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Alberto Magno, Santo
Alberto Magno, Santo

Obispo de Regensburgo, Doctor de la Iglesia

Noviembre 15






Alberto nació en Lauingen, Baviera, a inicios del siglo XIII. A los 16 años se trasladó a Padua para cursar sus estudios universitarios. Fue allí donde conoció al superior general de los dominicos, el beato Jordán de Sajonia, que lo encauzó hacia la vida religiosa.


En el año 1229, vistió el hábito de los frailes predicadores y fue enviado a Colonia, en donde se encontraba la escuela más importante de la Orden. Enseñó en Hildesheim, Friburgo, Ratisbona, Estrasburgo, Colonia y París. Era tal la concurrencia de alumnos a sus clases, que se vio obligado a enseñar en la plaza pública, que todavía hoy lleva su nombre. Entre sus discípulos destaca Santo Tomás de Aquino, de quien san Alberto dijo: “Cuando el buey muja, sus mujidos se oirán en todo el orbe”. Con ellos, la escolástica alcanzó la plena madurez.


Elegido superior provincial de Alemania, abandonó la cátedra parisiense para estar constantemente presente entre las comunidades que se le habían confiado. Recorría a pie las regiones alemanas, mendigando alimento y hospedaje. Posteriormente fue nombrado obispo de Ratisbona y a pesar de su elevada dignidad, supo dar ejemplo de un total desapego de los bienes terrenos. “En sus cajones no había ningún centavo, ni una gota de vino en la botella, ni un puñado de trigo en su granero”.

Dirigió la diócesis durante dos años.


Posteriormente solicitó la renuncia a su alto cargo, y regresó a la vida común del convento y a la enseñanza en la universidad de Colonia. Para prepararse a la muerte, hizo construir su tumba ante la cual todos los días rezaba el Oficio de difuntos. Murió en Colonia el 15 de noviembre de 1280. Fue canonizado en 1931 y declarado patrono de los científicos. Mereció el título de “Magno” y de “Doctor Universal”.


Si quieres saber más de la vida de Alberto Magno consulta


Alberto Magno, Doctor Universal de Jesús Martí Ballester


Corazones.org




Obispo, escritor y poeta español de la época visigoda. Es uno de los Padres de la Iglesia hispánica.

Fue discípulo de Braulio de Zaragoza, estudiando con él en la Iglesia de Santa Engracia de esa ciudad. Fue llamado "El Poeta" y supo fundir las enseñanzas de su maestro y de San Isidoro de Sevilla. Se destacó, además de por su actividad poética, como músico y teólogo. Fue nombrado Obispo de Toledo y es considerado como el iniciador del Arzobispado de esta ciudad tras ser designado en el 649 por Chindasvinto.


Vida y obra

Sus poemas y los testimonios de San Ildefonso, además de un relato martirológico del siglo IX, son la principal fuente conocer su biografía. Se educó con San Eladio y más tarde, atraído por la fama de Zaragoza como foco cultural, ingresó en el monasterio de Santa Engracia para ampliar sus estudios con San Braulio, uno de los personajes más cultos de su tiempo y que mantuvo constante comunicación con San Isidoro.


San Braulio, tras ser nombrado obispo de la sede zaragozana en 626, escogió a Eugenio para que fuera su arcediano. En el año 649 fue nombrado arzobispo de Toledo por Chindasvinto, como muestra la carta del rey visigodo a Braulio, donde expresa su deseo de nombrar a Eugenio titular de un arzobispado en Toledo. Braulio, que veía en él a su sucesor en la sede cesaraugustana, se opuso sin ningún éxito. Desde su nueva cátedra toledana impulsó la cultura y celebró los concilios VIII, IX y X de Toledo. Fue asimismo, en tal sede catedralicia, promotor de la música sacra.


En cuanto a su actividad literaria, escribió libros de teología, epístolas y poemas. Entre su poesía, destaca el Libellus diversi carminis metro (Libro de poesías diversas). Una de sus composiciones habla de san Ildefonso, aunque no ha llegado hasta nuestros días. Otra, titulada «Lamentum de adventu propriae senectutis» («Lamento por la llegada de mi propia vejez») [1], trata el tema de la vejez, el paso del tiempo y la implacabilidad de la muerte. Asimismo, Eugenio enseñó Gramática y Sagrada Escritura y fue consejero de los reyes Chindasvinto y Recesvinto.


La narración martirológica sobre su vida y reliquias fue compuesta a mediados del siglo IX por un autor anónimo, probablemente el presbítero del santuario de Deuil donde, según la leyenda hagiográfica, reposaron los restos de San Eugenio. Existen dos versiones del relato. La más extensa se conserva en manuscritos de las bibliotecas de Bruselas, La Haya y París.


Murió el año 657 en Toledo y fue sepultado en la basílica de Santa Leocadia.





Etimológicamente significa “ valiente con la gente”. Viene de la lengua alemana.

La Sabiduría dice: “ Te compadeces de todos, Señor, porque todo lo puedes, Amas a todo lo que existe”.


Leopoldo era príncipe que nació en Melk en 1073 y murió en Viena en 1136.


No se conoce mucho acerca de este príncipe, Leopoldo III, margrave de Austria.


Lo que se sabe es que fue querido por su pueblo y que fue un magnífico bienhechor de la Iglesia.

Tres de sus fundaciones religiosas existen todavía: las abadías de Matiazell, benedictina; Heiligenkreux, cisterciense y Klosterneuburg, de agustinos regulares.


En 1125 renunció a ser candidato para la corona real.


El cronista Otto de Freising era uno de sus 18 hijos. Le llamaban el piadoso. Era hijo de Leopoldo y de Ita, hija del emperador Enrique III.

Leopoldo prefirió vivir como un pobre en lugar de vivir con todo el boato de la corte.


Le hacía a Dios mucha oración pidiéndole buenos súbditos.


Y es curioso que, siendo como era su altura real, no prefiriese nada para sí.


Sin embargo, a pesar de sus penitencias y vida de plegaria, no descuidaba el ser un buen gobernante.


Murió el año 1136.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



Maria della Passione (1839-1904)

Hélène Marie Philippine de Chappotin de Neuville


Hélène Marie Philippine de Chappotin de Neuville, en religión María de la Pasión, nace el 21 de mayo de 1839 en Nantes, Francia, de una noble y cristiana familia. Desde la infancia manifiesta eminentes dones naturales y una fe profunda.

En abril de 1856, en unos ejercicios espirituales, hace una primera experiencia de Dios que la llama a una vida de consagración total. La improvisa muerte de la madre retrasa la realización. Sin embargo en diciembre de 1860, con el consentimiento del obispo de Nantes, entra en las Clarisas, atraída por el ideal de sencillez y pobreza de San Francisco.


El 23 de enero de 1861, aún postulante, hace una profunda experiencia de Dios que la invita a ofrecerse víctima por la Iglesia y el Papa. Esta experiencia marcará toda su vida. Cae gravemente enferma y tiene que dejar el monasterio. Después de su restablecimiento, su confesor la orienta hacia la Sociedad de María Reparadora y es admitida en mayo de 1864. El 15 de agosto del mismo año, en Toulouse, recibe el hábito con el nombre de María de la Pasión.


En marzo de 1865, aún novicia, es enviada a India, al Vicariato apostólico del Maduré, confiado a la Compañía de Jesús, donde las Reparadoras tienen como tarea principal la formación de las religiosas de una congregación autóctona y otras actividades apostólicas. En Maduré, el 3 de mayo de 1866, María de la Pasión pronuncia los votos temporales.


Por sus dones y virtudes es designada como superiora local y seguidamente, en julio de 1867, provincial de los tres conventos de las Reparadoras. Bajo su dirección las obras de apostolado se desarrollan, la paz — un tanto turbada por tensiones anteriores — se restablece, el fervor y la regularidad reflorecen en las comunidades. En 1874, funda una nueva casa en Ootacamund, en el Vicariato de Coimbatore, asignado a las Misiones Extranjeras de París. Pero en el Maduré las disensiones se agravan hasta tal punto de que veinte religiosas, entre ellas María de la Pasión, se ven obligadas, en 1876, a dejar la Sociedad de María Reparadora, Se reunen en Ootacamund bajo la jurisdicción del Vicario Apostólico de Coimbatore, Mons. José Bardou, M.E.P.


