08/08/16

11:40 p.m.

Por: . | Fuente: testigosdelaredencion.blogspot.com

Sacerdote y Mártir

Martirologio Romano: En Cuenca, España, Beato José Javier Gorosterratzu y cinco compañeros de la Congregación del Santísimo Redentor asesinados por odio a la fe ( 1936-1938)

Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

Integran el grupo: José Javier Gorosterratzu Jauranena, Ciriaco Olarte Pérez de Mendiguren, Miguel Goñi Áriz, Julián Pozo Ruiz de Samaniego, Víctor (Victoriano) Calvo Lozano y Pedro Romero Espejo


La infancia de Julián, un camino vocacional a la vida Religiosa

Nació en el pequeño pueblo alavés llamado Payueta un 7 de enero de 1903, recibiendo el día 9 siguiente el bautismo en la Parroquia del pueblo, dedicada a San Juan Bautista y recibiendo el nombre de Julián. Fueron sus padres Toribio Pozo Fernández y Micaela Ruiz de Samaniego Viana, una familia de hondas raíces de fe. Desde pequeño destacó por ser un chico sincero, noble, obediente y vivo para el aprendizaje. Recibió el sacramento de la Confirmación el 19 de abril de 1912 en Peñacerrada (Álava) de manos del Obispo de Vitoria Mons. José cadena y Eleta.

Teniendo como fuente principal el Curriculum vitae (Nava del Rey-1920) que escribió como ejercicio del noviciado. Nos cuenta que desde pequeño sintió en su corazón el deseo de ser religioso y misionero. Este deseo fue alimentado mediante la oración, sendas por las que anduvo precozmente desde esos 8 ú 9 años. ”Llegado a los 10 años fuime penetrando poco a poco de la vanidad del mundo y de la dicha, paz y franca alegría del claustro” (Curriculum Vitae, p. 2) a causa de la oración y la meditación. Su madre también alentó tales deseos de la Vida Religiosa mediante los recuerdos que tenía del Espino, donde había ido ella a visitar a un hermano.

Dios que pone deseos en el corazón de Julián, le abre las puertas para verlos realizados. La ocasión se presentó con la muerte de su abuela. Fue al pueblo el tío redentorista hermano de su madre P. Félix Ruiz de Samaniego; enterado de los deseos de su sobrino, exhortó y alentó a Julián a mantenerse en ellos; pero al ser demasiado joven, el P. Félix puso los ojos en otro sobrino que era un poco mayor que Julián. Pero el mismo Julián nos dice que “Dios, que hace lo que quiere y que no haya obstáculos a su voluntad, permitió en sus profundos juicios que se enfriase el fervor del primo y abandonase por entero los proyectos de la vocación. Entonces sin pensar más en mi corta edad, secundó el tío los planes del cielo” (Curriculum, pp. 3-4), abriéndole las puertas del Seminario menor que los Redentoristas tenían en El Espino (Burgos), donde ingresó el domingo 30 de agosto de 1913.

El tiempo en el jovenado trascurrió con el decurso normal de la adolescencia; según Julián se sentía feliz por ver como se iba haciendo realidad su sueño; esta felicidad fue acompañada por un proceso de crecimiento en su espíritu de contemplación. El 6 de abril de 1915 deja el Espino y se pone en marcha a Cuenca; allí los Redentoristas van a abrir otro seminario en el Convento de San Pablo y pata echarlo a andar trasladan a algunos de los jovenistas de El Espino. Poco nos ha dejado de este tiempo en su Curriculum. Allí, en Cuenca, permaneció preparándose para el noviciado hasta el 9 agosto de 1919, víspera del inicio del retiro para la recepción del hábito, en que tuvo lugar un contratiempo que probaron la verdad de su vocación y el amor que sentía hacia la Congregación del Santísimo Redentor: “acaeció pues, que los superiores viendo mi complexión debilitada, juzgaron conveniente que fuera a pasar una larga temporada junto al calor del hogar paterno. Esta noticia cayó de sorpresa sobre mí, la víspera del retiro de la toma de hábito, 9 de agosto de 1919. Supliqué; prometí; mas todo en vano. Tomé la resolución de no cejar en el asunto, dando gracias a Dios por la vocación que sentía y conformándome con su santa voluntad” (Curriculum pp. 4-5). Se encomendó a la Virgen pidiéndole que tomara cartas en el asunto; y el 14 de agosto se le comunica que se le esperaba en el Noviciado, en Nava del Rey (Valladolid). Según la lectura que hacía del hecho Julián “era la mano de María, era la amorosa Providencia de Dios. Sin mi noticia se me despidió; sin mi cooperación se me volvió a admitir” (Curriculum, pp. 5-6). El día 25 de agosto de 1919, junto con sus compañeros, vestía el hábito redentorista, iniciando así su noviciado bajo la guía del P. Rafael Cavero.

