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Obispo


Martirologio Romano: En Tours de Neustria, actualmente en Francia, san Gregorio, obispo, sucesor de san Eufronio, que escribió en lenguaje claro y sencillo la historia de los francos. ( 594)


El más conocido de los obispos de la antigua diócesis de Tours, después de san Martín, fue Jorge Florencio, quien más tarde tomó el nombre de Gregorio.

Nació el año 538, en Clermont-Ferrand. Pertenecía a una distinguida familia de Auvernia, pues era biznieto de san Gregorio de Langres y sobrino de san Galo de Clermont, a cuyo cuidado se le confió cuando quedó huérfano de padre.


Galo murió cuando Gregorio tenía diecisiete años. El joven salió con bien de una peligrosa enfermedad y decidió consagrarse al servicio de Dios. Desde entonces, empezó a estudiar la Sagrada Escritura bajo la dirección de san Avito I, en Clermont, donde recibió la ordenación sacerdotal.


El año 573, por deseo del rey Sigeberto I y de todo el pueblo de Tours, fue elegido para suceder en el gobierno de la sede a san Eufronio.


Era aquella una época muy turbulenta en toda la Galia y particularmente en Tours. Al cabo de tres años de guerra, a partir de la elección de san Gregorio, la ciudad cayó en manos del rey Chilperico, quien no tenía ninguna simpatía por el obispo, de manera que éste debió enfrentarse a un enemigo poderoso.


En abierta oposición al mandato de la madrastra de Meroveo -hijo de Chilperico- san Gregorio le dio asilo en el santuario y, además, tuvo el valor de apoyar a san Pretextato de Rouen, a quien Chilperico convocó a juicio por haber bendecido el matrimonio de Meroveo con Brunilda, su tía política. Poco después, Gregorio intervino en la confiscación de las tierras del condado de Tours, que estaban en posesión de un hombre indigno llamado Leudastio. Éste le acusó de deslealtad política ante el rey, y de haber calumniado a la reina Fredegunda. San Gregorio compareció ante un concilio, pero la sinceridad con que juró que era inocente y la dignidad de su conducta, movieron a los obispos a ponerle en libertad y a castigar a Leudastio por su falso testimonio.


Chilperico, como tantos otros monarcas de su tiempo, se creía teólogo. En este punto, san Gregorio tuvo también conflictos con él, porque no podía disimular que Chilperico era un mal teólogo y que la forma como expresaba sus ideas era aún peor. Chilperico murió el año 584. Tours cayó primero en manos de Guntramo de Borgoña y después en las de Childeberto II; ambos soberanos trataron amistosamente a Gregorio, quien pudo dedicarse tranquilamente a escribir y a administrar su diócesis.


Bajo el gobierno de san Gregorio, la fe y las buenas obras aumentaron en Tours. El santo reconstruyó su catedral, así como otras iglesias, y supo atraer a la fe y a la unidad a muchos herejes, a pesar de que no era un gran teólogo. San Odón de Cluny alaba su humildad, su celo por la religión y su caridad para con todos, especialmente para con sus enemigos. Se le atribuyeron en vida varios milagros, que él atribuía a su vez a la intercesión de san Martín y otros santos, cuyas reliquias llevaba siempre consigo.


Aunque san Gregorio fue uno de los obispos merovingios más activos, actualmente se le recuerda sobre todo como historiador y hagiógrafo. Su «Historia de los francos» es una de las fuentes principales de la historia primitiva de la monarquía francesa, que nos proporciona muchos datos sobre su autor. Menos valiosas desde el punto de vista histórico son otras obras suyas, como los tratados «Sobre la gloria de los mártires» y sobre otros santos, «Sobre la gloria de los confesores» y «Sobre las vidas de las Padres». Según la costumbre de su tiempo, el santo narra en extenso los milagros y otros hechos maravillosos y, sólo de vez en cuando, deja ver su espíritu crítico. En este sentido, el juicio de Alban Butler es muy moderado: «En sus nutridas colecciones de milagros, dice Butler, parece dar crédito a las leyendas populares con demasiada frecuencia».


VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965

Autor: Alban Butler (†)

Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.

Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.



