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Martirologio Romano: Memoria de santo Domingo, presbítero, que siendo canónigo de Osma se hizo humilde ministro de la predicación en los países agitados por la herejía albigense y vivió en voluntaria pobreza, hablando siempre con Dios o acerca de Dios. Deseoso de una nueva forma de propagar la fe, fundó la Orden de Predicadores, para renovar en la Iglesia la manera apostólica de vida, mandando a sus hermanos que se entregaran al servicio del prójimo con la oración, el estudio y el ministerio de la Palabra. Su muerte tuvo lugar en Bolonia, el día seis de agosto (1221).

Etimología: Domingo = del Señor. Viene de la lengua latina.


Los Padres Dominicos están hoy de fiesta. Santo Domingo de Guzmán los fundó en el siglo XIII. Durante tantos años han hecho y siguen haciendo un gran bien a la Iglesia en todo el mundo.


El fundador de los Padres Dominicos, que son ahora 6,800 en 680 casas en el mundo, nació en Caleruega, España, en 1171. Su madre, Juana de Aza, era una mujer admirable en virtudes y ha sido declarada Beata. Lo educó en la más estricta formación religiosa.


A los 14 años se fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia en cuya casa trabajaba y estudiaba. La gente decía que en edad era un jovencito pero que en seriedad parecía un anciano. Su goce especial era leer libros religiosos, y hacer caridad a los pobres.


Por aquel tiempo vino por la región una gran hambre y las gentes suplicaban alguna ayuda para sobrevivir. Domingo repartió en su casa todo lo que tenía y hasta el mobiliario. Luego, cuando ya no le quedaba nada más con qué ayudar a los hambrientos, vendió lo que más amaba y apreciaba, sus libros (que en ese tiempo eran copiados a mano y costosísimos y muy difíciles de conseguir) y con el precio de la venta ayudó a los menesterosos. A quienes lo criticaban por este desprendimiento, les decía: "No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos".


En un viaje que hizo, acompañando a su obispo por el sur de Francia, se dio cuenta de que los herejes habían invadido regiones enteras y estaban haciendo un gran mal a las almas. Y el método que los misioneros católicos estaban empleando era totalmente inadecuado. Los predicadores llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes y secretarios, y se hospedaban en los mejores hoteles, y su vida no era ciertamente un modelo de la mejor santidad. Y así de esa manera las conversiones de herejes que conseguían, eran mínimas. Domingo se propuso un modo de misionar totalmente diferente.


Vio que a las gentes les impresionaba que el misionero fuera pobre como el pueblo. Que viviera una vida de verdadero buen ejemplo en todo. Y que se dedicara con todas sus energías a enseñarles la verdadera religión. Se consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total pobreza, y con una santidad de conducta impresionante, empezaron a evangelizar con grandes éxitos apostólicos.


Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la penitencia, y muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en religión. Cuando algunos católicos trataron de acabar con los herejes por medio de las armas, o de atemorizarlos para que se convirtieran, les dijo: "Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes se van a c_onMover y a volver mejores por que nos ven muy elegantemente vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los corazones".


Domingo llevaba ya diez años predicando al sur de Francia y convirtiendo herejes y enfervorizando católicos, y a su alrededor había reunido un grupo de predicadores que él mismo había ido organizando e instruyendo de la mejor manera posible. Entonces pensó en formar con ellos una comunidad de religiosos, y acompañado de su obispo consultó al Sumo Pontífice Inocencio III.


Al principio el Pontífice estaba dudoso de si conceder o no el permiso para fundar la nueva comunidad religiosa. Pero dicen que en un sueño vio que el edificio de la Iglesia estaba ladeándose y con peligro de venirse abajo y que llegaban dos hombres, Santo Domingo y San Francisco, y le ponían el hombro y lo volvían a levantar. Después de esa visión ya el Papa no tuvo dudas en que sí debía aprobar las ideas de nuestro santo.


Y cuentan las antiguas tradiciones que Santo Domingo vio en sueños que la ira de Dios iba a enviar castigos sobre el mundo, pero que la Virgen Santísima señalaba a dos hombres que con sus obras iban a interceder ante Dios y lo calmaban. El uno era Domingo y el otro era un desconocido, vestido casi como un pordiosero. Y al día siguiente estando orando en el templo vio llegar al que vestía como un mendigo, y era nada menos que San Francisco de Asís. Nuestro santo lo abrazó y le dijo: "Los dos tenemos que trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de Dios". Y desde hace siglos ha existido la bella costumbre de que cada año, el día de la fiesta de San Francisco, los Padres dominicos van a los conventos de los franciscanos y celebran con ellos muy fraternalmente la fiesta, y el día de la fiesta de Santo Domingo, los padres franciscanos van a los conventos de los dominicos y hacen juntos una alegre celebración de buenos hermanos.


En agosto de 1216 fundó Santo Domingo su Comunidad de predicadores, con 16 compañeros que lo querían y le obedecían como al mejor de los padres. Ocho eran franceses, siete españoles y uno inglés. Los preparó de la mejor manera que le fue posible y los envió a predicar, y la nueva comunidad tuvo una bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya los conventos de los dominicos eran más de setenta, y se hicieron famosos en las grandes universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia.


El gran fundador le dio a sus religiosos unas normas que les han hecho un bien inmenso por muchos siglos. Por ejemplo estas:


Primero contemplar, y después enseñar. O sea: antes dedicar mucho tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, y después sí dedicarse a predicar con todo el entusiasmo posible.

Predicar siempre y en todas partes. Santo Domingo quiere que el oficio principalísimo de sus religiosos sea predicar, catequizar, tratar de propagar las enseñanzas católicas por todos los medios posibles. Y él mismo daba el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba la mayor parte de su tiempo en predicar y enseñar catecismo.


La experiencia le había demostrado que las almas se ganan con la caridad. Por eso todos los días pedía a Nuestro Señor la gracia de crecer en el amor hacia Dios y en la caridad hacia los demás y tener un gran deseo de salvar almas. Esto mismo recomendaba a sus discípulos que pidieran a Dios constantemente.


Los santos han dominado su cuerpo con unas mortificaciones que en muchos casos son más para admirar que para imitar. Recordemos algunas de las que hacía este hombre de Dios.


Cada año hacía varias cuaresmas, o sea, pasaba varias temporadas de a 40 días ayunando a pan y agua.


Siempre dormía sobre duras tablas. Caminaba descalzo por caminos irisados de piedras y por senderos cubiertos de nieve. No se colocaba nada en la cabeza ni para defenderse del sol, ni para guarecerse contra los aguaceros. Soportaba los más terribles insultos sin responder ni una sola palabra. Cuando llegaban de un viaje empapados por los terribles aguaceros mientras los demás se iban junto al fuego a calentarse un poco, el santo se iba al templo a rezar. Un día en que por venganza los enemigos los hicieron caminar descalzos por un camino con demasiadas piedrecitas afiladas, el santo exclamaba: "la próxima predicación tendrá grandes frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos". Y así sucedió en verdad. Sufría de muchas enfermedades, pero sin embargo seguía predicando y enseñando catecismo sin cansarse ni demostrar desánimo.


