agosto 2014

11:23 p.m.
Martirologio Romano: En Cardona, de Cataluña, san Ramón Nonato, que fue uno de los primeros socios de san Pedro Nolasco en la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced, y es tradición que, por el nombre de Cristo, sufrió mucho para la redención de los cautivos (c. 1240).

Fecha de canonización: Fue canonizado en 1657 por el Papa Alajandro VII



Nació en los mismos comienzos del siglo XIII.

Su nombre deja boquiabierto a quien lo oye o lo lee por primera vez. Nonnato -Nonato por más breve- sugiere a un santo sólo potencial; como si la palabra fuera un slogan publicitario que estuviera invitando a quien lo lee o escucha a que se decidiera a iniciar una programa que acabara con la santidad del guión preestablecido. De hecho, significa no-nacido. ¿Pretenderá decir el extraño nombre que, por no haber nacido todavía el santo que rellene el expediente completo de sus cualidades y virtudes, está como esperando la Iglesia a que haya uno que se decida de una vez a reproducirlas? Eso sería, lógicamente, confundir la santidad como algo que brota de la voluntad y decisión humana, cuando ella es en verdad el resultado de la acción del Espíritu Santo con quien se coopera libremente. Sería sencillamente pelagianismo.


El calificativo -que ha pasado ya a ser nombre- le viene a Ramón por el hecho de haber sido sacado del claustro materno, por medio de una intervención quirúrgica, cuando ya había muerto su madre. Por eso no nació como nacen normalmente los niños, lo extrajeron. Fue en Portell, en Lérida, cuando se iniciaba el siglo XIII.


La buena y alta situación de su padre le posibilitó crecer en buen ambiente y formación, aunque sin el cariño y los cuidados de una madre. Cuentan de su primera juventud la devoción especialísima a la santísima Virgen que le llevaba con frecuencia a visitar la ermita de san Nicolás donde pasaba ratos mientras sus rebaños pastaban. Luego su padre quiso irlo incorporando poco a poco a las tareas de administración de sus posesiones y esa fue la razón por la que se le encuentra en Barcelona en el intento de aprender letras y números. Allí tuvo ocasión de trabar amistad con Pedro Nolasco -que por aquel entonces era comerciante- y de compartir mutuamente los deseos de fidelidad a la fe cristiana vivida con radicalidad, llegando incluso a considerar la posibilidad de entrar en el estado clerical.


Como el padre disfruta de un gran sentido práctico, lo reincorpora al terruño de Portell y le encarga la explotación de varias de sus fincas. Pero, sigue diciendo la antigua crónica, que la misma Virgen María le comunica su deseo de que ingrese en la recién fundada Orden de la Merced y allí está de nuevo en Barcelona puesto a disposición completa en las manos de su antes amigo Pedro Nolasco.


Noviciado, profesión, ordenación sacerdotal y ministerio en el hospital de santa Eulalia se suceden con la normalidad propia de quien tiene prisa para cumplir el cuarto voto mercedario consistente en redimir a los cautivos y servir de rehén en su lugar si procede.


En el norte del continente negro predica, consuela, cura, fortalece, atiende y transmite paciencia a los cautivos de los piratas berberiscos; comprende bien su situación y se hace cargo de que están rodeados de todos los peligros para su fe. Incluso él mismo tuvo que soportar cárcel y la tortura de que sellaran sus labios por ocho meses con un candado para impedirle la predicación.


A su vuelta a España entre el clamor de las multitudes, lo nombra Cardenal de la Iglesia el papa Gregorio IX, reconociendo sus méritos y virtud de la caridad practicada de modo heroico; pero no le dio tiempo a llegar a Roma por morir, antes de cumplir los cuarenta años, cuando se disponía a hacerlo.


Por el empeño de hacerse cargo de su cuerpo tanto los frailes mercedarios como los nobles señores de Cardona, decidieron de común acuerdo darle sepultura allá donde lo decidiera una mula ciega que lo llevó a lomos hasta que quiso pararse ante la ermita de San Nicolás, de Portell.


Desaparecieron las reliquias, irrecuperables ya para la veneración, en el año 1936.


Lo que no ha sido relegado al olvido por sus paisanos es la figura del santo y su acción caritativa. Esa devoción secular que se refleja incluso en las fiestas y en el folklore. No digamos nada sobre la devoción que le profean todas las parturientas que lo tienen como especial patrón para su trance.


Se divulgó por el mundo la pintura que lo muestra con la Custodia en la mano derecha expresando así la fuente de su caridad con los hombres.



11:23 p.m.
Francisco fue un confesor del siglo XVI.

Fue el gran propagador y fundador de los Montes de Piedad juntamente con el Beato Bernardino de Feltre. Los dos eran hermanos franciscanos dela estricta observancia.


La economía no andaba bien en su tiempo y sobre todo en los obreros que se dedicaban a la labores agrícolas. Para promover a los pobres, fundó en 1400 la institución de los Montes de Piedad, esto es, institutos seculares que daban créditos con intereses módicos.


De esta manera, podían trabajar y no caer en las manos de los terribles usureros. Hubo muchas luchas contra ellos provocadas por estas fundaciones.


Los mismos dominicos los llamaban Montes de Impiedad por no prestar dinero gratuitamente. Francisco se encontró con ellos en Marche. En esta localidad hay una iglesia llamada santa María del Monte. En ella estaba él y, desde ella, distribuía todos los dineros del Monte.


También fue un gran predicador. Y del éxito de su predicación no hay que decir nada más que era el fruto de sus largas noches de oración.


Murió en 1507. Ocho años más tarde, el concilio laterano aprobaba los Montes de Piedad.


¡Felicidades a quien leve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



11:23 p.m.
Acólito. Mártir. Año 1250.

Por el año 1250 el rey Alfonso el sabio escribió: ""Hemos oído decir que algunos seres muy crueles, el Viernes Santo, en recuerdo de la Pasión de Nuestro Señor, roban algún niño cristiano y lo crucifican"". Esto fue lo que hicieron con Santo Dominguito del Val.


Nació este niño en Zaragoza, España, y por sus especiales cualidades de gran piedad y pureza y por su hermosa voz, fue admitido como acólito y cantor de la catedral. Cada día iba de su casa al templo a ayudar a misa, a aprender cantos y a estudiar en la escuela parroquial. En su viaje de ida y vuelta tenía que pasar por entre un barrio de estrechas callejuelas, y algunos de quienes allí habitaban se disgustaban mucho cuando Domingo y sus compañeros cantaban canciones a Cristo por las calles, al pasar por allí.


Y dice las antiguas tradiciones que un adivino anunció que si echaban a las aguas del río el corazón de un cristiano y una hostia consagrada, todos los seguidores de Cristo que bebieran de esas aguas morirían. Entonces algunos de aquellos fanáticos valiédose de tretas consiguieron una hostia consgrada. Luego fueron donde un hombre muy pobre que estaba pasando mucha hambre y le ofrecieron una bolsa de oro si les entregaba el corazón de un niño cristiano, pero lo que les dio ese hombre, a cambio de la bolsa de oro, fue el corazón de un cerdo (el cual es muy parecido al del ser humano) a cambio de la bolsa de oro.


Y siguen diciendo las crónicas que aquellos fanáticos echaron el corazón del cerdo y la santa hostia consagrada, al río que pasaba por la ciudad, y que a los pocos días se produjo una terrible epidemia entre los cerdos de los alrededores y muchos murieron. Y con esto se dieron cuenta los criminales de que el hombre del corazón los había engañado. Entonces se propusieron conseguir ellos personalmente el corazón de un niño cristiano para no equivocarse.


Ya habían obtenido de manos de un sacristán una santa Hostia consagrada, y entonces el Viernes Santo se propusieron sacrificar a un niño repitiendo los tormentos con los cuales en otro tiempo otros crueles hombres mataron a Jesucristo.


Y pasaba Dominguito del Val con su sotana de acólito y de pequeño cantor por enfrente de una de aquellas casas, cuando de pronto, sin tener tiempo ni siquiera de lanzar un grito, unas manotas grandes lo toman por el cuello y le cubren el rostro con un manto, tapándole la boca con una tela para que no pueda pronunciar palabra.


Temblando de pavor por lo que le pueda suceder, siente que lo llevan ante un "tribunal". Le preguntan si persiste en querer seguir siendo seguidor de Cristo, y él exclama que sí, que prefiere la muerte antes que ser traidor a la religión de Nuestro Señor Jesús. Entonces le declaran sentencia a muerte, y así con sus vestidos de acólito y cantor lo crucifican.


Le sacaron el corazón y enviaron a uno de los del grupo para que se fuera con la Hostia Consagrada y el corazón del niño y los arrojara al río para que todos los cristianos que de allí bebieran se murieran. Pero no imaginaban lo que ahora les iba a suceder.


El que llevaba los dos tesoros para echarlos al río, para que nadie sospechara de él, dispuso entrar a un templo y simular que estaba rezando. Y he aquí que de rodillas allí en una banca, abrió el libro donde llevaba la Santa Hostia. Pero unas señoras que estaban allí cerca vieron con admiración que de aquel libro salían resplandores. Se imaginaron que ese hombre debería ser un santo y fuero a comunicar el prodigio a los sacerdotes. Llegaron estos y le pidieron que les mostrara el libro y allí encontraron la Hostia Consagrada. Luego llamaron a las autoridades y estas al revisarlo le encontraron el corazón del niño.


Aquel bandido al verse descubierto se llenó de pavor y propuso que si no lo mataban denunciaría a todos los que habían cometido el crimen. Y así lo hizo. Las autoridades fueron a la casa de los asesinos y los apresaron a todos, y murieron en la horca semejantes criminales (menos el que los denunció, que pagó su pecado con cadena perpetua).


Y desde entonces Dominguito del Val ha sido invocado como patrono de los acólitos o monaguillos y de los pequeños cantores (modernamente se le invoca junto a otro Patrono de estos niños que es Santo Domingo Savio que también fue pequeño cantor y monaguillo).


En estas líneas hemos narrado la historia - leyenda de este santo, sin mencionar razas o creencias de los asesinos, pues siempre es justo que el culpable cargue con su culpa, pero esta no puede ser cargada por aquellos que no son culpables, o lo que es lo mismo: es posible que una persona cargue con la culpa pero aquella no puede ser endosada a todo un pueblo.


Usualmente se identifica a los mentalizadores del martirio de Dominguito de Val como miembros del pueblo judío, no existe ningún dato que confirme esta creencia. El pueblo católico no debe aceptar insinuaciones xenofóbicas de ningún tipo y mucho menos con los miembros del pueblo en el que nacieron Jesús, la Virgen María y todos los Apóstoles, odiar a los hijos de Israel sería no amar a Cristo y a su Iglesia.


Los cristianos debemos amar a todos los pueblos y naciones, repetimos lo dicho ya: es posible que una persona cargue con la culpa pero aquella no puede ser endosada a todo un pueblo.


¡Felicidades a quienes lleven este nombre!



11:23 p.m.
Pere Tarrés i Claret nace el 30 de mayo de 1905 en Manresa, provincia de Barcelona, Cataluña (España).Sus padres Francesc Tarrés Puigdellívol y Carme Claret Masats eran creyentes y ejemplares; tienen otras dos hijas, Francisca y María. Pere es bautizado el 4 de junio en la parroquia de la Virgen del Carmen.

La familia realiza frecuentes traslados (Badalona, Mataró, Barcelona) a causa del trabajo del padre (mecánico); en Badalona Pere es confirmado el 31 de mayo de 1910. Alumno de los Padre escolapios recibe la primera comunión el 1 de mayo de 1913. En 1914 la familia retorna a Manresa y Pere estudia con los padres jesuitas.


Adolescente de carácter alegre y abierto, cariñoso con sus padres y hermanas, amante de la naturaleza, contemplativo, místico con alma de poeta. Habitualmente ayuda en la farmacia del Sr. Josep Balaguer, quien lo encamina hacia la continuación de los estudios.


Obtiene una beca de estudios que le permite concluir el bachiller en el colegio de San Ignacio. Con otra beca de estudios, obtenida con la ayuda de algunos médicos que lo estimaban, puede acceder a la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona. Desde 1921 vive en el barrio popular de Gracia, donde participa del Oratorio de San Felipe Neri y allí, desde 1922 a 1936, es hijo espiritual del P. Jaume Serra.


Es miembro de la Federaciò Jovens Cristians con ardiente celo apostólico. La Federaciò es Acción Católica (A.C.) como el Papa Pío XI la proponía entonces: oración, estudio y acción, bajo la dirección de la jerarquía local. Pere cubre encargos en la Federaciò y en la A. C. contemporáneamente. Para Pere el secreto de la vida espiritual de los militantes está en la devoción eucarística y el amor filial a la Madre de Dios.


En julio de 1925 muere su padre y poco tiempo después su madre sufre un accidente que la deja inválida.


En la Navidad de 1927, estando en Monistrol de Calders, hace el voto de castidad con la aprobación de su director espiritual.


En 1928, después de haber concluido la carrera de Medicina (con premio extraordinario), se establece definitivamente en Barcelona. Durante este período sus hermanas ingresan en el convento de las Concepcionistas. Junto con su compañero, Dr. Gerardo Manresa, funda el sanatorio – clínica de Nuestra Señora de la Merced de Barcelona.


