06/03/21

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Por: . | Fuente: santiebeati.it

Sacerdote Fundador de la
Congregación de las Hermanas Misioneras
de la Inmaculada Reina de la Paz

Martirologio Romano: En Mortara, Pavia (Italia), beato Francisco Pianzola, presbítero, fundador de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Reina de la Paz. ( 1943)

Fecha de beatificación: 26 de junio de 2006, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.

Nacido en Sartirana Lomellina, en la provincia de Pavia (Italia), el 5 de octubre de 1881, Francisco desde niño conoció los trabajos y sufrimientos de los agricultores, trabajadores agrícolas y en especial de los cultivadores de arroz que llegan de muy lejos para buscar trabajo en Lomellina.

Muchacho piadoso, abierto y reflexivo, siente nacer en él la vocación sacerdotal. Estudió en el Seminario de Vigevano (Pavia) y el 16 de marzo de 1907 fue ordenado sacerdote.

Como sacerdote, Francisco no se olvida de los trabajadores de los campos; le apasiona anunciar el Evangelio en su tierra, prefiriendo a los humildes, a los campesinos olvidados y a los obreros de las fábricas, por lo que opta por la predicación itinerante, dirigida de manera especial al pueblo y a los jóvenes.

En ese contacto vivo y profundo con su pueblo -del que conoce su hambre por la verdad- y en el ser testigo de la dolorosa situación de las mujeres en los campos y fábricas, Francisco percibe la voz de Dios que lo llamaba a realizar nuevas iniciativas apostólicas con el fin de llegar a compartir el pan del Evangelio con todos y cada uno.

Para ello funda la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Reina de la Paz, establecimiento la casa matriz en Mortara, la "capital" de Lomellina, para que cual "pobres y humildes Jesús, se hicieran esclavas de las pobres almas" buscándolas en las más distantes fábricas y campiñas, en los corrales, en las afueras... para ayudarlas y consolarlas, para repetir "con sencillez y amor" la Palabra que salva, colaborando así con el sacerdocio católico.

El Padre Pianzola, rodeado de gran cariño y fama de santidad, consumido por su trabajo y caridad, murió en la Casa Matriz de sus hermanas en Mortara el 4 de junio de 1943, donde ahora descansa.

Fue llamado "el apóstol de Lomellina" por las autoridades eclesiásticas, y "el santo de los arrozales" por su gente.

El Papa Benedicto XVI lo declaró "venerable" el 26 de junio de 2006 y fue beatificado el 4 de octubre de 2008 en la catedral de Vigevano por el cardenal José Saraiva Martins, prefecto emérito de la Congregación para las Causas de los Santos, luego de la aprobación de un milagro atribuido a su intercesión.

responsable de la traducción: Xavier Villalta


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Por: . | Fuente: Vatican.va

Presbítero y Fundador

Martirologio Romano: En Lecce, de la Apulia, san Felipe Smaldone, presbítero, que se dedicó a atender a los sordos y ciegos indigentes, y para instruirlos humana y cristianamente fundó el Instituto de Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones ( 1923).

Breve Biografía

La vida de Felipe Smaldone, que se extiende desde 1848 a 1923, estuvo marcada por décadas particularmente densas de tensiones y contrastes en varios campos y sectores de la vida de la sociedad italiana, especialmente en su patria de origen y en la misma Iglesia. Nació en Nápoles el 27 de julio de 1848, el año de los famosos «motines de Nápoles ». Cuando tenía doce años, la monarquía borbónica, a la cual su familia estaba fuertemente unida, fue derrocada, y la Iglesia, con la conquista de Garibaldi, sufrió momentos muy dramáticos, que terminaron en el destierro del cardenal Arzobispo de Nápoles Sisto Riario Sforza.

Ciertamente no se vislumbraba un futuro favorable y prometedor, especialmente para la juventud, que padecía los « dolores del parto » del nuevo curso socio-político-religioso. Ahora bien, fue en esa fase de crisis institucional y social que Felipe tomó la decisión irrevocable de optar por el sacerdocio y de ponerse para siempre al servicio de la Iglesia, que veía en dificultad y perseguida.

