03/06/20

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Por: . | Fuente: AÑO CRISTIANO Edición 2003 / VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965

Mártir laico

Martirologio Romano: En Seúl, en Corea, san Juan Bautista Nam Chong-sam, mártir. ( 1866)

Fecha de beatificación: 6 de octubre de 1968 por el Papa Pablo VI.
Fecha de canonización: 6 de mayo de 1984, por S.S. Juan Pablo II el 6 de mayo de 1984, integrando un grupo de de 103 mártires de Corea.

Breve Biografía


Corea es uno de los pocos países del mundo en donde el cristianismo fue introducido por otros medios que el de los misioneros. Durante el siglo XVIII se difundieron por el país algunos libros cristianos escritos en chino, y uno de los hombres que los leyeron, se las arregló para ingresar al servicio diplomático del gobierno coreano ante el de Pekín, buscó en la capital de China al obispo Mons. de Gouvea y de sus manos recibió el bautismo y algunas instrucciones.

Aquel hombre regresó a su tierra en 1784, y cuando un sacerdote chino llegó a Corea, diez años más tarde, se encontró con que le estaban esperando cuatro mil cristianos bien instruidos, pero sin bautizar. Aquel sacerdote fue el único pastor del rebaño durante siete años, pero en 1801 fue asesinado y, durante tres décadas, los cristianos de Corea estuvieron privados de un ministro de su religión. Existe una carta escrita por los coreanos para implorar al Papa Pío VII que enviase sacerdotes a aquella pequeña grey que, sin embargo, ya había dado mártires a la Iglesia.

Esa era la situación cuando Juan Bautista Nam Chong-san nació en el año 1810 en Seúl, ciudad en la que permaneció toda su vida llegando a ocupar el cargo de camarero del rey. Era una persona muy docta, conocía el chino y, por su familia, era de origen noble. Había desempeñado el cargo de mandarín de forma tan prudente y discreta que había concitado el amor del pueblo, a lo que contribuía su humildad y modestia personal. Pero su conversión al cristianismo le hizo mal visto por numerosos miembros de la corte, los cuales promovieron su captura e interrogatorio, en el cual se le pedía sobre todo que diera los nombres de los cristianos. Al negarse primeramente fue encarcelado y luego atormentado de diferentes maneras. Se negó a apostatar y se mantuvo firme en la fe, por lo que fue condenado a muerte, sentencia que él mismo suscribió. Fue decapitado el 7 de marzo de 1866.
 

AÑO CRISTIANO Edición 2003
Autores: Lamberto de Echeverría (†), Bernardino Llorca (†) y José Luis Repetto Betes
Editorial: Biblioteca de Autores Católicos (BAC)
Tomo III Marzo ISBN 84-7914-663-X

VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965
Autor: Alban Butler (†)
Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.
Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.

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Mártires de Corea

Martirologio Romano: En el lugar de Sai-Nam-Hte, en Corea, santos mártires Simeón Berneux, obispo, Justo Ranfer de Bretenières, Luis Beaulieu y Pedro Enrique Dorie, presbíteros de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París, que fueron decapitados por afirmar con decisión que habían venido a Corea en nombre de Cristo para salvar almas. ( 1866)

Fecha de beatificación: 6 de octubre de 1968 por el Papa Pablo VI
Fecha de canonización: 6 de mayo de 1984, por S.S. Juan Pablo II el 6 de mayo de 1984, integrando un grupo de de 103 mártires de Corea.

Breve Biografía

Simeón Berneux nació en Château-du-Loir (Sarthe, Francia) el 14 de mayo de 1814 Fue ordenado sacerdote diocesano en 1837 y luego se formó en las Misiones Extranjeras de París en 1839. El padre Berneux parte hacia el lejano oriente el 13 de enero de 1840. En Manila se entrevista con Monseñor Retord, vicario apostólico de la región de Tonkín (Vietnam). Los dos misioneros simpatizan desde el primer momento y ambos sienten la misma fogosidad por la salvación de las almas.

