01/04/20

11:36 p.m.

Por: . | Fuente: misa_tridentina.t35.com

Virgen

Martirologio Romano: En Alejandría de Egipto, santa Sinclética, virgen, de quien se cuenta que llevó vida eremítica (s. IV).
Santa Sincletica nació en Alejandría de Egipto, de una rica familia de Macedonia. Su gran fortuna y belleza le atrajeron numerosos pretendientes, pero Sinclética había consagrado su corazón al Esposo celestial y para librarse de aquellos recurría a la fuga. Sin embargo consideraba a su propio cuerpo como a su peor enemigo y se dedicó a domarlo con ayunos y otras asperezas. Su mayor sufrimiento era verse obligada a comer más frecuentemente de lo que deseaba. Sus padres la constituyeron heredera de toda su fortuna, pues sus dos hermanos habían muerto y su única hermana era ciega y estaba confiada a su custodia. Habiendo distribuido su fortuna entre los pobres. Sinclética se retiró con su hermana a una cámara sepulcral abandonada, que formaba parte de las posesiones de sus parientes. Ahí se cortó los cabellos, en presencia de un sacerdote, para mostrar su absoluto despego del mundo, y renovó su consagración a Dios. A partir de ese instante, la oración y las buenas obras constituyeron su principal ocupación; pero su total retiro, que la ocultó a los ojos del mundo, nos ha dejado también a nosotros sin noticias.

Numerosas mujeres acudían a ella en busca de consejo. Si su humildad le hacía difícil instruir a otros, su caridad la impulsaba a hacerlo. Sus palabras tenían un acento tan profundo de humildad y de convencimiento, que impresionaban profundamente a sus oyentes. «¡Oh —exclamaba Sinclética—, cuan felices seríamos si trabajáramos por ganar el cielo y servir a Dios, como los mundanos trabajan por acumular riquezas y bienes perecederos! En tierra arrostran a los bandidos y salteadores; en el mar se exponen a los vientos y a las olas y sufren naufragios y calamidades; todo lo intentan y a todo se atreven; en cambio nosotros, que servimos a un Señor tan grande y esperamos un premio inefable, tenemos miedo de la menor contradicción». Frecuentemente predicaba la humildad: «Un tesoro sólo está seguro cuando está escondido; descubrirlo equivale a exponerlo a la codicia del primero que venga y a perderlo; igualmente, la virtud sólo está segura cuando permanece secreta, y quien la ostenta la verá disiparse como el humo». Con estos y otros discursos exhortaba nuestra santa a la caridad, a la vigilancia y a todas las virtudes.

A los ochenta años de edad, Sinclética contrajo una intensa fiebre que le atacó los pulmones, al mismo tiempo que una violenta gangrena le consumía los labios y las mandíbulas. Llevó su enfermedad con increíble paciencia y resignación, a pesar de que en los últimos tres meses el dolor no le dejaba reposo. Aunque la gangrena la había privado del uso de la palabra, su paciencia era un sermón más eficaz que cualquier predicación. Tres días antes de su muerte, Sinclética tuvo una visión en la que le fue revelada la hora en que su alma abandonaría el cuerpo. Al llegar el momento previsto, aureolada de una luz celestial y consolada con divinas visiones, Sinclética entregó su alma a Dios, a los ochenta y cuatro años de edad.

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11:36 p.m.

Por: . | Fuente: Franciscanos.net

Sacerdote Franciscano

Martirologio Romano: En la ciudad de Todi, en la Umbría (Italia), beato Rogerio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, discípulo de san Francisco y ferviente imitador suyo (1237).

Fecha de beatificación: Benedicto XIV el 24 de abril de 1751 aprobó la invocación como beato.

La primera clarisa honrada con culto público no fue Santa Clara, sino la Beata Felipa Mareri, muerta en 1236, cuando santa Clara todavía vivía en San Damián de Asís. Al nombre y a la vida de la Beata Felipa está ligada la vida y la figura del Beato Rogelio, umbro también, de Todi, que conoció personalmente a San Francisco y fue uno de sus primerísimos seguidores junto con Bernardo de Quintaval, Gil, León, Silvestre. San Francisco solía decir: verdadero hermano menor es el que tiene la fe de Fray Bernardo, la simplicidad y la pureza de Fr. León, la benignidad de Fr. Angel, la presencia agradable de Fr. Maseo, la paciencia de Fr. Junípero, la solicitud de Fr. Lúcido y la caridad de Fr. Rogelio.

