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Sacerdote y Mártir

Martirologio Romano: En Madrid, España, beato Teófilo Fernández de Legaria Goñi y cuatro compañeros, sacerdotes profesos de la Congregación de los Sagrados Corazones, asesinados por odio a la fe ( 1936)

Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

Mártir en El Escorial el 11 de agosto de 1936. Natural de Torralba del Río (Navarra), nació el 5 de julio de 1898. Profesó el 1 de septiembre de 1916. Ordenado sacerdote el 22 de septiembre de 1923, en Santander. Por sus excelentes cualidades fue enviado a estudiar en Roma, donde alcanzó el grado de doctor en Sagrada Teología, en la Pontificia Universidad Gregoriana, en julio de 1925. A los 28 años era vice-rector del Colegio en Madrid. Dos años después era ya el Superior del mismo, alternando sus múltiples ocupaciones con la dirección espiritual de las Asociaciones de Licenciados y Doctores y la de San Cosme y San Damián. Al mismo tiempo lograba la Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca.

Se distinguió de modo especial en la defensa de los derechos de la Iglesia Católica en los difíciles años de la República española, promoviendo la Hermandad de San Isidoro de Sevilla. En agosto de 1935 fue nombrado Superior y Director del Escolasticado de la Congregación en El Escorial. Durante su breve Superiorato dejó un recuerdo imborrable entre sus alumnos. Su paso por el escolasticado fue una gracia especial. Su actividad fue increíble; su celo, extraordinario, inculcando en los alumnos una veneración y amor grandes hacia el sacerdocio.

Al producirse en julio el Alzamiento nacional estaba en El Escorial con profesores y jóvenes estudiantes. Convirtió la Casa en hospital de sangre, quedándose él como director del hospital y los profesores y jóvenes como enfermeros. Ante el peligro que corrían, a los pocos días se llevaron a Madrid, en camiones, a los profesores y estudiantes.

El se quedó cuidando la casa con cuatro Hermanos laicos, ya de edad. A los tres días llegó un miliciano con heridos, y reconoció al P. Teófilo, por haber recibido de él muchos favores en Madrid, siendo Superior del Colegio. Lo denunció y exigió que desapareciese de la Casa. Aquella misma noche vinieron con dos coches y mientras cenaba él con médicos y enfermeros se lo llevaron, pistola en mano. Sin juicio alguno, fue conducido a las afueras de El Escorial, a tres kms., y en el lugar llamado "La Piedra del Mochuelo", después de haberle dejado rezar y escribir unas líneas a su madre, lo fusilaron por la espalda mientras iba a ponerse en el paredón. Su cuerpo, con el de otros tres sacerdotes de El Escorial, que asesinaron minutos después, apareció al día siguiente, en dicho lugar. Fue inhumado en el Cementerio de San Lorenzo de El Escorial. Tenía 38 años de edad.

El 3 de julio de 2009 S.S. Benedicto XVI firmó el decreto reconociemdo el martirio de este grupo de mártires lo cual permitirá su próxima beatificación que se realizará, Dios mediante, el 13 de octubre de 2013.

Este grupo de mártires está integrado por:

1. ELADIO LÓPEZ RAMOS (LEONCIO), sacerdote profeso, Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María
nacimiento: 16 Noviembre 1904 en Laroco, Orense (España)
martirio: 08 Agosto 1936 en Madrid (España)

2. TEÓFILO FERNÁNDEZ DE LEGARIA GOÑI (BENJAMÍN), sacerdote profeso, Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María
nacimiento: 05 Julio 1898 en Torralba de Río, Navarra (España)
martirio: 11 Agosto 1936 en El Escorial, Madrid (España)

3. MARIO ROS EZCURRA (LUIS), sacerdote profeso, Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María
nacimiento: 30 Abril 1910 en Lezáun, Navarra (España)
martirio: 15 Agosto 1936 en Madrid (España)

4. GONZALO BARRÓN NANCLARES (FORTUNATO), sacerdote profeso, Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María
nacimiento: 20 Octubre 1899 en Ollauri, Logroño (España)
martirio: 02 Septiembre 1936 en Madrid (España)

5. ISIDRO IÑIGUEZ DE CIRIANO ABECHUCO (JUAN), sacerdote profeso, Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María
nacimiento: 08 Marzo 1901 en Legarda, Álava (España)
martirio: 02 Octubre 1936 en Madrid (España)

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Por: . | Fuente: LaVerdadCatólica.org

Presbítero y Mártir

Martirologio Romano: En los confines del Tibet, beato Mauricio Tornay, presbítero y mártir. Era canónigo regular de la Congregación de los santos Nicolás y Bernardo de Monte Giove (Gran San Bernardo). Anunció con empeño el Evangelio en China y en el Tibet, y recibió la muerte a manos de los enemigos del nombre cristiano (1949).
Es el séptimo de ocho hermanos. Nace en Rosiere (comuna de Orsieres, cantón de Valais), Suiza. Sus padres le forman en la fe católica. Estudia en la escuela del lugar; al regresar, ayuda a sus padres en el establo y la huerta. Después de su primera comunión, el niño se torna más atento. Está internado por seis años en el colegio de la abadía de San Mauricio, donde destaca por ser fervoroso; después de sus estudios secundarios, ingresa al noviciado de los canónigos Regulares de San Bernardo, donde expresa: "Cumplir con mi vocación de abandonar el mundo y dedicarme por completo al servicio de las almas para conducirlas a Dios, y salvarme yo mismo" (1931). Su voluntad de ser misionero es férrea; por lo mismo, al escribir a su hermana, le dice: "Hay tantos paganos que nos llaman... Nuestra salud, nuestra carne, es para ellos... Cuanto más vivo más convencido estoy de que el sacrificio y la entrega de uno mismo tienen sentido y son lo único que dan sentido a estos días... ". Su actividad se interrumpe cuando en 1934 es sometido a una intervención quirúrgica, momento en el cual sus dolores los ofrece a Dios y señala: "Las penas bien soportadas de un día tienen más mérito que si hubieras rezado todo el día... Nuestras pequeñas penas poseen un valor infinito si las unimos a Cristo". Hace sus votos solemnes en 1935 y es enviado a misionar en Weishi, Yun-nan (suroeste de China), en la frontera con el Tíbet, actual territorio de China. Ahí continúa estudios y aprende el idioma chino. Vive entregado a la oración, la Misa y la reflexión. Recibe la ordenación sacerdotal en 1938, ejerce su ministerio y está a cargo del seminario. Un año después estalla la guerra: China es invadida por Japón y las fronteras tibetanas son dominadas por la tropa.