Era el hombre de la alegría, y del buen humor. La gente lo veía siempre con rostro alegre, gozoso y amable. Sus compañeros decían: "De día nadie más comunicativo y alegre. De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación". Pasaba noches enteras en oración.


Era de pocas palabras cuando se hablaba de temas mundanos, pero cuando había que hablar de Nuestro Señor y de temas religiosos entonces sí que charlaba con verdadero entusiasmo.


Sus libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo. Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y prácticamente se los sabía de memoria. A sus discípulos les recomendaba que no pasaran ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o del Antiguo.


Los que trataron con él afirmaban que estaban seguros de que este santo conservó siempre la inocencia bautismal y que no cometió jamás un pecado grave.


Totalmente desgastado de tanto trabajar y sacrificarse por el Reino de Dios a principios de agosto del año 1221 se sintió falto de fuerzas, estando en Bolonia, la ciudad donde había vivido sus últimos años. Tuvieron que prestarle un colchón porque no tenía. Y el 6 de agosto de 1221, mientras le rezaban las oraciones por los agonizantes cuando le decían: "Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte", dijo: "¡Qué hermoso, qué hermoso!" y expiró.


A los 13 años de haber muerto, el Sumo Pontífice



Gregorio IX lo declaró santo y exclamó al proclamar el decreto de su canonización: "De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo".

¡Felicidades a quienes lleven este nombre y a los Dominicos y Dominicas!


“Hay silencios que hieren, pero hay palabras que curan”.



Martirologio Romano: En Sydney, en Australia, Santa María de la Cruz (María Elena) Mac- Killop, virgen, que fundó la Congregación de las Hermanas de San José y del Sagrado Corazón, y la dirigió entre múltiples fatigas y vejaciones. ( 1909)

Fecha de canonización: 17 de octubre de 2010, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.




María Helena MacKillop nació en Fizroy, Melbourne (Australia), el 15 de enero de 1842.


Fue bautizada seis semanas después. Su padre, Alejandro, había estudiado en Roma para el sacerdocio pero, a la edad de 29, justamente antes de la ordenación dejó los estudios y decidió emigrar a Australia. Llegó a Sydney en 1838. Su madre, Flora MacDonald, dejó Escocia y llegó a Melbourne en 1840.


Ellos se casaron en Melbourne el 14 de julio de y durante su matrimonio tuvieron ocho hijos: María Helena (1842-1909), Margaret (Maggie) 1843-1872, John 1845-1867, Annie 1848-1929, Lexie (Alexandrina) 1850-1882, Donald 1853-1925, Alick que murió con tan sólo 11 meses de edad y Peter 1857-1878.


Donald se haría sacerdote Jesuíta y trabajaría entre los aborigenes en el territorio norteño, y Lexie se hizo monja.


María, la mayor de los niños, fue educada por su padre y en escuelas privadas. Ella recibió su Primera Comunión el 15 de agosto de 1850 con tan sólo 9 años. En febrero de 1851 Alejandro MacKillop hipotecó su granja y sus herramientas de trabajo y sustento para realizar un viaje a Escocia, mismo que duró unos 17 meses. A lo largo de su vida él fue un padre y marido amoroso, pero lo suyo no era el campo por lo que nunca fue capaz de hacer progesar su granja. Durante muchas oportunidades la familia debió sobrevivir con los pequeños ingreos que los niños podían conseguir.


María empezó a trabajar a la edad de catorce años como empleada en Melbourne y después como maestra en Portland. Para mantener a su necesitada familia aceptó un trabajo como institutriz en 1860 en Penola al sur de Australia. Su trabajo consistía en cuidar y edudar a los niños. Siempre que le era posible estaba dispuesta en ayudar a los pobres, y comenzó a cuidar a los niños de las otras granjas del estado de Cameron. Esto le hizo entrar en contacto con el Padre Julián Tenison Woods, quien era el párroco del territorio Sur Este desde su ordenación sacerdotal en 1857.


Woods siempre había estado muy preocupado por la falta de educación y, particularmente, la poca formación católica en el sur de Australia. Cuando él inició con su escuela fue elejido Director de Educación, y pronto se volvió, junto con María, en el fundador de las Hermanas de San José que enseñarían en sus escuelas.


María se quedó durante dos en Penola antes de aceptar un trabajo para enseñar a los niños en Portland, Victoria. Luego habrío su propio internado, Bayview House, y pudo reunirse con el resto de su familia.


Mientras ella enseñaba en Portland, el Padre Woods, invitó a María y a sus hermanas Annie y Lexie, a ir a Penola para abrir una escuela católica allí. Esa escuela fue inaugurada en 1866 en un establo, mismo que fue adecuado por los hermanos de María, y donde luego las MacKillops comenzaron a educar a más de cincuenta niños.


En 1867 María se convirtió en la primera Hermana, y madre superiora, de la Orden de las Hermanas de San José recientemente creada, y se mudó al convento en Grote Street Adelaide.


Dedicada a la educación de los niños del pobres, fue la primer orden religiosa en ser fundada por australianos. Las reglas escritas a por el Padre Woods y María para las Hermanas vivir hacían énfasis en la pobreza, una dependencia total a la Divina Providencia, no podrían tener propiedades personales confiando siempre en que Dios proporcionaría lo necesario, y las Hermanas irían dondequiera que les necesitaran. Las reglas fueron aceptadas por el Obispo Sheil. A finales de 1867 otras diez Hermanas se habían unido a la Orden.


La Madre María MacKillop murió el 8 de agosto de 1909 y fue enterrada en el Cementerio Gore Hill. Después de su entierro las personas comenzaron a tomar tierra de los alrededores de su tumba, por lo que sus restos fueron exhumados y se transferidos, el 27 de enero de 1914, a una bóveda próxima al altar de la Madre de Dios en la nueva Capilla en Mount Street Sydney. La bóveda fue un regalo de Joanna Barr Smith una presbiteriana amiga de toda la vida y admiradora de la obra de la santa.


Después de su muerte, las Hermanas de San José continuaron con el programa de educación y en 1911 se abrió una nueva escuela en Terowie.


Casi cien años después de la muerte de María MacKillop, las Hermanas todavía están trabajando en muchos pueblos en el Sur de Australia, incluyendo Aldgate en Adelaide Hills.


María fue Beatificada por el Papa Juan Pablo II el 19 de enero de 1995.



Martirologio Romano: En Poggio a Caiano, en la Toscana, beata Margarita María (María Ana Rosa) Caiani, virgen, que fundó el Instituto de las Hermanas Mínimas Franciscanas del Sagrado Corazón, para la formación de la juventud y para la ayuda a los enfermos (1921).

María Margarita Caiani (en el siglo, María Ana Rosa) nació en Poggio Caiano, diócesis de Pistoya (Italia), el 2 de noviembre de 1863.


Desde la infancia mostró una inclinación especial a la oración y a la práctica de la caridad. En 1893 entró con una amiga en el monasterio de las benedictinas de Pistoya, pero salió para atender a un enfermo grave, que rechazaba los sacramentos.


