11/09/14

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Es tradición, que la primitiva Imagen la trajo consigo el Apóstol Santiago cuando vino de Jerusalén a España a predicar el Evangelio, instaurándose entonces la devoción a tan bella Imagen en la Villa que, más tarde, llegaría a ser Capital de España.

Al conquistar los musulmanes Madrid, hacia los años 714, la Imagen de Nuestra Señora fue escondida por los cristianos en un hueco practicado en las murallas de la Villa, para evitar profanaciones y cumpliendo así el decreto del Arzobispo de Toledo, D. Raimundo. En prueba de devoción, ocultaron, junto con la Virgen, dos velas encendidas, tapiando después el hueco con una gruesa pared de cal y canto.


Alfonso VI conoce la existencia de una Imagen de la Santísima Virgen, escondida por los cristianos siglos atrás, el Monarca hizo -al parecer- voto de buscarla incansablemente para restituirla al culto de los fieles, si Dios le concedía la victoria sobre los Sarracenos, y lograba tomar la Ciudad. Pero, una vez liberada ésta y no obstante sus pesquisas, no lograba localizar el sitio donde la Imagen estaba oculta. Por ello, y en su deseo de que la Virgen Santa María fuese venerada hasta tanto se lograse hallarla, mandó pintar una Imagen, inspirándose en los rasgos que la tradición atribuía a aquélla y, no se sabe si por el deseo del artista o por gusto del propio Rey casado en aquel momento con Doña Constanza, hija de Enrique I de Francia-, pintaron en su mano una flor de lis.


La Imagen fue pintada sobre los muros de la antigua Mezquita musulmana. Tras las ceremonias de purificación y dedicación del Templo, quedó expuesta al culto en el cuadro hoy conocido por Nuestra Señora de la Flor de Lis.


Una vez conquistado Toledo, en mayo de 1085, Alfonso VI volvió a insistir en la búsqueda de la Imagen oculta por los cristianos, celebrándose un piadoso novenario o rogativa por el éxito de las pesquisas que finalizó con una devota procesión presidida por e Monarca y los Prelados; y al pasar la comitiva frente a la alhóndiga o Almudith, establecida por los moros; se desplomaron unas piedras, dejando al descubierto la Imagen llamada desde entonces de la Almudena- que, es tradición, conservaba encendidas dos candelas, con que fue escondida al ser ocultada 369 años antes. Era el día 9 de noviembre de 1085.


Llevada a la Iglesia de Santa María, fue colocada solemnemente en el Altar mayor, donde permaneció hasta el día 25 de octubre de 1868 en que, por demolición del Templo, fue instalada en el Convento de las Religiosas Bernardas del Santísimo Sacramento, en cuya Iglesia estuvo expuesta al culto hasta el 29 de mayo de 1911, fecha en la que se trasladó con la mayor solemnidad a la Cripta de la Nueva Catedral que construía en honor de su Advocación junto al lugar de la muralla donde fue hallada la Imagen por AlfonsoVI, existiendo hoy en el hueco donde la Virgen estuvo oculta, una Imagen de piedra que conmemora el hecho.


Hace pocos años, al hacer una excavación para construir un edificio, se encontraron los restos de la antigua muralla árabe, del entonces llamado Magerit, a pocos metros del lugar donde hoy está la Imagen que recuerda la aparición y, por su carácter histórico, el Ayuntamiento de Madrid tuvo el singular acierto de declarar aquel terreno como "lugar no edificable" para que pueda quedar siempre al descubierto los restos de la citada muralla.


Durante los años 1936-39, periodo en que tuvo lugar la guerra civil española, Nuestra Señora de la Almudena permaneció intacta en la Cripta. De nuevo fue llevada la Imagen a la Iglesia de Las Religiosas Bernardas de la calle del Sacramento (Actualmente Iglesia Arzobispal Castrense) y finalmente, trasladada el 2 de febrero de 1954 a la Santa Iglesia Catedral de San Isidro -en la calle Toledo-.


