Ártículos Más Recientes

11:36 p.m.
Martirologio Romano: San Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia, miembro de la Compañía de Jesús, que intervino de modo preclaro, con modos sutiles y peculiares, en las disputas teológicas de su tiempo. Fue cardenal, y durante algún tiempo también obispo entregado al ministerio pastoral de la diócesis de Capua, en Italia, desempeñando finalmente en la Curia romana múltiples actividades en defensa doctrinal de la fe (1621).

Etimológicamente: Roberto = Aquel que brilla por su fama, es de origen germánico.


Etimológicamente: Belarmino = Aquel querrero que tiene todas las armas,es de origen germánico.



Este santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer uno de ellos: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay cómo responderle".

San Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó escrito: "Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de grandes éxitos para el futuro".


Por ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo. Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios: él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.


Uno de los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud. En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá que los superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas. Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.


Ya de joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían inspiradas desde lo alto.


Belarmino era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego: "Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente bien, como habla el padre Roberto".


Era el predicador preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para lograr verlo y escucharlo.


Al principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.


Después de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más, fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla. Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55 idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.


Se llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual cada contendor va presentando los argumentos que tiene contra el otro y los argumentos que defienden lo que él dice.


Los protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó una clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a sus alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo titulado así: "Controversias". En ese libro con admirable sabiduría, pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo. Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación económica".


Los protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones, decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él únicamente, de su propio cerebro.


El Santo Padre, el Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo siguiente: "Este es el sacerdote más sabio de la actualidad".


Belarmino se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía de Jesús prohiben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido haciendo cuando era un simple sacerdote.


Al llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres, diciendo: "Las paredes no sufren de frío".


Los superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que fue mi discípulo".


En los últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan humildemente como si fuera un sencillo novicio.


En la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.


Poco antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un santo.


Murió el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.


Antiguamente se lo festejaba el 13 de mayo, en la actualidad su fiesta es el 17 de septiembre, día de su nacimiento al Reino de Dios.



11:36 p.m.
Martirologio Romano: En Milán, de la Liguria, sepultura de san Sátiro, cuyos insignes méritos relata su hermano san Ambrosio. Cuando aún no estaba iniciado en los misterios cristianos, sufrió un naufragio sin temor a la muerte, pero, salvado de las aguas, entró en la Iglesia de Dios para no morir con las manos vacías. Unido en íntima y mutua fraternidad a su hermano Ambrosio, fue enterrado por el obispo de Milán junto al mártir san Víctor (377).

Etimología: Sátiro = risueño, satírico. Viene de la lengua latina.


Sátiro vivió en el siglo IV. Su nombre se quedó eclipsado ante la figura estelar de la Iglesia en aquellos tiempo, san Ambrosio.


Era su hermano. Se querían mucho los dos, y ambos emprendieron la carrera que les condujo directamente a la meta de la santidad. Pasaron sus pruebas pero la fe les sostuvo en todo instante.


Para que te des cuenta de su valor, Ambrosio escribió estas palabras acerca de él:" Qué haré ahora sin mi hermano tan dulce, tan bueno, mi ayuda, mi consuelo. No sé si llorar o reírme. De los tres hermanos fue san Sátiro el más inteligente e ingenioso".


Hizo la carrera de abogado y de administrativo. Su fama le distinguió en Roma porque, sin duda, fue quien hizo las defensas más brillantes entre sus compañeros de Derecho.


Le nombraron gobernador de una provincia. Siendo rico, vivía como un pobre.


Todo lo que le quedaba del sueldo de un día, lo entregaba alegremente a los pobres.


Tardó tiempo en abrazar la fe. Se pasó años de catecúmeno o de preparación para dar el salto a la vida cristiana en profundidad.


Al bautizarse, el pueblo lo eligió en seguida obispo. Viajó por Africa y otros lugares predicando y escribiendo sobre el catecismo. Al volver del continente africano, se encontró con sus hermanos y hermanas. Poco tiempo después, murió en el año 379.


¡Felicidades quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



11:35 p.m.
Martirologio Romano: En el monasterio de monte San Ruperto (hoy Rupertsberg), cerca de Bingen, en Hesse, santa Hildegardis, virgen, que expuso y describió piadosamente en libros sus conocimientos experimentales, tanto sobre ciencias naturales, médicas y musicales, como de contemplación mística (1179)

Etimología : Hildegarda = guerrera vigilante. Viene de la lengua alemana.


Fecha de canonización: Su culto fue ratificado por el Papa Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012.



Nacida en Böckelheim sobre el Nahe en el año 1098; muerta en Rupertsberg cerca a Bingen en el 1179; su fiesta se celebra el 17 de septiembre.

Es desconocido el apellido de la familia de esta gran vidente y profetiza, llamada la Sibila del Rin. Los primeros biógrafos dan a sus padres los nombres de Hildeberto y Matilde (o Matilda), hablan de su nobleza y opulencia, pero no dan ningún detalle de sus vidas. Escritores posteriores la llaman Santa Hildegarda de Böckelheim, de Rupertsberg, o de Bingen.


Las leyendas la harían una Condesa de Spanheim. J. May (Katholik. XXXVII, 143) muestra mediante cartas y otros documentos que ella probablemente pertenecía a la familia ilustre de Stein cuyos descendientes son los actuales Príncipes de Salm. Su padre era un soldado al servicio de Meginhard, Conde de Spanheim.


Hildegarda fue una niña débil y enfermiza, y en consecuencia no recibió más que una poca educación en su hogar. Sus padres, a pesar de estar muy comprometidos en ocupaciones del mundo, tenían una inclinación religiosa y habían prometido a la niña para el servicio de Dios. A la edad de ocho años fue puesta bajo el cuidado de Juta, hermana del Conde Meginhard, que vivía como monja en el Disenberg (o Disibodenberg, la Montaña de San Disibod) en la Diócesis de Speyer. Tampoco aquí le fue dada a Hildegarda más que una mínima instrucción dado que era muy afligida por la enfermedad, estando con frecuencia escasamente capaz de caminar y a menudo privada incluso del uso de sus ojos. Se le enseño a leer y a cantar los salmos en Latín, lo suficiente para el canto del Oficio Divino, pero nunca aprendió a escribir.


Más adelante fue investida con el hábito de San Benito e hizo su profesión religiosa. Juta murió en el año 1136, e Hildegarda fue designada superiora.


Numerosas aspirantes se unieron a la comunidad y ella decidió irse a otra localidad, impelida además, como ella dice, por un mandato Divino. Escogió Rupertsberg cerca de Bingen en la orilla izquierda del Rin, aproximadamente a quince millas (unos 24 kilómetros) de Disenberg. Tras superar muchas dificultades y obtener el permiso del señor del lugar, el Conde Bernardo de Hildesheim, se estableció en su nuevo hogar con dieciocho hermanas en el 1147 o 1148 (1149 o 1150 según Delehaye). Probablemente en el 1165 fundó otro convento en Eibingen en el lado derecho del Rin dónde una comunidad ya había sido establecida en 1148, el cual, sin embargo, no tuvo éxito.


La vida de Hildegarda como niña, religiosa, y superiora fue extraordinaria. Pasando mucho tiempo sola a causa de su frágil salud, desarrollo una vida interior, intentando hacer uso de todo para su propia santificación. Desde sus primeros años fue favorecida con visiones. Ella dice de sí misma:


Hasta mi decimoquinto año vi mucho, y relaté algunas de las cosas vistas a otros, quienes inquirían con asombro, de donde podrían venir tales cosas. Yo también me preguntaba y durante mi enfermedad le pregunté a una de mis enfermeras si también veía cosas similares. Cuando contestó que no, un gran temor me poseyó. Frecuentemente, en mi conversación, relataba cosas del futuro, las cuales yo veía como si fueran del presente, pero, notando el asombro de mis oyentes, me volví más reservada.


Esta situación continuó hasta el fin de su vida. Juta había notado sus dones y se los había hecho conocidos a un monje de la abadía vecina, pero, al parecer, no se hizo nada en el momento. Cuando tenía aproximadamente cuarenta años de edad, Hildegarda recibió un mandato de divulgar al mundo lo que ella veía y oía. Ella dudó, temerosa de lo qué las personas podrían pensar o decir, a pesar de que estaba plenamente convencida del carácter Divino de las revelaciones. Pero, continuamente urgida, reprendida, y amenazada por la voz interior, manifestó todo a su director espiritual, y a través de él al abad bajo cuya jurisdicción estaba puesta su comunidad. Entonces se le ordeno a un monje que pusiera por escrito cualquier cosa que ella relatara; algunas de sus monjas también la ayudaban con frecuencia. Los escritos fueron sometidos al obispo (Enrique, 1145-53) y al clero de Mainz (Maguncia) que los declaro como provenientes de Dios.


La cuestión fue llevada también a conocimiento de Eugenio II (1145-53) quién estaba en Trier (Tréveris) en el 1147. Albero de Cluny, Obispo de Verdun, fue comisionado para investigar e hizo un informe favorable. Hildegarda continuó sus escritos. Muchedumbres de personas se congregaron en torno a ella, provenientes de los alrededores y de todas partes de Alemania y la Galia, para escuchar palabras de sabiduría de sus labios, y para recibir consejo y ayuda en las dolencias corporales y espirituales.


Estos no provenían solo de entre la gente vulgar sino que también hombres y mujeres notables de la Iglesia y del Estado eran llevados por las noticias de su sabiduría y santidad. Así por ejemplo, leemos que el Arzobispo Enrique de Mainz (Maguncia), el Arzobispo Eberhard de Salzburgo y el Abad Luis de San Eucario en Trier (Tréveris), le hicieron visitas. Santa Isabel de Schönau era amiga íntima suya y frecuente visitante. Tritemio en su "Crónica" habla de una visita de San Bernardo de Claraval, pero esto probablemente no sea correcto. No sólo en su casa da consejo, sino también en el extranjero. Muchas personas de todos los estados de vida le escribían y recibían respuesta, por lo que su correspondencia es bastante extensa. Su gran amor por la Iglesia y sus intereses la llevo a hacer muchas jornadas; visitaba a intervalos las casas de Disenberg y Eibingen; por una invitación vino a Ingelheim a ver al Emperador Federico; viajó a Würzburg, Bamberg, y la vecindad de Ulm, Cologne (Colonia), Werden, Trier (Tréveris), y Metz. No es verdad, sin embargo, que halla visto París o la tumba de San Martín en Tours.


