10/12/19

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Por: . | Fuente: Somos.Vicencianos.org

Mártires Vicencianos

Martirologio Romano: En distintos lugares de España, Beatos Fortunato Velasco Tobar y 13 compañeros, de la Congregación de la Misión;asesinados por odio a la fe ( 1934-1936)

Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

Es “la octubrada”. Trágico ensayo de la gran hecatombe, que empezó en julio de 1936 y terminó en marzo de 1939.

Allí, en la “Asturias Roja”, nació la consigna “U. H. P.”. Allí, el apelativo “rojo” surgió como denominador común de los sin Dios y los sin Patria. Allí comenzó a ser bandera el puño en alto. Allí el saqueo y la destrucción se impusieron como sistema. Allí la persecución a muerte de sacerdotes y religiosos fue empeño característico.

En Oviedo, “la ciudad mártir”, junto a sacerdotes, religiosos y seminaristas ejemplares y beneméritos de la Religión y de España, sucumbieron víctimas de la triste y vergonzosa revolución; que venía cegando la centella de la dignidad humana, ahogando la luz del espíritu y sofocando los últimos vestigios de la gracia en las almas, tres miembros dignísimos de la Congregación de la Misión: los PP. Vicente Pastor y Tomás Pallarés y el Hermano Coadjutor Salustiano González.

Sobre las ruinas sagradas del Seminario Diocesano de Oviedo, semillero de hombres ilustres, brilla, desde octubre de 1934, la aureola del martirio. Regíanlo a la sazón, y desde 1900, los PP. Paúles. Ante el horrible tiroteo con que lo envolvieron en la tarde del día 6 las vanguardias rojas, que asaltaban la ciudad, se impuso la desbandada. La mayor parte de los seminaristas cayeron en poder de los revolucionarios. A punto de ser fusilado un grupo de los mismos, el Hermano González se interpuso diciendo a los verdugos: “Matadme a mí, que no sirvo para nada; pero no matéis a estos jóvenes, que pueden hacer mucho bien”. Conducta tan heroica amansó a las fieras, o, mejor, aplacó momentáneamente sus iras; la perpetración de sus crímenes no toleró largo plazo: aquellos seminaristas que tan al filo estuvieron de la muerte, sufriendo, es verdad, insultos, vejámenes y cárcel (en Mieres), en compañía del Rector (Padre Churruca, C. M.) y algunos profesores, salvaron, al fin, sus vidas; mas otros cayeron (José Méndez, Angel Cuartas, Mariano Suárez, Jesús Prieto, José María Fernández, Gonzalo Zurro y Juan, Castañón) y no lejos de ellos, cual espiga que el vendaval rojo, con sus ardores, acabó de madurar, tronchóse al golpe de la bala mortífera el venerable anciano y santo Hermano Salustiano González Crespo. El P. Vicente Pastor Vicente no abandonó, a lo que parece, el Seminario y en él le asesinaron vilmente los rojos. El P. Tomás Pallarés Ibáñez estuvo encarcelado en el Instituto, donde continuó ejercitando, con notable edificación, su oficio de Padre Espiritual del Seminario. Cuando el edificio iba a ser volado con dinamita, como todos los demás prisioneros, trató de salvarse descolgándose por una ventana, con tan mala fortuna que, al caer (tal vez se desvaneciera en el aire, pues a ello era propenso) quedó muerto.

Los cadáveres del P. Pallarés y del H. González desaparecieron incinerados; el del P. Pastor reposa, en compañía de los de los seminaristas, en el cementerio de Oviedo. Las seis sepulturas están bajo el cobijo de una cruz majestuosa al par que sencilla, y en lápida de mármol, que le sirve de pedestal, la expresiva dedicatoria: “SALVETE, MARTYRES CHRISTI”.

Pues éste es su propio lugar, completemos aquí mismo las presentes notas con los apuntes biográficos de estos protomártires de los Paúles españoles.

1) El P. Tomás Pallarés Ibáñez (1890-1934)

Era natural de la Iglesuela del Cid (Teruel); nació el 6 de marzo de 1890. Sus padres se llamaron Jenaro y María Amparo. Ingresó en la Congregación el 8 de septiembre de 1906. Recibió las sagradas Órdenes en 1915 y fue destinado a la residencia de la Orotava, desde la cual salió a misionar durante varios años muchos pueblos y pagos de la Isla de Tenerife. Por los años 1925, 1926 y 1927 estuvo en Guadalajara como profesor del Colegio Apostólico; desde este último año vivió en, la Casa Central de Madrid de ayudante del Procurador Provincial de la Congregación, hasta 1930; en dicho año fue destinado a Oviedo, de cuyo Seminario fue primero mayordomo y después Director Espiritual.

Siempre tuvo el P. Pallarés fama de santo, sobresaliendo en la práctica de la humildad alimentada de continuo en una piedad poco común.