En noviembre de 1876, María de la Pasión se dirige a Roma para regularizar la situación de las veinte hermanas separadas y obtiene de Pío IX, el 6 de enero de 1877, la autorización de fundar un nuevo Instituto, específicamente misionero, bajo el nombre de Misioneras de María.


Sugerido por la Congregación de Propaganda Fide, María de la Pasión abre en Saint-Brieuc, Francia, un noviciado que acoge rápi-damente numerosas vocaciones. En abril de 1880 y en junio de 1882, la Sierva de Dios regresa a Roma para resolver las dificultades que amenazan obstaculizar la estabilidad y el crecimiento del joven Instituto. El último viaje, en junio de 1882, marca una etapa importante en su vida: se le autoriza a fundar en Roma una casa y, llevada por circunstancias providenciales, encuentra la orientación franciscana indicada por Dios veintidós años antes. El 4 de octubre de 1882, en la iglesia del Aracoeli es recibida en la Tercera Orden de San Francisco y entra en relación con el Siervo de Dios, Padre Bernardino de Portogruaro, ministro general de la Orden de Frailes Menores, que en sus pruebas le apoya con paternal solicitud.


En marzo de 1883, María de la Pasión es destituida en su función de Superiora del Instituto a causa de oposiciones latentes. Pero después de la investigación ordenada a este respecto por León XIII, se reconoce plenamente su inocencia y es reelegida en el Capítulo de julio de 1884.


El Instituto inicia su rápido desarrollo: el 12 de agosto de 1885 emiten el Decreto laudatorio y él de afiliación a la Orden de Hermanos Menores; se aprueban las Constituciones ad experimentum el 17 de julio de 1890 y definitivamente el 11 de mayo de 1896. Es el momento del envío de misioneras, incluso a las puestos más lejanos y peligrosos, sin detenerse, más allá de todo obstáculo y de toda frontera.


El celo misionero de la fundadora no conoce límites para responder a las llamadas de los pobres y abandonados. También la promoción de la mujer y la situación social le interesan particularmente; con inteligencia y discreción ofrece a los pioneros que trabajan en este campo, una colaboración que ellos aprecian mucho.


Su intensa actividad y su dinamismo brotan de la contemplación de los grandes misterios de la fe. Para María de la Pasión todo confluye en la Unidad-Trinidad de Dios Verdad-Amor, que se da a nosotros a través del misterio pascual de Cristo. Unida a estos misterios vive su vocación de ofrenda en una dimensión eclesial y misionera. Jesús Eucaristía es para ella «el gran misionero» y María, en la disponibilidad de su «Ecce», traza el camino de la donación sin reserva a la obra de Dios. De este modo abre a su Instituto los horizontes de la misión universal, cumplida en el espíritu evangélico de sencillez, pobreza y caridad de Francisco de Asís.


Tiene gran cuidado, no solamente de la organización exterior de las obras, sino sobre todo de la formación espiritual de las religiosas. Dotada de una extraordinaria capacidad de trabajo, encuentra tiempo para redactar numerosos escritos de formación, y para mantener una frecuente correspondencia con sus misioneras esparcidas por el mundo, invitándolas con insistencia a una vida de santidad. En 1900, el Instituto recibe el sello de sangre con el martirio en China de siete Franciscanas Misioneras de María, beatificadas en 1946 y canonizadas en el transcurso del Gran Jubileo del año 2000. Este martirio es para María de la Pasión, junto con un gran dolor, un inmenso gozo, una emoción intensa de ser la madre espiritual de estas misioneras que han sabido vivir el ideal de su vocación, hasta la efusión de la sangre.


Agotada por las fatigas de incesantes viajes y por el trabajo cotidiano, María de la Pasión, después de una breve enfermedad, muere serenamente en San Remo el 15 de noviembre de 1904, dejando más de dos mil religiosas y ochenta y seis casas insertas en cuatro continentes. Sus restos mortales reposan en un oratorio privado de la casa general del Instituto en Roma.


En febrero de 1918 se abre en San Remo el Proceso informativo para la Causa de Beatificación y Canonización. En 1941 es promulgado el Decreto sobre los escritos y, en los años siguientes, llegan a la Santa Sede numerosísimas cartas postulatorias, de todas las partes del mundo, a favor de la Causa de la Sierva de Dios. Después del voto unánimemente favorable de los Consultores, se publica el Decreto para la Introducción de la Causa, con aprobación de S.S. Juan Pablo II, el 19 de enero de 1979.


El 28 de junio de 1999 es promulgado solemnemente por el Sumo Pontífice Juan Pablo II, el Decreto de la heroicidad de las virtudes de la Madre María de la Pasión.


El 5 marzo de 2002, se reconoce la curación de una religiosa afectada de «TBC pulmonar vertebral; Morbo de Pott», un milagro que Dios concede por intercesión de la Venerable. El 23 de abril de 2002, en presencia del Sumo Pontífice Juan Pablo II, es promulgado el Decreto que abre el camino a la Beatificación de la Venerable Sierva de Dios. Fue beatificada el 20 de octubre de 2002.





Santo español de la ilustre familia Pignatelli uno de cuyos vástagos fue elevado al mismísimo puesto de sucesor de Pedro en la persona del Pontífice Inocencio XII y cuyas raíces se hunden en la historia hasta rayar la leyenda.

Nació en Zaragoza, el 27 de Diciembre del año 1737. Su padre D. Antonio, de la familia de los duques de Monteleón, y su madre Doña María Francisca Moncayo Fernández de Heredia y Blanes. Fue el séptimo de nueve hermanos. Pasa la niñez en Nápoles y su hermana María Francisca es, a la vez que hermana, madre, puesto que perdió la suya cuando tenía José cuatro años.


Se forma entre Zaragoza, Tarragona, Calatayud y Manresa, primero en el colegio de los jesuitas y luego haciendo el noviciado, estudiando filosofía y cursando humanidades. Reside en Zaragoza, ejerciendo el ministerio sacerdotal entre enseñanza y visitas a pobres y encarcelados, todo el tiempo hasta que los jesuitas son expulsados por decreto de Carlos III, en 1767.


Civitacecchia, Córcega, Génova, los veinticuatro años transcurridos en Bolonia (1773-1797) dan testimonio del hombre que les pisó, sabiendo adoptar actitudes de altura humana con los hombres, y de confianza sobrenatural con Dios.


La Orden de San Ignacio ha sido abolida en 1773, sus miembros condenados al destierro y sus bienes confiscados. El último General, Lorenzo Ricci, consume su vida en la prisión del castillo de Sant’ Angelo. Sólo quedan jesuitas con reconocimiento en Prusia y Rusia. Allí tanto Federico como Catalina han soportado las maniobras exteriores y no han publicado los edictos papales, aunque la resistencia de Federico no se prolongará más allá del año 1776. Queda como último reducto la Compañía de Rusia con un reconocimiento verbal primero por parte del Papa Pío VI y oficial después con documento del Papa Pío VII. José de Pignatelli comprende que la restauración legal de la Compañía de Jesús ha de pasar por la adhesión a la Compañía de Rusia. Renueva su profesión religiosa en su capilla privada de Bolonia.


No verá el día en que el Papa Pío VII restaure nuevamente la Compañía de Jesús en toda la Iglesia, el día 7 de Agosto de 1814, pero preparará bien el terreno para que esto sea posible en Roma, en Nápoles, en Sicilia. Formará a nuevos candidatos, reorganizará a antiguos jesuitas españoles e italianos dispersos y buscará nuevas vocaciones que forzosamente han de adherirse, como él mismo, a la Compañía de Rusia. Esta labor la realizará mientras es consejero del duque de Parma, don Fernando de Borbón nieto de Felipe V, y como provincial de Italia por nombramiento del vicario general de Rusia Blanca.


En este esfuerzo colosal, muere en Roma el 15 de Noviembre de 1811, en el alfoz del Coliseo.


Estuvo convencido el santo aragonés de que, si el restablecimiento de su Orden era cosa de Dios, tenía que pasar por el camino de la tribulación, del fracaso, de la humillación, de la cruz, de la vida interior que no se presupone sin humildad, sin confianza.


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San Lorenzo nació en Irlanda hacia el año 1128, de la familia O’Toole que era dueña de uno de los más importantes castillos de esa época.

Cuando el niño nació, su padre dispuso pedirle a un conde enemigo que quisiera ser padrino del recién nacido. El otro aceptó y desde entonces estos dos condes (ahora compadres) se hicieron amigos y no lucharon más el uno contra el otro.

