01/05/16

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Por: . | Fuente: Santiebeati.it

Abad

Martirologio Romano: En Würzburg, ciudad de Franconia (hoy Alemania), beato Macario, abad, que fue el primer superior del monasterio de los Escoceses de esta ciudad (1153)
Benedictino desde muy joven, viajó desde Escocia a Alemania, junto con sus compañeros Cristiano y Eugenio, por el año 1138 aproximadamente. Según Zimmermann, fue prior del monasterio de Santiago en Ratisbona y de allí el abad Dermizio (Dermitius) lo envió a Würzburg junto con once monjes. Está registrado que el obispo Embrico (1125-46) consagró en 1139 a Macario como primer abad del monasterio escosés de San Santiago, fundado recientemente en Würzburg. Las fuentes resaltan su erudición, vida ascética y describen milagros realizados por él. Murió en 1153: el aniversario de su muerte de acuerdo a Zimmermann es el 6 de enero, aunque se conoce que en algunos lugares de la diócesis de Würzburg es celebrado en otras fechas (23 o 24 de enero y 19 de diciembre).

Durante la Edad Media, por mucho tiempo, la tumba del beato estaba olvidada; en 1614 se descubrieron sus reliquias y solemnemente fueron depositadas en una urna, al año siguiente, Macario resultó objeto de gran devoción popular: se lo invocaba especialmente para las enfermedades con fiebres altas. Se dice que en junto a su tumba han ocurrido veintiocho curaciones milagrosas. En 1731 se fundó en su honor la «Hermandad de Macario», enriquecida con indulgencias, que dejó de existir después de la Segunda Guerra Mundial. En 1823 se realizó el traslado de las reliquias, desde el monasterio, secularizado en 1803, a la capilla de la Virgen, misma que en 1945 fue destruida y que actualmente se encuentra ya reconstruida.

En el Breve Apostólico de 1734 a la Hermandad y en otros testimonios, a Macario se lo llama "santo".

responsable de la traducción: Xavier Villalta


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Por: José Ma. Pou y Martí | Fuente: Franciscanos.org

Religiioso Franciscano

Martirologio Romano: En Roma, san Carlos de Sezze, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, el cual desde la infancia se vio obligado a ganar el pan cotidiano, e invitaba a sus compañeros a imitar a Cristo y a los santos. Vestido con el sayal franciscano, se entregaba largamente a la adoración del santísimo Sacramento del Altar (1670).

Fecha de canonización: 12 de abril de 1959 por el Papa Juan XXIII.

Algunos escritores modernos han llamado la atención de los teólogos místicos hacia este lego franciscano, antes casi desconocido a causa de quedar todavía inéditos en su mayor parte sus numerosos escritos, que son cuarenta entre tratados y cartas; solamente seis, y no ciertamente los más importantes, merecieron el honor de la imprenta.

Nació este santo varón en Sezze, hermosa villa de la provincia romana, el 22 de octubre de 1613, de padres muy pobres de bienes temporales pero muy ricos de virtudes, los cuales le procuraron únicamente la instrucción elemental, que bien pronto tuvo que interrumpir para dedicarse a la guarda de las ovejas, lo cual empero sirvióle admirablemente, como a otro Pascual Bailón, para el ejercicio de la oración y la lectura de libritos piadosos. Visitaba con frecuencia la iglesia de los Frailes Menores, no muy lejana de su casa, y al contemplar en ella los toscos cuadros de los beatos (hoy canonizados) Salvador de Horta y Pascual Bailón, legos españoles de la expresada Orden, sentía tal entusiasmo que, como escribió después, exclamaba: «Si yo llego a entrar en esta religión imitaré a estos santos: pasaré las noches en la iglesia y haré asperísima penitencia».