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Por: P. Felipe Santos | Fuente:



Iconógrafo


Martirologio Romano: En Constantinopla, san Lázaro, monje, nacido en Armenia, que insigne en la pintura artística de imágenes sagradas, al negarse a destruir sus obras por orden del emperador iconoclasta Teófilo, fue atormentado con crueles suplicios, pero después, apaciguadas las controversias sobre el debido culto a las imágenes, el emperador Miguel III le envió a Roma para afianzar la concordia y unidad de toda la Iglesia (c. 867).


Etimológicamente significa “ ayuda de Dios”. Viene de la lengua hebrea.

Nació en el seno de una familia pagana en Georgia, al lado del monte Cáucaso.

Apenas cumplió la edad necesaria, salió de casa para irse a Constantinopla, centro cultural y religioso de aquellos tiempos.


Fue en esta gran ciudad en donde abrazó la fe cristiana. Y lo hizo en uno de los monasterios más fervorosos de cuantos visitó por aquellos sitios.


Eran los años en los que se había desencadenado una guerra terrible contra las imágenes. Provenía esta contienda de los iconoclastas, es decir, de gente que no podía ver las imágenes.


De ordinario, uno de los trabajos a los que acostumbraban a dedicarse los monjes, era la pintura de imágenes. No daban abasto para restituir las imágenes que destrozaban en los templos.


Los mismos emperadores publicaban edictos en los que condenaban la pintura de imágenes del Señor y de la Virgen o de los santos.


Los monjes seguían pintando sin hacer caso a los edictos. Lázaro era un buen monje y un mejor pintor.

De hecho, Teófilo, sucedió en el trono a su padre Miguel, año 829. Volvió a promulgar un edicto condenando a pena de muerte a quien pintara imágenes.


Se enteró de que Lázaro pintaba muchas y bien. Entonces lo mandó prender. Le dieron tal paliza que lo dieron por muerto.


La emperatriz Teodora, que era cristiana, fue a ver a Lázaro con la intención de esconderlo en la iglesia de san Juan.


Aquí se restableció de la paliza y comenzó a pintar de nuevo, empezando por la figura del Precursor de Jesús.


Cuando Teófilo murió, la emperatriz y su hijo Miguel III restablecieron el culto a las imágenes. Dados los méritos de Lázaro, lo enviaron a Roma como embajador. Murió en esta ciudad en el año 855.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



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Nace en Belmonte, España, el día 14 de septiembre de 1596. Sus padres, Alonso del Castillo y María Rodríguez se cuentan entre las personas importantes y adineradas de la ciudad. Una semana después recibe el sacramento del bautismo en la Colegiata de la villa. Por ser el primogénito recibe el nombre del abuelo paterno.

Después de él, los padres tienen nueve hijos. Sus hermanas Juana, Jerónima y Jacinta ingresan como religiosas de clausura en el convento de las Concepcionistas franciscanas de Belmonte. Don Alonso, el padre, es el Corregidor de la villa.


Los padres de Juan se esmeran por formarlo muy cristianamente. Desde joven estudia en el Colegio de la Compañía de Jesús en su ciudad natal.


El Colegio ha sido fundado por san Francisco de Borja. "El Señor sea servido de poner gente de la Compañía, porque tengo particular esperanza de Belmonte". El Colegio tiene m s de cuatrocientos alumnos, no sólo del pueblo, sino también de los lugares de la comarca.


Uno de los maestros de Juan es el P. Diego de Boroa quien va a ser más tarde su compañero de misión en las Reducciones paraguayas.


En el Colegio conoce y lee con gusto las cartas de San Francisco Javier, el gran apóstol de la Compañía de Jesús. A través de esas cartas y bajo la dirección de los jesuitas hace su discernimiento vocacional.


Después estudia derecho en la Universidad de Alcalá, un año, para dar gusto a sus padres.


El 21 de marzo de 1614 ingresa a la Compañía de Jesús, en el Noviciado de Madrid. El P. Boroa dice: "Se ejercitaba en los oficios más humildes y trabajosos de la Compañía, de cocinero, panadero y hortelano".


Después del noviciado y sus votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, Juan es destinado al Colegio de Huete para iniciar los estudios de filosofía. Es otro Colegio también fundado por el incansable San Francisco de Borja.