Durante el ejercicio de su profesión de médico es ejemplar en la caridad y en la vida de piedad; jamás pierde aquella alegría contagiosa que le permite tratar con respetuosa familiaridad a los enfermos.


Tarrés el 8 de julio de 1936 se traslada al Monasterio de Monserrat para realizar los ejercicios espirituales, que son interrumpidos el día 21 por el Alzamiento nacional; Pere se traslada a la Generalitat y logra obtener la tutela de la policía para preservar la integridad del Monasterio de la barbarie de los anárquicos. Refugiado en Barcelona lleva, a escondidas, la comunión a los perseguidos por los milicianos rojos y logra escapar a una perquisición realizada en su casa.


En julio de 1938 debe enrolarse en el ejército republicano como médico. Gracias a su coraje y dedicación los mismos soldados piden su promoción a capitán del ejército. Dedicaba parte de su tiempo al estudio del latín y de la filosofía, en preparación a sus futuros estudios sacerdotales y no pierde ocasión de manifestar su fe.


En enero de 1939 retorna a su casa del frente de guerra. El 26 de enero de 1939 se rinde Barcelona al ejército nacional. Integrado en la vida normal continua su actividad de médico, cubre algunos encargos en la A.C. y se prepara para ingresar en el Seminario de Barcelona evento que tendrá lugar el 29 de setiembre de 1939.


En 1941 año en el cual muere su madre recibe las Órdenes menores y el subdiaconado (20 de diciembre) y al año siguiente el diaconado (22 de marzo de 1942). Ordenado presbítero el 30 de mayo de 1942 el obispo lo designa coadjutor (vicario) de la parroquia de San Esteban de Sesrovires el 3 de junio. En 1943, por deseo del Obispo, va a estudiar a la Universidad Pontificia de Salamanca donde obtiene la Licencia en Teología el 13 de noviembre de 1944.


A su retorno a Barcelona recibe los siguientes nombramientos pastorales: vice-asistente diocesano de los jóvenes de la A.C., asistente del centro parroquial de las mujeres y de las jóvenes de A.C. de la parroquia de San Vicente de Sarriá (1944), capellán de la comunidad y del colegio de las Hermanas Franciscanas de la Inmaculada Concepción (1945).


En las distintas obras apostólicas que le encargan no le faltan dificultades que lo hacen sufrir pero él sabe responder con actitudes evangélicas de caridad, prudencia y fortaleza sembrando desde la cruz la tierra de su apostolado. El 17 de noviembre de 1945 escribe en su Diario che se siente sumergido en el océano del apostolado, como había soñado por tanto tiempo, con el mismo fuego y entusiasmo que, desde laico, sintió por la Federaciò. Antes de morir expresará su alegría por el apostolado en la A.C. femenina de Sarriá, afirmando: “Yo soy hijo de obreros. En el cielo trabajaré mucho por todas Uds.”.


Durante las vacaciones en el santuario de la Virgen de Nuria, en el Pirineo de la provincia de Gerona, a 2.000 mt., recibe numerosos grupos de jóvenes de A.C.


También cubre los siguientes encargos: consejero y asesor de los Oblatos laicos benedictinos y de la Unions di scolans di Monserrat –antiguos miembros cantores del coro del monasterio- (1946), director de la Obra de la Visitación de Nuestra Señora, actividad destinada a procurar ayuda material y espiritual a los enfermos pobres (1947); beneficiado de la parroquia de Santa Ana (1949); consejero de la Escuela Católica de enseñanza social de Barcelona (1949); confesor ordinario del Seminario (1949); delegado diocesano de la Protección de la Mujer (1949); director espiritual del Hospital de Las Magdalenas, donde se acogen mujeres en fase terminal, por la prostitución o la extrema miseria moral. Pere Tarrés dejó una huella perenne y benéfica en todos los que lo trataron por actividades apostólicas.


El 17 de mayo de 1950 le realizaron una biopsia cuyo diagnóstico fue linfosarcoma linfoblástico. Tarrés vivió su enfermedad con una actitud de total abandono en Dios y ofreciendo su vida por la santificación de los sacerdotes. El 31 de agosto de 1950, a 45 años, moría en la Clínica que había fundado. Fue sepultado en el cementerio de Montjuic. El 6 de noviembre de 1975 sus restos mortales fueron trasladados a la iglesia parroquial de San Vicente de Sarriá, donde aún reposan.


Reproducido con autorización de Vatican.va



1:12 a.m.
En uno de los hombres de la órbita de san Jerónimo.

Perteneció a la familia de los Camilos cuyas posesiones en el norte de África les hacían inmensamente ricos. Probablemente Pamaquio fue cristiano de toda la vida. Recibió una esmerada educación en retórica, elocuencia y literatura sagrada. Fue en la juventud compañero de Jerónimo y mantuvieron la amistad incluso más allá de la interrupción que supuso la marcha al desierto de Jerónimo en el año 370, fecha en torno a la cual pasa Pamaquio a formar parte del Senado.


Quizá no entendió del todo aquel brote de generosidad en la oración y posiblemente juzgó como extremoso el rigor de la penitencia que el grupo jeronimiano propiciaba con tanto énfasis. De hecho, bastantes cristianos de Roma lo juzgaron excesivo y criticaron abundantemente al santo, bien por error, bien porque la incondicional actitud evangélica de un pequeño círculo cristiano era una crítica muda para su cómoda mediocridad.


El caso es que contrajo matrimonio con Paulina, hija de santa Paula, aquella mujer asceta que siguió junto con Eustoquia al santo penitente al desierto.


Con su olfato cristiano, Pamaquio detectó y puso de manifiesto los errores doctrinales de Joviniano y tuvo la valentía de exponerlos con claridad al papa Siricio que se vió obligado a condenar la herejía unos años más tarde, en el 390. Para poder hacerse con seguridad cargo de los peligros que encerraba la enseñanza joviniana, se vio necesitado de recurrir frecuentemente con consultas específicas a Jerónimo.


A la muerte de Paulina por un mal parto, en el año 393, cuando llevaban solamente cinco años de matrimonio, comenzó Pamaquio a desarrollar una caridad con obras altamente llamativas. Organizó un banquete para los pobres; no lloró, sino que se dedicó a hacer; no se lamentó, pero llenó sus días con obras de misericordia. Tomando lección de la Sagrada Escritura, meditada a diario, se convenció de que la caridad cubre la multitud de los pecados. Los cojos, ciegos, paralíticos y tullidos son los herederos de Paulina. Y como las voces vuelan, continuamente se le ve por Roma acompañado de una nube de pobres a su alrededor.


Este hombre de la caridad levantó en el puerto romano un hospital para atender a los extranjeros, donde él mismo, con sus propias manos, curaba y atendía a los enfermos y moribundos. Quizá influyó en Pamaquio la clara y animosa ayuda de su amigo Jerónimo quien le dice por carta que no se contente con "ofrecer a Cristo tu dinero, sino a ti mismo. Fácilmente se desecha lo que sólo se nos pega por fuera, pero la guerra intestina es más peligrosa; si ofrecemos a Cristo nuestros bienes con nuestra alma, los recibe de buena gana, pero si damos lo de fuera a Dios y lo de dentro al Diablo, el reparto no es justo".


Preocupado no sólo por los cuerpos, sino principalmente de las almas, ejerció un ordenado apostolado epistolar, escribiendo frecuentes y sólidas cartas dirigidas a los que administran sus posesiones en Numidia y atienden sus tierras para sacarlos de la herejía de Donato que había hecho estragos entre los cristianos poco cultos o débiles en la fe; fue una labor altamente encomiada por Agustín de Hipona que le agradece su intervención en una carta escrita en el año 401.


Murió en el año 410, poco antes del dramático saco de Roma.


Pamaquio permaneció seglar -laico- toda su vida, dando un testimonio claro de amor a Dios y de coherencia de fe cristiana. Prestó servicio a la sociedad desde los más altos cargos profesionales y administró rectamente los bienes patrimoniales no mirando sólo el provecho propio, sino teniendo en cuenta las necesidades de sus contemporáneos. Un ejemplo para la mayor parte de los fieles cristianos de todos los tiempos.



1:12 a.m.
Hermano jesuita. Nació en San Juan de Pie del Puerto, hoy Francia, entonces España, en 1533. Vivió varios años en la capital del Reino de Aragón y fue admitido en la Compañía en 1568, a los 35 años de edad.

Con fama de “excelente pintor” dejó “algunos cuadros” en Zaragoza, y como jesuita siempre trabajó en su profesión. Aún en el mar, durante su viaje.


Al llegar a España el Padre Ignacio de Azevedo, nombrado Provincial del Brasil por el San Francisco de Borja, con la misión de reclutar jesuitas en las Provincias de España y Portugal, se le dio como compañero, en Zaragoza, en 1570, al Hermano Juan de Mayorga, navarro, de casi 38 años de edad. Y como pintor se pensó que podría adornar con sagradas imágenes los templos de las nuevas reducciones en las Indias.


Viajó al Brasil con la expedición del Padre Ignacio de Azevedo, pero en barco diferente. En la isla Madeira pidió con fervor sustituir a alguno de los que pedían cambiar de embarcación, y así pudo formar parte del grupo de los jesuitas que salían el 30 de junio de 1570 hacia las islas Canarias.


En el día del martirio, “habiendo entrado los calvinistas por el castillo de proa, el Hermano Juan de Mayorga anduvo metido entre ellos exhortando y animando a los nuestros. Y como en todo el tiempo de la pelea, nunca dejase de exhortar, como le había encargado la obediencia, con su sotana, birrete y barba bien rapada mostraba claramente ser de la Compañía de Jesús. Pero no tenía armas sino únicamente las de la Palabra de Dios y de la Fe Católica”.


Al fin lo atacaron cinco calvinistas. Lo hirieron de mala manera en el pecho y en la espalda. Cayó moribundo al pie de una copia que él mismo había pintado del cuadro de la Virgen de Santa María la Mayor. Lo arrojaron vivo al mar.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



1:12 a.m.
La fama mundial de Tomás de Kempis se debe a que él escribió La Imitación de Cristo: el libro que más ediciones ha tenido, después de la Biblia. Este precioso librito es llamado "el consentido de los libros" porque se ha sacado en las ediciones de bolsillo más hermosas y lujosas, ha tenido ya más de 3,100 ediciones en los más diversos idiomas del mundo. Su primera edición salió en 1472, 20 años antes del descubrimiento de América (un año después de la muerte del autor), y durante más de 500 años ha tenido unas 6 ediciones cada año. Caso raro y excepcional.

Tomás nació en Kempis, cerca de Colonia, en Alemania, en el año 1380. Era un hombre sumamente humilde, que pasó su larga vida (90 años) entre el estudio, la oración y las obras de caridad, dedicando gran parte de su tiempo a la dirección espiritual de personas que necesitaban de sus consejos.


Empezar por uno mismo.

En ese tiempo muchísimas personas deseaban que la Iglesia Católica se reformara y se volviera más fervorosa y más santa, pero pocos se dedicaron a reformase ellos mismos y a volverse mejores. Tomás de Kempis se dió cuenta de que el primer paso que hay que dar para obtener que la Iglesia se vuelva más santa, es esforzarse uno mismo por volverse mejor. Y que si cada uno se reforma a sí mismo, toda la Iglesia se va reformando poco a poco.


Una asociación muy útil.

Kempis se reunió con un grupo de amigos en una asociación piadosa llamada "Hermanos de la Vida Común", y allí se dedicaron a practicar un modo de vivir que llamaban "Devoción moderna" y que consistía en emplear largos ratos de oración, la meditación, la lectura de libros piadosos y en recibir y dar dirección espiritual, y dedicarse cada uno después con la mayor exactitud que le fuera posible a cumplir cada día los deberes de su propia profesión. Los que pertenecían a esta asociación hacían progresos muy notorios y rápidos en santidad y la gente los admiraba y los quería.


Un ascenso difícil.

Tomás tiene muchos deseos de ser sacerdote, pero en sus primeros 30 años no lo logra porque sus tentaciones son muy fuertes y frecuentes y teme que después no logre ser fiel a su voto de castidad. Pero al fin entra a una asociación de canónigos (en Windesheim) y allí en la tranquilidad de la vida retirada del mundo logra la paz de su espíritu y es ordenado sacerdote en el año 1414. Desde entonces se dedica por completo a dar dirección espiritual, a leer libros piadosos y a consolar almas atribuladas y desconsoladas. Es muy incomprendido muchas veces y sufre la desilusión de constatar que muchas amistades fallan en la vida (menos la amistad de Cristo) y va ascendiendo poco a poco, aunque con mucha dificultad, a una gran santidad.


Oficios delicados.

Dos veces fue superior de la comunidad de canónigos en su ciudad. Bastante tiempo estuvo encargado de la formación de los novicios. Después lo nombraron ecónomo pero al poco tiempo lo destituyeron porque su inclinación a la vida espiritual muy elevada no lo hacía nada apto para dedicarse a comerciar y a administrar dineros y posesiones. Su alma va pasando por períodos de mucha paz y de angustias y tristezas espirituales, y todo esto lo irá narrando después en su libro portentoso.