En el último año de su vida Hildegarda tuvo que atravesar una prueba muy dura. En el cementerio adyacente a su convento fue enterrado un joven que había estado una vez bajo excomunión. Las autoridades eclesiásticas de Mainz (Maguncia) exigieron que hiciera sacar el cuerpo. Ella no se consideró obligada a obedecer dado que el joven había recibido los santos oleos y se supone que estaba por consiguiente reconciliado con la Iglesia. Una sentencia de entredicho fue puesta sobre su convento por el capítulo de (Mainz) Maguncia, la sentencia fue confirmada por el obispo Christian (V) Buch que en ese momento se encontraba en Italia. Tras mucha preocupación y correspondencia logro que el entredicho fuera levantado. Murió de santa muerte y fue enterrada en la iglesia de Rupertsberg.


Hildegarda fue grandemente venerada en vida y después de su muerte. Su biógrafo, Teodorico, la llama santa, y de muchos milagros se dice haber sido hechos a través de su intercesión. Gregorio IX (1227-41) e Inocencio IV (1243-54) ordenaron un proceso de investigación el cual fue repetido por Clemente V (1305-14) y por Juan XXII (1316-34). Ninguna canonización formal había tenido lugar, por ello y para disipar dudas, el Papa Benedicto XVI extendió su culto a toda la Iglesia el 7 de mayo de 2012, pero su nombre está en el Martirologio Romano y su fiesta es famosa en las Diócesis de Speyer, Mainz (Maguncia), Trier (Tréveris), y Limburg, también en la Abadía de Solesmes dónde un oficio propio es cantado (Brev. Monast. Tornac., 18 Sept.). Cuando el convento de Rupertsberg fue destruido en 1632 las reliquias de la santa fueron llevadas a Colonia y más tarde a Eibingen. En la secularización de este convento, fueron colocadas en la iglesia parroquial del lugar. En 1857 un reconocimiento oficial fue hecho por el Obispo de Limburg y las reliquias fueron puestas en un altar especialmente construido. En esta ocasión el pueblo de Eibingen la escogió como patrona. El 2 de julio del 1900, fue puesta aquí la piedra angular para el nuevo convento de Santa Hildegarda. El trabajo fue comenzado y completado a través de la munificencia del Príncipe Karl de Löwenstein, y las monjas Benedictinas de San Gabriel en Praga entraron a la nueva casa (17 Sept., 1904).


Todos los manuscritos encontrados en el convento en Eibingen fueron transferidos en 1814 a la biblioteca estatal en Wiesbaden. De esta colección el primero y mayor trabajo de Santa Hildegarda es el "Scivias" (Scire o vias Domini, o vias lucis), parte del cual había sido presentado al Arzobispo de Mainz (Maguncia). Ella lo comenzó en 1141 y trabajó en él durante diez años. Es una producción extraordinaria y difícil de entender, todo el profético y admonitorio al estilo de Ezequiel y el Apocalipsis.


En la introducción ella habla de sí misma y describe la naturaleza de sus visiones. Siguen tres libros, el primero contiene seis visiones; el segundo da siete visiones y tiene alrededor del doble el tamaño del primero; el tercero, igual en tamaño a los otros dos juntos, tiene trece visiones. El "Scivias" representa a Dios en Su Santa Montaña con la humanidad en la base; narra la condición original del hombre, su caída y redención, el alma humana y sus luchas, el Santo Sacrificio de la Misa, los tiempos por venir, el hijo de perdición y el fin del mundo.


Las visiones se entremezclan con admoniciones saludables a vivir en el temor del Señor. Los manuscritos del "Scivias" están también en Cues y en Oxford. Fue impreso por primera vez en París (1513) en un libro que contiene además los escritos de varias otras personas. Fue impreso de nuevo en Colonia en 1628, y fue reproducido por Migne, PL 197. El "Liber vitae meritorum" escrito entre 1158 y 1163, es una descripción pintoresca de la vida de un Cristiano virtuoso y de su contrario. Fue impreso por primera vez por Pitra, "Analecta Sacra", VIII (Monte Cassino, 1882). El "Liber divinorum operum" (1163-70) es una contemplación de toda la naturaleza a la luz de fe. El sol, la luna, y las estrellas, los planetas, los vientos, los animales, y el hombre, son en sus visiones expresión de algo sobrenatural y espiritual, y como ellos vienen de Dios deben conducir a Él (Migne, el loc. cit.). Mansi, en "Baluzii Missell". (Lucca, 1761), II, 337, lo toma de un manuscrito perdido desde entonces. Su "Carta a los Prelados de Mainz (Maguncia)" con respecto al entredicho puesto sobre su convento es colocada aquí entre sus trabajos por el manuscrito de Wiesbaden; en otros manuscritos está ubicado entre sus cartas.


El manuscrito de Wiesbaden le anexa nueve pequeños ensayos: Sobre la Creación y la caída del hombre; el trato de Dios a los renegados; sobre el sacerdocio y la Santa Eucaristía; sobre la unión entre Cristo y la Iglesia; sobre la Creación y la Redención; sobre los deberes de los jueces seculares; sobre las alabanzas a Dios con oraciones entremezcladas. "Liber Epistolarum et Orationum"; el manuscrito de Wiesbaden contiene las cartas de y para Eugenio III, Anastasio V, Adrian IV, y Alejandro III, El Rey Conrad III, el Emperador Federico, San Bernardo, diez arzobispos, nueve obispos, cuarenta y nueve abades y prebostes de monasterios o capítulos, veintitrés abadesas, muchos sacerdotes, maestros, monjes, monjas, y comunidades religiosas (P. L., loc. cit.). Pitra pone muchas adiciones; L. Clarus las editó en una traducción alemana (Ratisbon, 1854). "Vita S. Disibodi" y "Vita S. Ruperti"; éstos "Vitae", los cuales además Hildegarda declara ser revelaciones, fueron probablemente producto de las tradiciones locales y siendo, sobre todo la de San Ruperto, de fuentes muy exiguas; tienen sólo valor de legenda. "Expositio Evangeliorum" cincuenta homilías en alegoría (Pitra, el loc. cit.). "Lingua Ignota"; el manuscrito, en once folios con una lista de novecientas palabras de un idioma desconocido, principalmente sustantivos y sólo unos pocos adjetivos, una explicación en latín, y en algunos casos en alemán, junto con un alfabeto desconocido de veintitrés letras impreso por Pitra. Una colección de setenta himnos y sus melodías. Un manuscrito de esto está también en Afflighem, impreso por Roth (Wiesbaden, 1880) y por Pitra. No sólo en este trabajo, sino en otros lugares Hildegarda exhibe elevados dotes poéticos, transfigurados por su persuasión íntima de una misión Divina. "Liber Simplicis Medicinae" y "Liber Compositae Medicinae"; el primero fue editado en 1533 por Schott en Strasburgo como "Physica S Hildegardis", El Dr. Jessen (1858) encontró un manuscrito de este en la biblioteca de Wolfenbuttel. Consiste de nueve libros que tratan de las plantas, de los elementos, de los árboles, de las piedras, de los peces, de los pájaros, de los cuadrúpedos, de los reptiles, de los metales, impresos por Migne como "Subtilitatum Diversarum Naturarum Libri Novem." En I859, Jessen logró obtener de Copenhague un manuscrito titulado "Hildegardis Curae et Causae", y examinándolo comprobó satisfecho que era el segundo trabajo médico de la santa. Consiste en cinco libros y tratados de las divisiones generales de las cosas creadas, del cuerpo humano y de sus dolencias, de las causas, síntomas, y tratamiento de enfermedades. "38 Solutiones Quaestionum" son las respuestas a preguntas propuestas por los monjes de Villars a través de Gilberto de Gembloux sobre varios textos de la Escritura (P. L., loc. el cit.). "Explanatio Regulae S. Benedicti", también declarado revelación, exhibe la regla tal como la entendía y aplicaba en esos días por un superior inteligente y moderado. "Explanatio Symboli S. Athanasii", una exhortación dirigida a sus hermanas en religión. El "Revelatio Hildegardis de Fratribus Quatuor Ordinum Mendicantium", y las otras profecías contra los Mendicantes, etc., son falsificaciones. El "Speculum futurorum temporum" es una adaptación libre de textos escogidos de sus escritos hecha por Gebeno, prior de Eberbach (Pentachronicon, 1220). Algunos impugnarán la autenticidad de sus escritos, entre otros Preger en su "Gesch. der deutchen Mystik", 1874, pero sin razones suficientes. (Ver Hauck en "Kirchengesch. Deutschl", IV,398 sqq). Su correspondencia es para ser leída con cautela; tres cartas de papas han sido probadas falsas por Von Winterfeld en "Neue Archiv", XXVII, 297.


La primera biografía de Santa Hildegarda fue escrita por los monjes contemporáneos Godofredo y Teodorico. Guilberto de Gembloux comenzó otra.


El 7 de octubre de 2012 su nombre fue agregado a la lista de Doctores de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI.



1:32 a.m.








Cornelio y Cipriano, Santos
Cornelio y Cipriano, Santos

Mártires


Martirologio Romano: Memoria de los santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258).


Víctimas ilustres de la persecución de Valeriano, respectivamente en junio del 253 y el 14 de septiembre del 258, son el Papa Cornelio y Cipriano el obispo de Cartago, cuyas memorias aparecen unidas en los antiguos libros litúrgicos de Roma desde mediados del siglo IV. Su historia, en efecto, se entrelaza, aunque sobresale más la imagen del gran obispo africano.

San Cipriano


Nacido en el año 200 en Cartago (Africa), se convirtió al cristianismo cuando era mayor de 40 años. Su mayor inspiración fue un sacerdote llamado Cecilio. Una vez bautizado descubrió la fuerza del Espíritu Santo capacitándolo para ser un hombre nuevo. Se consagró al celibato.

Tuvo un gran amor al estudio de las Sagradas Escrituras por lo que renunció a libros mundanos que antes le eran de gran agrado.