Se dedicó a la educación e instrucción de los niños. Abrió una escuela, donde con una amiga enseñaba a los muchachos y muchachas los primeros rudimentos del saber y la doctrina cristiana.


El 6 de noviembre de 1896 María Ana Rosa y dos jóvenes más dejaron sus casas para vivir en comunidad y dedicarse a la santificación propia, atender a la catequesis, al apostolado y a la enseñanza en la escuela, asistir a los enfermos y a los moribundos.


En 1901 escribió las primeras constituciones. En 1902 vistieron el hábito religioso y María Ana Rosa tomó el nombre de sor María Margarita del Sagrado Corazón.


En 1905 hicieron la profesión religiosa las seis primeras hermanas; María Margarita llamó a la pequeña familia Religiosas Mínimas del Sagrado Corazón. Pocos meses antes de morir la fundadora, la congregación fue agregada a la Orden Franciscana.


Falleció el 8 de agosto de 1921. El instituto contaba ya con más de doscientas religiosas distribuidas en 21 casas.


La beatificó Juan Pablo II el 23 de abril de 1989.



Martirologio Romano: En la ciudad de Zamora, en España, Santa Bonifacia Rodríguez Castro, virgen, que fundó la Congregación de las Siervas de San José, para promover cristiana y socialmente a la mujer mediante la oración y el trabajo, según el ejemplo de la Sagrada Familia (1905).

Fecha de canonización: 23 de octubre de 2011 por el Papa Benedicto XVI



Bonifacia Rodríguez Castro es una sencilla trabajadora que, en medio de lo cotidiano, se abre al don de Dios, dejándolo crecer en su corazón con actitudes auténticamente evangélicas. Fiel a la llamada de Dios, se abandona en sus brazos de Padre, dejándole imprimir en ella los rasgos de Jesús, el trabajador de Nazaret, que vive oculto en compañía de sus padres la mayor parte de su vida.

Nace en Salamanca (España) el 6 de junio de 1837 en el seno de una familia artesana. Sus padres, Juan y María Natalia, eran profundamente cristianos, siendo su principal preocupación la educación en la fe de sus seis hijos, de los cuales Bonifacia era la mayor. Su primera escuela es el hogar de sus padres, donde Juan, sastre, tenía instalado su taller de costura, por lo que Bonifacia lo primero que ve al nacer es un taller.


Terminados los estudios primarios, aprende el oficio de cordonera, con el que comienza a ganarse la vida por cuenta ajena a los quince años, a la muerte de su padre, para ayudar a su madre a sacar adelante la familia. La necesidad de trabajar para vivir configura desde muy pronto su recia personalidad, experimentando en carne propia las duras condiciones de la mujer trabajadora de la época: horario agotador y exiguo jornal.


Pasadas las primeras estrecheces económicas, monta su propio taller de “cordonería, pasamanería y demás labores”, en el que trabaja con el mayor recogimiento posible e imita la vida oculta de la Familia de Nazaret. Tenía gran devoción a María Inmaculada y a san José, devociones de suma actualidad después de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción en 1854 y de la declaración de san José como patrono de la Iglesia universal en 1870.


A partir de 1865, fecha del matrimonio de Agustina, única de sus hermanos que alcanza la edad adulta, Bonifacia y su madre, que se habían quedado solas, se entregan a una vida de intensa piedad, acudiendo todos los días a la cercana Clerecía, iglesia regentada por la Compañía de Jesús.


Un grupo de chicas de Salamanca, amigas suyas, atraídas por su testimonio de vida, comienzan a acudir a su casa-taller los domingos y festivos por la tarde para verse libres de las peligrosas diversiones de la época. Buscaban en Bonifacia una amiga que las ayudara. Juntas deciden formar la Asociación de la Inmaculada y san José, llamada después Asociación Josefina. Adquiere así el taller de Bonifacia una clara proyección apostólica y social de prevención de la mujer trabajadora.


Bonifacia se siente llamada a la vida religiosa. Su gran devoción a María hace que su corazón vaya acariciando el proyecto de hacerse dominica en el convento salmantino de Santa María de Dueñas.


Pero un acontecimiento de trascendental importancia va a cambiar el rumbo de su vida: el encuentro con el jesuita catalán Francisco Javier Butinyà i Hospital, natural de Bañolas-Girona (1834-1899), que llega a Salamanca en octubre de 1870 con una gran inquietud apostólica hacia el mundo de los trabajadores manuales. Para ellos estaba escribiendo “La luz del menestral, o sea, colección de vidas de fieles esclarecidos que se santificaron en profesiones humildes”. Atraída por su mensaje evangelizador en torno a la santificación del trabajo, Bonifacia se pone bajo su dirección espiritual. A través de ella Butinyà entra en contacto con las chicas que frecuentaban su taller, la mayor parte también trabajadoras manuales. Y el Espíritu Santo le sugiere la fundación de una nueva congregación femenina, orientada a la prevención de la mujer trabajadora, valiéndose de aquellas mujeres trabajadoras.


Bonifacia le confía su decisión de hacerse dominica, pero Butinyà le propone fundar con él la Congregación de Siervas de san José, a lo que Bonifacia accede con docilidad. Juntamente con otras seis chicas de la Asociación Josefina, entre ellas su madre, da inicio en Salamanca, en su proprio taller, a la vida de comunidad el 10 de enero de 1874, momento muy conflictivo en la vida política del país.


Tres días antes, el 7 de enero, el obispo de Salamanca, D. Joaquin Lluch i Garriga, había firmado el Decreto de Erección del Instituto. Catalán como Butinyà, natural de Manresa-Barcelona (1816‑1882), desde el primer momento había secundado con el mayor entusiasmo la nueva fundación.


Se trataba de un novedoso proyecto de vida religiosa femenina, inserta en el mundo del trabajo a la luz de la contemplación de la Sagrada Familia, recreando en las casas de la Congregación el Taller de Nazaret. En este taller las Siervas de san José ofrecían trabajo a las mujeres pobres que carecían de él, evitando así los peligros que en aquella época suponía para ellas salir a trabajar fuera de casa.


Era una forma de vida religiosa demasiado arriesgada para no tener oposición. En seguida es combatida por el clero diocesano de Salamanca, que no capta la hondura evangélica de esta forma de vida tan cercana al mundo del trabajo.


A los tres meses de la fundación Francisco Butinyà es desterrado de España con sus compañeros jesuitas y en enero de 1875 el obispo Lluch i Garriga es trasladado como obispo a Barcelona. Bonifacia se ve sola al frente del Instituto a tan sólo un año de su nacimiento.


Los nuevos directores de la comunidad, nombrados por el obispo entre los sacerdotes seculares, siembran imprudentemente la desunión entres las hermanas, algunas de las cuales, apoyadas por ellos, comienzan a oponerse al taller como forma de vida y a la acogida de la mujer trabajadora en él. Bonifacia Rodríguez, fundadora, que encarnaba con perfección el proyecto que había dado origen a las Siervas de san José, no consiente cambios en el carisma definido por el P. Butinyà en las Constituciones.