El 17 de enero de 1841, Monseñor Retord y los padres Berneux, Galy y Taillandier llegan a Tonkín. Tras algunas peripecias, los misioneros se dispersan. El padre Berneux se asienta en Yen-Moi, cerca de un pequeño convento de religiosas "Amantes de la Cruz", donde estudia la lengua vietnamita. «A pesar de no poder dar más de seis pasos, de no recibir la luz del sol más que por una pequeña abertura a quince centímetros del suelo, y de tenerme que tumbar cuan largo soy sobre mi estera para escribir, soy el más feliz de los hombres», escribe. Sin embargo, el peligro se cierne sobre el joven misionero, que deberá pasar enseguida de un escondrijo a otro. Esto conmueve a Monseñor Retord, quien pide a los padres Berneux y Galy que se reúnan con el padre Masson en la provincia de Nghe An.

Había sido muy prudente por parte del obispo poner relativamente a salvo a sus jóvenes misioneros, pero era demasiado tarde, puesto que su presencia había sido ya denunciada en Nam Dinh, residencia del mandarín. Durante la noche del Sábado Santo, un destacamento de quinientos soldados rodea los retiros de ambos misioneros. Durante la noche, el padre Berneux había escuchado algunas confesiones: «Eran, nos dice, las primicias de mi apostolado en tierras vietnamitas, y fueron también el final. Los designios de Dios son inescrutables, pero siempre dignos de ser adorados».

Al despuntar el día de Pascua, celebra la misa como de costumbre. Apenas ha terminado cuando los soldados penetran en la cabaña y se apoderan de él. Lo conducen inmediatamente junto al padre Galy, que también había sido capturado. Encerrados en jaulas, y cargados con la tradicional cadena, son llevados hasta Nam Dinh, contentos de expresar su fe en Jesucristo. Los paganos les dicen: «Aquí, cuando llevamos las cadenas estamos tristes, pero vosotros, ¿por qué parecéis tan contentos?» Y el padre Berneux responde: «Porque los que seguimos la verdadera Religión, que es la de Jesús, poseemos un secreto que vosotros no conocéis. Ese secreto transforma la pena en gozo. Y venimos a decíroslo porque os amamos». Ese "secreto" evocado por el misionero es la luz de la fe, fuente de esperanza y de gozo.

Muy pronto empiezan los interrogatorios. El mandarín espera obtener denuncias, pero el padre Berneux no traiciona a nadie de los que le han escondido. Hacen entrar a tres jóvenes vietnamitas cristianos encarcelados y completamente magullados por los golpes: «Estos hombres van a morir. Si les aconseja que abandonen su religión durante un mes, podrán después practicarla de nuevo y los tres serán sanos y salvos. - Mandarín, responde el padre Berneux, a ningún padre se le induce a inmolar a sus hijos, ¿y pretende que un sacerdote de la religión de Jesús aconseje la apostasía a sus cristianos?». Y volviéndose hacia sus queridos neófitos les dijo: «Amigos, sólo os doy un consejo. Pensad que vuestros sufrimientos tocan a su fin, mientras que la felicidad que os espera en el Cielo es eterna. Sed dignos de ella mediante vuestra constancia. - Sí, padre, prometen ellos. - ¿De qué otra vida les habla?, pregunta riendo socarronamente el mandarín. ¿Acaso todos los cristianos tienen alma? - Sin duda alguna, y los paganos también tienen. Y usted también tiene una, mandarín».

El 9 de mayo de 1841. El padre Berneux es trasladado a la prisión de Hué, capital de Annam (Vietnam). Al tener las piernas aprisionadas por unos cepos, sobrevive tumbado en la desnuda tierra. Se reanudan los interrogatorios:

"¡Pisotee esa cruz!"
"Cuando llegue el momento de morir presentaré mi cabeza al verdugo, exclama. Pero si me manda que reniegue de mi Dios, siempre resistiré".
"Haré que le golpeen hasta la muerte", amenaza el mandarín.
"¡Hacedlo si queréis!"

