02/10/14

12:25 a.m.



















Clara de Rimini, Beata
Clara de Rimini, Beata

Viuda


Martirologio Romano: En Rimini, en la Romagna, beata Clara, viuda, la cual, por medio de la penitencia, mortificación y ayunos expió la vida disoluta que había llevado antes y, después de reunir un grupo de compañeras en un monasterio, sirvió a Dios con humildad de espíritu (entre 1324 y 1329).

Etimología: Clara = Aquella que esta limpia de pecado, es de origen latino.


Clara nació en Rímini, hacia 1260, por mucho tiempo no hizo mucho honor a la Santa de Asís. El ambiente mundano y soberbio de su tiempo y de su familia la absorbió por largo tiempo. Su padre, al enviudar, casó con una viuda rica, y para afianzar la unión de las dos familias, casó a Clara con el hijo de dicha viuda. Pronto ella enviudó, y poco después murió su padre. Estos dos lutos tampoco hicieron gran mella en Clara. Todavía era joven y bella, rica y admirada. Contrajo nuevas nupcias con un rico heredero de una de las principales familias de Rímini, no tuvo hijos, por lo cual se sintió enteramente libre y siguió su conducta disipada hasta los 34 años. Luego tuvo un cambio inesperado. Se dice que un día, al entrar en una iglesia franciscana, oyó una voz que la invitaba a recitar con atención un Padre nuestro y un Avemaría. Clara obedeció, mientras recitaba devotamente estas oraciones (hacía tanto tiempo que no oraba), se sintió penetrada por un dolor vivísimo de los pecados cometidos y fue inundada de un gozo hasta entonces desconocido y de una serenidad interior que nunca había sentido. Quedó conmovida. Abandonó decididamente la vida disipada, las compañías y los placeres de antes.


Habló a su esposo con una seriedad que nadie habría sospechado en ella. Pidió el permiso de retirarse del mundo, de dedicarse a una vida de penitencia y de soledad. El marido comprendió el fuego de amor divino que ardía en ella, hasta entonces entregada a las pasiones humanas, y le concedió el permiso solicitado. Nació entonces la nueva Clara. Fue penitente severísima y humildísima, sobre todo después de la muerte de su segundo marido, acaecida dos años más tarde. Vestida de gris, con cilicios y argollas de hierro en su carne, dormía sobre una tabla, se alimentaba de sobras. Su verdadero alimento era la oración y la Eucaristía. Tuvo éxtasis y revelaciones. Las desgracias políticas siguieron persiguiéndola. Debió retirarse a Urbino, donde se había refugiado un hermano gravemente enfermo. En Urbino fue ángel de misericordia para los enfermos, los pobres y los encarcelados. Volvió a Rímini con doce compañeras y fundó un convento donde vistió el hábito y profesó la regla de las Clarisas. Era el año 1306. Allí murió a los 66 años de edad, después de innumerables pruebas, ciega y casi ausente, en 1326. Se extinguió serena como un niño, y de inmediato fue venerada como santa.


Su culto fue confirmado por el Papa Pío VI el 22 de diciembre de 1784.






12:25 a.m.
Martirologio Romano: En Valverde del Camino, cerca de Huelva, en la región española de Andalucía, beata Eusebia Palomino Yenes, virgen del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, que, dando un egregio ejemplo de humildad y evitando toda ostentación, mostró su espíritu de abnegación en las tareas más sencillas, mereciendo los dones de la gracia (1935).

Etimología: Eusebia = Aquel de carácter piadoso, es de origen griego.


Eusebia Palomino Yenes vio la luz en el crepúsculo del siglo XIX – el 15 de diciembre de 1899 – en Cantalpino, pequeño pueblo de la provincia de Salamanca (España) en una familia tan rica de fe como escasa de medios económicos. Agustín, el padre, que todos recuerdan por su aspecto humilde, hombre de gran bondad y dulzura, trabaja como bracero temporal al servicio de los propietarios terratenientes de los alrededores y su madre Juana Yenes atiende la casa con los cuatro hijos.


Cuando en el invierno el campo reposa y el trabajo falta, el pan escasea. Entonces el padre se ve obligado a pedir ayuda a la caridad de otros pobres en los pueblos de la zona. Algunas veces lo acompaña la pequeña Eusebia de apenas siete años, que ignorante de lo que cuestan algunas humillaciones, disfruta con aquellas caminatas por los senderos del campo y alegremente corretea y salta junto a su padre que le hace admirar la belleza de la creación, y la luminosidad del paisaje de Castilla dándole algunas catequesis que le encantan. Cuando llegan a los pueblos, sonríe a las personas buenas que lo acogen y pide «un poco de pan por amor de Dios».