La vida de Julián como redentorista, un camino de preparación al martirio

Julián, después del año de noviciado, profesa en Nava del Rey (Valladolid) el 26 de agosto de 1920, tras lo cual se encamina a Astorga para realizar sus estudios sacerdotales. Si su infancia va a estar centrada en sortear las dificultades para realizar los deseos que Dios puso en su corazón de ser religioso, su vida como redentorista va a estar centrada en asumir en su proyecto vital la enfermedad crónica que le harán no apto para la vida apostólica de Misionero. Junto a la enfermedad, creció en él la aceptación de la limitación, y la alegría, el optimismo y el comunicarse siempre contento; la sonrisa siempre la tuvo a flor de piel. La fuente de la que nos serviremos serán las cartas envió a su familia. En ellas destaca y expresa un amor hacia su madre, su padrastro y hermanastros. No sólo quería a las personas, sino que había cultivado una facilidad para comunicar ese cariño.

En 1921 se le desencadena una tuberculosis en el pulmón derecho. Con la exhumación y recognición de sus restos en 2008 se le diagnosticó un proceso reumático de notable gravedad que es el conocido como enfermedad de BETCHEREW, que produce anquilosamiento de unos u otros segmentos de la columna vertebral y en los casos avanzados, aparte de la limitación de movilidad del tronco, insuficiencia respiratoria. Este problema le degeneró en una tuberculosis crónica. El 1 de diciembre el Provincial le permite que vaya una temporada a su casa paterna de Payueta para que se recupere. Efectivamente, se produce una notable mejoría. De regreso a Astorga, y poniendo esfuerzo por su parte, se puso en los estudios a la altura de sus compañeros y obtuvo muy buenas calificaciones (Cf. Carta a su familia de Astorga, 6 de abril de 1922). El estudio lo deja agotado y le hace vivir un estado de debilidad continuada; a pesar de ello va creando dentro de sí un espíritu alegre, optimista y contento.
El 15 de agosto de 1923 de nuevo tuvo una hemorragia que le duró 4 días. Según él una lección de realidad: “el día de la Asunción, fiesta solemne... y yo inmóvil, enclavado en cama, arrojando la vida en dolorosas bocanadas de sangre… Este contraste… me aferró más as mi vocación …” (Cf. Carta desde Astorga, 27 de septiembre de 1923). La revisión médica le prescribe descansar del estudio y restablecerse por las fuerzas naturales. Para ello se trasladará una temporada a Nava del Rey, a la casa noviciado. De regreso a Astorga se ordena de Subdiaconado el 14 de junio de 1925 de manos de Antonio Lenzo Lázaro; y después de recibir el Diaconado se ordena de Presbítero el 27 de septiembre de 1925.

El 3 de diciembre de 1925 el P. Julián Pozo va destinado a Granada, por motivos de salud. Como sacerdote y podrá ayudar en aquella comunidad según se lo permitan sus fuerzas. Allí conocerá a la Sierva de Dios Conchita Barrecheguren, también tuberculosa como él, a la que algunas ocasiones pudo consolar con la Eucaristía. Esta moría con fama de santidad el 13 de mayo de 1927, reconfortada por el auxilio de los sacramentos de la Reconciliación y de la Santa Unción y de la Eucaristía como viático y el acompañamiento del P. Julián. No sólo los unió la enfermedad y este momento; la vida de contemplación de ambos es similar. El P. Julián será posteriormente un divulgador de la vida de Conchita regalando su biografía (Cf. Carta dirigida a su hermana Elisa. Cuenca, 16 de marzo de 1935). El 30 de octubre de 1927 sale de Granada con dirección a Cuenca.