2) El H. Salustiano González Crespo (1871-1934)

Era de carácter sencillo y pacífico, con temperamento linfático. Había nacido en Tapia de la Ribera (León) el 1 de mayo de 1871. Estuvo dos años de enfermero en, el Hospital Civil de León y fue admitido en el Noviciado de los Paúles, en Madrid, el 28 de octubre de 1894. Hechos los santos votos, fue destinado a Canarias; más de veinte años estuvo por allá, en La Laguna, y pasando por Cuenca —1928-1929— llegó a Oviedo en 1930, donde le esperaba la palma del martirio y la corona del triunfo.

No era un gran talento, ni le hacía falta; Dios no le había llamado a la Congregación de la Misión para ser lumbrera de ciencia humana; la divina le ilustró, y, de ahí, su ferviente anhelo de acabar esta vida en, gracia y como testigo fiel del Autor de ella.

Las terribles y sangrientas escenas desarrolladas en Asturias durante quince días llenaron de espanto a España y al mundo y su interés espeluznante subió de punto al comprender que lo que tal vez alguien estimó momentáneamente obra completa y terminada, no era en realidad de verdad más que el prólogo die un drama infernal; en las páginas siguientes vamos a iluminar con pinceladas propias sus escenas de horror insospechado.

Elías Fuente, Año de publicación original: 1942

Este grupo de mártires está integrado por:

1. TOMÁS PALLARÉS IBÁÑEZ
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 06 Marzo1890 en Iglesuela del Cid, Teruel (España)
martirio: 13 Octubre 1934 en Oviedo, Asturias (España)

2. SALUSTIANO GONZÁLEZ CRESPO
hermano de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 01 Mayo 1871 en Tapia de la Ribera, León (España)
martirio: 13 Octubre 1934 en Oviedo, Asturias (España)

3. LUIS AGUIRRE BILBAO
hermano de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 13 Septiembre 1914 en Murguía, Vizcaya (España)
martirio: 30 Julio 1936 en Alcorisa, Teruel (España)

4. LEONCIO PÉREZ NEBREDA
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 18 Marzo1895 en Villarmentero, Burgos (España)
martirio: 02 Agosto 1936 en Las Planas de Oliete, Teruel (España)

5. ANDRÉS AVELINO GUTIÉRREZ MORAL
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 11 Noviembre 1886 en Salazar de Amaya, Burgos (España)
martirio: 03 Agosto 1936 en Gijón, Asturias (España)

6. ANTONIO CARMANIÚ MERCADER
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 17 Agosto 1860 en Rialp, Lérida (España)
martirio: 17 Agosto 1936 en Llavorsi, Lérida (España)

7. FORTUNATO VELASCO TOBAR
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 31 Mayo 1906 en Tardajos, Burgos (España)
martirio: 24 Agosto 1936 en Alcorisa, Teruel (España)

8. RICARDO ATANES CASTRO
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 05 Agosto 1875 en Cualedro, Orense (España)
martirio: 14 Agosto 1936 en Gijón, Asturias (España)

9. PELAYO JOSÉ GRANADO PRIETO
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 30 Julio 1895 en Santa María de los Llanos, Cuenca (España)
martirio: 27 Agosto 1936 en Gijón, Asturias (España)

10. AMADO GARCÍA SÁNCHEZ
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 29 Abril 1903 en Moscardón, Teruel (España)
martirio: 24 Octubre 1936 en Gijón, Asturias (España)

11. IRENEO RODRÍGUEZ GONZÁLEZ
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 10 Febrero 1879 en Los Balbases, Burgos (España)
martirio: 06 Diciembre 1936 en Guadalajara (España)

12. GREGORIO CERMEÑO BARCELÓ
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 09 Mayo 1874 en Sitios, Zaragoza (España)
martirio: 06 Diciembre 1936 en Guadalajara (España)

13. VICENTE VILUMBRALES FUENTE
sacerdote de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 05 Abril 1909 en Reinoso de Bureba, Burgos (España)
martirio: 06 Diciembre 1936 en Guadalajara (España)

14. NARCISO PASCUAL y PASCUAL
hermano de la Congregación de la Misión (Vicenciano)
nacimiento: 11 Agosto 1917 en Sarreaus de Tioira, Orense (España)
martirio: 06 Diciembre 1936 en Guadalajara (España)

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Por: . | Fuente: Abadía San José de Clairval

Mártir de la verdad

Martirologio Romano: En Coutances (Francia), Beato Pierre-Adrien Toulorge, sacerdote profeso de los Canónigos regulares Premostratenses, asesinado por odio a la fe ( 1793)

