Sin una amplia esperanza humana, las nuevas generaciones no se sienten estimuladas a participar en la construcción de la familia humana. Frente a un vacío, muchos jóvenes están marcados por una apatía, una desilusión, buscándose vías de escape que anestesien una angustia insoportable.
A Juan no le ocurrió nada de eso. Fue un confesor del siglo XIV. Era natural de Todi, Italia.
Su culto empezó dos siglos más tarde. Un día de 1568, en esta ciudad, en la cripta de la iglesia de santa Margarita, se exorcizaba a un hombre porque decían que estaba endemoniado.
En un cierto momento sucedió algo misterioso para que los asistían atónitos.
El poseído comenzó a gritar y a denunciar la presencia en aquel lugar de un santo, Juan el Limosnero.
Se encontró, efectivamente, la tumba del difunto y su inscripción: "Este es el cuerpo de Juan Rainuzzi, que pasó a la casa del Padre en el año 1330".
Entonces se expusieron sus restos al público para que todos pudieran venerarlos.
Le colocaron ropa y el título de “Juan el Limosnero” por su gran caridad para con los pobres.
De no haber sido por el caso del endemoniado, quizá hubiera tardado más en conocer la existencia de Juan Rainuzzi, monje benedictino.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
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