Desde los primeros días de noviembre de 1927 hasta el día de su martirio su vida transcurrirá en Cuenca. Este destino fue interrumpido desde el 27 de junio de 1933 al 4 de octubre de 1934 en que va destinado a El Espino (Burgos) como confesor de los jovenistas. Un nuevo brote tuberculoso le obligarán a dejar esta actividad pastoral y volver a Cuenca. Aunque tuvo que cuidarse debido a su enfermedad, no eran pocas las personas que reclamaban su consejo, siempre inteligente, sensato y lleno de trascendencia.

Su vida caracterizada por la enfermedad, la oración, la alegría expresada en forma de sonrisa, el cariño y las atenciones para con los demás y la aceptación de la propia limitación fueron madurando en él una santidad de vida que culminó con su martirio. En una carta a sus padres desde Cuenca, con fecha de 9 de septiembre de 1935 dice: “… pero ahora para vivir en estrecho lazo en el hermoso cielo que espero está cercano! ¡Que alegría vivir desprendido de afectos desordenados y terrenos y esperar un cielo eterno! Esto pido para ustedes, esto pidan para mí: vivir escondidos con Cristo (en gracia) en Dios para después (muy pronto, pues la vida es viento) triunfar en el cielo. Encomiéndoles a la Mamá del cielo…”. El 7 de octubre de 1928 el Superior de Cuenca, P. Joaquín Chaubel, le escribió a su familia comunicándole el estado de la enfermedad; les decía: “No creo que sea nada inminente, pero juzgo necesario avisarles. Nuestro buen padre es un santito y creo que está deseando la muerte; así hacen las almas escogidas. Él mismo ha pedido todos los sacramentos y yo no he querido negárselos. A las tres y media de la madrugada acabo de dárselos y los ha recibido con gran devoción”.

La muerte de Julián, consecuencia lógica de su vida

Acostumbrado a mantener la caridad, esperanza y fe en medio de la enfermedad, y viviendo en medio de la tensión política en aquella Cuenca de 1936, fue madurando en su interior la idea del martirio. Un día, mientras contemplaba desde la azotea del convento una manifestación izquierdista, ante las proclamas de aquella comentó: “Qué dicha si pudiéramos morir mártires”.

Salió de San Felipe el día 20 de julio de 1936 junto con el H. Victoriano, que se responsabilizó de su atención a causa de la enfermedad. Se alojaron en la casa de Dª Eugenia y Joaquina Muñoz Girón (C. Andrés Cabrera nº 22) donde llevaron vida de recogimiento y oración, disponiéndose para lo que pudiese pasar. El tiempo que permanecieron allí, comenzó a intuir el fatal destino martirial y suspirando por él, entre bromas, decía: “Nosotros no tenemos mártires; a ver si vamos a ser los primeros mártires”. El 25 de julio, en que por indicación del superior, ambos fueron a alojarse en el Seminario, donde coincidió con el P. Gorosterratzu.

El día 31 de julio fueron martirizados los PP. Olarte y Goñi; el día 7 de agosto lo fueron un sacerdote y su sobrino abogado; el 8 sacaron del Seminario, donde estaba el P. Pozo al Sr. Obispo y a su secretario; el día 9 de agosto le tocó el turno al P. Julián Pozo que caminó junto al sacerdote D. Juan Escribano García.

Sus cadáveres fueron recogidos “en el hectómetro segundo del kilómetro ocho de la carretera de Cuenca a Tragacete próximo a esta Capital [de Cuenca]” (Cf. Acta de defunción del Beato Julián Pozo Ruiz de Samaniego: Registro Civil de Cuenca, Sección 3ª, Tomo 42, Folio 324, Número 642; inscrita el 13 de agosto de 1936). La causa de la muerte, según la presente certificación, fue una herida cerebral. “D. Crisóstomo Escribano pidió que le dejaran ir al martirio con sotana. Se lo concedieron. Después de herido todavía pudo gritar un ¡Viva Cristo Rey! –‘¿Todavía te atreves a gritar?’- le increparon los asesinos. Y en otra descarga lo abrasaron a balazos. Cuando el Juzgado levató los cadáveres se le encontró el escapulario colgado del cuello, el rosario en una mano y el crucifijo en la otra. ¡Todo un arsenal para el triunfo. El Padre Pozo murió como había vivido: en actitud amorosa de víctima; en postura de mártir clásico; de rodillas y rezando el rosario… seguro que sonrió a los verdugos y a las balas. Había sonreído siempre a todos y a todo, y se puede asegurar que no perdió la sonrisa sino con la vida” (De Felipe, Nuevos Redentores, Madrid, PS. 1962, p. 188).