Cuando lo llevaban a bautizar, apareció en el camino un poeta religioso y preguntó qué nombre le iban a poner al niño. Le dijeron un nombre en inglés, pero él les aconsejó: "Pónganle por nombre Lorenzo, porque este nombre significa: ‘coronado de laureles por ser vencedor’, y es que el niño va a ser un gran vencedor en la vida". A los papás les agradó la idea y le pusieron por nombre Lorenzo y en verdad que fue un gran vencedor en las luchas por la santidad.


Cuando el niño tenía diez años, un conde enemigo de su padre le exigió como condición para no hacerle la guerra que le dejara a Lorenzo como rehén. El Sr. O’Toole aceptó y el jovencito fue llevado al castillo de aquel guerrero. Pero allí fue tratado con crueldad y una de las personas que lo atendían fue a comunicar la triste noticia a su padre y este exigió que le devolvieran a su hijo. Como el tirano no aceptaba devolverlo, el Sr. O’Toole le secuestró doce capitanes al otro guerrero y puso como condición para entregarlos que le devolvieran a Lorenzo. El otro aceptó pero llevó al niño a un monasterio, para que apenas entregaran a los doce secuestrados, los monjes devolvieran a Lorenzo.


Y sucedió que al jovencito le agradó inmensamente la vida del monasterio y le pidió a su padre que lo dejara quedarse a vivir allí, porque en vez de la vida de guerras y batallas, a él le agradaba la vida de lectura, oración y meditación. El buen hombre aceptó y Lorenzó llegó a ser un excelente monje en ese monasterio.


Su comportamiento en la vida religiosa fue verdaderamente ejemplar. Dedicadísimo a los trabajos del campo y brillante en los estudios. Fervoroso en la oración y exacto en la obediencia. Fue ordenado sacerdote y al morir el superior del monasterio los monjes eligieron por unanimidad a Lorenzo como nuevo superior.


Por aquellos tiempos hubo una tremenda escasez de alimentos en Irlanda por causa de las malas cosechas y las gentes hambrientas recorrían pueblos y veredas robando y saqueando cuanto encontraban. El abad Lorenzo salió al encuentro de los revoltosos, con una cruz en alto y pidiendo que en vez de dedicarse a robar se dedicaran a pedir a Dios que les ayudara. Las gentes le hicieron caso y se calmaron y él, sacando todas las provisiones de su inmenso monasterio las repartió entre el pueblo hambriento. La caridad del santo hizo prodigios en aquella situación tan angustiada.


En el año 1161 falleció el arzobispo de Dublín (capital de Irlanda) y clero y pueblo estuvieron de acuerdo en que el más digno para ese cargo era el abad Lorenzo. Tuvo que aceptar y, como en todos los oficios que le encomendaban, en este cargo se dedicó con todas sus fuerzas a cumplir sus obligaciones del modo más exacto posible. Lo primero que hizo fue tratar de que los templos fueran lo más bellos y bien presentados posibles. Luego se esforzó porque cada sacerdote se esmerara en cumplir lo mejor que le fuera posible sus deberes sacerdotales. Y en seguida se dedicó a repartir limosnas con gran generosidad.


Cada día recibía 30, 40 o 60 menesterosos en su casa episcopal y él mismo les servía la comida. Todas las ganancias que obtenía como arzobispo las dedicaba a ayudar a los más necesitados.


En el año 1170 los ejércitos de Inglaterra invadieron a Irlanda llenando el país de muertes, de crueldad y de desolación. Los invasores saquearon los templos católicos, los conventos y llenaron de horrores todo el país. El arzobispo Lorenzo hizo todo lo que pudo para tratar de detener tanta maldad y salvar la vida y los bienes de los perseguidos. Se presentó al propio jefe de los invasores a pedirle que devolviera los bienes a la Iglesia y que detuviera el pillaje y el saqueo. El otro por única respuesta le dio una carcajada de desprecio. Pero pocos días después murió repentinamente. El sucesor tuvo temor y les hizo mucho más caso a las palabras y recomendaciones del santo.


El arzobispo trató de organizar la resistencia pero viendo que los enemigos eran muy superiores, desistió de la idea y se dedicó con sus monjes a reconstruir los templos y los pueblos y se fue a Inglaterra a suplicarle al rey invasor que no permitiera los malos tratos de sus ejércitos contra los irlandeses.


Estando en Londres de rodillas rezando en la tumba de Santo Tomás Becket (un obispo inglés que murió por defender la religión) un fanático le asestó terribilísima pedrada en la cabeza. Gravemente herido mandó traer un poco de agua. La bendijo e hizo que se la echaran en la herida de la cabeza, y apenas el agua llegó a la herida, cesó la hemorragia y obtuvo la curación.


El Papa Alejandro III nombró a Lorenzo como su delegado especial para toda Irlanda, y él, deseoso de conseguir la paz para su país se fue otra vez en busca del rey de Inglaterra a suplicarle que no tratara mal a sus paisanos. El rey no lo quiso atender y se fue para Normandía. Y hasta allá lo siguió el santo, para tratar de convencerlo, pero a causa del terribilísimo frío y del agotamiento producido por tantos trabajos, murió allí en Normandía en 1180 al llegar a un convento. Cuando el abad le aconsejó que hiciera un testamento, respondió: "Dios sabe que no tengo bienes ni dinero porque todo lo he repartido entre el pueblo. Ay, pueblo mío, víctima de tantas violencias ¿Quién logrará traer la paz?". Seguramente desde el cielo debe haber rezado mucho por su pueblo, porque Irlanda ha conservado la religión y la paz por muchos siglos. Estos son los verdaderos patriotas, los que como San Lorenzo de Irlanda emplean su vida toda por conseguir el bien y la paz para sus conciudadanos. Dios nos envíe muchos patriotas como él.


Dichosos los que buscan la paz porque serán llamados hijos de Dios. (Jesucristo).



Etimológicamente significa “perteneciente a la divinidad de Serapis” Viene de la lengua griega.

Nació en Inglaterra y murió en Argel (Algeria) en 1240. Desde su infancia soñaba con dar su sangre por amor a Cristo.


Tuvo la suerte de crecer en la corte del duque de Austria, en donde se respiraba, a pesar de todo el fausto de la corte, un profundo espíritu religioso auténtico.


Para él, su deseo más grande era venir a España para ayudarle al rey Alfonso VIII en la expulsión de los moros de nuestro país.


Se sintió apenado porque a su llegada, el rey y los moros habían firmado una tregua entre los beligerantes.


Se quedó aquí con la esperanza de que las hostilidades comenzaran de nuevo.


Durante este intervalo, encontró al hermano Berenguer, un miembro de la Orden Mercedaria que acaba de ser fundada por Pedro Nolasco con el único fin de rescatar a los cautivos cristianos en manos de los moros.


Y le decía el hermano:"Dios sabe cuánto durará esta tregua, señor Serapión. Vente conmigo, mientras esperamos. Nosotros también corremos peligro y nos llevamos a veces la palma del martirio"


San Pedro Nolasco los envió a los dos a Murcia.


Serapión tenía aún mucho dinero y, de hecho, consiguió rescatar a un centenar de soldados cristianos cautivos.


Luego se fueron a Argel y salvaron casi otros tantos. Cuando se quedó ya sin dinero, Berenguer tuvo que volver a España para buscar más dinero.


Serapión se quedó en Argel como rehén hasta que volviese su amigo.


Apenas se fue su amigo, el joven Serapión se echó a la calle increpando a Mahoma y predicando a Cristo. Hizo algunas conversiones. Pero el rey de Argel le condenó a muerte.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!











Esteban Teodoro Cuenot, Santo
Esteban Teodoro Cuenot, Santo

Noviembre 14

Mártir




Etimológicamente significa “coronado”. Viene de la lengua griega.


Jesús dice: “El que quiera ser grande entre vosotros, que se haga vuestro servidor”.


Fue mártir en el siglo XIX por intentar ayudar y servir a los demás.


En el mismo año en que Napoleón llegaba al poder en Francia, nacía el gran literato Víctor Hugo.

También, en este mismo año, en Bélgica, nacía el hijo de un agricultor que se convirtió en obispo de Indochina.


En su figura veía V. Hugo al hombre y obispo ideal.


