01/31/16

11:04 p.m.

Por: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid

Fundador de la Orden de Calatrava

Martirologio Romano: En la villa de Ciruelos, en la región española de Castilla la Nueva, san Raimundo, abad de Fitero, que fundó la Orden de Calatrava y trabajó en favor de la cristiandad (c. 1160).

Fecha de canonización: 1719 por el Papa Clemente XI

Abad del monasterio cisterciense de Fitero en Navarra, y fundador de la Orden militar de Calatrava.

Se llamaba Raymundo Sierra o Raymond Serrat. Aunque documentalmente no puede probarse, lo más probable es que naciera en Saint Gaudens de Garona, en Francia, y que la época fue a comienzos del siglo XII. Algunos autores sitúan su nacimiento en Tarazona (Aragón), y otros afirman que fue en Barcelona.

Aparece como canónigo en Tarazona, atestiguado documentalmente por testimonio de su primer obispo, Don Miguel, monje benedictino. De aquí pasó a monje del monasterio cisterciense de Nuestra Señora de Sacala Dei, en Gascuña, y de ahí fue enviado como prior a la nueva fundación que Don Bernardo determinó hacer en España.

Se asentaron los nuevos monjes en el monte que llaman Yerga, con consentimiento del rey. En 1140 Alfonso VII les donó la villa de Nienzabas que había quedado asolada por los moros; aquí fundaron el monasterio de Nienzabas del que fue abad Raymundo a la muerte de Durando, alrededor del año 1144. Lo eligieron abad por la fama que tenía de santo y taumaturgo. Con el título y oficio de abad aparece ya en la escritura del 1146, al donar el rey al monasterio los dominios de Serna de Cervera y Baños de Tudescón, actuales balnearios de Fitero.

En 1148 asistió al capítulo general de la orden del Císter, en calidad de abad; en ese concilio estuvo presente el papa Eugenio III, que también era cisterciense.

Raymundo trasladó ese mismo año el monasterio al mejor sitio de Castejón, recibió la donación real del castillo de Tulungen y, en la heredad donada por Don Pedro Tizón y su esposa Doña Toda, fundó en 1150 el de Santa María de Fitero del que será el primer abad.

Diego de Velázquez es un monje que en tiempo pasado fue soldado y amigo del rey Sancho.

Raymundo y él se encuentran en Toledo el año 1158. Diego ha escuchado al rey el gran peligro que corre la plaza de Calatrava confiada años atrás por Alfonso VII a los Templarios, pero que ahora está casi desguarnecida que es por el momento la llave estratégica de Toledo. El peligro es grande por la proximidad de los almohades. Raymundo y Diego piden al rey la defensa de la plaza y con los monjes traídos de Fitero más un ejército formado por campesinos y artesanos consiguen defender la plaza y ahuyentar a los moros. En premio, el rey Sancho III les concede el dominio de Calatrava donde Raymundo funda el mismo año la Orden mitad monjes obedientes al toque de la campana, mitad soldados obedientes al toque de la trompeta que fue aprobada posteriormente por el papa Alejandro III, por bula de 25 de setiembre de 1164, cuando ya había muerto su fundador.

Raymundo murió en 1163 en Ciruelos y allí se enterró. En 1471 se trasladaron sus restos al monasterio cisterciense de Monte León de Toledo y, desde el siglo XIX, las reliquias del santo se encuentran en la catedral de Toledo.

Si los creyentes actuales quisiéramos imponer nuestra santa fe con la violencia, ya tendríamos que empezar por gestionar quién quisiera vendernos una bomba de hidrógeno; pero ese supuesto sería irreconciliable con la dignidad de las personas y el respeto a su dignidad, seríamos calificados inmediatamente de fanáticos y fundamentalistas; habríamos ciertamente perdido el norte de la caridad que califica a los cristianos como auténticos discípulos de Cristo, y nuestro modo de hacer supondría una renuncia total a los postulados de la convivencia democrática.

Desde luego, habríamos dejado de confiar en los medios de siempre oración, mortificación y buen ejemplo para ser sembradores de paz y de alegría que es el vehículo normal de transmisión de la fe, siempre don del Espíritu Santo. Pero, aunque hoy nos pueda parecer impropio de un santo vivir con la espada en la mano por la mañana y en oración adorante por la noche, la historia es así; juzgar los hechos pasados con la mentalidad actual es caer en un anacronismo.

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Por: . | Fuente: santiebeati.it

Fundadora del Instituto de las
Pequeñas Siervas del Sagrado Corazón de Jesús para los enfermos pobres

Martirologio Romano: En Turín, en Italia, beata Juana Francisca de la Visitación (Ana) Michelotti, virgen, que fundó el Instituto de las Hermanitas del Sagrado Corazón, para servir al Señor cuidando desinteresadamente a los enfermos pobres (1888).

Fecha de beatificación: 1 de noviembre de 1975 por el Papa Pablo VI.

