Nicolás Owen, Santo
Niñez y familia
Sabemos muy poco. Nace en Oxford. Su padre es Walter Owen, un carpintero nombrado en los registros de la ciudad.
Walter tiene éxito al ejercer una verdadera influencia religiosa en sus hijos. Los tiempos de la Reforma, iniciada por Enrique VIII, deben vivirse con gran cuidado. Es un período de constante tira y afloja. Inteligencia y acción son los requisitos necesarios para cualquier empresa. También, cuando se trata de preservar la fe de los hijos.
Toda la familia Owen, con el ejemplo del padre, mantiene incólume la fe y se consagra enteramente a ella.
Enrique, el hermano mayor, después de aprendido el oficio de impresor, se dedica al peligroso comercio de editar y distribuir los libros católicos. Desde 1595 a 1601, en Northamptonshire, dirige la editorial que tiene como logotipo el de "impreso en Amberes".
Sus hermanos Walter y John reciben la ordenación sacerdotal en el célebre Colegio de Douai del continente.
Nicolás, todavía laico, siempre ayuda con dinero. Esto consta por una carta del P. Enrique Garnet, el superior de los jesuitas. "Nosotros tenemos como bienhechores a un buen número de laicos, todos muy bien conocidos. Uno de ellos es un carpintero. Quiera Dios que un día pueda ingresar en nuestra Compañía. Él tiene una extraordinaria habilidad y maestría, digna de toda confianza, para construir gratuitamente en todo el país escondites que permiten a los sacerdotes católicos estar seguros del furor protestante. Cualquier dinero que es forzado a recibir por sus trabajos, él lo da a sus dos hermanos presos, uno sacerdote y el otro un laico".
Un poco de historia
Desde un comienzo, como dijimos, los Owen sobreviven a la Reforma. Walter Owen, el padre, vive el infeliz tiempo del cambio, pero conserva el camino antiguo.
Bajo el reinado de Enrique VIII, Walter conoce de cerca la muerte de Tomás Moro, el santo Lord Canciller del Reino. También oye hablar del martirio de los Cartujos. Sin embargo, la práctica religiosa del país parece no haber cambiado para la gente común. Se puede oír misa y recibir los sacramentos. Walter vive y, probablemente, lamenta la expulsión de los religiosos de Oxford. Pero hasta la muerte del rey Enrique VIII Walter cree que, sin peligro, puede seguir siendo un buen católico.
Eduardo VI, el hijo del rey Enrique, reforma la religión de Roma. La misa católica queda prohibida y los servicios ingleses son ahora obligatorios. Las imágenes de los santos y de la Virgen son destruidas o mutiladas. Los altares de piedra son reemplazados por mesas de madera. En todas partes los predicadores del rey hablan contra la Eucaristía y ridiculizan a María. El sacramento de la Penitencia se suprime o es administrado muy en secreto. Ahora, en la misa las especies no se cambian en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Después de siete años, Eduardo muere en 1553 y, lo sucede su media hermana María. Ella es católica. El antiguo régimen vuelve a ser restaurado. La Iglesia en Inglaterra se reconcilia con Roma y todo parece volver al verdadero cauce.
Pero la paz y la unidad, una vez rota, son difíciles de reconstruir. Muchos de los reformadores, que un día tuvieron poder en el reinado de Eduardo, no se someten.
En Oxford, los tres reformadores más importantes: Cramer, Latimer y Ridley, son quemados vivos. Tal vez los Owen ayudan a encender las hogueras. A lo mejor sienten repulsión o, con la implacable conducta de los pequeños, injurian a los condenados. No lo sabemos. Pero Nicolás, por cierto, no tiene suficiente edad para participar en la restauración.
En 1558, Isabel I sube al trono. Ella también es hija de Enrique VIII. La nueva reina determina que la Reforma regrese con toda su fuerza.
Nicolás, el carpintero
Pero, ¿qué pasa en Oxford? Nicolás empieza a vivir sus años de turbación. No vuelve ya el tiempo tranquilo de la niñez. Él tiene ahora diez años.
Aprende el oficio de albañil y carpintero con su padre. La carpintería, en ese tiempo, es una profesión que no está abierta a los aficionados. Nicolás, con entusiasmo, llega a ser un notable maestro en el arte.
Ingreso en la Compañía de Jesús
¿En qué fecha ingresa Nicolás a la Compañía de Jesús? No lo sabemos exactamente. Pero desde muy temprano se une al grupo que es fiel a los jesuitas.
La primera expedición, la de los PP. Roberto Persons y Edmundo Campion, cruza el canal de la Mancha en junio de 1580. A Nicolás Owen no le resulta difícil contactarse con ellos. Los dos han sido profesores en la Universidad de Oxford. Por lo tanto, son antiguos conocidos y él es de confianza.
El P. Roberto Persons es el superior. No tiene instrucciones de admitir en la Compañía. Lo puede hacer en casos urgentes y muy cualificados. Lo normal es ingresar a un noviciado, pero éste está en el continente. Persons acepta a Nicolás, pero lo deja en el país. No parece conveniente prescindir de sus servicios. Le exige guardar estricto secreto. Owen acepta. Tanto es el silencio que muy pocos, aun sus propios hermanos jesuitas, los actuales y los siguientes, llegan a imaginar que él es religioso.
Con San Edmundo Campion
La primera misión recibida es ser compañero y discípulo del P. Edmundo Campion. Es un noviciado muy especial y con un maestro santo.
