02/13/21

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Ingeniero Industrial
Mártir Laico

Martirologio Romano: En Valencia, en España, beato Vicente Vilar David, mártir, que en la persecución contra la religión acogió en su casa a sacerdotes y religiosos, y prefirió morir antes que renegar de su fe (1937).

Fecha de beatificación: 1 de octubre de 1995 por el Papa Juan Pablo II.

Vicente Vilar David tuvo como marco histórico de su vida la última década del siglo XIX y las cuatro primeras décadas del siglo XX, años caracterizados por fuertes contrastes e inestabilidad política, así como acusadas transformaciones socio-económicas, que desembocaron en la proclamación de la república (1931-1936) y la guerra civil (1936-1939). En este clima y circunstancias ambientales concretas se desenvolvió la vida de Vicente Vilar David, que como seglar católico supo dar respuesta válida a las necesidades sociales y eclesiales de su tiempo.

Nació en Manises (Valencia) el 28 de junio de 1889. Sus padres fueron Justo Vilar Arenes y Carmen David Gimeno. Fue el último de ocho hermanos. Recibió al día siguiente de su nacimiento el bautismo en la iglesia parroquial de San Juan Bautista de manos del sacerdote Nicolás David Campos, primo hermano de su madre. Vivió y fue creciendo en el ambiente de un hogar cristiano, saturado de virtudes cristianas y un gran amor al prójimo.

El 1 de abril de 1898 el cardenal Ciríaco Sancha y Hervás, arzobispo de Valencia, le administró el sacramento de la Confirmación. Y el 24 de abril de 1900 el cura párroco, José Catalá Sanchis, le dio la primera comunión.

Cursó la enseñanza primaria en su pueblo natal. De su maestro, Buenaventura Guillem, recibió ya los cimientos, en los que se edificaron los valores cristianos y humanos, que constituyeron su personalidad. Realizó sus estudios de segunda enseñanza en el colegio de los padres escolapios de Valencia, y los de ingeniero industrial en la escuela superior de Barcelona. Durante estos años sobresalió por su dedicación al apostolado seglar.

Contrajo matrimonio con Isabel Rodes Reig, el 30 de noviembre de 1922; desde entonces se dedicaron ambos con gran entrega al apostolado de Manises.

Al fallecer su padre y terminados los estudios de ingeniería industrial tomó la dirección de la empresa de cerámica, llamada “Hijos de Justo Vilar”: aquí ejerció con su acción seglar ejemplar el campo principal de apostolado. Especialmente en el aspecto social, sembrando siempre armonía de ánimos, buscando la paz en las desavenencias y logrando que se llegara a acuerdo.

Destacó en el respeto, la educación, la caridad en el trato con los operarios. Fue correspondido con el cariño de todos los suyos, que vieron en él al amigo entrañable que remediaba constantemente sus necesidades y compartía sus legítimas aspiraciones de superación social, personificando la imagen entonces perfecta del patrono católico. Al regresar de Barcelona a Manises traía consigo ideas de renovación en el campo de la cerámica y la ilusión de buscar los medios para hacerlo realidad.

La fundación de la escuela de cerámica, poco después, mostraba una visión de futuro, ya que con ello se conseguía la actualización industrial de la cerámica para competir en el ámbito internacional. El celo de Vicente Vilar no se limitó sólo al ámbito del trabajo, sino también al campo de la vida parroquial, como catequista, miembro de las asociaciones eucarísticas y colaborador incondicional del cura párroco.

Al implantarse el régimen de persecución a la Iglesia, con la república, en 1931, Vicente Vilar ayudó a los sacerdotes a salvar la situación apostólica, por ejemplo, en el campo de la enseñanza religiosa y parroquial, así como en otras organizaciones parroquiales. Para llevarlo a cabo hizo posible la fundación del Patronato de Acción Social. En agosto de 1936, en plena efervescencia de la persecución religiosa, fue destituido como secretario y profesor de la escuela de cerámica, por su condición de católico.

En aquellas fechas críticas, fue la ayuda de todos y el sembrador de alegría y paciencia cristianas. Sus mismos trabajadores en aquellos momentos difíciles le protegieron, demostrando así su aprobación a la conducta social y cristiana que con ellos siempre había mantenido. Su condición de católico y apóstol era difícilmente perdonable en aquellos días de persecución religiosa. En la noche del 14 de febrero de 1937 ante un tribunal reafirmó su condición de católico, afirmando que era este el título más grande que tenía.

Fue asesinado inmediatamente, mientras perdonaba a todos, especialmente a los mismos que le martirizaron.

El sentir general desde el primer momento es que fue asesinado únicamente por su condición de católico y celoso apóstol, especialmente en el campo social. Nunca tuvo afiliación política alguna. Sus restos mortales se veneran en la iglesia parroquial de San Juan Bautista de Manises.

