La Iglesia elevó a la gloria de los altares a nueve Hermanos de las Escuelas Cristianas (Lasalianos) y a un Padre Pasionista. Ocho Hermanos dirigían una escuela en Turón, un pueblo situado en el centro de un valle minero de la región asturiana, en el nordeste de España y fueron martirizados en 1934. El noveno Hermano es de Cataluña y murió cerca de Tarragona en 1937. El Padre Pasionista prestaba asistencia sacramental a la escuela de Turón. Se trata de la glorificación de diez personas que llevaron la fidelidad de sus vidas consagradas hasta dar su sangre en testimonio y en defensa de su fe y de su misión evangelizadora. En consecuencia, esa solemne decisión eclesial redunda en la glorificación de la hermosa tarea de educar cristianamente a los niños de todos los tiempos.
La mayoría de estos religiosos se hallaban en plena juventud: cuatro de ellos tenían menos de 26 años y el mayor 46. Sus nombres son:
Hno. CIRILO BERTRÁN (JOSÉ SANZ TEJEDOR), director de la comunidad, nació en Lerma, provincia de Burgos, el 20 de marzo de 1888. Los padres eran humildes trabajadores: de ellos aprende la austeridad y el espíritu de sacrificio. Ingresó en el Noviciado de los Hermanos en Bujedo e hizo su primera profesión religiosa en agosto de 1905. En su vida apostólica se muestra comprometido y celoso. Nombrado director de la escuela de Turón, a donde llega en 1933, su actitud prudente y serena es de gran ayuda para los Hermanos de la comunidad. En el verano de 1934 participa en un retiro de un mes en Valladolid: será la mejor preparación para su encuentro con el Señor en el martirio que tendrá lugar dentro de unos meses.
Hno. MARCANO JOSÉ (FILOMENO LÓPEZ LÓPEZ), nació en El Pedregal, provincia de Sigüenza Guadalajara, el 17 de noviembre de 1900. Pertenece a una familia de trabajadores y aprende desde niño a soportar las molestias del trabajo y afrontar con ánimo las dificultades de la vida. A sugerencia de un tío suyo ingresa en el Instituto de los Hermanos de La Salle, pero una enfermedad en el oído le obliga a regresar a su familia. Pronto será admitido de nuevo, pero a condición de dedicarse a trabajos manuales. Se halla en la comunidad de Mieres (Asturias) cuando acepta sustituir a un Hermano de Turón, asustado por las tensiones de ese momento. Esto ocurría en el mes de abril de 1934, seis meses antes del sacrificio supremo que el Señor le pedirá. Une así su destino al de sus compañeros de comunidad, a la que siempre ha prestado sus servicios con bondad y cariño.
Hno. VICTORIANO PÍO (CLAUDIO BERNABÉ CANO), nació en San Millán de Lara, provincia de Burgos, el 7 de julio de 1905. Sus padres, labradores, le inculcaron desde los primeros años las virtudes de laboriosidad y espíritu de servicio. Ingresó en el Instituto de los Hermanos de La Salle en Bujedo en 1918. Las leyes de 1933, obligan a los Hermanos, por prudencia, a cambiar frecuentemente de residencia y él es trasladado del Colegio de Palencia a la escuela de Turón. Le costó mucho el cambio, pero lo aceptó con espíritu de sacrificio y obediencia. Llevaba solamente diez días en Turón cuando el Señor le pidió un sacrificio mayor, el sacrificio de su vida.