Edmundo tiene por ministerio recorrer el país, a lo largo y a lo ancho. "A caballo voy de una parte a otra. Es una tarea pesada y maravillosa. Durante los viajes pienso y medito mis sermones. Luego, en casa, los corrijo. No escaparé de las manos de los enemigos. Ellos tienen muchos ojos, muchas bocas, muchos espías y también argucias. Voy disfrazado, en forma bastante ridícula. Constantemente cambio el disfraz y también el nombre".
Detrás de Campion también cabalga Nicolás con su disfraz. Ha escogido el traje pobre del sirviente. En esto ha insistido ante Edmundo, quien desearía mostrarlo como un amigo. Sí, la amistad es verdadera, pero Nicolás prefiere estar en un tercer plano. Es más seguro para Campion. Owen así puede vigilar mejor, contra los ojos y las bocas que amenazan a su amigo que va siempre en oración.
Aprende a orar, al galope, al trote o al paso, en la mejor escuela y con el mejor maestro.
Los libros de Campion, el famoso documento dirigido al Consejo de la Reina y también las "Diez Razones", son publicados en la imprenta de Enrique Owen, el hermano mayor. Nicolás se encarga de llevar los manuscritos a la imprenta clandestina y de distribuir los libros entre los amigos fieles.
El martirio de Campion
Lo sabemos. Edmundo Campion es detenido el 16 de julio de 1581 en Lyford. El traidor se llama Jorge Elliot, que se hace pasar por un católico fiel.
Es seguro: Nicolás Owen no estuvo en esa ocasión. ¿Por qué? ¿En qué otra misión lo tenía ocupado ese día la obediencia?
Nicolás sufre con la prisión del amigo, su padre y compañero. ¿Quién puede darle paz y lograr consolarlo? En la soledad y en la oración muchas veces repasa su ausencia en ese día amargo. Si él hubiera estado ahí, tal vez la situación habría sido diferente. No se disculpa, pero llora en silencio.
El P. Roberto Persons pretende darle la paz que necesita. Su misión ahora, le dice, es atender a Campion en la prisión, mientras se desarrollen los procesos. Nicolás es hábil y él puede comunicarse con los detenidos. Además del P. Campion hay otros sacerdotes en la cárcel. Nicolás debe hacer llegar los elementos para que todos puedan celebrar la santa misa.
Alexander Briant es uno de ellos. Es también su amigo. Con él ha trabajado en la imprenta clandestina. Alexander ha pedido ingresar en la Compañía de Jesús y Nicolás lo sabe. Alexander recibe corporales, pan y vino para poder celebrar la Misa. Además Nicolás le hace llegar los elementos para que pueda escribir unos mensajes.
El martirio de san Edmundo Campion y el de san Alexander Briant tiene lugar en Tyburn, en Londres, el 1 de diciembre de 1581. Nicolás está presente, confundido con el pueblo. Allí observa, reza y llora.
Nicolás Owen es detenido
Después del martirio, Owen decide hablar. No es capaz de guardar silencio. Olvida todas las recomendaciones que le ha dado el superior acerca de la prudencia. No puede callar. Algo interior lo impulsa a dar un testimonio.
Ante muchos, abiertamente, atestigua la inocencia de sus mártires tan queridos. Asegura, ante quien lo quiera oír, que en esos hombres no hay traición y que sus muertes son fruto del odio por la causa religiosa. Lo hace con tal vehemencia que atrae las sospechas de los perseguidores. Decir estas cosas es un agravio a las autoridades del país.
Es arrestado, llevado a prisión y encadenado. Nicolás está contento. Para sentirse menos indigno, agrega un cilicio a sus cadenas. Los magistrados, es cierto, no lo conocen muy bien. No saben qué relaciones tiene con los ajusticiados. Sin embargo lo torturan, con la esperanza de obtener alguna información acerca de los domicilios de sacerdotes. Nicolás no abre la boca, no dice nada. Se las arregla para pasar por un hombre simple e ignorante.
La liberación del simple
Pocos meses después es dejado libre. Un caballero cancela la multa. Por lo demás, las autoridades no pretenden otra cosa sino darle una lección a ese hombre insignificante que ha dicho palabras ofensivas.
Todavía no ha llegado el tiempo en el que un importante Consejero privado de la reina escriba lleno de gozo: "¿Tomaron preso al hombre que conoce todos los escondites secretos? Estoy feliz. Me las arreglaré con él".
Un jesuita solo
¿A dónde ir? ¿Qué puede hacer ahora? Ya no hay jesuitas en Inglaterra. El P. Roberto Persons ha pasado al continente. Está en Roma. Los superiores de la Compañía lo han hecho ir allí para informar y librarlo de la búsqueda encarnizada de los enemigos.
Nicolás es astuto. Él es arquitecto y albañil. Empieza a vivir de su trabajo. Vuelve a recorrer los sitios, uno tras otro, los que ha visitado con el P. Campion. Esos amigos fieles lo protegen. Con ellos algo puede hacer por la fe. No es mucho, pero hay que mantener la ceniza ardiente.
Un día sabe que en Inglaterra queda todavía un jesuita. Es el P. William Weston, el único que hasta ahora ha logrado eludir a los cazadores. Se entrevista con él, se confiesa. La alegría es grande. Pero no es posible organizar una vida juntos. El peligro existe y la prudencia aconseja vivir separados.
La llegada de Southwell y Garnet
En el mes de julio de 1586 llegan a Inglaterra los PP. Enrique Garnet y Roberto Southwell. Son los nuevos misioneros que vienen a restaurar la fe y la Compañía de Jesús en el reino.
De inmediato Nicolás Owen se contacta con ellos. Probablemente en Hurleyford, en la casa de Richard Bold, adonde han sido conducidos por el P. Weston. Allí organizan el plan de acción. Nicolás queda a las órdenes del P. Garnet, el nuevo superior. La vida parece de nuevo sonreír al carpintero.