El primer encuentro con Jesús Eucaristía a la edad de ocho años da a la niña una sorprendente percepción del significado de pertenecer y de ofrecerse totalmente al Señor como don.


Muy pronto tiene que dejar la escuela para ayudar a la familia y después de haber dado prueba de una madurez precoz en cuidar - aún siendo niña – a niños de algunas familias del pueblo mientras los padres van a trabajar. A los doce años va a Salamanca con su hermana mayor y se pone a servir como niñera.


Los domingos por la tarde va al oratorio festivo de las Hijas de Maria Auxiliadora, allí conoce a las hermanas, que deciden pedirle su colaboración para ayudar a la comunidad. Eusebia acepta con mucho gusto y enseguida se pone manos a la obra: ayuda en la cocina, acarrea la leña, ayuda en la limpieza de la casa, tiende la ropa en el patio grande, va a acompañar al grupo de las estudiantes a la escuela estatal y hace los mandados en la ciudad.


El deseo secreto de Eusebia, de consagrarse por entero al Señor, enciende y nutre cada vez más sus actos y su oración. Dice: «Si cumplo con diligencia mis deberes tendré contenta a la Virgen Maria y podré un día ser su hija en el Instituto». No se atreve a pedirlo, por su pobreza y falta de instrucción, no se cree digna de tal gracia: porque piensa, ¡es una congregación tan grande!.


La Superiora visitadora, con la que ella se confía, la acoge con bondad materna y le asegura: «No te preocupes de nada» y con gusto decide admitirla en nombre de la Madre General.


El 5 de Agosto empieza el Noviciado en preparación a la profesión. Se alternan horas de estudio de oración y de trabajo que constituye la jornada de Eusebia que la hacen plenamente feliz. Después de dos años – 1924 – se consagra totalmente al Señor con los votos religiosos que la vinculan mucho más a él.


Es destinada a la casa de Valverde del Camino una pequeña ciudad que en aquella época cuenta con 9.000 habitantes, está situada al extremo sudoeste de España, en la zona minera de Andalucía en los confines con Portugal. Las niñas del colegio y del oratorio, en el primer encuentro se quedan mas bien desilusionadas, la Hermana nueva tiene un aspectos más bien insignificante, pequeña y pálida, no es bonita, con las manos gruesas y además un nombre feo.


A la mañana siguiente, la pequeña Hermana está ya en su lugar de trabajo: un trabajo variado que la ocupa en la cocina, en la portería, en la ropería, en el cuidado del pequeño huerto y en la asistencia a las niñas del oratorio festivo. Es feliz de “estar en la casa del Señor por todos los días de su vida”. Es esta la situación “real”, por la que se siente honrado su espíritu, que habita las esferas más altas del amor.


Las pequeñas se sienten pronto atraídas por las narraciones de hechos misioneros, vidas de santos, episodios de la devoción mariana, o anécdotas de Don Bosco, que recuerda gracias a una feliz memoria y sabe hacerlas atractivas por su convencimiento y su fe sencilla.


Todo en Sor Eusebia, refleja el amor de Dios y el fuerte deseo de hacerlo amar. Sus jornadas de trabajo son una transparencia continua y lo confirman sus temas predilectos de conversación: el amor de Jesús a todos los hombres que ha salvado con su Pasión. Las Llagas santas de Jesús son el libro que Sor Eusebia lee todos los días y del cual saca apuntes de didascalia a través de un sencillo “rosario” que aconseja a todos, también lo hace a través de las cartas, se hace apóstol de la devoción al Amor misericordioso según las revelaciones de Jesús a la religiosa lituana – hoy santa – Faustyna Kowalska, divulgadas en España por el Padre dominico Juan Arintero.


El otro “polo” de la piedad vivida y de la catequesis de Sor Eusebia es la “verdadera devoción mariana” de San Luis Maria Grignion de Montfort. Esta será el alma y el arma del apostolado de Sor Eusebia durante su breve existencia: los destinatarios serán las niñas, los jóvenes, las madres de familia, los seminaristas los sacerdotes. «Quizá no haya párroco en toda España – se dice en los procesos – que no haya recibido una carta de Sor Eusebia a propósito de la esclavitud mariana»


Cuando, a principio de los años 30, España se está preparando a la revolución por la rabia de los sin-Dios votados para el exterminio de la religión, Sor Eusebia no duda en llevar hasta el extremo aquel principio de “disponibilidad”, pronta literalmente, a despojarse de todo. Se ofrece al Señor como víctima para la salvación de España, para la libertad de la religión.