Y en el obispo Esteban Teodoro Cuento – si lo hubiera tratado personalmente- habría podido adivinar la imaginación no literaria de un verdadero hijo del pueblo, ni una clase social, sino un obispo, que ya desde pequeño, dejó la escuela sin saber si podría continuar sus estudios.


La madre tuvo que hacer grandes esfuerzos y sacrificios para que estudiara teología.

Hasta vender su vestido para ayudarle a su hijo a llevar a cabo sus estudios.


Por eso, el primer gesto que hizo el neosacerdote, sin dudarlo, fue regalarle a su madre un vestido nuevo.


Fue relojero y catequista hasta que en la Rue du Bac, tomó contacto con los padres misioneros de san Vicente Paul.


En el año 1835 fue a Indochina en donde fue consagrado obispo para llevar a cabo muchas y diferentes misiones.


Logró con su apostolado intenso, buena conducta intachable, sus obras te caridad y su amor a los pobres el amor de cuantos le conocieron.

Murió a consecuencias de la persecución de Tu- Duc.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



Santos Nicolás Tavelic,

Deodato de Rodez,

Pedro de Narbona y

Esteban de Cuneo




(† 1391) sacerdotes y mártires de la Primera Orden.



Canonizados por a Pablo VI el 21 de junio de 1970.

Nicolás Tavelic (1340-1391) es el primer croata canonizado. Su figura se destaca grandemente en el ambiente de su tiempo. Nació hacia 1340 en la ciudad dálmata de Sebenic. Siendo adolescente entró en la Orden de Hermanos Menores y ya sacerdote fue enviado como misionero a Bosnia, donde se prodigó por cerca de 12 años por la conversión de los Bogomiles, patarenos balcánicos, junto con Deodato de Rodez. Hacia 1384 ambos se dirigieron a Palestina, donde se juntaron con otros dos cohermanos, Pedro de Narbona y Esteban de Cuneo. Todos cuatro entregaron su vida como mártires de Cristo.


Nicolás y los tres cohermanos, permanecieron en Jerusalén en el convento de San Salvador, en estudio y oración. Después de larga meditación, Nicolás proyectó una empresa audaz. La empresa estaba en el espíritu de San Francisco, movido por el Espíritu Santo, por el celo de la fe y por el deseo del martirio. Se trataba de anunciar públicamente en Jerusalén ante los musulmanes principales la doctrina de Cristo.


Deodato († 1391) nació en una ciudad francesa que en los textos originales latinos de la mayor parte de los autores es llamada “Ruticinium”, identificada con la actual ciudad de Rodez, sede episcopal. Todavía joven se hizo hermano menor y fue ordenado sacerdote en la Provincia franciscana de Aquitania.


En los años 1372‑1373, el vicario general Padre Bartolomé de la Verna había hecho un llamamiento para conseguir religiosos para una particular expedición misionera a Bosnia. Una bula de Gregorio XI del 22 de junio presentaba en aquel momento buenas perspectivas para el progreso en la verdadera fe de aquellas zonas devastadas por la herejía de los Bogomiles, una secta hereje de fuerte tinte maniqueo, que a los errores dogmáticos unía en sus principales representantes una rígida austeridad de vida.


A Deodato de Rodez lo encontramos en este campo de actividad, en compañía de Nicolás Tavelic. Fue a Bosnia para responder al deseo del Vicario general y del Papa Gregorio XI, en las mismas circunstancias en que fue Nicolás de Tavelic. De este encuentro entre los dos santos nace una fraternal e íntima amistad, que los sostiene por doce largos años en medio de dificultades y fatigas comparables a las de los grandes misioneros de la Iglesia. Una relación pormenorizada, la “Sibenicensis” describe esta venturosa expedición apostólica de Bosnia junto con la relación de su martirio.


Hacia 1384 ambos se trasladaron a Palestina, donde encontraron otros dos cohermanos: Pedro de Narbona y Esteban de Cuneo, con quienes compartieron las actividades apostólicas y la palma del martirio.


Pedro de Narbona, de la provincia de los Hermanos Menores de Provenza, por varios años adhirió a la reforma surgida para una mejor observancia de la regla de San Francisco, reforma iniciada en 1368 en Umbría por el Beato Paoluccio Trinci. En poco tiempo se difundió en la Umbría, las Marcas, tanto que en 1373 contaba con una decena de eremitorios. Era un movimiento de fervor que tendía a renovar la forma primitiva de la vida franciscana, especialmente en el ideal de la pobreza y en el ejercicio de la piedad. Que Pedro de Narbona haya llegado de Francia meridional a los eremitorios umbros, es indicio del fervor religioso de su espíritu y esto proyecta una luz singular sobre toda su vida precedente a su permanencia en Jerusalén.


Esteban nació en Cuneo en el Piamonte y se hizo Hermano Menor en Génova, en la provincia religiosa de la Liguria. Durante ocho años trabajó activamente en Córcega, como miembro de la vicaría franciscana corsa. Podemos decir que de este modo hizo un buen noviciado apostólico. Pasó luego como misionero a Tierra Santa, donde el 14 de noviembre de 1391 selló con el martirio la predicación evangélica. Junto con los tres compañeros, quería demostrar que el islamismo no es la verdadera religión. Cristo Hombre‑Dios, no Mahoma, era el enviado de Dios para salvar a la humanidad.




El 11 de noviembre de 1391 después de intensa preparación los cuatro misioneros realizaron su proyecto. Salieron juntos del convento llevando cada uno un papel o pliego escrito en latín y en árabe. Se dirigieron a la mezquita, pero mientras querían entrar fueron impedidos. Interrogados por los musulmanes qué querían, respondieron: “Queremos hablar con el Cadi para decirle cosas muy útiles y saludables para sus almas”. Les respondieron: “La casa del cadi no es aquí, vengan con nosotros y se la mostraremos”.


Cuando llegaron a su presencia, abrieron los papeles y los leyeron, explicándoselos y presentando con firmeza sus propias razones. Dijeron: “Señor cadi y todos ustedes aquí presentes, les pedimos que escuchen nuestras palabras y pongan mucha atención a las mismas, porque todo lo que les vamos a decir es muy provechoso para ustedes, es verdadero, justo, libre de todo engaño y muy útil para el alma de todos aquellos que quieran ponerlo en práctica”. Luego hicieron una prolongada relación que ilustraba la verdad del mensaje evangélico de Cristo, el único en quien está la salvación y demostraron la falsedad de ley de Mahoma. Se reunió una enorme turba de mahometanos, primero asombrados, luego irritados, finalmente hostiles. Nunca se habían oído ante una turba de musulmanes semejantes afirmaciones contra el Corán y contra el islamismo. Al oír este discurso pronunciado con fervor de espíritu por los cuatro Hermanos, el Cadí y todos los presentes se airaron grandemente. Comenzaron a llegar innumerables musulmanes.


El Cadi entonces dirigió la palabra a los cuatro religiosos en estos términos: “¿Esto lo han dicho ustedes en pleno conocimiento y libertad, o en un momento de exaltación fanática, sin el control de la razón como tontos o locos? ¿Han sido enviados a hacer esto por el Papa de ustedes, o por algún rey cristiano?”. A tal pregunta los religiosos respondieron: “Nosotros hemos venido aquí enviados por Dios. Por tanto si ustedes no creen en Jesucristo y no se bautizan, no tendrán la vida eterna”. Fueron condenados a muerte y el 14 de noviembre de 1391 fueron asesinados, despedazados y quemados.



Nació en 1400, en Cáccamo, Sicilia, en el seno de una familia de pobres labradores. Su madre murió en el alumbramiento. Desde entonces y durante sus 111 años de vida, estuvo plagada de hechos milagrosos.

Su padre tenía que trabajar en el campo, y se vio forzado a dejar al niño solo. Ante el llanto del pequeño, una vecina lo tomó y se lo llevó a su casa, poniéndolo en la misma habitación en donde yacía su marido paralítico, que fue instantáneamente curado. La mujer le contó al padre de Juan el milagro, pero éste, disgustado porque su vecina había tomado al niño sin su permiso, no le prestó atención, y se lo llevó a su casa. Apenas el niño dejó la casa de la vecina, le su marido se vio nuevamente atacado por la parálisis; cuando Juan retornó, el hombre recuperó el movimiento. Hasta el padre del niño tomó esto como una señal del cielo, y permitió que los vecinos lo cuidaran.


