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Obispo

Martirologio Romano: En Constanza, de Suabia, hoy Alemania, san Conrado, obispo, óptimo pastor de su grey, el cual hizo generosa providencia de sus bienes en favor de la Iglesia y de los pobres. ( 975)

Fecha de canonización: En 1123 por el Papa Calixto II

Etimológicamente: Conrado = consejero audaz, viene de la lengua alemana.

San Conrado pertenecía a la gran familia de los güelfos. Era el segundo hijo del conde Enrique de Altdorf, quien fundó la abadía de Weingarten, en Würtemberg, que todavía existe. Conrado hizo sus estudios eclesiásticos en la escuela catedralicia de Constanza. Poco después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado preboste de la catedral. El año 934, a la muerte del obispo, fue elegido para sucederle. San Ulrico, obispo de Augsburgo, que había favorecido su elección, solía visitarle frecuentemente, y llegó a unirlos una amistad muy íntima. San Conrado, que había renunciado a todo lo que no fuese Dios, cambió a su hermano sus posesiones por unas tierras más próximas a Constanza. Con sus rentas construyó y dotó tres hermosas iglesias en honor de San Mauricio, San Juan Evangelista y San Pablo, restauró muchas otras y repartió el resto de sus bienes entre su diócesis y los pobres.

En aquella época eran muy frecuentes las peregrinaciones a Jerusalén. San Conrado visitó tres veces los Santos Lugares y supo hacer de sus viajes verdaderas peregrinaciones de penitencia y devoción. A esto se reduce prácticamente todo lo que dicen de cierto las biografías del santo, que fueron escritas mucho después de su muerte. Suele representarse al santo con un cáliz y una araña. La razón es la siguiente: Un día de Pascua, mientras celebraba la misa, una araña cayó en su cáliz. Entonces se creía que todas las arañas, o por lo menos la mayoría, eran venenosas; sin embargo, san Conrado se tragó la araña por devoción y respeto a los santos misterios, y ello no le hizo ningún daño. Murió al cabo de más de cuarenta años de episcopado, en el 975; fue canonizado en 1123, en el I Concilio de Letrán. Para la época en que vivió, se mantuvo bastante alejado de la política, sin embargo, consta que acompañó al emperador Otón I a Italia el año 962.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

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Humilde de Bisignano (1582-1637) pertenece al pueblo de los “pequeños” que Dios ha elegido para confundir a los “sabios” y a los “poderosos” de este mundo. En efecto, el Padre reveló su misterio de condescendencia al franciscano de Bisignano, porque éste se dejó asir por el amor de Dios y tomó el suave yugo de la cruz, que fue siempre una fuente de paz y de consuelo para él.

Hijo de Giovanni Pirozzo y de Ginevra Giardino, nació el 26 de agosto de 1582 en Bisignano (Cosenza) y recibió en el bautismo el nombre de Luca Antonio. Desde su niñez causó admiración por su extraordinaria piedad: participaba diariamente en la santa misa, comulgaba en todas las fiestas y oraba meditando la pasión del Señor incluso mientras estaba trabajando en el campo.

Ingresado en la Cofradía de la Inmaculada Concepción, solía ser indicado a los miembros de la misma como modelo de todas las virtudes. En los procesos canónicos se recuerda que su respuesta a alguien que le dio un solemne bofetón en la plaza pública, fue simplemente presentar con humildad la otra mejilla. Hacia los dieciocho años sintió la llamada de Dios a la vida consagrada, pero, por diversas causas, tuvo que retrasar nueve años la realización de su propósito, retraso que no le impidió empeñarse en una vida más austera y fervorosa.

A los veintisiete años ingresó en el noviciado de los frailes menores de Mesoraca (Crotone), donde la formación de los jóvenes estaba encomendada a dos santos religiosos: el P. Antonio de Rossano, maestro de novicios, y el P. Cósimo de Bisignano, guardián del convento. Emitió la profesión religiosa el 4 de septiembre de 1610, tras superar, por intercesión de la Virgen, no pocas dificultades.

Ejerció con simplicidad y diligencia las tareas típicas de los religiosos no sacerdotes, como ir a pedir limosna, atender el servicio de la mesa de la comunidad, cultivar el huerto y otros trabajos manuales que le encomendaron los superiores.