Por su equilibrio, unido al más ferviente celo misionero, fue enviado por San Francisco a España para fundar allí la Orden Franciscana. Erigió conventos, acogió religiosos que supo formar en el espíritu seráfico y los organizó como Provincia religiosa. Cuando hubo cumplido su oficio de organizador, regresó a Italia. San Francisco entonces le confió la dirección espiritual del monasterio de las Clarisas fundado por la beata Felipa Mareri, después que esta mujer de vida excepcional y casi desconcertante hubo templado en la soledad de un eremitorio rural su vocación de penitente y de guía de otras mujeres penitentes.

Con los sabios consejos del franciscano Rogelio, la comunidad de Felipa Mareri, que al principio había tenido carácter un poco irregular, o mejor, no bien definido, se enmarcó ejemplarmente en la Regla de la Segunda Orden, la misma que San Francisco había dictado para Santa Clara y sus damas y que ya producía copiosos frutos espirituales. Felipa Mareri se ligó con afectuosa devoción al franciscano de Todi, bajo cuya dirección la comunidad por ella querida, progresaba tan claramente en la perfección. Cuando la Beata de Rieti estuvo cercana a la muerte, pidió ser confortada por el Beato de Todi. En el elogio fúnebre él la invocó como se invoca a los santos.

Rogelio sobrevivió poco a su hija espiritual. Volvió a Todi, donde su vida dio nuevos fulgores de santidad. Meditaba a menudo en el nacimiento de Jesús, que muchas veces se le apareció en forma de niño y tuvo el gozo de apretarlo amorosamente en sus brazos. Una mujer paralítica volvió a caminar después de haber recibido su bendición. Otra mujer afectada de locura, que se descontrolaba con gritos y acciones descompuestas, al contacto de su mano curó perfectamente. El 5 de enero de 1237 fue llamado por Dios al premio eterno el siervo fiel y bueno. Gregorio IX, que lo conoció personalmente, aprobó su culto locla, y Benedicto XIV el 24 de abril de 1751 aprobó la invocación como beato.

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11:36 p.m.

Por: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid

Obispo

Martirologio Romano: En Cartago, ciudad del norte de África (hoy Túnez), san Deogratias (Diosgracias), obispo, que redimió a muchos cautivos capturados por los vándalos, ofreciéndoles cobijo en dos grandes basílicas dotadas de camas y lechos (457/458)..

Con el rey de los vándalos Genserico, hijo ilegítimo de Godegiselo al frente, los bárbaros pasan Hispania y llegan hasta África. Son arrianos y frecuentemente calificados como gente cruel, dura, inclemente y devastadora.

Cartago fue invadida en el año 439 y allí es el lugar geográfico en donde tiene lugar nuestro relato hodierno. Los nuevos dueños hacen según costumbre una limpieza general entre la gente más influyente en el pueblo; a los nobles que no matan los destierran; los obispos son considerados igualmente como un poder digno de tener en cuenta a la hora de asentar los territorios conquistados y se les pone más allá de las fronteras por lo poco; los bienes materiales de unos y otros son incautados y pasan a otras manos, porque para algo son las guerras. Ya el obispo Quodvultdeus fue metido con otros en una nave a la deriva y colocados en algún punto del amplio mar para morir sin remedio. De este modo, estuvieron los fieles de Cartago sin pastor por catorce años.

A ruegos del emperador Valentiniano III permitió Genserico que fuera mandado a aquellos cristianos romanos un obispo; se llamaba Deogracias y recibió la consagración en el año 453. Un hombre probo, limpio, sabio y santo.

