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Martirologio Romano; A nueve millas de Roma por la via Tiburtina, conmemoración de los Santos Sinforosa y sus siete compañeros Crecencio, Juliano, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio, mártires, que fueron martirizados de diversas maneras, fieles a su hermandad con Cristo

Santa Sinforosa fue una matrona romana, mujer, cuñada, y madre de mártires. Su esposo, san Getulio, que era tribuno militar, murió mártir en la época de Adriano. Este matrimonio tenía siete hijos varones cuyos nombres conserva la tradición: Crescencio, Juliano, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio.


La familia vivió en Roma un tiempo, yendo y viniendo a las propiedades que el padre de familia, el tribuno Getulio -llamado también Zotico-, tenía en Tívoli. Dios les ha dado siete hijos; son familia cristiana y, en una casa bien dispuesta, llenan las horas del día viviendo en paz y armonía entre trabajos y aprendizajes mezclados con juegos, gritos y rezos.


El supersticioso emperador Adriano se ha convertido en un perseguidor cruel de los cristianos. Entre otros muchos, aprisiona a Getulio y a Amancio, su hermano, también militar. Prisioneros primero, acaban siendo decapitados en la orilla del Tiber.


Durante todo el tiempo de la persecución, Sinforosa ha salido con los suyos de Roma hacia Tívoli y allí procura preparar a sus hijos para la amenaza presente que se promete larga y que ya ha acabado con la vida de su padre. Les habla del amor de Dios y del premio, de fortaleza y fidelidad, de lealtad a Dios con las obras hasta la muerte como ha sido la actitud de su propio padre. Tuvo que pasar oculta siete meses con sus hijos, escondiéndose cuando arreciaba la persecución, por el temor a ser descubiertos, en una cisterna seca, que siglos después se mostraba a los visitantes. Sin fingimiento inútil, prepara a sus hijos hablándoles del peligro que corren, de los bienes futuros prometidos a los que son fieles y de la confianza en Jesucristo; también les pone al corriente de la dureza que supone el martirio y confiesa sus miedos ante la posibilidad de que claudique alguno de ellos. Todos se proponen estar dispuestos a la muerte antes que adorar a los ídolos.


Por fin cayeron en manos de sus enemigos, y como Sinforosa no se dejase persuadir con promesas y amenazas para sacrificar a los ídolos, el juez quiere colgarla por los cabellos junto al templo de Hércules; pero, comprendiendo que el espectáculo contribuirá a afianzar la fe de los cristianos que permanecen ocultos entre el pueblo, cambia el propósito, disponiendo que sea arrojada al río Teverone, próximo a Tívoli, con una pesada piedra atada al cuello. Hasta último momento Sinforosa siguió animando a sus hijos a permanecer firmes en la fe.


Sus hijos Crescente, Juliano, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio, jóvenes y algunos niños, se resisten firmemente a sacrificar a los dioses y aseguran con claridad ante el juez que se ha ofrecido con promesas a hacer de padre y madre para ellos: "No seremos menos fuertes ni menos cristianos que nuestros padres".


Entonces es el potro alrededor del templo de Hércules el que entra en juego. A fuerza de ser estirados les descoyuntan los miembros, pero ellos bendecían a Dios en medio del tormento. Luego vienen los garfios que van rompiendo las carnes y, por último, vencido y humillado el juez por no poder torcer la voluntad de los fuertes y jóvenes reos, manda que los verdugos terminen con sus vidas atravesándoles con espadas y puñales.


Enterraron sus cuerpos en una fosa común que los paganos llamaron luego "Biothanatos", queriendo expresar el desprecio a la muerte que mostraron al juzgarles. Cuando se calma de furia de Adriano en cosa de año y medio, los cristianos pudieron dar digna sepultura a los que llamaban ya, distinguiéndolos, como "Los Siete Hermanos" y levantaron una pequeña y pobre iglesia a Sinforosa. Posteriormente sus reliquias se trasladaron a Roma y se pusieron, junto a las de Getulio, en la Iglesia de san Miguel.



9:13 a.m.
Martirologio Romano: En Utrecht, ciudad de Güeldres, en Austrasia, san Federico, obispo, que, ilustre por sus conocimientos sobre las Sagradas Escrituras, se dedicó incansablemente a la evangelización de los frisones (838).

Etimológicamente significa “poderoso en la paz”. Viene de la lengua alemana.


Descendiente de una familia ilustre entre los frisones, fue elegido obispo de Utrecht en 820. Dedicó toda su actividad a la reforma de las costumbres de sus diocesanos, y combatió las herejías. Murió mártir en Utrecht, el año 838. - Fiesta: 18 de julio.


"Al obispo -dice el consagrante al nuevo obispo, durante el ritual de la consagración-, corresponde juzgar, interpretar, consagrar, ordenar, ofrecer, bautizar y confirmar". Y cuando le hace entrega de la más significativa insignia de su episcopado: "Recibe el báculo de Pastor a fin de que seas dulce y firme en tus correcciones; en tus juicios, justo y sereno; al fomentar la virtud en los demás, persuasivo, y no te dejes llevar ni del rigor ni de la debilidad. Recibe este anillo, símbolo de la fidelidad con que has de conservar intacta y sin mancha a la Esposa de Dios, es decir, la Iglesia". Y asimismo, cuando le hace entrega de los Evangelios, dice: "Recibe el Evangelio y ve a predicarlo al pueblo que te ha sido encomendado. Dios Omnipotente aumente en ti la gracia".


No es extraño que ante una misión tan sublime y a la vez tan cargada de responsabilidad, Federico, varón justo y lleno de humildad, se declarase incapaz de aceptar el cargo de obispo de Utrecht, para el que había sido elegido por el clero y el pueblo de aquella diócesis. Fue necesaria toda la autoridad del emperador Ludovico Pío, para que aquel sacerdote, conocido de todos por su ardor pastoral y su predicación, aceptase la Cátedra episcopal que había quedado vacante a la muerte del obispo Ricfredo.


Y la verdad es que nadie mejor que él podía encargarse de la diócesis: por una parte, sus virtudes y su ciencia le daban la autoridad necesaria para ocupar la Silla episcopal, y por otra, el haber vivido en íntima comunicación con Ricfredo le hacían el más conocedor de la situación.


En efecto, nacido hacia el año 790, en el seno de una noble familia de Frisia, había sido confiado para su educación al clero de la iglesia de Utrecht, primero, y más tarde al mismo obispo, que se aplicó con ardor a formar el alma de aquel joven piadoso y trabajador, hasta que, suficientemente preparado, le confirió el sacerdocio.


Ahora, consagrado ya obispo, en presencia del mismo emperador, Federico se entrega generosamente a su misión, que cumplirá fielmente hasta las últimas consecuencias. Su humildad había hecho cuanto estaba de su mano para no aceptar aquel cargo que sus solas fuerzas no podían soportar, pero ahora que había recibido ya la plenitud del sacerdocio, su fe confía en que el único Sacerdote -Jesucristo-, realizará en él la tarea que le ha querido confiar.


Los primeros tiempos de su episcopado los dedica a la villa de Utrecht, esforzándose en devolver la paz a su pueblo, y en hacer desaparecer los últimos restos de paganismo. Siempre acogedor, es generoso para con los pobres, hospitalario para los viajeros, y sacrificado en sus visitas a los enfermos. Entregado a la vida de oración y sacrificio, no ahorra vigilias ni ayunos, en favor de sus diocesanos.


Más adelante, su celo le lanza a recorrer todo el territorio que le ha sido confiado. En todas partes trabaja incansablemente en la reforma de las costumbres de sus diocesanos, y de una manera especial lo hace en la isla de Walcheren, donde reinaba la más burda inmoralidad.


Se dedica también a combatir la herejía arriana, bastante extendida en Frisia, y poco a poco va reduciendo los herejes a la verdadera fe católica. Para asegurar la duración de este retorno a la verdad, San Federico compone una profesión de fe, que resume la enseñanza católica sobre la Santísima Trinidad, y ordena que se recite tres veces cada día una oración en honor de las tres divinas Personas.


Cuando ya casi había recorrido toda la diócesis, un día, mientras estaba dando gracias de la Misa, es atacado por dos criminales que le atraviesan las entrañas, muriendo a los pocos minutos. ¿A qué móviles respondía



9:12 a.m.
Martirologio Romano: En Segni, en el Lacio, san Bruno, obispo, que trabajó intensamente en la reforma de la Iglesia, por lo que tuvo que sufrir mucho y se vio incluso obligado a dejar su diócesis, encontrando refugio en Montecasino, monasterio del que fue abad durante un tiempo (1123).

Etimología: Bruno = coraza, del alemán


Obispo de Segni, en Italia, nació en Solero, Piemonte (tierras bajas), alrededor del año 1048; murió en el año 1123.


Recibió educación elemental en un monasterio benedictino de su lugar natal. Después de concluir sus estudios en Bolonia y recibir la ordenación sacerdotal, fue designado canónigo de Siena. Como agradecimiento a su gran aprendizaje y piedad inminente, fue llamado a Roma, donde, como consejero capaz y prudente, cuatro Papas sucesivos buscaron su consejo.


Durante un sínodo en Roma en 1079 obligó a Berengario de Tours, que negaba la presencia real de nuestro Señor en la Santa Eucaristía a retractarse de su herejía. Disfrutó de la amistad personal de Gregorio VII, y fue consagrado Obispo de Segni por él en la “Campagna di Roma”, en 1080. Su humildad le llevó a declinar el cardenalato. Se le conoce como "el brillante defensor de la iglesia" por el coraje invencible que mostró ayudando a Gregorio VII y a sus sucesores en sus esfuerzos para la reforma eclesiástica, especialmente en denunciar la investidura laica, que inclusive declaró como herética.


Acompañó al Papa Urbano II en 1095, al Concilio de Clermont en el que se inauguró la Primera Cruzada. En 1102 se convirtió en monje de Monte Casino y fue electo abad en 1107, sin renunciar a su cargo episcopal. Junto a muchos Obispos de Italia y Francia, Bruno rechazó el tratado conocido por la historia como el "Privilegium", el cual Enrique V de Alemania había extraído del Papa Pascual II durante su encarcelamiento.


En una misiva dirigida al Papa lo censuró francamente por concluir una convención que le concedió al rey Alemán el inadmisible reclamo al derecho a la investidura del anillo y del crucifijo exclusivo de obispos y abades, y exigió que el tratado fuera anulado. Irritado por su oposición, Pascual II ordenó a Bruno a renunciar a su abadía y regresar a su sede episcopal. Con un celo incansable continuo la labor en favor de su grey, así como el interés común de toda la Iglesia, hasta su muerte. Fue canonizado por el Papa Lucio III el 5 de septiembre del año 1183.


Su fiesta se celebra el 18 de Julio. San Bruno fue el autor de numerosas obras, principalmente Escriturísticas. De estas se deben mencionar sus comentarios sobre el Pentateuco, el Libro de Job, los Salmos, los cuatro Evangelios y el Apocalipsis.



9:12 a.m.

Sacerdote Franciscano


Martirologio Romano: En Cracovia, ciudad de Polonia, san Simón de Lipnica, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, insigne por su predicación y por su devoción al nombre de Jesús, que, impulsado por su caridad, se entregó al cuidado de los apestados moribundos, deseando ardientemente incluso morir por ellos (1482).

Etimología: Simón = Aquel a quien Dios escucha, es de origen hebreo.



Simón nació en Lipnica Murowana, en la Polonia meridional, entre los años 1435 y 1440. Sus padres, Gregorio y Ana, supieron darle una sana educación, inspirada en los valores de la fe cristiana, y, a pesar de su modesta condición, se preocuparon de asegurarle una adecuada formación cultural. Simón creció con un carácter piadoso y responsable, una natural predisposición a la oración y un tierno amor a la Madre de Dios.


En 1454, se trasladó a Cracovia para asistir a la famosa Academia Jagellónica. En ese tiempo san Juan de Capistrano entusiasmaba a la ciudad con la santidad de su vida y el fervor de su predicación, atrayendo a la vocación franciscana a un nutrido grupo de jóvenes generosos. El 8 de septiembre de 1453 el santo italiano había fundado en Cracovia el primer convento de la Observancia, bajo el título de «San Bernardino de Siena», santo que había sido canonizado poco tiempo antes. Por tal motivo los frailes menores de aquel convento fueron llamados por el pueblo «bernardinos».


En 1457, también el joven Simón, fascinado por el ideal franciscano, prefirió adquirir la preciosa perla del Evangelio, interrumpiendo un rico acontecer de éxitos. Junto con otros diez compañeros de estudios, pidió ser admitido en el convento de Stradom.