Dios acepta la víctima. En agosto de 1932 un mal improviso es el primer aviso. Después el asma que en diversos momentos ya la había molestado, ahora llega a niveles extremos de intolerancia, se agrava con otros males que van apareciendo y atentan contra su vida.


En este tiempo, visiones de sangre afligen a Sor Eusebia aún más que los dolores físicos. El 4 de octubre de 1934, mientras algunas hermanas rezaban con ella en el lugar del sacrificio, interrumpe y empalidece diciendo: «rezad mucho por Cataluña». Es el principio de la sublevación operaria de Asturias y de la catalana en Barcelona (4-15 octubre 1934) que se llamarán «anticipo revelador». Visión de sangre también para su querida directora Sor Carmen Moreno Benítez, que será fusilada con otra hermana el 6 de septiembre de 1936: actualmente ha sido declarada beata, después del reconocimiento del martirio.


En tanto la enfermedad de Sor Eusebia se agrava: el médico que la asiste admite de no saber definir la enfermedad que, unida al asma le acartona todos los miembros convirtiéndola en un ovillo. Quien la visita siente la fuerza moral y la luz de santidad que irradian aquellos pobres miembros doloridos, dejando absolutamente intacta la lucidez del pensamiento, la delicadeza de los sentimientos y la gentileza del trato. A las hermanas que la asisten les promete: «Daré mis vueltecitas».


En el corazón de la noche entre el 9 y el 10 de febrero de 1935 Sor Eusebia parece dormir serenamente. Durante todo el día los restos mortales adornados con muchísimas flores, son visitados por toda la población de Valverde.


Todos repiten la misma expresión: «Ha muerto una santa»


Fue beatificada el 25 de abril de 2004 por el Papa Juan Pablo II.


Si usted tiene alguna información relevante para la canonización de la Beata Eusebia, contacte a:

Hijas de María Auxiliadora

C/ María Auxiliadora, 8

21600 Valverde del Camino (Huelva), ESPAÑA


Reproducido con autorización de Vatican.va


¡Felicidades a quien lleve este nombre y a las Salesianas!



12:25 a.m.
Martirologio Romano: En la cueva de Stabulum Rhodis, cerca de Grossetto, en la Toscana, san Guillermo, eremita de Malavalle, cuya vida inspiró y dio origen a numerosas congregaciones de eremitas (1157).

Etimología: Guillermo = Aquel que es un protector decidido, viene del germánico


Guillermo era un joven francés pagano. No obstante, abierto a la novedad que anunciaban los predicadores, se convirtió al cristianismo.


Sumido en sus principios, intentó vivirlos de la manera que a él le gustaba, es decir, como monje ermitaño.


Sus ermitas estaban por la Toscana. Murió en el año 1157


¿Cuál es la característica principal de su vida?


La contemplación. Ante la naturaleza veía las huellas del Creador. El mismo Juan Pablo II decía el miércoles cinco de junio en la audiencia general:" Se invita a la humanidad a reconocer y dar gracias al Creador por el don fundamental del universo, que le circunda y permite respirar, la alimenta y la sostiene".


El se pasaba la vida yendo de un lugar para otro haciendo oración, penitencia, ayuno, silencio.

Esta vivencia la transmitió Guillermo a sus discípulos. Estos dieron lugar a la Orden de san Guillermo, que en el año 1256, se unió a la Orden de san Agustín.


Después de unos años, algunos de sus miembros se separaron y volvieron a ser lo que eran.


El culto a san Guillermo data del siglo XIII.


Cuando murió, comentan los biógrafos, sus reliquias comenzaron a ser veneradas por los peregrinos que iban desde diferentes lugares de Italia. El Papa Alejandro III aprobó su culto en 1174 y lo confirmó más tarde Inocencio III en 1202.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



12:25 a.m.
Martirologio Romano: En la aldea de Krasic, cerca de Zagreb, en Croacia, beato Luis Stepinac, obispo de Zagreb, que rechazó con firmeza las doctrinas que se oponían a la fe y a la dignidad humana y, por su fidelidad a la Iglesia, después de prolongada prisión, víctima de la enfermedad y la miseria, terminó egregiamente su episcopado (1960).

Alois Stepinac nació en Krasic, en el noroeste de Croacia, el 8 de mayo de 1898. Era el quinto de los hijos de una familia de agricultores acomodados, y creció en un ambiente profundamente cristiano, donde reinaban el amor y el respeto mutuo, así como la caridad hacia los más desfavorecidos. Su madre, una mujer sencilla y piadosa, era especialmente devota de la Santísima Virgen María, un rasgo que distinguirá también a su hijo.