El padre Mauricio necesita pedir limosnas para alimentar a los seminaristas. Antes de terminar el conflicto bélico (1945), es nombrado párroco de Yerkalo (al suroeste del Tíbet), donde el lama Gun-Akhio es soberano en todos los aspectos y odia a los misioneros; por lo que, en enero de 1946, es conducido al exilio en Pamé, Yunnan, China, donde se dedica a hacer oración, visitar a los lugareños y cuidar enfermos. En julio de 1949, disfrazado con hábito tibetano y afeitado, se dirigió a Lhasa, capital del Tíbet, para obtener del Dalai-Lama la libertad religiosa para los cristianos de Yerkalo; aun siendo reconocido continuó. Cuando llega a Tothong, varios guardias disparan sobre él, por lo que cae muerto. Su sacrificio no es inútil, ya que en la actualidad la fe católica predomina en Yerkalo. Así se hizo realidad uno de sus pensamientos de adolescente: "El día de la muerte es el más feliz de nuestra vida. Ante todo, hay que alegrarse, pues significa la llegada a la verdadera patria".

Beatificado por Juan Pablo II el 16 de mayo de 1993.

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Por: . | Fuente: ArchiValencia.org

Mártir

Martirologio Romano: En la aldea Agullent, en el territorio de Valencia, en España, beato Rafael Alonso Gutiérrez, mártir, que era padre de familia y, en el furor de la persecución contra la fe, derramó su sangre por Cristo. Con él se conmemora también al bienaventurado mártir Carlos Díaz Gandía, que este mismo día y en la misma localidad recibió la vida eterna por la defensa de la fe (1936).
El Rafael Alonso Gutiérrez nació el 14 junio de 1890 en la ciudad de Onteniente. El 24 septiembre de 1916, a la edad de veinticuatro años, contrajo matrimonio canónico con Adelaida Ruiz Cañada. Formaron un hogar cristiano bendecido por Dios con 6 retoños de los cuales dos murieron pequeños; las cuatro hijas se llaman Isabel, Adelaida, Dolores y Elena. Vivió auténticamente su vocación laical, tratando de impregnar de espíritu evangélico la realidad temporal en la cual la Providencia divina lo llevó a ejercer su trabajo cotidiano al servicio y en la construcción de la sociedad civil valenciana como Administrador de Correos en Albaida y posteriormente en Onteniente.

Hombre profundamente religioso, movido por del Espíritu Santo se dedicó al apostolado organizado siendo miembro de varias asociaciones laicales como la Adoración nocturna, Asociación del Sagrado Corazón de Jesús, Terciario Franciscano, Escuela de Cristo y Asesor de los Jóvenes de Acción Católica. Fue secretario de la Legión Católica. Fue presidente de los Hombres de Acción Católica y de la Junta parroquial, colaboró en estrecha relación con el arcipreste de Onteniente en la catequesis parroquial. Por la intensa actividad apostólica que realizaba era considerado por los enemigos de la Iglesia como el principal católico de la ciudad y por eso lo arrestaron y asesinaron.

Quienes le conocieron afirman que Rafael Alonso Gutiérrez era de temperamento serio, fuerte y vivo. De carácter bondadoso mostraba alegría y entereza cuando las circunstancias lo aconsejaban. Los testigos interrogados en el proceso, acerca de las virtudes practicadas por el Beato, describen una personalidad moral rica en la cual brillan las virtudes infusas en el bautismo dentro de las cuales se subrayan especialmente los aspectos específicos de la espiritualidad laical. Lo describen como un fiel laico auténtico, coherente que cumplió con exactitud sus deberes profesionales, formó un hogar cristiano, educó en la fe a sus hijos y se comprometió activamente en el apostolado.

En los días previos a la revolución Rafael Alonso Gutiérrez era consciente de la situación que estaba por afrontar: la persecución religiosa y el probable martirio. Uno de los testigos, depone: "Su estado de ánimo en los días previos a la Revolución fue de un luchador entusiasta en disposición para afrontar el martirio, lo que presentía desde el primer momento, como repetidamente se lo oí de sus propios labios. El Beato se dedicó con otros católicos a custodiar las iglesias en los meses que precedieron a la Revolución".Y continúa diciendo: "Durante la dictadura ocupó el cargo de Secretario de la Legión Católica, y después en la Acción Católica desempeñó el mismo cargo. También fue Presidente de la Junta Parroquial, Consejero del Sr. Arcipreste, catequista infatigable, colaborador asiduo en una revista llamada ‘Paz cristiana’. Como hombre culto intervino en muchos círculos de estudios y conferencias de propaganda cristiana. Por todo lo cual sufrió muchas denuncias y molestias hasta ser detenido algunas veces. Era considerado por los enemigos de la Iglesia como un católico muy destacado".

Otro colega del Beato, afirma: "En los días que precedieron a la Revolución y siguieron, se mostró con igualdad de ánimo y optimista. Dentro de la consiguiente preocupación conservó siempre su alegría de espíritu. Hizo vida normal hasta el momento de su detención".

La esposa del Beato, declara: "Mi marido junto con Carlos Díaz y alguno más, ofrecieron en la Vigilia de la Adoración nocturna del 24 de Julio, su vida por la salvación de España". Continúa diciendo la Sra. Adelaida Ruiz Cañada, esposa del Beato: "El se sentía perseguido y no se escondió haciendo vida natural". En el mismo modo manifiesta su hija Adelaida: "Ante la inminencia de la revolución estaba apenado, no acobardado. Nunca asintió a nuestras insistencias a que se ocultara, diciendo que sucedería lo que Dios quisiera, continuando su vida normal hasta el último momento".

