciones marianas, y pronto pudo participar en los grupos de Adoración nocturna. Además, su amor a Dios le llevaba a amar a los demás, especialmente a los enfermos (con frecuencia iba a visitarlos). Todo lo hacía con la fuerza que le daba su continuo contacto con Jesús: iba a misa y recibía la comunión diariamente.

Estudió derecho en la Universidad de Valencia y obtuvo excelentes notas. Pero ello no le apartó de sus convicciones: sus compañeros y profesores notaron en seguida la fe profunda y el compromiso que Pablo tenía con la Iglesia. Por esa fe y esa convicción participó activamente en la Juventud Católica, de la que llegó a ser presidente para la zona de Valencia.

Terminados los estudios, empezó a trabajar como abogado. También fue un buen periodista. Con el tiempo, llegó a ser director del periódico “Las Provincias”.

El 25 de enero de 1904 se casó con Dolores Boscá. Dios bendijo a los esposos con 10 hijos: Pablo, Antonio, Alberto, Rafael, Carlos, María Teresa, María de los Desamparados, María Luisa, Josefa y María Dolores.

También participó en política, como miembro de la Liga católica, y ocupó algunos cargos públicos en su ciudad. Por eso, era conocido su compromiso por defender la moralidad pública y la libertad religiosa de la Iglesia. En la España de aquellos años este compromiso público podía ser muy peligroso, más en una Valencia en la que se notaba una especial hostilidad de algunos contra todo lo que “oliese a incienso” (como se decía despectivamente de la gente de la Iglesia).

Los hechos se precipitan a partir de 1931. La tensión política es muy alta en los años iniciales de la II República española. En 1934 se produce un primer intento, fracasado, de revolución izquierdista. Pero el ambiente sigue sumamente tenso, una tensión que culmina en julio de 1936 con el inicio de la guerra civil española.

Pablo Meléndez se encuentra, ese mes de julio, en un pueblo de la provincia, Paterna. La zona queda bajo gobierno de las autoridades republicanas y de los comités comunistas y revolucionarios, que no dudarán en poner en marcha una persecución sistemática contra muchos católicos.

Pablo sufre un primer registro como sospechoso, pero no es arrestado. Se traslada a la ciudad de Valencia. No le resulta posible buscar un escondite, pues tiene que proveer de atención médica a uno de sus hijos, Carlos, que está gravemente enfermo. Algunos le ofrecen ayuda para escapar, pues saben que su vida corre peligro, pero Pablo se niega: antes está el cuidado de su hijo.

Pasados algunos meses, el peligro se hace realidad. El 25 de octubre, hacia las 6 de la tarde, llegan a arrestarle. Se lo llevan con uno de sus hijos, Alberto. Uno de los que le detiene pregunta: “¿es usted católico?” Pablo Meléndez contesta con seguridad: “soy católico, apostólico y romano”.

La orden de arresto viene del Gobierno civil de Valencia, a petición del Consejo provincial de Vigilancia popular antifascista, y con un motivo sumamente concreto: Pablo Meléndez era conocido como persona comprometida con su fe católica.

Pasa a la cárcel, y allí parece sentirse algo seguro, aunque todo puede cambiar en un instante. Un compañero de prisión le pregunta si cree que saldrán vivos. Pablo le responde: “si la Providencia nos destina para mártires nos fusilarán, y si no, quedaremos libres”. Otro de los compañeros de prisión le escucha decir lo siguiente: “estamos aquí pues Dios lo ha permitido, en sus manos estamos. He ordenado a mi familia que no haga gestiones para conseguir mi libertad. Sólo pido al Señor me dé su amor y gracia, y esto me basta”. Esa última frase le gusta mucho. La repite cuando le informan que su hijo Carlos acaba de fallecer.

Se acerca la navidad de 1936. Para todo cristiano, una fiesta grande. Pablo Meléndez no sabe, quizá, que va a celebrar esa fiesta en el cielo, acompañado por sus hijo Alberto y Carlos.

El día 24 de diciembre, en la madrugada, sacan de la cárcel a Pablo y a Alberto, y los fusilan con rapidez. A la familia les dicen que los han puesto en libertad. Una de las hijas, sin embargo, sospecha lo que acaba de ocurrir. Va al cementerio, y encuentra los cadáveres de su padre y de su hermano, acribillados por las balas.

“Estamos aquí porque Dios lo ha permitido”. La vida y la muerte pertenecen a Dios, aunque a veces los hombres sienten que son ellos quienes deciden y escriben la historia. La historia terrena de Pablo Meléndez y de su hijo terminó así, en vísperas de la Navidad.

No resulta fácil comprender por qué Dios permitió su muerte, por qué privó a una familia numerosa de aquel padre que tanto amaba a los suyos. Desde la fe sabemos, sin embargo, que Pablo no dejó a los suyos: Dios lo acogió en su seno. Desde el cielo, supo seguir cerca de la familia, cerca también de todos los que seguimos en camino hacia la Casa del Padre.

La Iglesia ha sabido reconocer su fidelidad al amor y nos lo presenta como ejemplo para nuestra vida diaria. Fue declarado beato por Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.

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SAN JUAN DE KETY

SACERDOTE






Juan Wacienga (San Juan de Kety, Kanty, Cancio o Kenty), presbítero y filósofo polaco, el cual, siendo sacerdote, se dedicó a la enseñanza durante muchos años en la Academia de Cracovia, después recibió el encargo pastoral de la parroquia de Olkusia, en donde, añadiendo a la recta fe un cúmulo de virtudes, se convirtió para los cooperadores y discípulos en ejemplo de piedad y caridad hacia el prójimo, y después emigró a los gozos celestiales en Cracovia, ciudad de Polonia.

Juan Wacienga nació en Kety, cerca de Cracovia, en 1390. En 1413, se inscribió en la universidad de esta última ciudad, fundada poco antes, pero ya famosa. Allí discurría su vida entera. Después de ser estudiante, pasó a actuar como profesor de letras decano de la facultad de filosofía (1432) y, más tarde, profesor de teología (1443). Entre tanto, fue párroco de Olkus, parroquia próxima a Cracovia, que dependía del capítulo colegial de San Florián, al que se había asociado Juan. Como profesor, resplandeció por su saber, pero más aún por su amor hacia los pobres y por su espíritu de penitencia. Eran tiempos difíciles, por la guerra hussita que asolaba Polonia. Juan supo compadecerse en todo momento de la miseria y defender la fe respetando al contrario. Consciente del valor redentor que poseen las peregrinaciones, hizo mendigando el camino hasta Jerusalén para venerar el sepulcro de Cristo, y acudió por cuatro veces a Roma a las tumbas de Pedro y Pablo. Murió a los sesenta y tres años, la víspera de Navidad de 1473.

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