El P. Enrique Garnet
El nuevo jefe de Owen es un hombre extraordinario. Nicolás lo admira desde el primer día. En muchos aspectos no puede menos de recordar al querido P. Campion. El P. Roberto Southwell toma la dura tarea de la evangelización. Garnet y Owen organizan el trabajo en la retaguardia.
A Nicolás Owen le quedan dieciocho años de vida. En todos ellos no se separa jamás del P. Enrique Garnet. Este incrementa a la misión inglesa de la Compañía desde cero hasta más allá de cuarenta jesuitas.
Los escondites secretos
El superior encarga a Owen lo que él sabe hacer muy bien. Debe construir, en las diferentes casas católicas que los jesuitas visitan, los lugares secretos para esconder a los sacerdotes y asegurar así sus ministerios.
De noche, mientras los otros duermen, Nicolás trabaja. Él hace los planos. Es arquitecto, carpintero y albañil. Reza mucho, de rodillas, y cada día recibe el Cuerpo de Cristo. Después, en total soledad comienza su labor.
El secreto más absoluto es esencial. A ningún sirviente le está permitido ayudar, porque Nicolás no debe fiarse de nadie. La prudencia es la clave del éxito. Él lo sabe, hay muchos espías infiltrados en las casas de los católicos.
Nicolás horada los muros gruesos de los castillos medievales. El escondite tiene que ser sólido y suficiente para varios sacerdotes a la vez. No debe ser detectado por los cazadores si golpean las paredes. El ingreso ha de ser secreto y muy disimulado.
Nicolás se las ingenia para hacer carpinterías increíbles. No hay dos iguales. Si uno es descubierto, los otros están a salvo.
Un ardid de Owen es construir un escondite oculto dentro de otro, también secreto. Así, el que descubre el primero, lo encuentra vacío y deja entonces de buscar. Muy a menudo hay en ellos una despensa para alimentos. Conecta tubos de respiración a lugares insospechados para que el sacerdote pueda permanecer en ellos hasta quince días. Los hay en todos los sitios imaginables. Algunos, encima del hall principal. Otros, detrás de la chimenea. Algunos bajo tierra, en el jardín, conectados con pasadizos subterráneos. Los hay también, excavados en el mismo arco de la entrada.
Esa lista interminable
Es imposible hacer una lista de todos los trabajos hechos por Nicolás Owen. Él tiene especial cuidado de no hablar a nadie de los escondites. Muchos, en pleno siglo veinte, todavía no han sido descubiertos. Cuando se encuentran algunos, se adivina la mano de Owen por la manera de estar construidos y porque esas casas fueron frecuentadas por los jesuitas.
El escondite de Coughton Hall, descubierto en 1870, es verdaderamente ingenioso. Allí Owen hace un agujero en la pared gruesa del mirador de la torre del nordeste. Adentro pone una escalera, tapices, ropa de cama y un altar de fierro. En la misma casa hay un segundo escondite detrás de la chimenea en el piso principal. La propiedad fue de la familia Throckmorton, muy unida al P. Enrique Garnet.
En Worcestershire hay una serie de escondites. Todos son obras de Nicolás Owen. La mansión perteneció a los infortunados hermanos Roberto y Tomás Wintour, involucrados en el Complot de la Pólvora. En esa casa, más de una vez, el P. Garnet fue huésped.
La lista de escondites es muy numerosa. No los nombraremos todos. Ahí están los de Ingatestone, en Essex, el de Gayhurst en la mansión de Sir Evarad Digby, y los de Coldham Hall, muy cerca de la tumba de san Edmundo Campion.
También pertenece a Owen el lugar secreto de Thrumpton Hall, en Nottinghamshire. Enrique Garnet estuvo en esa casa cuando fue propiedad de la católica familia Powdrell. Este escondite quedó al descubierto en 1927, cuando Lord Byron, el nuevo propietario, decidió investigar acerca de la tradición de una escalinata secreta que debía ir desde el hall del primer piso hacia arriba.
La escalinata fue descubierta en una esquina de la hondonada que está junto al cañón de la chimenea. Podría pasar como el lugar adecuado para las reparaciones del cañón. Pero al pie de la escalinata Owen ha puesto una puerta secreta, hacia abajo, dejando adentro un aposento bastante amplio que él construye en piedra encima del subterráneo. Un escondite perfecto. En caso de ser descubierta la escalinata, ésta no llega al aposento secreto. Los cazadores irán hacia arriba, ninguno hacia abajo.
La mejor conservada de todas sus obras está en Sawston Hall, en Cambridgeshire. Está construida en el extremo superior de una ancha escalinata de encina que está a la vista y conduce al segundo piso. Nadie puede imaginar, mientras sube, que hay una puerta secreta entre los barrotes que sostienen el pasamano. Hoy día los turistas y los católicos pueden visitarla y admirarla. La casa perteneció, entonces y hasta hoy, a la familia Huddleston, con quienes trabajó John Rigby hasta el día de su martirio en 1600. Nicolás trató con John mientras hizo su trabajo y fue el ejemplo para que John Rigby entrara en la Compañía de Jesús como Hermano coadjutor.
En Londres todavía existe una casa, a las afueras de Strand, en Baddesley Clinton, donde Nicolás construyó por los menos dos escondites. Fueron hechos a petición de Ana Vaux, una de las mujeres que perteneció con voto de obediencia, a igual que Juana Wiseman y la condesa de Arundel Ana Dacre, a la asociación fundada por el P. Enrique Garnet.