El 4 de agosto de 1936 fue detenido por unos milicianos en su casa. La esposa del Beato, afirma: "En los primeros días de agosto... hacia las 11 de la noche y estando oyendo por la radio cómo comentaban sarcásticamente el incendio y saqueo de la parroquia de los Santos Juanes de Valencia, llamaron a la puerta y mi marido dijo: ‘Ya vienen por mí’. Salí a abrir la puerta y los milicianos dijeron que venían por el Beato para que hiciera unas declaraciones, y él, sin ninguna protesta, marchóse, y yo desde el balcón le vi alejarse siendo conducido a la profanada iglesia de San Francisco y aunque algunos vecinos le ofrecieron colchón los rojos lo impidieron". En el mismo modo su hija Adelaida, dice: "Fue detenido el 4 de agosto de 1936 después de cenar y rezar el rosario en familia, estando yo presente. Vinieron unos milicianos armados llamando con violencia a la puerta. No permitió que abriéramos nosotros, sino que salió él. Le detuvieron y le dijeron que los acompañara, a lo cual accedió de buena voluntad. Se despidió de nosotros, diciendo a mi madre que probablemente él no volvería, que nos educaba en el temor de Dios y el amor a la Patria y que no confiara en nadie más que en Dios y en sus fuerzas, que por mucho que le insistieran, que no nos llevara al Colegio de huérfanas, porque estaba regido por masones, que si podía nos diera un medio de vida independiente, y que lo demás, Dios lo haría. Nos abrazó a todos y se marchó".

Además de los supervivientes ya señalados, fue compañero de detención el cura Arcipreste de Onteniente, Don Juan Belda, también mártir. La vida en prisión estuvo caracterizada por malos tratados y vejaciones morales que los Beato supieron llevar con entereza cristiana.

Un compañero de Rafael Alonso, el Sr. Eduardo Latonda Puig, testifica: "En la cárcel nos obligaban a la limpieza de las letrinas, suelos e incluso a subir a los hornacinas de los retablos vacíos para que hiciésemos de imágenes de santos y después al bajar o mientras estábamos en el altar en posturas incómodas non golpeaban con cables de acero". Y la esposa del Beato, afirma: "Todos los días mi hija y un sirviente le llevaban la comida a la cárcel. [Mi marido se interesaba] por todos nosotros. Sé por compañeros de prisión que barrían las capillas".

Tortura y simulacro de fusilamiento

El 6 de agosto unos milicianos trasladaron a Rafael Alonso y Carlos Díaz, junto con Eduardo Latonda, a la cercana población de Ayelo de Malferit, con el pretexto de hacerles declarar. Allí fueron sometidos a varias torturas y les dieron una gran paliza. Después los retornaron a Onteniente. Así lo testimonia el mismo Sr. Eduardo Latonda Puig: "Sobre las 7 de la tarde del 6 de agosto de 1936 el Comité de Salud Pública determinó y nos sacaron: al Beato, a Carlos Díaz y a mí y nos condujeron en un autobús de línea de la ‘Concepción’ a Ayelo de Malferit, custodiados y vigilados por milicianos y nos bajaron a la puerta del palacio de los Marqueses de Malferit donde estaba todo el pueblo congregado. El pueblo nos recibió en medio de escarnios e insultos. Después de un breve intercambio entre los milicianos nos condujeron a la prisión municipal, donde al cabo de unas horas nos dieron un botijo de agua y dos sillas y más tarde el cartero de la población nos trajo una cena suculenta en atención a Rafael Alonso Gutiérrez. El Beato tomó tan solo un poco de pan y algunos sorbos, y nos aconsejó que cenáramos pronto para rezar el santo rosario y otras devociones. Al finalizar uno de los rosarios el Beato con lágrimas en los ojos nos dijo: "A vosotros dos no sé si os matarán, a mí sí; no pido más que cuiden de mis hijas y que no les falte nada". Alrededor de las tres y media los milicianos rojos se presentaron en la prisión y preguntaron por el más joven de los tres, que era yo mismo. Me sacaron de la cárcel y en medio de la expectación del pueblo, brazos en alto me condujeron al Cementerio distante aproximadamente un kilómetro y me introdujeron en el oratorio del Cementerio donde me preguntaron por el arsenal de armas. Dije la verdad, que no existía nada de esto y al salir de la capilla me dieron unos golpes con palas de raíz de olivo y me devolvieron a la población encarcelándome en el oratorio privado de los Sres. Colomer convertido en cárcel después de haber sido profanado. Desde allí, a través de la ventana, alrededor de las cuatro vi pasar a Carlos Díaz brazos en alto apuntado por los cañones de los fusiles y a quien oí regresar después para volverlo a la prisión de la que sacaron en aquel momento al Beato Rafael Alonso que abatido, brazos en alto, fue conducido del mismo modo que los anteriores y que regresó al cabo de mucho tiempo, totalmente abatido, gimiendo de dolor por las heridas recibidas, dejándole encerrado en la casa de un cura ocupada por los rojos. A las ocho de la mañana recibí la visita de mi padre que venía acompañado del secretario comarcal de la F.A.I. quien habló con el Comité Rojo de Malferit, y logró que nos trasladasen a Onteniente y así lo hicieron aquella misma tarde con otro autobús de ‘Montas y Morales’. Durante el trayecto nos contó Rafael Alonso Gutiérrez que cuando le llevaron al Cementerio le quitaron la chaqueta, se puso las manos en la cabeza y allí perdió el sentido a fuerza de golpes y efectivamente durante el regreso no se pudo poner la chaqueta. Llegamos a Onteniente en el preciso momento que trasladaban a los presos de la iglesia de San Francisco a la de San Carlos. El Beato [Rafael Alonso] no pudo cargar con su equipaje que tenía, debido al estado lastimoso en que se encontraba. El Beato, tendido de bruces sobre una colchoneta no quiso que nadie le viese la espalda hasta que llegó el médico D. Rafael Rovira, ya fallecido, quien le descubrió las espaldas y pude ver que estaba desollado desde los hombros hasta las nalgas, con heridas de puntapiés en las piernas. El médico le curó las heridas. Hasta que le sacaron para matarle no pudo dormir, rezando continuamente, comía muy poco lo que le llevaba su familia".