Roma era un fruto sumamente apetecido para los bárbaros. Genserico le puso sitio con su ejército y la toma en el año 455. Cada rincón de la Ciudad Santa muestra en los catorce días de saqueo las consecuencias de la invasión bárbara; se ven incendios y hay destrucción por todas partes. Los tesoros cambian de mano porque son el botín y una parte de la población es llevada cautiva a África. Los prisioneros se distribuyen entre los vándalos y los mauritanos naturales del país produciéndose en cada caso un drama personal: las familias han quedado rotas, los padres son separados de sus hijos y las esposas están sin sus maridos.

El obispo Deogracias realiza una labor humanitaria de primer orden que es obra de misericordia en esta coyuntura de emergencia. Vende los vasos sagrados de oro y plata que están al servicio del altar para rescatar a los cautivos pagando su precio; habilita los templos de san Fausto y san Severo para que sirvan de hospital, asilo y residencia donde se pueda prestar un socorro inmediato a los enfermos y a los más débiles; él mismo no se dispensa de atender personalmente a los que están cerca con el peso de la cruz a sus espaldas dándoles el apoyo y consuelo que necesitan. Reza y hace; es lo que manda la caridad.

En Cartago se palpa lo evidente. Todos miran en Deogracias a un adelantado de los derechos humanos que aún no se habían inventado. Lo hizo tan bien al susurro de la caridad que los envidiosos aún quisieron quitarlo de en medio sin que el buen Dios les diera esa oportunidad porque se lo llevó antes, justo en el año 456.

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5:43 p.m.
SAN JUAN NEPOMUCENO NEUMANN

OBISPO





Juan Nepomuceno Neumann nació en 1811 en Prachatitz, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro, hoy población checa. Juan fue el tercero de una familia de seis hijos. Durante los estudios de filosofía, realizados con los cistercienses, su afición eran las ciencias naturales tanto que pensó en estudiar medicina, pero, motivado por su madre, ingresó al seminario.

En el año 1831, mientras estudiaba teología en el seminario de Budweis se interesó vivamente por las misiones y decidió dedicarse a la evangelización en América.

Habiéndole llegado la hora de la ordenación sacerdotal, su obispo la defirió por tiempo indefinido. En esas circunstancias decidió partir para Estados Unidos, invitado por el obispo de Filadelfia. Desde Budweis escribió a sus padres: “Mi inalterable resolución, hace ya tres años acariciada y ahora próxima a cumplirse, de ir en auxilio de las almas abandonadas, me persuade de que es Dios el que me exige este sacrificio... Yo os ruego, queridos padres, que llevéis con paciencia esta cruz que Dios ha puesto sobre vuestros hombros y los míos.”

Llegó a Nueva York en 1836, siendo ordenado sacerdote ese mismo año en la catedral de San Patricio. Inmediatamente se le destinó a la región de las cataratas del Niágara. Movido por un deseo de mayor entrega a Dios e impresionado por la eficacia del apostolado realizado por los misioneros redentoristas, quienes intentaban establecerse en aquellas tierras, pidió ser admitido en la congregación. Como redentorista ejerció el ministerio sagrado en Baltimore. Fue nombrado sucesivamente vicario del provincial, consejero, y finalmente superior de comunidad, en Filadelfia.

Estando esta ciudad, fue nombrado obispo de Filadelfia. En su labor pastoral, ideó un plan llamado sistema de escuelas parroquiales para dotar a cada parroquia con una escuela católica; en sus ocho años de episcopado se abrieron setenta escuelas. En el centenario de su muerte, celebrado en Pennsylvania en el año 1960, fue reconocido por el Senado como hombre insigne, pionero y promotor del sistema escolar católico de Estados Unidos.

Entre 1854 y 1855 se ausentó de su diócesis para ir a Roma en visita “ad límina”. El 8 de diciembre recibió la gracia de estar presente en la basílica de San Pedro cuando el papa Pío IX proclamó solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción. A él correspondió sostener el libro en el que el Papa leyó las palabras de la proclamación del dogma.

De regreso a su diócesis llevó a cabo un permiso recibido del papa Pío IX: recibió los votos religiosos de tres mujeres que pertenecían a la tercera orden de San Francisco y convirtió su asociación en congregación religiosa: las Hermanas Terciarias Franciscanas, para quienes redactó unas constituciones. Murió en 1860. Fue beatificado en 1963 y canonizado en 1977 por el papa Pablo VI.