Bajo la sabia guía del maestro de novicios, P. Cristóforo de Varese, religioso eminente por su doctrina y santidad de vida, Simón recorrió con generosidad la vida humilde y pobre de los frailes menores, y recibió la ordenación sacerdotal hacia el año 1460. Ejerció su primer ministerio en el convento de Tarnów, donde fue Guardián de la fraternidad. A continuación, se estableció en Stradom (Cracovia), dedicándose incansablemente a la predicación evangélica, con palabra limpia, llena de ardor, de fe y de sabiduría, que dejaba entrever su profunda unión con Dios y el prolongado estudio de la Sagrada Escritura.


Como san Bernardino de Siena y san Juan de Capistrano, Fr. Simón difundió la devoción al Nombre de Jesús, obteniendo la conversión de innumerables pecadores. En 1463, primero entre los Frailes Menores, ocupó el oficio de predicador en la catedral de Wawel. Por su entrega a la predicación evangélica, las fuentes biográficas antiguas le confirieron el título de «Predicador ferventísimo».


Deseoso de rendir homenaje a san Bernardino de Siena, inspirador de su predicación, el 17 de mayo de 1472, junto con otros frailes polacos, llegó a L´Aquila para participar en el solemne traslado del cuerpo del santo al nuevo templo erigido en su honor. Volvió a Italia en 1478 con ocasión del Capítulo general celebrado en Pavía. En esta ocasión pudo satisfacer su deseo profundo de visitar las tumbas de los Apóstoles, en Roma, y proseguir después su peregrinación a Tierra Santa. Vivió esta experiencia en espíritu de penitencia, de verdadero amante de la Pasión de Cristo, con la oculta aspiración de derramar la propia sangre por la salvación de las almas, si así agradara a Dios. Imitando a san Francisco en su amor a los Santos Lugares santos y por si fuera capturado por los infieles, antes de emprender el viaje quiso aprender de memoria la Regla de la Orden «para tenerla siempre delante de los ojos de la mente».


El amor de Simón a los hermanos se puso de manifiesto de manera extraordinaria en el último año de su vida, cuando una epidemia de peste devastó Cracovia. De julio de 1482 al 6 de junio de 1483 la ciudad estuvo bajo el flagelo de la enfermedad. En la desolación general, los franciscanos del convento de San Bernardino se prodigaron incansablemente en el cuidado de los enfermos, como verdaderos ángeles del consuelo.


Fr. Simón afrontó aquella situación como un «tiempo propicio» para ejercitar la caridad y para llevar a cabo la ofrenda de la propia vida. Por todas partes pasó confortando, prestando ayuda, administrando los sacramentos y anunciando la consoladora Palabra de Dios a los moribundos. Pronto resultó contagiado. Soportó con extraordinaria paciencia los sufrimientos de la enfermedad y, próximo a la muerte, expresó el deseo de ser sepultado en el umbral de la iglesia, para que todos pudieran pisotearlo. El 18 de julio de 1482, sexto día de enfermedad, sin temor a la muerte y con los ojos fijos en el crucifijo, entregó su alma a Dios.


Ha gozado de un culto «inmemorial», confirmado por el papa Inocencio XI el 24 de febrero de 1685. Su causa de su canonización, retomada por el Santo Padre Pío XII el 25 de junio de 1948, culminó el 3 de junio del año 2007 día en que fue canonizado, después del reconocimiento de la curación prodigiosa acaecida en Cracovia el año 1943, y atribuida a la intercesión del beato Simón, con decreto del Santo Padre Benedicto XVI del 16 de diciembre de 2006.


San Simón de Lipnica supo armonizar admirablemente el compromiso de la evangelización y el testimonio de la caridad, que brotaba de su gran amor a la Palabra de Dios y a los hermanos más pobres y que más sufren.



1:10 a.m.
Memoria de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, monte en el que Elías consiguió que el pueblo de Israel volviese a dar culto al Dios vivo y en el que, más tarde, algunos, buscando la soledad, se retiraron para hacer vida eremítica, dando origen con el correr del tiempo a una orden religiosa de vida contemplativa, que tiene como patrona y protectora a la Madre de Dios.

Desde los antiguos ermitaños que se establecieron en el Monte Carmelo, Los Carmelitas han sido conocidos por su profunda devoción a la Santísima Virgen. Ellos interpretaron la nube de la visión de Elías (1 Reyes 18, 44) como un símbolo de la Virgen María Inmaculada. Ya en el siglo XIII, cinco siglos antes de la proclamación del dogma, el misal Carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción.


En las palabras de Benedicto XVI, 15,VII,06:

"El Carmelo, alto promontorio que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas naturales, predilectas de los eremitas. El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de los «Carmelitas», familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith Stein). Los Carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios. Acogiendo plenamente la Palabra, «llegó felizmente a la santa montaña» (Oración de la colecta de la Memoria), y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor. A la Reina del Monte Carmelo deseo hoy confiar todas las comunidades de vida contemplativa esparcidas por el mundo, de manera especial las de la Orden Carmelitana, entre las que recuerdo el monasterio de Quart, no muy lejano de aquí [Valle de Aosta]. Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración.


La estrella del Mar y los Carmelitas


Los marineros, antes de la edad de la electrónica, dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano. De aquí la analogía con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.


Por la invasión de los sarracenos, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua tradición nos dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar. Por ese bello nombre conocían también a la Virgen porque el Monte Carmelo se alza como una estrella junto al mar.


Los Carmelitas y la devoción a la Virgen del Carmen se difunden por el mundo


La Virgen Inmaculada, Estrella del Mar, es la Virgen del Carmen, es decir a la que desde tiempos remotos se venera en el Carmelo. Ella acompañó a los Carmelitas a medida que la orden se propagó por el mundo. A los Carmelitas se les conoce por su devoción a la Madre de Dios, ya que en ella ven el cumplimiento del ideal de Elías. Incluso se le llamó: "Los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo". En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en honor ella, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella, a Cristo.


La devoción a la Virgen del Carmen se propagó particularmente en los lugares donde los carmelitas se establecieron.


España

Entre los lugares en que se venera en España la Virgen de España como patrona está Beniaján, Murcia. Vea ahí mas imágenes.


América

Es patrona de Chile; en el Ecuador es reina de la región de Cuenca y del Azuay, recibiendo la coronación pontificia el 16 de Julio del 2002. En la iglesia del monasterio de la Asunción en Cuenca se venera hace más de 300 años. Es además venerada por muchos en todo el continente.


¿Quieres saber más? Consulta Nuestra Señora del Carmen



1:10 a.m.
Martirologio Romano: En el monasterio de la Santa Cruz de Viana do Castelo, en Portugal, beato Bartolomé de los Mártires Fernandes, obispo de Braga, que eximio por la integridad de su vida, se distinguió por la caridad en el cuidado pastoral de su grey, dejando muchos escritos de sólida doctrina.

Etimológicamente: Bartolomé = Aquel que es hijo de Tolomeo, es de origen hebreo.


Vio la primera luz en Lisboa (Portugal) el 3 de mayo de 1514. Fue bautizado en la Iglesia de los Mártires, de ahí su nombre. Su familia era adinerada y generosa con los pobres.


Nació con una seña particular: tenía una cruz bien delineada en el exterior de su mano derecha, con una flor de lis en cada punta.


Cursó estudios elementales y después gramática y latín; en tanto, la predicación de los padres dominicos inspiraron su vocación al sacerdocio. Ingresó en dicha orden (1528), donde practicó la penitencia y la mortificación que le caracterizaron.


Después de su ordenación sacerdotal continuó estudios en Batalha. En 1551 asistió con su provincial al Capítulo General en Salamanca (España), donde recibió el doctorado en sagrada teología. Desempeñó el cargo de prior en el convento de Benfica (Lisboa) y años después, por obediencia, fue obispo en Braga (1559).


Su celo pastoral infundió en la feligresía el amor a Dios, por medio de la oración y la contemplación; asimismo, corrigió con firmeza, las costumbres incorrectas del clero y del pueblo. Participó en el concilio de Trento (1561) y, al regresar a Braga, convocó el IV concilio provincial (1564) para dar a conocer los decretos de Trento.


Renunció al arzobispado (1581) e hizo vida de retiro en el convento de Viana do Gástelo (Portugal) hasta su muerte acaecida el 16 de julio de 1590. Fue sepultado en este lugar, donde en 1609 colocaron sus reliquias en un mausoleo.


S.S. Juan Pablo II lo beatificó el 4 de noviembre de 2001.


Si usted tiene información relevante para la canonización del Beato Bartolomé contacte a:

Dominicanos - Casa Provincial

Travessa do Corpo Santo, 32

1200-131 Lisboa, PORTUGAL



1:10 a.m.
Martirologio Romano: En el monasterio de Frauenwörth, junto al lago Chiemsee, en Baviera, beata Irmengard, abadesa, que desde su más tierna infancia, despreciando el esplendor de la corte, se entregó al servicio de Dios, consiguiendo que otras muchas vírgenes siguieran al Cordero (866).

Las siguientes consideranciones sobre la Beata Ermengarda (Irmengard, en alemán), están tomadas de J. Ratzinger, De la mano de Cristo. Homilías sobre la Virgen y algunos Santos, Eunsa, Pamplona 1997, pp. 69-76.


La Beata Ermengarda, fundadora del monasterio de Frauenwörth, junto al Chiemsee, nació en Ratisbona (Regensburg) el año 833 y murió a los 33 años de edad, el 866. Fue hija de Luis II "el Germánico" y Emma von Altdorf. Bisabuelos suyos fueron: Carlomagno, Hildegarda de Vintzgau, el duque Ingerman de Hesbaye, el duque Isembart II von Altdorf, Ermengarda de Francia (hermana de Carlomagno), el duque Widukind "el Grande" de Sajonia y Svetana de Sajonia.


Ermengarda tuvo tres hermanas y dos hermanos. Junto con sus hermanas, fue educada en el monastrio de Buchau (Suabia). Mas tarde, se hizo benedictina y se fue a vivir a la abadía de Frauenwörth, situada en una isla en el lago de Chiemsee (Baviera, cerca de Salzburgo). Fue la primera abadesa y se distinguió por su piedad de vida. Sus restos reposan en la capilla del monasterio. Fue beatificada por Pio XI en 1928. La pequeña isla llamada Fraueninsel ("isla de las mujeres") es un lugar de peregrinación al que acude toda Alemania. Se invoca a Ermengarda para superar la esterilidad y también como protectora en los partos múltiples. Se celebra el día de la Virgen del Carmen, 16 de julio.


Gisela, una de sus hermanas, casó con el duque Bertoldo de Suabia y tuvo dos hijas antepasadas nuestras: Bertilde de Suabia y Cunegunda de Suabia (ver descedencia de Luis "el Germánico").


El 18 de julio de 1993, el Card. Ratzinger pronunció una homilía en el monasterio de la abadía de Frauenwörth, comentando el texto de Mt 13, 24-33 (parábolas del Reino de los Cielos).


Jesús dice que "los justos brillarán como estrellas en el Reino de mi Padre. "Son los santos, personas que habiendo abierto sus ojos a la luz de Dios, despiden a su vez destellos luminosos. A la manera de estrellas suspendidas en el horizonte de la Historia, penetran con sus rayos los nubarrones y oscuridades de los tiempos, e inciden sobre el mundo para dejarnos ver algo de la santidad de Dios" (p. 69). Hay que fijarse en ellos, en los tiempos de crisis. Ellos nos darán luces nuevas para conocer mejor a Dios y a su Iglesia.


La Beata Ermengarda ha dejado en el curso de los siglos una estela continua que las múltiples tinieblas de las épocas no han podido sofocar. Durante la secularización, cuando las puertas del convento se cerraron, las gentes de Chiemgau creyeron ver luces que se movían por las inmediaciones del lugar. Decían que fue una procesión de la Beata Ermengarda. Actualmente, sólo se conserva de una parte la portada de doble planta de el convento que ella fundo, con sus pinturas de ángeles y, de otra, los huesos de la Beata. Esas dos cosas tangibles que nos quedan nos dicen muchas otras.


"Coram angelis psallam tibi"


Ermengarda, al fundar su convento, lo dispuso como un lugar al servicio de la fe. Quería que se extendiera el Reino de Dios por el mundo.


Los frescos de los ángeles nos recuerdan que desde sus mismos orígenes remotos, la vida monacal ha respondido a la idea del angelikos bios, la vida de los ángeles como modelo: mirar la faz de Dios, , estar en diálogo con Él y glorificarle con cantos armoniosos de alabanza. Los ángeles se distinguen porque vuelan y porque cantan.


Vuelan porque son ágiles y pueden alcanzar las alturas porque están desentendidos de su peso y su importancia. Y cantan porque de suyo son diáfanos y rebosan de una alegría que, al integrarse en toda la armonía de la Creación, es un reflejo de la belleza de su Autor.