El 13 de junio, el mandarín aprueba la ejecución: "¡Qué alegría poder sufrir por nuestro Dios!", dirá el padre Berneux.

El 8 de octubre, los padres Berneux y Galy se enteran con alegría de que son condenados a muerte. El 3 de diciembre de 1842, la firma real sanciona la sentencia del tribunal. De repente, se produce un cambio imprevisto: el 7 de marzo de 1843, al enterarse un comandante de corbeta francés que cinco de sus compatriotas se pudren desde hace dos años en los calabozos de Hué, reclama su liberación. El 12 de marzo, quiebran sus cadenas y son entregados al comandante. Aquella libertad les priva del martirio que ya saboreaban, así como de la esperanza de regresar a Annam, por respeto a la palabra que sobre aquel punto había dado el oficial francés.

Pero el padre Berneux no se detendrá por el camino, preparándose a partir hacia otros horizontes. En octubre de 1843, el padre Berneux es enviado a Manchuria, provincia del norte de la China, donde trabaja durante diez años, a pesar de severas contrariedades de salud (fiebres tifoideas y cólera). El 5 de agosto de 1854, Pío IX le nombra obispo de Corea. "¡Corea, escribe el nuevo obispo, esa tierra de mártires, cómo negarse a entrar!". El 4 de enero de 1856, acompañado de dos sacerdotes misioneros, Monseñor Berneux se embarca en Shanghai en un junco chino. Hasta el 4 de marzo, se ven obligados a vivir escondidos en una estrecha bodega. Llegan por fin a una pequeña isla, donde esperan durante seis días la barca de los cristianos. Prosiguen entonces su navegación y, después de una semana, llegan por fin, de noche, a una residencia secreta que se encuentra a unos pocos kilómetros de la capital, satisfechos de haber burlado la vigilancia de los guardacostas. Efectivamente, pues los extranjeros tienen prohibido entrar en Corea bajo pena de muerte.

El obispo se pone enseguida manos a la obra, aprendiendo en primer lugar la lengua coreana. A continuación visita a los cristianos, tanto en Seúl como en el campo y en la montaña, y luego emprende la creación de un seminario, la apertura de escuelas para muchachos, la instalación de una imprenta, etc.

Monseñor Berneux atiende igualmente el futuro de la misión, eligiendo como sucesor suyo, con el acuerdo de la Santa Sede, a Monseñor Daveluy, que es ordenado obispo en Seúl el 25 de marzo de 1857. A pesar de unas condiciones de apostolado durísimas (clandestinidad, extrema pobreza, persecuciones locales periódicas...), bajo el gobierno de Monseñor Berneux, el número de bautizados, que era de 16.700 en 1859, alcanza la cifra de 25.000 en 1862. La predicación del obispo misionero estaba dando sus frutos.

Pero, en 1864, una revolución palaciega y la amenaza de un ataque ruso a Corea (enero de 1866), interrumpen la labor apostólica de los misioneros y despiertan el odio contra los cristianos. El 23 de febrero de 1866, una tropa cerca la casa del obispo, penetrando en ella cinco hombres. El obispo los recibe:

"¿Es usted europeo?", pregunta el jefe.
"Sí, pero ¿a qué han venido?"
"Por orden del rey, venimos a arrestar al europeo"
"¡Que así sea!".

Y se lo llevan sin atarlo. El día 27, Monseñor Berneux comparece ante el ministro del reino y dos magistrados. Le preguntan cómo entró en Corea, en qué lugar y con quién.

"No le pregunten eso a un obispo" responde Monseñor Berneux.
"Si no respondes, podemos según la ley infligirte grandes tormentos".
"Hagan lo que quieran, que no tengo miedo".