Hno. JULIÁN ALFREDO (VILFRIDO FERNÁNDEZ ZAPICO), nació en Cifuentes de Rueda, provincia de León, el 24 de diciembre de 1903. Los buenos consejos de sus padres y la influencia de un tío sacerdote con el cual fue obligado a vivir durante algún tiempo después de la muerte prematura de su madre, hacen crecer su piedad natural y lo inclinan muy joven a la vida religiosa. A los 17 años ingresa en el noviciado de los Capuchinos de Salamanca. Pero a causa de una inesperada enfermedad regresa a su casa. Tiene 22 años cuando Dios le da a conocer a los Hermanos de La Salle y en 1926 ingresa en el noviciado de Bujedo. Muestra gran madurez y piedad que suscita la admiración de sus compañeros más jóvenes. En su labor educativa manifiesta asimismo una dedicación extraordinaria, sobre todo al preparar a los niños a la primera comunión. En el verano de 1933 es destinado a la comunidad de Turón. El año anterior había hecho su profesión perpetua sellando su compromiso definitivo con el Señor. Cuando Dios le llama al sacrificio de su vida, se encuentra preparado para responder sin vacilación.
Hno. BENJAMÍN JULIÁN (VICENTE ALONSO ANDRÉS), nació en Jaramillo de la Fuente, provincia de Burgos, el 27 de octubre de 1908. Muy joven ingresa en el Instituto de los Hermanos de La Salle. Tuvo que vencer algunas dificultades en los estudios debido a su falta de preparación inicial. La misma decisión manifestó en los avatares de su itinerario religioso. Cuando el 30 de agosto de 1933 emitió sus votos perpetuos con plena madurez y decisión, recogía el fruto de su tesón y de su generosidad. Cuando recibió la orden de cambiar de la escuela de Compostela, tanto los alumnos como las familias lo sintieron mucho y querían impedirlo a toda costa, pero él con generosa disponibilidad, aunque con mucha nostalgia, aceptó y se trasladó a Turón. Los que pasaron por aquel lugar nunca olvidarían su alegría y el optimismo que mostraba en sus comentarios y juicios sobre la situación en aquellos momentos. Tanta sencillez y fortaleza sólo podían proceder de un corazón saturado de Dios, quien lo eligió para su encuentro con El.
Hno. HÉCTOR VALDIVIELSO (BENITO DE JESÚS). sus padres se trasladaron a Buenos Aires unos años antes de su nacimiento, que tuvo lugar el 31 de octubre de 1910. Fue bautizado en la iglesia de San Nicolas de Bari, que se encontraba en la zona donde se alza actualmente el Obelisco de la Avenida 9 de Julio. Cuando sus padres, a causa de dificultades financiarias, se vieron obligados a regresar a España, estableciéndose en Briviesca (Burgos), conoció y entró en el centro de formación de los Hermanos de La Salle en Bujedo. Después hizo el Noviciado Misionero que los Hermanos tenían en Lembecq-lez-Hal, Bélgica, movido del deseo de realizar un día el apostolado en la tierra donde había nacido, la Argentina. En espera de poder realizarse sus sueños, los Superiores lo destinaron a la escuela de Astorga (León). En septiembre de 1933 fue destinado a Turón. En el corto tiempo que permaneció en la cuenca minera, se mostró como siempre, plenamente entregado a la clase y a las asociaciones juveniles de la Cruzada Eucarística y la Acción Católica. Su dedicación a los jóvenes le convirtió, él joven, en candidato predilecto para el martirio, cosa que no tardó en realizarse. Es el primer Santo Argentino.
Hno. ANICETO ADOLFO (MANUEL SECO GUTIÉRREZ), el benjamín de la comunidad, había nacido en Celada Marlantes, provincia de Santander, el 4 de octubre de 1912. Aunque quedó pronto huérfano de madre, la piedad de su padre era tal que fueron tres los hijos que entregó a Dios en el Instituto de S. Juan Bautista de La Salle. Entró en el Noviciado en 1928 y emitió sus primeros votos en 1930. En medio de su trabajo, su mayor preocupación era el cultivo de su vida espiritual. Ella le movía a preocuparse intensamente por los demás, sobre todo en lo referente al cumplimiento del deber y a la entrega generosa a Dios. Después de permanecer un año en el Colegio de Nuestra Señora de Lourdes en Valladolid, fue destinado a Turón en agosto de 1933. La sonrisa serena y atractiva que adornaba permanentemente su rostro, tuvo que impresionar sin duda a los mismos asesinos que, a sus 22 años, le condujeron a la eternidad.