Mientras aún era estudiante de filosofía y teología, quiso marcar su carrera eclesiástica con el servicio caritativo, dedicándose a la asistencia de una cierta categoría de personas marginadas, que, en aquellos tiempos, en Nápoles, eran particularmente numerosas y se encontraban en un lamentable estado de abandono: los sordomudos.

Se distinguió más por su actividad caritativa que por sus estudios. Su escaso rendimiento académico le obstáculo la recepción de las llamadas Órdenes Menores. Eso provocó que se cambiara de la Arquidiócesis de Nápoles a la de Rossano Calabro, cuyo Arzobispo, Mons. Pietro Cilento, en consideración de su bondad y su óptimo espíritu eclesiástico, lo acogió generosamente.

A pesar de ese cambio de diócesis, que duró pocos años, —pues en 1876, con licencia del nuevo Arzobispo, regresó en Nápoles— continuó sus estudios eclesiásticos en Nápoles, bajo la guía de uno de los Maestros del célebre Almo Colegio de Teólogos, mientras proseguía, con inalterada dedicación, su obra de asistencia a los sordomudos. Mons. Pietro Cilento, que lo estimaba mucho, quiso ordenarlo subdiácono personalmente en Nápoles el 31 de julio de 1870. El 27 de marzo de 1871 fue ordenado diácono y, finalmente, el 23 de septiembre de 1871, habiendo recibido la debida dispensa, pues era menor de 24 años, recibió, en Nápoles, con indecible gozo, la ordenación sacerdotal.

Apenas ordenado sacerdote inició un ardiente ministerio como asiduo catequista en las «capillas vespertinas», que, de pequeño, había frecuentado muy provechosamente; como celoso colaborador en varias parroquias, especialmente en la de Santa Catalina en el Foro Magno; y visitando asiduamente a los enfermos en clínicas, hospitales y casas privadas. Su caridad alcanzó el ápice de la generosidad y heroísmo con ocasión de una terrible peste que azotó Nápoles en aquellos días. Él mismo fue contagiado y se salvó por intercesión de la Virgen de Pompeya, cuya devoción lo acompañó por el resto de su vida.

Pero la cura pastoral preponderante de Don Felipe Smaldone era la de los pobres sordomudos, a los que quiso dedicar todas sus energías con criterios más idóneos y convenientes de los que veía que aplicaban los responsables de ese sector educativo. En efecto, le causaba gran pena que los esfuerzos y tentativos se hacían en la educación y formación humano-cristiana de los sordomudos, equiparados a paganos, de hecho, quedaban casi siempre frustrados.

En cierto momento, quizás para dar una expresión más directa y concreta a su sacerdocio, pensó en irse como misionero al extranjero. Pero su confesor, que lo guió constantemente desde la infancia, lo ayudó a entender que su «misión» estaba entre los sordomudos de Nápoles. Desde entonces se dedicó completamente al apostolado a favor sus queridos sordomudos. Dejó la casa paterna y se estableció con un grupo de sacerdotes y laicos, que querían instituir una Congregación de Sacerdotes Salesianos, que, de hecho, nunca se realizó. Con el tiempo adquirió una gran competencia pedagógica en el sector y gradualmente fue proyectando la realización de una Institución estable e idónea para la atención, instrucción y asistencia humana y cristiana de los sordomudos.

El 25 de marzo de 1885 fue a Lecce para abrir, junto con Don Lorenzo Apicella, un Instituto para sordomudos. Llevó algunas «hermanas», que había estado formando, y echó así las bases de la Congregación de las Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones, que, bendita y sostenida por los Obispos de Lecce, Mons. Salvatore Luigi dei Conti di Zola y Mons. Gennaro Trama, tuvo una expansión rápida y sólida.

El Instituto de Lecce, con secciones femeninas y masculinas, tuvo sedes cada vez más amplias por el creciente número de asistidos, hasta la adquisición del célebre ex-convento de las Descalzas, que se convirtió en la sede definitiva y Casa Madre. A éste siguió, en 1897, el instituto de Bari.