El libro que lo hizo famoso.

En sus ratos libres, Tomás de Kempis fue escribiendo un libro que lo iba a hacer célebre en todo el mundo: La Imitación de Cristo. De esta obra dijo un autor: "Es el más hermoso libro salido de la mano de un hombre" (Dicen que Kempis pidió a Dios permanecer ignorado y no conocido. Por eso la publicación de su libro sólo se hizo al año siguiente de su muerte). No lo escribió todo de una vez, sino poco a poco, durante muchos años, a medida que su espíritu se iba volviendo más sabio y su santidad y su experiencia iban aumentando. Lo distribuyó en cuatro pequeños libritos. Entre la redacción de un libro y la siguiente pasaron unos cuantos años.


El libro Primero de la Imitación de Cristo narra cómo es la lucha activa que hay que librar para convertirse y reformarse y los obstáculos que se le presentan a quiénes desean ser santos, entre los cuales está como principal: ser "la sirena" de este mundo, o sea la atracción, el deseo de darle gusto al propio egoísmo y de obtener honores, famas, altos puestos, riquezas y gozos sensuales y vida fácil y cómoda. Este primer librito es como el retrato de lo que Tomás tuvo que sufrir hasta sus 30 años de las luchas y peligros que se le presentaron.


El libro segundo. Fue escrito por Kempis después de haber sufrido muchas tribulaciones, contradicciones, humillaciones y desengaños, especialmente en el orden afectivo. Destituido del cargo de ecónomo, abandonado por amigos que se había imaginado le iban a ser fieles; es entonces cuando descubre que hay una amistad que no defrauda nunca y es la amistad con Jesucristo, y que allí se encuentra la solución para todas las penas del alma. Este libro segundo de la Imitación enseña cómo hay que comportarse en las tribulaciones y sufrimientos. Emplea mucho el nombre de Jesús indicando el afecto muy vivo y profundo que siente hacia el Redentor y que desea sientan sus lectores también.


Cuando redacta el Libro Tercero ya ha subido mas alto en espiritualidad. Aquí ya a Cristo lo llama El Señor. Se ha dado cuenta que la santidad no depende solamente de nuestros esfuerzos sino sobre todo de la ayuda de Dios. Ha crecido en humildad y exclama: "Cayeron los que eran como cedros del Líbano, y yo miserable ¿qué podré esperar de mis solas fuerzas?". Ahora ya no piensa en la muerte como algo miedoso, sino como una liberación del alma para ir a una Patria feliz.


El libro cuarto de la Imitación está dedicado a la Eucaristía y es uno de los más bellos tratados que se han escrito acerca del Santísimo Sacramento. Millones de personas en todos los continentes han leído este librito para prepararse o dar gracias cuando comulgan.


¿Un iluminado?

Muchos autores han pensado que probablemente Tomás de Kempis recibió del cielo luces muy especiales al escribir La Imitación de Cristo. De otra manera no se podría explicar el éxito mundial que este librito ha tenido por más de cinco siglos, en todas las clases sociales.


Otro secreto de su triunfo

Puede ser el que Kempis ha logrado comprender sumamente bien la persona humana con sus miserias y sus sublimes posibilidades, con sus inquietudes y su inmensa necesidad de tener un amor que llene totalmente sus aspiraciones.


Este libro está hecho para personas que quieran sostener una lucha diaria y sin contemplaciones contra el amor propio y el deseo de sensualidad que se opone diametralmente al amor de Dios y a la paz del alma. Está redactado para quienes quieran independizarse de lo temporal y pasajero y dedicarse a conseguir lo eterno e inmortal.


San Ignacio, San Juan Bosco, Juan XXIII, el presidente mártir, García Moreno y muchísimos más, han leído una página de la Imitación cada día. ¿La leeremos también nosotros? La mejor traducción actual es la que hizo el Apostolado Bíblico Católico, muy actualizada, toda con frases de la Santa Biblia. No dejemos de conseguirla y leerla.



1:12 a.m.
El Beato Juan Juvenal Ancina nació en Fossano una pequeña ciudad en Piamonte, el 19 de Octubre de 1545. Sus padres lo bautizaron con el nombre de "Juvenal", no en honor del poeta romano, sino en honor del Patrono local a quien quisieron agradecer la vida del niño, que había estado en peligro al nacer. San Juvenal, el Patrón de Fossano, había sido médico, sacerdote y obispo. El pequeño Juvenal no solo llegaría ser todo eso sino que, como el Patrón, también llegaría a la gloria de los altares.

Dado que la familia Ancina gozaba de buena situación económica, tanto Juvenal como su hermano menor, Juan Mateo, que también sería sacerdote del Oratorio, tuvieron una esmerada educación.


Juvenal estudió en Montpellier, Padua, Mondovì y Turín, y se graduó en medicina y filosofía, doctorándose en ambas. Contando solamente veinticuatro años, fue profesor de medicina en la Universidad de Turín.


Hombre de gran cultura, era muy devoto y veía en su profesión un modo de expandir la Fe tanto en su actitud para con sus pacientes como en sus enseñanzas. Dándose cuenta de que el cuidado de las almas es más importante que el del cuerpo, siempre urgía a los enfermos para que acudieran a un sacerdote, antes de empezar su tratamiento. Como recreación, Juvenal escuchaba música, componía versos latinos y jugaba al ajedrez. Pertenecía a una hermandad religiosa y estudiaba teología por sus propios medios, aunque parece que puede haber tenido alguna asociación con los Agustinos. Tal era la vida que llevaba, cuando en una Misa de Réquiem en el monasterio agustino, las palabras del «Dies Irae» lo llenaron de terror hacia el juzgamiento. Durante el regreso a su casa, las palabras del Profeta Sofonías lo atormentaban: "Cerca está el día del Señor; próximo está y llega con suma velocidad. Es tan amarga la voz del día del Señor que lanzarán gritos de angustia hasta los valientes". Pese a que él había llevado una vida objetivamente sin culpas, se dio cuenta de que podía emplear mejor los magníficos talentos que Dios le había dado. Ese mismo día resolvió abandonar cualquier pequeña vanidad a la cual hubiera cedido y dedicarse a seguir solamente los designios de Dios. Se aplicó a la oración y a las lecturas espirituales para determinar qué era lo que Dios quería de él.


En 1574 se le pidió que acompañara a Roma, como médico personal, al embajador del Duque de Savoya. Llegó a la ciudad al año siguiente, descubriendo que tenía mucho tiempo libre, decidió sacar provecho de esa situación y empezó a estudiar Teología nada menos que con el que después sería San Roberto Bellarmino.


Ya llevaba más de un año en Roma cuando visitó la recién establecida Congregación del Oratorio. Obviamente conmovido por la misma, empezó a asistir a los ejercicios diarios. Escribió sobre esto en una de las tantas cartas que le envió a su hermano, Juan Mateo:

Hace algunos días, tomé una nueva costumbre, por las tardes he estado frecuentando el Oratorio de San Juan de Fiorentini, donde todos los días se dan hermosas conferencias sobre el Evangelio, virtudes y vicios, historia, historia eclesiástica, y vidas de santos. Todos los días son tres o cuatro los que oradores, y la audiencia incluye obispos, prelados, y otros hombres distinguidos... Los que predican son personas muy versadas en teología, y de vidas edificantes, y gran espiritualidad. A su cabeza está un cierto Reverendo Felipe, ahora un hombre de ya sesenta años, pero estupendo en varios aspectos, especialmente por su santidad de vida, su admirable prudencia, y su ingenuidad en idear y promover ejercicios espirituales.


También escribió que Felipe tenía gran reputación de saber descubrir vocaciones religiosas y que le iba a consultar sobre el plan que ambos tenían (él y su hermano Juan Mateo), de entrar en los Cartujos, Ambos hermanos estaban muy impresionados por un exitoso abogado de Turín que había abandonado todo para entrar en los Cartujos y habían decidido hacer lo mismo. San Felipe, disuadió a los hermanos de llevar a cabo este plan y después de examinar durante algún tiempo a Juvenal para comprobar su sinceridad, sugirió para ellos el Oratorio. Ambos fueron aceptados el 1º de octubre de 1578.


Cuatro años más tarde, Juvenal fue ordenado, y en 1586, fue enviado a Nápoles para ayudar a la reciente fundación del Oratorio hecha en esa ciudad. Allí, se dedicó a diferentes actividades. Rápidamente se ganó la reputación de buen predicador. También hizo uso de sus talentos musicales para hacer crecer la piedad popular -especialmente recordada es su ´Tempio Armonico della Beatissima Vergine´, una colección de canciones espirituales para tres, cinco, ocho y doce voces. Debemos mencionar que estas canciones nunca fueron parte de la liturgia, pues Juvenal, con toda razón, pensaba que la música sagrada hacía la liturgia más solemne y hermosa. También ayudó a llevar a cabo en Nápoles muchos emprendimientos culturales e involucró en el trabajo del Oratorio a muchas familias de la alta aristocracia. A través del ´Oratorio dei Principi´ consiguió introducir las normas de vida católicas en muchas familias influyentes. En el otoño de 1596 Juvenal fue llamado a Roma, donde el Papa Clemente VIII le dijo que había decidido nombrarlo Obispo de Saluzzo, en el norte de Italia, en donde la invasión de herejes se había convertido en gran causa de preocupación. Juvenal no estaba del todo convencido de aceptar el nombramiento, y no lo hizo hasta agosto de 1602: tomó posesión de su Diócesis el 6 de marzo de 1603.


El tiempo que estuvo en este cargo fue muy corto, pues murió -se supone que envenenado-, el 30 de agosto de 1604. En su agonía, repetía continuamente: "Dulces Jesús y María, dad paz a mi alma".


Su breve episcopado, sin embargo, fue fructífero, y se caracterizó por varias iniciativas dirigidas a ayudar a sus fieles a crecer en piedad y caridad. Al mes de haberse hecho cargo de la Diócesis, comenzó el trabajo de reformar las vidas tanto del clero como de los laicos. Buscando combatir la herejía, convocó un Sínodo para implementar los decretos del Concilio de Trento, anunció la fundación de un Seminario, y organizó devociones para incrementar la adoración al Santísimo Sacramento. También puso gran énfasis en inculcar la fe en las enseñanzas de la Iglesia e introdujo el uso del catecismo. Prontamente la gente lo tuvo en gran estima incluso su inmediato vecino, el Obispo de Ginebra, Francisco de Sales, quien apreciaba su humilde y pacífico carácter.


El Beato Juvenal es el único de los miembros del Oratorio que conoció personalmente a San Felipe y que llegó a los altares. El cuerpo del Beato Juvenal descansa en la Catedral de Saluzzo, bajo un altar dedicado a él.


Fue beatificado por el Papa León XIII el 9 de febrero de 1890.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



1:12 a.m.
Nació en Aarle-Rixtel (Países Bajos), en la diócesis de Hertogenbosch, el 3 de noviembre de 1890. Fue bautizado el mismo día, con el nombre de Humberto.

Era el octavo de once hermanos de una familia muy católica, en la que cada día se rezaba el Ángelus y el rosario. Se asistía a la celebración de la Eucaristía no sólo los domingos sino también muchas veces entre semana. En casa había un ambiente de serenidad y trabajo, así como de mucha solidaridad entre los hermanos. De niño, Humberto, asistió a la escuela de las Hermanas de la Caridad de Schijndel y después a la del maestro católico Harmelinck.


De carácter jovial y sociable, era muy apreciado tanto en casa como fuera. Pronto sintió la llamada al sacerdocio, por lo cual quiso hacer estudios secundarios, contra el parecer de su maestro, que no lo consideraba dotado para ello. Su padre lo quería para las labores del campo. Humberto logró, finalmente, que su padre le permitiera estudiar. Fue a Gemert para asistir a la escuela secundaria y allí permaneció dos años. Habiendo leído la biografía del padre Damián de Veuster, decidió entrar en la congregación de los Sagrados Corazones. Ingresó en 1905 en la escuela apostólica que esa congregación tenía en Grave y allí continuó los estudios de secundaria. A pesar de las dificultades que encontraba en los estudios, especialmente en las lenguas, se esforzó mucho y los profesores lo animaron, dada su voluntad y su disposición para la vida religiosa misionera.


Terminados los estudios secundarios, el 23 de septiembre de 1913, fue admitido al noviciado, que en aquel tiempo se encontraba en Tremeloo (Bélgica). Tomó el nombre de Eustaquio, con el que se le conoce desde entonces. Ante la invasión alemana de Bélgica en aquel año, tuvo que regresar a su casa. Esta situación duró poco tiempo y pudo continuar el noviciado en los Países Bajos, haciendo su profesión temporal el 27 de enero de 1915 en Grave (Países Bajos) y la profesión perpetua el 18 de marzo de 1918 en Ginneken (Países Bajos). En 1916 concluyó los cursos de filosofía y durante los años 1916-1919 hizo los estudios teológicos en Ginneken. Sus profesores, admitiendo que no estaba muy dotado para las cuestiones metafísicas, sin embargo consideraban que iba adquiriendo una buena visión teológica y un buen criterio en las cuestiones de práctica pastoral. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1919.