Para construir esos escondites, Nicolás examina la casa. De inmediato intuye que la antigua cloaca es sin duda el sitio ideal. Para iniciar el trabajo pretexta que son absolutamente necesarios unos nuevos desagües. Ello lo libera de sospechas. Hace un foso nuevo. Bloquea el túnel antiguo con cantería de piedra. Habilita ranuras verticales en la parte baja de la muralla. El ingreso lo pone junto a la ventana del dormitorio. Por cierto, construye un segundo escondite hacia arriba, con la misma entrada, que cumple la finalidad de una mayor seguridad y guía a los cazadores a un lugar vacío.
Una ironía de la historia
Muchos escondites secretos, construidos por Nicolás, sirvieron con el tiempo para ocultar después a descendientes reales. Jamás pudo pensar el gobierno de Jacobo I al torturar hasta la muerte a Nicolás Owen que esas construcciones iban a salvar las vidas de los parientes descendientes del rey.
En Ufton Court hay un escondite, ciertamente construido por Nicolás Owen, que sirvió para proteger al príncipe Carlos Eduardo, el pretendiente, en su visita secreta a Inglaterra en 1754. Ufton perteneció a la perseguida familia de los Perkins y allí en un tiempo se refugió el P. Garnet.
Otro escondite, el construido por Owen en Boscobel, en casa de los Stuart sirvió para ocultar al rey Carlos II después de la batalla de Worcester.
La consulta clandestina
Apenas Nicolás Owen termina los escondites de Baddesley Clinton, el P. Enrique Garnet decide que ese lugar es el adecuado para tener una reunión con todos los súbditos dispersos. Ese año 1591 se ha presentado duro para la Iglesia católica. El gobierno de Inglaterra, después de la derrota de la Invencible Armada en 1588, lejos de agradecer a los católicos por la lealtad en la crisis, ha decidido proceder con mayor rigor. Cada día se promulgan leyes más duras, las detenciones se hacen frecuentes y las condenas a la horca se ejecutan con rigor.
El P. Garnet desea compartir sus aprehensiones. En la convocatoria a once jesuitas, para el 14 de octubre, está consciente de los riesgos que todos corren. Él dice: "No podemos encontrarnos todos al mismo tiempo. Hasta el día de la renovación de los votos, la responsabilidad es mía. Después, pertenece a cada uno".
El día 18, festividad de San Lucas, terminan los días de ejercicios y los once renuevan los votos religiosos. Han intercambiado ideas y el P. Garnet ha asignado las nuevas misiones. El superior no parece estar muy angustiado. Al fin dice: "No puedo garantizar la seguridad de nadie. La reunión ha terminado". Salen de inmediato cuatro, los otros cinco sacerdotes y dos Hermanos permanecen. Entre ellos Nicolás Owen.
Una escapada increíble
A las cinco de la mañana del día 19, cuando los sacerdotes están en Misa y oración, a punto de dispersarse, las calles que rodean la casa son bloqueadas. El inmenso portón de entrada es violentado y los cazadores pretenden entrar al patio. Los sirvientes con horquetas los rechazan. El tumulto y los gritos de los defensores es enorme.
Dejemos la palabra al P. John Gerard, presente ese día.
"El P. Roberto Southwell estaba al comienzo de la Misa, los demás estábamos en oración. De repente oí el alboroto en la puerta principal. También oí a los sirvientes que impedían el acceso. El P. Southwell también oyó el griterío. De inmediato adivinó lo que estaba sucediendo. Rápidamente se sacó los ornamentos y desmontó el altar. Mientras lo hacía, nosotros tomamos todas nuestras cosas. No dejamos nada que pudiera delatar la presencia de un sacerdote.
Algunos salieron y dieron vuelta los colchones de las camas para engañar a los que fueran a inspeccionarlas. Afuera, los rufianes gritaban y chillaban, pero los sirvientes sostenían la puerta. Dijeron que la dueña de casa estaba en el piso superior, pero que vendría a conversar. Este forcejeo entre sirvientes y asaltantes nos dio tiempo para acarrear todo y meternos en el estrecho escondite secreto.
Cada uno de nosotros procuró que los cálices, ornamentos y cualquier otro signo religioso fueran llevados al escondrijo. La dueña de casa se ocultó para no ser detenida y tener que dejar solos a sus pequeños hijos. La hermana menor se hizo pasar como responsable.
Los cazadores buscaron en toda la casa. Dieron vuelta todo lo imaginable. Cada cosa fue examinada rigurosamente, los guardarropas, los baúles y también las camas. Por suerte no revisaron los establos donde estaban ensillados los caballos. Después de horas, Ana Vaux los invitó a desayunar. Comieron y se fueron.
Cuando no hubo peligro, salimos como Daniel desde el horno. El escondite estaba bajo la tierra y el agua cubría totalmente el suelo. Yo estuve con los pies en el agua todo el tiempo. Allí estaban también el P. Garnet, el P. Southwell, el P. Oldcorne, el P. Stanney y yo. También con nosotros, dos sacerdotes seculares y tres laicos".
Entre esos tres laicos, uno es Nicolás Owen. Todos dan gracias a Dios por haberse librado. Habría sido terrible que el P. Superior y sus mejores súbditos hubieran caído juntos en un mismo golpe. Palabras muy calurosas le dicen a Nicolás y le agradecen sentidamente.
Cuando están más tranquilos le hacen algunas bromas, porque el escondite, por cierto, no es un lugar hermoso y tiene agua de la antigua cloaca. Todos ríen. Nicolás promete hacerlo mejor en la próxima construcción.
La persecución arrecia
El P. Enrique Garnet pone entonces su cuartel general en Londres. Allí está más cerca de todos y en una posición central. El número de sus súbditos ha crecido, gracias a Dios.