Breve Biografía

Otoño de 1793. La Revolución Francesa ha entrado en su fase más violenta: el Terror. Los sacerdotes fieles a la Santa Sede son perseguidos y juzgados. El 12 de octubre por la noche, en Coutances (Normandía), el padre Pedro Toulorge, de 37 años, regresa radiante del tribunal a la celda, que comparte con otros detenidos, sacerdotes y laicos. «¿Qué noticias hay? - Buenas noticias: he salido airoso del juicio!». Todos creen que ha sido absuelto. Sin embargo, pronto desvela la realidad: ha sido condenado a muerte y la sentencia no tiene apelación. La alegría general deja lugar al dolor. Una religiosa, detenida al mismo tiempo que él, se deshace en lágrimas. Pero el mártir le dice con fortaleza: «Señora, las lágrimas que derrama son indignas de usted y de mí. ¿Qué dirán las gentes del mundo si saben que, habiendo renunciado al mundo, nos duele abandonarlo? Si manifestamos repugnancia por morir, daremos un mal ejemplo a los hijos del siglo, y puede que su desaliento cierre la puerta de la Salvación a muchas almas que podrían encontrarse en la misma situación. Enseñémosles con nuestra constancia lo que están obligados a hacer. Mostrémosles la fe victoriosa de los suplicios y abrámonos un paso al Cielo a través de los últimos esfuerzos del infierno». ¿Quién era ese intrépido testigo de Cristo y de su Iglesia?

Nacido y bautizado el 4 de mayo de 1757 en Muneville-le-Bingard, en la península de Cotentin, Pedro Adriano es el tercer hijo de Julián Toulorge y de Juliana Hamel, propietarios agrícolas. La diócesis de Coutances, donde se hace mayor, sigue siendo, en la época del triunfo de Voltaire, una región de fervor religioso; casi todos celebran la Pascua y las vocaciones religiosas abundan. Pedro Adriano es piadoso y, cuando manifiesta las primeras aspiraciones al sacerdocio, se hace cargo de él uno de los vicarios de la parroquia, que lo inicia en el latín. El joven ingresa pronto en un colegio para seguir estudios de humanidades, y luego de filosofía. Hacia 1776, le admiten en el seminario mayor de Coutances, regentado por los eudistas, cuyo superior, Francisco Lefranc, será martirizado en París en septiembre de 1792. Tras ser ordenado sacerdote en 1782, Pedro Adriano Toulorge es nombrado vicario de Doville, parroquia de seiscientos habitantes cuyo párroco es un canónigo premonstratense, hombre metódico y diligente. La situación material de ambos sacerdotes les permite vivir modestamente, aunque con decencia. La parroquia cuenta con muchos indigentes, como consecuencia de la guerra de independencia norteamericana, que ha arruinado los oficios del mar. El párroco y su vicario ponen todo de su parte para asistirlos.

Dichosa condición

Ha llegado hasta nosotros el texto de un sermón del joven vicario sobre la felicidad de los justos y la desgracia de los malos, del que destacamos el siguiente fragmento, verdaderamente profético: «¡Cuán dichosa es, hermanos míos, la condición de los hijos de Dios! Cierto es que son puestos a prueba, pero por amor. Cierto es que los aflige, pero hace que esas aflicciones resulten llevaderas; cierto es que sufren, pero su ternura enseguida se conmueve y se apresura a aliviarlos, derramando en su corazón mil bendiciones de dulzura que los regocija y los arrebata. Sí, hermanos míos, pues por las tiernas efusiones del Espíritu de Consolación, penetra en nosotros un placer divino, una alegría inefable que no podemos explicar. Los males cambian de naturaleza, los deseamos, sufriríamos si no tuviéramos nada por lo que sufrir, y todo lo que un alma fiel desea es perpetuar o consumar su sacrificio».

Pedro Toulorge acude con frecuencia a la abadía premonstratense de Blanchelande, que se halla muy cerca. Fundada en Picardía por san Norberto hacia 1120, la Orden de Premontré tiene como finalidad la celebración en común del Oficio Divino y el ministerio parroquial. Los premonstratenses, llamados «canónigos regulares», van vestidos de blanco. Pedro Adriano pide al prior que lo admita en su comunidad; su objetivo es doble: dedicarse al ministerio sacerdotal en el medio rural y practicar la vida comunitaria a fin de hallar un apoyo espiritual. Una vez admitido, realiza el noviciado en la abadía de Beauport, en Bretaña. Hasta junio de 1788 el canónigo Toulorge no regresa a Blanchelande, donde profesa sus votos religiosos. Su ministerio lo ejerce en las parroquias vecinas, en especial mediante la predicación.

Sin embargo, en enero de 1789, el rey Luis XVI convoca en Versalles los Estados Generales (asamblea general del reino). Los acontecimientos adquieren enseguida un giro revolucionario. La Asamblea Constituyente, que ha tomado el poder mediante un golpe de audacia, es de tendencia volteriana, despreciando a los religiosos y codiciando sus posesiones. El 13 de febrero de 1790, suprime las órdenes monásticas y nacionaliza sus bienes; los canónigos regulares son asimilados a los monjes. En abril, la municipalidad de Saint-Sauveur-le-Vicomte envía a Blanchelande una escuadra de representantes para realizar un inventario minucioso -que durará dos meses- de los bienes de la abadía, con objeto de ponerlos a la venta. A continuación, preguntan a cada uno de los cinco canónigos si desean «aprovechar las disposiciones de la ley para abandonar la vida monástica». El prior y el viceprior responden que sí, mientras que los demás hermanos piden continuar viviendo juntos y seguir su regla. Se les indica que podrán retirarse en el «convento de concentración» departamental, donde serán agrupados de oficio los religiosos de todas las órdenes. Ante aquella perspectiva tan poco tranquilizadora, los tres canónigos se retiran discretamente para continuar con su servicio parroquial. Pedro Toulorge es albergado durante año y medio en una granja vecina.