Pero el director de la Congregación, aprovechando un viaje de Bonifacia a Girona en 1882, efectuado para establecer la unión con otras casas de Siervas de san José que Francisco Butinyà había fundado en Cataluña a su vuelta del destierro, promueve su destitución como superiora y orientadora del Instituto.


Humillaciones, rechazo, desprecios y calumnias recaen sobre ella para hacerla salir de Salamanca. La única respuesta de Bonifacia es el silencio, la humildad y el perdón. Sin una palabra de reivindicación o protesta, deja que se impriman en ella los rasgos de Jesús, silencioso ante quienes lo acusaban (Mt 26, 59-63).


Como solución al conflicto, Bonifacia propone al obispo de Salamanca, D. Narciso Martínez Izquierdo, la fundación de una nueva comunidad en Zamora. Aceptada jurídicamente por él y por el obispo de Zamora, D. Tomás Belestá y Cambeses, Bonifacia sale acompañada de su madre camino de esta ciudad el 25 de julio de 1883, llevando en su corazón el Taller de Nazaret, su tesoro. Y en Zamora le da vida con toda fidelidad, mientras en Salamanca comienzan las rectificaciones a un proyecto incomprendido.


Bonifacia, cordonera, en su taller de Zamora, codo a codo con otras mujeres trabajadoras, niñas, jóvenes y adultas,


— teje la dignidad de la mujer pobre sin trabajo, “preservándola del peligro de perderse” (Decreto de Erección del Instituto. 7 de enero de 1874),


— teje la santificación del trabajo hermanándolo con la oración al estilo de Nazaret: “así la oración no os será estorbo para el trabajo ni el trabajo os quitará el recogimiento de la oración” (Francisco Butinyà, carta desde Poyanne, 4 de junio de 1874),


— teje relaciones humanas de igualdad, fraternidad y respeto en el trabajo: “debemos ser todas para todas, siguiendo a Jesús” (Bonifacia Rodríguez, primer discurso, Salamanca, 1876).


La casa madre de Salamanca se desentiende totalmente de Bonifacia y de la fundación de Zamora, dejándola sola y marginada, y, bajo la guía de los superiores eclesiásticos, lleva a cabo modificaciones en las Constituciones de Butinyà para cambiar los fines del Instituto.


El 1 de julio de 1901 León XIII concede la aprobación pontificia a las Siervas de san José, solicitada por la casa madre, quedando excluida la casa de Zamora. Es el momento cumbre de la humillación y despojo de Bonifacia, lo es también de su grandeza de corazón. No recibiendo contestación del obispo de Salamanca, D. Tomás Cámara y Castro, llevada por su fuerza de comunión, se pone en camino hacia Salamanca para hablar personalmente con aquellas hermanas. Pero al llegar a la Casa de santa Teresa le dicen: “tenemos órdenes de no recibirla”, y se vuelve a Zamora con el corazón partido de dolor. Sólo se desahoga mansamente con estas palabras: “No volveré a la tierra que me vio nacer ni a esta querida Casa de santa Teresa”. Y de nuevo el silencio sella sus labios, de modo que la comunidad de Zamora sólo después de su muerte se entera de lo ocurrido.


Ni siquiera este nuevo rechazo la separa de sus hijas de Salamanca y, llena de confianza en Dios, comienza a decir a las hermanas de Zamora: “cuando yo muera”, segura de que la unión se realizaría cuando ella faltase. Con esta esperanza, rodeada del cariño de su comunidad y de la gente de Zamora que la veneraban como a una santa, fallece en esta ciudad el 8 de agosto de 1905.


El 23 de enero de 1907 la casa de Zamora se incorpora al resto de la Congregación.


Cuando su vida se apaga, escondida y fecunda como grano de trigo echado en el surco, Bonifacia Rodríguez deja como herencia a toda la Iglesia:


— el testimonio de su fiel seguimiento de Jesús en el misterio de su vida oculta en Nazaret,


— una vida trasparentemente evangélica,


— y un camino de espiritualidad, centrado en la santificación del trabajo hermanado con la oración en la sencillez de la vida cotidiana.


Fue beatificada por S.S. Juan Pablo II el 9 de noviembre de 2003.


Reproducido con autorización de Vatican.va


Una intercesión milagrosa para su canonización:


El milagro que impulsa la canonización de la Madre Bonifacia Rodríguez de Castro es la inexplicable curación del congoleño Kasongo Bavon. Este joven llegó a un hospital de las Siervas de San José en la región de Katanga afectado de peritonitis tífica con perforación intestinal con posterior peritonitis plástica y fístula enterocutánea, una enfermedad que lo mantenía al borde de la muerte. El enfermo fue operado y, contra toda esperanza, se curó de forma «rapidísima, perfecta y duradera», según el informe de la causa de canonización. Para los médicos que han estudiado el caso, la sanación de Kasongo Bavon no puede explicarse con la ciencia. Las religiosas del hospital, el médico que le operó y todo el personal sanitario del centro afirman que pidieron la intercesión de la Madre Bonifacia para conseguir su curación. Bavon, que hoy tiene 41 años, goza de una excelente salud.





María del Niño Jesús Baldillou y Bullit

Nació en Balaguer (Lérida), el 6 de febrero de 1905. Allí transcurrió su infancia y juventud. En 1924 ingresó en el noviciado escolapio de Masnou (Barcelona), donde profesó el 18 de abril de 1927 a los 22 años de edad. Ya en el noviciado dio muestras de una virtud poco común y de una obediencia esmeradísima. Destinada al colegio de Valencia, en esta casa permaneció hasta su muerte, ocupada en los oficios domésticos. Tanto para la comunidad como para las niñas fue modelo de vida totalmente entregada al Señor, en la sencillez y alegría de la cotidiana educación. Joven a los 31 años, el 8 de agosto de 1936, el Señor la encontró preparada para su encuentro con Él, en las playas del Saler (Valencia)

Presentación de la Sagrada Familia (Pascalina) Gallén y Martí

Era natural de Morella (Castellón). Nació el 20 de noviembre de 1872, en un hogar profundamente cristiano. Dios lo bendijo con cuatro hijas y las cuatro fueron religiosas: una Hija de la Caridad y tres Escolapias. Junto con su hermana Josefa, hicieron el noviciado en San Martín de Provensals (Barcelona), y allí profesaron el 30 de Agosto de 1892. Tras siete años en el colegio de Olesa de Montserrat fue destinada al colegio de Valencia; en este colegio estuvo el resto de su vida, sembrando la Buena Nueva del Reino entre las niñas confiadas a su apostolado. Fue un modelo constante para sus hermanas de comunidad: sencilla y modesta, humilde y servicial. Y como recompensa, a los 64 años, Dios la invitó al supremo sacrificio de amor, el 8 de agosto de 1936.