El P. Roberto Southwell ha encontrado una bienhechora extraordinaria en Ana Dacre, la condesa de Arundel. Ella es la esposa de Sir Felipe Howard, detenido por la fe y futuro mártir. Ana proporciona una casa junto al Strand. Allí viven muy frecuentemente Garnet y Owen.
Tiene el P. Garnet otras casas en Londres. Es prudente cambiar de sitio con frecuencia. La persecución es más dura en Londres que en las provincias.
En las afueras de Londres hay una casa para recibir a los sacerdotes que vienen del exterior. En diferentes tiempos Garnet y Owen ocupan casas en Spitalfields, Uxbridge y en Erith.
Pero en enero de 1592 el tremendo espíritu creativo del P. Garnet parece entrar en crisis. Conservamos una carta enviada al exterior en la valija del embajador de Francia. En ella suplica que no se envíen nuevos sacerdotes a Inglaterra, porque "simplemente no hay suficientes escondites para ocultarlos".
Nicolás Owen redobla sus esfuerzos. De esta época data el escondite de Braddocks, en Essex. Es cierto, la casa tiene ya varios escondites, pero cuando el P. John Gerard decide poner en ella su residencia principal se hace necesario que Nicolás construya otros muy seguros.
Nicolás no duda un instante. Los sirvientes lo conocen como el albañil que viene a construir la nueva chimenea y a reparar las antiguas. De día hace los trabajos que no requieren secreto. De noche horada las piedras que guardarán el escondite. Cuando está listo, el P. John Gerard pasa a vivir a la casa de los Wiseman, en Braddocks. El escondite está bajo la capilla, detrás del cañón de la chimenea y respira a través de éste.
Nuevamente el escondite salva
Terminado el trabajo, Nicolás vuelve a vivir con el P. Enrique Garnet. Su amigo, el P. John Gerard, pasa a vivir en Braddocks.
Pero, sin saberlo, la católica familia de los Wiseman alberga a un traidor. John Frank es uno de los más fieles sirvientes, y sin embargo está en contacto con las autoridades. Ha tramado un plan para detener a los sacerdotes visitantes. En los informes dados por Frank a la policía se conserva uno que dice que él ha visto a Nicolás Owen en la casa, vestido con un abrigo del Sr. Wiseman y que también ha visto al P. John Gerard.
Los cazadores rodean la casa. John Frank está tan seguro de su víctima que no se toma la molestia de permanecer junto al sacerdote. A los gritos de la policía, Frank baja al Hall y disimula oponer resistencia.
Entonces el P. John Gerard se desliza al escondite y se pone a salvo. Todo esto lo dice el mismo Gerard en sus Memorias. En el lugar oculto pasa cuatro días agazapado y comiendo sólo castañas y unas galletas. Y al no encontrarlo, los perseguidores se aburren. John Gerard da gracias a Dios y sabe muy bien que la salvación de su vida la debe a Nicolás Owen.
Un reconocimiento justo
El P. John Gerard estampó en sus Memorias: "Verdaderamente pienso que no ha habido otro hombre mejor a Nicolás Owen en la viña de Inglaterra. Él salvó a muchas personas, religiosos y laicos durante diecisiete años. Trabajó en innumerables sitios. Él construyó con sus manos los escondites secretos. Fue un trabajo duro. Siempre los espías asecharon. Guardó el más estricto secreto. Los refugios solamente fueron conocidos por él, por los propietarios de las casas y los superiores de la Compañía".
De nuevo en las prisiones
El 23 de abril de 1594, fiesta de San Jorge el patrono de Inglaterra, es un día aciago para Nicolás Owen.
Ese día está con su compañero, el P. John Gerard, en la casa de Holborn. En la víspera reciben una carta que trae el traidor John Frank. Ellos no sospechan aún de ese astuto servidor de la casa.
A medianoche, en pleno sueño, sienten el ruido de los cazadores. Despiertan y saben de inmediato que están perdidos.
Nicolás quema la carta. Son muchos los perseguidores. La casa está rodeada. No hay escondites en el dormitorio en los que puedan ocultarse. De eso se lamenta Nicolás. Muy pronto llegan al aposento con espadas y machetes. Dos cazadores reconocen al P. Gerard. Entonces los dos jesuitas quedan detenidos.
Nicolás es llevado a la prisión de Counter, en Bread Street. El P. Enrique Garnet dice de ella: "Es una cárcel espantosa, sin ningún confort".
Las torturas
Nicolás es torturado en la cárcel de Counter. Es colgado en sesiones que duran tres horas, "atados los brazos con alambres de hierro y el cuerpo suspendido en el aire", hasta que las piernas se acalambren.
Los verdugos no obtienen nada. No pronuncia un nombre ni señala un sitio.
El rescate negociado
Los católicos sufren. Saben que Nicolás Owen es necesario. ¿Quién otro puede construir los escondites? Sin esos lugares seguros nadie se atreve a hospedar a sacerdotes.
Un caballero noble los representa a todos. Va a las autoridades y propone comprar la libertad de Nicolás Owen. Los jefes de la prisión no le hacen asco al dinero. Por lo demás no conocen bien la importancia del prisionero. El ajuste se logra y Nicolás vuelve a reunirse con su amigo el P. Enrique Garnet.
Nicolás libera a Gerard
La primera misión que recibe Nicolás es tratar de ayudar al P. John Gerard. Nicolás tiene amigos y sabe cómo ingeniarse para entrar y salir de la prisión donde está su amigo. Puede hacer muy poco. Un día se encuentra con la sorpresa de que el P. Gerard ha sido trasladado a la Torre de Londres. Un sacerdote apóstata ha declarado que Gerard dio a Nicolás un paquete de cartas recibidas desde Bruselas y Roma. Es el mes de abril de 1597.