Error de cálculo

En julio de 1790, la Asamblea Nacional promulga la «Constitución Civil del Clero», acto cismático que coloca a la Iglesia de Francia bajo la tutela del poder civil. En adelante, los obispos y sacerdotes serán elegidos por el pueblo, y la Santa Sede se ve despojada de toda autoridad. En noviembre, una nueva ley impone a los sacerdotes funcionarios públicos (obispos, párrocos y vicarios) que presten juramento de fidelidad a la Constitución civil, bajo pena de destitución y, llegado el caso, de persecuciones penales. En marzo de 1791, el Papa Pío VI condena la Constitución civil y prohíbe al clero que preste el juramento cismático. Mientras tanto, numerosos sacerdotes han «jurado» por ambición, codicia, debilidad o ignorancia. Algunos se retractarán al conocer la condena pontificia.

El 26 de agosto de 1792, cuando la «máquina revolucionaria» avanza inexorablemente, una ley condena a la deportación a todos los eclesiásticos funcionarios que no hayan prestado juramento. En adelante, lo que anima abiertamente a los perseguidores es el odio hacia el sacerdote y la religión. Los «rebeldes» que permanezcan en Francia, o que regresen después de haber emigrado, serán pronto reos de muerte. El clero que se mantiene fiel toma en masa el camino del exilio. El padre Toulorge comete entonces un error de cálculo: se considera afectado por la ley de destierro, cuando ésta sólo concierne a los sacerdotes funcionarios. Solicita sus pasaportes y se embarca el 12 de septiembre rumbo a la isla anglonormanda de Jersey, muy próxima. Allí coincide con más de quinientos sacerdotes de la diócesis de Coutances, llevando durante cinco semanas la existencia precaria de un emigrado sin recursos. No obstante, un compañero de exilio le indica su error sobre el alcance de la ley de destierro. Pedro Adriano, pensando en su país que está desprovisto de sacerdotes fieles, decide entonces regresar cuanto antes, con la esperanza de que su ausencia haya pasado desapercibida. Desembarca clandestinamente en una playa de Cotentin y enseguida se oculta en el monte; desde noviembre de 1792 hasta septiembre de 1793, vive en la clandestinidad desplazándose de un pueblo a otro, disfrazado, para celebrar Misa en casas particulares y administrar los sacramentos. Hay otros veinte sacerdotes rebeldes que ejercen el mismo ministerio en el deanato. El padre Toulorge celebra la santa Misa con ornamentos improvisados, y ha copiado de su puño y letra las principales oraciones del misal. Su actividad continúa a pesar del hostigamiento de los comisarios y de los clubes revolucionarios locales. Se insta a las personas que localicen a un sacerdote rebelde a que los denuncien, prometiéndoles una recompensa.

Un pobre pordiosero

Durante la noche del 2 de septiembre de 1793, cerca de la localidad de Saint-Nicolas-de-Pierrepont, una transeúnte ve surgir de la maleza a un vagabundo «embarrado, mojado y cansado». Por caridad, la mujer lo invita a su casa y enciende una lumbre. Confiado, el pobre pordiosero se presenta: es el padre Toulorge. La anfitriona, a su vez, desvela su identidad: sor San Pablo, una antigua monja benedictina expulsada de su priorato por la Revolución. El sacerdote acepta la hospitalidad por esa noche. Al día siguiente por la mañana, la religiosa lo conduce, disfrazado de mujer, a casa de una amiga, Marotte Fosse, donde cree que estará más seguro. Pero los trabajadores, al ver pasar a esa extraña «ciudadana», se percatan de sus medias y zapatos de hombre« Seducidos por la recompensa prometida, siguen a distancia a ambos sospechosos hasta el domicilio de Marotte, y acuden a prevenir al Comité revolucionario. Mientras Pedro Adriano reposa en el granero, unos violentos golpes procedentes de tres guardias nacionales sacuden la puerta de la casa: «Abrid en nombre de la ley». El padre calla como un muerto. Un guardia va en busca de Marotte, que está trabajando, a quien obligan a abrir. La casa es registrada de cabo a rabo. El sacerdote se ha escondido bajo unos haces de lino, pero los guardias nacionales acribillan a bayonetazos el montón de haces secos. ¡Nada!« Se disponen a partir farfullando cuando uno de ellos vuelve a subir al granero y descubre a Pedro Adriano saliendo de su escondite. El sacerdote es arrestado de inmediato y las pruebas (ornamentos sagrados, cáliz«) requisadas.