Entre el 3 y el 7 de marzo, Monseñor Berneux soporta cada día un interrogatorio en el patio de la Prisión de los Nobles. Lo tienen atado a una elevada silla de madera, en el centro de ese patio. El "Diario del Tribunal" menciona que a cada interrogatorio se le inflige al obispo el "suplicio del tormento"; para él, «la tortura se detuvo bien al décimo o al undécimo golpe», lo que significa que unas diez u once veces se le asestan con todas las fuerzas golpes en las piernas por medio de un bastón de sección triangular del grosor de la pata de una mesa. El obispo permanece en silencio, lanzando solamente tras cada golpe un largo suspiro. Al no poder moverse solo, deben llevarlo a la celda, donde, como único remedio, le cubren las piernas descarnadas con un papel empapado en aceite.

Mientras tanto, han sido arrestados los padres Justo Ranfer de Breteniéres, Pedro Enrique Dorie y Luis Beaulieu, siendo sometidos los tres a los interrogatorios y a las torturas.

San Justo Ranfer de BretenièresJusto Ranfer de Bretenières, nació el año 1828 en Châlon-sur-Saone en el seno de una familia de clase alta, después de pasar por el seminario de San Sulpicio, pasó a la Sociedad de Misiones Extranjeras y, ordenado presbítero en 1864, fue destinado a Corea.

Estuvo unos meses en Manchuria, donde estuvo unos meses, ejerciendo el ministerio en la población de Yang-Kouan, pero en 1865 llegaba a Corea de forma clandestina, donde trabajó con entusiasmo hasta el año siguiente en que era apresado y decapitado.

San Luis BeaulieuLuis Beaulieu, en el año 1840 nació en Langon y después de pasar unos años en el seminario diocesano de Burdeos, ingresó en la Sociedad de Misiones Extranjeras, donde fue ordenado en 1864, tras lo cual fue destinado a Corea, donde llegó en 1865.

Su primera tarea fue aprender la lengua. Se le designó la comunidad cristiana de Koang-Tiyan, al sur de Seúl. Nada más llegar, fue arrestado y enviado a la cárcel de Seúl y martirizado.

San Pedro Enrique DoriéPedro Enrique Dorié , nació el año 1839 en Saint Hilaire de Talamont, en La Vendée (Francia). Después de varios años en el seminario y venciendo la oposición paterna, ingresó en la Sociedad de Misiones Extranjeras. Ordenado en 1864, fue enviado a Corea.

En el 1865, pasó al poblado de Sonkol, donde, en medio de la más dura clandestinidad, ejerció con eficacia su ministerio. Fue decapitado en Sai-Nam-Tho, cerca de Seúl.

El martirio

El 7 de marzo, el "Diario del Tribunal" publica: "En lo referente a los cuatro individuos europeos, que sean entregados a la autoridad militar para ser decapitados, mediante suspensión de la cabeza, para que sirva de lección a la multitud".

La ejecución tiene lugar el 8 de marzo. Al salir de la prisión, el obispo exclama: "Así que moriremos en Corea: ¡perfecto!". Al ver aquella muchedumbre reunida, suspira: "Dios mío, ¡cuánta compasión merecen estas pobres gentes!".

El obispo aprovecha cada alto para hablar del Cielo a sus compañeros de suplicio. El lugar elegido para el martirio es una extensa playa de arena, a lo largo del río Han. Unos cuatrocientos soldados forman círculo y plantan un mástil en el centro. El mandarín da la orden de que los condenados sean llevados a su presencia para que los preparen. Se les desgarra la ropa; las orejas, dobladas en dos, son perforadas por una flecha; el rostro es rociado con agua y luego con cal viva, impidiéndoles ver. Después de aquello, se les introduce bajo los hombros, entre los brazos atados y el torso, unos bastones cuyas extremidades reposan en los hombros de un soldado.