Ya que el corazón compasivo del sacerdote Smaldone no sabía decir que no a las solicitudes de muchas familias pobres, en un cierto momento empezó a hospedar, no sólo a las sordomudas, sino también las niñas ciegas, huérfanas y abandonadas. No olvidaba las necesidades humanas y morales de la juventud. Abrió, en efecto, muchas casas con escuelas maternas anexas, con talleres de costura y residencias para las niñas estudiantes, entre las cuales, también una casa en Roma.

Durante su vida, la Obra y la Congregación, a pesar de las duras pruebas a las cuales fue sometida desde afuera y desde adentro, se ensancharon y consolidaron. En Lecce fue furibundamente atacado por una Administración Municipal laicista y adversa a la Iglesia. Dentro de la Congregación tuvo que afrontar con amargura una delicada y compleja situación de secesión provocada por la primera Superiora General, que causó una larga Visita Apostólica. Fue en estas dolorosas circunstancias que brillaron las virtudes eximias de Smaldone, y quedó claro que su fundación era voluntada de Dios. En efecto, a veces Dios purifica con el sufrimiento a sus hijos mejores y las obras nacidas en su nombre.

Por espacio de cuarenta años aproximadamente, Don Felipe Smaldone estuvo siempre en la brecha, sin jamás echarse atrás, desvelándose para sustentar materialmente y educar moralmente a sus queridos sordomudos, hacia los que dispensaba siempre afecto y atenciones paternales, y para formar en la vida de perfección, a sus Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones.

En Lecce, además del reconocimiento general de sus méritos como director del Instituto y fundador de las Hermanas Salesianas, también brillaba por su intenso y múltiple ministerio sacerdotal. Fue asiduo y estimado confesor de sacerdotes y seminaristas, confesor y director espiritual de muchas comunidades religiosas, fundador de la Liga Eucarística de los Sacerdotes Adoradores y de las Damas Adoradoras, y fue Superior de la Congregación de los Misioneros de San Francisco de Sales para las misiones populares. Fue condecorado con la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice, formaba parte de los canónigos de la Catedral de Lecce, y fue distinguido con una Encomienda por parte de las Autoridades civiles.

A la edad de 75 años terminó sus días en Lecce, soportando con admirable serenidad, una diabetes complicada de disturbios cardiocirculatorios y una esclerosis generalizada. Murió santamente a las nueve de la noche del 4 de junio de 1923, después de haber recibido todos los auxilios religiosos y la bendición del Arzobispo Trama, rodeado por muchos sacerdotes, sus Hermanas y sus queridos sordomudos.

Fue beatificado por Juan Pablo II el 12 de mayo de 1996 y canonizado por Benedicto XVI el 15 de octubre de 2006.
 

Reproducido con autorización de Vatican.va

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Abad

Martirologio Romano: En Cornualles, en el actual Reino Unido, san Petroco de Gales, abad ( 594).

Breve Biografía


Es el hijo más joven de Rey Glywys.

A la muerte de su padre, la población de Glywysing pidió a Petroc que tomase la corona de una de las regiones del país, pero Petroc optó por la vida religiosa, y se fue a estudiar en Irlanda.

Varios años después él devolvió a Bretaña y desembarcó en River Camel en Cornwall. Siguiendo las ordenes de San Samson fue a la ermita de San Wethnoc, quien estaba de acuerdo en darle su respaldo para que pudiese fundar un monasterio en el sitio.

Después de 30 años como abad, Petroc hizo una peregrinación a Roma. A su retorno, apenas divisó Newton, empezó a llover. Petroc predijo que la lluvia se detendría pronto, pero llovió durante tres días, en penitencia por haberse jactado de poder predecir el clima, Petroc regresó a Roma, y luego viajó a Jerusalén, y por último a India donde él vivió siete años en una isla en el Océano Indico.

Petroc regresó a Bretaña con la compañía de un lobo que él se había encontrado en India.

Abandonó su monasterio y se fue a Llanwethinoc para vivir como un ermitaño en los bosques de Nanceventon, algunos monjes siguieron su ejemplo.