Dos días después, los acusados son conducidos al directorio del distrito de Carentan para ser juzgados. Con el fin de escapar de la sentencia de muerte decretada contra los «emigrados regresados», Pedro Adriano oculta que ha abandonado Francia. Con la esperanza de que se contradiga, el comisario Le Canut le pregunta a quemarropa: «¿Ni en esta época ni en ninguna otra ha estado usted en Jersey, ni en cualquier otra tierra extranjera? - No. - Pues un sacerdote rebelde que hemos interrogado hace poco ha declarado que le había visto en Jersey (era una estratagema de Le Canut). - No he abandonado el territorio francés, y si algunas personas se lo han dicho es que se han equivocado o han perdido la cabeza». Luego le enseñan los ornamentos sagrados y los objetos de culto requisados en la casa de Fosse, admitiendo ser el dueño. Los jueces, indecisos, deciden enviar al acusado ante el tribunal departamental de Coutances.

«Sí, sí; no, no»

Así pues, el padre Toulorge había negado haber estado en Jersey para conservar la cabeza. Es verdad que un acusado no está obligado a implicarse mientras no se haya establecido la prueba objetiva de su culpabilidad. Sin embargo, al ser reconducido a la cárcel, al religioso le asaltan los remordimientos, pues considera que ha faltado a la verdad. Esta frase de Jesús resuena en su corazón: Sea vuestro lenguaje: ´Sí, sí´; ´no, no´ (Mt 5, 37). Se siente obligado a decir toda la verdad, cualesquiera que sean las consecuencias. Al amanecer del día 8 de septiembre, festividad de la Natividad de la Virgen, Pedro Adriano confiesa espontáneamente que ha permanecido en Jersey, y esa declaración lo conduce a Coutances, donde es encarcelado ese mismo día. El sacerdote normando llega a la capital de La Mancha en el peor momento, ya que allí se encuentra el representante Lecarpentier, enviado por la Convención (el parlamento de la República) para «tomar las medidas necesarias a fin de exterminar los vestigios de la realeza y de la superstición»; Lecarpentier será célebre con el sobrenombre de «verdugo de La Mancha». En pocos días, ciento cuarenta personas son detenidas.

El 22 de septiembre de 1793, Pedro Adriano comparece ante la Comisión administrativa de Coutances, encargada de decidir si debe ser declarado «emigrado regresado». Tras un largo interrogatorio a pesar de su agotamiento físico, reconoce su breve emigración a Jersey. Los jueces, que temen a Lecarpentier pero que quisieran salvar la cabeza del sacerdote, declaran que «el acusado debe considerarse emigrado», basándose en los pasaportes expedidos a su nombre, pero no transcriben sus confesiones, para dejarle una posibilidad de disculparse; después lo envían ante el tribunal criminal, al que compete dictar sentencia. El juez que preside esa instancia, Loisel, aunque jacobino, no es un «terrorista» fanático -en la Baja Normandía no gustaba el derramamiento de sangre. Antes de la sesión, intenta salvar al acusado sugiriéndole que se retracte de sus confesiones de emigración a Jersey y que alegue vagamente una residencia cualquiera en Francia; el tribunal se contentará con ello y Toulorge evitará la guillotina. Algunos jueces están incluso dispuestos a responder en lugar del padre a las preguntas del presidente, con objeto de que no tenga un cargo de conciencia; le bastará con guardar silencio. Pero él prefiere morir antes que dejar de decir toda la verdad, incluso ante un tribunal revolucionario.

El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por el Papa Benedicto XVI, responde a la pregunta ¿Qué deberes tiene el hombre hacia la verdad?: «Toda persona está llamada a la sinceridad y a la veracidad en el hacer y en el hablar. Cada uno tiene el deber de buscar la verdad y adherirse a ella, ordenando la propia vida según las exigencias de la verdad. En Jesucristo, la verdad de Dios se ha manifestado íntegramente: Él es la Verdad. Quien le sigue vive en el Espíritu de la verdad, y rechaza la doblez, la simulación y la hipocresía» (n. 521). Su compromiso con la verdad condujo al padre Toulorge a aquella decisión heroica.

En el fallo del Tribunal Criminal del 12 de octubre de 1793, puede leerse: «Toulorge, interpelado para que diga si está en condiciones de justificar que no ha abandonado el territorio de la República Francesa, ha dicho que no podía justificarlo, e incluso ha reconocido haber abandonado el territorio francés y haberse retirado a la isla inglesa de Jersey». El final de esta frase («e incluso ha reconocido«») fue añadida en el margen del acta preparada por anticipado; ese detalle muestra que el tribunal había previsto invocar el beneficio de la duda a favor del acusado. Sin embargo, sus confesiones inequívocas obligaron a los jueces a aplicar la ley terrorista.

¡Adiós, señores, hasta la Eternidad!