En la Torre, el P. John Gerard es horriblemente torturado. Sus amigos deciden liberarlo. Nicolás es el hombre. Es el único capaz de organizar un buen plan.
Gerard está en Salt, la más protegida de las torres. Es imposible pensar en una fuga. Salt está rodeada por otras fortalezas y además tiene un ancho foso de agua. Frente a Salt está la torre Cradle, separada sólo por un pequeño jardín. El P. John Gerard ha conseguido una licencia para visitar, en Cradle, a John Arden, prisionero ya por diez años por la fe. A menudo celebra ahí clandestinamente la Misa y consuela al amigo cariñosamente.
Desde la ventana de la cárcel de John Arden es posible iniciar la fuga. Así lo intuye el astuto jesuita. La torre Cradle está encima del muelle y un hombre puede deslizarse desde el techo hasta el embarcadero. De inmediato, con cautela y en secreto, describe al P. Garnet su plan y pide la ayuda de Nicolás Owen.
Los Hermanos Richard Fullwood y John Lillie se embarcan en un bote. Traen las cuerdas preparadas por Owen. Ambos son expertos. Saben amarrarlas para hacerlas llegar al techo. Nicolás ha conseguido los caballos y espera junto al Támesis, en un lugar determinado. El plan parece perfecto. La noche es negra.
La tentativa primera fracasa. Los dos remeros casi son detenidos. Pero en la noche siguiente tienen éxito. Lanzan las cuerdas. Los dos prisioneros, Arden y Gerard, se deslizan. Llegan al bote. Se abrazan. Y unos minutos después los cinco caballos golpean alegres las piedras de las obscuras calles de la ciudad.
Los últimos votos
Poco después Nicolás Owen hace sus votos definitivos de pobreza, castidad y obediencia en la Compañía de Jesús. Hasta entonces su anterior admisión ha sido un gran secreto.
Nicolás no ha hecho un noviciado formal. Nadie sabe que es Hermano. Nicolás es un hombre simpático. Lo ven siempre feliz. Reza y parece sumergirse en la oración cuando comulga.
Además son muchos los laicos que quieren imitarlo y la Compañía no es capaz de admitir en Inglaterra a tantos Hermanos coadjutores. El P. Enrique Garnet piensa que esos laicos bien pueden perseverar en sus propios estados y al mismo tiempo ser útiles en los trabajos religiosos.
El peligro siempre está cerca
En 1599 el P. John Gerard obtiene nuevamente que Nicolás sea su compañero. Ana Vaux ha adquirido una casa en Northamptonshire. Se llama Kirby Hall. Nicolás es el encargado de construir allí los escondites necesarios.
Los cazadores están cerca. Un día rodean la casa. Nicolás está trabajando en el escondite. Se queda tranquilo y espera que se vayan.
Un accidente peligroso
Por esa fecha Nicolás tiene un accidente. En uno de sus viajes diurnos, enviado por el P. Garnet a reunir material de construcción, arrienda un caballo en la posada. El animal es joven, no bien amansado y no apto para recibir carga. Cuando Nicolás sube, el caballo se encabrita y cae sobre el jinete. Owen se quiebra la pierna.
Es una mala caída. Nicolás queda allí, sin ayuda, sin poder moverse, con un agudo dolor y en una posada extraña. Sus compañeros de viaje sufren al no poder ayudarlo. Deben dejarlo al cuidado de gente desconocida. Por suerte el posadero se deja ganar por la simpatía y paciencia de su huésped. Este no se queja cuando la pierna es estirada y los huesos son colocados en su sitio.
La operación no resulta perfecta. Para siempre una pierna le queda más corta que la otra. El P. Enrique Garnet anota que también en esto se parece a san Ignacio de Loyola.
El cambio en el gobierno inglés
En 1601 la anciana reina Isabel muere. Le sucede en el trono Jacobo I, el hijo de María Estuardo. Los católicos creen que el calvario puede tener fin. El nuevo rey ha prometido abrogar las leyes más severas. Hasta ahora reconocer a Roma es causa de muerte y los sacerdotes deben ser ahorcados. Las mismas sentencias son impuestas a los que protegen a los sacerdotes. Las confiscaciones de bienes dejan a muchos en la peor miseria. Todo esto es verdaderamente intolerable.
Sin embargo, Jacobo I no cumple sus promesas. Cuando se da cuenta de que no necesita el apoyo de los católicos y de que todo parece estar en paz, les da vuelta las espaldas. Entonces hay angustia y desesperación. La indignación está en muchos corazones.
El así llamado Complot de la pólvora
Algunos jóvenes no pueden soportar seguir cayendo en la pobreza y terminar en la extinción. Reaccionan. Piensan en un plan descabellado: ocupar el Parlamento cuando el rey esté presente. No tienen medios ni fuerza para hacerlo.
Jamás la Historia hablaría de este plan si Robert Cecil, el secretario de Estado, no lo hubiese conocido con anterioridad. Hábilmente aprovecha la ocasión para desacreditar a los católicos ante el rey y el parlamento.
Con diversos medios, Cecil fomenta el complot. Hace que las cosas vayan resultando fáciles. Desocupa el subterráneo del Parlamento. Hace que la pólvora, que no puede ser adquirida sin licencia estatal, sea proporcionada sin mayor cuidado. Así el plan avanza.
Todos los jóvenes involucrados son amigos del P. Garnet. Todos han ocupado las casas y los escondites construidos por Nicolás Owen.
Pero Garnet, Nicolás, Ana Vaux y los más fieles están en una peregrinación, lejos de Londres, en la fuente de Santa Winefrida. Allí están, porque quieren agradecer una curación sucedida al P. Eduardo Oldcorne, jesuita.
