Desde muy joven entró en el monasterio de santa Justina, al lado de Padua.
Tanta era su devoción, su austeridad de vida y su ejemplo viviente para los hermanos, que lo eligieron abad a los 24 años.
Era una persona muy inteligente y, como tal, se dedicó a defender los derechos de los monasterios reivindicando antiguos privilegios.
Uno de estos privilegios era que el abad tenía derecho a participar en la elección del obispo.
También restauró el monasterio e hizo otros nuevos.
Cuando el rey Ezelino de apoderó de Padua en el año 1237, metió en la cárcel al abad del otro monasterio. Arnaldo huyó.
En 1238 el rey Federico II devolvió el monasterio a los monjes e incluso se quedó con ellos durante dos meses.
Pero la historia es cosa distinta de la vida religiosa. Apenas se marchó el emperador, Ezelino arrestó a Arnaldo y lo encerró en una fortaleza comiendo pan y agua.
De esta forma, lentamente fue perdiendo la salud, hasta que murió el diez de febrero de 1246.
Apenas se fue el rey, sus restos se trasladaron a santa Justina.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
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