01/31/14

Parece una contradicción, pero a pesar de su gran fama que la hace pasar por la santa más conocida de Irlanda y de estar unidos a su figura gran cantidad de elementos festivos y folclóricos se conocen muy pocos hechos históricos sobre su vida.

Fue Cogitosus que vivió del 620 al 680 su primer biógrafo, pero -lastimosamente- poco escribe acerca de la vida terrena de la santa; su escrito se pierde en descripciones sociales y religiosas en torno al monasterio de Kindale, probablemente mixto y con jurisdicción quasi-episcopal, fundado por Brígida.


También existen himnos y poemas irlandeses de los siglos VII y VIII que en sí mismos testimonian el culto que se tributaba a la santa irlandesa.


Un poco más adelante, el obispo de Fiésole, Donatus, a mitad del siglo IX, escribe su vida en verso y este debió ser el vehículo de la rápida difusión de su culto por Europa.


Pero de esta carencia de datos que impiden el diseño de un perfil hagiográfico completo; la religiosidad popular y el calor de las gentes por su santa ha suplido con creces la grandeza de su vida fiel al Evangelio y entregada a su vocación religiosa.


Del hecho de pertenecer Brígida a una tribu inferior en su tiempo, concretamente la de Forthairt, la fantasía la hace nacer del fruto de la unión -extraña al matrimonio- de su padre, Duptaco, con una bellísima esclava, con todos los problemas que esto produce en el entorno familiar legítimo, desde el disgusto de la esposa hasta la proposición de su venta. Claro que de esto se sacará la noble lección de que Dios puede tener planes insospechados para los espúreos inculpables que pueden llegar a las cimas más altas de la santidad y dejar tras de sí una estela de bien para la gente.


Heredada la extrahermosura de su madre, para no ser ocasión de pecado y no ser ya más pedida en matrimonio, pide a Dios que la haga fea. ¿Para qué quiere la hermosura quien sólo piensa en Dios? Ha decidido entrar en religión. Derrama lágrimas abundantes y son escuchados sus ruegos con un reventón del ojo; por este favor da gracias a Dios que luego le devuelve todo su esplendor. La lección está clara: quien posee al Amor desprecia lo que a tantas vuelve locas y vanas para alcanzar un amor.


También los pobres están presentes en el relato; no podría concebirse santidad sin caridad. Y ahora es la vaca su cómplice; nunca se secaron las ubres, una y otra vez ordeñadas por Brígida, cuando había que remediar a un menesteroso. La vaca ha quedado presente, como emblema, en las representaciones pictóricas de los artistas, junto a la imagen de la santa.


Y aún hay más; sí, son inagotables los relatos de bondades. Se habla de leprosos curados y de monjas tibias descubiertas; la muda Doria comienza a hablar y termina sus días como religiosa en el convento; frustra asesinatos; da vista a ciegos y... como expresión del estilo de un pueblo ¡convierte el agua de su baño en cerveza para apagar la sed!


Los himnos, versos, poemas y canciones populares -con sencillez y regocijo- muestran el calor de un pueblo por su santa y dice con sus leyes lo que las de la crítica histórica ni puede ni debe decir.



Martirologio Romano: En la villa de Ciruelos, en la región española de Castilla la Nueva, san Raimundo, abad de Fitero, que fundó la Orden de Calatrava y trabajó en favor de la cristiandad (c. 1160).

Fecha de canonización: 1719 por el Papa Clemente XI



Abad del monasterio cisterciense de Fitero en Navarra, y fundador de la Orden militar de Calatrava.

Se llamaba Raymundo Sierra o Raymond Serrat. Aunque documentalmente no puede probarse, lo más probable es que naciera en Saint Gaudens de Garona, en Francia, y que la época fue a comienzos del siglo XII. Algunos autores sitúan su nacimiento en Tarazona (Aragón), y otros afirman que fue en Barcelona.


Aparece como canónigo en Tarazona, atestiguado documentalmente por testimonio de su primer obispo, Don Miguel, monje benedictino. De aquí pasó a monje del monasterio cisterciense de Nuestra Señora de Sacala Dei, en Gascuña, y de ahí fue enviado como prior a la nueva fundación que Don Bernardo determinó hacer en España.


Se asentaron los nuevos monjes en el monte que llaman Yerga, con consentimiento del rey. En 1140 Alfonso VII les donó la villa de Nienzabas que había quedado asolada por los moros; aquí fundaron el monasterio de Nienzabas del que fue abad Raymundo a la muerte de Durando, alrededor del año 1144. Lo eligieron abad por la fama que tenía de santo y taumaturgo. Con el título y oficio de abad aparece ya en la escritura del 1146, al donar el rey al monasterio los dominios de Serna de Cervera y Baños de Tudescón, actuales balnearios de Fitero.


En 1148 asistió al capítulo general de la orden del Císter, en calidad de abad; en ese concilio estuvo presente el papa Eugenio III, que también era cisterciense.


Raymundo trasladó ese mismo año el monasterio al mejor sitio de Castejón, recibió la donación real del castillo de Tulungen y, en la heredad donada por Don Pedro Tizón y su esposa Doña Toda, fundó en 1150 el de Santa María de Fitero del que será el primer abad.


Diego de Velázquez es un monje que en tiempo pasado fue soldado y amigo del rey Sancho.


Raymundo y él se encuentran en Toledo el año 1158. Diego ha escuchado al rey el gran peligro que corre la plaza de Calatrava confiada años atrás por Alfonso VII a los Templarios, pero que ahora está casi desguarnecida que es por el momento la llave estratégica de Toledo. El peligro es grande por la proximidad de los almohades. Raymundo y Diego piden al rey la defensa de la plaza y con los monjes traídos de Fitero más un ejército formado por campesinos y artesanos consiguen defender la plaza y ahuyentar a los moros. En premio, el rey Sancho III les concede el dominio de Calatrava donde Raymundo funda el mismo año la Orden mitad monjes obedientes al toque de la campana, mitad soldados obedientes al toque de la trompeta que fue aprobada posteriormente por el papa Alejandro III, por bula de 25 de setiembre de 1164, cuando ya había muerto su fundador.


