Laico
Martirologio Romano: En Canterbury, en Inglaterra, san Etelberto, rey de Kent, que fue el primero de los príncipes de los anglos convertido a la fe en Cristo por el obispo san Agustín († 616).
Breve Biografía
Eteleberto, rey de Kent, se casó con una princesa cristiana llamada Berta, que era la hija única de Chariberto, rey de París. Etelberto concedió a su esposa plena libertad para practicar su religión y Berta llevó consigo a Inglaterra a Liudardo, un obispo francés, quien ofició en la dedicación de la iglesia de San Martín de Canterbury. La tradición habla de la piedad y las amables virtudes de Berta, que indudablemente impresionaron mucho a su marido.
Sin embargo, Etelberto no se convirtió sino hasta la llegada de san Agustín de Canterbury y sus compañeros. Los misioneros, enviados por san Gregorio el Grande, desembarcaron en Thanet, desde donde se comunicaron con el rey Etelberto, anunciándole su llegada y las razones de su viaje. Etelberto les rogó que permanecieran en la isla y pocos días más tarde, fue personalmente a escucharles. Su primera conversación con ellos se llevó al cabo al aire libre, pues el rey temía que empleasen alguna magia o encanto, y en aquella época se creía que la magia no producía ningún efecto a cielo abierto. Etelberto se sentó bajo una encina y recibió amablemente a los misioneros; después de escucharles, les dio permiso de predicar al pueblo y de convertir a cuantos pudieran. Igualmente les dijo que él no podía abandonar por el momento a sus dioses, pero que velaría porque los misioneros fuesen bien tratados y no les faltase nada. Beda cuenta que les entregó la iglesia de San Martín para que pudiesen «cantar salmos, orar, ofrecer la misa, predicar y bautizar». Las conversiones empezaron a multiplicarse, y Etelberto y la corte no resistieron largo tiempo a la predicación. Fueron bautizados en Pentecostés del año 597. A la conversión del rey siguió la de millares de sus súbditos.
El rey dio permiso a San Agustín y sus compañeros de reconstruir las antiguas iglesias y de construir otras nuevas; pero, a pesar de su celo por la propagación de la fe, no obligó a sus súbditos a cambiar su religión. Como lo dice expresamente Beda, Etelberto había aprendido de sus maestros que el servicio de Cristo tenía que ser voluntario. Etelberto trataba a todos sus súbditos con la misma bondad, aunque sentía especial afecto por los que se habían convertido al cristianismo.
Su gobierno se distinguió por el empeño que puso en mejorar las condiciones de vida de sus súbditos; sus leyes le ganaron el aprecio de Inglaterra, en épocas posteriores. En Canterbury regaló tierras y edificios al arzobispo, quien construyó ahí la catedral llamada "Christ Church" y, fuera de las murallas, la abadía y la iglesia de San Pedro y San Pablo, que más tarde se llamó de San Agustín. Etelberto fundó el nuevo obispado de Rochester en sus dominios y construyó la iglesia de San Andrés. En Londres, que formaba parte del territorio del rey de los sajones del este, construyó la primera catedral de San Pablo. Por su medio abrazaron la fe cristiana Saberlo, rey de los sajones del este, y Redvaldo, rey de los anglos del este, si bien Redvaldo recayó más tarde en la idolatría.
Después de cincuenta y seis años de reinado, Etelberto murió el año 616 y fue sepultado en la iglesia de San Pedro y San Pablo, donde descansaban los restos de la reina Berta y de san Liudardo. Hasta la época de Enrique IV, había siempre una lámpara encendida frente a su sepulcro. Las diócesis de Westminster, Southwark y Northampton celebran su fiesta; la diócesis de Nottingham y el Martirologio Romano conmemoran su nombre.
San Etelberto es un modelo por la nobleza de su conversión. La acogida que dio a los misioneros y su gesto de escucharles sin prejuicios son un caso extraordinario en la historia. Con su actitud de no imponer la fe a sus súbditos, a pesar de su celo por propagarla, favoreció enormemente la obra de los misioneros. La violencia ha sido siempre enemiga de la fe, aun en los casos en que parece favorecerla momentáneamente, pues está en oposición con el espíritu del Señor y la esencia misma del cristianismo. El mundo será evangelizado por la oración, la predicación y el ejemplo, no por la violencia, la persecución y la tiranía.