En el viaje, un conspirador confiesa al P. Oswald Tesimond los pormenores del complot y da permiso para contarlo bajo confesión al P. Enrique Garnet. Este queda horrorizado. La posición es increíble. En vano trata de arreglar las cosas, pero el secreto no es levantado.
Un asedio bien planeado
El 5 de noviembre de 1605 Sir Robert Cecil decide desbaratar los planes del complot que él mismo ha controlado. Arresta en el subterráneo del Parlamento a Guy Fawkes, a quien presenta como a uno de los principales cabecillas. En las semanas siguientes hay otras detenciones y casi todos son condenados a muerte, sin evidencias.
Garnet y Owen abandonan la ciudad de Londres. El asunto es peligroso y hay una orden para cautivar al P. Garnet y desacreditar a los jesuitas.
Se dirigen a Worcestershire. El P. Eduardo Oldcorne les da refugio en la casa donde vive, en Hindlip Hall perteneciente a Sir Thomas Abington. Nicolás ha construido ahí once escondites. La mansión es muy segura y está aparejada para refugiar a sacerdotes.
En diciembre, disfrazados, llegan a Hindlip Hall los PP. Enrique Garnet, Eduardo Oldcorne y los HH. Nicolás Owen y Ralph Ashley.
Por un mes y medio permanecen ocultos. El gobierno algo sabe de sus paraderos, pero decide postergar diligencias hasta ejecutar al conspirador que podría tener pruebas sobre la inocencia del P. Garnet. Un traidor ha revelado que los jesuitas viven en la casa de Sir Thomas Abington.
Cuando llega el tiempo, Robert Cecil envía a Hindlip Hall al juez de paz Sir Enrique Bromley con más de 100 hombres armados. En la casa se produce enorme pánico. Se grita y hay algún forcejeo. Los PP. Garnet y Oldcorne se deslizan, con los elementos de la misa, en un escondite donde hay algunas provisiones. Nicolás y Ralph van a otro. Apenas tienen tiempo para llevar unas manzanas.
Las instrucciones de Cecil son claras. "En la sala de recibo, donde ellos suelen almorzar y cenar debe haber un escondite. Para descubrirlo echen abajo los estucos. Así podrán encontrar la entrada. Las partes inferiores de la casa deben también investigarse, lo mismo los jardines. Bajo tierra pueden encontrar maderas que sean techos de escondites. En los aposentos altos se debe observar si las anchuras corresponden a las de abajo. Se debe mirar todo para descubrir refugios. Examinen los rincones de las numerosas chimeneas. Si las paredes son gruesas y están con estucos éstos deben ser perforados. Si hay doble entretecho sobre el segundo piso o el tercero, eso es sospechoso. Si hay construcciones sin aparente entrada, ése puede ser un sitio para ocultar a alguien".
Una búsqueda cruel
Siete días dura la pesquisa. Los cazadores no cejan a pesar de sus fracasos. Los escondites son perfectos. Los buscadores atemorizan a todos los carpinteros de la casa. Nadie señala el menor indicio. Una buena parte de la casa está como en ruinas.
Al fin Nicolás Owen teme por la vida de sus sacerdotes. Piensa que ha tenido negligencia al no colocar mayores provisiones. Sus amigos pueden morir de hambre. Es urgente hacer algo.
Nicolás y Ashley, los dos, deciden abandonar el refugio. Tienen la esperanza de que pueden pasar por los sacerdotes. Salen. Los cazadores los encuentran entre los sirvientes. Todos están empadronados. No les creen. Entonces, con mayor esfuerzo continúan destruyendo.
Emplean otros cinco días. Rompen paredes y techos en numerosos lugares. Al fin dan con el escondite. Los dos sacerdotes están en paz y en oración. Ya no tienen alimento ni bebida.
Detenidos en Londres
Los cuatro jesuitas son llevados a Londres. Los cazadores no pueden contener su júbilo. El informe de Robert Cecil al Consejo privado del reino manifiesta su mayor orgullo. No sólo ha sido detenido el Superior de los jesuitas, sino también el famoso constructor de los escondites.
"No vamos a proceder con clemencia. Con halagos trataremos de obtener de Owen sus secretos. Si él accede gustoso, salvará la vida. Si no confiesa, será torturado severamente. Arrancaremos entonces sus secretos con tormentos."
Por cierto, en los planes del gobierno no está el propósito de dejar libre a Owen. Lo que se pretende es averiguar los sitios de todos los escondites que él ha construido, los nombres de cada uno de los católicos que han tenido amistad con el P. Garnet y los pormenores de todas las reuniones privadas de los jesuitas. El gobierno sabe que Nicolás es el compañero y el principal secretario de Garnet.
En la prisión de Marshalsea
De acuerdo a los planes de Cecil, Owen es conducido a Marshalsea, una prisión diferente a la de los otros jesuitas. Por diversos medios procuran obtener lo que se desea. Todo el que quiera puede visitarlo. También le dan elementos para que pueda escribir. Pero el fracaso es grande. No saben que se enfrentan con un viejo zorro, inescrutable como sus propios escondites.
Torturas en La Torre
Días después Nicolás es llevado a La Torre de Londres, donde está confinado el P. Enrique Garnet.
Día tras día Nicolás es conducido a la sala de tortura bajo la inmensa cúpula de la Torre Blanca. Ahí están todos los equipos: "el potro", "el torniquete", y "la hija del buitre".
"El potro" descoyunta sus miembros. Tendido y desnudo, en la mesa de torturas, le atan las manos y los pies. Las cuerdas las tiran con una rueda.