Cayó luego en muy grave enfermedad, la cual fue causa decisiva de su vocación religiosa, de modo que a los diecisiete años de edad pidió licencia para entrar entre los religiosos franciscanos de la provincia de Roma en el estado laical, lo cual consiguió después de larga y dura prueba, siendo enviado al convento de Nazzaro, donde vistió el pobre sayal de San Francisco el día 18 de mayo de 1635, empezando luego el noviciado. Pasado el año de probación entre rigurosos ejercicios de penitencia y grandes tribulaciones espirituales, algunos religiosos profesos estaban perplejos en permitirle o negarle la licencia para pronunciar los tres votos perpetuos, dudando que pudiese sostener el peso de la vida regular. En esta lamentable situación acudió el devoto joven a la Virgen Santísima, de quien había recibido ya tantísimos favores; esta clementísima Madre vino sin tardar en su auxilio, de modo que, desapareciendo aquellos temores, pudo el día 19 de mayo de 1636 consagrarse por siempre al Señor, cambiando el nombre de Juan Carlos por el de Carlos de Sezze.

La vida del fervoroso lego después de su profesión fue bastante sencilla, residiendo sucesivamente en los conventos de Morlupo, Ponticelli, Palestrina, Carpineto (patria del futuro papa León XIII), San Pedro in Montorio de Roma (en gran parte edificado por los Reyes Católicos Fernando e Isabel) y San Francisco a Ripa, que conserva el recuerdo de la habitación de San Francisco y donde Carlos de Sezze falleció santamente el día 6 de enero de 1670. Morando en Morlupo tuvo una tremenda visión que lo alentó en el progreso de la vida contemplativa; en Ponticelli dióse enteramente al ejercicio que llamaba «la confianza en Dios» o la pequeñez espiritual, a guisa de un niño descansando en el regazo de su madre y que tanto recomienda el Santo en sus escritos. Bien pronto le cautivó otro ejercicio saludable: rogar todos los días por la propagación de la fe en los países paganos, deseando además derramar en ellos la sangre por Cristo, y al efecto pidió y obtuvo partir como misionero para las Indias de patronato portugués; pero al ir para allá le sobrevino una grave enfermedad, por lo cual fue trasladado a la enfermería de San Francisco a Ripa, llorando amargamente porque no podía acompañar a los que salían destinados a aquellas misiones.

En aquel tiempo la provincia romana abrió un convento de retiro en Castelgandolfo, donde los religiosos vivían con extraordinaria austeridad, muy semejante a la de los antiguos anacoretas; allí acudió nuestro Carlos con permiso de los superiores; pero por lo visto el sitio no era muy sano, así es que poco después, esto es, en 1643, hubo que cerrar aquel convento a causa de las enfermedades contraídas por algunos religiosos; por lo cual el siervo de Dios fue trasladado a Carpineto, donde pudo dar pruebas de su heroica caridad durante la terrible epidemia que devastó aquella región. Viósele muchas veces asistiendo a los pobres apestados más peligrosos, sin cuidarse de su propia salud y también cargando sobre sus espaldas a los muertos para darles cristiana sepultura. Dios permitió que, en vez de premio por tanta abnegación y sacrificio, recibiese una pública reprensión y fuese trasladado al convento romano de San Pedro in Montorio para encargarse del oficio de sacristán y, más tarde, del de cuestor de limosnas en la misma capital. Ejercitando este último humilde servicio recibió de Jesús Sacramentado el más estupendo prodigio de su vida, que le mereció el título de «Serafín de la Eucaristía», pues que entrando una mañana en la iglesia de San José «de Capo de Case», situada cerca de la actual plaza de España, y oyendo allí en compañía de algunos fieles y todo absorto en el amor de Jesús el santo sacrificio de la misa, al llegar el acto de la elevación un rayo luminoso partió de la hostia sagrada hiriendo el costado del Santo hasta penetrar su corazón –cuya señal se observa todavía actualmente–, con lo cual cayó el extático lego en un admirable deliquio de amor y dolor, como él mismo refiere en su autobiografía. Desde este momento la vida de fray Carlos fue eminentemente eucarística, de modo que frecuentemente, después de la santa comunión, experimentaba largos coloquios e íntimas comunicaciones con Jesús, a quien tanto recreaba el fervor y sencillez columbina de su siervo.