Un silencio impresionante sigue a la lectura del fallo. Entonces, Pedro Adriano pronuncia las siguientes palabras: «¡Deo gratias! (gracias, Dios mío)« ¡Que se haga la voluntad de Dios y no la mía! ¡Adiós, señores, hasta la Eternidad, si es que son dignos de ella!». Su rostro resplandece de alegría. Unas amas de casa que se lo encuentran mientras es conducido a la cárcel creen que le han absuelto. Al llegar la noche, el condenado cena con buen apetito, después se confiesa y consigue escribir tres cartas. A un amigo: «Le anuncio una muy buena noticia. Acabo de escuchar mi sentencia de muerte. Mañana, a las dos, abandonaré esta tierra cargada de abominaciones para ir al Cielo. Lo que ahora me consuela es que Dios me concede un gozo y una serenidad enormes, y lo que me da fuerzas es la esperanza de que, muy pronto, poseeré a mi Dios«». A su hermano: «Regocíjate, porque mañana tendrás un protector en el Cielo, si Dios, como espero, me ayuda, como lo ha hecho hasta el momento. Regocíjate de que Dios me haya considerado digno de sufrir no solamente la cárcel, sino la muerte por Nuestro Señor Jesucristo. No hay que apegarse a los bienes perecederos. Así pues, vuelve tu mirada hacia el Cielo, vive como buen cristiano y educa a tus hijos en la santa religión católica, apostólica y romana, fuera de la cual no hay salvación». Finalmente, anuncia su martirio inminente a una persona no identificada, añadiendo: «No merecía una señal tan evidente de la bondad de Dios».

A continuación, el reo se duerme en el sueño de los justos. Al día siguiente, domingo 13 de octubre, se muestra alegre y sereno. Pide que le peinen y que le afeiten la barba, y conversa con sus compañeros sobre el Cielo. Lee con ellos el breviario y se detiene en el himno de completas (la oración de la noche), después de haber recitado el siguiente verso: «¿Cuándo, Señor, lucirá vuestro día que no conocerá ocaso?». Luego, lleno de gozo, exclama: «Pronto cantaré este cántico en acción de gracias en el Cielo». Cuando el verdugo viene a buscarlo, Pedro Toulorge bendice a los presentes. La guillotina se levantaba en pleno centro de Coutances, y, desde la Revolución, era la primera vez que funcionaba en esa pequeña ciudad. Al llegar al pie del cadalso, Pedro Adriano dice: «Dios mío, entrego mi alma en vuestras manos. Os pido el restablecimiento y la conservación de vuestra Santa Iglesia, y os ruego que perdonéis a mis enemigos». Tras la ejecución, el verdugo agarra la cabeza por los cabellos y la muestra al pueblo. Según un relato de un testigo ocular, Pedro Adriano fue enterrado por personas piadosas, en el cementerio de San Pedro, según la costumbre observada en el caso de sacerdotes difuntos: con el rostro descubierto y de cara a occidente. Había conservado una gran serenidad en su mirada. Sor San Pablo y las personas acusadas de haber escondido al padre Toulorge fueron absueltas; desde el Cielo, el mártir había extendido sobre ellas su protección.

Cuando, en 1922, se retomaron los diversos procesos diocesanos de los mártires normandos de la Revolución Francesa, la causa del padre Pedro Adriano Toulorge se consideró como la más digna de interés entre las de los cincuenta y siete sacerdotes asesinados en esa provincia. El proceso diocesano de beatificación culminó en 1996, y la causa continúa en la actualidad.

Un testimonio diario

En su encíclica Veritas splendor del 6 de agosto de 1993, el Papa Juan Pablo II escribió: «Finalmente, el martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia: la fidelidad a la ley santa de Dios, atestiguada con la muerte, es anuncio solemne y compromiso misionero usque ad sanguinem (hasta efusión de sangre) para que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y de la sociedad. Semejante testimonio tiene un valor extraordinario a fin de que no sólo en la sociedad civil sino incluso dentro de las mismas comunidades eclesiales no se caiga en la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre: la confusión del bien y del mal, que hace imposible construir y conservar el orden moral de los individuos y de las comunidades« Si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe no obstante un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios. En efecto, ante las múltiples dificultades, que incluso en las circunstancias más ordinarias puede exigir la fidelidad al orden moral, el cristiano, implorando con su oración la gracia de Dios, está llamado a una entrega a veces heroica. Le sostiene la virtud de la fortaleza, que -como enseña san Gregorio Magno- le capacita a «amar las dificultades de este mundo a la vista del premio eterno»» (n. 93).

El pueblo de Cotentin otorgó al padre Toulorge el título de «mártir de la verdad». Que ese sacerdote nos conceda, mediante su intercesión, la gracia de dar en toda nuestra vida testimonio de Cristo, que es la Verdad misma.

Reproducido con autorización expresa de Abadía San José de Clairval

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Por: . | Fuente: Catholic.net

Laica

Martirologio Romano: En el lugar de Balasar, cerca de Braga, en Portugal, beata Alejandrina María da Costa, que al intentar huir de quien la perseguía con mala intención, quedó imposibilitada en todos sus miembros, encontrando en la contemplación de la Eucaristía el modo de ofrecer al Señor todos sus dolores por amor de Dios y de los hermanos más necesitados (1955).