María Luisa de Jesús Girón y Romera

Nació en Bujalance, (Córdoba) el 25 de agosto de 1887. Fue alumna del colegio de Bujalance. Ingresó en el noviciado de Carabanchel (Madrid), en el 1916, y profesó el 31 de marzo de 1918. La mayor parte de su vida escolapia la pasó en Cuba. De 1934 a 1936, entre las niñas valencianas, derrochando simpatía con su característico gracejo andaluz. Siempre se la vio alegre y jovial, con la sonrisa en los labios y una serenidad que admiraba a sus hermanas. En varias ocasiones comentó que no le importaría morir mártir. Y el Señor escuchó sus deseos a sus 49 años de edad y 18 de profesión religiosa, un caluroso 8 de agosto de 1936, en las playas valencianas del Saler.


Carmen de San Felipe Neri (Nazaria) Gómez y Lezaun

Natural de Eulz (Navarra), nació el 27 de julio de 1969. Sintió la llamada del Señor e ingresó en el noviciado de Carabanchel (Madrid), donde profesó el 8 de septiembre de 1895. Ese mismo día destinada al colegio de Valencia. Encargada de la portería durante 41 años, vivía intensamente la vida escolapia y sabía hermanar el trabajo y la oración. Afable y sonriente, supo transformar aquella portería bulliciosa, por el constante ir y venir de las alumnas y sus familiares, en una Betania, donde se recreaba el Señor, que le acompañaba siempre. Su vida fue unja preparación continua, y ante la llamada apremiante del Señor, el 8 de agosto de 1936, supo responder con heroísmo, a los 67 años de edad, junto a sus otras cuatro hermanas escolapias.


Clemencia de San Juan Bautista (Antonia) Riba y Mestres

Nació en Igualada (Barcelona), el 8 de octubre de 1893. Alumna del colegio igualadino escolapio se distinguió por su aplicación y simpatía natural. Sintió pronto el deseo de abrazar la vida religiosa, pero no pudo realizar sus deseos hasta el 31 de mayo de 1919, fecha de su profesión religiosa. Después de una breve estancia en el juniorato de Zaragoza, fue destinada al colegio de Valencia. Las hermanas que convivieron con ella aseguraban que todas la querían: las superioras hallaban en ella un descanso y consuelo, las hermanas un corazón amplio, siempre dispuesto a hacer el bien; y las alumnas una madre. En la playa del Saler trocó la vida terrena por el cielo, cuando contaba 41 años de edad.


M. María Baldillou, M. Presentación Gallén, M. Mª Luisa Girón, M. Carmen Gómez, y M. Clemencia Riba formaban parte de la comunidad escolapias de Valencia. Dada la situación persecutoria y antirreligiosa en la ciudad, el 19 de julio de 1936, buscaron refugio en un piso de la calle de San Vicente, cerca del colegio. Allí pasaron días calamitosos. El 8 de agosto de 1936, a las cinco de la mañana, fue asaltada la vivienda por unos milicianos. Habían sido denunciadas y debían declarar en el Gobierno Civil. Un coche las esperaba a la puerta. Peor no fueron llevadas al Gobierno Civil, sino a la playa del Saler, donde al amanecer de ese mismo día, sellaron con su sangre su vida de fidelidad al Señor, y en la ciudad del Turia recibieron la palma del martirio.


Seducidas por Cristo - Maestro vivieron entregadas a la educación, bajo el lema calasancio "Piedad y Letras". Fueron vidas sencillas, ejemplares, empapadas de bienaventuranzas y sonrisas, que sembraron entre las niñas y jóvenes los frutos de su madurez y de sus experiencias pedagógicas, hasta derramar su sangre por amor. Mujeres fieles y prudentes, humildes y fuertes como buenas hijas de Santa Paula Montal, vivían con sencillez y amor, entregadas totalmente a la educación de las niñas y jóvenes, a la promoción de la mujer, sin intervenir, ni mezclarse para nada en la política, agitada y hostil a la iglesia.


Porque eran discípulas de Cristo, derramaron su sangre, con serenidad y paz, glorificando a Dios con la profesión de su fe y perdonando a los que las injuriaban y asesinaban. Estas Mártires Escolapias, ofreciéndose en holocausto al Señor, son el testimonio más elocuente de su amor a Cristo y un estímulo real para la Escuela Pía y para la iglesia en general, en su vida de seguimiento de Jesús.


Fueron solemnemente Beatificadas, el 11 de marzo de 2001, por el Papa Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro como parte de un total de 233 mártires por su fe.



El santoral encierra sus sorpresas. Muchas veces tenemos la idea de que es sólo un monótono e interminable desfile de religiosos y religiosas que se santificaron entre las cuatro paredes de su convento. Pero de vez en cuando nos encontramos con que figuran en los altares, expuestos a la veneración de los fieles, quienes, mientras estuvieron en la tierra, participaron de nuestro mismo género de vida y como nosotros contrajeron un día matrimonio y vieron alegrado su hogar con la sonrisa de un nuevo ser.

Así, por ejemplo, nos ocurre en este día 8 de agosto. El Beato Juan Felton es un ejemplar de santidad seglar, de hombre que en medio del mundo, sin apartarse de él, cultiva las virtudes domésticas, crea un hogar cristiano y sabe luchar con viril entereza por la fe católica que profesa.


Juan Felton pertenecía a la nobleza inglesa, era gentilhombre de una vieja familia de Norfolk, en la costa sudeste de Inglaterra, pero vivía en Southwark, cerca del monasterio cluniacense de Bermondsey. Cuando llegó la hora de formar un nuevo hogar, Juan puso sus miradas en una mujer también noble, unida con personal amistad a la reina Isabel de Inglaterra. Lejos estaban los dos novios, cuando contrajeron matrimonio, de pensar que poco tiempo después Juan habría de ser cruelmente inmolado a causa de aquella reina que tanta simpatía demostraba por la joven esposa.


La vida del matrimonio se desarrollaba plácida. Ambos, íntimamente compenetrados, vivían la paz de su hogar, cultivando las virtudes cristianas. Dios les bendijo enviándoles un niño, a quien pusieron el nombre de Tomás, y que un día habría de imitar, soportando también el martirio, a los veinte años de edad, el precioso ejemplo que le había dado su padre.


Pero... llega el año 1570 y la angustia que con algunas alternativas habían venido sintiendo los católicos ingleses desde la triste separación que Enrique VIII impuso a Inglaterra respecto a la Iglesia, llegó a su colmo. Contra los consejos de moderación que, pese a la leyenda, consta históricamente que Felipe II dio insistentemente, el enérgico papa San Pío V se decidió a dar el paso definitivo: por la bula Regnans in excelsis, promulgada el 25 de febrero de 1570, lanzaba la excomunión "contra Isabel, pretendida reina de Inglaterra, y contra sus partidarios". El problema de la fidelidad a su reina y de la fidelidad, al mismo tiempo, a la Iglesia quedaba en rojo vivo para todos los católicos ingleses.


La historia nos da a conocer el furor de la reina al saber esta decisión del Papa. Preludiando lo que tantas veces habría de intentarse, en las más diversas épocas y en los más diferentes países, la reina intenta por todos los medios impedir que la bula sea conocida.


Se produce entonces un gesto de audacia. El 25 de mayo de aquel año alguien, antes de que amanezca, se atreve a clavar la bula en la puerta del obispo de Londres. El audaz católico que tal gesto de valentía tuvo se llamaba Juan Felton.