Desde el noviciado se distinguió por su madurez espiritual y por su fervor en la observancia de la Regla. Se entregó con denuedo a la oración y Dios ocupó siempre el centro de sus pensamientos. Fue obediente, humilde y dócil, y compartió con alegría los diversos momentos de la vida de comunidad. Después de la profesión religiosa intensificó su empeño en el camino de la santidad. Multiplicó las mortificaciones, los ayunos y el celo en el servicio de Dios y de la comunidad. Su caridad lo hizo amado de todos: de los frailes, del pueblo y de los pobres, a quienes ayudaba distribuyéndoles cuanto recibía de la Providencia. Los dones carismáticos con que estuvo abundantemente dotado los empleó para gloria de Dios, para construir el Reino de Cristo en las almas y para consuelo de los necesitados.

Desde la juventud tuvo el don de continuos éxtasis, hasta el punto de ser llamado “el fraile extático”. Estos éxtasis le ocasionaron una larga serie de pruebas y de humillaciones, a las que le sometieron sus superiores con el fin de tener la certeza de que provenían realmente de Dios y no había en ellos engaño diabólico. Tales pruebas, felizmente afrontadas y superadas, acrecentaron la fama de su santidad entre los hermanos de hábito y entre los extraños.

Estuvo adornado también con extraordinarios dones de lectura de los corazones, de profecía, de milagros y, sobre todo, de ciencia infusa. Aunque era analfabeto y sin estudios, respondía a preguntas sobre la Sagrada Escritura y sobre cualquier punto de la doctrina católica con una precisión que asombraba a los teólogos. Varias veces fue examinado por una asamblea de sacerdotes seculares y regulares, presidida por el Arzobispo de Reggio Calabria, que le presentaban dudas y objeciones; por varios profesores de la ciudad de Cosenza; por el inquisidor Mons. Campanile, en Nápoles, en presencia del P. Benedetto Mandini, teatino; y por otros. Pero fray Humilde respondía siempre con tanta sabiduría que sorprendía a sus examinadores.

Es fácil comprender la estima que le rodeaba por doquier. El P. Benigno de Génova, Ministro general de la Orden, lo llevó como acompañante en su visita canónica a los frailes menores de Calabria y de Sicilia. Gozó de la confianza de los sumos pontífices Gregorio XV y Urbano VIII, que lo llamaron a Roma y, tras un riguroso examen, se sirvieron de su oración y de su consejo. Permaneció bastantes años en Roma, donde vivió casi siempre en el convento de San Francisco a Ripa y, algunos meses, en el de San Isidoro. También vivió algún tiempo en el convento de la Santa Cruz, en Nápoles, donde se prodigó difundiendo el culto al Beato Juan Duns Escoto, venerado especialmente en la diócesis de Nola.

Alrededor de 1628 pidió poder “ir a padecer” en tierra de misiones. Habiendo recibido de los superiores una respuesta negativa, siguió sirviendo al Reino de Dios entre su gente, atendiendo a los más necesitados, a los marginados y a los olvidados (cf. VC 75).

Su vida fue una “oración incesante por todo el género humano”. Sus oraciones eran simples, pero brotaban del corazón. A la pregunta del P. Dionisio de Canosa, su confesor durante muchos años y su primer biógrafo, sobre qué era lo que pedía al Señor durante tantas horas de oración, respondió: “Lo único que hago es decir a Dios: “!Señor, perdóname mis pecados y haz que te ame como estoy obligado a amarte; y perdona los pecados a todo el género humano, y haz que todos te amen como están obligados a amarte!””.

Siempre dispuesto a obedecer con prontitud, valeroso en la pobreza, acogedor en la vivencia alegre de la castidad, fray Humilde recorrió un camino de luz que lo llevó a la contemplación de la Luz divina el día 26 de noviembre de 1637, en Bisignano, es decir, en el lugar “donde había recibido el espíritu de la gracia” (LM 14, 3a) y desde donde “ilumina el mundo con multitud de milagros” (1 Cel 118a).

Fue beatificado por León XIII el 29 de enero de 1882. Canonizado por Juan Pablo II el 19 de mayo de 2002.

Humilde, el hombre que depende totalmente de Dios

El misterio de la vida del Beato Humilde es ciertamente el misterio de un Dios que hace cosas grandes en la criatura que cree en él y se confía por entero a su amor, consagrando todo, presente y futuro, en sus manos y dedicándose enteramente a su servicio (cf. VC 17).