"Coram angelis psallam tibi, Domine" (Ps 138,1). Ante la faz de tus ángeles he de alabarte, Señor. "Esto nos dice que, en la Liturgia, no sólo estamos reunidos unos con otros, sino que hay alguien más. Nos encontramos asociados a los ángeles mirando la faz de Dios. Con nuestras voces nos unimos a sus coros, y las suyas se juntan con los nuestros. De aquí viene la grandeza de la Liturgia: porque en ésta elevamos nuestros ojos hacia los ángeles y, con ellos, nos ponemos ante la faz del Creador. Si comprendemos esto significa que la Liturgia será para nosotros una fuente de alegría que jamás podrá ser parangonada con todas esas fiestas que nosotros hemos inventado, y en las cuales no se hermanan los Cielos y la tierra. Y, al tener la certeza de que estamos ante los ángeles de Dios, y que ellos mismos están entre nosotros, brotará con nuestro gozo el espíritu de adoración hacia la inmensa Presencia que nos envuelve" (p. 71-72).


"A la vista de este sitio y del estilo de vida que la Beata Ermengarda implantara en esta isla, nos viene a la memoria la frase en que San Benito condensó la quintaesencia de su Regla: «Operi Dei nihil praeponatur» (Antepóngase a todas las cosas, el servicio de Dios). Ha de ser siempre lo principalísimo. A ello se suma lo mismo que el Señor nos ha dejado dicho: «Buscad primeramente el Reino de Dios, y lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6, 33). En el espíritu de San Benito, la idea es además una idea completamente práctica para los casos en que puedan surgir dudas. Podríamos preguntarnos: ¿No habrá acaso algo que sea más prioritario? Su respuesta será siempre: no. Jamás podrá surgir alguna cosa que sea más urgente que dedicar tiempo a Dios y disponerse para servirle. Lo demás tomará de ahí su ritmo justo. Tener tiempo para Dios ha de ser siempre criterio de preferencia frente a todo lo restante.


La regla de este mundo es la opuesta: «Operi Dei quaecumque res praeponatur» (Todas las otras cosas son más importantes, y se han de hacer primero: los pendientes, los apuros, etc.; luego viene Dios). El problema es que siempre se va relegando a Dios al final y nunca tenemos tiempo para Él.


"Nuestro tiempo, al quedar huero de Dios, se ha convertido sin más en tiempo vano. Con él vamos flotando en el vacío y, al perder la noción de nuestro fin, ya no sabemos el sentido, la magnitud y la densidad de nuestra vida: porque hemos invertido el orden de las cosas al estimar superfluo lo importante, y hacer de nosotros mismos lo primero sin caer en cuenta de que nuestra importancia verdadera viene sólo de Dios. Busquemos pues su Reino con total preferencia. Dios primero: tal es el llamamiento que esta obra de Irmengarda, su convento y su monasterio, continúan dirigiendo a nuestro mundo" (p. 73).


Los restos de Ermengarda


"¿Y qué nos dicen los restos de Ermengarda? Que murió a los 34 años, y que según han declarado los expertos tras haber analizado los huesos, padecía de artritis, a pesar de su juventud, como la mayoría de sus parientes. Al saber de una muerte tan temprana, y de aquella enfermedad que había venido soportando, nos hacemos cierta idea de su vida, sus fatigas y sus dolores. Nos podemos imaginar cuánto debió de sufrir entre unos muros tan fríos, y en el coro de las horas nocturnas durante unos inviernos largos, oscuros, gélidos y húmedos".


Sus dolores fueron también morales. Supo de la sublevación de su hermano Carlomán contra el padre (Luis "el Germánico"), en 862, que se unió al dux eslavo Ratislav (846-869), guía de checos y moravos y constructor del gran imperio eslavo.


El movimiento coincidió con una nueva agitación de los abodritas (eslavos) y una incursión normanda en Sajonia, a las que se debió hacer frente, así como a la primera aparición de jinetes magiares en los confines de Baviera, que será asolada por las sagitae hungarorum entre 910 y 955 (resonante triunfo de Otón I en Lechfeld, sobre los magiares).


En consecuencia, si fue una mujer de amor, fue al mismo tiempo una mujer de sufrimiento. Ambas cosas van unidas en la vida. "Podemos afirmar que quien se niega a sufrir no puede amar de verdad, pues el amor implica siempre alguna forma de morir a sí mismo, de sentirse arrancado y, con ello, liberado de sí mismo" (p. 74).


Nuestro tiempo ignora la idea de sufrimiento. Queremos "hacer", pero no "padecer". Nuestra vida no es únicamente actividad, sino también "pasividad", estado de pasión. Hemos nacido, y tendremos que morir. Entre la hora del nacimiento y esa otra en la que seremos despojados de la vida, nuestros días son un continuo decaer hacia la muerte. Sólo si unos y otros acertamos a entenderlo y asumirlo, volveremos a comprender la forma verdadera de amarnos mutuamente: porque esto implica siempre que sepamos aceptarnos y sobrellevarnos unos a otros, aunque a veces los demás no sean «de nuestro agrado», nos fastidien y nos «alteren los nervios». Y sólo cuando aceptemos hondamente lo pasivo de nuestra existencia y sus padecimientos, podremos recobrar el sentimiento de la alegría de vivir" (p.74).


Las parábolas del Reino de los Cielos


Las parábolas del Reino es precisamente lo que nos enseñan:


a) la parábola del trigo y la cizaña: que tenemos que soportar el crecimiento de la cizaña en nosotros y en los demás,

b) la parábola del grano de mostaza: que tenemos que soportar que la Iglesia (la Obra) parezca sólo un grano pequeño de mostaza,

c) la parábola de la levadura: que debemos contentarnos con creer que el Reino de los Cielos actúa como la levadura, sigilosa en los adentros, y cuya fuerza somos incapaces de apreciar.


"Esto nos dice que necesitamos tener fe, dejarnos fermentar por la levadura del Evangelio: porque así seremos buenos y el mundo podrá serlo igualmente" (p. 74).


El abad Gerhard von Seeon puso una leyenda en unas tablillas de plomo, 150 años después de la muerte de Ermengarda: "virgo beata nimis, ora pro nobis". Irmengarda continuaba cerca de ellos para escucharles y ayudarles.

"El amor hacia el prójimo no mengua entre los santos cuando se hallan en el otro mundo" (Orígenes). Habiéndose abismado en el amor a Dios, están presentes con Él para nosotros, dispuestos a escucharnos y acompañarnos.


En la tablilla de von Seeon aparecen otras palabras: un texto de la Escritura que nos es bien conocido por la liturgia de Adviento: "Alegraos siempre en el Señor, os lo repito, alegraos. Que los hombres conozcan vuestra amabilidad. El Señor está cercano" (Fil 4,4).


Ermengarda sabía que el Señor está cercano. De aquí vino su bondad y su alegría, una alegría contagiosa. "Pienso, pues, que su legado a nuestro favor en este día se resume en las siguientes palabras: «El Señor está cerca. Manteneos a su lado. Si sois buenos por Él, podréis estar alegres también por Él»" (p. 76).



1:34 a.m.
Estos Bienaventurados son llamados los Mártires del Brasil. No dieron la vida en América, pero ellos iban en viaje para ser allí misioneros.

Todos pertenecían a la Compañía de Jesús. Solamente dos eran sacerdotes; uno de ellos, era el Superior Provincial en el Brasil. Los otros eran Estudiantes jesuitas, Novicios y Hermanos jesuitas.


Treinta y dos eran portugueses; ocho eran españoles.


Los portugueses


1. Bienaventurado Ignacio de Azevedo (1527 – 1570)


Sacerdote. Ignacio de Azevedo de Atayde Abreu y Malafaia nació el año 1527 cerca de Oporto (Portugal). Su padre fue don Manuel de Azevedo y su madre doña Francisca de Abreu. Su familia era noble, tenía fortuna y eran personas importantes.


En realidad era hijo ilegítimo. Fue legitimado a los 12 ó 13 años por el rey Don Juan III. Educado en la corte portuguesa vivió un tiempo “muy distraídamente y metido en los negocios de revueltas y contiendas”, como él mismo dijo años más tarde. Cuando despertó y se empeñó en su fe pensó e “hizo promesa a Nuestra Señora de ser dominico o de entrar en los descalzos, por tenerlos por más perfectos.”


Decidió entonces hacer un discernimiento vocacional, después de oír la predicación del Padre jesuita Francisco Estrada. En Coimbra hizo durante 40 días los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Dice un biógrafo: “Como Jesús en el desierto ayunó todos esos 40 días, y debió llamarle la atención el Superior Padre Simón Rodríguez”. Y determinó renunciar a su mayorazgo de Barbosa, los terrenos y propiedades en el distrito Paso de Sousa, entre los ríos Duero y Miño, asiento de los Morgado de Azevedo.


Y entró en la Compañía de Jesús, en el Noviciado de Coimbra, el 23 de diciembre del año 1548 a la edad de 21 años.


Traía estudios de Humanidades, pero los completó “un poco”. Enseguida, por dos ó tres años estudió la Filosofía en San Fins. Después, año y medio de Teología, en Coimbra.


Le atraían las noticias de Misiones. Primero, se ofreció para Angola y el Congo. Después, para la India y el Japón.


En el mes de febrero de 1553 “tomó en Braga todas las órdenes sagradas”. El P. Maestro Simón Rodríguez, uno de los primeros compañeros de San Ignacio y Provincial de Portugal, se las concedió.


Nombrado confesor para la “gente de afuera” estuvo en Lisboa, en la iglesia de San Antonio, cuatro o cinco meses, hasta que el mismo Padre Simón Rodríguez, ese mismo año, lo nombró primer Rector del Colegio de San Antonio, en Lisboa. Allí estuvo durante dos años. Después fue Ministro en la Casa profesa de San Roque, también en Lisboa, y después Rector en Coimbra.


En 1556, a la muerte de San Ignacio, el P. Provincial Miguel de Torres debió viajar a Roma a la Congregación General. El P. Ignacio de Azevedo quedó como Viceprovincial en Portugal. Visitó entonces en el país todas las Casas de la Compañía.


En 1560 fue nombrado primer Rector del reciente Colegio, fundado por él, en la ciudad de Braga.


En 1565, después de la muerte del P. Diego Laínez, el segundo General de la Compañía de Jesús, la Congregación Provincial lo eligió como elector para la Congregaci¢n General. Y el nuevo General, San Francisco de Borja, lo nombró Visitador de las Tierras de la Santa Cruz (Brasil), con toda la autoridad del General, encargándole que al término de su misión regresare a Roma a informarle de viva voz. Hacía ya bastante tiempo que el Padre Manuel de Nóbrega había pedido un Visitador para determinar mejor algunas situaciones y opciones en la Misión del Brasil.


El Padre Ignacio de Azevedo volvió a Portugal y pronto, con otros siete compañeros se embarcó para las Indias en junio de 1566, en la armada de Cristóbal Cardoso de Barros.


El 23 de agosto de 1566, llegó a la ciudad de Bahía, sede del Gobernador, del Obispo, y del Colegio de la Compañía. Allí estuvo tres meses. Después, viajó a todas las Residencias que habían fundado los Padres, diseminadas en ese inmenso territorio, perdidas en las selvas y bosques tropicales. El Padre Azevedo quiso visitar a todos los misioneros y ver lo que estaban haciendo en pro de los aborígenes y de los colonos.


Nombró Provincial al célebre Padre Manuel de Nóbrega. Y con él y el Beato José de Anchieta participó en las fundaciones de las ciudades de Sao Pablo y Río de Janeiro, donde la Compañía de Jesús tenía Misiones establecidas. En total estuvo casi dos años en el Brasil.


Se reunió la Congregación Provincial en Bahía, en junio de 1568, y el Padre Ignacio de Azevedo fue elegido Procurador a Roma. Embarcó el 14 de agosto, para llegar a Lisboa el 21 de octubre de 1568.


En Portugal informó al Rey y en mayo de 1569 salió para Roma para informar al Padre General y al Papa sobre la Misión del Brasil. Impresionó a San Pío V y a San Francisco de Borja con sus noticias y con el gran problema de fondo: la escasez de misioneros. El Papa le concedió la gracia de otorgarle una copia de la imagen de la Virgen venerada en la Basílica de Santa María la Mayor. Y de San Francisco de Borja obtuvo la licencia y misión de reclutar refuerzos de la Compañía, pues regresaba al Brasil con el cargo de Provincial.


El 28 de agosto de 1569, ya estaba en España, y el 26 de septiembre en Portugal llegando a Coimbra, con nueve jesuitas de Castilla y Valencia.


Después de conversar largo con el Rey Don Sebastián se fue a Oporto para tratar el viaje al Brasil. Y en esos meses se afanó por encontrar voluntarios. Quería llevar el mayor número posible de misioneros.


Reunió unos 90: cuatro sacerdotes, algunos estudiantes de teología o filosofía, un buen número de novicios, Hermanos jesuitas, tan necesarios en los países nuevos de América, y algunos laicos. Y a todos ellos los reunió en una Casa de campo del Colegio de Lisboa, llamada Valle de Rosal, en la Costa de Caparica. Allí empezó a prepararlos para la futura misión. Fue Maestro de novicios, formador y Superior de todos.