Obtenidas de Roma las necesarias bulas y como culminación de su patronazgo sobre la Villa de Madrid, Santa María la Real de la Almudena fue coronada Canónicamente en 1948, por mano del Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo de Madrid-Alcalá y patriarca de las Indias Dr. D. Leopoldo Eloy Garay, siendo madrina la Sra. Carmen Polo de Franco. A la brillante ceremonia asistieron entre innumerables personalidades, el jefe Estado, Francisco Franco y su Excelencia Reverendísima el Nuncio de Su Santidad; fervientes devotos de Santa María la Real de 1a Almudena fueron, entre otros, San Ildefonso de Toledo, San Isidro Labrador, y su esposa, Santa María de la Cabeza, obteniéndose por medio de esta venerada Advocación innumerables favores, que acrecentaron de día en día la confianza de los fieles en esta bellísima Imagen de Nuestra Señora, entre los que se contaron los Monarcas de España, la nobleza y, muy especialmente, el pueblo madrileño.



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Por: . | Fuente: Vatican.va



Fundadora de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazónes


Nació en Antequera, diócesis de Málaga (España), el 30 de junio de 1834. Sus padres, Salvador González García y Juana Ramos Prieto, buenos cristianos y de elevada posición social, la llevaron a bautizar al día siguiente de su nacimiento a la parroquia de Santa María la Mayor de la ciudad.

Carmencita, la sexta de los nueve hijos que llegaron a adultos, destacó pronto por su simpatía, inteligencia, bondad de corazón, sensibilidad y entrega a las necesidades ajenas, piedad, amor a la Eucaristía y a la santísima Virgen. Fue una niña y joven encantadora, que se distinguió por hacer felices a cuantos la rodeaban; supo poner paz y hacer el bien ante las necesidades ajenas.


Llegó a la juventud con una personalidad tan definida, que suscitaba la admiración de todos los que la conocían. Así entró por los caminos difíciles que la Providencia le fue marcando. Con un profundo deseo de seguir la voluntad de Dios en su vida, la buscó en la oración, la reflexión y la dirección espiritual.


Tuvo que afrontar serias dificultades a la hora de las grandes opciones de la vida: primero, la oposición de sus padres ante un posible matrimonio contrario a las garantías que don Salvador deseaba para su hija; más tarde, ante el propósito de ingresar en las Carmelitas Descalzas, disgusto, contrariedad y nueva oposición de los suyos. Carmen se mantuvo firme, poniendo su fe y su confianza en Dios. Don Salvador veía que Carmen tenía algo especial, que no era como todas; por ello repetía frecuentemente: "Mi hija es una santa".


Al fin, a impulsos del amor que fuertemente latía en su corazón, pero no a ciegas sino convencida de que Dios lo quería y la llamaba a una misión, Carmen, a los 22 años, salta todos los obstáculos y contrae matrimonio con Joaquín Muñoz del Caño, once años mayor que ella, cuya conducta tanto preocupaba, y con razón, a don Salvador.


Aquel matrimonio fue la piedra de toque para descubrir el temple espiritual, la fortaleza y la capacidad de amor de Carmen. Comulgaba diariamente; de la Eucaristía sacaba fuerza, entereza, caridad y sabiduría para penetrar, con la profundidad con que lo hacía, el sentido de la vida espiritual.


Cuidó la vida de matrimonio; siguió visitando y socorriendo a los necesitados y enfermos, en sus casas o en el hospital, y llevándoles, junto con el don material, consuelo y luz para el alma, comprensión para sus sufrimientos y alimento para soportar una vida dura llevada en la escasez de lo imprescindible. Socorros que prestaba personalmente y asociada a la Conferencia de san Vicente de Paúl, a la que perteneció.


Don Joaquín, el esposo, con sus rarezas, sus celos y sus intemperancias, hizo sufrir mucho a Carmen. Ella jamás dejó escapar una crítica, una queja o un comentario de reproche en contra de su marido, ni siquiera cuando entregó sus propios bienes para salvarlo de una penosa situación. Las personas más cercanas a la casa compadecían el sufrimiento de Carmen, pero sobre todo admiraban su virtud.


Después de veinte años de paciente espera, de amor, de oración y de penitencia, vio cumplida su esperanza y compensados sus sacrificios con la conversión de su esposo. Más tarde se le oiría repetir: "Todos mis sufrimientos los doy por bien empleados con tal que se salve un alma".