Antes de cumplirlos los diez años, Juan recitaba el Oficio Divino. A los 15, durante un viaje a Palermo, en la iglesia de Santa Zita Juan se confesó con el Beato Pedro Jeremías quien le sugirió que considerara entrar en la vida religiosa. Pese a no considerarse apto, Juan siguió su consejo, entrando en loa Orden Dominica en 1415, llevando el hábito durante 96 años, lapso de tiempo no superado hasta ahora por ningún otro miembro de la Orden.


Fundó el convento de Santa Zita en Caccamo. Faltando dinero para la construcción, mientras oraba pidiendo consejo, se le apareció un ángel que le dijo: "construye en los cimientos de lo que ya está construido". Al día siguiente, en el bosque cercano encontró la construcción abandonada de la iglesia Santa María de los Ángeles, presumiendo que ese era el lugar indicado por el Ángel, comenzó la construcción allí, durante la cual muchas dificultades fueron resueltas de forma milagrosa.



Empezamos esta breve silueta hagiográfica reparando una, no por lo generalizada menos digna de ser reparada, injusticia en la denominación del santoral español al designar a San Diego con el toponímico de Alcalá de Henares, en lugar del nombre de la villa de San Nicolás del Puerto, en la provincia de Sevilla.

Insignificante por su demografía, es la villa de San Nicolás del Puerto uno de los lugares más típicos y pintorescos de la provincia andaluza. Se halla situado al norte de la misma, en pleno complejo montañoso, con gran riqueza hidráulica, que dan a sus alrededores extensas zonas cultivadas y amplias alamedas. Su altitud y arboledas hacen del lugar un oasis en la canícula sevillana.


San Nicolás, en su insignificancia demográfica y urbanística, tiene un lugar en la historia por el mejor de los títulos que dan entrada en ella, por haber sido cuna de uno de los hombres que figuran en el santoral de la Iglesia católica. Hacia fines del siglo XIV, sin que sea posible concretar más la fecha, nació de humilde familia pueblerina el niño que había de llevar junto a su nombre en documentos reales y bulas pontificias el nombre del lugar que le vio nacer: San Diego de San Nicolás. El hecho al que hemos aludido al comienzo de estas líneas de que se le designe como San Diego de Alcalá no tiene más explicación que el haber sido la ciudad complutense su última residencia terrenal, lugar de su sepulcro hasta el presente, y que sus numerosos milagros hicieron bien pronto célebre en toda España. Pero tanto las historias primitivas del Santo como la bula de canonización expedida por Sixto V, no conocen otro lugar de referencia que San Nicolás. La tradición lugareña ha conservado ininterrumpidamente hasta el día de hoy la casa de su nacimiento. La devoción de sus paisanos, cobijados bajo su celestial patronato, respalda la designación del lugar de su nacimiento. El Santoral Hispalense, de Alonso Morgado, el más documentado elenco hagiográfico de santos sevillanos, así lo reconoce. Es, pues, de justicia devolver al humilde pueblo sevillano el mejor título de su historia, máxime cuando la ciudad complutense tiene tantos otros de rango universitario y literario que la encumbran en España.


Muy poco se sabe de sus primeros años.


La más segura de sus biografías, debida a la pluma de don Francisco Peña, abogado y promotor en Roma de la causa de canonización del Santo, y que debió, por lo mismo, poseer los mejores datos en torno a la vida de Diego, así lo reconoce. Don Cristóbal Moreno, traductor en el siglo XVI al castellano de la obra latina de Peña, también hace constar esta insuficiencia de datos sobre la niñez y primeros años de San Diego. Y hasta la Historia del glorioso San Diego de San Nicolás, escrita por el que fue guardián del convento de Santa María de Jesús, de Alcalá de Henares, donde vivió y murió el Santo, se concreta para esta época de la vida de Diego a las anteriores biografías de Peña y Moreno. La Historia de Rojo, el guardián complutense, aparecida en 1663, sesenta años después de la muerte de Moreno y a un siglo de distancia de la obra latina de Peña, no pudo ampliar con nuevos datos, como parecería lógico por haber vivido en el mismo convento de San Diego, lo que la bula y anteriores hagiógrafos nos comunican. Alonso Morgado tampoco nos enriquece el conocimiento de la niñez de Diego con aportaciones que llenen el vacío de sus primeros años.


Deseosos de que esta silueta hagiográfica responda a la más estricta seriedad documental, tanto más exigida cuanto San Diego llegó a ser un taumaturgo popular en sus tiempos y en la España de los siglos de oro, nos vamos a dedicar tan sólo a destacar dos aspectos de su vida: sus itinerarios y las características de su santidad, tal como aparecen aquéllas en la bula de canonización.


San Diego, nacido en el más pequeño lugar de la provincia de Sevilla, fue sin duda uno de los hombres de su tiempo y condición que más viajó. Podríamos trazar la línea de su constante andar con un gráfico que va de San Nicolás al cielo, pasando por Sevilla, Córdoba, las Islas Canarias, Roma y Castilla, rindiendo viaje en Alcalá de Henares, para saltar desde la gloria del sepulcro a los altares. En el polvo de sus sandalias quedaron adheridas y mezcladas tierras de innumerables caminos de España y Francia e Italia.


De San Nicolás pasa a un lugar cercano a la villa para ponerse bajo la dirección espiritual de un santo sacerdote ermitaño, el primero que cultiva sus ansias generosas de total entrega de servicio a Dios. De allí, confirmada su voluntad de consagración al Señor, se traslada a Arrizafa, cerca de Córdoba, en cuyo convento profesa como fraile lego en los Menores de la observancia franciscana. Desde este lugar comienza su itinerario limosnero y misional por incontables pueblos de Córdoba, Sevilla y Cádiz, dejando detrás de su paso una estela de caridad y milagros que aún pervive en las tradiciones lugareñas de no pocos de esos pueblos.


Pero el humilde fraile de «tierra adentro» había de enfrentarse, en su constante caminar, con las rutas del «mar océano», empresa en aquellos tiempos ni corta ni común. Las Islas Canarias, especialmente Fuerteventura, son ahora la meta de su itinerario misionero en calidad de guardián, para lo que fue designado hacia el año 1449. Su paso por las Islas Afortunadas quedó también marcado por obras maravillosas de apostolado y de caridad. Vuelto a la Península hacia el año 1450, en ocasión del jubileo universal proclamado por la santidad de Nicolás V, su piedad mueve sus pies camino de Roma para lucrar las gracias de aquel jubileo. Después de varios meses de peregrinar llega a la Ciudad Eterna al tiempo de la canonización de San Bernardino de Sena, cuyo acontecimiento, al congregar en Roma varios miles de religiosos franciscanos, había de ofrecer otra oportunidad a su celo y caridad ardiente con motivo de una epidemia habida entre los peregrinos llegados de varias partes. Fue el convento de Santa María de Araceli el lugar de su residencia durante tres meses.


Vuelve a España. Y después de un tiempo en el convento castellano de Nuestra Señora de Salceda, llega en su última etapa terrenal a Alcalá de Henares, en cuyo convento de Santa María de Jesús había de vivir los últimos años de su vida mortal para nacer a la gloria y a la santidad de los altares.


Esta breve consignación geográfica de sus itinerarios en aquellos tiempos, y en un humilde hijo pueblerino y religioso lego, es más que suficiente para poner de relieve su destacada personalidad, cuya base estribaba tan sólo en su santidad misionera y caritativa.


Si hubiésemos de sintetizar la fisonomía de su espiritualidad, dentro siempre del estilo franciscano de su vida, no dudaríamos en destacar la obediencia hasta el milagro, la sencillez y servicialidad sin límites, la caridad heroica para con todos, como las virtudes que le encumbraron a la santidad y que le hicieron famoso y hasta popular en vida y después de su muerte. El humilde lego que hacía salir a su paso a todos para verle y acogerse a su valimiento delante de Dios mientras vivía, había de congregar junto a su sepulcro a los grandes de la tierra después de muerto. Cardenales y prelados de la Iglesia, reyes y príncipes, hombres y mujeres del pueblo habían de ir, sin distinción de clases, al humilde religioso franciscano. Enrique IV de Castilla, primero; cardenales de Toledo, príncipes de España, el mismo Felipe II después, acudieron junto a su tumba, llevados por el mismo sentimiento de confianza en su santidad milagrosa, o hicieron llevar sus restos sagrados hasta las cámaras regias, como en el caso del príncipe Carlos, hijo del Rey Prudente, a fin de impetrar de Dios, por su mediación, la curación y el milagro. Nada menos que el propio Lope de Vega había de inmortalizar en una de sus comedias en verso el milagro del príncipe Carlos, que había de cantar, en la poesía del Fénix de nuestros Ingenios, el pueblo todo de España.