Inteligente y escrupulosamente había elegido. Llevaba a los que “podían enseñar Teología”, a otros que “podían enseñar Artes” o Filosofía y también a “buenos humanistas” que podrían enseñar Humanidades. Con todo, los más eran Hermanos jesuitas, que recién habían ingresado en la Compañía y con el expreso deseo de ser enviados a las misiones.


El 5 de junio de 1570 pudo zarpar en la flota de siete de naves que salían desde Lisboa. Su expedición jesuita hacia Brasil estaba formada por casi 100 personas contando a los laicos para los trabajos artesanales. Era la mayor expedición de religiosos que salía a América y, por cierto, no hubo otra mayor entre todas las salidas de Lisboa en los años de la Compañía de Jesús, desde 1541 a 1747.


En tres naves viajaron los jesuitas. En una, en la de don Luis Vasconcelos nuevo Gobernador del Brasil, el Padre Pedro Díaz con 20 compañeros. En la que llamaban de los Huérfanos, conducidos allá para poblar el Brasil, el Padre Francisco de Castro con tres Hermanos. Y en la nave “Santiago”, cargada de mercaderías para las islas Canarias, Cabo Verde y Brasil, el Padre Provincial Ignacio Azevedo con 45 compañeros.


Las siete naves llegaron a la isla de Madeira el 12 del mismo mes, sin encuentro peligroso de enemigos. Y aunque vieran algunas velas, como eran siete los navíos portugueses, no se atrevieron. Pero los mercaderes de Oporto que iban en la nave “Santiago” insistieron en continuar el viaje hasta la isla La Palma, una de las Canarias, para dejar parte de sus mercancías y tomar otras, ofreciendo regresar pronto y reincorporarse al grueso de la flota. En esa nave viajaba Ignacio con sus compañeros.


Antes de hacerse nuevamente a la mar, presintiendo el Padre Azevedo el peligro de los corsarios y con ello el martirio, convocó a su grupo antes del embarque. Dijo querer voluntarios, sin coacciones. Algunos dudaron, y fueron sustituidos por candidatos de otros barcos. Los marineros se confesaron en la víspera de San Pedro, y en el día de la fiesta comulgaron todos. Cuatro novicios pidieron seguir viaje en otra de las naves. En su lugar fueron admitidos dos españoles y dos portugueses. Continuaron viaje el 30 de junio.


A los siete días avistaron la isla de la Palma, pero al no poder ingresar en el puerto de la capital por un viento contrario debieron desviarse a una ensenada llamada Tazacorte.


Exactamente en ese lugar vivía un hidalgo, don Melchor de Monteverde y Pruss, quien resultó ser muy amigo del P. Ignacio desde cuando ambos habían sido niños en Oporto. Don Melchor pidió agasajar a su amigo y a sus compañeros en su casa señorial. Y al día siguiente todos los jesuitas visitaron la hacienda, las casas y hasta la iglesia donde el Padre Ignacio celebró la Eucaristía. Don Melchor se confesó con su amigo.


En ese puerto de Tazacorte estuvieron 5 días y don Melchor aconsejó que siguieran el viaje por tierra hasta la capital de la isla, Santa Cruz de La Palma: él ofreció cabalgaduras para todos y camellos para la carga. No había más que tres leguas de camino y, por mar, con el tiempo contrario y las vueltas que debería dar la nave, podrían ser varios días. Además, por tierra, no había peligro de corsarios


El P. Ignacio se inclinó a aceptar el ofrecimiento de don Melchor. Agradeció a su amigo y le dijo que esa noche iba a tomar una decisión. Al día siguiente, muy temprano, con esta intención, se recogió en oración para continuar su discernimiento. Celebró la Eucaristía con todos los Hermanos, les dio la Comunión, y después dijo:


“Hermanos, yo estaba decidido a que nos fuéramos por tierra, porque parecía haber peligro de corsarios. Pero ahora me he determinado a seguir por mar. Y así siento en Dios Nuestro lo que debemos hacer. Porque los franceses si nos tomaran ¿qué mal nos podrían hacer? El mayor que nos podrían hacer es mandarnos pronto al Cielo. Créanme, Hermanos, todo el mal que los franceses pueden hacer, en verdad, es nada”


Esta fue la última Misa del Padre Ignacio de Azevedo. Después dijo: “Cuando tengamos que irnos, nos embarcaremos”


Toda esa tarde los Hermanos estuvieron “cantando y recreándose”. Y cuando se despidieron de don Melchor, éste los mandó en cabalgaduras hasta la playa, y mandó entregarles gallinas, conejos, muchos dulces de miel y panes de azúcar y otras muchas cosas. Y a su vez el Padre Ignacio lo convidó a bordo y “le dio en la cubierta una buena merienda con cosas dulces de la isla de Madeira”


Pero la nave fue atacada el 15 de julio. El vigía, desde la cofia, avistó a cinco galeones. Esas cinco naves, enfiladas las proas, embistieron contra la “Santiago”. Era la temible escuadra del calvinista francés Jacques Sourié de la Rochelle, vicealmirante de la reina de Navarra, doña Juana de Albret. Éste había declarado una feroz persecución contra los navíos portugueses que navegaban hacia las Indias. Las órdenes eran expropiar las naves y mercaderías, no tocar a la tripulación y a los pasajeros, pero sí exterminar a los odiados jesuitas que viajaran como misioneros.


En una lucha desigual, murió el capitán y la “Santiago” se rindió. Ignacio hizo salir a los jesuitas a cubierta. Todos, frente a la imagen de la Virgen, sostenida por el Provincial, entonaron las letanías lauretanas. No hubo clemencia. Jacques dictó sentencia de muerte contra los jesuitas. Los calvinistas atacaron con gritos: ¡Mueran los perros papistas! ¡Hay que echarlos al mar!


El P. Ignacio se había “colocado en el medio de la nave, al pie del mástil mayor, con la Imagen de Nuestra Señora en sus manos”.


Y a él fue al primero a quien se le descargó una violenta cuchillada en la cabeza abriéndola hasta los sesos. Y como parecía estar firme, sin caer, le dieron otras tres o cuatro estocadas mortales. Y, no cayó del todo, sino que “quedó como acostado en el martinete del barco”. Allí lo abrazó el Padre Diego de Andrade y acudieron algunos Hermanos, y así como estaban ambos abrazados, los llevaron junto al timón donde el Padre Azevedo quedó “siempre aferrado a la imagen de Nuestra Señora, sin nunca soltar las manos” por lo cual la imagen ya estaba “toda ensangrentada con su sangre”.


Antes de morir dijo: “Muero por la Iglesia Católica y por lo que ella enseña”. Y a los jesuitas que lo rodearon, les dijo: “No tengan miedo, agradezcan esta misericordia del Señor. Yo voy adelante y los esperaré en el cielo”. Y expiró, “con los ojos en la imagen de Nuestra Señora”.


Después de terminada la refriega, los Hermanos vieron que el cuerpo del Padre Ignacio era llevado por 6 o 7 franceses “duro y con los brazos extendidos en cruz” y así vestido y calzado, delante de ellos, que estaban en la bomba para sacar el agua, lo arrojaron al mar. Así, de esta manera sufrieron el martirio, junto con Ignacio, otros 39 jesuitas, arrojados desnudos al mar.


Los calvinistas sólo perdonaron la vida al Hermano Juan Sánchez. Supieron que era cocinero y lo conservaron para servirse de él. Estuvo con ellos hasta que volvieron a Francia, de donde volvió a España para dar testimonio del martirio de sus Hermanos.


También dieron testimonios los cautivos que quedaron en las galeras de Jacobo Soria, por los cuales pagaron rescate en las islas de La Palma y Lanzarote. Ellos después navegaron a Madeira y refirieron todo.


Fueron venerados como mártires, en Roma y en otras partes, apenas se supo el martirio. Gregorio XV permitió su culto en 1621. Ese culto se interrumpió por el Decreto de Urbano VIII, en 1625. Benedicto XIV publicó en 1742 un Decreto otorgando nuevamente el culto anterior. Y el Bienaventurado Pío IX, aprobó el parecer de la Sagrada Congregación, reconoció y confirmó el culto de estos mártires, el 11 de mayo de 1854.


Los jesuitas, que viajaban en las otras naves también tuvieron su martirio a manos de los hugonotes. El P. Pedro Díaz con veinte de la Compañía, el P. Francisco de Castro y los suyos, con el Gobernador Vasconcelos, debieron desviarse a las islas de Barvolento, a Santo Domingo y Cuba. Después de 15 meses de andar errantes, catorce pudieron por fin dirigirse al Brasil. Cayeron también en poder de los corsarios franceses e ingleses. Doce de ellos terminaron allí sus vidas; sólo dos se salvaron a nado.


2. Bienaventurado Diego de Andrade (1533 – 1570)


Sacerdote. Nació en Pedrogan Grande, Portugal, en el distrito de Leiría, en el año 1530. Era primo del poeta Miguel Leitao de Andrade. Su padre se llamaba Juan Núñez y su madre Ana de Andrade.


Entre los datos de su juventud sabemos que vivía con su madre y una hermana y se preocupaba del cultivo de un campo. También sabemos que una vez hizo la peregrinación a Santiago de Compostela.


Tenía algunos estudios cuando el 7 de julio de 1558 entró al Noviciado de la Compañía de Jesús en Coimbra, a la edad de 25 años.


Fue Sotoministro tanto en el Colegio de Coimbra como en el de San Antonio en Lisboa. Se ordenó de sacerdote en Coimbra en noviembre de 1569.


Diego fue el único sacerdote de la Compañía que acompañó al Padre Ignacio de Azevedo en el martirio. Los otros sacerdotes iban en otras naves. Diego era el compañero o Socio del Provincial.


Se sabe que el Padre Ignacio de Azevedo en el mar “todos los domingos y días festivos celebraba Misa cantada” ¿Lo acompañaba el Bienaventurado Padre de Andrade como sacerdote y el Bienaventurado Gonzalo Henríques que era diácono? Las crónicas no lo dicen, pero es muy posible. Confiesa sí, en la nave y en tierra, pues en Madeira y en las islas Canarias confesaron a tripulantes y pasajeros, en las horas de calma y de modo especial durante la batalla. Él reconcilió varias veces a los Hermanos y también al Bienaventurado Ignacio de Azevedo ya moribundo.


En medio de la refriega el Padre Diego de Andrade “tanto esforzaba los ánimos de los que combatían, como curaba a los heridos, lavando con vino sus heridas, y exhortando a tener paciencia y a morir como buenos católicos”


Al término de la batalla, como viese al sobrino de Jacques de Sourié de la Rochelle, que estaba en la popa conversando amigablemente con los marineros sobrevivientes de la Santiago, el Padre Diego se dirigió cortésmente a él en latín y le representó la gran necesidad y debilidad en que estaban los Hermanos que en la bomba achicaban agua por orden de los que habían asaltado la nave. ¿Qué dice usted?, contestó el calvinista. Y con gran indignación, mirándolo con profunda ira, le dio muchas bofetadas, como queriendo acabar con él.


Y como era de prever, los amigos de Merlim Sourié arremetieron también contra Diego, con bofetadas y puñetazos. Le quitaron el birrete y se lo arrojaron al mar. Y al ver, entonces la tonsura, llenos de odio, le dieron golpes, empujones y patadas como endemoniados. Y lo lanzaron cubierta abajo donde quedó descalabrado arrojando mucha sangre por la boca y las narices. Pero se lo vio muy sereno y exhortó a los Hermanos que lo compadecían, indicándoles que para él ésta era una merced de Dios.


Después, los hugonotes tomaron las gallinas de las que se llevaban en la nave y las echaron en una caldera. Al momento de comerlas, “tomaron media docena de esas gallinas cocidas y las mandaron a través de un francés a los Hermanos para que las comieran; y cuando las presentó al Padre Diego éste las tomó y de inmediato las lanzó al mar diciéndole al francés: “Nosotros no comemos carne los días sábados”.


Entonces el Hermano Luis Correia, estudiante, natural de Evora, fue a los camarotes y trajo “algo de conserva, que el Padre Andrade dio a los Hermanos como comida, pero pocos comieron porque sólo esperaban el fin de sus vidas”


Después, los hugonotes pasaron nuevamente dando bofetadas, feroces golpes en las espaldas, puñetazos, diciendo mil injurias y amenazas como “perros, canallas del Diablo”.


Más tarde los encerraron en el castillo de proa. Y estando allí el Padre Diego“ les decía que se esforzasen todos, porque tenía para sí que ésa era la hora en que Dios quería llevarlos a una vida mejor”. Y todos respondían: “Que se cumpla la Voluntad de Nuestro Señor y que todos estemos preparados para lo que Dios quisiera”. Y lo mismo decían los marineros y pasajeros que les hacían compañía.


