07/11/13

Un tal Simón que fue dado a la magia y a la nigromancia en tiempo de los Apóstoles quiso, en Samaría, comprar por dinero el poder que presenció en Pedro de hacer bajar sobre los primeros bautizados al Espíritu Santo. Simón se había convertido a la fe, pero se ve que seguía aún apegado al oficio del que vivió y con el se que ganó la admiración de la gente que le llamaba "el Mago"; cuando vió que a la oración y gestos de Pedro sobreviene la fenomenal manifestación del Espíritu Santo, como sucedió en Pentecostés con la glosolalia, las lenguas de fuego y el ruido de viento celeste, no pudo aguantar su deseo ofreciéndose como comprador del don sobrenatural. La reprimenda del Apóstol no se hizo esperar; le amenaza Pedro con el castigo de Dios y deja asentada la doctrina nítida de que los dones sobrenaturales son regalos divinos ordenados a la salvación y que no pueden manipularse en bien propio como sucede con las mercancías materiales. Tan decisiva fue la intervención de Pedro ante el atrevimiento de Simón que su fea actitud quedó denominada con nombre de simonía y clasificada como grave desorden o pecado para el intento lucrativo de bienes sagrados o de materiales que son condición para lo sobrenatural.

Este ademán de Simón, la simonía, fue muchas veces una tentación para los clérigos. No de modo exclusivo, porque ha habido épocas en la historia en las que el poder civil se ha mostrado con injerencias indebidas en la distribución de bienes eclesiásticos y en la designación de dignidades que llevaban anejas unas ricas prebendas bien para comprar el apoyo de los eclesiásticos al poder constituído más o menos legítimamente o bien para recompensar los servicios prestados. Al referirme al mundo de los eclesiásticos, quiero decir que el afán de dominio y de poder ha estado con harta frecuencia en la intimidad de algunos que desempeñan oficio en el ámbito de la clerecía.


Y en este terreno de lucha sin cuartel contra la simonía sobresale Juan Gualberto, nacido en el castillo de su padre, un noble florentino poderoso y rico llamado igualmente Gualberto, en el siglo X.


Su madurez cristiana se palpó en el encuentro fortuito con un pariente que había matado a su hermano; no era posible evitar la escaramuza porque se cruzaban sus caminos y el numeroso grupo de gente armada que acompañaba a Gualberto auguraba para su enemigo la muerte segura; se superponen en el interior de Gualberto su deseo de venganza que postula el honor y el recuerdo de Jesús crucificado que perdona a los verdugos; supera lo que le pide la sangre con la memoria del mandamiento del amor, señal de los discípulos, y no tomó otra opción que la de perdonar al rendido enemigo; ha triunfado el amor, no sin la ayuda de Dios. Tenso por la lucha interna, entró en una iglesia para dar gracias y pudo ver -con asombro- a un crucificado que le movía la cabeza en señal de asentimiento y aprobación por su normal comportamiento cristiano.


Este cambio interior tuvo como manifestación externa la entrada en el monasterio benedictino de san Miniato. Muerto pronto su abad, uno de los monjes compró al obispo de Florencia la dignidad vacante. El hecho disparó la energía de Gualberto que se escapa del monasterio y a voz en grito, en plena plaza, proclama que Huberto, el abad, y Hatto, el obispo de Florencia, son herejes simoníacos.


Busca cenobios, pero encuentra relajada la observancia en todos. Incapaz y desilusionado, funda su propio claustro y una nueva congregación monástica bajo la regla de san Benito. Así nace Vallombrosa, en los Apeninos, donde se le van uniendo monjes a los que inculca como imprescindible la integridad, pureza y perfección de la regla de san Benito, haciendo hincapié en la observancia de la clausura rigurosa y negándose incluso a realizar ministerios fuera del monasterio por la experiencia vivida de que algunos destrozaron sus almas queriendo arreglar las de los demás. En poco tiempo recibe ofertas de fundaciones nuevas y de restauraciones de conventos ya existentes. Ninguna rechaza, pero toma precauciones. Él mismo en persona es quien reforma o funda y luego deja en el gobierno a los mejores peones; él hace las visitas pertinentes, y es él quien corrige, anima o reprende. Así lo ven los monasterios de san Silvi próximo a Florencia, el de san Miguel en Passignano y el de san Salvador en Fucechio que ampararon la red de caminos que atravesaba los Alpes para ir a Roma o regresar de ella.