Cuatro años de "vida nueva" confirmaron la autenticidad de la conversión y preparación de don Joaquín para su salida de este mundo. Con su muerte, terminó la misión de esposa de doña Carmen, pero, hecha para cosas grandes, tenía que iluminar otra faceta de la vida. Ya viuda, sedienta de "Absoluto", se entregó más plenamente a Dios. Animada por el espíritu franciscano, profundizaba cada vez más el sentido de fraternidad universal, de pobreza y de amor a la humanidad de Cristo. La Tercera Orden franciscana seglar, a la que pertenecía, admirada por su virtud, piedad y dedicación a los necesitados, la eligió maestra de novicias.


No tuvo hijos; pero ello no le impidió tener un corazón de madre siempre disponible para los que la necesitaban. Una y otra vez se preguntaba: ¿Puedo hacer algo por ellos? Con realismo, empezó por donde le era posible. Hizo un ensayo de colegio en su casa y prosiguió sus visitas a los pobres y enfermos.


Incansable, tuvo valor para decir otra vez al Señor, como en sus años jóvenes: ¿Qué quieres que haga? Consultó, reflexionó, oró. Ayudada por su director espiritual, el capuchino fray Bernabé de Astorga, el 8 de mayo de 1884 fundó el instituto religioso de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones.


Atrás quedaba como estela luminosa la ejemplaridad de su vida seglar como joven, esposa y viuda. Con un gran peso de madurez y de virtud probada, afrontó como fundadora los inicios de una obra en la Iglesia. La madre Carmen fue siempre un modelo de religiosa.


La Congregación, dentro de la familia franciscana, tiene unas notas peculiares y una espiritualidad propia, basada en el misterio del amor del Corazón de Cristo y en la fidelidad al Corazón de María. De estas fuentes sacaba la madre Carmen inspiración para acercarse a quienes la necesitaban, y para impulsar y orientar la fuerza apostólica de la Congregación hacia la educación de la infancia y la juventud, el cuidado y la asistencia de los enfermos, ancianos y necesitados, con un estilo que recuerda el de san Francisco de Asís: "Sin apagar el espíritu".


La madre Carmen vio aumentar la Congregación en número de hermanas y de casas, que se extendían por la geografía española en Andalucía, Castilla y Cataluña. Como obra de Dios, tenía que ser probada y lo fue en la persona de su fundadora. Dificultades, humillaciones e incomprensiones, tanto más dolorosas cuanto de procedencia más cercana, recayeron sobre la madre Carmen sin arredrarla. Quien la conoció a fondo, pudo decir: "Esta mujer tiene más fe que Abraham".


Cada golpe de la tribulación la fue introduciendo en el misterio de Cristo muerto y resucitado por la salvación del mundo. Por eso, decía a las hermanas: "La vida del Calvario es la más segura y provechosa para el alma". Con esta actitud serena de abandono en las manos de Dios se ocupaba de los asuntos de la Congregación. Llegó a abrir hasta once casas; su interés por todas y cada una de las hermanas fue constante.


Si toda su vida estuvo orientada a Dios, en la recta final aceleró el paso; hablaba mucho del cielo. Así, desprendida de todo, mirando la imagen de la Virgen del Socorro, murió en el convento de Nuestra Señora de la Victoria, en Antequera, primera casa de la Congregación, el 9 de noviembre de 1899.


Superó con una altura espiritual extraordinaria todas las situaciones que la vida puede presentar a una mujer: niña y joven piadosa, alegre y caritativa; esposa entregada a Dios y fiel a su marido, sin escatimar esfuerzos en los largos años de su difícil matrimonio; viuda magnánima y de profunda espiritualidad; y religiosa ejemplar consagrada al Señor.


Todas las etapas de su vida parecen tener un denominador común: profunda raíz en el amor de Dios, y firme voluntad de crear comunión en cuantos la rodeaban. Su congregación de Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones traduce la fraternidad franciscana en sencilla y abnegada vida de familia, confiada siempre en la providencia del Padre y atenta al Espíritu que la mantiene en verdadera unión.


Fue beatificada el 6 de mayo del 2007, el Delegado de S.S. Benedicto XVI para esta celebración fue el cardenal J. Saraiva Martins.


Texto reproducido con autorización de Vatican.va



4:05 a.m.