Y al fin vino el almirante Jacques de Sourié, personalmente. Y con los brazos en alto, implacable, pronunció la sentencia de muerte: “Echen al mar a estos perros, religiosos y monos”


Y siguiendo, por gusto o rigor, el orden jerárquico, arremetieron contra el Padre Diego de Andrade, le dieron de puñaladas y por una portezuela los arrojaron al mar.


3. Bienaventurado Manuel Álvarez (1537 – 1570)


Hermano jesuita. Nació en Extremoz, Portugal, en 1537. Fue hijo de Jerónimo Álvares y de Juana López. Fue pastor antes de entrar en la Compañía en Evora el 12 de febrero de 1559 a los 22 años de edad.


Una carta suya dirigida al General de la Compañía de Jesús, San Francisco de Borja, el 21 de abril de 1566, muestra detalles biográficos y la transparencia de su alma:


“Siendo un pastor rústico me trajo Nuestro Señor a esta santa Compañía donde usa conmigo de tantas misericordias que no merezco. Entre ellas Dios Nuestro Señor me ha dado desde hace mucho tiempo el deseo de ir al Brasil. Y esto hace siete años que lo siento y me parece que Nuestro Señor no me lo concede por mis muchas imperfecciones, las cuales, espero por la misericordia del Señor, apartar de mí poco a poco, tanto como pueda. Y aunque las cartas del Japón e India podrían moverme a desviarme, me parece que Nuestro Señor me da muy firmes propósitos hacia el Brasil, sin que nada pueda pesar más que éstos.


Así, aunque no sirva sino para ser cocinero en la cocina o servir a los enfermos en la nave. Y allá en el Brasil haría todo lo que mande la santa obediencia, ya sea ser cocinero de los Padres y Hermanos, ya sea cualquier otro oficio. Mi oficio ahora es el de ropero, pero en el Brasil tomaría el de cocinero o barredor para consolarme viendo convertirse a tantos, y ayudando a hacerlo. Yo soy aquél que, si se acuerda Su Reverencia, era comprador, cuando vino a este Colegio de Evora y yo no sabía ni leer ni escribir y por dibujos daba cuenta al Procurador del dinero que recibía, y Su Reverencia me mandó que aprendiera a leer y a escribir, lo que ahora tengo, aunque imperfectamente”


Conocemos de su boca algunos pormenores de su vocación: “Yo era trabajador y guardaba ganado. Un día, estaba arando y me vino el deseo de ser peregrino, pedir limosna por Dios y no tener nada. Y viendo las maldades del mundo, me vino el deseo de hacerme religioso, cualquiera que fuese. Y estando a punto de entrar en San Francisco, un canónigo, Gomes Pires, me dirigió a la Compañía. Me recibió el Padre Dom Leao”.


En la nave Santiago, en el ataque de los calvinistas, echó en cara a los hugonotes la ceguedad y crueldad de sus conductas. Y en el castillo de popa animó a los portugueses para que no se dejaran vencer por los enemigos.


Y en esto un marinero que tocaba el tambor, le dijo: Hermano Manuel, ojalá alguien pudiera tocar este tambor para yo poder ir a pelear. El Hermano dijo: Trae acá el tambor, y por él no dejes de pelear. Con gritos, voces, y tambor, animaba a los portugueses.


Apenas llegaron a él, los franceses le dieron una estocada en el rostro y se ensañaron con él. Lo tendieron en la cubierta y le cortaron la cara, los brazos y las piernas. Éstas las estiraron y le quebraron las canillas. Al fin quedó hecho un pingajo de sangre. No quisieron rematarlo para que pudieta sufrir más. Él, mirando a sus Hermanos horrorizados, les dijo: “No me tengan lástima, sino envidia. Hace quince años que estoy en la Compañía, y hace más de diez que estaba pidiendo ir a la Misión del Brasil. Con esta muerte me tengo por extraordinariamente pagado.


Como pudieron unos Hermanos lo arrastraron hasta un camarote y allí lo ayudaron. Y él se esforzaba por consolar a los otros.


El Capitán de la nave, lleno de heridas, hizo lo posible para retirarse abajo donde estaban los Hermanos para morir con ellos. Los calvinistas lo siguieron y allí acabaron de matar a muchos.


Cuando llegaron a donde estaba echado el Hermano Manuel, los calvinistas gritaron: “Este es el fraile que gritaba y tocaba el tambor. Echémoslo al mar.”. Le volvieron a pegar, lo arrastraron, lo levantaron y, todavía vivo, lo arrojaron al mar.


El Bienaventurado tuvo después un Hermano en la Compañía, el Hermano Francisco Álvarez, quien fue cocinero en el Colegio de Bahía durante 40 años.


4. Bienaventurado Francisco Álvarez (1539 – 1570)


Hermano jesuita. Nació en Covillán, Portugal, alrededor del año 1539. Entró en la Compañía de Jesús en Evora en la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen en el año 1564.


Tenía la profesión de tejedor y cardador.


Cuando lo nombraron para el Brasil figuraba entre los “Hermanos antiguos de mucha virtud”


Fue arrojado vivo al mar.


5. Bienaventurado Gaspar Álvarez


Hermano jesuita. Nació en Oporto, Portugal.


Se lee de él en la Relación del martirio: Cuando las naves de los calvinistas tenían cercada a la Santiago, y les daban batalla, acertó a pasar una bala de cañón entre dos Hermanos. Y les dijo uno que se llamaba Gaspar: “Pluguiera a Dios que me hubiera acertado a mí esa bala de cañón y me hubiera matado por amor a Dios”. Herido a puñaladas lo arrojaron, también vivo, al mar.


6. Bienaventurado Bento de Castro (1543 – 1570)


Estudiante jesuita. Nació en Cacimo, Portugal, en el Obispado de Miranda en 1543. Era hijo de Jorge de Castro y de Isabel Brás.


Entró en la Compañía a los 18 años en el Noviciado de San Roque, en Lisboa, el 2 de agosto de 1561 cuando contaba 17 para 18 años de edad.


“Era de fuerzas y de cuerpo delgado, pero muy animoso. Cuando le dieron la nueva de que había de ir al Brasil, se fue inmediatamente al coro de la iglesia a dar gracias a Dios y a ofrecer su vida ante el Santísimo. Después se fue a su pieza y abrazó a su compañero diciéndole con gran alegría: Amigo, yo voy a ser el primero que van a agarrar los herejes con un crucifijo, y con él en la mano he de morir”. Estaba en Coimbra en 2° año de Filosofía.


Después en Valle de Rosal, estuvo en el grupo que Ignacio de Azevedo “tenía preparado para que fueran ordenados sacerdotes” y “ejercitó en todas las virtudes que eran tan necesarias para el martirio”


En la nave Santiago, por encargo del Padre Ignacio de Azevedo, se desempeñó como Maestro de novicios, sin ser sacerdote, y como Catequista de los pasajeros y tripulantes. Y ante ese maestro el capitán y el contramaestre holgaban ponerse de pie cada vez que daban una respuesta, a pesar de que el Hermano Bento de Castro no quería que se levantasen personas tan importantes y menos porque el capitán tenía más de 40 años.


Durante el abordaje, el Padre Ignacio le ordenó que “retirado con sus Novicios, en las estancias que ocupaban, estuviesen en oración” encomendaran la batalla. Ahí fue importunado por los Hermanos para que él les diera licencia para salir y meterse entre los enemigos y morir por la fe. Pero el Hermano Bento no dejó salir a ninguno, porque la obediencia era permanecer en oración.


Inmediatamente después de herido el Padre Ignacio, recordando lo que le había dicho el Señor en Coimbra, tomó el crucifijo de la capilla del barco, abrazó a los Hermanos pidiendo perdón por sus faltas y se dirigió a donde peleaban los calvinistas. Varios de los Hermanos, llorando, le pidieron acompañarlo, pero no les dio licencia.


Y subió al castillo de proa a todo correr, y allí gritó: “Yo soy católico e hijo de la Iglesia de Roma”.


Le dispararon inmediatamente tres tiros de arcabuz. Y al ver que seguía confesando la fe, le dieron siete u ocho puñaladas y, vivo aún, lo arrojaron al mar.


Fue el primero en ser martirizado, aún antes del Bienaventurado Ignacio.


7. Bienaventurado Marcos Caldeira (1547 – 1570)


Novicio indiferente. Nació en Villa de Feira, Portugal, distrito de Aveiro. Fue hijo de Pedro Martins y de Isabel Caldeira.


Contaba 22 años de edad cuando fue aceptado en la Compañía, en Evora el 2 de octubre de 1569. Por causa de la edad “entró indiferente, esto es: para Estudiante o para Hermano jesuita, conforme satisficiese a los Padres y lo decidiese su capacidad”


Todavía en Evora “cuando el Padre Rector, en la Capilla de los novicios, en voz baja, le dio el aviso de que había de ir al Brasil, él como fuera de sí exclamó: ¡Oh feliz de mí que voy a ser mártir! Y esto lo repitió con el mismo fervor tres veces; tanto que todos se espantaron creyendo que podría perder el juicio”.


En Valle del Rosal, donde esperaron los jesuitas para embarcar al Brasil, “vino el Hermano Marcos Caldeira, con licencia, a decir sus faltas en el recreo, y las dijo con un papel con mucho sentimiento y lágrimas. Tenía avisado el Padre Azevedo que, acabando él, otro comenzase, y por eso comenzó a decirle a él y sobre todo lo que estaba diciendo: ¿No le parece a usted que esto es una especie de hipocresía, para que lo tengan por humilde? ¿Es ésta verdadera humildad, es verdadero deseo de no querer ser visto u oído? Y ya que escribe estas faltas, ¿por qué no conoce éstas y otras muchas? De éstas yo querría que se enmendase, éstas tendría usted que llorar y de éstas debía usted tener ese gran sentimiento”.


En esta escuela austera se formaban los Novicios de entonces, preparados para las durezas del apostolado, sin olvidar la continua abnegación que igualmente exigía la vida comunitaria de cada día.


Ya en el mar, Marcos Caldeira muchas veces dijo durante la navegación: ¡Oh, quién nos llevara ya al Brasil para que nos maten por amor de Dios!


Y cuando llegó el momento del martirio se lo vio lleno de alegría y dijo a los Hermanos: Si nosotros íbamos al Brasil con el deseo de morir allá, ¿no es mejor que muramos todos acá?


8. Bienaventurado Antonio Correia (1553 – 1570)


Estudiante novicio. Nació en Oporto, Portugal, en 1553. Fue hijo de Juan Gonzalves y de Violante Correia.


Su padre cuenta en una carta cómo se desarrolló la decidida vocación de su hijo: “Tan suave que nunca me dio trabajo; tan bien inclinado, que nunca, me parece, hizo algo que mereciera ser castigado. Aprendió a leer, a escribir y gramática. Yo tenía un pariente en Coimbra, y lo mandé allí para que estudiara latín. Era tan aficionado a la Compañía de Jesús que pedía a los Padres con insistencia que lo recibieran en ella. Pero como no tenía edad no lo admitieron. Desconsolado quiso hacerse Capuchino y para ello fue al Monasterio de Ponte de Lima. Pero cuando lo vieron tan pequeño le dijeron que su Regla era muy dura, que no tenía edad, ni físico para ella. Y no lo aceptaron. Con esto estuvo más desconsolado. Quiso el Señor que en ese tiempo estuviese el Padre Manuel Rodríguez en Coimbra y el Padre Peres aquí, y éste le escribió. Nosotros mandamos a nuestro mocito y él fue con muchos deseos. Quiso el Señor que lo recibieran en la Compañía y él quedó tan contento que siempre daba gracias a Dios por haberle dado esta gracia tan grande. Y me decían que cada vez que oía Misa le pedía al Señor que ordenase que él fuera mártir. Nuestro Señor fue servido de cumplirle sus deseos. Sea Él alabado por siempre. Amén”.


Efectivamente, Antonio fue recibido en el Noviciado de Coimbra el 1 de junio de 1569 a los 16 años de edad.


Desahogándose cierto día con un Hermano le reveló que “confiaba en Dios que iba a ser mártir, y que esto lo pedía a Nuestro Señor desde hacía un año, cuando entró en la Compañía, y que perseveraba en la misma petición, apenas se despertaba y visitaba el Santísimo Sacramento”. Y que Dios se dignó mostrarle “orando ante el Santísimo que su petición sería despachada, de lo cual quedó muy alegre”


De hecho, cuando los calvinistas entraron en el camarote donde se encontraban los jesuitas, “el Hermano Antonio Correia, de Oporto, era uno de los estaban en oración perseverando en ella. Al verlo delante de las imágenes, uno lo golpeó en la cabeza con los puños de una daga. Y fue tan fuerte que se le hinchó toda la cara, pero no lo mató. Y les dijo a los otros Hermanos que se quejaban: ¿No ven cuán duro soy que aunque me den un mazazo en la cabeza no podrán matarme? Y al decir esto parecía tan desconsolado que los Hermanos, para consolarlo, le decían que aunque no muriera esa vez, Dios le podría dar esa gracia”.