"He rogado mucho y por mi y porque esta sea la voluntad de Dios: vive en mí un ardiente deseo de consagrarme toda a Jesús, en la asistencia a los enfermos pobres”. Este pensamiento, presente entre los pocos escritos que por humildad Ana Michelotti nos ha transmitido directamente, indica una misión nacida entre mil problemas, que gracias a una voluntad extraordinaria aún está floreciente y fecunda dentro de la Iglesia.

Ana nació en la alta Saboya (en aquella época territorio del Reino de Cerdeña), en Annecy, el 29 de agosto de 1843. El padre, originario de Almese (Turín), murió joven, dejando la familia en la completa miseria. La piadosísima madre les transmitió a sus dos hijos una gran fe: el día de la primera comunión de la pequeña Ana la llevó a visitar a un pobre enfermo, en la casa de aquel. Ese día nació un carisma.

La familia fue a Almese por primera vez cuando la joven tenía catorce años, fue huésped de su tío el canónico Michelotti. Establecida en Lyon, algunos años después, Ana entró en el instituto de las Hermanas de San Carlos, primero como alumna, luego como novicia. Pero educar no era su misión.

En la vuelta de pocos años murieron su madre y su hermano Antonio, novicio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas: estaba sola en el mundo. Para subsistir laboró como instructora de las hijas de un arquitecto, pero ya era la señorita de los “enfermos pobres”, porque en cuanto podía los buscaba y se ponía a su servicio. En Annecy encontró a cierta Sor Catalina, ex-novicia del instituto de San José, que tenía los mismos sentimientos: juntas dieron inicio, en Lyon, a una obra privada de asistencia de los enfermos pobres en sus domicilios. Con el permiso del arzobispo vistieron el hábito religioso e hicieron la profesión de votos temporales. Pero la naciente congregación tuvo vida breve a causa de la guerra entre Francia y Prusia y en 1870 la beata, vestida por monja, volvió a Annecy y luego a Almese, estos viajes la hicieron pasr por Turín a menudo. Pasada la tormenta Sor Catalina la invitó a regresar a Lyon, obligándola a recomenzar como postulante. Ana aceptó humildemente, pero luego dejó el instituto por motivos de salud. En aquellos días, orando al pie de las tumbas de San Francisco de Sales y Santa Juana Francisca de Chantal, sintió que su obra nacería más allá de los Alpes.

Volvió a Almese a lomo de mula, continuando luego hacia Turín (septiembre1871). Alojada por un año en Moncalieri, cerca de las señoritas Lupis, iba todos los días a pie a la ciudad en busca de enfermos en dificultad para servirles. Alquiló luego un dormitorio, para sustentarse confeccionaba guantes, mientras que algunas chicas empezaban a ayudarla en su apostolado. El arzobispo Gastaldi, a inicios de 1874, les concedió que vistieran el hábito religioso, ceremonia que se realizó en la iglesia de Santa Maria di Plaza: nacía así el Instituto de las Pequeñas Siervas del Sagrado Corazón de Jesús que además de los tres votos ordinarios daría asistencia domiciliaria y gratuita a los enfermos pobres. La fundadora tomó el nombre de Madre Juana Francisca en honor de los fundadores de la Orden de la Visitación.

Los inicios fueron difíciles, caracterizados por la extrema pobreza, algunas de las religiosas murieron y otras abandonaron el instituto. El clérigo superior y el médico de la comunidad aconsejaron cerrar el instituto pero para animar a la Madre estuvo el sacerdote oratoriano1 Pade Félix Carpignano, de venerada memoria. En el piso que alquilaba en la Piazza Corpus Domini, mas de una vez se oyó a la Madre exclamar entre lagrimas: “¡Estoy dispuesta, o mi amado Señor, a recomenzar tu obra cincuenta veces si es necesario, pero ayúdame!”. Dios lo escuchó. En 1879 Antonia Sismonda, enterada de las pobres condiciones en que vivían las Pequeñas Siervas, las hospedó en una villa de la colina turinesa. Para 1882 lograron adquirir su propia villa en Valsalice.

La Madre Juana Francisca era la Regla viviente. Era mujer de intenso plegaria, mortificaba su cuerpo durmiendo en tierra o sobre un montón de paja o mezclando ceniza a la sopa. En la congregación quería monjas generosas, decía: "Si falláis, descendéis un peldaño, si os humilláis, subís tres". Al reprender a las religiosas a veces fue un poco fuerte, pero la querían, porque ante las dificultades infundía confianza. Leía y meditaba con ellas las Sagradas Escrituras, recomendándoles “ser prudentes, celosas y llenas de caridad”, buscando en los pobres a Jesucristo. Debían asistirlos material y espiritualmente, favoreciendo, si era posible, su acercamiento a los Sacramentos. Antes de tomar una decisión importante pedía consejo a sus confesores entre los que contaba a Don Bosco. La beata no se excuso de las tareas de recaudación, asistiendo incluso a actividades públicas, en las que a veces fue insultada. Habría querido instituir un grupo de monjas adoradoras, pero dado que el superior no se lo permitió, dispuso que cada monja hiciera cotidiana y profunda adoración al Sacratísimo Sacramento. Cuando pedía una gracia particular oraba con los brazos en cruz, de rodillas, alargando las manos hacia el tabernáculo. De Francia había traído una estatuita de la Virgen que fue bendecida por Monseñor Gastaldi. De vez en cuando, teniéndola entre sus brazos, en procesión con las monjas por el jardín, oraba cantando las letanías. Exhortó el rezar el Rosario y la devoción a la Virgen. Transmitió una profunda devoción a la Pasión del Señor: el viernes Santo almorzaba de pie o de rodillas, besaba los pies a las religiosas, antes de sentarse a comer tan sólo un mendrugo de pan.