Petroc se trasladó después a lo más recondito de Cornish y encuentró al ermitaño San Guron. Guron se fue al sur, permitiendo a Petroc, con el apoyo de Rey Constantine de Dumnonia (que había sido convertido al cristianismo por Petroc), establecer un monasterio llamado Bothmena (la Morada de Monjes) junto al sitio de la ermita.

Murió en el año 594.

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CCLXI Papa

Martirologio Romano: En Roma, Italia, San Juan XXIII, Papa, cuya vida y actividad estuvieron llenas de una singular humanidad. Se esforzó en manifestar la caridad cristiana hacia todos y trabajó por la unión fraterna de los pueblos. Solícito por la eficacia pastoral de la Iglesia de Cristo en toda la tierra, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. ( 1963)

Fecha de beatificación: 3 de septiembre de 2000, por S.S. Juan Pablo II.

Fecha de canonización: 27 de abril de 2014, por S.S. Francisco

Memoria litúrgica: 11 de octubre

Breve Biografía

Nació en el seno de una numerosa familia campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de "papa bueno". Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre.

Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.

Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.

De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.

En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.

En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.

En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz».

Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.

En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.

Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.

En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.

Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.

Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.

Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre [1], recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.

El milagro para su beatificación

El hecho atribuido a la intercesión del Papa Bueno hace referencia a la inexplicable curación de una religiosa, Sor Caterina Capitani, enferma de una dolencia estomacal. Era el año 1966 (apenas tres años después de la muerte de Juan XXIII), cuando la entonces joven Caterina Capitani examinada por los médicos de Nápoles recibió el terrible diagnóstico: "Perforación gástrica hemorrágica con fistulación externa y peritonitis aguda". Un caso a todas luces desesperado en el que el desenlace fatal había sido ya aceptado por la familia. Sin embargo, el 22 de mayo de 1966, las hermanas de la enferma, sabedoras de que Caterina era una ferviente admiradora de Juan XXIII, oraron pidiendo su intercesión mientras le colocaban una imagen del Papa sobre el estómago de Sor Caterina. Pocos minutos después, la monja, a la que ya habían administrado el sacramento de la unción de los enfermos, comenzó a sentirse bien y pidió comer.

Sor Caterina Capitani, quien falleció en marzo del 2010 (a la edad de 68 años), relató haber visto a Juan XXIII sentado al pie de su cama de enferma, diciéndole que su plegaria había sido escuchada. Días más tarde, una radiografía documentó la desaparición completa del mal que padecía. La ciencia, fue incapaz de dar una explicación a la curación, además en el estómago no le quedaron señales de las cicatrices causadas por la fístula. Una comisión de médicos calificó de "inexplicable científicamente" la curación de la religiosa.

La canonización

El papa Juan XXIII tenía en su haber más de veinte curaciones inexplicables atribuidas a su intercesión, incluidas dos de las que su postulador estába convencido de que soportarían el riguroso examen del equipo de asesores médicos de la congregación.

Entre los casos más interesantes, está la historia de una mujer de Nápoles que en 2002 ingirió sin querer una bolsa de cianuro. Invocando al beato se salvó del envenenamiento sin dañar los riñones, o el bazo, y curando al mismo tiempo la cirrosis hepática.

Pero un segundo milagro comprobado no fue necesario.  El 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto en el cual se aprueba la votación a favor de la canonización del Beato Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli) realizada el día 2 del mismo mes y año en la sesión ordinaria de los Cardenales y Obispos de la Congregación para la Causa de los Santos.

Para conocer más sobre este proceso recomendamos leer el artículo ¿Por qué Juan XXIII será santo sin milagro?
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NOTA
[1] En el santoral los santos y beatos se inscriben en su fecha de muerte, día de su ingreso a la casa del Padre. La fiesta litúrgica no tiene que coincidir obligatoriamente con la fecha de recordación en el santoral.

