Sinforosa y sus siete hijos, Santos

9:13 a.m.
Martirologio Romano; A nueve millas de Roma por la via Tiburtina, conmemoración de los Santos Sinforosa y sus siete compañeros Crecencio, Juliano, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio, mártires, que fueron martirizados de diversas maneras, fieles a su hermandad con Cristo

Santa Sinforosa fue una matrona romana, mujer, cuñada, y madre de mártires. Su esposo, san Getulio, que era tribuno militar, murió mártir en la época de Adriano. Este matrimonio tenía siete hijos varones cuyos nombres conserva la tradición: Crescencio, Juliano, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio.


La familia vivió en Roma un tiempo, yendo y viniendo a las propiedades que el padre de familia, el tribuno Getulio -llamado también Zotico-, tenía en Tívoli. Dios les ha dado siete hijos; son familia cristiana y, en una casa bien dispuesta, llenan las horas del día viviendo en paz y armonía entre trabajos y aprendizajes mezclados con juegos, gritos y rezos.


El supersticioso emperador Adriano se ha convertido en un perseguidor cruel de los cristianos. Entre otros muchos, aprisiona a Getulio y a Amancio, su hermano, también militar. Prisioneros primero, acaban siendo decapitados en la orilla del Tiber.


Durante todo el tiempo de la persecución, Sinforosa ha salido con los suyos de Roma hacia Tívoli y allí procura preparar a sus hijos para la amenaza presente que se promete larga y que ya ha acabado con la vida de su padre. Les habla del amor de Dios y del premio, de fortaleza y fidelidad, de lealtad a Dios con las obras hasta la muerte como ha sido la actitud de su propio padre. Tuvo que pasar oculta siete meses con sus hijos, escondiéndose cuando arreciaba la persecución, por el temor a ser descubiertos, en una cisterna seca, que siglos después se mostraba a los visitantes. Sin fingimiento inútil, prepara a sus hijos hablándoles del peligro que corren, de los bienes futuros prometidos a los que son fieles y de la confianza en Jesucristo; también les pone al corriente de la dureza que supone el martirio y confiesa sus miedos ante la posibilidad de que claudique alguno de ellos. Todos se proponen estar dispuestos a la muerte antes que adorar a los ídolos.


Por fin cayeron en manos de sus enemigos, y como Sinforosa no se dejase persuadir con promesas y amenazas para sacrificar a los ídolos, el juez quiere colgarla por los cabellos junto al templo de Hércules; pero, comprendiendo que el espectáculo contribuirá a afianzar la fe de los cristianos que permanecen ocultos entre el pueblo, cambia el propósito, disponiendo que sea arrojada al río Teverone, próximo a Tívoli, con una pesada piedra atada al cuello. Hasta último momento Sinforosa siguió animando a sus hijos a permanecer firmes en la fe.


Sus hijos Crescente, Juliano, Nemesio, Primitivo, Justino, Estacteo y Eugenio, jóvenes y algunos niños, se resisten firmemente a sacrificar a los dioses y aseguran con claridad ante el juez que se ha ofrecido con promesas a hacer de padre y madre para ellos: "No seremos menos fuertes ni menos cristianos que nuestros padres".


Entonces es el potro alrededor del templo de Hércules el que entra en juego. A fuerza de ser estirados les descoyuntan los miembros, pero ellos bendecían a Dios en medio del tormento. Luego vienen los garfios que van rompiendo las carnes y, por último, vencido y humillado el juez por no poder torcer la voluntad de los fuertes y jóvenes reos, manda que los verdugos terminen con sus vidas atravesándoles con espadas y puñales.


Enterraron sus cuerpos en una fosa común que los paganos llamaron luego "Biothanatos", queriendo expresar el desprecio a la muerte que mostraron al juzgarles. Cuando se calma de furia de Adriano en cosa de año y medio, los cristianos pudieron dar digna sepultura a los que llamaban ya, distinguiéndolos, como "Los Siete Hermanos" y levantaron una pequeña y pobre iglesia a Sinforosa. Posteriormente sus reliquias se trasladaron a Roma y se pusieron, junto a las de Getulio, en la Iglesia de san Miguel.



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