Nadie con más autoridad que Sixto V puede resumirnos las características de la santidad de Diego. «El Todopoderoso Dios –dice en la bula de canonización–, en el siglo pasado, muy vecino y cercano a la memoria de los nuestros, de la humilde familia de los frailes menores, eligió al humilde y bienaventurado Diego, nacido en España, no excelente en doctrina, sino “idiota” y en la santa religión por su profesión lego..., mostrándole claramente que lo que es menos sabio de Dios, es más sabio que todos los hombres, y lo más enfermo y flaco, más fuerte que todos los hombres... Dios, que hace solo grandes maravillas, a este su siervo pequeñito y abandonado, con sus celestiales dones de tal manera adornó y con tanto fuego del espíritu Santo le encendió, dándole su mano para hacer tales y tantas señales y prodigios así en vida como después de muerto, que no sólo esclareció con ellos los reinos de España, sino aun los extraños, por donde su nombre es divulgado con grande honra y gloria suya... Determinamos y decretamos –continúa la bula– que el bienaventurado fray Diego de San Nicolás, de la provincia de la Andalucía española, debe ser inscrito en el número y catálogo de los santos confesores, como por la presente declaramos y escribimos; y mandamos que de todos sea honrado, venerado y tenido por santo...»


Lo humilde y pobre del mundo fue escogido por Dios para maravilla de los grandes y poderosos de la tierra. En Diego se cumplió una vez más de modo esplendente el milagro de la gracia.


Así se consumaron las etapas del itinerario de San Diego de San Nicolás, quien entró en la inmortalidad bienaventurada el 13 de noviembre de 1463 en Alcalá, y en la gloria de los altares en julio de 1588, bajo el pontificado de Sixto V, culminando el proceso introducido por Pío IV en tiempos de Felipe II.


No queremos cerrar esta silueta sin consignar aquí un deseo y una aspiración de todos sus paisanos, y que será la última etapa de sus itinerarios y hasta una solución a la soledad en que hoy se halla su sepulcro. La etapa, triunfal y definitiva, de Alcalá, donde hoy reposa, a San Nicolás, la villa que le vio nacer, y en la que la devoción popular al santo Patrono y paisano espera tenerle lo más cerca posible, no sólo para honrarle como su santidad y gloria merecen, sino incluso para conseguir por su mediación valiosa la completa y plena restauración de la vida cristiana de un pueblo pequeño y humilde, pero que conserva la fe en su Santo, al que lleva siglos esperando.











Christian, Santo
Christian, Santo

Noviembre 13




Etimológicamente significa “creyente, cristiano”. Viene de la lengua latina.


Cuando la persona comprende que Dios la ama, y que la ama hasta en los momentos más deplorables, se vuelve más atenta a los demás. Todo el arte de la existencia consiste en vivir el amor de Dios reflejado en la gloria de todo se humano.


El joven Christian, acompañado de sus amigos Benito, Isaac, Santiago y Mateo, llevaban en sus corazones las ilusiones de todo buen creyente: trabajar por la conversión de su país al cristianismo.


Llegaron de Italia hasta Polonia y, no teniendo sitio en donde cobijarse, se establecieron en el bosque de Kazimeierz, al sur de Gniezno.


Pertenecían todos a la orden de los camaldulenses. El apóstol siente en sus venas el gozo de llevar la Buena Noticia del Evangelio a todos los rincones del universo.


Sin embargo, hay personas que no solamente persiguen a los hombres de paz, sino que los persiguen y acaban con ellos.


Una noche, la del 11 de noviembre del año 1003, mientras dormían en su cama, fueron unos bandidos a hurtadillas a matarlos.


¿Cuál era la razón de semejante acto de barbarie?

Los banda de criminales creía, que los chicos que habían llegado de Italia, llevaban consigo un tesoro inapreciable.


La única forma de tenerlo – se decían – es matarlos.


Al día siguiente, los habitantes del lugar los encontraron muertos. Y como buena gente, les dieron sepultura. Y entre los creyentes corrió en seguida la voz de que habían muerto como mártires.


Christian era el cocinero del grupo, y era polaco. Al encontrarlo algo apartado de los otros, lo enterraron en el claustro de la iglesia.

Hoy es uno de los patronos de la nación polaca.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!




Una tierra... una familia

"Existía una vez y sigue existiendo todavía, con una imagen nueva, un pueblo llamado Pozzaglia, en las colinas de Sabina... y había una casa bendecida, nido lleno de voces infantiles, entre las cuales la de Oliva, llamada más tarde Livia, y quien se llamará en la Vida Religiosa hermana Agustina... ".

La vida muy breve de la hermana Agustina, empieza y se desarrolla así: "simple, límpida, pura, amante... pero al final... dolorosa y trágica... o mejor... simbólica". Vida que inspiró a Pablo VI, el Papa que la Beatificó, palabras de extraodinaria poesía, para narrar el transcurso de su vida.


27 de marzo de 1864. Es en el pequeño pueblo de Pozzaglia a 800 metros de altitud en la linda zona geográfica que se extiende entre Rieti, Orvinio, Tivoli donde nace y es bautizada Livia; ¡la segunda de once hermanos! Sus padres, Francisco Pietrantoni y Catalina Costantini, pequeños agricultores trabajan sus tierras y otras alquiladas. La infancia y la juventud de Livia respiran los valores de la famiglia honesta, trabajadora, religiosa y en la casa bendecida "todos estaban pendientes de hacer el bien y de rezar a menudo...". Este período está marcado todo por la sabiduría del abuelo Domingo un verdadero ícono patriarcal.


A los 4 años, Livia recibe el sacramento de la Confirmación y alrededor de 1876 hace su Primera Comunión, con un conocimiento ciertamente extraordinario si la juzgamos por lo que fue su posterior vida de oración, generosidad y donación. Muy pronto, en la gran famiglia, donde todos parecían tener derecho a su tiempo y a su ayuda, aprende de su mamá Catalina las atenciones y los gestos maternales que emplea con dulzura a la vista de sus numerosos pequeños hermanos. Trabaja en los campos y cuida los animales, no conoce ni los juegos ni el colegio, al que ella va de una forma muy irregular, pero del que consigue obtener un provecho extraordinario, hasta el punto de merecer de sus compañeras el título de "profesora".


Trabajo... orgullo


A los 7 años y con otros niños empieza a trabajar, transportando miles de baldes de piedra y arena para la construcción de la ruta que va de Orvinio a Poggio Moiano. A los doce años, se va con otras jóvenes jornaleras que se dirigen a Tivoli, durante los meses del invierno para la recolección de aceitunas. Precozmente sabia. Livia asume la responsabilidad moral y religiosa de sus jóvenes compañeras, las sostiene en ese rudo trabajo, lejos de la familia y se enfrenta con fuerza y coraje a los "jefes" arrogantes y sin escrúpulos.


Vocación y desprendimiento


Livia es una joven agradable por su sabiduría, su sentido de ayuda al prójimo, su generosidad, su belleza... y varios jóvenes en el pueblo tienen puestos los ojos en ella. Sus miradas de admiración no pasan desapercibidas a su mamá Catalina que sueña con un buen partido para su hija. Pero, ¿qué piensa Livia? ¿Qué secreto guarda? ¿Por qué no elije? ¿ Por qué no se decide? "Livia... extremadamente audaz por la voz que le habla interiormente, la voz de su vocación, cede: Cristo será su amor, Cristo, su Esposo". Su búsqueda se orienta hacia una vida de sacrificio; a quién, en su familia o en el pueblo, quiere hacerla cambiar de opinión, definiéndola como un escape de la fatiga, Livia responde "quiero elegir una Congregación donde haya trabajo para el día y la noche" y todos están seguros de la autenticidad de estas palabras. En un primer viaje a Roma, acompañada por su tío Fray Mateo, vive una desilusión dolorosa: han rechazado acogerla.