Y así fue. Poco después, lo tiraron vivo al mar.


En 1628 en Oporto se abrió un Proceso canónico, y se hablaba de muchos devotos que lo invocaban en su ciudad natal, y en las ciudades vecinas.


9. Bienaventurado Simón da Costa (1552 – 1570)


Hermano jesuita novicio. Nació en Oporto, Portugal, en 1552.


Las primeras noticias del martirio de las Canarias demoraron un mes en llegar a Funchal, la capital de la isla Madeira. Exactamente el día de Asunción llegaron a ese puerto


El Padre Pedro Días, el sacerdote jesuita que iba en otra nave al Brasil, informó a Lisboa que “unos franceses que iban cautivos habían visto a dos portugueses, y a uno de ellos mozo bien vestido, de cabello corto, natural de Oporto y que iba para entrar en la Compañía en el Brasil”.


El día del martirio, por su gallarda presencia, los hugonotes pensaron que era hijo de alguien principal. Uno de los testigos de vista dirá después: “él iba con los Hermanos, pero no parecía Hermano porque por haber entrado hacía poco en la Compañía todavía usaba el pelo como seglar. Sospecharon nuestros marineros que los calvinistas lo tuvieron por un mercader, o hijo de un comerciante, porque era mancebo de 18 años y bien dispuesto, y lo llevaron entonces al galeón de Jacobo Soria para que éste viera al muchacho y determinara servirse de él como su paje”.


“Al día siguiente Soria mandó traer al muchacho a su presencia y le preguntó si era religioso jesuita. Él podía afirmar que no lo era, pero insistió en decir que era jesuita y hermano de los que estaban muriendo por la fe católica”.


Jacques Soria se llenó de odio, y de inmediato dio la orden de que le cortasen la cabeza, a él, al piloto y al calafate de la Santiago, y los arrojasen al mar.


Y el cronista concluye: “Hacía un mes que había sido recibido en la Compañía. Consummatus in brevi, explevit tempora multa.


De los 40 mártires, ningún otro fue degollado. Y también, él fue el único que no murió el día 15, sino el 16 de julio de 1570.


10. Bienaventurado Aleixo Delgado (1556 – 1570)


Estudiante novicio. Nació en Elvas, Portugal, en 1556. Era hijo de un pobre ciego de Elvas a quien le había servido de guía largo tiempo.


La Relación dice que él era “de bello ingenio, índole y habilidad”. Tal vez por esto el padre “habiendo enseñado a un pequeño perro para que lo guiase” en su ceguera, entregó a Aleixo “a un hombre honrado de Evora para que le diera algún orden y modo con que estudiar”


Colocado como criado en el Colegio de los Convictores, o pajes del Rey, el pequeño Aleixo fue creciendo en virtud y letras. Este Colegio había sido fundado por el Cardenal Infante Don Enrique y lo había confiado a la Compañía de Jesús. Hablando Aleixo un día con el Padre jesuita Jorge Serrao, Rector del Colegio, “le rogó mucho que lo admitiera en la Compañía”. Le preguntó el Padre para qué quería ser de la Compañía, respondiendo él que lo movía mucho el deseo de ser mártir.


En la visita que el Padre Azevedo hizo al Colegio de Evora, dio satisfacción a su pedido. Tenía entonces 14 años, pero “se mostraba siempre de espíritu mayor a su edad”.


Cantaba bien, y su especialidad era entonar el Catecismo, lo cual hoy no se usa tanto. Hasta los marineros viejos “gozaban mucho al oírlo cantar la doctrina. Y para esto el Padre Azevedo la mandaba siempre cantar por alguno de los Hermanos que lo hacían bien: Aleixo, Francisco Magalhaes y algún otro"


Durante la refriega en la nave Santiago, tres o cuatro fornidos hugonotes “tomaron al Hermano Aleixo, y aunque lo vieron tan pequeño, que no tenía sino 14 para 15 años, le dieron fuertes puñetazos. Y no acabó ahí esa violencia, porque uno de ellos lo golpeó muy fuertemente en la cabeza y el cuello tanto que empezó a echar sangre por las narices y la boca. Y lo lanzaron así, todo ensangrentado, a donde estaban los otros Hermanos, en la bomba achicando el agua. Estos quisieron consolarlo instándolo a tener paciencia y a sufrir por amor a Dios. Entonces él dijo, muy resuelto: “Esto no es nada. ¿Es acaso algo? Omnia possum in eo qui me confortat”.


Tripulantes y pasajeros recordaron más tarde: “Aquel padrecito que nos cantaba la doctrina, cuando lo echaron al mar se fue al fondo, con la cabeza para abajo y los brazos abiertos en cruz”.


11. Bienaventurado Nicolás Dinis


Estudiante novicio. Nació en Tras los Montes, cerca de Braganza, Portugal, en 1553. Fue alumno del Colegio de Braganza como el Hermano Bento de Castro.


Hacía 4 ó 5 años que había comenzado a estudiar latín con la esperanza de que lo dejaran entrar en la Compañía, pero no había manera de que lo atendieran “por ser muy pálido de cara”.


Cuando el Padre Ignacio de Azevedo supo esto, recomendó que lo admitieran en casa hasta que él lo mandara a llamar.


Y así, Nicolás empezó a aprender de todo. Un día “estaba ocupado en amasar el pan” terminando “con una alegría tan extraordinaria” que le preguntaron la causa. Hermano, dijo, ¿cómo no voy a estar alegre si recién Dios me ha revelado que dentro de poco voy a ser mártir?


Esa alegría lo acompañó todo el tiempo que estuvo en Valle del Rosal, donde los misioneros se preparaban para embarcarse hasta el Brasil. Era como una ola que no le cabía en el pecho, y parece que hasta en el andar se manifestaba, en pasos de baile, si nos atenemos a lo que de él dijo un biógrafo.


Como fuera todo esto, lo cierto es que corría la fama de que “tenía mucha gracia en representar”.


Tendría 17 años cuando lo tiraron vivo al mar.


12. Bienaventurado Pedro de Fontoura


Hermano jesuita novicio. Nació en Braga, Portugal.


Casi al mismo momento que el Hermano Brás Ribeiro sufrió él el martirio.


Así dice la Relación: “A otro Hermano, por nombre Pedro de Fontoura, de Braga, que allí estaba también en oración, le saltó uno de los hugonotes no pudiendo sufrir la oración que salía de su boca, y con una daga le hundió la cabeza, y le destrozó la mandíbula. Y con la lengua cortada, él caminaba entre los Hermanos dando muestras y señales de alegría, esperando que le acabasen de dar su perfecta corona”


No tardaron mucho en satisfacer su deseo y ansias de gloria, porque lo arrojaron vivo al mar.


13. Bienaventurado Andrés Gonzalves


Estudiante novicio. Nació en Viana de Alentejo, en el arzobispado de Evora, Portugal.


Y a pesar de haber sido estudiante universitario, no andaba bien con los libros.


De su martirio no se hizo ninguna relación. Tal vez, porque los calvinistas acostumbraban con los de menor edad, arrojarlos vivos al mar, aunque no tuvieran heridas.


14. Bienaventurado Francisco de Magalhaes (1549 – 1570)


Estudiante novicio. Nació en Alcázar de Sal, Portugal, en el año 1549. Fue hijo de Sebastián de Magalhaes y de Isabel Luis. El joven Francisco estudiaba en Evora cuando a los 19 años resolvió dejar todo y entrar en la Compañía, dos días después de la Navidad del año 1568.


La Relación del martirio dice de él: “El Padre Ignacio de Azevedo hacía mucho caso de él y compartía con él el trabajo en el gobierno de los Hermanos, porque le hallaba un especial talento en todo lo relacionado con la administración”.


“Otra de sus cualidades era su excelente voz de tenor. Estando en tierra henchía con ella los montes y los valles, y, embarcado obligaba a las otras naves aproximarse a la Santiago. Apenas comenzaba ese poema Muerto está el buen Jesús, el cual el Hermano cantaba con una voz tan suave que parecía venir del cielo, tan viva y clara, que hasta las naves que iban apartadas la oían y trataban de acercarse. Y en el mar, de noche, aquello era como una nostalgia que venía de otro mundo”


Era tan variado el repertorio que a veces agregaba el arpa, tocada por el Hermano Francisco Pérez Godoy quien también cantaba “en segunda voz”


Y así, a la luz de la luna, con “todas las naves juntas” tocaba otra música muy suave, Recuerde el alma dormida, a tres voces que “los Hermanos Alvaro Méndez, Francisco Pérez Godoy y Francisco de Magalhaes cantaban muy sentidamente” y tanto que “hacía estar estáticos a todos y llorar muchas veces a los Hermanos” y en cuanto al Padre Azevedo “parecía que no estaba en esta vida”.


Y vino el martirio:


El Padre Ignacio de Azevedo, en medio de su comunidad, “estaba lleno de sangre, lleno el rostro, toda la cabeza y también sangre en el pecho; los Hermanos que lo abrazaban todos le sostenían la cabeza y el rostro herido; la imagen de Nuestra señora estaba ensangrentada con su sangre, y la cámara llena de sangre. Los Hermanos lloraban, y especialmente el Hermano Magalhaes sollozaba diciendo: ¿Que va a ser de nosotros sin padre y sin pastor?


Cuando el Padre expiró, “no se cansaban los Hermanos de abrazarlo, especialmente el Hermano Francisco de Magalhaes que estaba lleno su rostro y manos de la sangre del Padre Ignacio. Entonces dijo a los Hermanos: “Quiera el Señor que yo me lave jamás esta sangre del Santo Padre Ignacio, a no ser que la obediencia me lo ordene”.


Y cuando lo lanzaron al mar, el Hermano Magalhaes dijo a los calvinistas: “Hermanos, Dios los perdone por esto que hacen”.


15. Bienaventurado Blas Ribeiro (1545 – 1570)


Hermano jesuita novicio. Nació en Braga, Portugal. Era hombre de 24 años, bien saludables, cuando fue recibido en Oporto para Hermano jesuita.


Debe haber sido de los primeros en sufrir el martirio, pues en uno de los ímpetus de furia de los asaltantes, quienes entraron en el camarote donde se encontraban los Hermanos, los encontraron “de rodillas rezando con las manos en alto frente a sus imágenes”


Inmediatamente “arremetieron contra uno de ellos, que era el Hermano Brás Ribeiro, de Braga. Y con los puños de las espadas le golpearon tan cruelmente la cabeza que le rompieron el cráneo haciéndolo pedazos, de tal manera que derramaron los sesos por el suelo. Y así, muy pronto, entregó su alma bendita a Dios”.


16. Bienaventurado Luis Rodríguez (1554 – 1570)


Estudiante novicio. Nació en la ciudad de Evora, Portugal, en 1554. Era hijo de Diego Rodriguez y de Leonor Fernández. Cursaba el 3er año de Secundaria cuando el 15 de enero de 1570 fue admitido en el Noviciado de su tierra natal, con 16 años de edad.


Del testimonio dado por el sobreviviente Hermano Juan Sánchez consta que “también el Hermano Luis Rodríguez durante la pelea iba muy animado y animando a los Hermanos diciendo en alta voz: “Hermanos, animémonos y ayudémonos del Credo, porque la sangre de Cristo no se ha de perder”.


El nombre del Bienaventurado Luis Rodríguez siempre figuró desde las primeras listas de los Mártires que enviaron los jesuitas, desde la primera fechada en Funchal el 19 de agosto de 1570 hasta la expedida por el Provincial Leao Henriques en 1571. Poco después llegó a Roma el Catálogo oficial de los Padres y Hermanos de la Compañía de Jesús muertos en la Nave Santiago y en ese Catálogo se omitió el nombre del Hermano Luis Rodríguez; hubo también allí otros errores, como poner un segundo Hermano Baena que nunca existió.


Pero de hecho, en todos los manuscritos antiguos, archivados en la Biblioteca de Oporto, en la Nacional de Lisboa, procedentes del Colegio jesuita de Evora, el nombre del Hermano Luis Rodríguez siempre aparece entre los 40 Mártires.


17. Bienaventurado Amaro Vaz (1553 - 1570)


Hermano jesuita novicio. Nació en Oporto, Portugal. Era hijo de Francisco Pires y de María Vaz, del Consejo de Benviver.


A los 16 años, el 1 de noviembre de 1569, en Oporto, el Hermano Amaro Vaz fue admitido como Hermano jesuita.


En la Relación del martirio se escribe señalando que lo atravesaron a puñaladas y que lo tiraron al mar todavía vivo.