No estaba solo. Le había ayudado en su empresa un tal Lorenzo Webb, doctor en ambos Derechos. Pero Webb supo desaparecer a tiempo. En cambio, a Felton le esperaba el tremendo castigo por su atrevimiento.


En efecto, los policías dirigieron sus pasos hacia la casa de un hombre de leyes, bien conocido como católico, que habitaba en Lincoln´s Inn, un barrio del Londres de entonces. Un registro a fondo les permitió encontrar una copia de la bula. Puesto en interrogatorio el dueño de la casa, consiguen arrancarle el nombre de quien se la proporciono: Juan Felton. Rápidamente vuelan a su casa de Bermondsey y le detienen.


Desde el primer momento se intentó dar al asunto un giro político. Querían a toda costa que Juan confesara que había actuado bajo la influencia política de España, pues bien sabido es que el protestantismo inglés tuvo en su nacimiento una verdadera obsesión antiespañola. Por tres veces fue interrogado, y por tres veces contestó Juan con heroica firmeza que en manera alguna había actuado por otro móvil que no fuera el estrictamente religioso.


Por fin, el 8 de agosto fue entregado al verdugo. Mientras caminaba hacia el lugar de la ejecución, iba recitando los salmos penitenciales. Pronto dieron vista al patíbulo, que había sido levantado precisamente en la misma puerta en la que él había puesto la bula el 25 de mayo. El mártir no pudo contener un estremecimiento al contemplar el patíbulo, pero inmediatamente se rehizo y declaró rotundamente:


—Sí, he sido yo quien puso ahí la carta del Papa contra la pretendida reina. Y ahora estoy dispuesto a morir por la fe católica.


Tuvo un gesto verdaderamente magnífico. Frente al empeño que tenían sus verdugos de hacer de aquel asunto algo puramente político, él quiso separar rotundamente los dos aspectos: moría por la fe católica, y nada tenía contra la reina, fuera de su actitud religiosa. Por eso, con gesto elegante, de auténtico noble, se quitó de su dedo un anillo y rogó que se lo llevaran a la reina como un regalo suyo, personal.


Hecho esto, se arrodilló y rezó el Miserere, encomendando su alma a Dios. Después quedó a disposición del verdugo.


Conocida es la inaudita crueldad que Inglaterra usó con los católicos. A Juan Felton le correspondió el ser descuartizado. Entonces se produjo algo que hemos oído muchas veces en labios de los santos como si fuera una amplificación poética, pero que en este caso tuvo una realidad, testificada por quienes presenciaron el tormento. A medida que le iban descuartizando, Juan continuaba su oración. Y en el momento en que le arrancaban el corazón se le oyó invocar el nombre de Jesús.


Había muerto Juan cual corresponde a un modelo y espejo de hombre católico; ejercitando de una parte la virtud de la fortaleza, no sólo en su valentía al atreverse a dar publicidad de aquella manera a la bula de San Pío V, sino también en la serenidad y valor sobrehumano demostrado en su atroz martirio. Y ejercitando también otra virtud auténticamente viril: la grandeza de ánimo, con la que fue capaz de enviar un obsequio, desde el patíbulo, a la misma reina que le condenaba.


Quedaban en la tierra su viuda y su hijo. Como hemos dicho, Tomás, que al morir su padre contaba dos años, murió dieciocho años después también mártir por su fidelidad a la Santa Sede.


El Beato Juan Felton fue objeto de culto y, por fin, beatificado "equivalentemente", es decir, confirmado su antiguo culto por el papa León XIII en 1886.



Martirologio Romano: San Cayetano de Thiene, presbítero, que en Nápoles, en la región de la Campania, se entregó piadosamente a obras de caridad, especialmente a favor de los aquejados de enfermedades incurables, promovió cofradías para formar religiosamente a los laicos e instituyó los Clérigos Regulares, para la reforma de la Iglesia, enseñando a sus discípulos a seguir la primitiva manera de vida apostólica (1547).

Etimología: Cayetano = alegre. Viene de la lengua latina.


Su padre, el Conde Gaspar de Thiene y su madre María di Porto. El padre murió cuando los dos hermanos eran muy pequeños. Su piadosa madre dio a sus hijos un admirable ejemplo.


Cayetano estudió 4 años en la Universidad de Padua donde se distinguió en la teología y se doctoró en derecho civil y canónico en 1504. Fue nombrado senador en Vicenza.


Estaba, sin embargo, decidido a seguir los estudios sacerdotales. Se trasladó a Roma en 1506. Decía que Dios le llamaba a realizar una gran obra. Al poco tiempo fue nombrado secretario privado del Papa Julio II. Ayudaba al Papa a escribir las cartas apostólicas. Conoció de cerca a cardenales y prelados.


El Papa muere en 1513 y Cayetano decide no continuar en el cargo. Se preparó durante 3 años para ser sacerdote. Fue ordenado en 1516, a los 36 años. Celebra su primera misa y queda sobrecogido por el don del que no se considera digno.


Funda en Roma la "Cofradía del Amor Divino", una asociación de clérigos que se dedicaba a promover la gloria de Dios. Tuvo su primera experiencia pastoral en la parroquia de Santa María de Malo, cerca de Vicenza; luego se dedicó a cuidar los santuarios esparcidos por el monte Soratte.


Ingresó en el oratorio de San Jerónimo que tenía los mismos fines que la cofradía del Amor Divino, pero incluía a laicos pobres. Sus amigos se molestaron mucho por eso, porque consideraban que aquello era indigno para un hombre de gran alcurnia como él. A Cayetano no le importó. Ayudaba y servía personalmente a los pobres y enfermos de la ciudad y atendía a los pacientes de las enfermedades repugnantes.


Cayetano se preocupaba mucho por el bien espiritual de su congregación. Solía decir: "En el oratorio rendimos a Dios el homenaje de la adoración, en el hospital le encontramos personalmente".


Fundó otro oratorio en Verona. Se trasladó a Venecia en 1520, siguiendo el consejo de su confesor, Juan Bautista de Crema, un dominico santo y prudente. Se alojó en el hospital de la ciudad y siguió la misma forma de vida. Se le consideraba fundador principal del hospital por todos los regalos que hizo.


La Eucaristía


Implantó la bendición con el Santísimo Sacramento y promovió la comunión frecuente, en los 3 años que vivió en Venecia. Escribió: "No estaré satisfecho sino hasta que vea a los cristianos acercarse al Banquete Celestial con sencillez de niños hambrientos y gozosos, y no llenos de miedo y falsa vergüenza".


La cristiandad pasaba por un periodo de crisis. La corrupción debilitaba a la Iglesia. Cayetano era uno de los que más imploraban la verdadera reforma de vida y de costumbres dentro de la Iglesia. Repetía a menudo: "Cristo espera, ninguno se mueve".