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Por: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid

Monje y Mártir

Martirologio Romano: En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, san Isaac, mártir, que, siendo monje, en tiempo de la dominación musulmana, llevado por un impulso no humano sino divino, salió del monasterio de Tábanos para presentarse ante el juez sarraceno y hablarle acerca de la verdadera religión, razón por la cual fue decapitado. ( 851)
En la ciudad los moros están cansados de matar; los cristianos que conviven allí están cansados también de aguantar insolencias y de sufrir humillaciones con peligro. Bastantes han preferido la salida y se han instalado en los alrededores, ocupando las cuevas de la montaña donde viven como ermitaños. Son más de los que se esperaba; casi se puede decir que han formado un cinturón cercando la ciudad de los emires. Con frecuencia reciben la visita de Eulogio que les conforta con la palabra clara, fuerte y enérgica que deja en sus almas regustos de mayor entrega a Dios, mezclada con deseos de fidelidad a la fe cristiana y a los derechos de la patria.

Gran parte de ellos avivan en el alma deseos sinceros de perfección. Pasan el día y la noche repitiendo las costumbres ascéticas de los antiguos anacoretas entre la meditación y la alabanza. Las numerosas ermitas de la montaña forman un gran monasterio que sigue la Regla de los antiguos y pasados reformadores visigóticos Leandro, Isidoro, Fructuoso y Valerio quienes muy probablemente recopilaron, adaptándolas, las primeras reglas cenobíticas de los orientales recogidas por Pacomio, Casiano, Agustín y Benito. El más importante es el Tabanense.

Estalló la tormenta con el martirio del sacerdote cordobés Perfecto que fue arrastrado al tribunal, condenado y degollado.

Hay revuelo en la ciudad y protesta e indignación en el campo. Ha nacido un sentimiento por mucho tiempo tapado; muchos, llenos de ánimo, se lanzan en público a maldecir al Profeta y se muestran deseosos de morir por la justicia y la verdad. El mismo Eulogio pretendió serenar los ánimos, pero de todos modos sostiene que «nadie puede detener a aquellos que van al martirio inspirados por el Espíritu Santo».

Isaac es un joven sacerdote de Tábanos, hijo de familia ilustre cordobesa; de buena educación, conocedor excelente del árabe, hábil en los negocios, servidor en la administración de Abderramán y de sus rentas. Pero amargado en la casa de su amo por la insolencia de los dominantes, por su prepotencia altanera, o quizá por escrúpulos de conciencia, decidió irse y entrar en Tábanos donde le trató Eulogio. Ahora, indignado por la persecución de los musulmanes, toma la decisión de presentarse al cadí con la intención de ridiculizar la injusticia y acabar en el martirio.

Simula querer tener razones para aceptar la religión del Profeta y las pide con ironía y sarcasmo al juez que cae en la trampa. Tan de plano rechaza ante el público reunido la mentira del Profeta, la bajeza de la vida del mahometano y la falsía de la felicidad prometida que, resaltando la verdad del Crucificado, la dignidad que pide a sus fieles y la verdad del único Cielo prometido, que, fuera de sí el improvisado y timado maestro, abofetea a Isaac, contra la ley y la usanza.

La crónica del suceso narrada por Eulogio coincide con la versión árabe relatada en las Historias de los jueces de Córdoba, de Alioxaní, por la que sabemos hasta el nombre del cadí, Said-ben Soleiman el Gafaquí, que le juzgó. Abderramán II mandó aplicar el rigor de la ley a su antiguo servidor; y para que los cristianos no pudieran hacer de su cadáver un estandarte dándole veneración, lo mantuvo dos días en la horca, lo hizo quemar y desparramar después sus cenizas por el río Guadalquivir. Fue martirizado el 3 de juno de 851.

Dos días más tarde, el mártir es Sancho, un joven admirador de Eulogio, nacido cerca del Pirineo, que era un esclavo de la guardia del sultán; a éste, por ser culpado de alta traición además de impío, lo tendieron en el suelo, le metieron por su cuerpo una larga estaca, lo levantaron en el aire y así murió tras una larga agonía; esa era la muerte de los empalados.