Laica portuguesa, miembro de la Unión de Cooperadores Salesianos, apóstol del sufrimiento reparador (fecha de beatificación: 25 de abril de 2004).

Nació en Balasar, provincia de Oporto y archidiócesis de Braga (Portugal) el 30 de marzo de 1904, y fue bautizada el 2 de abril siguiente, Sábado santo. Fue educada cristianamente por su madre, junto con su hermana Deolinda. Alejandrina permaneció con su familia hasta los siete años; después fue enviada a Póvoa do Varzim, donde se alojó con la familia de un carpintero, para poder asistir a la escuela primaria, pues no había en Balasar. Allí hizo la primera comunión en 1911; el año siguiente recibió el sacramento de la confirmación.

Después de dieciocho meses, volvió a Balasar. Con su madre y su hermana se trasladó, luego, a vivir a la localidad de «Calvario», donde permaneció hasta su muerte.

Comenzó a trabajar en el campo. Su adolescencia fue muy feliz; tenía un carácter comunicativo, y era muy apreciada por sus compañeras. Sin embargo, a los doce años se enfermó: una grave infección (quizá tifoidea) la llevó a un paso de la muerte. Superó el peligro, pero a consecuencia de ello, su constitución quedó debilitada para siempre.

Cuando tenía catorce años sucedió un hecho decisivo para su vida. Era el Sábado santo de 1918. Ese día ella, su hermana Deolinda y una muchacha aprendiz realizaban su trabajo de costura, cuando se dieron cuenta de que tres hombres trataban de entrar en su casa. A pesar de que las puertas estaban cerradas, los tres lograron forzarlas y entraron. Alejandrina, para salvar su pureza amenazada, no dudó en tirarse por la ventana desde una altura de cuatro metros. Las consecuencias fueron terribles, aunque no inmediatas. En efecto, las diversas visitas médicas a las que se sometió sucesivamente diagnosticaron siempre con mayor claridad un hecho irreversible.

Hasta los diecinueve años pudo aún arrastrarse hasta la iglesia, donde, totalmente contrahecha, permanecía gustosa, con gran admiración de la gente. La parálisis fue progresando cada vez más, hasta que los dolores se volvieron horribles, las articulaciones perdieron su movimiento y ella quedó completamente paralítica. Era el 14 de abril de 1925. En los restantes treinta años de su vida Alejandrina no pudo levantarse de la cama.

Hasta el año 1928 no dejó de pedirle al Señor, por intercesión de la Virgen, la gracia de la curación, prometiendo que, si se curaba, se haría misionera. Pero, cuando comprendió que el sufrimiento era su vocación, lo abrazó con prontitud. Decía: «Nuestra Señora me ha concedido una gracia aún mayor. Primero la resignación, después la conformidad completa a la voluntad de Dios y, por último, el deseo de sufrir».

A este período se remontan sus primeros fenómenos místicos, cuando inició una vida de profunda unión con Jesús en el sagrario, por medio de María santísima. Un día que estaba sola, le vino improvisamente este pensamiento: «Jesús, tú estás prisionero en el sagrario y yo en mi lecho por tu voluntad. Nos haremos compañía».

Desde entonces comenzó su primera misión: ser como la lámpara del sagrario. Pasaba sus noches como peregrinando de sagrario en sagrario. En cada misa se ofrecía al eterno Padre como víctima por los pecadores, junto con Jesús y según sus intenciones. En la medida en que percibía de manera más clara su vocación de víctima, crecía en ella el amor al sufrimiento. Hizo el voto de hacer siempre lo que fuera más perfecto.

Del viernes 3 de octubre de 1938 al 24 de marzo de 1942, o sea, 182 veces, vivió cada viernes los sufrimientos de la Pasión. Superando su estado habitual de parálisis, bajaba del lecho y con movimientos y gestos acompañados de fortísimos dolores, reproducía los diversos momentos del vía crucis, durante tres horas y media.

«Amar, sufrir, reparar» fue el programa que le indicó el Señor. Desde 1934, por mandato de su director espiritual, ponía por escrito todo lo que le decía Jesús.

En 1936, por orden de Jesús, pidió al Santo Padre la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María. Esta súplica fue varias veces renovada hasta 1941, por lo que la Santa Sede interrogó tres veces al arzobispo de Braga sobre Alejandrina. El 31 de octubre de 1942, Pío XII consagró el mundo al Corazón Inmaculado de María con un mensaje transmitido a Fátima en lengua portuguesa. Este acto lo renovó en Roma en la basílica de San Pedro el 8 de diciembre del mismo año.

Desde el 27 de marzo de 1942, Alejandrina dejó de alimentarse, viviendo sólo de la Eucaristía. En 1943, durante cuarenta días y cuarenta noches, su ayuno absoluto y su anuria fueron estrictamente controlados por médicos en el hospital de la Foz do Douro cerca de Oporto.