Durante su etapa de estudios en un colegio de Zagreb, Alois demuestra una férrea voluntad, a pesar de poseer un temperamento discreto y reservado. En 1917, es movilizado en el ejército austro-húngaro. De regreso a su país en junio de 1919, tras un breve cautiverio en Italia, aquel joven padece una crisis interna. Hastiado por la inmoralidad que había frecuentado en su etapa militar, emprende estudios de agricultura, pero los abandona enseguida. Tampoco tiene éxito un proyecto de matrimonio. En marzo de 1924, un sacerdote que le conoce bien publica en una revista un artículo sobre San Clemente María Hofbauer, enviándoselo junto a una extensa carta. Afectado por el ejemplo de aquel santo, el joven decide consagrar su vida a Dios, ingresando en el seminario «Germanicum» de Roma. Uno de sus condiscípulos dirá de él lo siguiente: «Ardía en amor por la Iglesia y estaba imbuido de fidelidad hacia el Santo Padre».


Alois Stepinac se doctora en filosofía, y luego en teología, en la Universidad Gregoriana de Roma, y recibe la ordenación sacerdotal el 26 de octubre de 1930. De regreso a Croacia, su país se le presenta destruido y explotado por Serbia. Aunque su deseo es convertirse en párroco rural, el arzobispo de Zagreb prefiere conservarlo como encargado de la liturgia, y luego como notario de la curia del arzobispado. Él acepta el cargo diciendo: «No sé si permaneceré aquí o no. No importa, pues todos los caminos que están al servicio de Dios llevan al Cielo». Le son confiadas importantes misiones, como apaciguar algunos conflictos acontecidos en algunas parroquias. También impulsa obras de caridad en los barrios pobres de Zagreb y organiza comidas para el pueblo.


En 1934, el arzobispo, Monseñor Bauer, cae gravemente enfermo y solicita de la Santa Sede un coadjutor, proponiendo a Alois Stepinac, quien intenta en vano eludir el cargo, tanto por su edad (36 años) como por su corta experiencia sacerdotal. Pero el 29 de mayo es nombrado coadjutor, desplazándose a continuación a pie al santuario mariano de Marija Bistrica, a 36 km de Zagreb, para confiar a María ese difícil ministerio. De hecho, los obispos croatas se ven en la necesidad de defender continuamente que se reconozcan los derechos de la Iglesia Católica (libertad de enseñanza, libertad de asociación, autoridad de la Iglesia sobre los matrimonios católicos, etc.).


El 7 de diciembre de 1937 fallece Monseñor Bauer, sucediéndole Mons. Stepinac como arzobispo de Zagreb. El nuevo prelado recomienda a sus sacerdotes que consagren lo mejor de sí mismos a su vida interior. Entre sus decisiones de gobierno de antes de la guerra, publica una carta abierta a todos los médicos para denunciar la «peste blanca»: el desarrollo de la anticoncepción y del aborto. Por otra parte, llega a fundar un periódico católico con el fin de luchar contra la prensa antirreligiosa.


El arzobispo estima profundamente la vida religiosa y considera que su desarrollo resulta indispensable. Los monasterios deben convertirse en «fortalezas de Cristo», y deben proteger a la diócesis con las armas espirituales de la oración, de la renuncia y del sacrificio.


«El fruto de un inmenso egoísmo»


Monseñor Stepinac había anunciado la Segunda guerra mundial en estos términos: «Las parejas casadas ya no respetan los valores del matrimonio; se practica el adulterio y se abandona a los hijos; en una palabra: se hace todo lo posible para borrar el nombre de Dios de la faz de la tierra. Se están destruyendo todos los valores morales, por lo que no es extraño que Dios se dirija ahora a las multitudes a través del único lenguaje que son capaces de entender... y es el caos sobre la tierra, el horror de la guerra, la destrucción de todas las cosas. Es el fruto de un inmenso egoísmo... Si queremos vislumbrar días mejores, la primera regla consiste en devolverle a Dios el respeto debido, con humildad; es la única vía para la paz». ¡Es una enseñanza que sigue estando de actualidad!


El 10 de abril de 1941, después de la invasión de Yugoslavia por parte del ejército alemán, los nacionalistas croatas (también llamados ustachis) proclaman un Estado independiente en Zagreb. Junto a hechos positivos (plena libertad para la Iglesia Católica, protección de las buenas costumbres, etc.), el nuevo régimen queda deshonrado a causa de discriminaciones contra los ciudadanos de religión ortodoxa, los judíos y los gitanos. Sin condenar por completo al Estado croata, reconocido «de facto» por la Santa Sede, Monseñor Stepinac mantiene sus reservas. Se convierte en el portavoz de todos los oprimidos y perseguidos, denuncia los abusos de los ustachis y condena los postulados racistas, así como las persecuciones contra las minorías judía y serbia.