Ejerció el ministerio en su patria durante cinco años. El primer año lo pasó en Vierlingsbeek como asistente del maestro de novicios. Los superiores, motivados sobre todo por su piedad y estricta observancia de la Regla, lo dedicaron al ámbito de la formación. Luego pasó dos años en Maasluis en el servicio pastoral a los obreros del cristal que eran valones de lengua francesa y se habían refugiado en los Países Bajos. Con ellos demostró un gran celo apostólico, que fue reconocido por el Estado belga, el cual lo condecoró por sus servicios a esa minoría.


Por último, durante dos años ejerció el ministerio en Roelofarendsveen como vicario del párroco, p. Ignacio Herscheid. Aquí su actividad fue muy intensa con las organizaciones parroquiales, así como en el confesionario y en la asistencia a los enfermos. En el mes de diciembre de 1924 fue enviado a España para aprender español, ya que en principio pensaban destinarlo a una misión en Uruguay; sin embargo, después fue enviado a Brasil. El padre Eustaquio deseaba ser misionero y ese deseo se vio cumplido cuando se erigió la provincia de los Países Bajos y el nuevo provincial, p. Norbert Poelman buscó una misión en América Latina para la provincia naciente.


El p. Eustaquio llegó a Río de Janeiro el 12 de mayo de 1925. Trabajó como misionero durante dieciocho años en Brasil, diez en Agua Suja, seis en Poá y los dos últimos años de su vida, breves estancias en varias casas de la Congregación: Río de Janeiro, Fazenda de San José de Río Claro, Patrocinio, Ibiá y, por último, en Belo Horizonte como párroco de Santo Domingo, donde murió el 30 de agosto de 1943.


El 23 de abril de 1925 partieron de Amsterdam el p. Norbert Poelman, provincial, con los tres primeros misioneros para Brasil: Gilles van de Boogaard, Eustaquio van Lieshout y Mathias van Roy. Llegaron el 12 de mayo y tuvieron que esperar hasta el 15 de julio para tomar posesión de la parroquia de Agua Suja, que actualmente se denomina Romaría, en la diócesis de Uberaba, en la región conocida como "Triángulo Minero". La parroquia tenía el santuario diocesano de Nuestra Señora de la Abadía. En principio el p. Eustaquio colaboró como vicario, asumiendo la atención pastoral de la parroquia de Nova Ponte y sus capillas.


Posteriormente, a partir del 2 de marzo de 1926, fue nombrado párroco de Agua Suja. Era una parroquia donde la gente se dedicaba fundamentalmente a la búsqueda del oro en las orillas del río Bagagem. Dada la incertidumbre de los resultados de aquellos trabajos, la situación económica y social era difícil. El p. Eustaquio se dedicó plenamente a sus feligreses y trató de atenderlos tanto física como espiritualmente. Su empeño por mejorar las condiciones humanas y religiosas de aquella población dio buenos frutos. Especial dedicación prestó siempre a los pobres y a los enfermos, produciéndose ya entonces algunas curaciones por su medio.


El 15 de febrero de 1935 tomó posesión de la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes de Poá, en la región metropolitana de São Paulo. Recibió también el encargo del cuidado pastoral del barrio de San Miguel Paulista, actualmente sede de la diócesis. Si la parroquia de Romaría era difícil no lo era menos la de Poá. A su llegada carecía de templo parroquial, con problemas con las sectas espiritistas y bastante indiferencia entre la gente. El p. Eustaquio se dedicó de nuevo con gran celo a visitar a las familias, los enfermos, los pobres, los niños, así como a la organización parroquial. A partir de 1937 su apostolado asumió una connotación particular: el don de curación por intercesión de san José. Especialmente orientó esta actividad a fortalecer la fe del pueblo y a liberarla de la tendencia a la superstición. Es entonces cuando su fama comenzó a extenderse por el país y de todos lados comenzaron a llegar personas que querían verle y obtener por su medio el favor de la curación. La afluencia de la gente era cada vez mayor, llegando a pasar por Poá unas diez mil personas al día. Dadas las limitaciones de aquella parroquia para admitir tanta gente, la autoridad civil comenzó a intervenir y posteriormente los superiores se vieron obligados a trasladar al p. Eustaquio. Una vez recibida la orden de sus superiores, actuó prontamente y salió de Poá el 13 de mayo de 1941.


Los dos últimos años de su vida constituyeron una verdadera peregrinación. En todos los sitios a donde llegaba, incluso tratando de esconderse de la gente, había personas que lo buscaban para pedirle ayuda, consuelo y curación. En Río de Janeiro permaneció unos quince días y también allí hubo grandes concentraciones de personas que lo buscaban. De nuevo fue trasladado, esta vez tratando de ocultar su destino. De hecho permaneció con otro nombre, p. José, en la Fazenda de Río Claro y allí se dedicó a la oración, a la lectura y también a atender a los ochocientos colonos de la factoría. Algunos obispos y sacerdotes, a pesar del carácter incógnito de este tiempo, le solicitaron bendiciones y oraciones para los enfermos, cosa que realizó con el permiso de sus superiores.


Del 13 de octubre de 1941 al 14 de febrero de 1942, fue enviado a Patrocinio. Allí pudo ejercer de nuevo el apostolado en forma pública con algunas condiciones. En cualquier caso también allí por su medio hubo numerosas conversiones. Después fue trasladado a Ibiá, en Minas Gerais, como párroco una vez más, ya que parecía que la situación se había estabilizado. Después de tres meses en los que pudo ejercer serenamente su actividad parroquial, los superiores creyeron conveniente trasladarlo como párroco a Belo Horizonte, a la parroquia dedicada a los Sagrados Corazones. Allí permaneció desde el 7 de abril de 1942 hasta su muerte.


Además de todas las actividades parroquiales ordinarias, cada día recibía a unas cuarenta personas en el confesionario, que llegaban a él provistas de un billete, como habían dispuesto los superiores para evitar concentraciones. Especialmente se ocupaba de las confesiones de los enfermos. Ante las peticiones de otras parroquias, acudía con presteza y escuchaba muchas confesiones. Ciertamente todos lo consideraban un verdadero misionero y un santo.


El 20 de agosto, atendiendo a un enfermo de tifus exantemático, él mismo contrajo la enfermedad. En principio se le diagnosticó una pulmonía, pero después se constató que se trataba de esa grave enfermedad, que por entonces era incurable. Consciente de la proximidad de su muerte y habiendo pronosticado él mismo que se produciría en pocos días, se preparó a ella con la oración y la recepción de los sacramentos. Los testigos afirman la gran fortaleza con la que afrontó aquella situación hasta el final. Sus últimas palabras, dirigidas al p. Gil, fueron: "Padre Gil, ¡Deo gratias!"; diciendo esto, expiró.


Beaticado el 15 de junio de 2006.


Reproducido con autorización de Vatican.va



11:32 p.m.
Martirologio Romano: Memoria del martirio de san Juan Bautista, al que Herodes Antipas retuvo encarcelado en la fortaleza de Maqueronte y a quien, en el día de su cumpleaños, mandó decapitar a petición de la hija de Herodías. De esta suerte, el Precursor del Señor, como lámpara encendida y resplandeciente, tanto en la muerte como en la vida dio testimonio de la verdad (s. I).

El evangelio de San Marcos nos narra de la siguiente manera la muerte del gran precursor, San Juan Bautista: "Herodes había mandado poner preso a Juan Bautista, y lo había llevado encadenado a la prisión, por causa de Herodías, esposa de su hermano Filipos, con la cual Herodes se había ido a vivir en unión libre. Porque Juan le decía a Herodes: "No le está permitido irse a vivir con la mujer de su hermano". Herodías le tenía un gran odio por esto a Juan Bautista y quería hacerlo matar, pero no podía porque Herodes le tenía un profundo respeto a Juan y lo consideraba un hombre santo, y lo protegía y al oírlo hablar se quedaba pensativo y temeroso, y lo escuchaba con gusto".

"Pero llegó el día oportuno, cuando Herodes en su cumpleaños dio un gran banquete a todos los principales de la ciudad. Entró a la fiesta la hija de Herodías y bailó, el baile le gustó mucho a Herodes, y le prometió con juramento: "Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi reino".


La muchacha fue donde su madre y le preguntó: "¿Qué debo pedir?". Ella le dijo: "Pida la cabeza de Juan Bautista". Ella entró corriendo a donde estaba el rey y le dijo: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja, la cabeza de Juan Bautista".


El rey se llenó de tristeza, pero para no contrariar a la muchacha y porque se imaginaba que debía cumplir ese vano juramento, mandó a uno de su guardia a que fuera a la cárcel y le trajera la cabeza de Juan. El otro fue a la prisión, le cortó la cabeza y la trajo en una bandeja y se la dio a la muchacha y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse los discípulos de Juan vinieron y le dieron sepultura (S. Marcos 6,17).


Herodes Antipas había cometido un pecado que escandalizaba a los judíos porque esta muy prohibido por la Santa Biblia y por la ley moral. Se había ido a vivir con la esposa de su hermano. Juan Bautista lo denunció públicamente. Se necesitaba mucho valor para hacer una denuncia como esta porque esos reyes de oriente eran muy déspotas y mandaban matar sin más ni más a quien se atrevía a echarles en cara sus errores.


Herodes al principio se contentó solamente con poner preso a Juan, porque sentía un gran respeto por él. Pero la adúltera Herodías estaba alerta para mandar matar en la primera ocasión que se le presentara, al que le decía a su concubino que era pecado esa vida que estaban llevando.


Cuando pidieron la cabeza de Juan Bautista el rey sintió enorme tristeza porque estimaba mucho a Juan y estaba convencido de que era un santo y cada vez que le oía hablar de Dios y del alma se sentía profundamente conmovido. Pero por no quedar mal con sus compinches que le habían oído su tonto juramento (que en verdad no le podía obligar, porque al que jura hacer algo malo, nunca le obliga a cumplir eso que ha jurado) y por no disgustar a esa malvada, mandó matar al santo precursor.


Este es un caso típico de cómo un pecado lleva a cometer otro pecado. Herodes y Herodías empezaron siendo adúlteros y terminaron siendo asesinos. El pecado del adulterio los llevó al crimen, al asesinato de un santo.


Juan murió mártir de su deber, porque él había leído la recomendación que el profeta Isaías hace a los predicadores: "Cuidado: no vayan a ser perros mudos que no ladran cuando llegan los ladrones a robar". El Bautista vio que llegaban los enemigos del alma a robarse la salvación de Herodes y de su concubina y habló fuertemente. Ese era su deber. Y tuvo la enorme dicha de morir por proclamar que es necesario cumplir las leyes de Dios y de la moral. Fue un verdadero mártir.


Una antigua tradición cuenta que Herodías años más tarde estaba caminando sobre un río congelado y el hielo se abrió y ella se consumió hasta el cuello y el hielo se cerró y la mató. Puede haber sido así o no. Pero lo que sí es histórico es que Herodes Antipas fue desterrado después a un país lejano, con su concubina. Y que el padre de su primera esposa (a la cual él había alejado para quedarse con Herodías) invadió con sus Nabateos el territorio de Antipas y le hizo enormes daños. Es que no hay pecado que se quede sin su respectivo castigo.



11:32 p.m.
Martirologio Romano: En Roma, conmemoración de santa Sabina, cuya iglesia titular construida en el monte Aventino lleva su venerable nombre (122-132).

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.




Sabina nació probablemente en Roma en una familia de patricios, en una época en que apenas se organizaba el primer cristianismo.


Existen referencias de que Santa Sabina fue una pagana noble, casada con el senador romano Valentino.


Santa Sabina tenía una esclava de nombre Serafina. En el trato cotidiano, la ama se interesó por las creencias religiosas de su sirvienta y le pidió que le explicara mejor.


De este modo, Santa Serafina, la sierva, llevó a la conversión a su patrona, Santa Sabina, revelándole un mundo completamente nuevo y distinto del de su condición de noble romana.


Santa Sabina se bautizó. Solía acudir clandestinamente a los servicios religiosos que los cristianos celebraban en las catacumbas de Roma, donde conoció y convivió con gente muy diferente de la que encontraba entre los de su condición social, aunque todos eran iguales en sus convicciones y ante los ojos de Dios.


Un mal día, Santa Serafina fue capturada por las autoridades romanas que perseguían a los cristianos, siendo conducida a su muerte a través del martirio.


Al poco tiempo, a pesar de ser una dama de alcurnia, Santa Sabina fue arrestada igualmente. Dado que se trataba de una ciudadana de Roma, se le concedió la venia de que su martirio fuera morir decapitada, y no de manera lenta como solía ser en otros casos.


Durante el pontificado del papa San Celestino I (422-432) se mandó construir en el Aventino, en Roma, la Basílica de Santa Sabina. El culto de esta santa se propagó a lo largo de la Edad Media.


A Santa Sabina se le considera santa patrona de Roma, pero también de las amas de casa y de los niños con dificultades para caminar.