Recién iniciado el curso de 1616, escucha allí al Procurador del Paraguay y Chile, el P. Juan de Viana, quien tiene la misión de llevar refuerzos a las Indias de occidente. El padre Procurador pondera la abundancia de la mies americana, las penas y fatigas de los misioneros y señala la esperanza de un martirio. Juan se ofrece. Logra de sus superiores que se le cambie su destino al Perú por el más duro de Chile y Paraguay. Es aceptado.


El 2 de noviembre de 1616 inicia el viaje al continente americano en el gran puerto de Lisboa.


A bordo traba amistad con el joven jesuita Alfonso Rodríguez, de Zamora, quien también viaja en la misma expedición de misioneros. Tiene éste dos años menos, pero los deseos son los mismos.


Entre mareos y tormentas, entre calmas y calores, llegan al puerto de Santa María de los Buenos Aires, el 15 de febrero de 1617. Descansan unos días en el Colegio, los necesarios para reponer las fuerzas. El Colegio es modesto, pero para los viajeros la caridad de recibimiento los llena de consolación.


Desde Buenos Aires los dos estudiantes jesuitas viajan a la ciudad de Córdoba del Tucumán, al Colegio Máximo, para terminar allí sus estudios de filosofía. Es un caminar cansino, a través de la inmensa pampa argentina. La carga y los libros van en carretas tiradas por bueyes y ellos montan a caballo.


Con su amigo Alfonso Rodríguez, Juan mira, asombrado, la inmensidad sin horizonte. A veces, a lo lejos, observa, con algún entusiasmo y temor, a los indios pampas que sienten invadido el territorio.


En la docta y universitaria ciudad de Córdoba, Juan del Castillo es un muchacho que no pierde el tiempo. No se distingue mucho en los estudios. La salud no parece buena. El duro clima de la ciudad lo agota m s de la cuenta. Tiene, por cierto, mejor éxito en los cortos apostolados entre los pobres de la ciudad y sus alrededores.


En el silencio y la oración, se decide a trabajar en esta América que ya empieza a querer.


En los finales de 1619, al terminar la filosofía, es destinado a la ciudad de Concepción, en el vecino país de Chile. Es la experiencia de magisterio.


Tal vez influye en los superiores el hecho de que el otro lado de la cordillera tenga un mejor clima. Juan ahí, sin duda, podrá reponerse.


Los informes de los superiores no lo favorecen. Las expresiones lacónicas poco dicen: "Es mediano de inteligencia y también en la prudencia. La experiencia es poca. El progreso en el estudio de filosofía es mediocre. Pero es capaz de enseñar gramática".


Eso último es suficiente para su magisterio en Chile, en el muy modesto Colegio de Concepción.


Antes de viajar conversa muy largamente con el jesuita Alonso de Ovalle y Manzano. El es nacido en Santiago de Chile y estudia ahora en la ciudad de Córdoba. Ovalle conoce bien los paisajes, las costumbres y los habitantes de su país. Juan, a través de Alonso, empieza a amar ese último rincón de la tierra.


Otro largo viaje. A caballo y en carretas, termina por atravesar la pampa. Está contento. Puede decir que la conoce ahora casi entera.


Unos pocos días descansan los viajeros en la ciudad de Mendoza, en la Residencia y el pequeño Colegio de la Compañía. Ya están en Chile, el cual comienza en la Provincias de Cuyo. Pero Juan y los otros jesuitas que viajan a Santiago parecen impacientes por continuar y atravesar la imponente cordillera.


El cruce de la gran cordillera de los Andes, lo hacen en mula y a pie, entre cuestas y precipicios enormes. El sendero va por la ladera escarpada, tan estrecho que apenas cabe la mula. Una de las bestias pisa mal y cae con su carga hacia el río que corre en lo profundo. Es un ruido que aterroriza.


La admiración de Juan parece infinita. Sus ojos, incansables, recorren, uno a uno, los paisajes. Agradece a Dios esas alturas con nieves eternas, esos saltos sonoros de las cascadas, los ríos correntosos.


Al bajar de las cimas, empiezan los viajeros a recorrer el valle del río Aconcagua. Algunos Padres del Colegio han venido a recibirlos. Juan se maravilla de los campesinos tan tranquilos, de sus campos y los frutos. Será una hermosa experiencia la del magisterio en Chile.