Y agrega: "Los de Ayelo al devolvernos a Onteniente dijeron: ‘Arreglaos con ésos pues son más duros que la piedra’. Los de Ayelo se ensañaron de una manera especial con el Beato Rafael Alonso y durante toda su permanencia en la cárcel fue sometido a una vigilancia y disciplina rigurosa teniéndole separado de los demás".

Rafael Alonso Gutiérrez vivió estas torturas con ánimo cristiano y cuando sus compañeros de prisión le preguntaron quienes lo habían apaleado él supo perdonarlos, así lo afirma el testigo Sr. Juan Micó Penadés: "Al interrogarle para que nos dijese quienes le habían apaleado manifestó ‘que no interesaba, que eso quedaba en las manos de Dios y no les guardaba rencor’".

La esposa del Beato, confirma estos hechos diciendo: "Al cabo de unos cinco días y pasando yo por la puerta de S. Francisco vi que se lo llevaron en un coche a mi marido que se hizo el distraído por no afligirme, junto con Carlos Díaz y Eduardo Latonda. Luego me enteré de que fueron llevados a Ayelo de Malferit donde fueron torturados en el Cementerio de dicha población, y se ensañaron especialmente con mi marido, como pude comprobar al enterrarle. Vi que tenía un trozo de algodón en sus espaldas que le pusieron sus compañeros para que pudiese soportar el vestido. De Ayelo regresaron a Onteniente, siendo llevados a S. Carlos otra iglesia convertida en prisión". Y un compañero de prisión depone: "El mismo nos contó que le hicieron simulacros de asesinato enterrándole vivo dejándole solo la cabeza fuera e intimándole a que renegara de su fe y disparando tiros al aire. Todo esto lo manifestó con una calma y tranquilidad admirable que traslucía su gozo interior"".

Mientras estaban en la cárcel, convencidos que le habrían de asesinar, mantuvieron la entereza cristiana que era típica en ellos: pasaban los días enteros en oración, con una total confianza en la voluntad de Dios.

Un compañero de prisión del Beato, afirma: "A las pocas horas de su ingreso en la cárcel llegue yo también detenido y le encontré con la disposición integra y la entereza cristiana típica en él". Otro amigo declara: "Fue detenido y encerrado en la profanada iglesia de S. Francisco. A continuación detuvieron a unos cuarenta. Mostró una entereza de ánimo extraordinaria, exhortándonos a ponernos en manos de la divina providencia". Y un testigo de oficio, corrobora los hechos diciendo: "Fue detenido el día 4 de agosto de 1936 y llevado a la iglesia de San Francisco y allí encontré al Beato, que estaba muy triste y llevaba una vida muy recogida y de mucha oración".Y agrega: "Hasta que lo sacaron para matarle no pudo dormir, rezando continuamente, comía muy poco lo que le llevaba la familia". Y continúa diciendo: "Al finalizar uno de los rosarios el Beato con lágrimas en los ojos nos dijo: ‘A vosotros dos no sé si os matarán, a mí sí; no pido más que cuiden de mis hijas y que nos les falte nada’". Y su esposa dice: "El día 10 de agosto, hacia el mediodía, le llevé la comida y me hizo determinados encargos sobre la educación y porvenir de los hijos. Me dijo que todo le dolía, que no podía dormir, pero que aquello no tenia importancia, y me despidió diciéndome que tuviese confianza en Dios que nada me faltaría".

Ejecución

La noche del 11 de agosto de 1936 sacaron de la prisión a Rafael Alonso Gutiérrez, a Carlos Díaz Gandía y a otro compañero, el doctor José María García Marcos. A los tres los asesinaron con disparos de arma de fuego en el término municipal de Agullent, población cercana a Onteniente. La Sra. Adelaida Alonso Ruiz, hija del Beato, depone: "Fue llevado por la carretera Albaida hasta el término de Agullent juntamente con Carlos Díaz y José García Marcos. Los tres murieron perdonando a los enemigos y dando vivas a Cristo Rey. Los compañeros murieron en el acto y mi padre quedó agonizante". Y agrega: "Los milicianos contaron posteriormente el valor y la entereza de los tres hasta el último momento, pues les habían ofrecido, si renegaban, volverlos a Onteniente, y ellos prefirieron seguir el camino".

Un compañero de prisión y testigo de oficio, afirma: "El comentario de los rojos fue que el Beato había muerto diciendo: ‘¡Viva Cristo Rey!’". Y quien aporta un detalle elocuente que explica el que Rafael Alonso superviviese al tiroteo es su amigo y compañero, el Sr. Eduardo Latonda Puig quien, al atestiguar sobre el Beato Carlos Díaz Gandía agrega: "El Beato salió para el martirio la noche del 11 de agosto de 1936. Con él también iba Rafael Alonso. Ambos fueron conducidos a la carretera de Albaida cerca de Agullent. El Beato en el momento de disparar se adelantó a los milicianos cubriendo con su cuerpo el de Rafael Alonso. Esto lo sé por lo que dijeron los mismos milicianos". Otro compañero de prisión afirma: "Hubo reunión de dirigentes en lugar de juicio, en que decidieron el orden en que habían de asesinar a los primeros, y antes que a ninguno a Carlos Díaz. Dormíamos en la misma capilla, habilitada como celda, y en la madrugada del día 11 de Agosto subieron los milicianos y enfocándole con la lamparilla eléctrica le obligaron a levantarse a puntapiés, sacándole junto con D. Rafael Alonso y José M. García. Les subieron en un taxi y les llevaron por la carretera de Agullent". Y agrega: "Al llegar al entrador de dicho pueblo, en la curva en donde se inicia una bajada en dirección a Albaida, les hicieron bajar y casi a bocajarro les dispararon varios tiros de escopeta y pistola y según manifestaron los propios asesinos al volver a la cárcel, Carlos Díaz sacó una estampa de la Virgen y se la puso en la frente, llevando la estampa a la herida. Serían las dos a lo más de la madrugada".