Algunos meses después, por tanto, la Superiora General de las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret, Madre Josefina Boquien, le hace saber que la espera en la Casa General, calle Santa María in Cosmedin. Livia comprende que esta vez el adiós es definitivo. Con emoción, se despide de todos los habitantes del pueblo, de todos los rincones de su pueblo, sus lugares de oración: la Parroquia, la Virgen de la Rifolta; abraza a sus familiares, recibe de rodillas la benedición del abuelo Domingo, "besa la puerta de su casa, hace el signo de la Cruz y se va corriendo".


Formación y servicio


23 marzo de 1886. Livia tenía 22 años, cuando se fue a Roma, vía S. Maria in Cosmedin. Algunos meses de postulantado y de noviciado son sufficientes para mostrar que la joven tiene la pasta de una hermana de la Caridad, es decir de una "sierva de los pobres" según la tradición de S. Vicente de Paúl y de Santa Juana Antida. Livia, in efecto, lleva al convento un potencial humano heredado de su familia particularmente sólido y que ofrece garantía. En ella la mujer y la religiosa están en perfecta armonía. Cuando toma el hábito religioso y se le da el nombre de hermana Agustina tiene el presentimiento que será ella quien encarne una santa con ese nombre: efectivamente no conoce ninguna santa Agustina.


Enviada al hospital Espíritu Santo, que tiene 700 años de gloriosa historia y definido como "el gimnasio de la caridad cristiana", tras las huellas de los santos que la han precedido, entre los cuales se encuentran Carlos Borromeo, José de Calasanz, Juán Bosco, Camilo de Lelis... la hermana Agustina aporta su contribución personal y en este lugar de sufrimiento expresa su caridad hasta el heroísmo.


Silencio, oración y bondad


El ambiente del hospital es hostil a la religión. La cuestión romana envenena los espíritus; los Padres Capuchinos son expulsados, se prohíbe el crucifijo y cualquier otro signo religioso. Quisieran también alejar a las Hermanas, pero tienen miedo de la reacción de la gente: les hacen la vida "imposible" y se les prohibe hablar de Dios; pero la hermana Agustina no tiene necesidad de su boca para "proclamar a Dios" y ninguna mordaza puede impedirle anunciar el Evangelio. Primero en el cuidado de los niños, y después de haberse contagiado mortalmente, de lo cual se recupera milagrosamente, en el cuidado de los tuberculosos, servicio de desesperación y de muerte, expresa siempre una devoción total y una atención extraordinaria a cada enfermo, sobre todo a los más difíciles, violentos y obscenos, como "Romanelli".


En secreto, en el pequeño rincón oculto donde ha encontrado un sitio para que la Virgen María siga en el hospital, ella le confía a sus enfermos y le promete vigilias más numerosas, sacrificios más grandes, para obtener la gracia de la conversión de los más obstinados. ¿Cuántas veces le ha presentado a José Romanelli? Es el peor de todos, el más vulgar y el más insolente sobre todo con la hermana Agustina, quien multiplica las atenciones con él y que con gran bondad, acoge a su madre ciega cuando viene a visitarlo. De él se puede esperar cualquier cosa, todos están hartos.


Cuando después de su enésima bravuconería hacia las mujeres en la lavandería, el Director lo expulsa del hospital, su rabia busca una víctima y la pobre Agustina es la elegida. "¡Te mataré con mis propias manos!", "¡Hermana Agustina, no tienes más de un mes de vida!", son las amenazas que le hace llegar varias veces por medio de cartas.


Romanelli no bromea, en efecto, y la hermana Agustina tampoco, no pone límites a su generosidad por el Señor... Está dispuesta a pagar con su propia vida el precio del amor, sin escapar, sin acusar. Cuando Romanelli la sorprende y la golpea cruelmente sin que ella pueda escapar, el 13 de noviembre de 1894, de sus labios no salen más que las invocaciones a la Virgen y las palabras de perdón.



San Homobono, confesor, en Cremona, fue sastre y mercader de telas; al cual habiendo resplandecido en milagros, canonizó Inocencio III.

La extraordinaria figura de san Homobono, comerciante de telas, esposo y padre de familia, que se convirtió al misterio de la cruz y fue "padre de los pobres" y artífice de reconciliación y paz, cobra un valor ejemplar como llamada a la conversión. Su ejemplo muestra que la santificación no es vocación reservada a algunos, sino que se propone a todos.


Es el primer fiel laico, y el único que, sin pertenecer a la nobleza o a familias reales o principescas, fue canonizado en la Edad Media.


«Padre de los pobres», «consolador de los afligidos», «asiduo en las continuas oraciones», «hombre de paz y pacificador », «hombre bueno de nombre y de hecho», este santo, como afirmó el Papa Inocencio III en la bula de canonización Quia pietas, sigue siendo aún hoy un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da fruto en nuestro tiempo.


No sólo porque la santidad es una sola, sino también por las características de la vida y de las obras con que este fiel laico vivió la perfección evangélica. Responden de modo singular a las exigencias actuales y confieren a la celebración jubilar un profundo sentido de «contemporaneidad».


Los testimonios unánimes de la época definen a Homobono «pater pauperum», padre de los pobres. Esta definición, que se ha mantenido en la historia de Cremona, resume en cierto modo las dimensiones de la elevada espiritualidad y de la extraordinaria aventura del comerciante. Desde el momento de su conversión a la radicalidad del Evangelio, Homobono llega a ser artífice y apóstol de caridad. Transforma su casa en casa de acogida. Se dedica a la sepultura de los muertos abandonados. Abre su corazón y su bolsa a todos los necesitados. Se dedica con todo su empeño a dirimir las controversias que, en la ciudad, dividen a grupos y familias. Lleva a cabo con generosidad las obras de misericordia espirituales y corporales y, a la vez, con el mismo fervor con que participa diariamente en la Eucaristía y se dedica a la oración, protege la integridad de la fe católica frente a infiltraciones heréticas.


Recorriendo el camino de las bienaventuranzas evangélicas, durante la época del municipio, en la que el dinero y el mercado tienden a constituir el centro de la vida ciudadana, Homobono conjuga justicia y caridad y hace de la limosna el signo de comunión, con la espontaneidad con que, gracias a la asidua contemplación del Crucificado, aprende a testimoniar el valor de la vida como don.


Fiel a estas opciones evangélicas, afronta y supera los obstáculos que se le presentan en su ambiente familiar, ya que su esposa no comparte sus opciones; en el parroquial, que ve con cierta sospecha su austeridad; e incluso en el ámbito del trabajo, por la competencia y la mala fe de algunos, que tratan de engañar al honrado comerciante.


Así, surge la imagen de Homobono trabajador, que vende y compra telas y, mientras vive el dinamismo de un mercado que se extiende por ciudades italianas y europeas, confiere dignidad espiritual a su trabajo: una espiritualidad que es la impronta de toda su laboriosidad.


En su experiencia se funden las diversas dimensiones. En cada una encuentra el «lugar» adecuado para desarrollar su aspiración a la santidad: en el núcleo familiar, como esposo y padre ejemplar; en la comunidad parroquial, como fiel que vive la liturgia y participa asiduamente en la catequesis, unido profundamente al ministerio del sacerdote; en el ámbito de la ciudad, donde irradia la fascinación de la bondad y de la paz.


Una vida tan rica en méritos no podía menos de dejar una huella profunda en la memoria. En efecto, es admirable la perseverancia que ha tenido Cremona en el afecto y en el culto a este singular ciudadano suyo, que surgió precisamente del sector popular.


Es significativo el hecho de que, en 1592, la iglesia catedral fuera dedicada simultáneamente a él y a la Asunción de la Virgen María. Y es igualmente significativo que, en 1643, fuera elegido patrono de la ciudad por los miembros del Concejo, en medio del júbilo, «la inmensa alegría» y las «lágrimas de devoción» del pueblo. Un santo laico, elegido como patrono por los mismos laicos.


No ha de sorprender que el culto de san Homobono se haya difundido en muchas diócesis italianas y más allá de las fronteras nacionales. Homobono es un santo que habla a los corazones. Es hermoso constatar que los corazones sienten su amable fascinación. Lo demuestra la incesante peregrinación de fieles ante sus restos mortales, sobre todo, no exclusivamente, el día de su fiesta litúrgica, y la intensa devoción que le profesa la población, recordando las gracias recibidas y confiando en la intercesión del amado «comerciante celestial».