Es famoso su comentario del Padrenuestro.


Fue ordenado obispo por aclamación popular, el año 248, al morir el obispo de Cartago. Quiso resistir pero reconoció que Dios le llamaba. "Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Fue gran maestro y predicador.


En el año 251, el emperador Decio decreta una persecución contra los cristianos, sobre todo contra los obispos y libros sagrados. Muchos cristianos, para evitar la muerte, ofrecen incienso a los dioses, lo cual representa caer en apostasía.


Cipriano se esconde pero no deja de gobernar, enviando frecuentes cartas a los creyentes, exhortándoles a no apostatar. Cuando cesó la persecución y volvió a la ciudad se opuso a que permitieran regresar a la Iglesia a los que habían apostatado sin exigirles penitencia. Todo apóstata debía hacer un tiempo de penitencia antes de volver a los sacramentos. Esta práctica era para el bien del penitente que de esta forma profundizaba su arrepentimiento y fortalecía su propósito de mantenerse fiel en futuras pruebas. Esto ayudó mucho a fortalecer la fe y prepararse ya que pronto comenzaron de nuevo las persecuciones.


El año 252, Cartago sufre la peste de tifo y mueren centenares de cristianos. El obispo Cipriano organiza la ayuda a los sobrevivientes. Vende sus posesiones y predica con gran unción la importancia de la limosna.


El año 257 el emperador Valeriano decreta otra persecución aun mas intensa. Todo creyente que asistiera a la Santa Misa corre peligro de destierro. Los obispos y sacerdotes tienen pena de muerte celebrar una ceremonia religiosa. El año 257 decretan el destierro de Cipriano pero el sigue celebrando la misa, por lo que en el año 258 lo condenan a muerte.


Actas del juicio:


Juez: "El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Ud. Qué responde?"


Cipriano: "Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos".


El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó a Cipriano: "¿Es usted el responsable de toda esta gente?"


Cipriano: "Si, lo soy".


El juez: "El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses".


Cipriano: "No lo haré nunca".


El juez: "Píenselo bien".


Cipriano: "Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar".


El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: "Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada".


Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: "¡Gracias sean dadas a Dios!"


Toda la inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros, junto con él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.


Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.


El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.


A los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.


----------------------


Cornelio habia sido elegido Papa en el 251, después de un largo periodo de sede vacante, a causa de la terrible persecución de Decio. Su elección no fue aceptada por Novaciano, que acusaba al Papa de ser un libelático. Cipriano, y con él los obispos africanos, se puso de parte de Cornelio.


El emperador Galo confinó al Papa en Civitavecchia, en donde murió. Fue enterrado en las catacumbas de Calixto. Cipriano, a su vez, fue relegado en









Cornelio y Cipriano, Santos
Cornelio y Cipriano, Santos

Capo Bon, pero cuando supo que habia sido condenado a la pena capital, regresó a Cartago, porque quería dar su testimonio de amor a Cristo frente a toda su grey. Fue decapitado el 14 de septiembre del 258. Los cristianos de Cartago pusieron pañuelos blancos sobre su cabeza para conservarlos, así manchados de sangre, como reliquias preciosas. El emperador Valeriano, al hacer decapitar al obispo Cipriano y al Papa Esteban, inconscientemente puso fin a una disputa entre los dos sobre la validez del bautismo administrado por herejes, no aceptada por Cipriano y afirmada por el pontífice.


1:32 a.m.
Martirologio Romano: En Cartago, de la África romana, pasión de san Cipriano, obispo muy esclarecido en santidad y doctrina, que gobernó sabiamente la Iglesia en tiempos difíciles, consolidando la fe de los cristianos en medio de tribulaciones, e imperando Galieno, después de sufrir un penoso exilio, consumó su fe en el martirio, decapitado por orden del procónsul, ante gran concurrencia de pueblo.

Memoria de los santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por el orbe cristiano, porque ambos testimoniaron, en días de persecución, su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo (252, 258).



A San Cipriano yo no llegué a conocerle y estimarle profundamente hasta que fui a Roma. En mi primera visita a la basílica de San Pedro, después de orar ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles, levanté mis ojos hacia la cúpula majestuosa de Miguel Angel Buonarroti y mi mirada se cruzó en seguida con un slogan que me conmovió profundamente. Hinc una fides mundo refulget, hinc sacerdotii unitas exhoritur. Estas palabras están incrustadas con caracteres inmensos y con mosaicos de oro en la banda circular interior de la cúpula de San Pedro: "Desde aquí se esparce por el mundo la única y verdadera fe, aquí nace la unidad del sacerdocio". El texto es de San Cipriano y me parece lo suficientemente indicativo para que a este Padre de la Iglesia podamos apellidarle "Santo de la Romanidad". Mi segundo gran encuentro con San Cipriano lo tuve luego, al comienzo de mis estudios teológicos, profundizando en el tratado De Ecclesia Christi, que me explicó el famoso teólogo padre Zapelena en la universidad Gregoriana. Fue entonces cuando mejor comprendí la magnitud de esta figura egregia, que aparece con tanto relieve en el horizonte de la cristiandad hacia la mitad del siglo III. San Cipriano me enseñó a amar más a la Iglesia y al Romano Pontífice y a mejor comprender la grandeza del Papado. Esta misma lección quiero yo que aprenda el lector de estas líneas dedicadas al santo de hoy.

"Cipriano, nacido en Africa, primero enseñó la retórica con grande gloria; luego se hizo cristiano por consejo del presbítero Cecilio, de quien tomó el nombre, y empleó todos sus bienes en socorrer a los pobres. Poco tiempo después recibió la ordenación de presbítero y luego fue constituido obispo de Cartago. Sería por demás superfluo ponerme a dar una muestra de su ingenio, siendo así que sus escritos resplandecen más que el sol. Padeció martirio bajo los emperadores Valeriano y Galieno, en la octava persecución, el mismo día, bien que no el mismo año, que Cornelio en Roma."


Esta es la estupenda fotografía que nos ha dejado de Cipriano el maestro Jerónimo en su catálogo de varones ilustres. La he copiado íntegra del breviario romano porque su sencillez y su enjundia son más expresivas que todas las páginas que yo pueda escribir. Para erudición y explicación no haré ahora más que apilar sobre las palabras de San Jerónimo algunos otros datos históricos.


Cipriano, además de Cecilio, se llamaba Tascio. Su lugar de nacimiento hay que colocarlo en el norte de Africa, quizá en la misma Cartago, y su fecha en los primeros años del siglo III. Eran sus padres paganos adinerados y le procuraron una buena formación literaria. En su juventud y mientras enseñaba retórica, los vicios del paganismo ensuciaron su vida. Pero un día la luz de la fe y de la gracia que Cecilio le llevó transformó totalmente el rumbo de su existencia, Convertido al cristianismo, empezó una nueva vida, siendo ya de catecúmeno ejemplarísimo en la práctica de la austeridad, la continencia y la caridad. Poco después del bautismo entró en las filas del clero, entregando a la Iglesia el propio patrimonio. Su elección episcopal a la distinguida sede cartaginense hay que ponerla en el año 248 ó 249. Para tan alto cargo jerárquico fue designado (no constituido) por aclamación popular, o sea "democráticamente", según la costumbre de entonces. Y como en todo buen acto democrático, también en éste hubo su oposición organizada. A la elección episcopal de Cipriano se oponía el partido "lapsista" del clero, encabezado por el sacerdote Novato y por un seglar rico cuyo nombre era Felicísimo. Después, durante su gobierno episcopal, el pastor cartaginés tuvo que enfrentarse fuertemente contra este partido en la cuestión de los "lapsi" y "libeláticos".


Se llamaban libeláticos a los cristianos que para librarse de la persecución se procuraban un libellus de apostasía, es decir, un certificado de haber sacrificado a los dioses, sin haberlo hecho en realidad. Pasada la persecución, éstos, lo mismo que los apóstatas, pedían de nuevo ser admitidos en la comunidad cristiana, Para ello se procuraban también de los confesores que habían padecido cárceles y sufrimientos por la fe billetes de paz (libelli pacis), con los cuales debían ser dispensados de la penitencia pública. Esto representaba un verdadero abuso, fomentado por Novato y Felicísimo. Cipriano mantuvo firme su autoridad episcopal frente a los confesores e hizo prevalecer su opinión. Para ello reunió en el año 252 un sínodo en Cartago y tomó medidas rigurosas, que consistían en distinguir entre los que habían sacrificado a los ídolos —a los que se impuso penitencia perpetua, admitiéndoles a la reconciliación sólo a la hora de la muerte— y los libeláticos, a los cuales podía admitirse a la comunión después de un período de prueba. Novato y Felicísimo se declararon en rebeldía frente a estas decisiones e iniciaron un cisma local. Luego, los cismáticos o laxistas de Cartago encontraron apoyo precisamente en la fracción contraria, es decir, en los extremadamente rigoristas del clero romano, partido encabezado por Novaciano, el cual defendía que en ningún caso había que perdonar a los lapsos. Novaciano logró en Roma hacerse elegir antipapa contra Cornelio, produciendo un cisma que tuvo cierta difusión y duración. En Africa, el obispo cartaginés combatió enérgicamente este movimiento, sosteniendo la elección de Cornelio.


Cipriano rigió la iglesia de Cartago hasta el año 257. Su período pastoral se vio agitado por las persecuciones contra los cristianos, que tuvieron lugar en aquella mitad del siglo. Así, desde el año 250 hasta la primavera del 51, con motivo de la persecución de Decio, el intrépido obispo cartaginés tuvo que estar escondido para no privar a su grey de un guía entonces necesario más que nunca. De esa manera, desde su oculto retiro, no lejano de la sede, gobernó a sus fieles por medio de una intensa actividad epistolar. Pasado el huracán, pudo regresar a su ciudad y allí derrochó su vitalidad y sus energías apostólicas hasta que vino la famosa persecución de Valeriano.