Muere perdonando a sus asesinos

Pero Rafael Alonso no murió en el acto, sino que quedó malherido en el vientre. A las pocas horas recobró el conocimiento y pidió socorro por señas a alguien que pasó por allí. La persona que vio las señas del herido acudió presurosa a dar cuenta de ello al Comité de Onteniente, y de allí salió una comisión con intención de acabar con él; pero entretanto llegaron gentes de Agullent, que recogieron al herido y lo trasladaron al convento de las Religiosas Capuchinas, donde le prodigaron algunos auxilios. Fue atendido por un sacerdote que pudieron encontrar. Poco pudo hablar por el estado tan grave en que se encontraba y murió alrededor de las tres de la tarde, perdonando a los que le habían herido, bendiciendo a Dios. No quiso delatar los nombres de los asesinos y exhortó a todos sus familiares a perdonar a sus verdugos con verdadera caridad cristiana. Falleció en la calle del Maestro Tormo, 5, de Agullent, a las 12 horas.

El Sr. Luis Amorós Ferri, alcalde que era de Agullent cuando fue asesinado el Beato, declara: "En los primeros días del mes de agosto de 1936 siendo yo alcalde de Agullent vino a mi casa hacia las 4 de la mañana un guardia rural y me dijo que en la carretera de Albaida Onteniente, cerca del cruce de Agullent, había tres hombres muertos. Inmediatamente me dirigí a dicho lugar acompañado del secretario del Ayuntamiento; vi a unos 100 metros y en un campo separado de la carretera un cadáver 100 ms. más lejos a dos, uno de los cuales era el Beato que estaba malherido y el otro era el cadáver de Carlos Gandía. El Beato pedía auxilio, haciendo señales con la mano. Llegamos junto a él y nos dijo que quería confesarse, y le contesté que haríamos lo posible para que lo pudiera hacer. De regreso al pueblo me dirigí en busca de uno de los sacerdotes que estaban escondidos y le indiqué lo que pasaba, y que hacía falta confesor. Me encaminé a Onteniente en busca del médico y volví con D. Rafael Rovira quien dijo que no tenía solución pues tenía el vientre acribillado a balazos. Encontré al Beato con un pañuelo puesto en el vientre. Al preguntarle si alguien le había curado me dijo que él mismo había sacado aquel algodón de la espalda que tenía lastimada y al decirle si sufría mucho, me contestó: menos que cuando fue llevado a Ayelo de Malferit. Le preguntaron si conocía a los asesinos, pero aunque seguramente los conocía, no quiso revelar ningún nombre, limitándose a decir que eran de Onteniente y forasteros. El siervo llegó a Agullent al Convento de los Capuchinos evacuado por los religiosos, llevado en una especie de camilla. Hacia las 7 de la mañana. Allí llamó la atención su gran entereza y serenidad de ánimo. Poco después vinieron sus familiares, hijos y esposa. Hacia las tres de la tarde de ese mismo día falleció y fue conducido al cementerio de esta localidad".

Y el Sr. Joaquín Soler Francés, ayudante del médico que asistió el Beato durante los últimos momentos de su vida, afirma: "Serían las 11 de la mañana del 11 agosto del 1936 cuando a requerimiento del médico Dr. José Delgado de Molina, le acompañé a asistir al malherido Beato Rafael Alonso Gutiérrez que se encontraba en el Convento de las Capuchinas quien yacía en el suelo sobre una manta. Yo como practicante procedí a prestarle mi asistencia en la cura de los numerosas heridas que prestaba en la región abdominal. Le di una inyección calmante ordenada por el médico pues suponíamos que sufría mucho, a pesar de que el Beato tenía una serenidad que me dejó maravillado. No pronunció ninguna palabra de protesta, ni queja alguna sobre la situación en que se encontraba. Puedo recordar estas palabras textuales que contestó a unas palabras de consuelo que los presentes le dirigíamos: ‘Que no nos preocupáramos, que sabía que iba a morir dentro de breves momentos; pero que moría muy a gusto con tal de que su sangre fuera para bien de su Patria’. En estas circunstancias el Presidente del Comité nos avisó de que llegaba un camión de Onteniente con milicianos y nos aconsejó que nos ocultáramos para evitar algún percance. Por lo dicho nos marchamos y poco después fallecía él. De lo que me enteré por ser noticia pública".

La hija del Beato, Adelaida, depone: "No tardó en llegar mi hermana informada por un amigo de Albaida. Al encontrar a mi padre en esta gravedad extrema pidió que le dejasen entrar a verle, cosa que consiguió con gran dificultad, y a condición de que no llorase para no alarmar a la gente. Mi padre se alegró y le dijo que no se afligiese y le pidió que acudiésemos los demás de casa. Cuando nosotros llegamos, ya había fallecido. El día 11 de Agosto a las 3 de la tarde. Le vimos y ayudamos a colocarle en el ataúd".

Los restos del Beato fueron enterrados en el Cementerio Municipal de Agullent, en donde reposan en un nicho particular. Su hija Adelaida, depone: "Ya he dicho que le vimos los familiares en el cementerio de Agullent. Unas mujeres piadosas de Onteniente trajeron los tres ataúdes. Fueron enterrados y están todavía en el cementerio de Agullent".

El 11 de marzo de 2001, el Papa Juan Pablo II lo beatífico junto a otros 232 mártires de la persecución a la fe.

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SANTA CLARA DE ASÍS

VIRGEN Y FUNDADORA



PALABRA DE DIOS DIARIA

Nacida en Asís el 16 de julio de 1194; fallecida en la misma localidad el 11 de agosto de 1253. Era la hija mayor de Favorino Scifi, conde de Sasso-Rosso, representante acaudalado de una antigua familia romana, a quien pertenecía un gran palacio en Asís y un castillo en las faldas del monte Subasio. Eso es, al menos, lo que cuenta la tradición. Su madre, Beata Ortolana, pertenecía a la noble familia de los Fiumi y destacaba por su celo y piedad. Desde sus primeros años Clara parecía dotada con las más raras virtudes. Ya de niña era muy aficionada a la oración y a la práctica de la mortificación, y cuando alcanzó la adolescencia su repugnancia por el mundo y su ansia de una vida más espiritual se incrementaron. Cuando Clara tenía dieciocho años, San Franciscoacudió a la iglesia de San Giorgio de Asís para predicar durante la cuaresma. Las palabras inspiradas del Poverello encendieron una llama en el corazón de Clara. Fue a buscarle en secreto y le suplicó que la ayudara a vivir también "según el modo del Santo Evangelio". San Francisco, que enseguida reconoció en Clara una de esas almas escogidas destinadas por Dios para grandes cosas, y que indudablemente previó también que otras muchas podrían seguir su ejemplo, prometió ayudarla. 