En los últimos años de vida el asma bronquial a menudo obligó a la Madre a guardar cama. Creyéndose inadecuada de gobernar el instituto, que estaba en constante desarrollo, sobre todo en Lombardía, pero básicamente porque sus métodos disgustaron a un grupo de monjas ancianas, el 26 de diciembre de 1887 fue exonerada del cargo de superiora general. Aceptó la degradación, sometiéndose por primera a la nueva superiora, a quien ella misma había sugerido. Desde aquel día los dolores aumentaron, pero sonriendo decía: "Por Jesús todo sacrificio es poca cosa", "Yo estoy a punto de morir, pero vosotras no temáis. Yo continuaré ayudando y a dirigiendo a las Pequeñas Siervas del Sagrado Corazón de Jesús para los enfermos pobres".

Ana Michelotti murió el 1 de febrero de 1888, un día después de Don Bosco. Pocas horas antes de su muerte permitió, cediendo a las repetidas insistencias de las monjas, que la fotografiaran. Quien por toda la vida, olvidándose de sí misma, sirvió a los más indefensos, fue enterrada, llevando en sus caderas el cíngulo franciscano, en un pobre ataúd, en la tierra mojada por la lluvia de un pequeño cementerio. "El grano de trigo" murió pero una luz de amor habría de seguir brillando en sus hijas, hoy activas también en tierras de misión.

Sus reliquias son veneradas en Turín en la casa matriz de Valsalice.

Si usted tiene información relevante para la canonización de la Beata Juana Francisca, contacte a:
Piccole Serve del Sacro Cuore di Gesù
Viale Catone, 29
10131 Torino, Italia

Oración
Dios,
Padre de todo,
que en la vida de Anna Michelotti
nos has dado un ejemplo de total dedicación a los enfermos y a los pobres.
Ayúdanos a saber reconocer a Nuestro Señor Jesucristo
en los más débiles y abandonados,
y el servirlos con un corazón generoso.
Por Cristo Nuestro Señor.
Amén.

Reproducido con autorización de Santiebeati.it

responsable de la traducción: Xavier Villalta


1Oratoriano: miembro de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri.

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Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En Londres, en Inglaterra, san Enrique Morse, presbítero de la Compañía de Jesús y mártir, que, apresado en diversas ocasiones y exiliado dos veces, fue encarcelado de nuevo en tiempo del rey Carlos I por ser sacerdote y, después de haber celebrado la Misa en la cárcel, ahorcado en Tyburn entregó su alma a Dios (1645).

Fecha de canonización: Fue canonizado el 25 de octubre de 1970, por Pablo VI como uno de los 40 mártíres de Inglaterra y Gales.

Nacido en la Iglesia Anglicana en 1595 en una familia de la pequeña nobleza, cuando estudiaba leyes en Londres, se adhirió al Catolicismo y se ordenó sacerdote en Roma. En 1624 volvió a Inglaterra y realizó sus votos en la Compañía de Jesús estando en prisión, ante su compañero de cautiverio en York, el Padre John Robinson, con quien compartió la cárcel.

A continuación fue desterrado a Flandes. Regresó a Inglaterra, de modo clandestino, ayudó a los enfermos durante una epidemia de peste en 1636, contrajo la enfermedad y salió sano de ella.

Fue retenido y acusado de predicar a los protestantes solicitando su conversión al catolicismo. Fue condenado a muerte en 1645. El día de su ejecución celebró en la cárcel la santa misa.

Camino del cadalso observaron el cortejo los embajadores de países católicos: Francia, España y Portugal, con sus séquitos correspondientes, para rendir homenaje al mártir. En el patíbulo, con la soga en su cuello, declaró profesar su religión y haber trabajado siempre por el bienestar de sus conciudadanos, negando rotundamente que hubiera organizado o participado en conspiración alguna contra el rey, a continuación, rezó en alta voz por la salvación de su alma, por la de sus perseguidores y por el Reino de Inglaterra. Murió ahorcado el 1º de febrero de 1645.

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En Kildare, en Irlanda, santa Brígida, abadesa, que fundó uno de los primeros monasterios de la isla y continuó el trabajo de evangelización iniciado por san Patricio (c. 525).