La llamada marcha del Hpal-Pang comienza alrededor del ruedo: en cabeza va el obispo, seguido por los tres misioneros, que no profieren palabra alguna. Al dar la señal, seis verdugos se precipitan gritando sobre los condenados: "¡Vamos, matemos a estos miserables, exterminémoslos!". Atan a los cabellos del obispo una cuerda sólida, de manera que su cabeza quede inclinada hacia adelante. El verdugo golpea al obispo, pero la cabeza no cae hasta el segundo golpe de sable. Todo el cielo está de fiesta para recibir en la infinita felicidad de Dios el alma de aquel mártir. Según dijeron los testigos, el obispo sonreía en el momento de la ejecución, conservando aquella sonrisa después de muerto.

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Por: . | Fuente: Vatican.va

Religioso de la Orden Hospitalaria
de San Juan de Dios

Martirologio Romano: En La Habana, Cuba, beato José Olallo Valdés, religioso de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios ( 1889)

Fecha de beatificación: 29 de noviembrre de 2008, bajo el pontificado de Benedicto XVI

El Beato José Olallo Valdés nació en La Habana, Isla de Cuba, el 12 de febrero de 1820. Hijo de padres desconocidos, fue confiado a la Casa Cuna San José de La Habana, donde el mismo día 15 de marzo de 1820 recibió el bautismo. Vivió y fue educado en la misma Casa Cuna hasta los 7 años, y después en la de Beneficencia, manifestándose un muchacho serio y responsable; a la edad de 13-14 años ingresó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, en la comunidad del hospital de los santos Felipe y Santiago, de la Habana.

Superando los obstáculos que parecían interponerse a su vocación, se mantiene constante en su decisión, emitiendo la profesión como religioso hospitalario. En el mes de abril del año 1835 fue destinado a la ciudad de Puerto Príncipe (hoy Camagüey), incorporándose a la comunidad del Hospital de San Juan de Dios, donde se dedicó por el resto de su vida al servicio de los enfermos, según el estilo de San Juan de Dios; en 54 años solamente una noche se ausentó del hospital, y por causas ajenas a su voluntad.

De enfermero ayudante, a los 25 años pasa a ser el "Enfermero Mayor del hospital", y después, en 1856, Superior de la Comunidad.

Vivió afrontando grandes sacrificios y dificultades, pero siempre con rectitud y fuerza de ánimo: su vida consagrada a la hospitalidad no se sintió afectada durante el periodo de la supresión de las Ordenes Religiosas por parte de los gobiernos liberales españoles, aunque comportó también la confiscación de los bienes eclesiásticos. Del 1876, en que murió su ultimo hermano de Comunidad, hasta la fecha de su muerte, en 1889, se quedó solo, pero siguió con la misma magnificencia ocupándose de la asistencia de los enfermos, siempre fiel a Dios, a su conciencia, a su vocación y al carisma, humilde y obediente, con nobleza de corazón, respetando, sirviendo y amando también a los ingratos, a los enemigos y a los envidiosos, sin nunca abandonar sus votos religiosos.

En el periodo de la guerra de los 10 años (1868-1878) se mostró lleno de coraje, en la custodia de los que tenía a su cuidado, siempre prudente y sin rencor, trabajando en favor de todos, pero con preferencia por los más débiles y pobres, por los ancianos, huérfanos y esclavos. Cedió ante las exigencias de las autoridades militares de convertir el centro en hospital de sangre para sus soldados, pero sin dejar de seguir acogiendo a los más necesitados de los civiles, sin hacer distinciones de ideología, raza ni religión. Durante los momentos y situaciones más difíciles de los conflictos bélicos, aún poniendo en peligro su propia existencia, con “dulce firmeza”, socorría asistiendo a los prisioneros y heridos de la guerra, sin tener en cuenta su proveniencia social o política, defendiendo incluso a los que no tenían permiso del gobierno para que se les curara, no dejándose intimidar de amenazas, ni de prohibiciones, y obteniendo por todo ello el respeto y la consideración de las mismas autoridades militares.

