Cuando la sencillez va de par con el espíritu de infancia, tu corazón se humaniza. Brecha luminosa en tu camino, tu canto se eleva a Dios: "Tú que das de comer a pájaros y haces crecer los lirios del campo, concédenos alegrarnos con lo que tú nos colmas, y que esto nos baste".
Los emperadores romanos no sabían a ciencia cierta qué hacer con esta fuerza pujante del cristianismo. No podían ni soñar que cuantos más morían, más cristianos surgían dentro de su imperio.
Era para ellos la principal preocupación. Fue el caso de esta niña inocente llamada Aquilina.
Había nacido en Biblis de Palestina, Asia Menor. Por suerte para ella, unos misioneros abanderados del Resucitado, pasaban por allá.
Ella, al verlos, les dijo que estaba preparada para recibir el bautismo porque amaba mucho a Jesús.
Los misioneros escucharon su petición. La bautizaron. Apenas se hubo hecho cristiana, se entregó a ayudar a la gente resplandeciendo ante todos, a pesar de su edad, por su pureza y candidez.
Pero la persecución se notaba ya en el ambiente. Iba a empezar en seguida.
El emperador, enterado por su policía que había una chica cristiana, que era una joya, mandó que la llevasen ante su presencia.
Y la historia se repite. La condujeron a los dioses para que ofreciera sacrificios.
Ella se negó en rotundo. Entonces, sin entrañas ni amor, mandó que la degollaran. Era el 13 de junio del año 304.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com
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