Además, el gobierno croata incita a los ortodoxos a pasarse a la religión católica. Monseñor Stepinac dirige una nota confidencial a sus clérigos: «Cuando acudan a vosotros personas de confesión judía u ortodoxa que se hallen en peligro de muerte, y por esa causa quieran convertirse al catolicismo, recibidlos (Esa «recepción» no era más que una simple acogida por parte de la Iglesia, sin ningún compromiso religioso) para que salven la vida. No les pidáis ningún conocimiento religioso especial, pues los ortodoxos son cristianos como nosotros, y la fe judía es la raíz del cristianismo. El papel y el deber de los cristianos debe consistir ante todo en salvar a la gente. Y cuando esta época de demencia y de salvajismo llegue a su término, los que se hayan convertido por convicción podrán permanecer en nuestra Iglesia, y los demás, una vez pasado el peligro, podrán regresar a la suya». La Iglesia enseña, en efecto, la libertad del acto de fe: «Es uno de los puntos principales de la doctrina católica que el hombre al creer tiene que dar una respuesta voluntaria a Dios, y que por tanto a nadie se puede forzar a abrazar la fe contra su voluntad» (Vaticano II, Dignitatis humanæ, 10).


A lo largo de toda la guerra, el arzobispo de Zagreb prodiga los favores de su caridad a los desdichados, cualesquiera que sean, distribuyendo vagones enteros de alimentos a los refugiados, cuidando personalmente de los huérfanos cuyos padres están encarcelados o han huido a las montañas, y salva del hambre y de la muerte a 6.700 niños, la mayor parte de padres ortodoxos.


El presidente de la comunidad judía de los Estados Unidos, Louis Breier, dirá de él lo siguiente el 13 de octubre de 1946: «Esa gran autoridad de la Iglesia ha sido acusada de colaborar con los nazis. Nosotros los judíos lo negamos. Sabemos, por la conducta que siguió desde 1934, que ha sido siempre un verdadero amigo de los judíos, que, en aquellos años, sufrían las persecuciones de Hitler y de sus adeptos. Alois Stepinac es uno de esos pocos hombres en Europa que se levantaron contra la tiranía nazi, justamente en los momentos en que resultaba más peligroso hacerlo... La ley sobre el «brazalete amarillo» se anuló gracias a él... Después de Su Santidad el Papa Pío XII, el arzobispo Stepinac fue el mayor de los defensores de los judíos perseguidos en Europa».


Cuando callan las campanas


Con ocasión de la retirada de las tropas alemanas durante el fin de la guerra, el arzobispo consigue evitar la destrucción total de Zagreb, pero ve con dolor cómo los partisanos de Josip Tito toman el poder, emprenden una sangrienta depuración e instauran leyes antirreligiosas. Nada impresionado por los rumores que le tachan de criminal de guerra, Monseñor Stepinac está firmemente decidido a permanecer en medio de su pueblo.


El 17 de mayo de 1945, el arzobispo es encarcelado por sorpresa. El 3 de junio, los obispos croatas exigen su liberación como medida previa a toda negociación. Todas las campanas de Zagreb se callan y la procesión del Corpus Christi queda anulada. Ante aquel inesperado movimiento de resistencia, Tito da su brazo a torcer y manda liberar a Monseñor Stepinac. El 24 de junio, en una circular dirigida a todos los sacerdotes, el prelado recuerda a los padres su deber sagrado de reclamar la educación religiosa en las escuelas. Sus exhortaciones a todos los fieles van dirigidas a que hagan uso de la oración, en especial en esos tiempos difíciles, y muy concretamente a que recen el Rosario.


Sin embargo, la dictadura se instaura sin tomar en consideración la solemne declaración del gobierno federal de Yugoslavia según la cual se respetarían la libertad de conciencia y de confesión religiosa, así como la propiedad privada. En una carta pastoral fechada el 20 de septiembre de 1945, los obispos católicos de Yugoslavia advierten que 243 sacerdotes han sido asesinados desde el final de la guerra y que 258 han sido encarcelados o han desaparecido. A continuación, constatando la parálisis de los seminarios, los estragos ejercidos en la juventud por parte de la propaganda atea y la inmoralidad amparada por el Estado, condenan solemnemente «el espíritu materialista e impío que se extiende por nuestro país».


En octubre de 1945, con motivo de una visita pastoral, el automóvil de Monseñor Stepinac es asaltado por los comunistas y los cristales son rotos a pedradas. La víspera del atentado, la milicia había amenazado al prelado con represalias si llevaba a cabo aquella visita. «De todas formas, señala el arzobispo, solamente se muere una vez; pueden hacer lo que quieran, pero nunca dejaré de predicar la verdad; no temo a nadie más que a Dios, y mi deber sigue siendo el mismo: salvar almas».