Si usted tiene información relevante para la canonización del Beato Vicente Vilar, contacte a:
Dr. Silvia Mónica Correale
Parroquia de San Juan Bautista
C/ San Juan, 6
46940 Manises (Valencia), ESPAÑA

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Por: . | Fuente: misa_tridentina.t35.com

Abad

Martirologio Romano: En Sorrento, de la Campania, san Antonino (o Domenico Catelli, o Cacciottolo), abad, que al ser destruido su monasterio por los lombardos se refugió en la soledad (c. 830).
Parece que San Antonino nació en Picenum, en el distrito de Ancona en el sur de Italia, y que entró todavía joven a un monasterio que estaba bajo el gobierno de Monte Cassino, pero no en el mismo Monte Cassino, como algunos escritores han supuesto erróneamente. Los saqueos del duque Sico de Benevento lo obligaron a abandonar su convento; entonces se fue a Castellamare, cerca de Sorrento, junto al obispo Catellus, quien lo recibió muy cordialmente y con quien pronto tuvo íntima amistad. Trabajaron juntos, y cuando Catellus se retiró a llevar por un tiempo vida solitaria en la cima de una montaña aislada, le confió a San Antonino el cuidado de su diócesis. Sin embargo, pronto Antonino siguió a su amigo a la vida aislada. Los dos tuvieron una visión de San Miguel y esto los llevó después a construir allí un oratorio dedicado al arcángel. Catellus tuvo que volver a su diócesis porque lo acusaban de descuidarla; poco después, se le llamó a Roma y fue puesto en prisión por una falsa acusación. San Antonino continuó viviendo en su cumbre, desde donde dominaba una extensa vista de mar y tierra; este picacho llevaba el nombre de Monte Angelo, y pronto se volvió un lugar favorito de las peregrinaciones. Después de un tiempo, los habitantes de Sorrento le suplicaron que viniera a vivir entre ellos, pues su obispo estaba en prisión y pensaban que Antonino sería su ayuda y sostén. Por lo tanto, abandonó su vida solitaria y entró al monasterio de San Agripino, del cual después llegó a ser abad. Cuando estaba en su lecho de muerte, parece que pidió que no lo sepultaran ni dentro, ni fuera de la muralla de la ciudad. De acuerdo con esto, sus monjes decidieron enterrarlo en la misma muralla.

Agrega la tradición que cuando Sicardo de Benevento (el hijo de Sico) sitió Sorrento, trató de derrumbar con arietes la parte de la muralla de la ciudad donde estaba la tumba del santo, pero todo fue en vano. Durante la noche, San Antonino se apareció a Sicardo y, después de vituperarlo, lo apaleó severamente con una estaca. En la mañana, se encontró lleno de cardenales, y cuando estaba consultando con sus consejeros, le dieron aviso de que su hija única estaba poseída de los demonios y rasgaba sus vestidos como una loca. Al informarse, descubrió que esto le había sucedido a la misma hora en que había comenzado el ataque contra la muralla. Convencido de que era testigo de la voluntad de Dios, Sicardo abandonó el sitio y pidió la intercesión de san Antonino, quien obtuvo el restablecimiento de la salud de la joven. Dos veces más, en 1354 y en 1358, fue cercada la ciudad por los sarracenos, y cada vez la repulsa victoriosa del enemigo se atribuyó a la intercesión de san Antonino, que por esa razón está considerado como patrón principal de Sorrento.

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Abad

Martirologio Romano: En el monte Scopa, en Bitinia (en la actual Turquía), san Auxencio, presbítero y archimandrita, el cual, aprovechando la cátedra que ocupaba, defendió la fe de Calcedonia con la voz de sus virtudes (s. V).
Parece que Auxencio fue el hijo de una persona llamada Addas. Pasó la mayor parte de su larga vida como ermitaño en Bitinia. En su juventud, fue uno de los guardias ecuestres de Todosio el Joven, pero sus deberes militares, que cumplía con entera fidelidad, no le impedían hacer del servicio de Dios su principal interés. Todo su tiempo libre lo pasaba en soledad y oración, y frecuentemente visitaba a los santos reclusos que ocupaban ermitas en los alrededores para pedirles albergue y poder pasar la noche con ellos, haciendo ejercicios penitenciales y cantando alabanzas a Dios. Finalmente, el deseo de una mayor perfección, o el temor de la vanagloria, lo indujeron a adoptar la vida eremítica. Formó su albergue en la montaña desierta de Oxia, a sólo doce kilómetros de Constantinopla, pero al otro lado del Helesponto, en Bitinia. Allí parece ser que fue muy consultado y que ejerció considerable influencia, debido a su fama de santidad.

Cuando se reunió en Calcedonia el cuarto Concilio Ecuménico para condenar la herejía eutiquiana, Auxencio fue llamado por el emperador Marciano, no como algunos de los biógrafos del santo sugieren, por su gran sabiduría, sino porque se sospechaba de sus simpatías con la doctrina de Eutiquio. Auxencio se justificó de la acusación que le hacían. Cuando estuvo de nuevo en libertad, no regresó a Oxia, sino que eligió otra celda más cercana a Calcedonia, en la montaña de Skopas. Allí permaneció, entregado a una vida de gran austeridad, instruyendo a los discípulos que acudían a él, hasta su muerte, que probablemente tuvo lugar el 14 de febrero del año 473.

El historiador Sozomeno escribió todavía en vida del santo sobre la fe constante de Auxencio, así como sobre la pureza de su vida y su intimidad con fervorosos ascetas. Entre los que buscaban dirigirse por él, en sus últimos años, hubo algunas mujeres. Estas formaron una comunidad y vivían juntas al pie del Monte Skopas. Se les conocía como las Trichinarae «las del hábito de crin». Fueron ellas las que, después de una larga contienda, lograron obtener la posesión de sus restos mortales, que guardaron como reliquia en la iglesia de su convento.

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