Pero, de todos modos, lo que distingue a su persona y obra es la lucha contra la simonía mal tan grande en tiempo del emperador Enrique IV y cuando el papa Gregorio VII está clamando por la reforma intentando restaurar la vida cristiana principalmente entre los eclesiásticos. Ve Gualberto con nitidez que ese cambio es necesario. Por eso, en Toscana, hace un esfuerzo sobrehumano para sacar al clero del concubinato y conseguir una multitud de fieles fervientes que Dios quiso reunirle con poderes de taumaturgo. A la simonía la llamará la peor de las herejías e inculcará a sus monjes ser tan inflexibles en esos asuntos como lo fue Pedro con Simón el Mago. Les dirá que hace falta desenmascararles en público y no ceder hasta verlos depuestos de sus sedes como sucedió con el obispo Pedro Mediabarba, de Florencia. Claro que costó sangre y hasta hubo obispos que mandaron sicarios decididos a matar y llegaron a incendiarios.


Fue un santo recio, severo y peleón que se mostró intransigente cuando cualquier abad u obispo compraba un monasterio para ser su dueño como se es amo de un cortijo. Su irascibilidad en estos negocios se trocaba en entrañas maternales con los pobres a quienes alimentaba pidiendo limosna y aún a costa de la comida suya o de sus frailes.


Murió el 12 de julio del año 1073 en el monasterio de Passignano.


Curioso reseñar que fue muy abad, sí; pero nunca consintió recibir órdenes sagradas, ni siquiera las menores que hoy son ministerio laical.


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Martirologio Romano: En la ciudad de Los Andes, en Chile, santa Teresa de Jesús (Juana) Fernández Solar, virgen, que, siendo novicia en la Orden de Carmelitas Descalzas, consagró, como ella misma decía, su vida a Dios por el mundo pecador, muriendo de tifus a los veinte años de edad (1920).

Etimológicamente: Teresa = Aquella que es experta en la caza, es de origen griego.




El Continente joven, nuestra América, nos da también Santos muy jóvenes. Hoy nos toca presentar a Teresa de los Andes, una Santa que muere en la flor de la edad ―diecinueve años sólo―, y que se gana todos los corazones. ¡Qué linda esta jovencita chilena, que nace con el siglo veinte, el año 1900!


Muy niña aún, entabla con el Padre Capellán este diálogo encantador:

- Padrecito, vámonos al cielo.

- Bien, vamos. Pero, ¿dónde está el cielo?

- Allá, en los Andes. Mírelos qué altos son, que tocan al cielo.

- Está bien, hijita. Pero fíjate: cuando hayamos trepado esos montes, el cielo estará mucho más arriba. No; ése no es el camino del cielo. ¿Sabes dónde está el verdadero camino del Cielo? En el Sagrario, donde está Jesús.


Teresa lo entiende, y ya no suspira sino por recibir a Jesús. El santo Padre Mateo Crawley entroniza en el hogar al Sagrado Corazón, y la mamá le pide:

- Padre, consagre especialmente mi hija al Sagrado Corazón.

Así lo hace el Padre Mateo. Y la mamá, al conocer después la santidad de su hija, dirá:

- Con todo el corazón se la presenté yo también. Y Nuestro Señor no desechó la ofrenda.

Teresa recibe la Primera Comunión de manos del gran Obispo Monseñor Jara, de quien es esa célebre página sobre la madre. La niña Teresa se sintió feliz, y escribió:

- Jesús, desde ese primer abrazo, no me soltó y me tomó para sí. Todos los días comulgaba y hablaba con Jesús largo rato.