«Tengo la conciencia limpia y en paz»


Desde noviembre de 1945, Monseñor Stepinac deja instrucciones para administrar la Iglesia en el caso de que sea encarcelado. El 17 de diciembre, en un mensaje al clero, se defiende de todas las acusaciones que se le atribuyen mediante las siguientes frases, que son un resumen de su vida y que explican la fortaleza de su alma: «Tengo la conciencia limpia y en paz ante Dios, que es el más fidedigno de los testigos y el único juez de nuestros actos, ante la Santa Sede, ante los católicos de este Estado y ante el pueblo croata». Más tarde añadirá: «Estoy dispuesto a morir en cualquier momento».


El 18 de septiembre de 1946, a las 5 de la madrugada, la milicia irrumpe en el arzobispado y se precipita hacia la capilla donde está rezando el prelado. Conminado a seguir a los policías, responde: «Si estáis sedientos de mi sangre, aquí me tenéis». El 30 de septiembre, comienza un proceso que el Papa Pío XII calificará de «tristissimo» (lamentable). Gracias a la fortaleza propia de una conciencia recta y pura, Monseñor Stepinac no desfallece ante los jueces. En medio de una gran tranquilidad, y seguro de la protección de «la abogada de Croacia, la más fiel de las madres», la Santísima Virgen María, el 11 de octubre escucha la injusta sentencia que se pronuncia contra él, que le condena a prisión y a trabajos forzados durante dieciséis años «por crímenes contra el pueblo y el Estado». «Las razones de la persecución que padeció y del simulacro de juicio que se organizó contra él, dirá el Papa Juan Pablo II el 7 de octubre de 1998, fueron su rechazo a las insistencias del régimen para que se separara del Papa y de la Sede Apostólica, y para que encabezara una «Iglesia nacional croata». Él prefirió seguir siendo fiel al sucesor de Pedro, y por eso fue calumniado y luego condenado».


Durante su encarcelamiento en Lepoglava, Monseñor Stepinac comparte la miserable suerte de cientos de miles de prisioneros políticos. Son numerosos los guardianes que lo humillan, entrando en cualquier momento en su celda e insultándole continuamente. Los paquetes de alimentos que recibe son expuestos durante varios días al calor o estropeados para que resulten incomestibles. El arzobispo guarda silencio, transformando la celda de la prisión en una celda monacal de oración, de trabajo y de santa penitencia. Se lo han quitado todo, «excepto una cosa: la posibilidad de alzar las manos al cielo, como Moisés» (cf. Ex 17, 11). Pero tiene la suerte de poder celebrar la Misa en un altar improvisado. En la última página de su agenda de 1946 escribe lo que sigue: «Todo sea para la mayor gloria de Dios; también la cárcel».


«Sufrir y trabajar por la Iglesia»


El 5 de diciembre de 1951, cediendo a las presiones internacionales, el gobierno yugoslavo consiente en trasladar al arzobispo a Krasic, su ciudad natal, bajo libertad vigilada. Allí ejerce funciones de vicario, pasando buena parte del tiempo en la iglesia parroquial, donde confiesa durante horas enteras y, cuando le instan a que economice sus ya débiles fuerzas, responde que confesar es uno de sus mayores descansos. En el transcurso de sus primeros días en Krasic, un periodista extranjero le hace la siguiente pregunta: «¿Cómo se encuentra? – Tanto aquí como en Lepoglava, no hago más que cumplir con mi deber. – ¿Y cuál es su deber? – Sufrir y trabajar por la Iglesia».


A unos visitantes desanimados por los perjuicios del comunismo, Monseñor Stepinac les responde: «No hay que desesperar, pues aunque el comunismo deje huellas en nuestro pueblo, y aunque nos encontremos con las manos atadas por esa pérfida ideología y aunque algunos flaqueen, estamos mejor que los pueblos del oeste, saturados de bienes materiales pero asfixiados en la inmoralidad y en el ateísmo práctico. Gracias a Dios mi pueblo ha permanecido fiel al Señor y al respeto hacia la Virgen».


Mientras tanto, el gobierno yugoslavo intenta a cualquier precio provocar una ruptura de los católicos croatas con Roma y fundar una iglesia nacional cismática, con objeto de incorporar a los croatas a la Iglesia ortodoxa serbia. A tal efecto, se llega a crear una «asociación de los santos Cirilo y Metodio» que agrupa a «sacerdotes patriotas» y devotos del régimen. El año 1953 destaca por las agresiones procedentes del gobierno. El recluido arzobispo da ánimos a los sacerdotes y a los fieles mediante una copiosa correspondencia, exhortando a los indecisos y recuperando a las ovejas descarriadas. Más de un sacerdote llega a confesar que «Si no hubiera estado allí, quién sabe lo que nos habría pasado». Uno de los principales peleles de Tito, Milovan Djilas, confesará más tarde: «Si Stepinac hubiera querido ceder y proclamar una Iglesia croata independiente de Roma, como nosotros queríamos, lo habríamos colmado de honores».