S.S. Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el decreto con el cual se reconoce el martirio del Siervo de Dios José Javier Gorosterratzu y sus cinco compañeros de la Congregación del Santísimo Redentor.

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Desde 1934 estalló en España una horrorosa persecución contra los católicos, por parte de los comunistas, masones y la extrema izquierda. Desde 1936 hasta 1939, los comunistas españoles asesinaron a 4,100 sacerdotes seculares; 2,300 religiosos; 283 religiosas y miles y miles de laicos. Todos por la sola razón de pertenecer a la Iglesia Católica.

Unas de esas víctimas fueron los siete jóvenes colombianos, hermanos de la Comunidad de San Juan de Dios, que estaban estudiando y trabajando en España.

Eran de origen campesino o de pueblos religiosos y piadosos. Muchachos que se habían propuesto desgastar su vida en favor de los que padecían enfermedades mentales, en la comunidad que San Juan de Dios fundó para atender a los enfermos más abandonados. La Comunidad los había enviado a España a perfeccionarse en el arte de la enfermería y ellos deseaban emplear el resto de su vida en ayudar de la mejor manera posible a que los enfermos recobraran su salud mental y física y sobre todo su salud espiritual por medio de la conversión y del progreso en virtud y santidad.

Hacía pocos años que habían entrado en la Congregación y en España sólo llevaban dos años de permanencia. Hombres totalmente pacíficos que no buscaban sino hacer el bien a los más necesitados. No había ninguna causa para poderlos perseguir y matar, excepto el que eran seguidores de Cristo y de su Santa Religión.

Estos religiosos atenían una casa para enfermos mentales en Ciempozuelos cerca de Madrid, y de pronto llegaron unos enviados del gobierno comunista español y les ordenaron abandonar aquel plantel y dejarlo en manos de unos empleados marxistas que no sabían nada de medicina ni de dirección de hospitales pero que eran unas fieras en anticleralismo.

A los siete religiosos se los llevaron prisioneros a Madrid.

Cuando al embajador colombiano le contaron la noticia, pidió al gobierno que a estos compatriotas suyos por ser extranjeros los dejaran salir en paz del país, y les envió unos pasaportes y unos brazaletes tricolores para que los dejaran salir libremente. Y el Padre Capellán de las Hermanas Clarisas de Madrid les consiguió el dinero para que pagaran el transporte hacia Colombia, y así los envió en un tren a Barcelona avisándole al cónsul colombiano de esa ciudad que saliera a recibirlos. Pero en el tiquete de cada uno los guardas les pusieron una señal especial para que los apresaran.

El Dr. Ignacio Ortiz Lozano, Cónsul colombiano en Barcelona describió así en 1937 al periódico El Pueblo de San Sebastián cómo fueron aquellas jornadas trágicas: "Este horrible suceso es el recuerdo más doloroso de mi vida. Aquellos siete religiosos no se dedicaban sino al servicio de caridad con los más necesitados. Estaban a 30 kilómetros de Madrid, en Ciempozuelos, cuidando locos. El día 7 de agosto de 1936 me llamó el embajador en Madrid (Dr. Uribe Echeverry) para contarme que viajaban con un pasaporte suyo en un tren y para rogarme que fuera a la estación a recibirlos y que los tratara de la mejor manera posible. Yo tenía ya hasta 60 refugiados católicos en mi consulado, pero estaba resuelto a ayudarles todo lo mejor que fuera posible. Fui varias veces a la estación del tren pero nadie me daba razón de su llegada. Al fin un hombre me dijo: "¿Usted es el cónsul de Colombia? Pues en la cárcel hay siete paisanos suyos".