Este fidelísimo hijo del «Pobrecillo de Asís» fue decorado con el don de milagros: numerosísimos enfermos recobraron la salud mediante las oraciones que por ellos elevaba al Señor, a la Virgen Santísima y al entonces Beato Salvador de Horta, taumaturgo catalán, cuya devoción habían propagado por Italia los franciscanos de Cerdeña, en cuya capital había fallecido en 1567, y en este mismo tiempo trabajaba en Roma para su canonización el Beato Buenaventura de Barcelona, lego también fallecido igualmente como su compatriota en tierras italianas. El mismo Carlos de Sezze refiere difusamente unos veinte milagros obrados por él mediante una reliquia del prodigioso franciscano de Horta, que llevaba siempre consigo. Estos milagros, lo mismo que sus excelsas virtudes y maravillosas profecías, hicieron popular en el Lacio el nombre de fray Carlos, de modo que hasta algunos cardenales y papas lo colmaron de obsequios. Predijo el honor del Papado a los purpurados Chigi (Alejandro VII), Rospigliosi (Clemente IX), Alfieri (Clemente X) y Albani (Clemente XI); otros pontífices lo invitaron no pocas veces a su corte para aprovecharse de sus sobrenaturales consejos y espiritual doctrina.

Maravilla causa ver en Carlos de Sezze, que solamente había aprendido a leer y escribir, una doctrina mística tan sublime, que algunos escritores modernos la comparan a la de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz, proclamándolo uno de los mejores autores de la misma disciplina en el siglo XVII, dotado ciertamente de ciencia infusa. Es verdaderamente un escritor fecundo. No se han conservado todas sus obras, pues sabemos que estando en Carpineto su confesor le mandó quemar un libro de meditaciones, lo cual ejecutó sin resistencia alguna, y otro confesor suyo, el padre Antonio de Aquila, el cual nos ha dado la primera lista de los mismos escritos, asegura que había otros ya entonces perdidos. De todos modos, los que existen actualmente dan derecho a proclamar a San Carlos autor espiritual de grande fecundidad y seguro magisterio.

Entre sus obras, estudiadas recientemente con utilísimos detalles por el docto padre Jaime Heerinckz, descuellan por su importancia: Le tre Vie, tratado sobre la vía purgativa, iluminativa y unitiva; Cammino interno dell´anima; Discorsi sopra la vita di N. Signor Gesù Cristo; Sacro Settenario, que, según dice el mismo autor, la seráfica madre Santa Teresa de Jesús se lo dictó textualmente; finalmente la obra más extensa y de mayores vuelos: Le grandezze della misericordia di Dio in un anima diulata dalla grazia divina, que es su autobiografía, compuesta por inspiración divina y por mandato de su confesor. El Santo trabajó en esta última obra desde 1661 hasta 1665, mientras residía en el convento romano de San Pedro in Montorio. Describe en ella su propia vida y sobre todo las gracias que había recibido del Altísimo desde su infancia a la edad de cincuenta y dos años. El libro está dividido en siete partes y en ciento doce capítulos, su materia está saturada de preciosas ideas y descripciones importantes no solamente por lo que se refiere a la vida del autor, sino también y principalmente por la multitud de fenómenos místicos y muy extraordinarios, en esta voluminosa obra descritos, y que pueden ser utilísimos a los cultivadores de la ciencia mística.

La doctrina espiritual de este siervo de Dios es siempre sólida y sustancial; y a pesar de que su autor no pudo dedicarse a estudios de alta teología, trata de ella de una manera maravillosa, describiendo sapientemente los grados más elevados de la mística católica, de modo que en este sujeto verificóse de nuevo la verdad de la sentencia evangélica según la cual el Señor esconde los misterios divinos a los sabios del mundo y los revela a los párvulos de espíritu.

Murió el Santo en el convento romano de San Francisco a Ripa en la fiesta de los Reyes de 1760, después de pocos días de enfermedad, durante la cual recibió, arrodillado en el suelo, el divino Viático, confortado con una celestial visión del Salvador, de la Virgen Santísima y de muchos ángeles. El papa León XIII lo elevó a los primeros honores de los altares en 1882 y Juan XXIII lo canonizó en el año 1959 juntamente con la barcelonesa Joaquina Vedruna de Más, fundadora de las Carmelitas de la Caridad.

Su sepulcro se venera en la iglesia franciscana de San Francisco a Ripa, pero el corazón incorrupto, con la señal de la cruz impresa en el acto del prodigio eucarístico referido, se conserva en la capilla del convento llamada de San Francisco.