Su devoción a María va a ser también muy tierna, como nos dice ella misma: -Mi devoción espe-cial era la Virgen. Le contaba todo. La Virgen, que jamás ha dejado de consolarme y oírme.


Teresa es cada día más buena. Pero no vayamos a pensar que era sin esfuerzo. Si le preguntamos a la mamá, ésta nos responde:

- Solía tener sus rabietas, que se traducían en llantos a mares y en tenacidad para no obedecer. Pero fue venciéndose y adquiriendo gran dominio de sí misma.


Afectuosa, se hacía querer de todos. Juegan mucho los seis hermanos, gana ella casi todas las partidas, y hasta le tienen que prohibir el juego por tantas discusiones. Montar a caballo y nadar constituían sus delicias... En suma, una muchachita normal, encantadora: buena y traviesa, inocente y enredona...

Desde niña, aprende el Catecismo y se convierte en catequista. De familia acomodada, busca los niños más pobres. Les enseña la doctrina, les dice cómo amar a Jesús y a la Virgen, les hacer mirar la eternidad del Cielo y del Infierno...

Y tiene siempre alegres a estos niños. Era una consecuencia de la alegría que llevaba dentro de sí este ángel caído del cielo, y que tenia por máxima:

- Dios es alegría infinita.

¿Y se puede estar tristes cuando se tiene a Dios dentro de nuestro ser? Con Dios no cesa nunca la alegría en el alma. La alegría es la manifestación más pura de la presencia de Dios con nosotros.

Se hizo famoso el caso del niño que encuentra perdido en la calle. Harapiento y muerto de hambre, se lo lleva a casa. Lo cuida, lo mima. Se las ingenia para sacar dinero de sus ahorritos, y escribe:

- El día de mi cumpleaños junté treinta pesos. Voy a comprarle unos zapatos a Juanito y lo demás se lo entregaré a mi mamá para que ayude a los pobres.

Todos se extrañan de su proceder, y le preguntan:

- Pero, ¿qué has hecho?...

Y ella, con la naturalidad más grande del mundo:

- Nada. Le he dado mis zapatos a la mamá de Juanito, porque ella no tenía. Y al papá, como es aficionado al licor y hace padecer a los suyos, lo he llamado y le he hecho ir a confesarse y comulgar. Después, fui a su casa para consagrar la familia al Sagrado Corazón de Jesús.


Así es Teresa. Entre las compañeras, es la mejor del Colegio. Queda la primera muchas veces, y ella lo consigna con simpático orgullo, por amor a sus papás:

- Salí primera en Historia. Estoy feliz. Yo que jamás tenía puestos, ahora la Virgen me los da. Se los pido para dar gusto a mi papá y a mi mamá.

¿Por qué es tan querida de todos? Porque es fiel a sus lemas, cumplidos con tesón:

- El deber ante todo, el deber siempre.

- El amor es la fuerza que ayuda a obrar.

- Me esmeraré en labrar la felicidad de los demás. Para ello, olvidarme de mí misma.


Ya lo vemos: una chica como cualquier otra en apariencia, pero con un tesón enorme por superarse.


La vida le sonríe, pero Teresa la va a sacrificar generosamente. Pide entrar en el convento de las Carmelitas de clausura, de Los Andes, y en él se encierra para siempre. La que se llamaba Juanita, ahora se quiere llamar Teresa, y como Santa Teresa de Los Andes será conocida para siempre en la Iglesia.


Pero su vida de religiosa va a ser muy corta. No llegará a un año, pues, a los once meses, el Señor se la lleva para darle el premio de su vida preciosa. En vida y en muerte, se le ha cumplido su gran deseo:

- ¿Quién puede hacerme más feliz que Dios? Nadie. En Él lo encuentro todo....


Nota: Hoy 12 de julio se la festeja en el calendario carmelita, el Martirologio Romano la recuerda el 12 de abril, el día de su ingreso a la Casa del Padre.



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