Me dirigí a la cárcel pero me dijeron que no podía verlos si no llevaba una recomendación de la FAI (Federación Anarquista Española). Me fui a conseguirla, pero luego me dijeron que no los podían soltar porque llevaban pasaportes falsos. Les dije que el embajador colombiano en persona les había dado los pasaportes. Luego añadieron que no podían ponerlos en libertad porque la cédula de alguno de ellos estaba muy borrosa (Excusas todas al cual más de injustas y mentirosas, para poder ejecutar su crimen. La única causa para matarlos era que pertenecían a la religión católica). Cada vez me decían "venga mañana". Al fin una mañana me dijeron: "Fueron llevados al Hospital Clínico". Comprendí entonces que los habían asesinado. Fue el 9 de agosto de 1936.

El beato Beato Arturo (Luis) Ayala NiñoNació en Paipa, Boyacá (Colombia), el 7 de abril de 1909. Desde pequeño recibió una educación cristiana. Ingresa a la Orden Hospitalaria en 1928. El 8 de diciembre de 1929 emite sus votos simples en manos del Padre General Fr. Faustino calvo, que se hallaba de visita en Colombia. el 4 de julio de 1933 emite los votos solemnes.

En 1930 viajó a España por encargo de la Orden y formó parte de las Comunidades de Ciempozuelos y Málaga, donde se distinguió por su dedicación y responsabilidad en la enfermería, por su caridad con los enfermos y su piedad.

En 1934 inició sus estudios para ser sacerdote, que se interrumpieron por la crítica situación que atravesaba España. Las circunstancias político-militares, obligaron a sus superiores a decidir su regreso a Colombia. Arturo, junto a seis hermanos hospitalarios colombianos, partió rumbo a Barcelona el 7 de agosto de 1936. Dos días después, fue asesinado.

Forman parte del grupo de 71 mártires hospitalarios beatificado en la plaza de San Pedro el 25 de octubre de 1992 por S.S. Juan Pablo II.

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Desde 1934 estalló en España una horrorosa persecución contra los católicos, por parte de los comunistas, masones y la extrema izquierda. Desde 1936 hasta 1939, los comunistas españoles asesinaron a 4,100 sacerdotes seculares; 2,300 religiosos; 283 religiosas y miles y miles de laicos. Todos por la sola razón de pertenecer a la Iglesia Católica.

Unas de esas víctimas fueron los siete jóvenes colombianos, hermanos de la Comunidad de San Juan de Dios, que estaban estudiando y trabajando en España.

Eran de origen campesino o de pueblos religiosos y piadosos. Muchachos que se habían propuesto desgastar su vida en favor de los que padecían enfermedades mentales, en la comunidad que San Juan de Dios fundó para atender a los enfermos más abandonados. La Comunidad los había enviado a España a perfeccionarse en el arte de la enfermería y ellos deseaban emplear el resto de su vida en ayudar de la mejor manera posible a que los enfermos recobraran su salud mental y física y sobre todo su salud espiritual por medio de la conversión y del progreso en virtud y santidad.

Hacía pocos años que habían entrado en la Congregación y en España sólo llevaban dos años de permanencia. Hombres totalmente pacíficos que no buscaban sino hacer el bien a los más necesitados. No había ninguna causa para poderlos perseguir y matar, excepto el que eran seguidores de Cristo y de su Santa Religión.

Estos religiosos atenían una casa para enfermos mentales en Ciempozuelos cerca de Madrid, y de pronto llegaron unos enviados del gobierno comunista español y les ordenaron abandonar aquel plantel y dejarlo en manos de unos empleados marxistas que no sabían nada de medicina ni de dirección de hospitales pero que eran unas fieras en anticleralismo.

A los siete religiosos se los llevaron prisioneros a Madrid.

Cuando al embajador colombiano le contaron la noticia, pidió al gobierno que a estos compatriotas suyos por ser extranjeros los dejaran salir en paz del país, y les envió unos pasaportes y unos brazaletes tricolores para que los dejaran salir libremente. Y el Padre Capellán de las Hermanas Clarisas de Madrid les consiguió el dinero para que pagaran el transporte hacia Colombia, y así los envió en un tren a Barcelona avisándole al cónsul colombiano de esa ciudad que saliera a recibirlos. Pero en el tiquete de cada uno los guardas les pusieron una señal especial para que los apresaran.