En 1944 su nuevo director espiritual la animó para que siguiera dictando su diario, después de constatar la altura espiritual a la que había llegado; ella obedeció con docilidad hasta la muerte. En el mismo año 1944 Alejandrina se inscribió en la Unión de los cooperadores salesianos. Rezó y sufrió por la santificación de los cooperadores de todo el mundo.

A pesar de sus sufrimientos, seguía interesándose e ingeniándose en favor de los pobres, del bien espiritual de los parroquianos y de otras muchas personas que recurrían a ella. Promovió triduos, cuarenta horas y ejercicios cuaresmales en su parroquia.

Especialmente en los últimos años de vida, muchas personas acudían a ella incluso desde lejos, atraídas por su fama de santidad; y bastantes atribuían a sus consejos su conversión.

El 7 de enero de 1955 se le anunció que sería el año de su muerte. El 12 de octubre quiso recibir la unción de los enfermos. El 13 de octubre, aniversario de la última aparición de la Virgen de Fátima, se la oyó exclamar: «Soy feliz, porque voy al cielo». A las 19,30 expiró.

(Texto: L’Osservatore romano, edición en lengua española, 23 de abril de 2004).

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SAN EDUARDO III DE INGLATERRA

REY




PALABRA DE DIOS DIARIA

Presentar como excusa para nuestra vida mediocre aquello de que los tiempos no son buenos o que las circunstancias presentan su cara adversa y así no es posible buscar y conseguir la santidad hoy y ahora, no deja de ser un recurso vulgar tras el cual se esconde la pereza para vivir las virtudes cristianas o la falta de confianza en Dios que lleva al desaliento.

De hecho, ni los tiempos en sus usos y costumbres, ni las circunstancias personales facilitaban lo más mínimo la fidelidad cristiana de Eduardo. Nace en Inglaterra en el año 1004, casi con el siglo XI, cuando las incursiones navales de los piratas daneses o escandinavos son causa de numerosos atropellos sangrientos y de represalias aún más crueles. El pueblo sufre desde hace tiempo violencia; está en vilo soportando la ignorancia y pobreza. Los palacios de los nobles están preñados de envidia, ambición y deseos de poder; en el lujo de sus banquetes se sirve la traición.

El mismo Papado en lo externo es en este tiempo más un signo de miseria que un motivo de emulación. Con las basílicas en ruinas, en la elección del Pontífice intervienen los intereses políticos y militares a los que se paga a su tiempo la cuota de dependencia. Hace falta una reforma que por más evidente no llega. Incluso el cisma de Oriente está a punto de producirse y lastimosamente se consuma. Nunca faltó la ayuda del Espíritu Santo a su Iglesia indefectible, pero hacía falta fe teologal para aceptar el Primado, sí, una fe a prueba de cismas y antipapas.

Con diez años tiene que huir Eduardo de Inglaterra, pasando el Canal, a la Bretaña o Normandía donde vivirá con sus tíos —hermanos de su madre— los Duques de Bretaña, en la región por aquel entonces más civilizada de Europa. Allí, al tiempo que crece en su destierro, va recibiendo noticias de la ocupación, saqueo y tiranía del rey Swein de Dinamarca. También de la muerte de su padre, el rey Etelberto, y de su hermano Edmundo que era el príncipe heredero. ¡Claro que su madre Emma llora estos sucesos! Pero un buen día lo abandona, partiendo misteriosamente; se ha marchado para hacerse la esposa de Knut, el nuevo usurpador danés. Tiene Eduardo 15 años y sigue escuchando los consejos de los monjes en Normandía; ya es un regio doncel exilado que se inclina en la oración al buen Dios. A la muerte de Knut, los ingleses le proponen la corona de Inglaterra, pero cuando está a punto de disfrutar del cariño de sus súbditos, le traiciona su madre que quiere el trono para el hijo nacido de Knut; él no quiere un reino ganado con sangre y regresa a Normandía. Los leales súbditos piden una vez más su vuelta y la de su hermano Alfredo; pero es una trampa, Alfredo es asesinado.

Llega a ser rey a los cuarenta años, después de una larga, fecunda y sufrida existencia. Es la hora del heroísmo. No alimenta odio. Está lleno de nobleza y generosidad. Contrae matrimonio con Edith, hija del pernicioso, intrigante y hábil duque de Kent. Relega al olvido el pasado, perdona y no castiga. Se dedica a gobernar. A su madre la recluye en un monasterio. Se entrega a buscar el bien de sus súbditos. De Normandía importa arte y cultura. Como su vida es austera, la Corona se enriquece y pueden limitarse los impuestos. Su dinero es el erario de los pobres. Dotó a iglesias y monasterios de los que Westminster es emblema.

Hoy, a la distancia de casi diez siglos, aún Inglaterra llama a su Corona "de San Eduardo". Fue patrón de Inglaterra hasta ser substituído por San Jorge.


(Fuente: archimadrid.es)