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Por: . | Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01

Mártires

Martirologio Romano: En Antinoe, de la Tebaida (hoy Egipto), santos Julián y Basilisa, mártires (s. IV).

Etimología: Julián = Aquel que pertenece a la familia Julia, es de origen latino.

Basilisa = aquella que reina, es de origen griego.

Nació san Julián en Antioquía, de padres cristianos, a fines del siglo tercero.

Habiéndose desposado con una honestísima doncella llamada Basilisa, guardaron los dos, de común acuerdo, perfectísima continencia. Porque el mismo día de la boda, a la que había concurrido la nobleza de la ciudad, estando los desposados en su tálamo, se sintió en el aposento un olor suavísimo de rosas y azucenas. Quedó maravillada Basilisa de aquella extraordinaria fragancia y preguntó a su esposo, qué olor era aquel que sentía y de dónde venía, porque no era tiempo de flores. Respondió Julián: El olor suavísimo que sientes es de Cristo, amador de la castidad, la cual yo de su parte te prometo, como le he prometido a Jesucristo, si tú consintieres conmigo y le ofrecieres también tu virginidad. Respondió Basilisa que ninguna cosa le era más agradable que imitar su ejemplo.

Poco después llevó el Señor para sí a los padres de Julián y Basilisa, dejándolos herederos de sus haciendas riquísimas; y ellos comenzaron luego a gastarlas con larga mano en socorrer a los pobres.

Consagróse él a instruir en la religión cristiana a los hombres y ella a las mujeres en diversa casa. Arreciaban por este tiempo las persecuciones de Diocleciano y Maximiano, pero Basilisa pudo librarse de ellas, y acabó su vida santa y preciosa de muerte natural.

Su marido Julián fue quien alcanzó la palma de un glorioso martirio.

El bárbaro gobernador Marciano mandó prender al santo y abrasar su casa y a Julián le pasearon por la ciudad cargado de cadenas, y precedido de un pregonero que decía: Así se han de tratar a los enemigos de los dioses y despreciadores de las leyes imperiales. Encerráronle después en oscuro y hediondo calabozo, a donde fueron a visitarle siete caballeros cristianos, que, con un sacerdote llamado Antonio, lograron ser compañeros de su martirio.

Llegado el día de la ejecución, mientras el gobernador, sentado en público tribunal, interrogaba a Julián, acertaron a pasar por allí unos gentiles, que llevaban a enterrar a un difunto.

En tono de mofa le dijeron que resucitase al muerto. Entonces Julián, en nombre de Jesucristo, le resucitó lo cual llenó a todos de grande espanto, y más, cuando oyeron que aquel. hombre resucitado, públicamente confesaba a Jesucristo.

Atribuyó el gobernador tan estupendo suceso a la poderosa magia de Julián, y condenó al resucitado a los mismos suplicios. Encerráronles a todos en unas cubas encendidas, mas los condenados salieron de ellas sin la menor lesión; arrojáronles después a las fieras del anfiteatro, y las fieras no osaron hacerles daño alguno. Finalmente, avergonzado el cruel tirano, les hizo degollar, y así entregaron en este día sus almas purísimas al Creador.

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Solemnidad de la Epifanía del Señor, en la que se recuerdan tres manifestaciones del gran Dios y Señor nuestro Jesucristo: en Belén, Jesús niño, al ser adorado por los magos; en el Jordán, bautizado por Juan, al ser ungido por el Espíritu Santo y reconocido como Hijo por Dios Padre; y en Caná de Galilea, al hacer patente su gloria transformando el agua en vino en las bodas.

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En Fiesole, ciudad de la Toscana (hoy Italia), san Andrés Corsini, obispo, de la Orden de los Carmelitas, que se distinguió por su austeridad y por la asidua meditación de la Sagrada Escritura. Rigió sabiamente la Iglesia que se le había encomendado, repobló los conventos vaciados por la peste, prestó auxilio a los pobres y reconcilió a los disidentes.

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En Roma, san Carlos de Seze, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, el cual desde la infancia se vio obligado a ganar el pan cotidiano, e invitaba a sus compañeros a imitar a Cristo y a los santos. Vestido con el sayal franciscano, se entregaba largamente a la adoración del santísimo Sacramento del Altar.