Santiago, la capital de Chile, lo recibe sonriendo. El gran Colegio de San Miguel, tan junto a la catedral, es ahora su casa. Los jesuitas chilenos insisten. Es necesario descansar, conocer los alrededores y prepararse para el largo viaje al sur. El joven jesuita no se cansa de agradecer a Dios por la caridad de sus hermanos.


Los jesuitas han llegado a Chile en 1593. Desde un comienzo educan en la capital y son misioneros. Los indios mapuches son los preferidos. Los catequizan en los alrededores y hacen excursiones hacia el sur. Aprenden la lengua y establecen catequistas con el nombre de "fiscales" para asegurar el fruto.


Desde 1608 forman una Provincia independiente con jurisdicción en Chile, Buenos Aires, Tucumán y el Paraguay. El provincial Padre Pedro de Torres Bollo vive en Santiago, pero la Provincia tiene el nombre del Paraguay. El Noviciado, que estuvo en los comienzos en Santiago, está ahora en la ciudad de Córdoba.


Ese mismo año se ha celebrado en Santiago la primera Congregaci¢n provincial. Los jesuitas se muestran muy contentos con los resultados. Sus decretos son notables, especialmente los referentes a los indios, a la abolición de la esclavitud, a la supresión del servicio personal y al modo de evangelizar.


Juan escucha. Se admira de los inicios de las misiones en Arauco y Chiloé, en el extremo sur. Se siente bien con esos nuevos amigos. Con los jesuitas jóvenes recorre la ciudad y los alrededores.


Un mes después, poco más que menos, inicia su peregrinación al sur. Hasta la ciudad de Concepción son otros 500 kilómetros. Lo normal es hacerlo a caballo y por etapas. El camino es malo, pero no hay en ‚l el peligro de los indios en guerra. La lucha, entre españoles y mapuches, se desarrolla al sur de Concepción.


La ciudad está junto al mar, en una tranquila bahía en el puerto de Penco. Es el bastión ubicado en la frontera. Esta es la causa del por qué vive en ella el Gobernador del Reino.


Concepción tiene un Colegio. Es muy reciente. Lo ha fundado el célebre jesuita P. Luis de Valdivia hace seis años, en 1614.


Al llegar Juan a su destino todo parece estar en calma. El excelente rector Padre Juan Romero lo abraza con cariño. La primera misión, que da al recién llegado, es descansar.


Las veladas comunitarias son agradables. El clima, el suave murmullo del mar, los lomajes siempre verdes, los ríos y la gente, ayudan a la paz y a la oración.


A los pocos días ya conoce con detalles la historia de los mártires de Elicura. Son tres jesuitas que, por obediencia, se internaron en el país de los mapuches. La guerra parecía haber terminado. Unicamente la guerra defensiva está permitida.


Ese fue el mejor logro y la gloria del P. Luis de Valdivia, el fundador del Colegio.


Los Padres Martín de Aranda Valdivia, Horacio Vecchi y el Hermano Diego de Montalbán fueron elegidos para la difícil misión de predicar el Evangelio entre los mapuches. El primero es chileno, el segundo italiano y el tercero, español o mejicano. Los elige el Superior porque ellos se han distinguido como los mejores defensores de los derechos del pueblo mapuche, de la mujer y de la paz. Los tres deciden entrar sin armas, sólo con la cruz.


Martín ha nacido m s al sur, en Villarrica, a la sombra de un volcán que aún humea. Se inició en la carrera de las armas casi siendo un niño.


En plena juventud, Martín asciende a capitán y el Virrey del Perú lo envía como Corregidor de Riobamba en Ecuador. Los informes del soldado son, pues, excelentes.


En uno de sus viajes a Lima, por razones de su cargo, se decide a hacer los Ejercicios espirituales del Fundador de los jesuitas. Después de terminarlos, ingresa a la Compañía de Jesús en la ciudad de los Reyes. Martín tiene treinta y dos años. En Lima también, recibe la ordenación sacerdotal. Martín regresa a Chile, en 1607, al crearse la Provincia del Paraguay, separada de la del Perú.


Horacio Vecchi es un italiano que también llega a Chile en 1607. Es también sacerdote.