El Domingo de Ramos, Clara, engalanada, asistió a Misa Mayor en la catedral, pero cuando los demás se acercaron hacia el pretil del altar para recoger un ramo de palma, ella permaneció ensimismada en su sitio. Todos los ojos se posaron sobre la joven. Entonces, el obispo descendió del altar y le colocó la palma en su mano. Esta fue la última vez que el mundo contempló a Clara. Aquella misma noche abandonó secretamente la casa de su padre por consejo de San Francisco y, acompañada por su tía Bianca, se dirigió a la humilde capilla de la Porciúncula, donde San Francisco, tras cortarle el cabello, la vistió con una basta túnica y un grueso velo. De esta forma, la joven hizo voto de servicio a Jesucristo. Era el 20 de marzo de 1212.

Clara fue instalada provisionalmente por San Francisco con las monjas benedictinas de San Paolo, cerca de Bastia, pero su padre, que esperaba para ella un espléndido matrimonio, y que estaba furioso por su huida secreta, hizo lo posible, al descubrir su retiro, para disuadirla de su proyecto, e incluso trató de llevarla a casa por la fuerza. Pero Clara se sostuvo con una firmeza por encima de la propia de su edad, y el conde Favorino se vio finalmente obligado a dejarla. Pocos días más tarde San Francisco, con el fin de proporcionar a Clara la gran soledad que deseaba, la transfirió a Sant'Angelo in Panzo, otro monasterio de benedictinas en una de las faldas del monte Subasio. Aquí, a los dieciséis días de su huida, se le unió su hermana Inés (Santa Inés de Asís), de la que fue instrumento de liberación frente a la persecución de sus furiosos familiares. Clara y su hermana permanecieron con las monjas de Sant'Angelo hasta que junto con otras fugitivas del mundo fueron establecidas por San Francisco en un tosco alojamiento adyacente a la pobre capilla de San Damián, situada fuera de los muros de la ciudad, construido en gran parte por sus propias manos, y que había obtenido de las Benedictinas como morada permanente para sus hijas espirituales. De este modo fue fundada la primera comunidad de la Orden de las Damas Pobres, o Clarisas, como llegó a ser conocida esta segunda orden de San Francisco.

Al principio, Santa Clara y sus compañeras no tenían regla escrita que seguir salvo una corta formula vitae dada por San Francisco, y que puede encontrarse entre sus trabajos. Algunos años más tarde, aparentemente en 1219, durante el viaje de San Francisco a Próximo Oriente, el Cardenal Ugolino, protector en aquella época de la orden, y posteriormente Gregorio IX, esbozó una regla escrita para las Clarisas de Monticelli, tomando como base la Regla de San Benito, manteniendo sus puntos fundamentales y añadiendo algunas constituciones especiales. Esta nueva regla que, en efecto si no en intención, eliminaba de las Clarisas la característica franciscana de la absoluta pobreza tan querida para el corazón de San Francisco, e hizo de ellas, a efectos prácticos, una congregación de Benedictinas, fue aprobada por Honorio III (Bula "Sacrosancta", 9 de diciembre de 1219). Cuando Clara supo que la nueva orden, tan estricta en otros aspectos, permitía la tenencia de propiedades en común, se opuso con valentía y éxito a las innovaciones de Ugolino, por ser completamente opuestas a las intenciones de San Francisco. Éste había prohibido a las Damas Pobres, como lo había hecho a sus frailes, la posesión de cualquier bien terreno, incluso en común. Al no poseer nada, dependían enteramente de lo que los frailes menores pudieran pedir por ellas. Esta completa renuncia a toda propiedad fue, sin embargo, considerada por Ugulino inviable para mujeres enclaustradas. Por tanto, cuando en 1228 fue a Asís para la canonización de San Francisco (habiendo mientras tanto ascendido al trono pontificio como Gregorio IX), visitó a Santa Clara en San Damiano, y la presionó tratando de desviarla de la práctica de la pobreza que había guardado hasta ese momento en San Damiano y hacerle aceptar algunos bienes para cubrir las necesidades imprevistas de la comunidad. Pero Clara rehusó firmemente. Gregorio, creyendo que su renuncia podía deberse al miedo a violar el voto de absoluta pobreza que había hecho, ofreció absolverla de él. "Santo padre, yo anhelo la absolución de mis pecados", contestó Clara, "pero no deseo ser absuelta de mi obligación de seguir a Jesucristo".

El heroico desprendimiento de Clara llenó al papa de admiración, como muestra con testimonio elocuente la carta, aún existente, que le escribió, hasta el punto de otorgarle el 17 de septiembre de 1228 el célebre Privilegium Paupertis, con algunas consideraciones relativas a la corrección de la regla de 1219. La copia original autógrafa de este privilegio - el primero de este tipo solicitado, u otorgado por la Santa Sede - se conserva en el archivo de Santa Clara de Asís. El texto es el siguiente: Gregorio Obispo Servidor de los Servidores de Dios. A nuestra querida hija en Cristo Clara y a otras criadas de Cristo que habitan juntas en la Iglesia de San Damiano de la Diócesis de Asís. Salud y Bendición Apostólica. Es evidente que el deseo de consagraros únicamente a Dios os ha guiado a abandonar todo deseo de cosas temporales. Por lo cual, después de haber vendido todos vuestros bienes y haberlos distribuido entre los pobres, os propusisteis no tener ninguna posesión, pues el brazo izquierdo de vuestro Celestial Esposo está sobre vuestra cabeza para sostener la debilidad de vuestro cuerpo, el cual, de acuerdo con la orden de la caridad, habéis sujetado a la ley del espíritu. Finalmente, Él que alimenta a las aves y da a los lirios del campo sus galas y su sustento, no os dejara en necesidad de vestido o de alimento hasta que venga Él mismo a atenderos en la eternidad cuando, a saber, la mano derecha de Su consolación os abrace en la plenitud de su Beatífica Visión. Desde que, por lo tanto, pedisteis por ello, Nos confirmamos como favor apostólico vuestra resolución de la más noble pobreza y por la autoridad de estas presentes cartas concedemos que no podáis ser obligadas por nadie a recibir posesiones. A nadie, por tanto, le está permitido violar esta nuestra concesión u oponerse a ella con imprudente temeridad. Pero si alguien pretende atentar contra ella, hágasele saber que incurrirá en la ira de Dios Todopoderoso y de sus Bienaventurados Apóstoles, Pedro y Pablo. Dada en Perusa a los quince días de las calendas de octubre en el segundo año de nuestro pontificado.