Por: Rudolf Arbesmann, o.s.a. | Fuente: Osanet.org


El beato Gracia vino a la luz en Mula (Muo), Montenegro, una pequeña aldea en la pintoresca bahía de Cáttaro, en las costas dálmatas, a muy poca distancia de la capital, hoy Kotor, el centro más importante del golfo y de la diócesis. En el año 1423 Cáttaro se sometió espontáneamente al gobierno de Venecia, si bien manteniendo con orgullo una relativa independencia, ya que se reservaba el derecho de hacer sus propias leyes y elegir sus magistrados. Como consecuencia de esta vinculación con la Serenísima, pronto se convirtió en un puerto vivaz y rico, poblado de numerosos comerciantes, marineros y pescadores. Inició así el período de esplendor que aún en la actualidad se manifiesta en su arquitectura de claro sabor veneciano.

Gracia era un hombre de mar y como tal permaneció hasta la edad de treinta años. En uno de sus viajes entró en una iglesia de Venecia, donde le conmovió tanto el sermón pronunciado por el agustino Simón da Camerino, que decidió entrar en su misma Orden. Fue aceptado como hermano no clérigo en el convento de Monte Ortone, cercano a la ciudad de Padua. Este convento era la cuna de una de las nuevas congregaciones de la Orden formadas en Italia, distinguiéndose junto a las demás por su particular celo en el campo disciplinar. En 1433 fue aceptado por el Prior general Gerardo de Rímini, que de momento lo incorporó a la provincia de las Marcas de Treviso, con la condición de no recibir más que hermanos firmemente decididos a mantener con fidelidad los ideales propios de la reforma.


El hermano Gracia, que trabajaba en el jardín, no tardó en ganarse la estima y el reconocimiento de la comunidad entera. Al incorporarse dos conventos más al movimiento de Monte Ortone, éste quedó oficialmente eregido en Congregación. Entre 1472 y 1474 es Simón de Camerino quien aparece como Vicario en los registros generales. Unos años más tarde Gracia fue trasladado a San Cristobal de Venecia, y en esta ciudad murió el 8 de noviembre de 1508.


Fuera de las pocos datos hasta aquí referidos y del culto que se le siguió tributando tanto en la Orden como en su tierra de origen, no conocemos otras noticias de Gracia. Las biografías en lengua italiana del Lazzerini (1643) y la latina de Eliseo de Jesús y María (1677) carecen de fundamentos bien documentados. No obstante, los reiterados relatos acerca de su austeridad de vida y de la fuerza prodigiosa de su intercesión resultan testimonios válidos de una auténtica fama de santidad.


La continuidad de su culto fue reconocida por León XIII en 1889. Desde 1810 los restos mortales del beato Gracia descansan en la iglesia de Mula.



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Por: O. C. Moreno | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina04


Dice el Martirologio Romano: "En Nápoles de Campania, San Agripino, obispo, célebre por sus milagros.

En el siglo IX, el autor de la Gesta episcoporum neapolitanorum nos da la sucesión de los obispos de Nápoles, haciendo breves elogios de cada uno en términos vagos.


El de Agripino, sexto de la lista, más cálido que el de los otros, nos revela la popularidad del santo: "Agripino, obispo, patriota, defensor de la ciudad, no cesa de rogar a Dios por nosotros, sus servidores.


Acrecentó el rebaño de los que creen en el Señor y los reunió en el seno de la Santa Madre Iglesia. Por eso mereció oír las palabras: Bien está siervo bueno, puesto que has sido fiel en las cosas pequeñas, te constituiré sobre las grandes; entra en el gozo de tu Señor.


Sus restos fueron transportados finalmente a la Estefanía, en donde reposan con honor".


Agripino vivió a fines del siglo III. No se puede precisar nada, ni dar el más mínimo detalle sobre su actividad. La traslación a la que hace mención el autor de la Gesta, la efectuó el obispo Juan, que gobernó la sede durante años.


Sus reliquias, que estaban en un oratorio de las catacumbas de San Genaro, fueron llevadas a la Estefanía, iglesia construida al fin del siglo V. En 1744, el cardenal José Spinelli, deseando identíficar las reliquias de su catedral, encontró una urna de mármol con esta inscripción: "Reliquias dudosas que se piensa sean del cuerpo de San (divus) Agripino".


Durante los siglos IX y X, muchos autores consignaron el relato de los milagros obtenidos por la intercesión de San Agripino, quien en la actualidad es ca si tan famoso como San Genaro.