Hno. AUGUSTO ANDRÉS (ROMÁN MARTÍNEZ FERNÁNDEZ) nació en Santander el 6 de mayo de 1910. Heredó de su padre, militar de profesión, el sentido de la precisión y del orden; y de su madre, piadosa y sencilla, la gentileza que tanto admiraban sus profesores, sus compañeros y después sus alumnos. Cuando manifestó la intención de hacerse religioso -era el hijo mayor y el único varón en casa cuando su padre murió- su madre no se resignaba. Pero una enfermedad del joven doblegó la resistencia materna. Prometió a la Virgen que aceptaría los deseos de su hijo si sanaba y, habiendo obtenido la curación, autorizó el ingreso en los Hermanos de La Salle. En 1922 finalizó su noviciado y emitió con decisión sus primeros votos religiosos. Se hallaba en el colegio de Palencia en 1933, cuando la dispersión le llevó al que había de ser su postrer destino, la comunidad de Turón. Su valor y decisión fueron llamativos en los últimos momentos de su existencia, pues él fue quien dirigió las últimas palabras a sus verdugos. Fueron palabras llenas de entereza y de aceptación del martirio, propias de un corazón totalmente entregado a Dios.
PRESBÍTERO INOCENCIO DE LA INMACULADA (MANUEL CANOURA ARNAU), nació en el Valle del Oro, provincia de Mondoñedo, el 10 de marzo de 1887. Ingresó en la Congregación de los Pasionistas a la edad de 14 años. Recibió el Subdiaconado en Mieres en 1910 y el Diaconado en junio de 1912. El 20 de septiembre de 1920 fue ordenado sacerdote. Desde entonces empezó para este Padre instruido y celoso, una vida de intenso apostolado sacerdotal, en el que cabe resaltar su dedicación a la enseñanza de la filosofía, de la teología, de la literatura en las diversas casas a las que fue destinado. Su último destino fue de nuevo Mieres, a comienzos de septiembre de 1934. La causa de que se hallara con los Hermanos en Turón fue que había sido requerido su servicio sacramental, al que se había ofrecido de buen grado cuando le pidieron que fuera a confesar para preparar a los niños a celebrar el primer viernes de mes, que coincidía con el 5 de octubre.
El martirio de estos Hermanos no llegó de modo inesperado. La situación que vivía España era difícil: la masonería y el comunismo luchaban por el poder y por hacer desaparecer la tradición religiosa. Se habían programado una serie de iniciativas contra la Iglesia, los sacerdotes y los religiosos. Se promovió una campaña de odio y violencia que en ciertos lugares llegó a crueles desenlaces, incluso más allá de las previsiones de los grupos dirigentes. Asturias era una región minera con gran cantidad de inmigrados cuyo régimen de vida era duro y se sentían desarraigados de sus mejores tradiciones. La campaña contra la burguesía y contra la Iglesia encontró allí un terreno especialmente preparado. Así sucedió que el 5 de octubre un grupo de rebeldes arrestó a los ocho Hermanos que trabajaban en la escuela de Turón y al sacerdote pasionista que estaba con ellos. Los nueve religiosos fueron concentrados en la "casa del pueblo" a la espera de la decisión que había de tomar el "Comité revolucionario".