Pero su vida, en la que resplandece el fulgor de la santidad de Dios, es también un misterio de disponibilidad de esta criatura que, en su profunda y convencida humildad, repite con frecuencia: “Todas las criaturas alaban y bendicen a Dios; yo soy el único que lo ofende”.

Humilde de Bisignano, invitado por Cristo a dejar todo y a arriesgar todo por el Reino de Dios, sintió la fascinación del Evangelio de las bienaventuranzas y aceptó ponerse al servicio del plan de Dios sobre él, consagrándose a vivir como Francisco de Asís “en obediencia, sin nada propio y en castidad” (S. Francisco de Asís, Regla bulada 1, 1).

En efecto, a imitación de María, que cumplió plenamente la voluntad del Padre, los pobres están libres de tantos lazos que atan a las cosas que pasan y de tantas ambiciones que sólo producen desilusiones amargas, y tienen el espíritu pronto y disponible. El alma verdaderamente pobre no se preocupa ni se agita ni se disipa enredada en muchas cosas, sino mira hacia arriba y se deja fascinar por Dios y por el Evangelio de su Hijo.

Es la sorprendente sabiduría que se nos revela, 365 años después de su tránsito, en el testimonio de fe del Beato Humilde de Bisignano.

Hoy día nuestra mirada contempla asombrada al gran hijo de Calabria, tierra donde la santidad ha florecido de tantas formas a lo largo de los siglos marcando su gloriosa historia. Con él cantamos la misericordia infinita de un Dios que es “fuente de alegría para cuantos caminan en su alabanza”. !Siguiendo su ejemplo acojamos la llamada a la conversión y a la santidad que nos llega a través de su testimonio de fidelidad gozosa al Evangelio!

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11:00 p.m.
Margarita Occhiena nació el 1 de abril de 1788 en Capriglio (Asti, norte de Italia). Casada con Francisco Bosco, se trasladó a vivir a I Becchi. Después de la muerte prematura de su marido, Margarita, a sus 29 años, tuvo que sacar adelante a su familia, ella sola, en un tiempo de hambruna cruel. Cuidó de la madre de Francisco y de su hijo Antonio, a la vez que educaba a sus propios hijos, José y Juan. Éste último sería sacerdote y el fundador de la Congregación Salesiana.

Mujer fuerte, de ideas claras, de fe recia, decidida en sus opciones, observaba un estilo de vida sencillo y se preocupó de la educación cristiana de sus hijos. Educó a tres chicos de temperamento muy diferente y más de una vez se vio obligada a tomar decisiones extremas (tal como tener que mandar fuera de casa al más pequeño, Juan, a fin de preservar la paz en casa y ofrecerle la posibilidad de estudiar).

Corría el año 1848 cuando, con un cariño especial, acompañó a su hijo Juan en su camino hacia el sacerdocio y fue entonces, a sus 58 años, cuando abandonó su casita y tranquilidad en su pueblo y le siguió en su misión entre los muchachos pobres y abandonados de Turín. Aquí, durante diez años, madre e hijo unieron sus vidas con los inicios de la Congregación Salesiana. Ella fue la primera y principal cooperadora de don Bosco y, con su amabilidad hecha vida, aportó su presencia maternal al Sistema Preventivo.

Fue así como, aún sin saberlo, llegó a ser la "cofundadora" de la Familia Salesiana, capaz de formar a tantos santos, como Domingo Savio y Miguel Rua. Era analfabeta pero estaba llena de aquella sabiduría que viene de lo alto, ayudando, de este modo, a tantos niños de la calle, hijos de nadie. Para ella Dios era lo primero, así consumió su vida en el servicio de Dios, en la pobreza, la oración y el sacrificio.
Murió a los 68 años de edad, en Turín, un 26 de noviembre de 1856. Una multitud de muchachos que lloraban por ella como por una madre, acompañó sus restos al cementerio.

Fue declarada Venerable, el 15 de Noviembre de 2006, por Benedicto XVI a través de un decreto publicado hoy por la Congregación para la Causa de los Santos.

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Junto a Fabriano, en el Piceno, de Italia, san Silvestre Gozzolini, abad, que habiendo calado hasta el fondo la vanidad de todas las cosas del mundo, a la vista de la sepultura abierta de un amigo, fallecido poco antes, se fue al eremo, cambiando varias veces de sitio para permanecer más oculto a los hombres, y por fin, en el desierto, junto al monte Fano, trazó las bases de la Congregación de los Silvestrinos, bajo la Regla de san Benito.

Hermanos Franciscanos

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