Ante dichas autoridades también fue capaz de interceder en favor de la población de Camagüey en un momento de especial tensión y peligro, evitando una masacre civil.

Perseverante en la vocación, a través de su bondad dulce y serena hizo del cuarto voto de Hospitalidad, propio de los religiosos de San Juan de Dios, no solo un ministerio de amor y servicio hacia los enfermos, sino un modo de ardiente apostolado, destacándose en la asistencia a los moribundos y agonizantes, a los cuales acompañaba en las últimas horas de su existencia, en el paso hacia una vida mejor. Se distinguió, pues, siempre por su infinita bondad, siendo llamado con los apelativos de “apóstol de la caridad” y “padre de los pobres”, que sintetizan perfectamente el heroico testimonio del Beato Olallo.

Modesto, sobrio, sin aspiraciones de ningún género sino la de estar consagrado únicamente a su ministerio misericordioso, renunció al sacerdocio y se caracterizó por su espíritu humanitario y competencia sanitaria, incluso como médico-cirujano, aun siendo autodidacta. Vivió lejos de las aclamaciones, rehuyendo los honores para poder fijar su mirada solamente sobre Jesucristo, que encontraba en el rostro de los que sufrían. Su humildad, en fidelidad a su carisma, se manifestó en la renuncia al sacerdocio, cuando fue invitado por su Arzobispo, porque su vocación era el servicio de los enfermos y pobres; los testimonios, finalmente, nos hablan de fidelidad total a su consagración como religioso en la práctica de los votos de obediencia, castidad, pobreza y hospitalidad.

Su muerte, ocurrida el 7 de marzo de 1889, fue tenida como la “muerte de un justo”: fallecimiento, velatorio, funerales y sepultura, con el monumento-mausoleo, levantado después por suscripción popular, expresaban reverencia y veneración hacia quien fue su admirado protector. Desde entonces su tumba será visitada continuamente. Había muerto pero permanecerá vivo en el corazón del pueblo, que le seguirá llamando “Padre Olallo”.

La popular fama de santidad que le rodeaba nacía de su vida de hombre modesto, justo y de ánimo generoso, en cuanto modelo de virtudes con un corazón ardiente de amor por “mis hermanos predilectos”: sobrio, gozoso, afable, pero sobretodo excelso servidor da la caridad. El Beato Olallo supo ser un fiel imitador de su Fundador. Dios fue su vida y, en consecuencia, iluminado por el amor de Dios, devolvió de la misma manera tanto amor. “Dios ocupó el primer puesto en sus intenciones y en sus obras: fijos sus ojos en el bien llevaba a Jesús constantemente en el alma”. Esta heroica caridad tenía su base en una fe que reconocía en “Dios a su propio padre, y en Jesús el centro de su vida, el fundamento de su servicio de amor y de su misericordia; Jesús crucificado fue el secreto de su fidelidad al amor de Dios que motivaba cada una de sus obras”.

Aún siendo de espíritu tenaz, fue siempre dócil a los designios de Dios para afrontar y sostener mejor las duras y cotidianas tareas impuestas por el trabajo hospitalario y las situaciones difíciles y delicadas que comportaban riesgos para su propia vida, siempre tratando de obtener el bien de sus enfermos.

Con la muerte del Padre Olallo y de inmediato, su fama de santidad fue aumentando cada día más, principalmente entre el pueblo de Camagüey, que atribuía a su intercesión gracias y ayuda continuas. Abierto el año 1990, en correspondencia con el centenario de su muerte, el Proceso de estudio de la Causa de su santidad en la diócesis de Camagüey, Cuba, fue reconocida la heroicidad de sus virtudes el 16 de diciembre de 2006.