El 30 de agosto de 257 el obispo es llevado al pretorio de Cartago ante el procónsul Aspasio Paterno. Este le hizo la pregunta de ritual: "Los sacratísimos emperadores se han servido escribirme con orden de que a quienes no profesan la religión de los romanos se les obligue a guardar sus ceremonias. Quiero saber si eres de ese número. ¿Qué me respondes?" Cipriano confiesa entonces abiertamente su fe: "Soy cristiano y obispo; no conozco más dioses que uno solo, el verdadero Dios, que crió los cielos, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay. A este Dios adoramos los cristianos y noche y día rogamos por nosotros mismos, por todos los hombres y también por la "salud" de los emperadores". A este valiente testimonio responde el procónsul con la orden de destierro. Cipriano se ve obligado a salir para Curubi. Allí permanece una temporada hasta que un nuevo procónsul sucede a Paterno. Es Galerio Máximo. Este ordena a Cipriano que se presente en Utica, residencia del magistrado romano; pero el obispo se niega a esto porque quiere morir en medio de su pueblo. Regresa a Cartago y el procónsul, después de oír nuevamente la solemne confesión de fe hecha por el imperturbable obispo el 13 de septiembre, le condena a muerte. A la sentencia proconsular el futuro mártir da por toda respuesta un cordialísimo Deo gratias. Luego, antes de su ejecución, dando muestras de la generosidad en la que tanto se había distinguido toda su vida, ordenó que se diesen 25 monedas de oro a su verdugo. El día 14 Cipriano fue decapitado delante de una inmensa multitud de fieles, que pudieron admirar el ejemplo del santo mártir y que luego lloraron su muerte y esclarecieron su memoria. Fue Cipriano, según afirma Poncio, el primer obispo que, después de los apóstoles, tiñó el Africa con su sangre. Buen patrón podría encontrar en este insigne santo africano ese continente que ahora se abre cada vez más a la luz del Evangelio.


Bonitamente anota San Jerónimo que Cipriano fue martirizado el mismo día, aunque no el mismo año, que el papa Cornelio. Este murió en el 252, después de haber sido desterrado a Centocelle, donde precisamente recibió de Cipriano cartas de consolación. Ahora la Iglesia nos presenta a los dos santos mártires unidos por la misma fiesta en la liturgia del día 16 de septiembre. Buena compañía para el obispo Cipriano la de este Papa, a quien él conoció. Otro detalle que me gusta, cuando considero a San Cipriano entre los santos que se han distinguido por su romanidad.


Quizá alguien proteste porque insisto en poner a Cipriano la etiqueta de "Santo de la romanidad". Es cierto que son muchos los santos a quienes se les puede catalogar dentro de esta línea, pero quizá —dirá el arguyente— a Cipriano no, porque en realidad la historia duda de si fue o no algún tiempo cismático o poco menos. No podemos soslayar este aspecto o este punto obscuro de la vida de Cipriano. Es una cuestión controvertida por historiadores y teólogos y no voy a resolverla aquí, ni siquiera a tratarla con una amplitud que no es propia de este lugar.


El llamado "problema cipriánico", que aparece en el tratado de teología fundamental, se puede resumir en estos términos: Después de la persecución de Decio, en los años que siguieron al 251, la iglesia de Cartago llegó a adquirir un extraordinario esplendor. Cada año Cipriano convocaba un sínodo en su sede residencial y su influencia sobre otros obispos se notaba cada vez más, hasta el punto de que, como dice el padre Hertling, Cipriano no siempre se daba cuenta de que Dios le había consagrado obispo de Cartago y no obispo de toda la Iglesia.


Esta preponderancia manifiesta llevó al fogoso y ardiente obispo de Cartago a tener algunos conflictos con el Papa. Cipriano tuvo ya algún roce con el pontífice Cornelio en ocasión de la elección de éste a la Sede de Roma.


Sin embargo, el problema está en las relaciones del obispo cartaginés con el papa Esteban —año 254-257—. Ya estas relaciones aparecen enturbiadas en el episodio de los obispos españoles Basílides de Astorga y Marcial de Mérida. Estos dos obispos, depuestos como libeláticos, apelaron a Roma y el papa Esteban, creyendo en su inocencia, ordenó que fueran restablecidos en sus diócesis, cuando ya éstas habían sido ocupadas por los nuevos obispos Félix y Sabino. Entonces las comunidades españolas, no satisfechas de la solución de Esteban, recurrieron a San Cipriano, que gozaba de grandísima autoridad. Este reunió un sínodo en Cartago, que confirmó la deposición de Basílides y Marcial, poniéndose así en abierta contradicción con el Papa.


No sabemos hasta qué punto tuvo relación este hecho con la gran controversia que desunió a Cipriano del papa Esteban. La controversia versaba sobre si había que rebautizar o no a los herejes que se convertían. El obispo cartaginés defendía que era inválido el bautismo conferido fuera de la Iglesia católica y que, por lo tanto, los conversos debían ser rebautizados. Para estudiar este asunto Cipriano celebró en Cartago diversos sínodos, al último de los cuales asistieron 87 obispos. Los Padres conciliares proclamaron repetidas veces el principio defendido por Cipriano, aprobando la práctica que se seguía en Africa sobre el particular y enviando emisarios a Roma para dar cuenta a Esteban de las decisiones sinodales. Pero el Papa estaba por la sentencia contraria, que es la que hoy se defiende en la Iglesia, dado que la gracia del sacramento viene directamente de Cristo, no del ministro, y por lo tanto el bautismo, como todo sacramento, produce su efecto por sí mismo, independientemente del estado del que lo confiere.


Esteban acogió mal a los emisarios de Cipriano y mandó decir a éste que siguiese la tradición romana, prohibiendo la repetición del bautismo administrado por los herejes y amenazando con romper la comunión eclesiástica con Cartago. Cipriano, en contra de la decisión del Papa, siguió defendiendo y practicando su doctrina y el resultado fue que de hecho quedó interrumpida la comunicación entre Roma y Cartago. Parece bastante claro que Cipriano quedó objetivamente en situación de cismático. ¿Lo fue subjetivamente? Tal vez —anota el padre Hertling, mi profesor de historia eclesiástica en la universidad Gregoriana—, Cipriano no consideraba como definitiva la difícil situación que se había creado con la decisión de Esteban. Con todo, dado el fogoso e irreductible carácter del obispo cartaginés, no sabemos qué sesgo hubiesen tomado las cosas si la Providencia no hubiera intervenido zanjando de hecho la cuestión. Por fortuna para Cipriano —dice el padre Hertling—, el papa Esteban murió —año 257— y el sucesor de éste, Sixto II, de carácter conciliador, entabló de nuevo la comunión con el obispo Cipriano y la iglesia cartaginense. Poco después el intrépido obispo se encontró con la palma del martirio.


Como se ve por esta semblanza, Cipriano era una "figura potente" y de una personalidad arrolladora. Resultó un gran pastor de almas, generoso en extremo y lleno de incontenible celo, hasta el punto de que su ansia más ardiente era mostrar a todos los hombres el camino de la salud eterna. Sus afanes apostólicos eran tan grandes que no podían contenerse en los límites de su cristiandad cartaginense, ni siquiera en las fronteras africanas. Manejó la pluma con la destreza periodística de un San Pablo, y con su palabra escrita predicó en todas las iglesias de su tiempo y ha seguido predicando a través de la historia hasta nuestros días. Por sus ideas supo luchar intrépidamente, como debe lucharse cuando se está convencido de la verdad. Fue un gran maestro, un intelectual o, como se dice técnicamente, un Padre de la Iglesia y su fe fue tan profunda, tan viva y tan sólida, que por querer ser consecuente con sus ideas lo fue hasta el extremo desdichado —y aquí está el lado desfavorable de su personalidad episcopal y apostólica— de poner en serio peligro su comunión con Roma. Sin embargo, no se puede negar que esto fue extremadamente paradójico en su vida, porque Cipriano, pese a los errores que haya podido tener en la práctica, ha defendido, como el que más, el amor a la Iglesia Romana y el Primado de Pedro y sus sucesores. Por eso, los teólogos le consideran como uno de los principales doctores antiguos que hay que citar en defensa del Primado Romano. Yo considero y llamo a San Cipriano apóstol y maestro de la romanidad, porque su doctrina contiene un mensaje nítido y entusiasta en esta línea estupenda de amor a la Iglesia y al Vicario de Cristo.


En las magníficas obras de este insigne doctor africano —cartas y tratados—, que son espejo purísimo de su pensamiento, de sus preocupaciones y de su incansable acción pastoral, podríamos espigar multitud de frases que nos darían el ideario del Santo. Contentémonos con reproducir, para terminar, algunas ideas del más hermoso de los opúsculos escritos por San Cipriano, el De Catholicae Ecclesiae unitate: No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre. Hemos de temer más las insidias contra la unidad de la Iglesia que la misma persecución. La Iglesia permaneciendo unida se extiende hasta abrazar la multitud de los hombres, como una única luz de muchos rayos, un único árbol de innumerables ramas, una única fuente con multitud de chorros. Atenta contra la unidad quien no guarda la concordia. La Iglesia está constituida sobre los obispos puestos por Dios para gobernarla. El episcopado tiene el centro de su unión en la cátedra de Pedro y de sus sucesores. Roma es la Iglesia príncipe, donde está la fuente de la unidad sacerdotal.



Es muy común, lastimosamente, ver que muchas personas caen en el gravísimo error de recurrir a usar oraciones que lejos de ser católicas son tan sólo supercherías.

Todo católico debe tener bien claro que ningún milagro es obra de los santos, ni de los ángeles, ni de la Santísima Virgen María, tan sólo Dios tiene el poder de concedernos el favor que nuestro corazón pide. Lo que los santos, los ángeles y la Virgen pueden, y hacen, es presentar nuestras súplicas a Jesús para que él, único intercesor ante el Padre, se las presente y nos conceda lo pedido si es para el bien de nuestras almas.


Invocar el poder de cualquiera de los santos de la Iglesia, como si de él dependiera concederlos lo que pedimos es por lo tanto un error.


Otro error en esas falsas oraciones es creer que Dios va a privar de la libertad que Él mismo nos ha otorgado para someter a una persona a la voluntad de otra persona que cree amarla. El libre albedrío es un don de Dios otorgado a todo ser humano, y Dios mismo respeta sobremanera ese don, por lo que nunca obligará a alguien a realizar algo contra su voluntad, y mucho menos someterá a una persona a la voluntad de otra, por muy noble que sean las intensiones de esta.