No es improbable que Santa Clara hubiera solicitado un privilegio como el anterior en una fecha más temprana, y que lo hubiera obtenido de viva voz. Es cierto que tras la muerte de Gregorio IX, Clara tuvo que luchar una vez más por el principio de absoluta pobreza prescrito por San Francisco, pues Inocencio IV habría querido dar a las Clarisas una regla nueva y mitigada. Pero la firmeza con que ella se sostuvo venció al papa. Finalmente, dos días antes de la muerte de Clara, Inocente, no vacilando ante la reiterada petición de la abadesa moribunda, confirmó solemnemente la definitiva Regla de las Clarisas (Bula "Solet Annuere", 9 de agosto de 1253), y de este modo les aseguró el precioso tesoro de la pobreza que Clara, a imitación de San Francisco, había tomado desde el momento de su conversión. El autor de esta última regla, que es en gran parte una adaptación mutatis mutandis de la regla que San Francisco había redactado para sus Frailes Menores en 1223, parece haber sido el cardenal Rainaldo, obispo de Ostia, y protector de la orden, posteriormente Alejandro IV, aunque es muy probable que la misma Santa Clara echara una mano para su compilación. Vistas así las cosas, no puede mantenerse por más tiempo que San Francisco fuera en ningún sentido el autor de esta regla formal de las Clarisas; él únicamente dio a Santa Clara como principio de su vida religiosa la breve formula vivendi ya mencionada.

Santa Clara, que en 1215 había sido hecha superiora de San Damiano por San Francisco, en gran parte contra sus deseos, continuó gobernando allí como abadesa hasta su muerte en 1253, casi cuarenta años más tarde. No hay buenas razones para creer que hubiera atravesado alguna vez los muros de San Damiano durante todo este tiempo. No hay por tanto que maravillarse de que hayan llegado hasta nosotros comparativamente tan pocos detalles de la vida de Santa Clara en el claustro "oculta con Cristo en Dios". Sabemos que llegó a ser una réplica viva de la pobreza, la humildad y la mortificación de San Francisco. Tenía una especial devoción hacia la Sagrada Eucaristía, y con el fin de incrementar su amor a Cristo crucificado aprendió de corazón el Oficio de la Pasión compuesto por San Francisco, y durante el tiempo que le dejaban sus ejercicios devocionales se dedicaba a labores manuales. Es innecesario añadir que durante la guía de Santa Clara, la comunidad de San Damiano se convirtió en el santuario de la virtud, un auténtico vivero de santas. Clara tuvo el consuelo no sólo de ver a su hermana menor Beatriz, a su madre Ortolana y a su devota tía Bianca siguiendo a su hermana Inés e ingresando en la orden, sino también de ser testigo de la fundación de conventos de Clarisas a lo largo y ancho de Europa. Sería difícil, sin embargo, estimar cuánto hizo la silenciosa influencia de la abadesa para guiar a las mujeres medievales hacia metas más altas. En particular, Clara esparció en torno a su pobreza ese encanto irresistible que sólo las mujeres pueden comunicar de heroísmo civil o religioso, y llegó a ser la más eficaz ayudante de San Francisco en promover ese espíritu de desprendimiento que según los consejos de Dios "produjo una restauración de la disciplina de la Iglesia y de la moral y civilización en Europa Occidental". Sin duda no fue la parte menos importante de la obra de Clara la ayuda y el ánimo que dio a San Francisco. En una ocasión en la que éste creía que su vocación descansaba en una vida contemplativa, se revolvió a ella con sus dudas, y Clara le urgió para que continuara con su misión a la gente. Cuando en un ataque de ceguera y enfermedad San Francisco fue por última vez a visitar San Damiano, Clara erigió para él una pequeña choza en un olivar próximo al convento, y allí fue donde compuso su glorioso "Cántico de las Criaturas". Tras la muerte de San Francisco, la procesión que acompañaba sus restos desde la Porciúncula hasta la ciudad pararon en San Damiano para que Clara y sus hermanas pudieran venerar los pies y manos perforados de quien las había transformado al amor de Cristo crucificado- una escena llena de patetismo que Giotto conmemoró en uno de sus mejores frescos. Sin embargo, en lo concerniente a Clara, San Francisco siempre estuvo vivo, y nada hay, tal vez, más llamativo en su vida posterior que su inquebrantable lealtad a los ideales del Poverello, y el celoso cuidado con el cual se agarró a su regla y a su enseñanza.

Cuando, en 1234, el ejército de Federico II estaba devastando el valle de Espoleto, los soldados, preparándose para el asalto de Asís, escalaron los muros de San Damiano de noche esparciendo el terror entre la comunidad. Clara se levantó tranquilamente de su lecho de enferma, y cogiendo el ciborio de la pequeña capilla aneja a su celda, hizo frente a los invasores, que ya habían apoyado una escalera en una ventana abierta. Se cuenta que, conforme ella iba alzando en alto el Santísimo Sacramento, los soldados que iban a entrar cayeron de espaldas como deslumbrados, y los otros que estaban listos para seguirles iniciaron la huida. Debido a este incidente, Santa Clara es generalmente representada portando un ciborio.