18. Bienaventurado Juan Fernández Jorge (1547 – 1570)


Entre los misioneros que salieron de Lisboa en 1570 con el Bienaventurado Ignacio de Azevedo iban 8 jesuitas de apellido Fernández, 3 de los cuales quedaron en la isla de Madeira para seguir en las otras naves. Dos de éstos fueron martirizados en septiembre de 1571 y el tercero, Diego Fernández, fue arrojado vivo al mar con otros dos más, pero él porque sabía nadar consiguió vivir y subir a un barco.


Los otros cinco fueron martirizados el 15 de julio de 1570 y son los Escolares jesuitas: dos de nombre Juan, Manuel, y los dos Hermanos jesuitas, Domingo y Antonio.


Estudiante novicio. Un año después que su homónimo, el 5 de junio de 1569, fue recibido en Coimbra en la Compañía de Jesús este segundo jesuita Juan Fernández. Nació en Braga en 1547 y era hijo de Juan Fernández y de Ana Jorge. Tenía 22 años el día de su ingreso.


Dice la Relación que en la proximidad del martirio “en algunos resplandeció una notable alegría y especialmente en el Hermano Juan Fernández, de Braga; lo cual se le veía en el rostro y en las palabras, porque hablaba tan libre y audazmente a los hugonotes que bien mostraba no temer a la muerte, y más bien parecía provocar a que lo matasen o maltratasen”


Fue arrojado al mar.


19. Bienaventurado Juan Fernández Torres (1551 – 1570)


Este Juan Fernández II era Estudiante jesuita. Había nacido en Lisboa, Portugal. Fue hijo de Andrés Fernández y de Helena Torres. Entró en la Compañía de Jesús en Coimbra el 15 de abril de 1568, a los 17 años de edad.


Y “habiendo sido muy bien probado y dado muy buen ejemplo y satisfacción de sí, hizo los Votos en la Capilla” del Valle del Rosal, dos meses antes de embarcarse al Brasil con el Bienaventurado Padre Ignacio de Azevedo.


Murió a los 19 años de edad.


20. Bienaventurado Manuel Fernández


Estudiante jesuita. Nació en Celorico, Portugal.


Como los anteriores Hermanos Fernández, éste también fue arrojado vivo al mar, pero en circunstancias dignas de particular registro:


“Iba el Hermano Manuel Fernández encima de unas cajas junto al borde de la nave, y como los calvinistas estaban furiosos y muy indignados contra los jesuitas, uno de ellos lo levantó en brazos y, así vivo, lo lanzó al mar, en presencia de todos los otros, sin haber otra causa nueva para ello que el odio interior que le había concebido. Y al pasar el Hermano junto al borde le pareció ser cosa fácil poderlo lanzar abajo”


21. Bienaventurado Domingo Fernández (1551 – 1570)


Hermano jesuita. Nació en Villaviciosa, Portugal. Era hijo de Bento Fernández y de María Cortés. Tenía 16 años cuando fue admitido en el Noviciado de Evora, el 25 de septiembre de 1567. Y a pesar de ello en la Relación se dice de él que era de los “Her4manos antiguos, de muchos años y de mucha virtud”


Cuando arrojaron al mar al Bienaventurado Diego de Andrade “de la misma manera cogieron y dieron de puñaladas al Hermano Domingo Fernández y así, medio vivo y medio muerto, lo lanzaron al mar”


22. Bienaventurado Antonio Fernández (1552 – 1570)


Hermano jesuita novicio. Nació en Montemayor Nuevo, Portugal, en 1552. Su padre era Gaspar Fernández y su madre, María López. Con probable aprendizaje en artes, en Lisboa, fue admitido en la Compañía el 1 de enero de 1570, a los 18 años de edad.


La Relación dice de él: “Era muy buen carpintero, y todo el tiempo que demoraron en Funchal, tanto él, como el Hermano pintor, como los orfebres, estuvieron siempre en el Colegio y dejaron ahí a los Padres algunas obras muy valiosas”


También este Hermano carpintero fue arrojado vivo al mar.


23. Bienaventurado Luis Correia


Estudiante jesuita. Natural de Evora, Portugal.


Todo lo que se sabe de su vida vino anotado en la Relación cuando se escribió que en los últimos momentos del Padre Diego de Andrade, el Hermano Luis Correia, como era el despensero, le quiso dar un “bizcocho” mientras esperaba la muerte tan próxima.


24. Bienaventurado Gonzalo Henríquez


Estudiante jesuita. Diácono. Categóricamente se dice de él: “tenía las órdenes del evangelio”. Nació en Oporto, Portugal.


Se desconocen los pormenores de su muerte, porque los Hermanos no lo vieron morir, ni a él ni a otros tres: a Manuel Rodríguez, Manuel Pacheco y Esteban Zuraire. “Estos cuatro estaban muy metidos entre los que peleaban, y de la misma manera el Hermano Juan de Mayorga que era pintor. Y todos se dieron a conocer como de la Compañía, no solamente por el hábito, sino por las exhortaciones que hacían con mucho fervor. No estuvieron con el Padre Ignacio de Azevedo, ni lo vieron en su muerte. Estos cuatro desaparecieron en la pelea, y porque no los vieron morir ni a sus cuerpos entre los que arrojaron al mar, los Hermanos coligen que heridos por los hugonotes, éstos los arrojarían al mar, o que sin ninguna herida los lanzarían vivos como lo hicieron con el Hermano pintor”


En particular de “Gonzalo Hernríquez, diácono, de Oporto” atestiguan que “siempre anduvo exhortando y animando a todos con grandes gritos y voces, y con gran fervor”.


25. Bienaventurado Simón López


Estudiante jesuita. Nació en Ourem, Portugal.


Probablemente hizo los votos en la Compañía “entre Lisboa y la isla Madeira”, pues era novicio cuando estaba en Oporto.


De hecho debía de ser muy joven y con apariencia de corta edad, por el género de muerte que le dieron los calvinistas: simplemente lo echaron sin herirlo vivo al mar. Así acostumbraban actuar con los de “muy poca edad y que parecían tener de 17 para abajo; los lanzaban vivos al mar sin ninguna herida”.


26. Bienaventurado Alvaro Méndez


Estudiante jesuita. Nació en Elvas, Portugal. Su nombre era Alvaro Borralho, pero los jesuitas lo cambiaron por el de Méndez.


Tenía buena voz y él fue uno de los que cantaba a tres voces, lo que tanto apreciaba el P. Azevedo.


Era una persona delicada de estómago y nunca se acostumbró al movimiento del mar, ni siquiera cuando, de la isla Madeira hasta las Canarias, la nave no se sacudía. Sin ningún alivio ni mejoría alguna “Alvaro estuvo todo el viaje tan enfermo y tan aislado por el mareo que casi siempre estaba en cama”.


El día del ataque calvinista, Alvaro yacía enfermo y mareado en su camarote. Igualmente, el Hermano Gregorio Escribano. Y ambos se levantaron como mejor pudieron. Se colocaron la sotana jesuita y corrieron a juntarse con sus Hermanos. Y con ellos trabajaron en la bomba que achicaba agua del barco.


Después fueron maltratados. A Alvaro le atravesaron el pecho. Y antes de expirar, a los dos, los arrojaron vivos al mar.


27. Bienaventurado Pedro Nunes


Estudiante jesuita. Nació en Fronteira, en el Obispado de Elvas, Portugal.


Se conserva de él sólo una frase muy sobria, pero que inequívocamente revela su envidiable fortaleza de ánimo; especialmente si atendemos las circunstancias en que la dijo, cuando los calvinistas tenían ya cercada la nave Santiago.


Dice la Relación: “Estaba el Hermano Pedro Nunes con otros en una cámara la cual tenía un gran agujero, y entonces dijo: ¡Ojalá quisiera Dios Nuestro Señor que por este agujero viniera una bala de cañón y me quebrara la cabeza por amor de Nuestro Señor!


28. Bienaventurado Manuel Pacheco


Estudiante jesuita. Nació en Ceuta, Africa, pero se consideraba portugués.


Lo vieron audaz e intrépido durante el asalto de los calvinistas. Pero después, nadie lo vio más, ni muerto ni vivo.


29. Bienaventurado Diego Pírez


Estudiante jesuita. Nació en Nisa, en el Obispado de Portoalegre, Portugal.


Cuando estudiaba Filosofía en Evora, dice la Relación de su martirio, “parece que no lo ayudaba mucho su ingenio poco dado a las sutilezas”.


“Un día faltó a clases y fue castigado y él fue a decir al Maestro que la causa de su ausencia había sido por ir al Monasterio de Valverde, distante a una legua y media de Evora, a tratar con el Guardián su entrada a los Capuchinos de la Piedad. Le respondió el Maestro que sentía no haber tendido conocimiento de esas santas intenciones, y de camino le engrandeció la excelente elección que habían hecho algunos estudiantes de esa Universidad de ser recibidos por el Padre Ignacio de Azevedo para el Brasil. Entonces Diego Pires comenzó también a inclinarse para ese mismo viaje. Pidió entrar en la Compañía de Jesús y fue aceptado”


“En la mañana del martirio fue señalado uno de los once jesuitas que fueron escogidos para animar a los que peleaban en la nave.


Y en medio de la pelea, poco después que cayera herido el Padre Ignacio de Azevedo, el Hermano Diego Pires, salió a la cubierta, protestando la fe católica y de la verdadera Iglesia Romana, vestido con la sotana de la Compañía. Uno de los calvinistas se enojó mucho y lo siguió de una parte a otra. Y con una lanza le dio un lanzazo que lo atravesó de parte a parte. Allí cayó muerto sin poder decir una sola palabra.


Y después, arrojaron su cuerpo al mar.


Contando después el Maestro a sus discípulos, en la Universidad de Evora, “su afortunada muerte, les dijo que hicieran de él buenos recuerdos y que guardaran respeto al lugar donde él se sentaba en las clases”. Y tanto fue ese respeto que nadie se atrevió jamás a sentarse en el puesto de Diego Pírez.


30. Bienaventurado Manuel Rodríguez


Estudiante jesuita. Nació en Alcochete, Portugal.


Esa tierra de Alcochete era la tierra del “santo Padre Cruz” donde se le tenía gran devoción. Tal vez por eso el Bienaventurado Rodríguez usaba también como su apellido el de Rodríguez de la Cruz. Los dos pertenecían a la Compañía, pero no se sabe si eran parientes.


Nada se sabe de su martirio, a no ser que lo sufrió.


31. Bienaventurado Antonio Soares (1543 – 1570)


Estudiante jesuita. Nació en Portugal, en 1543. Hijo de Vicente Gonzalves y de Leonor de Soares, este jesuita era natural de Trancoso


Entró en la Compañía el 5 de junio de 1565 y terminó su noviciado en Evora. Al principio los Superiores lo habían destinado a ayudar en los trabajos domésticos, pero el Padre Ignacio de Azevedo, notando en él dotes y capacidad para más, ordenó que estudiara y se preparara para el sacerdocio.


Todo pudo ser distinto, pero “el Hermano Antonio Soares, soto ministro, también fue herido con puñaladas y después lo lanzaron al mar; así lo hacían con los grandes que parecían sacerdotes”.


32. Bienaventurado Juan "adauctus", candidato


Era natural de un lugar ubicado entre los ríos Duero y Miño, en el norte de Portugal.


De apellido San Juan, era sobrino del capitán de la nave Santiago en la cual viajaban a la Misión del Brasil el Padre Ignacio de Acevedo y compañeros. En la navegación se hizo amigo de los Hermanos y, con sencillez, pidió al Padre Provincial ser admitido en la Compañía. El Padre Ignacio no se apresuró en dar una respuesta. Indicó que podría ser admitido en Brasil, si perseveraba en su propósito.


Cuando los calvinistas excluyeron del martirio el Hermano Juan Sánchez por tener el oficio de cocinero, el joven Juan San Juan vio llegada su hora. Echó mano de una sotana que vio en el suelo, despojo de un mártir, se la vistió y se asoció al grupo que quedaba en cubierta.


Y “al ser tenido por jesuita, con ellos fue lanzado al mar, en odio a la Fe”.


La Relación dice: Es cierto que los herejes cuando quitaron a los Hermanos desde la bomba para achicar el agua, también tomaron a dos muchachos que no eran de la Compañía creyendo que eran religiosos. Fue cosa espantosa ver dos muertes tan diferentes, una de la otra. Pues uno aceptó que lo lanzasen al mar para ser de la Compañía, y el otro, por más que dio gritos y alaridos proclamando que no era religioso no le creyeron. Este último era un muchacho, de los pasajeros; y el otro... ya sabemos quién fue. Y así con mucha razón lo debemos tener por nuestro Hermano y agregarlo a la lista de ellos.”