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Virgen reclusa de la Tercera Orden (1244‑1307). Pío VI concedió en su honor oficio y misa el 17 de septiembre de 1798.



La parte más antigua de la ciudad de Signa, en lo alto del cerro, de aspecto medieval, se llama comúnmente “la Beata”. Recuerda y honra así a diario a la Beata de Signa por antonomasia, la Beata Juana. Nació en Signa en 1244, hija de padres humildes, y como Santa Juana de Arco y Santa Bernardita de Lourdes, en su juventud fue pastora sencillísima, de vida y alma sin mancha. A veces reunía junto a sí a otros pastores y les hablaba de las cosas del cielo y del amor a las virtudes.

Hacia los treinta años pudo realizar su ideal de vida religiosa haciéndose reclusa voluntaria a ejemplo de la Beata Veridiana, reclusa de Castel Fiorentino. Después de haber recibido de los Hermanos Menores en Carmignano el hábito de la Tercera Orden Franciscana, se hizo encerrar entre paredes en una celdita junto al río Arno. Allí permaneció en penitencia durante cuatro decenios. Desde aquel estrecho refugio derramó dones de misericordia sobre cuantos recurrían a ella: sanó enfermos, consoló afligidos, convirtió pecadores, iluminó a dudosos, ayudó a los necesitados. Su fama perdura hasta nuestros días debido también a los milagros póstumos y a las gracias recibidas.


Las leyendas pintorescas sobre Juana se refieren a su juventud como pastora. Una, por ejemplo, dice que durante las tempestades y los aguaceros, ella reunía su rebaño junto un gran árbol, que prodigiosamente era librado de la lluvia, del granizo y de los rayos. Por eso, cuando se acercaba la tempestad, los otros pastores corrían a donde ella con sus animales. Juana aprovechaba aquellas ocasiones para enseñar a sus compañeros con palabras sencillas y eficaces el modo de salvar su alma y de merecer el Paraíso.


Otras veces cuando el río Arno crecido impedía el paso de una a otra orilla, a Juana se le vio extender sobre las aguas amenazadoras su rojizo manto y sobre él atravesar el río, como si fuera una barca segura.


Juana vivió como reclusa una vida más angelical que humana. De la caridad de los fieles recibía lo necesario para la vida. Se ejercitó en la más rigurosa austeridad en la ferviente oración, en la asidua contemplación, en estáticos coloquios con su amado. El Señor glorificó la santidad de su sierva fiel con numerosos prodigios realizados especialmente en favor de enfermos, para los cuales obtenía de Dios la curación del cuerpo y del alma. Murió en su celda, a los 63 años, el 9 de noviembre de 1307. Se dice que en el momento de su muerte las campanas de las iglesias sonaron a fiesta para solemnizar el ingreso de Juana a la gloria del cielo.



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Por: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net



Mártir

Noviembre 9


Etimológicamente significa “habitante de los montes”. Viene de la lengua griega.


Hay cristianos y hombre y mujeres de buena voluntad que hacen don de sí mismos y dan testimonio de el ser humano no está abocado a la desesperación.


Dejando aparte la etimología de los dioses griegos, hoy nos encontramos con un joven que, desde la más remota antigüedad cristiana es venerado como un mártir.


En el concilio de Nicea se tienen noticias de un monje que participó en él y que provenía del monasterio de san Orestes, en Capadocia.


Se sabe que Diocleciano dispersó a los cristianos que había allá por entonces.


Si había un monasterio levantado en su honor, se impone la razón de que existió.


En la Edad Media se le compuso una obra de teatro o “pasión”, en la que se narra la vida, obra y milagros de este mártir por confesar su fe en Cristo.


Dicen que era médico. Uno de los consejos que le daba a sus enfermos era que se apartaran de la idolatría. Les ayudaba tanto en lo físico como en lo espiritual.


Y como solía suceder, alguien lo denunció a las autoridades de que era cristiano.


El, sin dudar lo más mínimo, dijo la pura y simple verdad. Pero amenazó al pueblo y a las autoridades de que iba a ocurrir algo importante.


Cuando nadie lo esperaba, dio un fuerte soplido y las estatuas de los dioses se cayeron al suelo como hojas que leva el viento.


Sus reliquias siguen el monasterio que lleva su nombre en Capadocia.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!




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