Esta breve nota tiene el fin de impedir que católicos con nobles sentimientos caigan en el error de usar, y publicar, esas falsas oraciones que lejos de ser católicas no son más que rituales y conjuros propuestos al hombre por el maestro del engaño y la mentira: el demonio.



1:32 a.m.
Martirologio Romano: En Montecasino, tránsito del beato Víctor III, papa, quien, después de regir sabiamente durante treinta años el célebre monasterio y enriquecerlo magníficamente, fue elegido para gobernar la Iglesia romana (1087).

Fecha de beatificación: El culto al Beato Víctor III fue aprobado por el Papa León XIII, quien agregó su nombre al Martirologio Romano.



El joven que habría de llegar a Papa con el nombre de Víctor III, era conocido en la vida secular como Daufar y pertenecía a la familia lombarda de los duques de Benevento.

Como era el hijo único, su padre se mostraba ansioso para que contrajera matrimonio y le diera nietos, pero Daufar, cuya "nobleza de alma era mayor que la de su nacimiento", sentía en su fuero interno la certeza de que estaba llamado para servir a Dios como monje.


En el año de 1047, su padre perdió la vida en el campo de batalla y Daufar, que por entonces tendría unos veinte años, aprovechó la oportunidad para desligarse de la familia e irse a vivir con un ermitaño. Pero sus parientes le encontraron, forcejearon con él hasta el extremo de desgarrarle el hábito que vestía y, a fin de cuentas, le obligaron a volver con ellos a su casa de Benevento. Ahí se le mantuvo bajo estrecha vigilancia, pero al cabo de doce meses de encierro, consiguió escapar y huyó para refugiarse en el monasterio de La Cava. Por fin, su familia aceptó el hecho irrefutable de su vocación y le permitió que realizara sus deseos, con la única condición de abandonar el monasterio de La Cava para ingresar en la abadía de Santa Sofía, en Benevento.


Daufar accedió y, al entrar en el convento, su nuevo abad le dio el nombre de Desiderio. Transcurrieron algunos años sin que el joven monje encontrara el camino que buscaba: estuvo en un monasterio de una isla en el Adriático, estudió medicina en Salerno y fue ermitaño en los Abruzos.


Sin embargo, ya para entonces había atraído la atención favorable del Papa San León IX y, alrededor del año 1054, lo hizo ir a Roma. Ahí se quedó durante el reinado del papa Víctor II y ahí conoció a los monjes de Monte Cassino que le impresionaron de tal manera, que no tardó en hacer una peregrinación a la cuna de la orden de los benedictinos y acabó por unirse a la comunidad. En el año de 1057, el Papa Esteban llamó a Daufar a Roma, con la intención de enviarle como delegado a Constantinopla.


El Papa Esteban había sido abad en Monte Cassino y había retenido el cargo al ser elegido como Pontífice; pero, por aquel entonces estaba enfermo y, como creía que no iba a tardar mucho en llegar su muerte, decidió que se realizara sin tardanza la elección de su sucesor. La votación favoreció por unanimidad a Daufar, es decir al monje Desiderio. Este partió de todas maneras hacia el oriente para ocupar su puesto de delegado pontificio en Constantinopla, pero apenas había llegado a la ciudad de Bari, cuando le notificaron la muerte del Papa Esteban y tuvo que regresar. En Roma surgió una disputa en cuanto a la sucesión al trono de San Pedro y, durante la misma, Desiderio apoyó la elección de Nicolás II, que asumió el cargo, pero antes de autorizar a Desiderio para que se reintegrara a su monasterio de Monte Cassino, le consagró cardenal.


Desiderio fue uno de los grandes abades de Monte Cassino y, durante su gobierno, el famoso monasterio alcanzó el pináculo de su gloria. Primero, hizo reconstruir la iglesia y, después, todo el conjunto de edificios que dispuso en una escala más amplia y conveniente de la que había adoptado San Petronax y el abad Aligerno al restaurar la abadía después de los saqueos y destrucciones de los lombardos y los sarracenos. Embelleció de manera muy especial la basílica; "recurrió a las influencias y al dinero" y, no sólo hizo traer los mejores materiales de Roma, sino que contrató a los más diestros trabajadores de Lombardía, Amalfi y la misma Constantinopla. Gracias a esa combinación de las escuelas arquitectónicas de Lombardía y de Bizancio, surgieron en Monte Cassino nuevas formas y motivos de decoración, en la construcción, los mosaicos, los ornamentos, las pinturas y la iluminación; los mismos monjes de la abadía pusieron sus conocimientos y sus habilidades al servicio de la magna obra. Toda aquella magnificencia no era un vano exhibicionismo ni se había hecho para hospedar a "devotos hipócritas de fervor externo." La virtud entre los monjes de Monte Cassino se arraigó todavía más, y su número aumentó a doscientos y el abad Desiderio insistió y cuidó de que todos se sometieran a la más estricta observancia de la regla. Entre los que se sintieron atraídos hacia el monasterio figuraba Constantino Africano, el más notable de los médicos de la antigua escuela de Salerno y amigo personal de Desiderio.


Por otra parte, las construcciones y decoraciones dieron un trabajo material continuo y bien remunerado a numerosos trabajadores, artistas y artesanos. Desde entonces, el scriptorium de Cassino fue famoso por los libros que ahí se copiaban y por las iluminaciones e ilustraciones. Además de abad y cardenal, Desiderio era vicario papal para Campania, Apulia, Calabria y Capua, y la Santa Sede tenía tanta consideración y confianza hacia él, que le autorizó a nombrar prelados para los obispados vacantes y las abadías sin superior.


El Papa San Gregorio VII utilizó con mucha frecuencia a Desiderio corno su intermediario ante los normandos en Italia. No obstante que era de un tipo opuesto al de Gregorio, por la dulzura de su carácter, se mostró siempre corno un decidido y aun enérgico defensor del papado contra las ambiciones del emperador; es muy posible que su nombre haya sido uno de los que pronunció San Gregorio en su lecho de muerte, como posible sucesor. Cuando el Pontífice murió, Desiderio huyó de prisa de Roma y se refugió en Monte Cassino para evitar su elección, pero, en el mes de mayo de 1086, fue elegido por aclamación y se le impuso la roja capa pluvial pontificia en la iglesia de Santa Lucía para que reinara con el nombre de Víctor. Cuatro días más tarde, surgió una oposición que le brindó la oportunidad para huir de nuevo a Monte Cassino, donde dejó de lado las insignias pontificias y no se dejó convencer para ocupar el cargo hasta la Pascua del año siguiente. La sede de Roma se hallaba ocupada por entonces por el antipapa impuesto por el emperador, Guiberto de Ravena ("Clemente III"). Pero las fuerzas normandas consiguieron sacarlo de San Pedro durante el tiempo suficiente para que Víctor fuese consagrado ahí. Inmediatamente después de su consagración, partió al monasterio.


Pocas semanas más tarde, volvió a Roma, por última vez, cuando la condesa Matilde de Toscana se esforzaba por desalojar a Guiberto. Aquel Papa, tan amante de la paz y tan enfermo que rara vez podía celebrar la misa, no estaba capacitado para ver a su ciudad apostólica convertida en un campo de batalla y, hacia fines del verano, la abandonó para siempre. Después de un sínodo que él presidió en Benevento, fue llevado agonizante a su monasterio. Tendido en un camastro en la casa capitular, dio las últimas instrucciones a sus monjes y recomendó a Eudes, el cardenal obispo de Ostia, para que ocupase la sede apostólica. Murió dos días después, el 16 de septiembre de 1087. Había sido Papa durante cuatro meses.



1:32 a.m.
Santa Ludmila fue la primera santa checa. El monje Cristian dice de ella: "Era piadosa y mesurada, colmada de cariño. Generosa en limosnas y en oraciones nocturnas perseverante".

Ludmila nació probablemente en el año 860 y a la edad de 14 años se casó con Borivoj, el primer príncipe del Estado premislita cuya existencia está comprobada por las fuentes históricas.


Ludmila vivió con Borivoj en Levy Hradec, lugar fortificado sobre el río Vltava, situado al norte de Praga. En la acrópolis de Levý Hradec se yergue la iglesia de San Clemente, la más antigua construcción cristiana en Bohemia. Debajo del suelo de la iglesia, remodelada sucesivamente en los estilos gótico y barroco, se han conservado los restos de la rotonda construida por Borivoj.


El príncipe Borivoj y su comitiva fueron bautizados en el año 863 por el arzobispo moravo, San Metodio, en la corte del príncipe de la Gran Moravia, Svatopluk. Metodio envió a Bohemia a su discípulo, el sacerdote Kaich, para divulgar la fe cristiana. A la princesa Ludmila le correspondió un notable papel en la propagación del cristianismo. Las leyendas religiosas la describen como una cristiana piadosa, a diferencia de su nuera Drahomíra, descrita como una obstinada pagana.


La historia del monje Cristian, "La vida y el martirio de San Venceslao y su abuela Sta. Ludmila", escrita en latín, reza: "Drahomíra es comparable a aquella Jezabel que en su saña asesinaba a los profetas". Mientras que sobre la princesa Ludmila el religioso afirma: "Remediaba a menudo la miseria de los pobres, prestaba ayuda, alimentando a los hambrientos, refrescando a los sedientos, vistiendo a los forasteros e indigentes. Lo testimonian también los sacerdotes de los que cuidó tan abnegadamente como si fueran sus hijos."


El monje Cristian alude también a la viudez de Ludmila. La princesa perdió bastante temprano a su esposo. Borivoj murió antes de cumplir los cuarenta años. Al trono subió su hijo Syptihnev, y posteriormente Vratislav que murió en el año 921. En ese mismo año se desencadenó el enfrentamiento entre la princesa Ludmila y su nuera Drahomíra. Las leyendas religiosas describen el enfrentamiento entre Ludmila y Drahomíra como la lucha entre el cristianismo y el paganismo, pero los historiadores insisten en haberse tratado de la lucha por el poder en el Estado premislita. Drahomíra optó por una solución cruenta mandando matar a su rival. Ludmila fue asesinada en su sede de Tetín, en los alrededores de Praga, un sábado 15 o domingo 16 de septiembre del año 921.