Después "el torniquete". Este aprieta los dedos hasta romperlos.
El peor de los tormentos es "la hija del buitre". Es un aro de hierro dividido en dos mitades unidas por un gozne. Nicolás debe arrodillarse, contraerse lo más posible. El verdugo coloca una parte del aro bajo las piernas, le hunde la cabeza entre las rodillas y aprieta con fuerza la otra parte del círculo sobre los hombros. La presión hace brotar sangre por la boca, nariz, las manos y los pies. Cada sesión dura una hora y media.
Nicolás ha sido torturado antes, pero ahora es un hombre enfermo. La pierna quebrada está débil y resentida. Además tiene una hernia grande. Los dolores son más intolerables que los de hace algunos años. Robert Cecil no tiene compasión. Con ahínco busca la revelación de los escondites.
Owen sólo pronuncia los nombres de Jesús y María. Las otras palabras no dicen nada.
Las dos confesiones firmadas
Se conservan dos confesiones de Nicolás Owen en los registros de La Torre. En realidad dicen muy poco, nada fuera de lo conocido por las autoridades. No hay en ellas una palabra sobre los escondites, ni el paradero de sus amigos.
La registrada el 26 de febrero de 1606 dice:
"Confesó que él ha sido llamado con el nombre de Andrés y que no sabe si lo ha sido con el de Pequeño John, el pañero. Ha sido siempre llamado Owen y algunas veces Andrés. Afirma que llegó a la casa del señor Abington el día sábado antes de ser detenido, pero rehusa decir de qué sitio vino. Rehusa decir que haya conocido al P. Garnet o lo haya servido.
Tampoco quiere decir que los sobrenombres de Garnet hayan sido Mease, Darcy, Whalley, Philips, Fermor u otros. Rehusa decir que él haya sabido que el jesuita Oldcorne estuviera en la casa. Dice saber que George Chambers fue un empleado de la casa".
La segunda confesión es del 1 de marzo de 1606:
"Confiesa que por algún tiempo atendió y siguió al P. Enrique Garnet. Dice que él estuvo en Coughton en la casa de Thomas Throgmorton en los inicios de noviembre último, cuando la señora Digby vivía allí. Afirma que oyó decir en la ciudad, a la guardia, que esa familia se había levantado en armas. Confiesa que el P. Garnet dijo misa en Coughton y que el mismo asistió a ella con otras seis personas. Dice que el P. Garnet llegó a la casa de Mr. Abington en Hindlip unas seis semanas antes de ser aprehendido por Sir Enrique Bromley y que el jesuita Hall estuvo también allí tres días antes de que la casa fuera sitiada. Afirma que Hall se había ido al campo, antes de llegar Sir Bromley.
Él dice que atendió a Garnet en esas seis semanas, que hizo fuego y las demás cosas que él necesitaba. Garnet vivía en el piso inferior, bajo el comedor. De ordinario Garnet almorzaba y cenaba en el comedor con Mr. Abington y su señora. También dijo que Hall cuando estuvo ahí comió con ellos en el comedor".
La muerte
Estas confesiones, sin nada valioso para las autoridades, colman las iras de Cecil.
Las torturas del 2 de marzo son extraordinariamente crueles. Le quitan la coraza de metal que protege sus entrañas y la hernia. Esa coraza tiene la finalidad de no permitir la muerte de ese hombre valioso para ellos. En su lugar ponen una huincha.
Le colocan amarras de acero en las muñecas y lo cuelgan en el aire. Ponen pesas en los pies. El dolor es horrible. Así por seis horas.
Al fin las entrañas se rompen en el lugar de la hernia. La huincha metálica rasga y ensancha la herida. Entonces, en atroz agonía el Hermano Nicolás Owen pasa a la vida eterna. Las últimas palabras son siempre los nombres de Jesús y de María.
La calumnia
Los verdugos quedan inquietos. Han torturado ilegalmente a un hombre viejo y enfermo. Ha muerto antes de ser dictada la sentencia. Aun más, ni siquiera se ha conseguido una confesión que valga la pena.
Robert Cecil actúa rápidamente. En una carta a Sir Edward Coke, el procurador general, dice: "Ud. debe recordar al laico Owen como a una presa de caza".
En el sumario hecho en La Torre se da un veredicto de suicidio. No señalan la menor evidencia que pueda dar base a esa decisión. Con la esperanza de mover a la opinión pública, el gobierno distribuye una versión cruel en la que desprecia a Nicolás que se ha cortado las venas con un cuchillo casero.
Para refutar la calumnia basta recordar la respuesta del carcelero a quien se le pidió que sugiriera a Nicolás escribir sus deseos. "¿Quiere Ud. que escriba? El no es capaz ni siquiera de ponerse el sombrero. No, no puede comer por sí mismo. Yo me he tomado la obligación de darle de comer en la boca".
Algo más tarde, el mismo carcelero dijo: "Este hombre murió, y fue en nuestras manos".
La glorificación
Hábil, inteligente, silencioso, casi tullido en sus últimos años, muere en secreto, tal como fue toda su vida. No se conservan sus dichos, ni los ecos piadosos de su oración. Eso sí, los escondites son su mejor oración. Ahí están. Por bastante tiempo sirven para el fin para el cual los ha hecho. Después se olvidan. Algunos son descubiertos mucho tiempo después y hoy recuerdan esa época cruel.
San Nicolás Owen, sin palabras, es recibido por sus amigos Edmundo Campion, Alexander Briant, Roberto Southwell y Enrique Walpole. Lo abrazan y gozan con el lenguaje del silencio.
San Nicolás Owen es canonizado el 25 de octubre de 1970 por el Papa Paulo VI, como un campeón de la fe en Inglaterra.
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