Se trata de un fiel laico que, como laico, alcanzó el don de la santidad. Su historia tiene un valor ejemplar como llamada a la conversión sin restricciones de ningún tipo y, por tanto, a la santificación, que no está reservada a unos cuantos, sino que se propone a todos indistintamente.


Murió en el templo durante la celebración de una misa. Cuando el sacerdote entonaba el Gloria Patri, tendió Homobono sus manos hacia el altar y cayó muerto con los brazos en cruz, ante el crucifijo. Su fama de santidad era tal que unos meses más tarde se esculpía su estatua para la fachada de la iglesia de San Homobono de Cremona, y dos años después de morir fue canonizado.



Nacida en desamor

Nace María Scrilli el 15 de mayo de 1825 en Montevarchi, ciudad del Gran Ducado de Toscana. Era la segunda niña que nacía en el hogar de los Scrilli-Checcucci; se esperaba fuera un varón y la desilusión fue grande. “Aquella misma mañana de domingo y muy temprano…a las pocas horas de haber nacido, fue llevada a la pila bautismal de forma privada con gran disgusto de mis padres por haber tenido una segunda hija”, cuenta ella misma. “Hasta la edad de cuatro años o poco más, me sentía rechazada por mi misma madre, razón por la cual caía en una profunda tristeza y era propensa al llanto; no siéndole de mucho agrado, procuraba alejarme de ella lo más que podía”. (El drama infantil estaba servido). Y continúa escribiendo: «Cuando apenas fui capaz de comprender el desamor que me tenía mi madre no tengo palabras para poder expresar la magnitud de esa espina que atravesaba mi corazón. Mi tormento no era causado por la envidia de ver a mi hermana tan delicadamente querida por mis padres, sino porque en el fondo también yo sentía la necesidad de verme amada».

Terribles palabras de esta muchacha que descifrarán en parte la vida y la obra de esta singular mujer. Sin embargo, lo que pudo haber sido un verdadero trauma para la chiquilla le sirvió para ir modelando su carácter sin guardar ninguna acritud; afortunadamente supo comprender a tiempo que la envidia es la que corroe el corazón y no el vacío por la ausencia del amor; a colmar esas ansias va a dedicar María Teresa toda su vida sin amargura, sin tan siquiera un mínimo resentimiento para con su propia madre. En María la Virgen encontrará la solución a su íntimo problema de afectividad: Ella será su auténtica Madre, la del Cielo, ya que teniéndola no la tenía en la tierra; una tiernísima devoción mariana brotará con fuerza y modelará aquel corazón hecho para entregarse a cuantos eran víctimas del desamor, a semejanza de María.


A los 21 años ingresa en Santa María de los Ángeles en Florencia, el monasterio de Sta. María Magdalena de Pazzis, pero no prospera en su propósito. De aquella experiencia carmelitana adquiere unos sólidos fundamentos, base de toda su espiritualidad para el futuro; en su diario escribe, por ejemplo: “Pureza, pureza de intención. Buscar en todo complacer a Dios, hacer bien a los demás (esto también en Dios), y la abnegación de uno mismo. Todo basta para hacer un santo”. La pureza de intención y el amor propio fueron los ejes centrales de la espiritualidad de la santa florentina. Este principio no es solamente una feliz coincidencia. Del Carmelo de Florencia sale con una clara decisión: será contemplativa, pero «contemplativa en acción». Y lo conseguirá, perdiéndose.


Por la cultura y la dignidad humana

Y es que desde 1849 aquella región toscana vive un virulento anticlericalismo originado por el liberalismo más radical entonces de moda; aquella sociedad yace bajo un ínfimo nivel de analfabetismo y de miseria, factores que de ordinario suelen ir juntos. María Scrilli piensa qué puede hacer para remediarlo y, consciente de que la incultura e ignorancia degrada especialmente a la mujer, comienza a impartir enseñanza en su propia casa de Montevarchi a un grupo de niñas que encontraba por la calle. “En 1849 el número de mis pequeñas alumnas había llegado a doce; las tenía gratuitamente, pero ellas correspondían con tantas demostraciones de agradecimiento, que no tenía más remedio que corresponderlas”, escribe. Pronto se le unen a esta labor otras compañeras. “Éramos Edvige Sacconi, Ersilia Betti, Teresa del Bigio y yo…Escribí algunas normas que nos regularan, pero regularmente lo hacía de palabra”. En 1854 nace el Pío Instituto de Pobres Hermanitas del Corazón de María aprobado por el obispo de Fiésole. En agosto de 1857, estando en el monasterio de Sta. María Magdalena de Pazzis, Pío IX la bendice: “…y puso su mano sobre mi cabeza, mientras que yo me incliné y le besé los pies”, escribe, interpretando aquel gesto como un signo aprobatorio.


En junio de 1859 las tropas piamontesas entran en Montevarchi y ocupan el convento de las religiosas y por un decreto del 30 de noviembre el Instituto es suprimido; toda la obra de M. Scrilli se viene abajo y las monjas han de marchar a casa secularizadas. María Teresa se refugia en Florencia desde donde trata de reconstruir su instituto, hasta que en 1878 el arzobispo Eugenio Cecconi les concede recomponer la comunidad, quedando restablecido en 1892. “El Instituto, sin duda, según el diseño de Dios, debía fundarse con lagrimas, con dolor y con los combates de la fundadora”. Algunas Hermanas abandonan la casa, otras fallecen y ninguna otra ingresa. La mejor colaboradora, Clementina Mosca, se marcha con las dominicas de clausura. Todo el proyecto de la Scrilli se derrumba. Pero su ánimo no decae. Sabe muy bien que si aquello es obra de Dios y María su Madre lo quiere, la obra saldrá adelante; es consciente de que ella, como grano de trigo, debe morir y desaparecer para que una nueva vida surja.


Y así acontece. María Teresa se ofrece como víctima por aquella obra de la Iglesia. Cae gravemente enferma y muere en el mayor de los desamparos; el panorama congregacional era desolador: una Hermana anciana, otra enferma prácticamente paralítica y una novicia. Era el 14 de noviembre de 1889. Tras la muerte de María Teresa se presagia la total extinción. Todo ha terminado. Pero, el grano de trigo no cae en tierra y muere… (Jn 12, 24). Y se produce el milagro. He aquí que inesperadamente vuelve Clementina Mosca (1862-1934), «el ángel enviado por Dios»; adopta el nombre de María de Jesús y recoge el precioso legado de María Teresa. «Bajo el dinámico liderazgo de esta segunda fundadora el Instituto cobró nueva vida, creció en miembros y multiplicó las fundaciones, ampliando el arco de la acción apostólica: enseñanza, cuidado de enfermos y otros trabajos de caridad. Elaboró Constituciones y logró que su congregación fuese reconocida de derecho diocesano por el Cardenal Mistrangelo en 1929; el mismo año el prior general Elías Magennis las afilió a la Orden ya con el definitivo nombre de Instituto de Nuestra Señora del Monte Carmelo.


Fue beatificada el 8 de octubre de 2006.



Nos encontramos hoy con el Bartolomé, nacido en Rossano (Calabria, Italia) en el año 980 y muerto en 1055.

Provenía de una familia de Constantinopla. Le pusieron por nombre Basilio.


Desde pequeño tuvo una inclinación muy marcada por el estado religioso. Le encomendaron su educación a los monjes d un monasterio. Al poco tiempo de hacer sus votos, lo enviaron a Monte Casino. El abad de entonces era Nilo.


Los dos juntos se fueron a Roma para ver a Papa Gregorio V, y ver la forma de solucionar los enfrentamientos a que dio lugar el autoproclamado papa Juan XVI.


Al poco tiempo murió Nilo. Le sucedió Bartolomé. En seguida mandó construir una iglesia a la Virgen; estuvo en el concilio lateranense del 1044, en el que demostró sus dotes diplomáticas aplacando las rencillas entre el duque Adenolfo y el príncipe de Salerno.


Entabló una gran amistad con los Papas Benedicto VIII y IX, logrando que Benedicto IX abdicara y se fuera al monasterio.


Bartolomé murió en el año 1055.


Fue una persona muy inteligente. Escribió un excelente libro titulado “Tipicón”, que es un código litúrgico-disciplinar para regir los monasterios. Y junto a esta obra hay que citar también la magnífica biografía de su amigo san Nilo.


Pío XII, en el noveno centenario de su muerte, lo llamó “luminaria de la Iglesia y ornamento de la sede apostólica”.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



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