Los asesinos de Ludmila irrumpieron en su aposento y a pesar de sus sentidas imploraciones la estrangularon. En la iconografía gótica, Ludmila suele ser retratada con el atributo de su muerte mártir: un chal blanco rodeándole el cuello.


La princesa Ludmila murió a la edad de 61 años. Se decía que en torno a su sepultura se producían milagros. De la tumba se exhalaba un agradable aroma, y de noche, muchos vieron cirios y antorchas ardiendo. Por eso la asesina Drahomíra mandó construir sobre la sepultura la iglesia de San Miguel para que los milagros se atribuyeran a él y no a la difunta princesa Ludmila.


Al asumir el poder el príncipe Venceslao, ordenó trasladar el cuerpo de su abuela Santa Ludmila a Praga y sepultarla en la basílica de San Jorge, en el Castillo de Praga. Ello ocurrió en el año 925. Varios siglos después, durante el reinado del monarca Venceslao IV, los restos de la princesa fueron depositados en una nueva tumba, en la capilla de Santa Ludmila, en la misma basílica de San Jorge.


En 1981 se procedió a la investigación médico - antropológica de los restos mortales de la princesa premislita. Dicha investigación estaba relacionada con la exposición, celebrada en 1982 en la basílica de San Jorge y denominada "Los más antiguos Premislitas a la luz de la investigación antropológico - médica". En la muestra estaban expuestos los cráneos de los primeros Premislitas.


En estas investigaciones, conducidas por el Dr. Emanuel Vlcek, participaban los más destacados especialistas en anatomía, neurología, radiología y odontología. Se determinaba la edad, las enfermedades y lesiones padecidas, así como el grupo sanguíneo de los primeros Premislitas.


Al ser abierta la tumba de Santa Ludmila, se verificó que sus restos mortales estaban guardados en una caja de plomo y envueltos en tela. El cráneo se guardaba separadamente en el tesoro de la catedral de San Vito. La investigación médica llegó a confirmar que Ludmila había muerto a la edad de 60 o 61 años.


Ludmila, esposa del Premislita Borivoj, fue la primera santa checa. Sobre su vida y martirio surgieron numerosos tratados. Cincuenta años después de su muerte fue escrita una historia latina sobre Ludmila. A la santa checa se refiere también un monje del convento de San Emeramo, de Ratisbona, en el tratado escrito entre los años 974 y 983. Existió también el "Prólogo sobre Ludmila", escrito en eslavo antiguo quizá a finales del siglo 11.



11:49 p.m.
Martirologio Romano: En Génova, en la Liguria, de Italia, santa Catalina Fieschi, viuda, insigne por el desprecio de lo mundano, por sus frecuentes ayunos, amor de Dios y caridad para con los necesitados y enfermos. (1510)

Fecha de canonización: Fue Canonizada el 18 de mayo de 1737 por el Papa Benedicto XIV.





Santa Catalina de Génova, perteneció a la familia Fieschi, siendo la quinta hija del matrimonio de James Fieschi y Francesca di Negro de Génova. La familia era de mucha fama y fortuna durante el siglo XV, y cuenta con dos Papas: Inocencio IV y Adriano V.

Catalina fue conocida más tarde en el mundo como modelo de conducta, admirada no sólo para la Iglesia Católica sino también por otros bautizados.


Dedicó toda su vida al Señor, entregándose a El desde muy joven. De niña fue muy obediente y en sus actitudes ya sobresalían los deseos por la santidad y la penitencia. Con tan solo ocho años de edad ya mostraba una inclinación particular a la penitencia, cambiando su cama cómoda y lujosa por el duro piso, y su almohada por un áspero tronco.


Al cumplir doce años tuvo su primera visión del amor de Dios, en la cual Jesús compartió con ella algunos de los sufrimientos de su Santa Pasión. A los trece años decidió abrazar la vida religiosa en el convento de las Hermanas de Nuestra Señora de la Gracia, donde su hermana Limbania era ya una Religiosa profesa. Habló con el director de la Orden, pero no aceptaban niñas tan jóvenes en la congregación. Esto causó una fuerte herida en el corazón de Catalina, pero no perdió su fe en el Señor.


Cuando su padre murió, se pensó que era necesario mantener el mando político uniendo en matrimonio a los hijos del mismo rango. A la edad de 16 años se vio obligada a casarse en un matrimonio de conveniencia. Su esposo era totalmente opuesto a Catalina, ella piadosa y él, un hombre de mundo que no tenía compasión ni escrúpulos por nadie, ni por nada. Los primeros años de su vida matrimonial fueron muy difíciles.


Catalina, después de haber aguantado muchas infidelidades de parte de su esposo, a los cinco años de casada, se sintió abandonada de todos y en profunda desolación, incluso de Dios. Volcó su vida a la frivolidad, de fiesta en fiesta, trataba de buscar un significado a su vida. Pero esto no la llenó de paz ni de gozo, mas bien de desesperación y depresión.


Su Conversión


El 21 de marzo, de 1473, en la fiesta de San Benito, su hermana Limbania le sugirió que fuera donde un sacerdote confesor, ella consintió. Se encontró con un santo confesor por medio del cual el Señor la llenó de gran fortaleza y de Su amor incondicional; cayó en éxtasis y se sintió incapaz de confesar sus pecados. En ese momento el Señor le mostró toda su vida como pasada en una película; pudo ver la traición que ella había hecho al amor del Señor, pero al mismo tiempo pudo ver a través de las Sagradas Llagas de Jesús, la gran misericordia del Señor por ella y por todos los hombres, y el contrastante amor de Dios y el amor del mundo. Esto le hizo repudiar desde ese momento el pecado y el mundo. Ese mismo día, estando en su casa, el Señor se le apareció, todo ensangrentado, cargando la cruz, y le mostró parte de Su vida y de Su sufrimiento. Ella, llena del amor del Señor y triste por los diez años que había desperdiciado no amando al Señor, decidió limpiar su vida y así, empezar una vida nueva en El.


Luego, Nuestro Señor durante otra aparición, hizo recostar la cabeza de Catalina en Su Pecho al igual que el Apóstol San Juan, dándole la gracia de poder ver todo a través de Sus ojos y sentir a través de Su corazón traspasado.


Por medio de sus constantes oraciones, su esposo se convirtió y aceptó vivir en celibato perpetuo. Decidió entrar en la orden franciscana terciaria y se trasladaron del palacio a una casa pequeña cerca del hospital, donde servían a los enfermos, ayudándolos a morir en paz. Es allí donde su esposo muere víctima de una enfermedad contagiosa.


Catalina y la Eucaristía


El día de la fiesta de la Anunciación, después de su conversión, durante la celebración de la Santa Misa, en el momento de la Comunión, el Señor le dio un amor ardiente por la Eucaristía, y desde ese día comenzó a comulgar diariamente.


El Señor la invita a estar con El en el desierto


Rememorando los 40 días Jesús pasó en el desierto, Catalina no comía ni injería bebida alguna durante la cuaresma, alimentándose únicamente de la Eucaristía. Continuó haciendo esto todos los años durante cuaresma y adviento. Nunca manifestó debilidad ni dolor, excepto cuando por alguna razón no podía recibir la Eucaristía. El testimonio de que la Eucaristía es Fuente de Vida, se vio sobrenaturalmente manifestado en ella.


Siempre mostró gran reverencia y amor por la Eucaristía. Durante las celebración de la Santa Misa, su espíritu permanecía siempre recogido, sobre todo a la hora de recibir la Sagrada Comunión, muchas veces se le vio caer en éxtasis, y llorando rogaba a Dios perdonara sus pecados.


Ella comentaba que cuando recibía la Comunión sentía que un rayo de amor traspasaba profundamente su corazón, a semejanza de otros místicos como Santa Teresa de Avila, San Juan de la Cruz, Santa Gemma Galgani, Santa Verónica Guliani y el Padre Pío. Esto es el don de la transverberación. Su gran amor por Nuestro Señor en la Eucaristía, la hacía desearlo solamente y únicamente a El.


Sacrificio y mortificación. La Agonía y el Éxtasis


Durante los primero cuatro años, seguidos a su conversión, practicó sacrificios y penitencias para disciplinar sus sentidos, mortificando todo deseo de la carne. Se abstuvo de comer carne y todo tipo de frutas. Dormía sobre objetos puntiagudos que cortaban su piel y le ocasionaban sangramiento. Practicó una fuerte austeridad durante estos años, pero siempre tuvo el cuidado del cumplimiento diario de sus deberes. Pasaba largas horas en oración para poder llenarse del Señor y permanecer fuerte en los momentos de tentación.


Como todos los santos, dedicó su vida a amar a Dios y al servicio de los hermanos no buscando su propia comodidad y deseos.


La penitencia que Catalina practicaba era muy fuerte, tanto así que nuestro Señor en una ocasión le ordenó que cesara de practicar esas mortificaciones y penitencias tan severas, a lo que ella obedeció.


Catalina siempre buscó la vida escondida, deseando la vida íntima con el Señor, pero nunca tomó ningún don como merecido, pues sabía que por ella misma nada bueno podía hacer. En todo ello veía el gran amor de Dios, rogándole que siempre se hiciera en ella Su voluntad.


Durante una aparición el Señor le dijo: "Nunca digas yo deseo, o yo no deseo. Nunca digas mío, sino siempre nuestros. Nunca te excuses, sino que siempre estés pronta para acusarte a ti misma".


Desde 1500 hasta su muerte, en 1510, hubo muchos fenómenos extraordinarios en su vida, numerosas visiones, éxtasis durante los cuales ella expresaba en voz alta lo que veía y oía. Las personas que estaban a su lado tomaban cuidadosamente notas y compusieron obras sobre Santa Catalina de Génova. Ninguno de estos textos fue escrito directamente por la Santa, pero expresan fielmente sus experiencias y pensamiento. Entre estas obras está el Tratado del Purgatorio, escrito por Ettore Vernaza con palabras con que la Santa trataba de hacer entender la condición de las almas del Purgatorio, en base a lo que ella había aprendido en sus visiones, pero aún más en base a las experiencias de su propia vida espiritual.


Batalla ente el Amor Divino y su amor propio.