Diego de Montalbán es un soldado. Ingresa en la Compañía de Jesús en Chile. En la hora de su muerte todavía es un novicio.


Juan del Castillo se impone del desenlace de esa misión por obediencia. Un cacique descontento, Ancanamón, les ha dado muerte en el pequeño valle de Elicura, el 14 de diciembre de 1612. La causa del martirio es de todos conocida. Martín de Aranda, Horacio Vecchi y Diego de Montalbán defendían los derechos de dos mujeres españolas, cautivas, que defendían su religión.


Los restos de esos mártires están en el Colegio. Juan los venera.


En 1626 Juan y su amigo Alfonso Rodríguez son destinados a las nuevas fundaciones del río Uruguay.


Ha rogado a Dios, ha suplicado tanto a los superiores. En un momento ha tenido miedo de que su débil salud pudiera ser un obstáculo. Se ha preparado, también, en el idioma guaraní. Los tiempos libres cordobeses han sido para la lengua paraguaya. La vida dura del misionero no le asusta.


El juicio del P. Diego de Boroa es excelente: "Su fervor es grande, su observancia es completa. Su celo se manifiesta en el tesón por aprender la lengua guaraní. Su afabilidad y mansedumbre entusiasman a todos. Es bondadoso, desprendido y puro, amable de Dios y de los hombres".


Después del martirio de los Padres Roque González y Alfonso Rodríguez en la Reducción de Todos los Santos en el Caaró, los caciques seguidores de ¥ezú se presentan, al día siguiente, en la Reducción de la Asunción de Yjuhí.


Son las tres de la tarde. Juan está a la puerta de su choza rezando el breviario. ¿Qué te dice el libro? le preguntan. Juan contesta: "Nada, estoy rezando". Ellos dicen: "Aquí te traemos a estos indios forasteros para que les des anzuelos".


La narración de los hechos pertenece a un testigo presencial, Pablo Arayú. La hace con juramento:


"Preguntado si se halló presente cuando echaron mano y prendieron al Padre, respondió que sí. Preguntado si se halló presente cuando lo mataron, respondió que sí, que vio cuando lo arrastraron y lo mataron en el lodazal.


El Padre estaba matriculando a un cacique llamado Chetihagu‚ y su gente y les di anzuelos y alfileres. Después el viejo cacique Quarabí mandó a un cacique, llamado Araguirá, que embistiera al Padre. Él lo hizo. Lo abrazó por la espalda y le torció los brazos. Así lo arrastraron hacia el bosque. Le rasgaron la ropa, sólo dejaron una media y las mangas en los brazos.


Un indio, llamado Mirungá, lo derribó en tierra. Le pusieron dos cuerdas en las muñecas y lo arrastraron por el bosque. Desconcertaron un brazo. Otro indio, llamado Tacandá, con una maza de piedra lo golpeó varias veces en el vientre. Lo siguieron arrastrando, hasta un lodazal. Iba todo desgarrado, hecho sangre.


Allí le destrozaron con una piedra grande la cabeza. Después quebraron los huesos y lo dejaron diciendo: déjenlo para que se lo coman los tigres. El no estuvo con los que quemaron el cuerpo, cuando volvieron en la mañana siguiente.


Preguntado de lo que hizo y dijo el Padre cuando lo prendieron y mataron, respondió: Cuando le echaron mano, hizo fuerza por soltarse. Dijo: Hijos, ¿qué pasa, qué es esto? Mientras lo tenían asido, llamó a los amigos en su favor. Cuando lo arrastraban le oyó decir: ¡Ay, Jesús! Y otras palabras en su lengua que no entendió. Cuando le rompían la ropa pedía que se la sacaran poco a poco.


Después entraron en su casa e iglesia. Repartieron entre ellos las cosas pequeñas. Los ornamentos sagrados se los llevaron a ¥ezú".


Esta narración concuerda con la de otros cinco testigos con juramento, todos presentes.


Juan repartió su vida jesuita casi por igual: tres años en España, seis en Córdoba del Tucumán en dos etapas iguales, tres en Chile y casi tres en Uruguay



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Religiosa de la Segunda Orden Franciscana (1211‑1268). Clemente X aprobó su culto el 17 de mayo de 1673.