Fundador


San Cayetano regresó a Roma para hablar de la reforma con los miembros de la Cofradía del Amor Divino en 1523, en compañía del obispo de Teato Giampietro Carafa, de Bonifacio Colli y de Pablo Consiglieri. No solo predicó la reforma, sino la llevó a cabo fundando con sus tres compañeros una orden de Clérigos Regulares que tomasen como modelo la vida de los Apóstoles. La llamaron "Ordo Regularium Theatinorum" o Congregación de los Teatinos (el nombre de padres teatinos viene del episcopado de "Teate Marrucinorum" ), y tenía como finalidad principal la renovación del clero.


Clemente VII aprobó la fundación el 14 de septiembre de 1524. Cayetano renuncia a todos sus bienes y Carafa a los 2 episcopados de Brindis y de Chieti.


Los 4 primeros miembros visten sus hábitos religiosos y hacen los votos en San Pedro, ante un delegado pontificio. Carafa es nombrado superior general de la orden. Aparte de la renovación del clero, sus otros objetivos eran la predicación de la sana doctrina, el cuidado de los enfermos y la restauración del uso frecuente de los Sacramentos.


Los seguidores no eran muchos. A los 4 años, en 1527, cuando la orden tenía 12 miembros, el ejercito saqueó la ciudad, la casa fue destruida y ellos escaparon a Venecia. En 1530 San Cayetano sucede a Carafa en el cargo de superior. Por su humildad, lo hace con renuencia.


Trabaja enérgicamente por la reforma del clero. En 1533, Carafa fue elegido superior general por segunda vez. Cayetano es enviado a Verona, donde recibe oposición a sus reformas.


Viaja a Nápoles para fundar una casa de su orden. Recibe una casa donada por el conde de Oppido y rechaza otros terrenos. El conde alega que los napolitanos no eran tan ricos y generosos como los venecianos a los que San Cayetano le responde: "Tal vez tengáis razón, pero Dios es el mismo en ambas ciudades. Dios está en Nápoles como en Venecia".


Se quedó en Nápoles donde había mas trabajo. La ciudad mejoró notablemente gracias a las prédicas y el trabajo apostólico del santo, que en ocasiones tuvo que enfrentarse con laicos y religiosos que predicaban el calvinismo, el luteranismo y otros errores.


Fundó con el Beato Juan Marinoni los "Montes de Piedad" para liberar de la miseria a los pobres y marginados. Esta obra fue aprobada poco antes del Concilio de Letrán. En sus últimos años de vida abrió hospicios para ancianos y fundó hospitales.


Cae enfermo en el verano de 1547. Los médicos le aconsejan poner un colchón sobre su cama de tablas, el respondió: "Mi salvador murió en la cruz; dejadme pues, morir también sobre un madero".


Murió en Nápoles a la edad de 77 años, el domingo 7 de agosto de 1547.


Ocho años después de su muerte, el teatino Carafa fue elegido Papa, con el nombre Pablo IV, un auténtico reformador, aunque su pontificado fue muy impopular.


Cayetano fue canonizado en 1671 después que la comisión encargada terminara de examinar rigurosamente los numerosos milagros.




Ésta y muchas oraciones las encontrarán en DEVOCIONARIO CATOLICO



Martirologio Romano: En Arezzo, de la Toscana, san Donato, segundo obispo de esta sede. La virtud y eficacia de sus oraciones son alabadas por el papa san Gregorio I Magno (s. IV).

Etimología: Donato = dado en donación, de la lengua latina


Nació en Nicomedia de Bitinia (hoy Isnikmid) y se trasladó con sus padres a Roma, siendo todavía de corta edad.


Fue encomendada su educación a un santo sacerdote llamado Pigmenio. Era entonces emperador de Roma, Diocleciano, quien ordenó una dura persecución de los cristianos. Sus padres y su maestro lo enviaron a Arezzo, donde la persecución no era tan enconada, mientras ellos se quedaron en Roma, donde sufrieron martirio.


En Arezzo, Donato se puso bajo la dirección del clérigo San Hilarino. Admirado San Sátiro, obispo de la ciudad, de las cualidades de Donato, le ordenó sacerdote y le encomendó la predicación del Evangelio.


Día a día iba creciendo la fama de elocuencia y santidad de Donato, quien a la muerte del obispo, fue designado por el Papa San Julio, el año 346, para ocupar aquella sede episcopal, con gran alegría de los fieles y del clero.


Según cuentan San Gregorio Magno y San Antonio de Florencia, era tal su fe que Dios obró a través de él importantes milagros por el bien de sus fieles. En la persecución de Juliano el Apóstata fue prendido Donato por el prefecto de Arezzo quien, ante la imposibilidad de hacerle abjurar de su fe, mandó decapitarlo. Fue en el año 372, el decimosexto de su episcopado.



El Beato Vicente nació hacia el año 1430, en L´Aquila, ciudad que por aquel tiempo formaba parte del reino de Nápoles. Sus padres habitaban en el barrio llamado Poggio o Cerro Santa María, encantador edén coronado de verdura y refrescado por manantiales abundantes, cuyas aguas se despeñan por continuadas cascadas hasta el río Aterno. Aquel maravilloso rincón, testigo de los primeros años del niño Vicente, lo fue también de sus grandes virtudes, favorecidas por el cuidado de sus padres, y estimuladas por el ambiente religioso en que se crió. Su alma, predestinada a gloriosa santidad, encontró desde el primer instante el clima necesario; clima que supo aprovechar con generoso corazón.

La casa paterna era contigua al monasterio cisterciense de Nuestra Señora del Refugio. No obstante, cuando determinó entrar en religión, no se dirigió a los hijos de San Bernardo, sino a los de San Francisco. La extraordinaria popularidad de San Bernardino de Sena, fallecido hacía pocos años, en 1444, su tumba cada día más gloriosa, podrían explicarnos, aun prescindiendo de los llamamientos de la gracia, las preferencias de Vicente por la Orden franciscana.


El incansable predicador sienés, cuyo celo no detenían la edad ni los achaques, se había presentado en mayo de 1444 en el reino de Nápoles, con deseo de sembrar también allí la semilla evangélica. Pero al llegar a siete millas de L´Aquila le traicionaron las fuerzas. Lograron sus compañeros que se dejase colocar en una camilla, y de esta forma le llevaron, «triste y dolorido», a la ciudad. Albergado en el monasterio de los Hermanos Menores Conventuales, pronto vio Bernardino que se le acercaba su última hora, a pesar de los solícitos cuidados de los hermanos y de los más hábiles médicos mandados por los magistrados. Incapaz de expresarse de palabra, manifestó por señas su deseo de que se le tendiese en el suelo de su celda, y en esta humilde postura, con los brazos cruzados, los ojos elevados al cielo, el semblante risueño, entregó apaciblemente en manos de Dios su santa alma el 20 de mayo.


L´Aquila no dejó escapar el tesoro que acababa de confiarle la Providencia; se quedó con el venerado cuerpo a despecho de las instancias de los diputados sieneses, que secretamente habían hecho preparativos para llevarlo a su patria. Las exequias de Bernardino se celebraron con tanta solemnidad, que nunca rey ni reina las tuvo semejantes. Insignes milagros se realizaron alrededor del féretro.