SANTA SABINA nos enseña que en la fe no existen diferencias de clases y que siempre el que conoce un poco más debe compartir ese conocimiento con los demás.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



11:32 p.m.
Martirologio Romano: En Renes, en Francia, beata María de la Cruz (Juana) Jugan, virgen, que fundó la Congregación de las Hermanitas de los Pobres, para pedir limosna por Dios para los pobres, y expulsada injustamente de la dirección del Instituto, pasó el resto de su vida en la oración y en la humildad. ( 1879)

Fecha de canonización: 11 de octubre de 2009, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.



Juana Jugan nace en Cancale (Bretaña - Francia) el 25 de octubre de 1792, y es bautizada aquel mismo día. Es la quinta de una familia de siete hermanos. Su padre, marino como la mayoría de los habitantes de Cancale, desaparece en el mar el año en que Juana cumple su cuarto cumpleaños. La pequeña Juana aprende enseguida de su madre a realizar las tareas domésticas, a cuidar de los animales y, sobre todo, a rezar. Al igual que otras muchas iglesias, la de Cancale había sido cerrada por la Revolución. Ya no hay catecismo organizado, pero muchos niños reciben instrucción en secreto por parte de personas piadosas. En 1803, Juana recibe la primera Comunión. A partir de aquel día se vuelve especialmente obediente y dulce, dispuesta para el trabajo y asidua a la oración.

«No encontrarás mejor partido»


A finales de 1816 tiene lugar en Cancale una gran «Misión»: unos veinte sacerdotes se reparten los sermones, el catecismo, el Rosario, las confesiones, las visitas a domicilio, etc. Son días de gracias y de fervor por toda la parroquia. En medio de la oración, Juana siente brotar en su corazón un enorme deseo de consagrarse al servicio de los pobres por amor de Dios, sin esperar recompensa humana alguna. Al final de la Misión, rechaza definitivamente una petición de matrimonio. Su madre le pregunta: «¿Por qué lo has rechazado? No encontrarás mejor partido. – El Señor me reserva para una obra que aún no se ha fundado», responde Juana.


Al año siguiente, Juana abandona Cancale y a su familia para servir a Cristo en medio de los pobres y vivir como pobre entre ellos, entrando como enfermera en el hospital Rosais de Saint-Servan. Pero, al cabo de varios años de servicio, cae gravemente enferma. Una persona caritativa, la señorita Lecoq, la acoge en su casa. Durante doce años, llevarán las dos una vida en común, condicionada por la oración, la Misa diaria, la visita a los pobres y la catequesis a los niños. Tras la muerte de la señorita Lecoq, Juana conoce a Francisca Aubert, que comparte el mismo ideal de vida. Alquilan una vivienda y se consagran al cuidado de los pobres. Muy pronto se les agrega una joven de diecisiete años: Virginia Trénadiel.


Una tarde, Juana regresa, con aspecto preocupado, de su jornada de trabajo. Francisca vigila la sopa mientras hila en la rueca. Juana le dice: «Acabo de visitar a una persona digna de lástima... ¡Imagínate una anciana ciega, medio paralítica, completamente sola en un cuchitril y en estos primeros fríos del invierno!... Francisca, ¿qué te parece si la traemos a casa? Para los gastos, trabajaré más. – Como quieras, Juana». La ciega se llama Ana Chauvin. Al día siguiente, Juana la recoge y la acuesta en su propia cama. La inválida siente preocupación: «¿Cómo harán para alimentarme? ¿Dónde se acostará usted si me da su cama? – No se preocupe», responde Juana. Unos días más tarde, una vieja soltera, Isabel Quéru, tiritando de frío, llama tímidamente a la puerta. Había servido sin sueldo, durante muchos años, a unos dueños arruinados. A la muerte de éstos, se había quedado sin protección y sin recursos. «Isabel, le dice Juana, es el Señor quien le envía. Quédese con nosotras».


Una amiga de Virginia, María Jamet, no tarda en relacionarse con Juana y la gente de su casa. El 15 de octubre de 1840, las tres amigas fundan una pequeña asociación de caridad dirigida por el párroco Augusto Le Pailleur, vicario de Saint-Servan. Francisca Aubert acepta ayudarlas en lo que respecta a las curas y a los remiendos, pero se considera demasiado mayor para comprometerse más a fondo. En contrapartida, una joven obrera de veintisiete años, muy enferma, Magdalena Bourges, que había sido acogida y curada por Juana, se incorpora a aquel pequeño grupo. De ese modo, en torno a las dos mujeres mayores, acaba de nacer una pequeña célula, embrión de una gran congregación que se llamará de las «Hermanitas de los pobres».


«Con mi cesto...»


Muy pronto, otros ancianos indigentes solicitan ser hospedados, y las hermanas se trasladan a otros locales más amplios. Pero la generosidad de los amigos y los ingresos de las hermanas, de cuyo trabajo vive la casa, ya no son suficientes. Las ancianas que tenían costumbre de mendigar le dicen a Juana: «¡Reemplácenos, mendigue por nosotras!». Un religioso de San Juan de Dios mueve a la fundadora a que siga ese consejo y le entrega su primer cesto de la colecta. La orgullosa naturaleza bretona de Juana se rebela ante esa necesidad, pero al final se decide. Más tarde les dirá a las novicias: «Os mandarán a la colecta, hijas mías, y os costará mucho. También yo la hice, con mi cesto; me costaba mucho, pero lo hacía por el Señor y por los pobres». He aquí el origen de la colecta, principal fuente de ingresos de las Hermanitas de los pobres.


En sus rondas, Juana pide dinero, pero también dádivas en especie, como verduras, sábanas usadas, lana, un caldero, etc. Pero no siempre es bien recibida. Un día, llama a la puerta de un anciano rico y avaro; consigue persuadirlo y recibe una buena ofrenda. Al día siguiente, la limosnera se presenta de nuevo en su casa, pero esta vez él se enfada. «Señor, responde ella, mis pobres tenían hambre ayer, también hoy tienen hambre y mañana seguirán teniendo hambre...». Ya más tranquilo, el bienhechor entrega una limosna y promete seguir haciéndolo. En otra ocasión, un viejo soltero, enfadado, le pega una bofetada. Ella le dice con humildad: «Gracias; eso es para mí. ¡Pero ahora déme algo para mis pobres, por favor!». Tanta mansedumbre abre el monedero del solterón. De ese modo, con la sonrisa, consigue invitar a los ricos a la reflexión, al descubrimiento de las necesidades de los pobres, y la colecta se convierte en una verdadera evangelización, en una llamada a la conversión del corazón.


Juana Jugan siente aversión por la ociosidad. «La Virgen era pobre, le gusta repetir. Hacía como los pobres: no perdía el tiempo, pues los pobres nunca deben estar desopucados». Tras haber conseguido unas ruecas, hiladoras y devanaderas, las entrega a sus internas menos impedidas, quienes, orgullosas de aportar con su trabajo algún dinero a la bolsa comunitaria, se toman mayor interés en la vida del asilo.


Poco a poco, Juana y sus amigas se organizan. Llevan una vestimenta semejante, un nombre de religión –el de Juana es «sor María de la Cruz»– y pronuncian votos privados, de obediencia y de castidad. Algo más tarde añaden los de pobreza y hospitalidad. Por este último se consagran a la acogida de los ancianos pobres. A finales de 1843, las hermanas tienen a su cargo unas cuarenta personas, hombres y mujeres. El 8 de diciembre, proceden a elegir a su superiora, cuyo cargo vuelve a recaer por unanimidad en Juana. Pero el día 23, el párroco Le Pailleur impone su autoridad y anula esa elección, designando como superiora a María Jamet, que tiene sólo 23 años (Juana tiene 51). El sacerdote teme, en efecto, no poder dirigir la congregación a su antojo con Juana, cuya experiencia y celebridad le molestan. Juana mira el crucifijo de la pared, después una estatuilla de la Virgen, y se arrodilla ante su sustituta, prometiéndole obediencia. En adelante su misión consistirá en hacer la colecta.


Un alma menos templada habría retrocedido ante la perspectiva de perder el gobierno de una casa organizada a su manera, para convertirse en una mendiga. «A mi entender –declaró un religioso franciscano originario de Cancale–, por parte de mi venerable compatriota, el hecho de ser desposeída de su puesto de superiora y de convertirse en una simple mendiga fue un gran acto de virtud, porque las mujeres de Cancale son más bien independientes, incluso autoritarias, y antes prefieren mandar que obedecer». A partir del 24 de diciembre, a pesar del riguroso ayuno de aquella vigilia de Navidad, Juana vuelve a sus rondas de colecta. «¡Cuántas pruebas y méritos –exclamó un orador– supone esa colecta llena de angustias, realizada siempre para cubrir las necesidades de ese día o del siguiente! ¡Había que salir a pesar del tiempo, sufrir el calor, el frío o la lluvia, abordar a todo tipo de gente, recorrer largos trayectos y llevar pesados fardos!». Pero el alma de Juana está «verdaderamente imbuída del misterio de Cristo Redentor, en especial en su Pasión y Cruz» (Juan Pablo II, 3 de octubre de 1982).


¿Madre o hija?


Unida a Cristo, Juana acepta de corazón las humillaciones, llegando incluso a amarlas y a buscarlas. Quizás, una de las que más le cuesta sobrellevar es, a causa de su orgullo nativo, la que procede de la manera en que la superiora le prodiga sus advertencias. En una carta del 26 de enero de 1846, María Jamet, veintisiete años más joven que Juana, le escribe: «Querida hija... ¡Qué bueno es Dios, que permite que una pobre como tú sea tan bien acogida!... Sin embargo, hija mía, procura no ser importuna, y si llegas a molestar, aunque sea poco, no abuses de la bondad de esa excelente persona... Te recomiendo que tengas cuidado de no concebir ningún sentimiento de amor propio. Debes convencerte de que, si actúan contigo de ese modo, no es a causa de ti, sino que es Dios quien lo permite para bien de sus pobres. En cuanto a ti, considérate como lo que eres en realidad, es decir, pobre, débil, miserable e incapaz de todo bien... Tu madre, María Jamet». Juana recibe esos consejos con dulzura y humildad.


El desarrollo de la obra obliga a extender las colectas más lejos. Juana es enviada a Rennes, donde, desde los primeros días se fija en los mendigos, sobre todo en los más viejos, que necesitan auxilio con urgencia. Sin duda alguna, hay que fundar una casa en esa ciudad. Con la ayuda de San José, el 25 de marzo de 1846 adquieren una casa. Juana vuelve a sus colectas por las ciudades del oeste de Francia. Se inauguran casas en Dinan, Tours, París, Besançon, Nantes, Angers, etc. Varias veces, porque ha sabido conquistar la confianza de todos, Juana consigue salvar del desastre a la obra, cuya dirección le ha sido usurpada. Ella acude, obtiene los fondos que faltan, anima a unos y a otros y se eclipsa para ayudar en otros lugares. Parece como si no tuviera dónde reposar la cabeza, pero ella se apoya por completo en la Providencia.


«¡San José, queremos mantequilla!»


Es deseo de Juana Jugan que las personas mayores se sientan realmente como en su casa en los lugares de acogida. Un día, en la fundación de Angers, se da cuenta de que los ancianos comen el pan sin nada. «¡Estamos en el país de la mantequilla!, exclama. ¿Por qué no le pedís a San José?». Enciende una lamparilla ante la estatua del padre putativo de Jesús, manda que traigan todos los recipientes de mantequilla vacíos y coloca un cartel: «San José, mándanos mantequilla para los ancianos». Los visitantes se extrañan o se divierten ante semejante candor, pero bajo esa aparente ingenuidad se esconde una profunda fe. Unos días más tarde, un donante anónimo envía un lote muy importante de mantequilla, con el que se llenan todos los recipientes. También es deseo de Juana procurar alegría a sus pobres, por lo que se dirige al coronel de la guarnición de Angers y le pide que, por la tarde de un día festivo, envíe a algunos músicos del regimiento para alegrar a sus ancianos. «Hermana, le voy a enviar toda la banda para complacerla y para regocijo de todos sus ancianos». Y la banda militar de Angers acude a contribuir a la alegría de la fiesta.


En mayo de 1852, el arzobispo de Rennes, donde se encuentra la casa madre de las hermanas, aprueba oficialmente los estatutos de la obra, dándole el nombre de Familia de las Hermanitas de los pobres. Las hermanas, al socorrer a las personas mayores abandonadas, ponen de relieve el insustituible valor de la vida humana en la vejez. Su testimonio adquiere una importancia muy especial en nuestra época, en que los progresos de la técnica y de la medicina suponen una prolongación de la esperanza media de vida.


La estima hacia los ancianos se basa en la ley natural expresada en el mandamiento de Dios Honra a tu padre y a tu madre (Dt 5, 16). «Honrar a las personas mayores implica un triple deber para con ellos: acogerlos, asistirlos y dar valor a sus cualidades» (Juan Pablo II, Carta a las personas mayores, 11-12). Las personas mayores necesitan asistencia con motivo de la disminución de sus fuerzas y de eventuales dolencias, pero, en contrapartida, pueden aportar mucho a la sociedad. Las vicisitudes que han debido soportar durante su vida les han dotado de una experiencia y de una madurez que les mueven a contemplar los acontecimientos de este mundo con mayor sensatez. Siguiendo sus enseñanzas, las generaciones más jóvenes pueden tomar lecciones de historia que deberían ayudarles a no repetir los errores del pasado. Nuestra sociedad, dominada por las prisas y la agitación, olvida los principales interrogantes que conciernen a la vocación, a la dignidad y al destino del hombre. En ese contexto, los valores afectivos, morales y religiosos que han podido vivir las personas mayores representan una fuente indispensable para el equilibrio de la sociedad, de las familias y de las personas. Frente al individualismo, nos recuerdan que nadie puede vivir solo, y que es necesaria la solidaridad entre las generaciones, de manera que cada una pueda enriquecerse con los dones de las demás.