«Vencerá el espíritu, y no la materia...»


El 12 de enero de 1953, el Papa Pío XII eleva a Monseñor Stepinac a la dignidad cardenalicia. Pero el arzobispo no ha podido desplazarse a Roma, por miedo a que el gobierno de Tito le impida regresar a su país. En una entrevista con un periodista extranjero, el nuevo cardenal anuncia proféticamente: «En la lucha que se desarrolla (en Yugoslavia) entre la Iglesia y el Estado, vencerá el espíritu, y no la materia. Durante la historia de la humanidad nunca ha podido mantenerse definitivamente el materialismo».


La generosidad del cardenal con respecto a los que son más pobres que él no tiene límites: «No posee más que lo estrictamente necesario para vestirse, explica el párroco de Krasic; todo lo da. Incluso acaba de dar a los pobres dos pares de zapatos». En su humildad, Monseñor Stepinac lamenta la publicidad que se ha montado alrededor de su persona. Al enterarse un día que una revista extranjera acaba de publicar una declaración del Papa en la que dice que «El cardenal de Croacia es el mayor prelado de la Iglesia Católica», él baja la vista murmurando: «¡Solamente Dios es grande!».


A finales de 1952 debe ser operado de una pierna y, al año siguiente, se le declara una grave enfermedad de la sangre, cuya causa se debe, según los médicos, a los malos tratos padecidos. Se le dispensan muchos cuidados médicos, pero él se niega a ser tratado en el extranjero, como habría sido necesario; como buen pastor, decide quedarse junto a su rebaño. Pero los métodos del régimen comunista no se flexibilizan. En noviembre de 1952, Tito decide romper las relaciones diplomáticas con el Vaticano, dando simultáneamente la orden a su policía de impedir cualquier visita a Krasic. Los guardianes del prelado (que eran más de treinta en 1954) le insultan y se burlan de él de todas las maneras posibles. El largo proceso seguido para su beatificación llegará a la conclusión, en 1994, de que su muerte fue la consecuencia de los catorce años de aislamiento injusto, de presiones físicas y morales constantes y de sufrimientos de todo tipo. Por eso «queda confiado en adelante a la memoria de sus compatriotas con las notorias divisas del martirio» (Juan Pablo II, 3 de octubre de 1998).


Vencer el mal con el bien


Durante todos aquellos años de reclusión forzosa, el cardenal Stepinac adopta la actitud espiritual que ordenó Nuestro Señor Jesucristo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan (Mt 5, 44). Persevera hasta el final en su resolución de perdonar, y se le oye rezar por sus perseguidores y repetir en voz baja: «No debemos odiar; también ellos son criaturas de Dios». En su «testamento espiritual» escribe lo siguiente: «Pido sinceramente a cualquier persona a la que hubiera podido hacer daño que me perdone, y perdono de todo corazón a todos los que me han hecho daño... Queridísimos hijos, amad también a vuestros enemigos, pues así nos lo ha mandado Dios. Seréis entonces hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace que el sol salga para los buenos y para los malos, y que hace que llueva tanto para los que hacen el bien como para los que hacen el mal. Que la conducta de vuestros enemigos no os aleje del amor hacia ellos, pues el hombre es una cosa pero la maldad es otra bien distinta».


«Perdonar y reconciliarse, dirá el Papa Juan Pablo II con motivo de la beatificación del cardenal Stepinac, significa purificar la memoria del odio, de los rencores, del deseo de venganza; significa reconocer que quien nos ha hecho daño es también hermano nuestro; significa no dejarse vencer por el mal, antes bien vencer al mal con el bien (cf. Rm 12, 21)».


En 1958, los sufrimientos del cardenal se hacen casi intolerables, pero lo más penoso para él es carecer de fuerzas para poder celebrar la Misa. El 10 de febrero de 1960, expira en Krasic, pronunciando estas palabras: «Fiat voluntas tua» (¡Hágase tu voluntad!).


In te Domine speravi (En ti he esperado, Señor). Tal era su divisa. En uno de sus sermones nos confiaba el secreto de su esperanza: «Alguien podría preguntarse: «Y nuestra esperanza, ¿en qué se basa?». Y yo le respondo que en la fidelidad a Dios, pues Dios no miente; en la omnisciencia divina, para quien nada pasa desapercibido; en la omnipotencia de Dios, que es siempre dueño de todo».