Seis hombres que vestían con cogulla monacal se presentaron el domingo, día 7, ante el juez musulmán, diciéndole: «Nosotros repetimos lo mismo que nuestros hermanos Isaac y Sancho; mucho nos pesa de vuestra ignorancia, pero debemos deciros que sois unos ilusos, que vivís miserablemente embaucados por un hombre malvado y perverso. Dicta sentencia, imagina tormentos, echa mano de todos tus verdugos para vengar a tu profeta». Eran Pedro, un joven sacerdote y Walabonso, diácono, nacido en Niebla, ambos del monasterio de Santa María de Cuteclara; otros dos, Sabiniano y Wistremundo, pertenecían al monasterio de Armelata; Jeremías era un anciano cordobés que había sido rico en sus buenos tiempos, pero había sabido adaptar su cuerpo a los rigores de la penitencia en el monasterio de Tábanos que ayudó a construir con su fortuna personal y ya sólo le quedaba esperar el Cielo y, otro tabanense más, Habencio, murieron decapitados.

En unos días, ocho hombres fueron mártires de Cristo.

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Por: . | Fuente: Santopedia.com

Primer Sacerdote de la Orden de los Hermanos Menores

Andrés Caccioli nació en Spello, Umbría, en 1194. Pronto abrazó la vida eclesiástica y llegó a ser sacerdote.

En 1223 quiso seguir a San Francisco y se hizo discípulo suyo ingresando en la Orden de los Hermanos Menores. De San Francisco imitó especialmente el espíritu de pobreza, y el 3 de octubre de 1226 tuvo la dicha de asistir al glorioso tránsito del Seráfico Pobrecillo. En 1233 estaba en España, donde tomó parte en el Capítulo de Soria y obtuvo con sus oraciones una lluvia providencial para aquella tierra afectada por una prolongada sequía. Igual milagro hizo en Spello.

Vivió también en el eremitorio de Las Cárceles en Asís, en gran penitencia y austeridad. Atendía sólo a la contemplación de las cosas del cielo, al cual se sentía ya cercano. Las horas libres de los actos comunes las pasaba en una gruta separado del resto del mundo, únicamente dedicado a la oración ferviente. Varias veces fue favorecido con celestiales apariciones y su espíritu probó dulzuras indescriptibles. Un día Jesús se le apareció en forma de niño, resplandeciente de belleza. Estaban en dulces conversaciones cuando sonó la campana que llamaba a los religiosos al coro para la recitación de Vísperas. Andrés, por espíritu de obediencia, suspendió la conversación para unirse a sus cohermanos. Terminadas vísperas, regresó a su retiro y con gran alegría encontró al niño Jesús, el cual le dijo: “Hiciste bien al obedecer: pronto te llamaré a mí!”. Era el feliz anuncio de su próxima muerte.

En 1248 volvió al convento de San Andrés, de Spello, donde fue encargado de la dirección espiritual de las Clarisas. Obtuvo de Santa Clara que fuera enviada como abadesa de Spello la Beata Pacífica Guelfuccio, tía y una de las primeras y más ilustres discípulas de Santa Clara. Con la ayuda y el consejo del Beato Andrés la comunidad de las Damas Pobres de la Dama Pobreza aumentó en número y fervor, renunció a la regla mitigada del Cardenal Hugolino para seguir la compuesta por San Francisco para las primeras religiosas amantes de la pobreza. De esta manera el monasterio de Spello vino a ser pronto una de las casas más florecientes de la Orden.

En Spello Andrés esperó sereno la invitación para volar a la patria celestial. Rico de méritos y glorioso por su ardiente apostolado en medio del pueblo, realizado por medio de la predicación de muchos años, recibió con edificante piedad los últimos sacramentos, y se durmió plácidamente en el Señor el 3 de junio de 1254; tenía 60 años de edad.

Las antiguas crónicas franciscanas lo llaman máximo predicador y taumaturgo, recuerdan su caridad y obediencia ejemplares. Se distinguió por su fervor eucarístico, una tierna devoción a la Santísima Virgen y la contemplación de la Pasión y muerte de Jesús. Su cuerpo se venera en la iglesia de San Andrés, en Spello. Fue elegido co‑patrono de su ciudad en 1360.

Su culto fue confirmado el 25 de julio de 1738 por el Papa Clemente XII.

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Hermanos Franciscanos

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