Misioneras en la tercera edad


Las personas mayores cumplen igualmente una misión evangelizadora; en muchas familias los niños pequeños reciben de sus abuelos los primeros rudimentos de la fe. Los ancianos, incluso los más enfermos o quienes se ven privados de la movilidad, pueden cumplir también, para el bien de la Iglesia y del mundo, el servicio de la oración. A través de ésta participan tanto de los dolores como de las alegrías de los demás, rompiendo el círculo del aislamiento y de la impotencia. Tomando fuerzas de la oración, son capaces de infundir ánimos, mediante el testimonio de un sufrimiento asumido en el abandono a Dios y la paciencia.


Las personas mayores encuentran ocasión de completar, en sus carnes y en su corazón, lo que le falta a la Pasión de Cristo (cf. Col 1, 24), ofreciendo la prueba de la enfermedad y del sufrimiento –que es su destino común– a la intención de la Iglesia y del mundo. Pero, para poder realizar dicha misión, necesitan sentirse amadas y respetadas, pues no resulta fácil aceptar el sufrimiento con humildad. Por eso, las personas que padecen grandes sufrimientos son tentadas en ocasiones por la exasperación y la desesperanza. Entonces, las personas allegadas pueden sentirse inclinadas, debido a una compasión mal entendida, a considerar razonable la provocación directa de la muerte (la eutanasia). Pero, «a pesar de las intenciones y de las circunstancias, la eutanasia sigue siendo un acto intrínsecamente malo, una violación de la ley de Dios y una ofensa a la dignidad de la persona humana» (Juan Pablo II, Carta a las personas mayores, 9; cf. encíclica Evangelium vitae, 65). Solamente Dios determina el principio y el fin de la vida humana, según su designio de Creador, y llama a cada persona a ser su hijo mediante la participación en su propia vida divina. Esa dignidad incomparable procede de Cristo, quien, en la Encarnación, «se unió en cierto modo a todo hombre» (Vaticano II, Gaudium et Spes, 22); por lo tanto debe ser respetada. Es la razón principal de la consagración de las Hermanitas de los pobres a los ancianos, en quienes Juana Jugan les enseñó a ver a Jesucristo.


«Se la cedo de buen grado»


Después de haber servido a Cristo con sus colectas, la beata acabará sus días en el silencio. En efecto, durante el transcurso del año 1852, el párroco Le Pailleur le ordena que se retire a la casa madre. En adelante ya no mantendrá relaciones regulares con los bienhechores, ni funciones destacadas en la congregación. Aún vivirá veintisiete años, oculta a los ojos de los hombres, ocupada en humildes tareas domésticas y sin ninguna reivindicación. Con gran lucidez sobre esa situación, su corazón sigue siendo lo suficientemente libre como para decirle de broma al padre Le Pailleur: «Me ha robado usted mi obra; pero se la cedo de buen grado». En la primavera de 1856, la casa madre de las Hermanitas se traslada a una extensa propiedad que han comprado a treinta y cinco kilómetros de Rennes: la Tour Saint-Joseph, donde Juana prodiga consejos espirituales a las novicias. En las horas difíciles les dice: «Cuando os encontréis al límite de vuestra paciencia y de vuestras fuerzas, cuando os sintáis solas e impotentes, id al encuentro de Jesús; Él os espera en la capilla. Decidle esto: «Sabes muy bien lo que ocurre, Jesús mío, sólo tú lo sabes todo. Ven en mi ayuda». Luego os marcháis, y no os preocupéis por cómo tengáis que actuar; basta con que se lo hayáis dicho al Señor; él tiene buena memoria».


Insiste a las novicias para que no multipliquen demasiado las oraciones: «Cansaréis a los ancianos, se aburrirán y se irán a fumar... incluso durante el Rosario». Con las jóvenes comparte sus experiencias: «Hay que estar siempre de buen humor; a nuestros ancianitos no les gustan las caras tristes... No hay que tener miedo a cocinar, ni tampoco a curarlos cuando están enfermos. Hay que ser como una madre para quienes saben darnos las gracias y también para quienes no saben reconocer todo lo que hacéis por ellos. Repetíos a vosotras mismas: «¡Por ti lo hago, Jesús mío!»». Y además: «Antes de actuar hay que rezar y reflexionar. Es lo que he hecho durante toda la vida: sopesaba todas mis palabras».


En los últimos años de su vida, Juana habla con frecuencia, aunque con serenidad, de su muerte. Pero, antes de partir, tendrá una última alegría. El 1 de marzo de 1879, León XIII aprueba definitivamente las constituciones de las Hermanitas de los pobres. En aquel momento, la congregación cuenta aproximadamente con 2.400 hermanas y 177 casas de acogida. El 29 de agosto siguiente, Juana se extingue dulcemente después de decir: «¡Oh, María, madre mía, ven conmigo. Sabes que te amo y que tengo ganas de verte!». Una vida de tanta humildad tenía que producir muchos frutos. En el umbral del tercer milenio, 3.460 Hermanitas dan vida a 221 casas, repartidas por los 5 continentes. Por una maravillosa consideración de la Providencia, siguen viviendo principalmente de las dádivas que reciben.


Con motivo de la beatificación de Juana Jugan (Octubre 3 / 1982), el Papa Juan Pablo II decía: «La Iglesia entera y la propia sociedad no pueden sino admirar y aplaudir el maravilloso crecimiento de la pequeña semilla depositada en tierra bretona por esta humilde joven de Cancale, tan pobre de bienes pero tan rica de fe... Et exaltavit humiles (Ensalza a los humildes). Esta frase tan conocida del Magnificat colma mi espíritu y mi corazón de gozo y de emoción... La atenta lectura de las biografías dedicadas a Juana Jugan y a su epopeya de caridad evangélica, me inducen a decir que Dios no podía dejar de glorificar a tan humilde servidora... Al recomendar a menudo a las Hermanitas con frases como «¡Sed pequeñas, muy pequeñas! ¡Conservad ese espíritu de humildad y de sencillez! Si llegáramos a creernos que somos algo, la congregación dejaría de bendecir a Dios y nos desmoronaríamos», Juana estaba revelando en realidad su propia experiencia espiritual... En nuestro tiempo, el orgullo, la búsqueda de la eficacia, la tentación de los medios de poder, están ganando actualidad en el mundo, y también a veces, por desgracia, en la Iglesia. Son un obstáculo para el advenimiento del reino de Dios. Por eso la fisonomía espiritual de Juana Jugan es capaz de atraer a los discípulos de Cristo y de llenar sus corazones de esperanza y de alegría evangélica, tomadas de Dios y del olvido de sí mismo».


Fue canonizada el 11 de octubre de 2009.


Reproducido con autorización expresa de Abadía San José de Clairval



11:32 p.m.
Nació el 17 de octubre de 1877 en la aldea de Kattoor (India), en la parroquia de Edathuruthy, que formaba parte del entonces vicariato de Trichur (posteriormente pasó a ser diócesis y fue dividida) y que actualmente pertenece a la diócesis de Irinjalakuda. Era hija de Antony y Kunjethy de Eluvathingal Cherpukaran. Fue bautizada con el nombre de Rose.

Desde pequeña, por influencia de su madre, mujer muy piadosa, comenzó a ejercitarse en las virtudes. A la edad de nueve años consagró a Dios su virginidad.


Contra la voluntad de su padre, a la edad de doce años ingresó en el internado de las religiosas de la Congregación de la Madre del Carmen de Koonammavu.


Después de la reorganización de los vicariatos apostólicos, realizada en el año 1896, el 9 de mayo de 1897 las religiosas y las aspirantes del vicariato de Trichur se trasladaron de Koonammavu a Ambazhakkad.


Al día siguiente, Rose recibió el velo y se convirtió en postulante con el nombre de Eufrasia del Sagrado Corazón de Jesús. El 10 de enero de 1898 tomó el hábito en la Congregación de la Madre del Carmen, el primer instituto femenino surgido en la Iglesia siro-malabar: fue fundada el 13 de febrero de 1866 en Koonammavu, en el Estado de Kerala, por el beato Kuriakose Elías Chavara y el padre Leopoldo Beccaro, de la Orden de los Carmelitas Descalzos, entonces delegado carmelita en Kerala, como tercera orden de los Carmelitas Descalzos. Desde el año 1967 es de derecho pontificio.


El 24 de mayo de 1900, con ocasión de la fundación del convento de Santa María en Ollur -distante 5 kilómetros de la ciudad de Trichur-, sor Eufrasia emitió los votos perpetuos. En ese convento vivió durante 48 años.


En 1904 fue nombrada maestra de novicias. Siguió desempeñando este cargo hasta que fue nombrada superiora, en el año 1913.


Por su profundo espíritu de oración la gente la llamaba "madre orante". Alcanzó una unión muy profunda con el Señor, especialmente en la sagrada Eucaristía. Sus hermanas carmelitas la llamaban "sagrario móvil". Pasaba muchas horas ante el sagrario en la capilla del convento, olvidada de sí misma y de todo lo que la rodeaba.


En una carta a su director espiritual expresa la sed que sentía de adorar, amar y consolar a Cristo en la Eucaristía: "Dado que aquí la mayor riqueza, la santa misa, no se celebra a menudo, experimento un gran dolor interior y siento un gran deseo de suplir esa ausencia. Tengo una gran hambre y una gran sed de hacer algo al respecto" (3 de julio de 1902).


Fue una gran apóstol de la Eucaristía. Se esforzaba por hacer que todos amaran, adoraran y consolaran a Jesús en el santísimo Sacramento.


También tenía una devoción especial a Cristo crucificado. Besaba con frecuencia el crucifijo y hablaba interiormente con él, apretándolo contra su pecho. El sufrimiento, la pasión y el dolor de Cristo provocaban un gran dolor en su corazón.


Asimismo, profesaba una filial devoción a la Virgen María, a la que sentía como su verdadera madre. Era especialmente devota del santo rosario. Solía rezar los quince misterios, meditando en la vida de nuestro Señor y de su Madre María.


Llevó una vida muy sencilla y austera, realizando numerosos actos de penitencia y mortificación. Comía una sola vez al día, evitando la carne, el pescado, los huevos y la leche.


Conjugaba perfectamente en su vida la acción y la contemplación. Su amor a Dios se manifestaba en la compasión y el amor a las personas que se dirigían a ella para que las ayudara en sus dificultades económicas o problemas familiares, o para pedirle oraciones a fin de curar de una enfermedad, obtener un empleo o superar un examen. Sabían que ella intercedería ante la Madre de Dios y que sus plegarias siempre eran escuchadas. Era un modelo ejemplar de caridad. La madre Eufrasia, que había ofrecido su vida como sacrificio de amor a Dios, murió el 29 de agosto de 1952.


Fue beatificada el 3 de diciembre de 2006 en la iglesia de San Antonio Forane, en Ollur, archidiócesis de Trichur, por el cardenal Varkey Vithayathil, arzobispo mayor de Ernakulam-Angamaly de los siro-malabares.



2:32 a.m.
Martirologio Romano: En San Sebastián, en España, beata María del Pilar Izquierdo Albero, virgen, que muy probada por la pobreza y por graves enfermedades, sirvió a Dios mostrado una caridad singular en favor de los pobres y afligidos, para cuyo servicio fundó la Obra Misionera de Jesús y María (1945).

Fecha de beatificación: 4 de noviembre de 2001 por S.S. Juan Pablo II.



María Pilar Izquierdo Albero, tercera de cinco hermanos, nació en Zaragoza (España) el 27 de julio de 1906. Sus padres, un matrimonio humilde y pobre de bienes materiales, pero rico en virtudes, inculcaron a la niña el espíritu de piedad, el amor a los pobres y una tierna devoción a la Virgen del Pilar. El 5 de agosto, fiesta de Santa María de las Nieves, llevaron a la pila del bautismo a María Pilar. Más tarde diría ella que ese era el día más grande de su vida, porque en él se hizo hija de la Iglesia.

Desde muy niña brilló en ella un amor exquisito a Dios y a los pobres. Se privaba a veces de su merienda y de sus cosas para ayudar a quien consideraba más necesitado que ella. Como nunca fue a la escuela, no sabía escribir ni casi leer, por eso se consideraría «una tontica» que no sabía más que «sufrir y amar, amar y sufrir».


