San Bernardo de Claraval, el gran reformador de la espiritualidad de todo el Medioevo, logró que toda su familia abrazara el estado de la vida religiosa.
Gerardo era un joven aguerrido y soñaba con irse a combatir en la guerra. En una de las batallas cayó mal herido.
Esa situación, nueva en su existencia ardorosa y llena de ilusiones, le hizo cambiar mucho. Y dándole vueltas a su cabeza y a los deseos de su corazón, pensó que lo mejor era dedicarse a amar a Dios y al prójimo. Pidió permiso para entrar en Claraval.
Su gran dificultad radicaba en que no sabía leer ni escribir. Pero como en la vida todos hacemos falta, el abad le concedió lo que anhelaba.
Era un buen hombre al que le iban bien los negocios y la actividad en el trabajo.
San Bernardo, con su atinada inteligencia y su gran virtud, le confió el cuidado material del monasterio, la administración de las cosas temporales, la organización de la comunidad y todo el inmenso trabajo de las viñas y de la bodega.
Aunque no sabía nada de letras, sin embargo, Dios le había dado dones naturales y un sentido común extraordinario para todo lo que le ordenasen.
Por lo demás, era un hombre honesto a carta cabal en el trato con todo el mundo. Se fiaban de sus palabras y no andaba con adulaciones estúpidas que no conducen a ninguna parte.
Se puede decir que se reveló grande en las cosas pequeñas. Y no hay que pedirle más peras al olmo. Cada uno es quien es. Murió antes de cumplir los 50 años.
San Bernardo lloró amargamente la muerte de su hermano. Era el año 1138.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
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