El 3 de octubre de 1998, el Papa Juan Pablo II dejaba constancia del triunfo de esa invencible esperanza: «En la beatificación del cardenal Stepinac reconocemos la victoria del Evangelio de Jesucristo sobre las ideologías totalitarias; la victoria de los derechos de Dios y de la conciencia sobre la violencia y las vejaciones; la victoria del perdón y de la reconciliación sobre el odio y la venganza». A la vez que nos sentimos colmados de un profundo agradecimiento hacia el Santo Padre por esa beatificación, le damos gracias sobre todo al Señor por haber hecho brillar ante nuestros ojos semejante luz y por habernos dado como ejemplo al beato Alois Stepinac.


Puedes encontrar más información en el siguiente artículo: Cardenal Luis Stepinac



12:25 a.m.
Martirologio Romano: En la región de Rouen, en Neustria, hoy en Francia, santa Austreberta, virgen y abadesa, que rigió el monasterio de Pavilly, fundado piadosamente por el obispo san Audeno (704).

Santa Austreberta o Eustreberta fue hija de uno de los principales cortesanos del rey Dagoberto, el conde Palatino Badefrido y de Santa Framechidis. Nació cerca de Thérouanne, en Artois, y fue una niña seria y piadosa, con la mente fija en iglesias y convenios. Un día, mientras contemplaba su imagen reflejada en el agua, vio un velo sobre su cabeza; aquella extraña experiencia le produjo una impresión permanente. Al cumplir los doce años, su padre le anunció que ya tenía proyectado su matrimonio y la idea resultó tan desagradable para Austreberta, que huyó de la casa, acompañada por su hermano menor. Se refugió en un monasterio, donde el abad le dio asilo y le prometió imponerle el velo. Sin embargo, al saber quién era ella y pensando en lo preocupados que estarían sus padres por su ausencia, la persuadió para que regresara con él a su hogar. Omer explicó el asunto a sus padres, que terminaron por acceder a que la joven entrara al convento, después de vivir con ellos algún tiempo. Aquel fue un período de prueba para Austreberta que se sentía atormentada por los escrúpulos de no haber respondido al llamado de Dios. Tanto importunó a los suyos para que la dejasen partir, que por fin su padre la llevó al monasterio de Port (después Abbeville), en el Somme, donde tomó el hábito ella misma.


Muy pronto se ganó lodos los corazones con su piedad y humildad. Ella misma estaba feliz en aquella comunidad tan devota y observante. Se cuenta que un día cuando Austreberta horneaba el pan para la casa, ocurrió un suceso extraordinario. En el horno caliente ya se habían extinguido las llamas. Los panes estaban listos y sólo faltaba sacar las brasas. Austreberta metió la escoba, que se incendió de pronto y llenó el horno con fuego. Austreberta, temiendo que el pan se quemara, cerró primero la puerta de la cocina y después, inclinándose entre las llamas, que no le hicieron ningún daño, limpió el interior del horno con sus manos y sacó el pan. A la asombrada muchacha que había presenciado la escena le encargó que no dijera nada a nadie y después siguió con su larca tranquilamente, sin ninguna quemadura en sus carnes ni en sus ropas. Sólo a su confesor reveló Austreberta lo sucedido y, aunque éste quedó lleno de admiración, le advirtió: "Hija, no vuelvas a ser tan temeraria, no sea que la próxima vez tientes a Satanás y recibas algún daño."


En aquel tiempo vivía un hombre piadoso llamado Audeno que había fundado en Pavilly el monasterio en el que profesó su hija Aurea. Por consejo de San Filiberto, Audeno nombró superiora de su convento a Austreberta, quien ya desde hacía tiempo era abadesa de Port.


La santa se resistió a separarse de sus amadas hijas para ir a enfrentarse con muchas dificultades en otro monasterio, pero ante la insistencia de San Filiberto acabó por aceptar. En su nueva casa encontró una completa falta de disciplina y se impuso la tarea de urgir a sus monjas el estrícto cumplimiento de las reglas; pero las religiosas no se conformaron con aquella severidad y acudieron a protestar ante Audeno, y acusaron a la santa de varias ofensas graves. El fundador dio crédito a las calumnias y después de injuriar a la superiora, llegó al grado de amenazarla con su espada, pero Austreberta no se inmutó y ciñéndose el velo alrededor del cuello, inclinó la cabeza esperando el golpe mortal. Su valor hizo que Audeno recuperara la cordura y desde entonces la dejó que gobernara a sus monjas del modo que creyera conveniente.



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