Pronto provó en propia carne las punzadas del dolor y comprendió el valor redentor del sufrimiento. A la edad de 12 años fue víctima de una enfermedad misteriosa, que ningún médico supo diagnosticar. Después de cuatro años vividos por motivos de salud en Alfamén (Zaragoza), regresó a Zaragoza, donde comenzó a trabajar en una fábrica de calzado, siendo muy querida de todos, por su sencillez, su natural simpatía, su bondad y laboriosidad. Pero, el Señor quería llevarla por otros derroteros y la fue adentrando en el misterio de la Cruz. Y tanto amó María Pilar el sufrimiento que solía decir: «Encuentro en este sufrir un amor tan grande hacia nuestro Jesús, que muero y no muero... porque ese amor es el que me hace vivir».


En 1926, mientras volvía del trabajo, se fracturó la pelvis al caer del tranvía y, en 1929, quedó parapléjica y ciega a causa de multitud de quistes, teniendo que recorrer una vía dolorosa de más de doce años entre los hospitales de Zaragoza y la pobre buhardilla de la calle Cerdán, 24. Esta buhardilla se convirtió, no obstante, en una escuela de espiritualidad y en un remanso de luz, de paz y alegría para cuantos la visitaban, especialmente durante los tres años de la guerra civil española. Allí se oraba, se fomentaba la amistad evangélica y las almas discernían la vocación a la que Dios las llamaba.


En 1936 comienza Mª Pilar a hablar de la «Obra de Jesús» que habría de aparecer en la Iglesia y que tendría como finalidad «Reproducir la vida activa del Señor en la tierra mediante las obras de misericordia». El 8 de diciembre de 1939, fiesta de la Inmaculada, de la cual era devotísima, María Pilar se curó milagrosamente de su parálisis que la había tenido prostrada durante más de 10 años en el lecho. Desaparecieron también los quistes y recobró instantáneamente la vista. Inmediatamente puso en marcha la Obra, trasladándose, junto con varias jóvenes, a Madrid, donde ya había sido aprobada la Fundación con el nombre de «Misioneras de Jesús y María». Pronto se interpusieron los juicios humanos a los planes de Dios y le prohibieron ejercer cualquier apostolado, hasta que en 1942 el Sr. Obispo de Madrid erigió canónicamente la Obra como «Pía Unión de Misioneras de Jesús, María y José».


Pasados dos años de fecundo apostolado entre los pobres, niños y enfermos de los suburbios, Dios la quiso llevar de nuevo por el camino de la Cruz. Se le reprodujeron los quistes del vientre y, a la enfermedad, se unieron los sufrimientos morales con los que Dios suele purificar a las almas que quiere llevar hasta la cima de la perfección. Calumnias, intrigas, incomprensiones desacreditaron su Obra y alejaron de la misma a varias jóvenes que le habían sido siempre fieles. Llegaron hasta tal punto las cosas que María Pilar, aconsejada por el confesor, en noviembre de 1944 tuvo que retirarse de su propia Obra. La siguieron nueve de sus Hijas.


El 9 de diciembre viajó a San Sebastián, último tramo de la subida al Calvario. Durante el viaje, en una noche gélida y por caminos cubiertos de nieve, se fracturó una pierna en un accidente de coche. Un tumor maligno que se manifestó casi contemporáneamente, la hirió de muerte, pero no logró apagar la luz de su fe ni su firme convicción de que la Obra volvería a resurgir. Postrada en el lecho del dolor, abandonada de las criaturas, pudo saborear mejor el cáliz, mientras alentaba a sus Hijas diciéndoles: «Siento dejaros porque os amo mucho, pero desde el cielo os seré más útil. Volveré a la tierra para estar con los que sufren, con los pobres, los enfermos. Cuando más solas estéis más cerca estaré de vosotras».


Murió en San Sebastián, a los 39 años, el 27 de agosto de 1945, ofreciendo su vida por las Hijas que se le habían separado, a quienes recordaba con dolor y con cariño: «Las amo tanto, -decía- que no las puedo olvidar; aunque me pegaran y me arrastraran, quisiera tenerlas aquí. No quiero acordarme del mal que me hacen sino del bien que me hicieron. Bien sabe nuestro amado Jesús que más, mucho más de lo que me hacen sufrir quiero que les dé de cielo».


Sus Hijas, confiadas en las palabras de la Madre, permanecieron unidas bajo la dirección del Padre Daniel Díez García, que la había ayudado y asistido durante los últimos años de su vida. En 1947 llegaron a Logroño y, en mayo de 1948, el Sr. Obispo D. Fidel García Martínez las aprobó canónicamente como Pía Unión bajo el nombre de «Obra Misionera de Jesús y María». En 1961 fueron aprobadas como Congregación de Derecho Diocesano y, en 1981, fueron declaradas de Derecho Pontificio. La Congregación cuenta en la actualidad con 220 religiosas, repartidas en 22 casas por diversos puntos de España, Colombia, Ecuador, Venezuela, Italia y Mozambique.


La fama de santidad de la Venerable Mª Pilar Izquierdo se acrecentó de tal forma que, el Sr. Obispo de Calahorra, La Calzada-Logroño, Mons. Francisco Álvarez Martínez, vio oportuno iniciar la Causa de Beatificación y Canonización. El Proceso diocesano se realizó de 1983 a 1988.


El 18 de diciembre del 2000, S. S. el Papa Juan Pablo II declaró la heroicidad de las virtudes y el 7 de julio del 2001 aprobó el milagro atribuido a su intercesión, lo que culminó con su beatificación realizada el 4 de noviembre de 2001 por S.S. Juan Pablo II.


Reproducido con autorización de Vatican.va



11:52 p.m.
Martirologio Romano: En la ciudad de Usk, en Gales, san David Lewis, presbítero de la Compañía de Jesús y mártir, que, ordenado sacerdote en Roma, celebró ocultamente los sacramentos en su patria durante más de treinta años y prestó ayuda a los pobres, hasta que en el reinado de Carlos II fue ahorcado por ser sacerdote (1679).

Fecha de canonización: Fue beatificado en 1929, por el papa Pío XI. Pablo VI lo canonizó, solemnemente en Roma, el 25 de octubre de 1970, conjuntamente con otros 39 mártires de Inglaterra y Gales.



David nace en Monmouthshire de Gales, en la ciudad de Abergavenny, pero en el año 1616.

Su padre, Morgan Lewis, es protestante o más bien un papista de Iglesia, es decir, católico que frecuenta el culto de la nueva fe. Morgan es el director de Escuela real de la ciudad. Poco antes de morir, se reconcilia con la Iglesia católica.


Su madre, Margaret Prichard, es una católica fervorosa. Los nueve hijos del matrimonio son educados en la antigua fe. Solamente David, el menor de todos, es obligado por su padre a aceptar la nueva religión.


La juventud de David transcurre, casi toda ella, en la pequeña ciudad de Abergavenny. La primera educación la recibe en la Escuela que dirige su padre. Este consigue para David una beca para que pueda continuar los estudios de derecho, en Court Inn, en Londres.


A los diecinueve años, viaja al extranjero en compañía del hijo del conde Savage. En París, permanece tres meses. Allí, el sacerdote jesuita John Talbot lo reconcilia con la antigua Iglesia católica. Poco después, las guerras que azotan a Francia lo hacen regresar a Londres y a su tierra natal.


Dos años después de su regreso a Gales, sus dos padres mueren a causa de la peste de 1638. En el lecho de muerte, Morgan Lewis se reconcilia con la Iglesia católica. David, deseoso de dedicar su vida al estudio y al servicio de Dios, se determina por ingresar al Colegio Inglés de Roma. En este discernimiento lo ayuda su tío jesuita el P. John Prichard, quien es solamente seis años mayor que él y se cuenta en el grupo de sus más íntimos amigos.


El 22 de agosto de 1638 deja, nuevamente, su patria. Parte a Roma con la ayuda económica otorgada por el padre jesuita Charles Gwyne. Se presenta en el Colegio Inglés al día siguiente de su llegada a la ciudad eterna, el día 6 de noviembre. Tiene veintiún años. En el Venerable Colegio Inglés, dirigido por la Compañía de Jesús, David estudia, en los siete años siguientes, los cursos de filosofía y teología, necesarios para su ordenación sacerdotal.


En la Compañía de Jesús


David es ordenado en Roma, en julio de 1642, como sacerdote diocesano. Terminados sus estudios, vuelve a hacer un discernimiento vocacional con los jesuitas, que lo han calificado en los anales del Colegio como "un joven prudente y virtuoso." Es también un buen predicador. Se conserva, en los archivos de la Compañía, un buen sermón en latín que David pronunció en presencia del papa Urbano VIII, en el día del martirio de San Esteban. Ingresa a la Compañía de Jesús sin dificultad. Hace el noviciado en San Andrés del Quirinal. En la misma casa santificada por San Estanislao de Kostka y San Luis Gonzaga.


Después de los votos simples de pobreza, castidad y obediencia, es destinado a la Misión inglesa para una breve experiencia. En Londres, se siente muy realizado y su trabajo es también apreciado por sus compañeros de la Misión. Sin embargo, el P. General lo hace volver a Roma y le señala como misión el ser Padre espiritual en el Colegio Inglés. Esta misión dura solamente un año. David, formalmente, suplica ser destinado a la Misión de Gales. Por lo demás, también los jesuitas de Inglaterra presentan al P. General la conveniencia de que David regrese a Gran Bretaña.


David tiene 32 años cuando llega, en 1648, a su tierra natal de Monmouthshire. Y, ciertamente, no es fácil esa época para un sacerdote misionero. La guerra civil inglesa ha repercutido, desastrosamente, en la situación tan débil de los católicos. Pero David, ignorando los riesgos, desde el casi desconocido Colegio de Cwm comienza a visitar las casas católicas. Viaja de noche, casi siempre a pie, por los pobres caminos y bajo todos los climas. Lo acompaña el sufrimiento de sus dientes, que ha sido su cruz durante años. Su generosidad, para con los más necesitados, le gana el nombre de Tad y Tlodion, es decir: Padre de los pobres. Una de las casas que visita regularmente es la de Thomas Gunter en Abergavenny.


Durante varios años, David vive en Llantarman Abbey, una antigua abadía cisterciense, propiedad de la familia Morgan. Sir Edward Morgan, el teniente gobernador y juez de paz, se las ha arreglado para conservar su fe católica y alojar sacerdotes en su casa. La capilla está bien provista y, con frecuencia, varios centenares de fieles acuden a los servicios religiosos de David. En los informes, que David envía regularmente a los superiores de la Compañía, figuran también otros sitios donde ejerce el ministerio: Monmouth, Usk.


Superior en Cwm


Dos veces, en los treinta años de ministerio en Gales, el P. David Lewis desempeña el cargo de Superior de los jesuitas de Cwm, en el llamado Colegio San Francisco Javier. Desde allí organiza el ministerio de los jesuitas que atienden 33 puestos de misión. En el primer gobierno de David, los jesuitas de Cwm son diecinueve. La existencia de la casa jesuita es conocida por las autoridades y es m s bien tolerada. La presencia del carro, que compra las provisiones, todos los sábados, en el mercado de Monmouth, es por cierto conocida y muy esperada por los vendedores.


En el segundo gobierno de David tiene lugar el complot fraguado por Titus Oates. Las noticias de lo que sucede en Londres, llegan muy pronto a Gales. La detención y el juicio de siete jesuitas ingleses lo obligan a actuar sin demora. Por el consejo de sus jesuitas, y el parecer de los católicos, David decide, con prudencia, dispersar a sus sacerdotes.


El complot fraguado por Oates


Este Titus Oates era hijo de un ministro bautista. Pastor él mismo, se había visto privado de su beneficio por acusación de perjurio y de inmoralidad. Fingió entonces convertirse al catolicismo. Enviado a España al Colegio inglés de Valladolid, había sido expulsado. Ingresó después al Colegio de Saint Omer, en Flandes. Un día los jesuitas, al conocerlo mejor, decidieron que Titus Oates debía abandonar el Seminario.


Titus Oates regresa a Londres a comienzos de julio de 1678. Inmediatamente, trama una acusación contra los jesuitas de Inglaterra. Con juramento, depone ante Sir Edmundbury Godfrey, el magistrado del Consejo privado del reino. Afirma que él ha sido enviado por la Compañía de Jesús, desde Valladolid a Madrid, a solicitar la ayuda del rey católico para la rebelión de los católicos ingleses, el asesinato del rey Carlos II y la restauración, por la fuerza, de la antigua fe. Con estas falsedades, consigue que se arreste al Provincial de Inglaterra, el P. Thomas Whitbread y a otros dos jesuitas.


Poco después, el cadáver del magistrado Godfrey aparece en un foso en Primrose Hill. Las sospechas caen sobre los católicos y se reinicia entonces una dura persecución con arrestos de jesuitas, sacerdotes y seglares.


La búsqueda y prisión


Antes de Navidad, las autoridades galesas llegan con poderes a la vieja casa de campo de los jesuitas de Cwm. La encuentran vacía, a excepción del mayordomo y de algunos sirvientes. La comunidad se ha alejado. Algunos están en casa de católicos amigos. Otros han partido, en ministerio, hacia las montañas y los bosques. Casi todos los moradores de la zona de Cwm tienen casas espaciosas, con varios accesos y lugares secretos, donde pueden ocultarse. En la casa jesuita de Cwm, el juez de paz John Arnold ordena un registro muy prolijo. Descubre un buen número de libros y papeles, también ropa, ornamentos, hostias, campana, crucifijos y reliquias. Encuentra también instrucciones del P. General de la Compañía y catecismos católicos.