Catalina describía el amor propio como el odio propio, decía que el amor propio es el anzuelo puesto por el diablo para hacernos caer y la estrategia para traer el mal al mundo.


El alma absorbida por el amor propio se dirige a la total ruina espiritual. Sorda y ciega para la Verdad, condena su ser voluntariamente, abriéndose camino al Purgatorio o a la eterna agonía del infierno. Para ella el amor propio causa mayor muerte que la muerte de nuestro propio cuerpo, pues nos aparta del Amor Divino, de la Verdad y de la verdadera Voluntad de Dios. "La mejor manera de amar al Señor de una forma plena es olvidándose de uno mismo", insistía.


Muerte de Santa Catalina de Génova


Nueve años antes de su muerte, Catalina sufrió estuvo muy enferma. Nada quitaba sus dolores y su condición iba deteriorándose paulatinamente. Sufrió mucho a semejanza de su Divino Esposo, no había una sola parte de su cuerpo que no sufriera dolor. Su cuerpo y su espíritu estaban completamente unidos a los sufrimientos de la Pasión de Cristo, aun cuando dormía.


Durante el último año de su vida, vivió prácticamente alimentándose en una semana lo que se come regularmente en un día y, aunque físicamente estaba padeciendo terriblemente, siempre mostró una especial paz.


Catalina murió el 14 de septiembre, de 1507 , día de la Exaltación de la Cruz. Su cuerpo fue enterrado en el hospital donde sirvió por mas de 40 años. Cuando años mas tarde se abrió su tumba, sus vestidos presentaban signos de descomposición así como el ataúd, pero su cuerpo estaba intacto, igual que el día en que había sido enterrado.


Muchos milagros a partir de su muerte.


Una amiga de Catalina que estaba críticamente enferma, tuvo una visión de Catalina en el cielo, gozando de la Luz Divina. Entonces pidió a los enfermeros del hospital que la trasladaran y la colocaran cerca del cuerpo de Catalina, y que pasaran sobre la parte de su cuerpo que estaba enfermo, un pedazo de tela del vestido de Catalina, en ese instante la amiga de Catalina pidió la intercesión de la santa e inmediatamente fue sanada.


Su cuerpo permanece incorrupto en la iglesia del hospital donde sirvió tantos años. Su nombre original es la Santísima Annunziata, pero se agrega el de Santa Catalina. Originalmente era parte del hospital pero este fue destruido por la guerra mientras que la iglesia fue prodigiosamente salvada. Hoy día la iglesia es mantenida por los frailes franciscanos.


En muchos lugares se la festeja el 21 de Marzo, fecha original designada para recordarla.



11:49 p.m.
Martirologio Romano: En la localidad de Santo Domingo de Xagacia, en México, beatos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, mártires, que, siendo catequistas, al pretender remover los ídolos para servir a Cristo, fueron apaleados cruelmente, imitando la pasión de Cristo y alcanzando el premio eterno (1700).

Fecha de beatificación: Fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II el 1 de agosto de 2002, en ceremonia realizada en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.



Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, indígenas zapotecos de la Sierra Norte de Oaxaca, nacieron en el año de 1660 en S.Francisco Cajonos. Juan Bautista se casó con Josefa de la Cruz, con quien tuvo una hija llamada Rosa. Jacinto de los Ángeles se casó con Petrona de los Ángeles, con quien tuvo dos hijos llamados Juan y Nicolasa. Los dos pertenecían a la Vicaría de S. Francisco Cajonos, atendida por los padres dominicos Gaspar de los Reyes y Alonso de Vargas.

De los dos sabemos que fueron personas íntegras en su vida personal, matrimonial y familiar, así como en el cumplimiento de sus deberes ciudadanos, de modo que desempeñaron los diversos cargos civiles acostumbrados en su pueblo y en su tiempo como topil, juez de tequio, mayor de vara, regidores, presidente, síndico y alcalde, mostrando así el aprecio por las tradiciones culturales y la responsabilidad para el cumplimiento de los deberes ciudadanos.


Igualmente, consta que los dos fueron personas bautizadas, evangelizadas y catequizadas, desempeñando también los diversos cargos a los que tenían acceso los fieles en ese tiempo como acólito, sacristanes menor y mayor, y topilillo.


Finalmente desempeñaron el cargo civil y eclesiástico de Fiscal, que los misionersos introdujeron o fomentaron entre los indígenas. Quiere el III Concilio Provincial Mexicano celebrado en 1585 «que en cada pueblo se elija a un anciano distinguido por sus irreprochables costumbres, quien al lado de los párrocos sea perpetuo censor de las costumbres públicas» (P. Antonio Gay, Historia de Oaxaca, II.V.2) «Es su oficio principal inquirir los delitos y vicios que perturban la moralidad, descubriendo al cura los amancebamientos, adulterios, divorcios indebidos, perjurios, blasfemias, infidelidades, etc.» (Ibídem; Cfr. III Concilio Mexicano L I, Tít. IX, 1,23).


En la noche del 14 de septiembre de 1700, los dos Fiscales descubrieron que un buen grupo de personas del pueblo de S.Francisco Cajonos y de los pueblos vecinos estaban realizando en una casa particular un culto de religiosidad ancestral; los Fiscales avisaron a los padres dominicos; los Fiscales y los Padres acompañados del capitán Antonio Rodríguez Pinelo fueron al lugar de los hechos, sorprendieron a los autores, dispersando la reunión, recogiendo las ofrendas del culto y regresándose al convento.


Al día siguiente, el pueblo se amotinó, exigiendo la entrega de las ofrendas confiscadas y de los Fiscales. Refugiándose en el convento los Padres, los Fiscales y la Autoridad, se pasaron la tarde entre exigencias y negociaciones. Finalmente, ante las amenazas y el peligro crecientes de matar a todos e incendiar el convento, el capitán Pinelo decidió entregar a los Fiscales, bajo promesa de respetar sus vidas.


Los Padres no aceptaron la entrega. Pero los Fiscales depusieron sus armas aceptando la perspectiva de morir, se confesaron y recibieron la Comunión, diciendo Juan Bautista: «vamos a morir por la ley de Dios; como yo tengo a su Divina Majestad, no temo nada ni he de necesitar armas»; y al verse en manos de sus verdugos dijo: «aquí estoy, si me han de matar mañana, mátenme ahora». Cuando eran azotados en la picota de la plaza pública, dijeron a los Padres que observaban desde la ventana: «Padres encomiéndenos a Dios»; y cuando los verdugos se burlaban de ellos diciéndoles: «¿te supo bien el chocolate que te dieron los Padres?», ellos respondieron con el silencio.


El día 16 los verdugos condujeron a los Fiscales a S. Pedro, donde de nuevo los azotaron y los encarcelaron. Cuando los verdugos invitaban a los Fiscales a renunciar de la fe católica y les perdonarían, ellos contestaron «una vez que hemos profesado el Bautismo, continuaremos siempre a seguir la verdadera religión». Luego les llevaron bajando y subiendo por laderas, hasta el monte Xagacía antiguamente llamado «De las hojas», donde amarrados los despeñaron, casi los degollaron y los mataron a machetazos, les arrancaron los corazones y los echaron a los perros que no se los comieron. Los verdugos Nicolás Aquino y Francisco López bebieron sangre de los mártires, para recuperar ánimo y fortalecerse según costumbre de beber sangre de animales de caza, pero también como señal de odio y coraje, según un dicho ancestral que aún se escucha «me voy a tomar tu sangre». Y los sepultaron en el mismo monte, desde entonces llamado «Monte Fiscal Santos».


Algunos opinan que los Fiscales no son Mártires sino delatores de sus paisanos y traidores a su cultura; pero es claro que los Fiscales estaban designados civil y religiosamente para el ejercicio de un cargo público en el pueblo y en la comunidad religiosa. Más aún, desde el principio en el proceso civil que se llevó a cabo entre 1700-1703 y en el proceso eclesiástico hasta el día de hoy, viene la fama de martirio y de santidad, que finalmente la Iglesia reconoce con la Beatificación.



11:49 p.m.
Martirologio Romano: En Nápoles, en Italia, beato Pablo Manna, presbítero del Pontificio Instituto para Misiones Extranjeras, que fue misionero en Birmania, pero por razón de su salud hubo de dejarlo, dedicándose a la evangelización, a la predicación de la palabra de Dios y a favorecer la unión de los cristianos (1952).

Fecha de beatificación: 4 de noviembre de 2001 por S.S. Juan Pablo II.



El 16 de enero de 1872, en Avellino, nace Pablo Manna, quinto hijo de Vicente y de Lorenza Ruggeri. La familia Manna pertenece a la pequeña burguesía de la Campania y cuenta entre sus miembros con empresarios, comerciantes y políticos. En 1874 fallece su madre Lorenza y Pablo es enviado a Nápoles con sus tíos. A los 10 años vuelve a Avellino y encuentra en casa una nueva madre, pues su padre Vicente había contraído nuevas nupcias. La vida del joven Pablo se desliza serena, aunque el ambiente familiar haya adquirido cierta rigidez en la educación moral y espiritual.

Acude a la escuela con diligencia y empeño y consigue buenos resultados, sobre todo en las materias literarias y en las ciencias. Le gusta pasar las vacaciones con sus tíos sacerdotes, que le reciben muy complacidos y le acompañan esmeradamente. Más tarde serán para él una referencia en su vida. En 1897 decide entrar en una joven Congregación de origen alemán y es enviado a Roma para cursar estudios filosóficos y teológicos. Cuatro años más tarde, atraído siempre por el deseo de dedicar su vida a las misiones, tras un largo y profundo discernimiento, deja la Sociedad Católica Instructiva y entra en el Instituto Misiones Extranjeras de Milán. Lleva consigo la carta de un canónigo de Avellino dirigida al Superior del Instituto misionero que dice: «...sobre todo es de excelente conducta; considero que vuestro seminario adquiere con él un tipo magnífico».