Bajo la presión de algunos extremistas, el Comité decidió la condena a muerte de estos religiosos que tenían una notable influencia en la localidad, ya que gran parte de las familias mandaban sus hijos a su escuela. La decisión se tomó en secreto: los religiosos serían fusilados en el cementerio del pueblo, poco después de la una de la madrugada, el 9 de octubre de 1934. Los asesinos fueron reclutados de otros lugares porque en el pueblo de Turón no encontraron quienes estuvieran dispuestos a perpetrar semejante crimen. Las víctimas comprendieron de inmediato las intenciones del Comité y se prepararon generosamente al sacrificio con la oración, la confesión y el perdón que otorgaron a sus asesinos. A la hora prevista por el Comité, caminaron juntos y serenos al cementerio. En el centro del mismo estaba preparada una fosa delante de la cual alinearon a los religiosos. Fueron muertos con dos cargas de fusilería y rematados a tiros de pistola. La serenidad y valentía con la que los Hermanos y el P. Pasionista aceptaron el martirio impresionó a los mismos asesinos como más tarde ellos mismos declararían. Pocos meses después de su muerte sus cuerpos fueron exhumados y trasladados con grandes manifestaciones de adhesión al mausoleo donde reposan en Bujedo, en la provincia de Burgos.
El Hno. JAIME HILARIO (MANUEL BARBAL COSÍN) nació el 2 de enero de 1898 en Enviny, diócesis de Urgel, provincia de Lérida. Vivió en un ambiente profundamente cristiano, en los trabajos del campo y ruda labor de un pueblo de alta montaña. A sus trece años entró en el Seminario de La Seo de Urgel. Pero, debido a una enfermedad del oído que será una cruz a lo largo de su vida, tuvo que abandonar los estudios eclesiásticos. En 1917 decidió entrar en el noviciado de los Hermanos de La Salle. El 24 de febrero del mismo año, en Irún, tomó con el hábito religioso el nombre de Hno. Jaime Hilario. Un año más tarde iniciaba su misión de educador y catequista. Fue en Mollerusa, en Pibrac, cerca de Toulouse (Francia), en Calaf, su tierra natal. En este período se hizo patente su capacidad literaria, colaborando en revistas en la difusión de los valores cristianos. En adelante su sordera le impedirá seguir su labor educativa. Tuvo que trasladarse a Cambrils (Tarragona) para ocuparse de las labores del campo. El 18 de julio de 1936 estalla la guerra civil española. El Hno. Jaime Hilario se refugia en una casa amiga de Mollerusa, en donde permanece en régimen de libertad vigilada. Después es trasladado a la cárcel de Lérida y, puesto que procedía de Cambrils, es conducido a Tarragona y encarcelado en el barco " Mahon " con otros sacerdotes y seglares cristianos. El 15 de enero de 1937 se celebró su juicio sumarísimo. No quería abogado defensor porque iba a decir siempre la verdad. Por obediencia aceptó la defensa del Sr. Juan Montañés, pero no permitió que se disimulase su condición de religioso. El Tribunal Popular de Tarragona lo condenó a muerte. Aceptó el veredicto con serenidad admirable y allí mismo envió a sus familiares una carta en la que expresaba su alegría de morir mártir. El abogado tramitó la solicitud de gracia, que fue concedida a las otras 24 personas que habían sido juzgadas con él; pero él, el único religioso del grupo, fue ejecutado. El 18 de enero de 1937, a las 3,30 de la tarde, el Hno. Jaime Hilario fue fusilado en el bosquecillo del Monte de la Oliva, junto al cementerio de Tarragona. Con asombro del piquete, el mártir siguió en pie después de dos descargas sucesivas. El grupo arrojó las armas y se dio a la fuga. El jefe del pelotón, furioso, se acercó a la víctima y disparó en la sien del héroe. Sus últimas palabras a los que iban a fusilarle fueron: -¡Amigos, morir por Cristo es reinar!
Estos mártires (los nueve de Turón y el Hno. Jaime Hilario) fueron beatificados juntos por el Papa Juan Pablo II el 29 de abril de 1990. Además desde el 21 de noviembre de 1999 la Iglesia honra su fe y su sacrificio, declarándolos Santos y proponiéndolos como ejemplo al pueblo cristiano.
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