La recompensa en dinero, ofrecida por John Arnold, convence a William James para traicionar a David Lewis. El mismo James hace de guía al piquete armado de la justicia. En la madrugada del día domingo 17 de noviembre de 1678, en una casa de Llantarnam, David está casi listo para empezar la misa. Con violencia es detenido y, como pruebas, se llevan también los vasos sagrados y ornamentos. La comitiva sale en dirección a Monmouth. A media jornada, se detiene, en Llanfoist, donde espera el juez de paz. A las dos de la tarde, montado en un caballo y custodiado por doce hombres armados, es conducido a Abergavenny. Por ser domingo, las calles de su ciudad natal están llenas de gente que lo ve pasar.


En Abergavenny, ante John Arnold, el juez de paz, David es acusado de ser sacerdote. El traidor William James jura que él lo ha visto celebrar misa más de veinte veces. Cuando el juez le pregunta por su participación en el complot de Titus Oates, David niega, con juramento, su conexión. Pero John Arnold, molesto, anota que a un católico no se le pueden creer los juramentos.


En la prisión de Monmouth, David permanece dos meses. Le dan una celda amplia, por la cual un amigo cancela catorce libras por semana. Tiene fuego, sábanas y velas. También puede recibir visitantes. Se conserva una carta de David: "Me tuvieron prisionero con estrictez, encerrado de noche y vigilado en el día, aunque algunos amigos pudieron visitarme acompañados por un guardia". En el mes de enero de 1679, se decide el traslado a la prisión de Usk. El día 13, un día extremadamente frío, la comitiva viaja a caballo.


En la prisión de Usk, llamada la Casa de la Corrección, está concentrado el mayor número de católicos galeses que han rechazado prestar los juramentos de Supremacía y de Fidelidad. La primera tarea de David es atender a esos hombres y mujeres que están siendo testigos de su fe. Todos están a la espera del inicio del próximo período judicial que decidirá sus vidas.


El juicio


La Judicatura de primavera se inicia en Usk el 28 de marzo de 1679, presidida por los jueces: Sir Robert Atkins, John Arnold y Henry Probert. Esa tarde, el P. David Lewis es acusado por el cargo de ser sacerdote. No se hace mención alguna de la complicidad en el complot de Titus Oates. Al día siguiente, en la sesión de las diez de la mañana, el P. Lewis aboga por un veredicto de no culpable. Se convoca a un jurado, ante cuyos miembros el acusado puede presentar razones. El sheriff James Herbert ha seleccionado a hombres honestos y no parece probable que ellos estén inclinados en favor de Lewis. Sin embargo, John Arnold objeta a un número considerable de ellos, por considerarlos sospechosos de ser católicos o amigos del acusado.


El sheriff, indignado, reclama, pues se quiere nombrar a personas no imparciales. Ese desahogo del sheriff ocasiona una reprimenda de Sir Atkins. Al fin el jurado queda conformado por hombres nombrados por John Arnold. El primer testigo convocado es William Price, quien había sido católico durante dieciocho años y ahora es protestante. Él afirma haber recibido los sacramentos de manos de David Lewis, durante diecinueve meses. El siguiente testigo es Dorothy James, la esposa de William James. Ella afirma que no solamente lo ha visto celebrar misa, sino también administrar los sacramentos de la Eucaristía y Penitencia, bendecir matrimonios, bautizar y ungir con óleo. Agrega que Lewis la engañó, pidiéndole ocho libras para rescatar del Purgatorio el alma de su padre.


Después de escucharla, David Lewis contesta, con vehemencia, que él jamás ha recibido un penique, ni de ella ni de su marido. La risa de Dorothy James, al ser preguntada si tiene algo que agregar, molesta a Atkins. El testimonio de William James es más breve. Solamente señala que el acusado ha dicho misa y ha administrado muchas veces los sacramentos. El testigo Myane Trott dice las mismas cosas.


Sir Robert Atkins, queriendo mostrar imparcialidad, convoca a otros testigos. Roger Seyes, quien estuvo presente en el arresto de Lewis, afirma que él jamás lo ha visto celebrar misa. El testigo John James contesta con evasivas. Sir Robert le habla con dureza: "¿Qué pasa, está Ud. acaso muerto o tiene miedo de ser azotado? Míreme y hable". Por fin, la única información que entrega John James es que el P. Lewis celebró misa en el día de su matrimonio.


Catherine Thomas, al ser interrogada, se niega a dar respuesta: "No dirá nada, hagan de mí lo que quieran". John Arnold insiste en que un hombre llamado Cornelio sea traído a la corte, pues éste ha sido seminarista y conoce bien a Lewis. Al interrogarlo, Cornelio dice que él es un hombre ignorante, apenas un criado del P. Lewis, que no sabe qué es la misa, aunque confiesa ser católico.


Terminados los testimonios, David, con notable calma y habilidad, inicia su propia defensa. Basa su argumento en que ninguno de los testigos ha podido probar el cargo que se le imputa, es decir, que haya sido ordenado sacerdote católico en el continente. "Si no hay ordenación, no soy sacerdote, y sin sacerdocio, no puedo decir misa". Sir Robert Atkins se exaspera, con las palabras de Lewis: "¿Qué es lo que Ud. pretende? ¿Quiere, acaso, que nosotros vayamos a buscar en los registros romanos, o que convoquemos a personas que hubieran estado presente en el día de su ordenación?. El que celebra Misa, comete traición".


Atkins determina que la evidencia presentada es más que suficiente para asegurar un veredicto de culpabilidad. Lewis arguye que, a pesar de lo que hayan dicho los testigos, primero se debe probar su ordenación sacerdotal. Si no consta que sea sacerdote, de ninguna manera él puede decir misas válidas. El que digan que lo han visto celebrar misas no es prueba de su ordenación. Además, él declara que jamás ha visto al señor William Price. Respecto a Mayne Trott, dice conocerlo porque su mujer es su pariente, que vive de la caridad, y que es probable que haya sido inducido a dar un falso testimonio.


David afirma, también, que los testimonios de la familia James son abiertamente sectarios. Dorothy James ha jurado que ella no va a descansar hasta "lavar sus manos en su sangre y hacer porridge con su cabeza". Aunque estas palabras son confirmadas por cuatro testigos, el Juez decide no considerarlas.


La condena


El jurado se reúne y emite, casi de inmediato, el veredicto de culpabilidad. David es obligado a escuchar los detalles enumerados y a inclinar la cabeza ante la sentencia de condenación a muerte. "Ud. será conducido desde este sitio a la cárcel de donde vino. Será colocado en una carreta y llevado al lugar de ejecución. Será ahorcado. Se le bajará antes de morir. Su cuerpo será desgarrado y se sacarán las entrañas. Se le cortarán las manos y los pies y se quemarán ante sus ojos. Dios tenga misericordia de su alma". Varios otros prisioneros católicos son juzgados, juntamente con David, en el mismo juicio. Casi todos son encontrados culpables, pero en la sentencia son exonerados. Solamente David es condenado.


En el mes de abril, David es enviado a Londres, con otros sacerdotes, para nuevos interrogatorios. El día 9 de mayo, fecha del martirio del benedictino Thomas Pickering, David pasa por Tyburn, el lugar de ejecución, en su camino a Newgate, su nueva prisión. De las tres cárceles de Londres, Newgate es sin duda la más odiosa. Est considerada como la antesala de la muerte en Tyburn. Allí encuentra a sus amigos jesuitas, ya condenados, que esperan el cumplimiento de sus condenas a muerte. Ellos son los futuros Beatos: Thomas Whitbread, el provincial, John Fenwisk, John Gavan, William Harcourt y Anthony Turner.


En Newgate, a David Lewis se le ofrece un trato: la vida y dinero, si acepta la nueva fe y declara los detalles acerca del complot de Oates. "Dar detalles del complot me es imposible, porque no sé nada de él. Aceptar la nueva fe es ir contra mi conciencia".


El 9 de junio, es llevado nuevamente a Usk. Con audacia, los amigos dan innumerables pasos para postergar la ejecución de la sentencia. El mismo sheriff, James Herbert, la dilata tres meses, con la esperanza de que el rey, que no cree en el "complot papista", ordene el indulto. En un momento hasta el mismo David llega a pensar que va a ser puesto en libertad.


Las visitas de los amigos y de católicos van creciendo con los días. Varios reciben, de David Lewis, los sacramentos. John Arnold acusa de negligencia a los carceleros. El sheriff es reprendido por descuidar su deber. David dedica, esos tres últimos meses de su vida, a confirmar a sus amigos, a los católicos, y a llamar a muchos a que regresen a la fe.


Por fin, el 27 de agosto de 1679, se ejecuta la condena de muerte. Nadie, en Usk, es conseguido como verdugo. El día anterior, todos los carpinteros de la ciudad han salido, misteriosamente, con sus herramientas. Después de mucho buscar, un herrero convicto se presta a ser verdugo, a cambio de su libertad y por doce coronas. El prisionero es conducido desde la prisión de Bridge Street, en una carreta, hasta la plaza de Usk. Como esa ejecución no es aceptada por la mayoría, una gran multitud se congrega en el lugar. El P. David Lewis, jesuita de 63 años, es demasiado conocido y, por su larga vida sacerdotal, respetado por todos. Sus parientes est n en todas partes y, por cierto, asisten conmovidos. Su proverbial caridad es recordada, con respeto, aun por los no católicos.


La última prédica


David ha tenido largo tiempo para preparar el último sermón. "Aquí hay una gran multitud. Quiera el Señor salvar el alma de todos. Yo creo que Uds. están aquí para asistir a la muerte de este compatriota, pero también para oír sus últimas palabras. Mi religión es la católica romana, en ella he vivido más de cuarenta años. En ella, hoy, muero y lo hago con firmeza. Aunque me ofrecieran todas las cosas del mundo, no renunciaría a ella. Nadie podría remover de mi fe católica romana una brizna de mi cabello. Yo soy un católico romano.


Soy un sacerdote. Soy un sacerdote católico romano perteneciente a la Compañía de Jesús. Bendigo a Dios, porque me ha llamado a esta vocación. He sido condenado por decir Misas, por oír confesiones y administrar los sacramentos. Decir la Misa es la más antigua y alabada liturgia de la santa Iglesia. Todo lo que he hecho est relacionado con mi religión. Yo muero, por lo tanto, por mi religión católica".


Poco después, David se dirige a los católicos: "Queridos amigos, entréguense a Dios, honren al rey, permanezcan firmes en la fe, confiesen los pecados, frecuenten los sacramentos de la santa Iglesia, sufran con paciencia las aflicciones y las persecuciones, perdonen a los enemigos".


Después, exhorta a todos a unirse en oración y, con unción y mucha fuerza, los católicos van repitiendo sus palabras:



"Soberano Señor,

Padre eterno que estás en el cielo,

Creador de todo,

Conservador de todo,

único Autor de la gracia y la gloria,

yo me postro ante Ti y te adoro.

Hijo de Dios encarnado,

Dios verdadero,

Tú fundaste la Iglesia en esta tierra con tu Sangre y la hiciste

Una, Santa, Católica y Apostólica

hasta el final de los tiempos.

Todo lo que la Iglesia sostiene de Ti, es revelación tuya.

Lo que ella enseña y manda creer, yo lo creo enteramente.

Santo Espíritu de Dios,

que haces que el sol brille sobre buenos y malos,

que la lluvia caiga sobre justos y pecadores,

yo te alabo y agradezco las innumerables gracias que me has otorgado,

a mí tu indigno siervo, en los años que he vivido en la tierra.

Oh santa Trinidad, tres Personas y un solo Dios,

desde lo más íntimo de mi corazón,

me arrepiento de haberte ofendido.

Ten misericordia de mí.

Por los méritos de mi Redentor espero la salvación.

La gracia de Nuestro Señor Jesucristo,

el amor de Dios

y la comunión del Espíritu Santo,

estén con todos Uds.

Amén.




La paz de Dios, que va más allá de todo entendimiento, guarde el corazón y la inteligencia de Uds. en el conocimiento del amor de Dios y de su Hijo Nuestro Señor. Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, est‚ con todos Uds. y permanezca para siempre. Amén. Dulce Jesús, recibe mi alma"

Cuando termina su oración, David dice que est listo para morir. En el foso excavado han puesto un piso alto. David sube, con la cuerda en el cuello. El piso es removido y David queda suspendido en la horca. Antes de que terminen los estertores, es bajado. Le sacan las entrañas, pero no es descuartizado, por orden del sheriff, que no desea exasperar a los presentes.


Un año después, John Giles, la principal autoridad de Usk, obtiene la revisión del juicio condenatorio de David. Se condena a John Arnold por haber sido injusto.


El cuerpo de David es sepultado con honores en el patio de la parroquia. El sheriff no asiste pero envía a un subalterno. Los católicos acuden de todo Gales.


En la tumba se pone un epitafio: "Aquí yace David Lewis, condenado por ser jesuita y sacerdote. Fue ejecutado el 27 de agosto de 1679".


¡Felicidades a quien lleve este nombre!