Cuando, algún tiempo más tarde, una fuerza mayor, conducida por el general Vitale di Aversa, que no había estado presente en el primer ataque, volvió para asaltar Asís, Clara, junto con sus hermanas, se arrodilló en la más sincera oración para que la ciudad pudiera ser salvada. Al poco se desencadenó una furiosa tormenta, que desparramó las tiendas de los soldados en todas las direcciones, y causó tal pánico que volvieron a tomar refugio en la huida. La gratitud de los habitantes de Asís, que de común acuerdo atribuyeron su liberación a la intercesión de Clara, aumentó su amor hacia la Madre Seráfica. Hacía ya tiempo que Clara había sido recogida en los corazones del pueblo, y su veneración hacia ella se hizo más manifiesta cuando, desgastada por la enfermedad y las austeridades, se dirigía a su fin. Valiente y alegre hasta el final, a pesar de sus largas y dolorosas enfermedades, Clara hizo que la levantaran en la cama y, así reclinada, dice su biógrafo contemporáneo, "hiló las más finas hebras con el propósito de tenerlas tejidas en el más delicado material, con el cual hizo después más de un centenar de corporales, y, guardándolas en una bolsa de seda, ordenó que se repartieran entre las iglesias de los campos y montes de Asís". Cuando finalmente sintió que el día de su muerte se acercaba, Clara, llamando a sus afligidas religiosas en su torno, les recordó los muchos beneficios que habían recibido de Dios y las exhortó a que perseveraran llenas de fe en la observancia de la pobreza evangélica. El papa Inocente IV vino desde Perusa para visitar a la santa moribunda, que ya había recibido los últimos sacramentos de manos del cardenal Rainaldo. Su propia hermana, Santa Inés, retornó de Florencia para consolarla en su última enfermedad; León, Ángel y Junípero, tres de los primeros compañeros de San Francisco, estuvieron también presentes en el lecho mortal, y Santa Clara les pidió que leyeran en voz alta la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan, como habían hecho treintisiete años antes, cuando Francisco estaba tendido moribundo en la Porciúncula. Finalmente, antes del amanecer del 11 de agosto de 1253, la santa fundadora de las Damas Pobres falleció en paz entre escenas que su biógrafo contemporáneo registró con conmovedora sencillez. El papa, con su corte, fue a San Damiano para el funeral de la santa, que tomó casi la naturaleza de una procesión triunfal.

Las Clarisas deseaban retener el cuerpo de su fundadora con ellas en San Damiano, pero los magistrados de Asís interfirieron y tomaron medidas con el fin de asegurar para la ciudad los venerados restos de quien, como ellos creían, por dos veces la había salvado de la destrucción. Los milagros de Clara se habían contado por doquier. No era seguro, según los ciudadanos de Asís, dejar el cuerpo de Clara en un lugar solitario fuera de las murallas; era justo, además, que Clara "el principal rival del beato Francisco en la observancia de la perfección del Evangelio" tuviera también una iglesia construida en su honor en Asís. Mientras tanto, los restos de Clara fueron depositados en la capilla de San Giorgio, donde la predicación de San Francisco había tocado por primera vez su joven corazón, y donde su propio cuerpo había igualmente sido colocado mientras se elevaba la Basílica de San Francesco. 

Dos años más tarde, el 26 de septiembre de 1255, Clara fue solemnemente canonizada por Alejandro IV, y no mucho más tarde la construcción de la iglesia de Santa Clara, en honor del segundo gran santo de Asís, fue comenzada bajo la dirección de Filippo Campello, uno de los principales arquitectos de su tiempo. El 3 de octubre de 1260, los restos de Clara fueron transferidos desde la capilla de San Giorgio y enterrados profundamente en la tierra, bajo el altar mayor de la nueva iglesia, lejos de la vista y del alcance de nadie. Tras haber permanecido ocultos durante seis siglos- al igual que los restos de San Francisco- y después de que se hubieran realizado muchas búsquedas, la tumba de Clara fue localizada en 1850, para gran alegría de los habitantes de la ciudad. El 23 de septiembre de ese año el ataúd fue desenterrado y abierto; la carne y ropas de la santa se habían reducido a polvo, pero el esqueleto estaba en perfecto estado de conservación. Finalmente, el 29 de septiembre de 1872, los huesos de la santa fueron transferidos, con mucha pompa, por el arzobispo Pecci, posteriormente León XIII, al sepulcro erigido en la cripta de Santa Chiara para recibirlos, y donde ahora se pueden contemplar. 

La fiesta de Santa Clara es celebrada en toda la Iglesia el 11 de agosto; la fiesta de su primer traslado se mantiene en la orden el 3 de octubre, y la del hallazgo de su cuerpo el 23 de septiembre.

Las fuentes de la historia de Santa Clara a nuestra disposición son pocas en número. Ellas incluyen (1) un Testamento atribuido a la santa y algunas encantadoras Cartas escritas a ella por la Beata Inés, Princesa de Bohemia; (2) la Regla de las Clarisas, y un cierto número de tempranas Bulas Pontificias relativas a la Orden; (3) una Biografía contemporánea, escrita en 1256 por orden de Alejandro IV. Esta vida, que actualmente es generalmente atribuida Tomás de Celano, es la fuente de la cual los siguientes biógrafos de Santa Clara han obtenido la mayor parte de sus informaciones.

PASCHAL ROBINSON
Trascrito por Rick McCarty
Traducido por Juan Carlos López Almansa
Extraído y corregido de la Enciclopedia Católica

Oración a Santa Clara de Asís:

Oh amable Santa Clara, tú que siguiendo las huellas de la virgen María, fuiste madre del cuerpo místico de Cristo; danos tu amor por la iglesia y por todos los hermanos. Tú, que con tus últimas palabras has bendecido al Señor por haberte creado; haz que comprendamos el gran don que es la vida. Intercede para que en nuestras familias haya concordia, serenidad en el trabajo, alegría en el estar juntos; haz que un día podamos reunirnos para alabar y cantar eternamente contigo la misericordia del Señor. Amén.