El Dr. Ignacio Ortiz Lozano, Cónsul colombiano en Barcelona describió así en 1937 al periódico El Pueblo de San Sebastián cómo fueron aquellas jornadas trágicas: "Este horrible suceso es el recuerdo más doloroso de mi vida. Aquellos siete religiosos no se dedicaban sino al servicio de caridad con los más necesitados. Estaban a 30 kilómetros de Madrid, en Ciempozuelos, cuidando locos. El día 7 de agosto de 1936 me llamó el embajador en Madrid (Dr. Uribe Echeverry) para contarme que viajaban con un pasaporte suyo en un tren y para rogarme que fuera a la estación a recibirlos y que los tratara de la mejor manera posible. Yo tenía ya hasta 60 refugiados católicos en mi consulado, pero estaba resuelto a ayudarles todo lo mejor que fuera posible. Fui varias veces a la estación del tren pero nadie me daba razón de su llegada. Al fin un hombre me dijo: "¿Usted es el cónsul de Colombia? Pues en la cárcel hay siete paisanos suyos".

Me dirigí a la cárcel pero me dijeron que no podía verlos si no llevaba una recomendación de la FAI (Federación Anarquista Española). Me fui a conseguirla, pero luego me dijeron que no los podían soltar porque llevaban pasaportes falsos. Les dije que el embajador colombiano en persona les había dado los pasaportes. Luego añadieron que no podían ponerlos en libertad porque la cédula de alguno de ellos estaba muy borrosa (Excusas todas al cual más de injustas y mentirosas, para poder ejecutar su crimen. La única causa para matarlos era que pertenecían a la religión católica). Cada vez me decían "venga mañana". Al fin una mañana me dijeron: "Fueron llevados al Hospital Clínico". Comprendí entonces que los habían asesinado. Fue el 9 de agosto de 1936.

El beato Juan Bautista (José) Velásquez Peláez, nació en Jardín, Antioquía (Colombia), el 9 de julio de 1909. Fue bautizado con el nombre de Juan José y desde pequeño recibió una esmerada educación cristiana.

Estudió educación y ejerció su profesión hasta que descubrió su vocación a la vida religiosa e ingresó a la Orden Hospitalaria el 29 de febrero de 1932. Inicia su noviciado el 16 de julio de 1932, profesa el 24 de septiembre de 1933, en ese momento cambió su nombre por Fray Juan Bautista

Juan se caracterizó por su carácter alegre y jovial, piadoso y por su especial vocación al servicio de los enfermos.

En abril de 1934 fue destinado a España y formó parte de las Comunidades de Córdoba, Granada y Ciempozuelos donde se encontraba en 1936 al iniciarse la revuelta político militar de España.

Al viajar de Madrid a Barcelona, con la intención de retornar a su país, fue asesinado el 9 de agosto de 1936 de madrugada, por el solo hecho de ser religioso. Tenía veintisiete años.

Forman parte del grupo de 71 mártires hospitalarios beatificado en la plaza de San Pedro el 25 de octubre de 1992 por S.S. Juan Pablo II.

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Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith) Stein, virgen de la Orden de las Carmelitas Descalzas y mártir, la cual, nacida y educada en la religión judía, después de haber enseñado filosofía durante algunos años entre grandes dificultades, recibió por el bautismo la nueva vida en Cristo y la desarrolló bajo el velo de religiosa, hasta que, en tiempo de un régimen hostil a la dignidad del hombre y de la fe, fue desterrada y encarcelada, muriendo en la cámara de gas del campo de exterminio de Oswiecim o Auschwitz, cerca de Cracovia, en Polonia.

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En el lugar de Maserfield, posteriormente llamado Oswestria en su honor, en la región de Shropshire, en Inglaterra, san Osvaldo, mártir. Siendo rey de Northumbria se hizo ilustre por las armas, pero, más inclinado a la paz, propagó con decisión la fe cristiana en la región y, en un combate contra los paganos, fue muerto por el odio de éstos contra Cristo.

Hermanos Franciscanos

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