De esta manera, termina la Relación, es “cosa de dar gracias a Dios porque la Divina Providencia quiso que el número de 40 no quedara disminuido y en lugar de Juan Sánchez entrara éste que se agregaba”


Los españoles


Doce jesuitas españoles dieron sus nombres para la expedición misionera al Brasil del Padre Ignacio de Azevedo. Pero solamente nueve se embarcaron en la isla Madeira en la nave Santiago; los otros tres quedaron en Funchal para ir en otras naves.


Uno de los jesuitas españoles, de la nave Santiago, el Hermano Juan Sánchez, no murió mártir. De él, igualmente, sin ser Bienaventurado escribiremos algo de su vida, porque fue el mejor testigo de vista en los Procesos.


33. Bienaventurado Alonso de Baena (1530 – 1570)


Hermano jesuita. Nació en Villatobas, en la diócesis de Toledo, España. A los 30 años pasó al Portugal y allí entró en 1566 en la Compañía. Tenía el oficio de orfebre en plata y oro, pero en la Compañía no ejerció ese oficio.


Estaba en el Colegio de Oporto el 6 de enero de 1570, y trabajaba en la huerta, cuando fue alistado para la expedición del Brasil. Viajó con el Padre Ignacio de Acevedo, pero en barco diferente. En la isla Madeira pidió con fervor sustituir a alguno de los que pedían cambiar de embarcación, y así pudo formar parte del grupo de los jesuitas que salieron el 30 de junio de 1570 hacia las islas Canarias.


La Relación dice que el Hermano Baena fue de los escogidos para animar a los combatientes y que juntamente con el Padre Diego de Andrade, y los Hermanos Andrés Gonzalves, Antonio Soares sirvieron igualmente de enfermeros a los heridos.


34. Bienaventurado Gregorio Escrivano


Hermano jesuita. Nació en Logroño, España

La Relación dice que “siempre fue un hombre muy enfermo del estómago, y desde que moraba en tierra estuvo mal, y de mareos, los cuales le acrecentaban mucho su mal. Con todo él era el que llevaba el mayor peso en el trabajo de la cocina, y no había quién lograra cansarlo en el trabajo”.


Hacía días que el Padre Azevedo “lo había dejado estar en cama” Y una vez que el Padre Azevedo le daba “de comer y el Hermano vomitara todo”, le dijo: “Hermano, no tiene usted por qué morir antes que lo maten por amor de Dios”.


Y así, el día del ataque calvinista, el Hermano Gregorio también estaba enfermo, postrado en cama, “muy enfermo y como tullido. Cuando vio que los otros Hermanos eran tan maltratados, y que a unos mataban, a otros lanzaban al mar, él se levantó de la cama, y sin zapatos y sin birrete, vistió la sotana, y corrió para estar con sus Hermanos y no perder su corona de martirio.


Herido de mala manera fue arrojado al mar.


35. Bienaventurado Juan de Mayorga (1533 – 1570)


Hermano jesuita. Nació en San Juan de Pie del Puerto, hoy Francia, entonces España, en 1533. Vivió varios años en la capital del Reino de Aragón y fue admitido en la Compañía en 1568, a los 35 años de edad.


Con fama de “excelente pintor” dejó “algunos cuadros” en Zaragoza, y como jesuita siempre trabajó en su profesión. Aún en el mar, durante su viaje.


Al llegar a España el Padre Ignacio de Azevedo, nombrado Provincial del Brasil por el San Francisco de Borja, con la misión de reclutar jesuitas en las Provincias de España y Portugal, se le dio como compañero, en Zaragoza, en 1570, al Hermano Juan de Mayorga, navarro, de casi 38 años de edad. Y como pintor se pensó que podría adornar con sagradas imágenes los templos de las nuevas reducciones en las Indias.


Viajó al Brasil con la expedición del Padre Ignacio de Azevedo, pero en barco diferente. En la isla Madeira pidió con fervor sustituir a alguno de los que pedían cambiar de embarcación, y así pudo formar parte del grupo de los jesuitas que salían el 30 de junio de 1570 hacia las islas Canarias.


En el día del martirio, “habiendo entrado los calvinistas por el castillo de proa, el Hermano Juan de Mayorga anduvo metido entre ellos exhortando y animando a los nuestros. Y como en todo el tiempo de la pelea, nunca dejase de exhortar, como le había encargado la obediencia, con su sotana, birrete y barba bien rapada mostraba claramente ser de la Compañía de Jesús. Pero no tenía armas sino únicamente las de la Palabra de Dios y de la Fe Católica”.


Al fin lo atacaron cinco calvinistas. Lo hirieron de mala manera en el pecho y en la espalda. Cayó moribundo al pie de una copia que él mismo había pintado del cuadro de la Virgen de Santa María la Mayor. Lo arrojaron vivo al mar.


36. Bienaventurado Fernando Sánchez


Estudiante jesuita. Nació en Castilla la Vieja, España. Estudiaba como jesuita en Salamanca cuando ahí se encontró con el Provincial del Brasil y se entusiasmó para ir a esa tan necesitada Misión.


Dice la Relación: “Muy mal herido” lo arrojaron al mar.


37. Bienaventurado Francisco Pérez Godoy (1540 – 1570)


Estudiante novicio. Nació en Torrijos, perteneciente al Arzobispado de Toledo, España. Era hijo de Juan Pérez Godoy y de Catalina del Campo. Era pariente cercano de Santa Teresa de Jesús. En Torrijos residía una rama de los Sánchez de Cepeda, familiares de don Alonso, padre de santa Teresa.


Era Bachiller en Cánones por la Universidad de Salamanca. “Sabía música y tocar arpa y otros instrumentos”. Tenía un soberbio bigote del que mucho presumía.


Hizo los Ejercicios Espirituales y descubrió que estaba disponible para todo, menos para cortarse el bigote. Heroicamente decidido, con un sacrificio enorme, se cortó la mitad.


Fue admitido al Noviciado de la Compañía, en Medina del Campo. Su Maestro de novicios fue el célebre P. Baltasar Alvarez. Éste muy pronto lo apreció por “su rara virtud”.


Y sin embargo, el Maestro constató que el novicio carecía de visión en el ojo izquierdo, impedimento para seguir en la Compañía. Preguntado si era así, el novicio confesó ser verdad y que había encubierto el defecto, temeroso de no ser admitido en la Compañía. El Padre Maestro pensó entonces que efectivamente el novicio iba a ser despedido por los Superiores.


Estaba en ese discernimiento cuando llegó el P. Ignacio de Azevedo a Medina del Campo. Él estaba nombrado Provincial del Brasil, con licencia para reclutar misioneros, y para dispensar de impedimentos. Informado el P. Azevedo, conversó con el novicio y lo aceptó como voluntario para la Misión del Brasil.


“Entre nosotros, dice la Relación, el Hermano Francisco siendo tan noble se acomoda mucho, y mantiene siempre excelente conversación, cantando y platicando, siempre alegre y muy querido, no sólo por los Hermanos, sino también por el Padre Ignacio”.


“En el día del martirio, Francisco se distinguió alentando a sus compañeros jesuitas. Con mucho fervor les repetía unas palabras que había oído al Padre Baltasar Alvarez: Hermanos, no olvidemos que somos hijos de Dios”. Tenía 30 años de edad.


Ese mismo día del martirio, el 15 de julio de 1570, víspera de Nuestra Señora del Carmen, “la Virgen marinera” hubo fiesta en el Carmelo de Toledo y asistió Santa Teresa. Después, en su celda, en contemplación, “conoció la muerte de los cuarenta Padres y Hermanos de la Compañía de Jesús que iban al Brasil y los mataron los hugonotes. Iba entre ellos un deudo de la Santa Madre. Luego que los mataron, dijo el P. Baltasar Alvarez, su confesor, que los había visto con coronas de mártires en el cielo. Después vino la noticia a España del martirio y dichosa muerte de estos religiosos.”


38. Bienaventurado Esteban de Zudaire (1551-1570)


Hermano jesuita. Nació en el pueblo de Zudaire (en el valle navarro de Amezkoa), en España. A los 19 años ingresó en la Compañía de Jesús en calidad de Hermano jesuita. Era estimado por su inocencia y sencillez.


Al llegar el Padre Ignacio de Azevedo en busca de voluntarios para el Brasil, Esteban desempeñaba el oficio de sastre en el Colegio de Plasencia, en Cáceres. Se incorporó a la expedición de misioneros.


En el momento del martirio se adelantó hacia los corsarios con un crucifijo en las manos. Una daga le atravesó el corazón. Lo echaron al mar. Bañado en sangre y zarandeado por las olas entonó el Te Deum.


Era éste un martirio presentido desde el mismo momento de partir desde Plasencia. Habiéndole preguntado el P. Azevedo si marchaba contento, Esteban le respondió: “Voy contento, muy contento. Voy a ser mártir”.


Y el Padre José de Acosta, que era su confesor, le preguntó ante la seguridad con que veía su martirio: ¿Cómo sabe Ud. que va a ser mártir? Y Esteban, con la sencillez que lo caracterizaba, respondió: “El Señor me lo ha revelado en los últimos Ejercicios.”


Esteban es uno de los cuatro Mártires que los otros de la nave no vieron cómo los mataron.


Beatificado por Pío IX el día 12 de agosto de 1854, junto a los 39 jesuitas martirizados, el obispo de Pamplona, Monseñor Uriz y Labayru, consiguió en Roma que se aprobase su Oficio y Fiesta, la que se celebra en la diócesis de Pamplona el 30 de agosto.


39. Bienaventurado Juan de San Martín (1550 – 1570)


Estudiante novicio. Nació en Juncos, entre Toledo e Illescas, España. Era hijo de Francisco de San Martín y de Catalina Rodríguez. Estudió en la Universidad de Alcalá, pero entró en la Compañía de Jesús en Portugal, en el Noviciado de Evora, el 8 de febrero de 1570, a los 20 años de edad.


También él fue uno de los escogidos por el Bienaventurado Ignacio de Azevedo para animar a los que defendían la nave Santiago.


De su muerte solamente se sabe que él, como tantos otros, fue arrojado vivo al mar.


40. Bienaventurado Juan de Zafra


Hermano jesuita novicio. Nació en Jerez de Badajoz Toledo, España. Fue hijo de Juan Páez y de Isabel Rodríguez. Entró en la Compañía el 8 de febrero de 1570 en Portugal, en el Noviciado de Evora.


Sobre su muerte, el cronista sólo anotó: “al mar, vivo”


Hermano Juan Sánchez


Para cumplir la sentencia de Jacques de Soria, de que “todos los Hermanos fueran ahogados, los lanzaron al mar, menos al Hermano Juan Sánchez, mozo pequeño, que escapó por especial providencia divina, para después contar como testigo de vista todas las cosas”.


Era ayudante del cocinero, y fue éste quien lo salvó. Pero cuando él se juntó con los Hermanos, el cocinero dijo: Déjenlo tranquilo, porque es cocinero; muchacho, vete a la cocina.


Después que se acabó la crueldad con los mártires, todos los pasajeros y marineros vieron al Hermano Juan Sánchez llorando desconsoladamente, porque los había visto caer al mar. Ese mar había estado sereno, trasparente y casi sin olas. Por esto los había visto ir hasta el fondo, muy abajo: a los pequeños que no sabían nadar y a los malheridos.


En un mar de confidencias, un bretón le dijo que mientras lanzaban al mar a los Padres y Hermanos, él también había visto todo desde su nave, y que algunos pasaron junto a ella con las manos levantadas. Y que el capitán no había dejado que se ayudara a nadie.


Algunos hugonotes le dijeron: Ciertamente creemos que este Jacques de Soria se va a ir al infierno por tanta crueldad.


No faltaron tormentas durante los cinco meses que la Santiago anduvo tras otras naves, buscando presas, por las costas de Portugal, Algarve y Galicia.


En fin, al llegar a La Rochelle, la Santiago se partió y luego se hundió. Y así, en Francia, el Hermano Sánchez huyó de Soria y trabajó descalzo, sin camisa, sin sombrero, cubierto sólo con un paño, hasta que alcanzó licencia, junto con doce marineros portugueses para ir a sus tierras.


El Hermano padeció mucho en ese viaje. Iba a pie, descalzo, con grandes fríos y nieve. Y al llegar a España, fue derecho al Colegio de Oñate, en el país vasco. Allí los Padres, espantados, no podían creer lo que oían, y estaban viendo, en la persona del Hermano. Mucho habían rezado por el P. Azevedo y esos compañeros que él había recogido en esa tierra.


De allí pasó el Hermano Juan Sánchez, de Colegio en Colegio, por buena parte de España, hasta poder llegar al Portugal, al Colegio de Evora. De inmediato fue llamado a Lisboa por el Padre Provincial donde con la ayuda del Padre Gaspar Serpe y un notario pudo escribir su Información.


De esta “Relación” o Información se hicieron muchas copias. En 1574 el antiguo Hermano Juan Sánchez estudiaba en el Colegio de Lisboa en la tercera clase. Años después, su nombre figura entre los egresados.



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