Salomé, princesa de Polonia, hija de Leszek el Blondo, príncipe de Cracovia, nació en 1211. De sólo 3 años fue prometida como esposa, por Acuerdo con Andrés II rey de Hungría, al hijo de éste, Colomanno, de seis años; en el otoño de 1214 tuvo lugar la coronación, que con la autorización del Papa Inocencio III, fue celebrada por el obispo de Strigonia.


El reinado de los dos niños en Halicz duró menos de tres años, porque la ciudad fue ocupada por el príncipe Ruteno Mistislaw, que los hizo prisioneros. En aquellos tiempos (Salomé tenía sólo 9 años y Colomanno 12) ellos hicieron de común acuerdo voto de castidad. Cuando Andrés, hijo del rey de Hungría, vino a ser rey de Halicz, ellos retornaron a la corte húngara.


Salomé, en 1227, cumplidos los 16 años, llegó a la mayor edad, pero siempre se mantuvo ligada al voto de castidad y a pesar de su belleza, evitaba la compañía de hombres, vestía modestamente, no tomaba parte en las fiestas y diversiones de la corte, dedicaba el tiempo libre a la oración. Colomanno, mientras vivía todavía su padre, gobernó la Dalmacia y la Eslavonia hasta 1241, cuando murió en una batalla contra los Tártaros, Salomé en este período protegía los conventos de los franciscanos y de los dominicanos.


Un año después de la muerte de su marido volvió a Polonia, donde en 1245 vistió en Sandomierz el hábito de las hermanas clarisas. Junto con su hermano Boleslao, en 1245 fundó la iglesia y el convento de los franciscanos en Zawichost, el hospital y el monasterio de las clarisas, donde entró ella misma.


Ante la amenaza de los Tártaros, en marzo de 1259 una parte de las clarisas se trasladó a Skala, donde Salomé fundó un nuevo monasterio y lo dotó con los utensilios y ornamentos litúrgicos.


Vivió 28 años en el silencio del monasterio, y fue modelo de penitencia, de abnegación, de humildad, de inocencia y de caridad. Por largos años fue abadesa buena, afable, servicial, amante del ideal de la seráfica pobreza. El 17 de noviembre de 1268 fue regalada con una aparición de la Santísima Vrigen María y de su Hijo, reunió a sus cohermanas y las exhortó a la mutua caridad, a la paz, a la pureza del corazón, a la obediencia sin límites y al desprendimiento de las cosas del mundo. Poco después las cohermanas vieron una pequeña estrella que desde la bienaventurada madre se dirigía hacia el cielo.


Salomé de Cracovia había entregado su bella alma a Dios a la edad de 57 años. Sus restos más tarde fueron trasladados a la iglesia de los Franciscanos de Cracovia, donde se encuentra hasta hoy.



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Nace en el castillo de Avalon, entre 1135 y 1140, noble descendiente de la casa de Borgoña.

Acompaña a su padre, viudo, al convento de Canónigos Regulares de Villard-Benoit, donde a los 15 años también él hace los votos religiosos.


Con ansias de vida más perfecta, pasa a la Cartuja.


A la edad de 30 años es ordenado sacerdote, y en 1173 nombrado procurador.


El rey Enrique II de Inglaterra, enterado de la santidad de su vida, le reclama para regir la cartuja de Witham, que él mismo había erigido. Asombra que un extranjero, a los seis años de residencia, sea consagrado obispo de Lincoln el 21 sept. 1163.


Defendió con valentía los derechos de la Iglesia, frente a las intromisiones de tres reyes, que él conoció, siendo llamado Martillo de reyes.


Alternaba sus quehaceres pastorales con la vida retirada de la cartuja de Witham.


Murió en Londres, camino de Lincoln, el 16 nov. 1200. Ante la fama de santidad y de sus milagros el papa Honorio III le canonizó el 17 feb. 1220.



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Jordán Ansalone nació en Sicília en 1598. A los diecisiete años abrasó la vida dominica. Hizo sus estudios en Palermo y Salamanca. Apasionado por el ideal misionero, partió primero a méjico y después de un año para Filipinas. Se dedicó a la asistencia espiritual de los chinos en Manila. Después de seis años, fue a Japón, en donde enfrentó la persecución. Fue tomado prisionero y torturado, y murió en Nagasaki junto con otros quince mártires dominicos.

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