Pablo se prepara en Milán con seriedad y pasión al sacerdocio misionero, integrando el estudio de las materias teológicas con lecturas misioneras y escuchando los relatos hechos por misioneros que han vuelto. El 19 de mayo de 1894 es ordenado sacerdote en el Duomo de Milán. El Padre Pablo parte hacia Birmania (Myanmar), su campo de trabajo misionero, el 3 de octubre de 1895 y pasa allí dos años, alternando el estudio de las lenguas y de la cultura del pueblo con el trabajo apostólico. Su salud se resiente debido a la gran actividad y especialmente a la malaria que le afecta repetidamente. En pocos años debe volver a Italia tres veces, hasta que, el 4 de julio de 1907, tendrá que hacerlo para siempre. Escribía en esa ocasión: «Veo muy obscuro el futuro. Veo destruidas tantas esperanzas y planes de obras buenas, me veo a los 35 años envuelto en dificultades diversas...». No obstante, esa prematura vuelta a casa no será una derrota para el ardoroso misionero, sino que constituirá un cambio providencial.


Tras algunos meses de convalecencia, al P. Manna se le confía la redacción de la revista “Le Missioni Cattoliche”. Comienza así una actividad que caracterizará su vida: la animación misionera y vocacional, realizada sobre todo a través de la prensa y posteriormente a través de la fundación de la Unión Misionera del Clero. En 1916, en efecto, juntamente con Mons. Guido María Conforti, fundador de las Misiones Javerianas y obispo de Parma, presenta al Papa Benedicto XV el proyecto de la Unión Misionera del Clero, con la intención de difundir el espíritu misionero entre los obispos, sacerdotes y personas consagradas, consiguiendo despertar el apoyo más entusiasta.


Al comienzo de los años veinte, un nuevo campo de trabajo se abre al dinámico misionero de Avellino: la apertura y la dirección en Ducenta (Campania) del Seminario Meridional para las Misiones Extranjeras. Es la realización de un sueño que había acariciado durante más de veinte años, es decir, poner en marcha una obra vocacional misionera en el Sur de Italia.


En 1924, el Instituto Misiones Extranjeras de Milán celebra su primer Capítulo General y el P. Manna es elegido Superior General. Este hecho encierra para el Instituto un significado especial porque supone el comienzo de un proceso que desembocará en el nacimiento del P.I.M.E. (Pontificio Instituto Misiones Extranjeras), uniendo los dos Seminarios misioneros de Milán y Roma. Precedentemente estaban presididos simplemente por un director que dependía en todo de Propaganda Fide.


Durante su mandato de diez años, el P. Manna contribuye a la redacción de las nuevas Constituciones, abre las puertas del Instituto a la acogida de los hermanos Laicos, aumenta el número de las casas en toda Italia para el reclutamiento y la formación de los aspirantes a las misiones. Emprende un largo y complejo viaje a todas las fundaciones misioneras fuera de Italia.


Fue durante tal viaje cuando el P. Manna maduró la idea de escribir las "Observaciones sobre el método moderno de evangelización en Asia". Una de las obras más llamativas del P. Manna como Superior General será la preparación para la fundación de las Misioneras de la Inmaculada, rama femenina de su Instituto.


Diez años después, el segundo Capítulo General elige, por insistencia suya, a un nuevo Superior, y el P. Manna, finalmente libre de esa incumbencia, puede volver a actividades más acordes con él: sigue el nacimientos del Instituto de las Misioneras de la Inmaculada, toma decididamente entre sus manos la dirección de la Unión Misionera, acompaña el crecimiento y el desarrollo de la Región Meridional del PIME, del que es elegido Superior Regional. Aunque su salud se va debilitando, el ardor misionero no decae. Continúa escribiendo y publicando, insiste para que en la Iglesia haya un creciente interés por las obras misioneras y con tal fin se dirige a los obispos y cardenales. La enfermedad mientras tanto iba minándole hasta invadirle totalmente. El P. Manna muere en Nápoles el 15 de septiembre de 1952. El 23 de junio de 1961, sus restos mortales se llevan a “su” Seminario de Ducenta. Diez años más tarde se pone en marcha el proceso de canonización.


Si usted tiene información relevante para la canonización del beato Pablo, contacte a:

Secretariato P. Pablo Manna

Seminario S. Cuore

Via Roma 165

81038 Trentola Ducenta (CE), ITALIA



11:33 p.m.

Educado por la madre, santa Antusa, Juan (que nació en Antioquía probablemente en el 349) en los años juveniles llevó una vida monástica en su propia casa.


Después, cuando murió la madre, se retiró al desierto en donde estuvo durante seis años, y los últimos dos los pasó en un retiro solitario dentro de una cueva con perjuicio de su salud. Fue llamado a la ciudad y ordenado diácono, luego pasó cinco años preparándose para el sacerdocio y para el ministerio de la predicación. Ordenado sacerdote por el obispo Fabián, se convirtió en celoso colaborador en el gobierno de la Iglesia antioquena. La especialización pastoral de Juan era la predicación, en la que sobresalía por las cualidades oratorias y la profunda cultura. Pastor y moralista, se preocupaba por transformar la vida de sus oyentes más que por exponer teóricamente el mensaje cristiano.


En el 398 Juan de Antioquía (el sobrenombre de Crisóstomo, es decir Boca de oro, le fue dado tres siglos después por los bizantinos) fue llamado a suceder al patriarca Netario en la célebre cátedra de Constantinopla. En la capital del imperio de Oriente emprendió inmediatamente una actividad pastoral y organizativa que suscita admiración y perplejidad: evangelización en los campos, fundación de hospitales, procesiones antiarrianas bajo la protección de la policía imperial, sermones encendidos en los que reprochaba los vicios y las tibiezas, severas exhortaciones a los monjes perezosos y a los eclesiásticos demasiado amantes de la riqueza. Los sermones de Juan duraban más de dos horas, pero el docto patriarca sabía user con gran pericia todos los recursos de la oratoria, no para halagar el oído de sus oyentes, sino para instruír, corregir, reprochar.


Juan era un predicador insuperable, pero no era diplomático y por eso no se cuidó contra las intrigas de la corte bizantina. Fue depuesto ilegalmente por un grupo de obispos dirigidos por Teófilo, obispo de Alejandría, y desterrado con la complicidad de la emperatriz Eudosia. Pero inmediatamente fue llamado por el emperador Arcadio, porque habían sucedido varias desgracias en palacio. Pero dos meses después era nuevamente desterrado, primero a la frontera de Armenia, y después más lejos a orillas del Mar Negro.


Durante este último viaje, el 14 de septiembre del 407, murió. Del sepulcro de Comana, el hijo de Arcadio, Teodosio el Joven, hizo llevar los restos del santo a Constantinopla, a donde llegaron en la noche del 27 de enero del 438 entre una muchedumbre jubilosa.


De los numerosos escritos del santo recordamos un pequeño volumen Sobre el Sacerdocio, que es una obra clásica de la espiritualidad sacerdotal.




11:33 p.m.








Ketevan de Georgia
Ketevan de Georgia

Máritr

Septiembre 13




Cuando alguien habla la verdad, dígala quien la diga, se puede pensar que viene de lo alto.


Esta joven, fallecida en el año 1624 y cuyo nombre es desconocido en nuestra cultura occidental, le tocaron tiempos malos para hablar abiertamente la verdad.


Era una época en la que Georgia se desgarraba por las luchas de sus dos poderosos vecinos: el imperio otomán y la Persia del Shah Abbas el Grande.


Y como cuando no se dicen las cosas claras, todo son hurtadillas y malentendidos, la familia real estaba dividida respecto a la política que debía seguir en aquellos momentos dolorosos.


Los príncipes habían sido bien educados pero habían recibido la educación en Persia.


La princesa Ketevan vio salir con pena a su hijo para Persia. Se sabe por la historia de aquellos lejanos territorios que llegó incluso a ser rey.


Sin embargo tuvo la mala suerte de ver con sus propios ojos cómo los persas invadieron su reino.


Lo destrizaron todo, expulsaron y dieron muerte a la población sin pedir cuentas a nadie.


¿Qué hizo Ketevan?


Lo que hace cualquier madre. Cogió el camino y se dirigió a Persia con sus dos nietos. La finalidad de su viaje era convencer al shah de que dejara tranquilos a sus habitantes de Georgia y que les diese la libertad y no los tuviese arrestados.


La reacción del shah fue horrible. Mató al mayor y al segundo logró que enloqueciera.


Ketevan rechazó hacerse musulmana. Por esta razón fundamentalista tuvo que sufrir muchos castigos. La quemaron viva. Y de esta forma murió mártir.


¡Felicidades a quien lleve este nombre”



1:43 a.m.
Entre sus paisanos era conocido por su piedad sencilla y constante y requerido para trabajos concienzudos y esforzados. Vamos que la piedad le llevaba a no ser perezoso y que el trabajo de la tierra le ayudaba a mirar al Cielo.

Un buen día le sugirieron una posibilidad de cambio de oficio. Podría pasar nada menos que a ser sacristán cerca de Bruselas, en la iglesia de Lacken. Ello supuso también un cambio de ciudad y de costumbres. Parece que le tentó el comercio y en ese campo de la actividad humana quiso hacer pinitos saliendo mal el asunto y perdiendo sus ahorros.


Se dedicó entonces a peregrinar por el mundo. Casi se puede decir que comenzó una bohemia en la que sólo él gobernaba su existencia sin que hubiera de dar cuentas a nadie. Pero lo hizo bien. Se sabe que estuvo dos veces en Tierra Santa y dos veces en Roma. De hecho, debió aprovechar muy bien su tiempo libre por lo que se relata a continuación.


Regresó del deambulaje y murió poco después en Anderlecht, su ciudad, donde se le enterró casi como a un desconocido.


Pero, en su sepultura comenzaron a suceder hechos maravillosos que empezaron a atraer a la gente del pueblo primero y a los lejanos después... De hecho sus reliquias comenzaron a recibir culto y la devoción a San Guido se extendió rápidamente, cobrando auge continuo y popularidad.


Bien hicieron los agricultores de su tierra y de su tiempo en tomarlo por patrono, como en España harían poco después con San Isidro; también los sacristanes de entonces y de hoy se protegen con este santo intercesor que entendía de cirios, de cajoneras y campanas; no menos podrían acudir a este trotamundos los que se ocupan de desperezar el tiempo libre propio o de los demás.


Una vez más, con este santo agricultor, sacristán, comerciante fracasado y caminante del mundo, se nos enseña que la santidad no es patrimonio exclusivo de conventuales, sabios o mártires.



Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.