Raymundo murió en 1163 en Ciruelos y allí se enterró. En 1471 se trasladaron sus restos al monasterio cisterciense de Monte León de Toledo y, desde el siglo XIX, las reliquias del santo se encuentran en la catedral de Toledo.


Si los creyentes actuales quisiéramos imponer nuestra santa fe con la violencia, ya tendríamos que empezar por gestionar quién quisiera vendernos una bomba de hidrógeno; pero ese supuesto sería irreconciliable con la dignidad de las personas y el respeto a su dignidad, seríamos calificados inmediatamente de fanáticos y fundamentalistas; habríamos ciertamente perdido el norte de la caridad que califica a los cristianos como auténticos discípulos de Cristo, y nuestro modo de hacer supondría una renuncia total a los postulados de la convivencia democrática.


Desde luego, habríamos dejado de confiar en los medios de siempre oración, mortificación y buen ejemplo para ser sembradores de paz y de alegría que es el vehículo normal de transmisión de la fe, siempre don del Espíritu Santo. Pero, aunque hoy nos pueda parecer impropio de un santo vivir con la espada en la mano por la mañana y en oración adorante por la noche, la historia es así; juzgar los hechos pasados con la mentalidad actual es caer en un anacronismo.



Martirologio Romano: En París, en Francia, beato Reginaldo de Orleans, presbítero, quien, de paso por Roma, conmovido por la predicación de santo Domingo entró en la Orden de Predicadores, a la que atrajo a muchos con el ejemplo de sus virtudes y el ardor de su palabra (1220).

Etimología: Reginaldo = Aquel que tiene la protección del Rey, es de origen germánico.


Fecha de beatificación: El culto fue confirmado el 8 de julio de 1875 por el Papa Pío IX.



Reginaldo de Saint Gilles nació en Orléans (Francia). Entró en la Orden de Predicadores por mediación milagrosa de la Virgen María y profesó en manos de Sto. Domingo. Era un predicador ardoroso, que en breve tiempo llevó muchas vocaciones a la Orden. Murió en París hacia el 12 de febrero de 1220 y fue sepultado en la Iglesia benedictina de Notre-Dame des Champs, de donde su cuerpo desapareció durante la revolución de finales del s. XVIII.

De la obra Orígenes de la Orden de Predicadores del Beato Jordán de Sajonia:

"El mismo año 1218, estando en Roma el Maestro Domingo, llegó allí el maestro Reginaldo, deán de San Aniano de Orléans, con intención de embarcarse. Varón de gran fama, docto, célebre por su dignidad por haber regentado durante cinco años en París la cátedra de derecho canónico. Habiendo llegado a Roma fue preso de una grave enfermedad en el transcurso de la cual lo visitaba de vez en cuándo el Maestro Domingo. Exhortándolo éste a abrazar la pobreza de Cristo y asociarse a su Orden dio su libre y pleno asentimiento, de tal manera qué hasta hizo voto de abrazarla.


Fue ciertamente librado de aquella mortal dolencia y trance peligrosísimo, mas no sin la intervención milagrosa de Dios. En medio de los ardores de la calentura, la Reina del cielo y Madre de misericordia siempre Virgen María se le apareció visiblemente y ungiendo sus ojos, oídos, narices, boca, pecho manos y pies con cierto bálsamo que traía dijo estás palabras: a Unjo tus pies con óleo santo como preparación del Evangelio de la paz. » (Ef 6, 15) Y le mostró el habito completo de la Orden. Al punto quedó sano y tan repentinamente recuperó las fuerzas corporales que los médicos, que habían casi desesperado de su curación, testigos ahora de los claros síntomas de salud, estaban maravillados. Contó este insigne prodigio el Maestro Domingo a muchos que aún viven estando yo presente en una ocasión en que lo refirió en París ante muchas personas.


Recuperada la salud, aunque ya había hecho profesión en la Orden, realizó el maestro Reginaldo su viaje por mar, cumpliéndose así sus deseos, y de regreso vino a Bolonia el 21 de diciembre. Se consagró en seguida y por entero a la predicación; su palabra era de fuego, (Sal 118, 140) y sus sermones como antorchas encendidas, (Si 48, 1) inflamaban los corazones de los oyentes, que apenas lo había tan endurecido que pudiera sustraerse a su calor. (Sa 18, 5). Hervía Bolonia entera ante el nuevo Elías reaparecido. (Lc 1, 17) En aquellos días recibió en la Orden a muchos boloñeses y comenzó a crecer el número de los discípulos, a los que se fueron agregando otros muchos.


Trasladó entonces el Maestro Domingo a París a fray Reginaldo, de santa memoria, y así que llegó a París, impelido por su incansable fervor de espíritu, comenzó a predicar con la palabra y con el ejemplo a Jesucristo y a éste crucificado. (1 Co 1, 23) Mas pronto lo llevó Dios de este mundo, consumiendo así en breve sus días, mas llenando con sus obras una larga vida. (Sb 4, 13)


No puedo menos de recordar que estando en vida fray Mateo, que lo había conocido en el mundo vanidoso y delicado, preguntóle como admirado en cierta ocasión: « ¿Estáis triste, maestro, de haber tomado este hábito? ». A la que él respondió, bajando la cabeza con humildad: a Creo que en la Orden no hago mérito alguno, pues siempre me gustó demasiado.»



Hermanos Franciscanos

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