Igualmente, después de la celebración del Proceso diocesano sobre un presunto milagro, ocurrido en favor de la curación de la niña, Daniela Cabrera Ramos, de 3 años, en la misma diócesis de Camagüey, su curación fue reconocida como verdadero milagro por su Santidad Benedicto XVI con Decreto del 15 de marzo de 2008.

La ceremonia de Beatificación del Padre Olallo Valdés tuvo lugar en la ciudad de Camagüey, Cuba, el 29 de noviembre 2008, presidida por Su Eminencia el Cardenal José Saraiva Martins.

Reproducido con autorización de Vatican.va

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SANTAS PERPETUA Y FELICITAS (FELICIDAD)

MÁRTIRES





Memoria de las santas mártires Perpetua y Felicidad, que bajo el emperador Septimio Severo fueron detenidas en Cartago junto con otros adolescentes catecúmenos. Perpetua, matrona de unos veinte años, era madre de un niño de pecho, y Felicidad, su sierva, estaba entonces embarazada, por lo cual, según las leyes no podía ser martirizada hasta que diese a luz, y al llegar el momento, en medio de los dolores del parto se alegraba de ser expuesta a las fieras, y de la cárcel las dos pasaron al anfiteatro con rostro alegre, como si fueran hacia el cielo (203).

Etimológicamente: Perpetua = Aquella que siempre ayuda a los demás, es de origen latino.

Etimológicamente: Felicidad = Aquella a quien la suerte le acompaña, es de origen latino.

Vibia Perpetua, una joven madre de 22 años, escribió en prisión el diario de su arresto, de las visitas que recibía, de las visiones y de los sueños, y siguió escribiendo hasta la víspera del suplicio. “Nos echaron a la cárcel –escribe– y quedé consternada, porque nunca me había encontrado en lugar tan oscuro. Apretujados, nos sentíamos sofocar por el calor, pues los soldados no tenían ninguna consideración con nosotros”. Perpetua era una mujer de familia noble y había nacido en Cartago; con ella fueron encarcelados Saturnino, Revocato, Secóndulo y Felicidad, que era una joven esclava de la familia de Perpetua, todos catecúmenos.

A los cinco se unió su catequista Saturno y, gracias a él, todos pudieron recibir el bautismo antes de ser echados a las fieras y decapitados en el circo de Cartago, el 7 de marzo del año 203. Felicidad estaba para dar a luz a su hijo y rezaba para que el parto llegara pronto para poder unirse a sus compañeros de martirio. Y así sucedió, el niño nació dos días antes de la fecha establecida para el inhumano espectáculo en el circo: fue un parto muy doloroso, y cuando un soldado comenzó a burlarse: “¿Cómo te lamentarás entonces cuando te estén destrozando las fieras?” Felicidad replicó llena de fe y de dignidad: “¡Ahora soy yo quien sufro; en cambio, lo que voy a padecer no lo padeceré yo, sino que lo sufrirá Jesús por mí!”.

Ser cristianos en esa época de fe y de sangre constituía un riesgo cotidiano: el riesgo de terminar en un circo, como pasto para las fieras y ante la morbosa curiosidad de la muchedumbre. Perpetua tenía un hijito de pocos meses. Su padre, que era pagano, le suplicaba, se humillaba, le recordaba sus deberes para con la tierna criatura. Bastaba una palabra de abjuración y ella regresaría a casa. Pero Perpetua, llorando, repetía: “No puedo, soy cristiana”.

Los escritos de Perpetua formaron un libro que se llama Pasión de Perpetua y Felicidad, que después completó otra mano, tal vez la de Tertuliano, que narró cómo las dos mujeres fueron echadas a una vaca brava que las corneó bárbaramente antes de ser decapitadas. La frescura de esas páginas ha llenado de admiración y conmoción a enteras generaciones. Precisamente los hermanos en la fe fueron quienes pidieron a Perpetua que escribiera esos apuntes para dejar a todos los cristianos por escrito un testimonio de edificación.

Hermanos Franciscanos

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