Vicente, que a la sazón tenía unos catorce años, conservaría de ellos un recuerdo imperecedero.


En el convento de San Julián


El convento de San Julián, en el que Vicente se presentó, lo había fundado en 1415 el Beato Juan de Stroncone, Comisario general de los Hermanos Menores Observantes de Italia.


Edificantes recuerdos iban unidos a la fundación de este monasterio. Lo habían levantado los religiosos con sus propias manos; ellos mismos habían labrado las toscas mesas y bancos que constituían, casi por completo, el ajuar, buena parte del cual, en consideración a la memoria de Vicente de L´Aquila, se ha conservado con religioso cuidado. El convento, proyectado según el severo plan de las primeras casas de la Orden, era de condiciones sumamente modestas: lo formaban unas cabañas pegadas a la falda de la montaña, sin luz apenas y parecidas a ermitas.


Cabría preguntar cómo en refugio tan reducido pudo reunirse, en el año 1452, en tiempos de Vicente, un Capítulo general de mil quinientos Hermanos Menores, si no se supiera que estas sesiones se celebran las más de las veces al aire libre o debajo de improvisadas tiendas de campaña, donde la milicia franciscana iba a organizarse para los santos combates.


Mortificación. El hermano limosnero


Aunque educado en su casa con mucho esmero, pues había seguido las letras, Vicente quiso por humildad permanecer como hermano lego. Una de las características de su santidad era el espíritu de mortificación. Tanta era su austeridad, que ni siquiera llevaba las sandalias permitidas a los descalzos. Su hábito de color pardo, que aún hoy día puede verse, era el más pesado y basto de todos; no se lo quitaba ni de día ni de noche. Además, llevaba cilicio y se infligía frecuentes y crueles flagelaciones. Su alimento se reducía a pan y agua con algunas hierbas crudas, y, si a veces se le obligaba por obediencia a comer como la comunidad, hallaba no obstante medio de mortificarse, tomando sólo una parte de su porción y agregándole polvo o sustancias amargas.


Prefería los trabajos humildes, ayudaba a los hermanos en sus faenas domésticas y componía sus sandalias, pues, para ser más útil, había aprendido el oficio de zapatero. Otras veces se dedicaba a las labores del campo y, en los ratos de descanso, retirábase en la fragosidad de la roca, a unos cien pasos del convento, para entregarse a la oración.


Más adelante se le encargó el oficio de limosnero, en que indudablemente hallaba Vicente múltiples ocasiones de sacrificio, dada su afición a la soledad y a la vida oculta. Su principal preocupación, en las diarias caminatas, fue siempre el bien de las almas.


En los demás conventos adonde fue enviado, Cittá, Sant´Ángelo, Francavilla y Sulmona, continuó en el cargo de limosnero: pasó, pues, la mayor parte de su vida de una puerta a otra, pidiendo limosna para sus hermanos, mendigando por obediencia, lo cual no fue obstáculo para que poseyera en el más alto grado la estima y confianza de los príncipes de la Casa de Aragón, soberanos de Nápoles.


Predicciones varias


Durante el período, tan revuelto para los Estados del sur de Italia, que transcurrió desde el año 1458 al 1500, varios competidores aspiraban al reino de Nápoles. La ciudad de L´Aquila, más que otras, sufrió las consecuencias de esas vicisitudes políticas, pasando sucesivamente al poder de la Casa de Anjou, de la de Aragón y del Papa, y mudando de dueño varias veces en el espacio de unos cuarenta años. Fray Vicente, muy sensible a los innumerables males que aquejaban a sus paisanos, abrumados de impuestos, diezmados por la guerra, afligidos por el hambre y la peste, menudeaba las súplicas y penitencias en los momentos de crisis, y pasaba noches enteras en oración.


Parecía como que quisiera cargar sobre sí toda la responsabilidad de aquel desequilibrio social, y trataba de conquistar con el mérito de sus acciones la benevolencia y las misericordias del cielo.


A Fernando I, duque de Calabria y rey de Nápoles, que fue a consultarle antes de emprender una expedición contra las tropas pontificias, le predijo un desastre. A pesar de esta advertencia, el príncipe inició la campaña y salió, en efecto, vencido.


No fue ésta la única circunstancia en que el humilde lego pareció favorecido con el don de leer en el porvenir. La historia conserva el texto de una de sus predicciones. Con mucha anticipación anunció al hijo del rey de Nápoles, Alfonso, duque de Calabria, que un rey de Francia (Carlos VIII) conquistaría su reino. Señaló al mismo tiempo los males que iban a descargar sobre la Iglesia.


He aquí el texto, cuyos términos, algún tanto apocalípticos, requieren una explicación. Del conjunto se desprende una predicción bastante clara:


Cuando oigáis mugir el buey en la Iglesia de Dios (en las armas del papa Alejandro VI, designado aquí, figuraba un buey), entonces principiarán las desgracias. Cuando veáis tres símbolos reunidos: el buey, el águila y la serpiente (alianza del papa Alejandro VI, del emperador de Alemania Maximiliano I, entre cuyos blasones figuraba un águila, y de Ludovico Sforza, quien por ser sucesor de los Visconti en el ducado de Milán, había dejado impresa en todas partes la serpiente de su escudo), entonces vendrá del lado de Occidente un rey (Carlos VIII, llamado por Ludovico Sforza y que había de invadir Italia en 1474). Asolará el reino (de Nápoles), y, recogido el botín, volverá a su país (1475).


El destierro de César Borja y de Ludovico Sforza, vencidos por el rey Luis XII, va insinuado en las líneas siguientes:


Habrá cisma en la Iglesia de Dios, dos Pontífices, el uno elegido legítimamente, el otro cismático (alusión posible a la infame parodia que quiso hacer de Lutero un antipapa, cuando en 1527 los luteranos, con ayuda de los Imperiales, saquearon Roma). El verdadero Papa se verá obligado a desterrarse (Clemente VII tuvo que huir a Orvieto). La violencia se ensañará contra la Iglesia de Dios. Tres ejércitos muy poderosos entrarán al mismo tiempo en Italia, uno procedente del Este, otro del Oeste, el tercero del Norte: se reunirán y habrá mucha sangre derramada. Después se realizará en la Ciudad (Eterna) una reforma que alcanzará a los clérigos (reforma de la disciplina eclesiástica preparada por el Concilio de Trento), y los mahometanos serán detenidos en su marcha. (En Lepanto, en 1571).


Milagros. Regreso a L´Aquila


En vida, hizo Vicente varios milagros. En L´Aquila devolvió el habla a un mudo. En otra ciudad curó a un niño que por tener las piernas disformes no podía andar, y en Sant´Angelo le debieron la curación de parecida enfermedad tres personas. Pero el prodigio más admirable atribuido al poder de sus oraciones fue la resurrección del obispo de Sulmona, Bartolomé della Scala, de la Orden de Predicadores.


Si hemos de dar crédito a los historiadores de L´Aquila, contemporáneos suyos, el obispo, a pesar de las oraciones del clero para implorar su curación, había sucumbido a resultas de graves dolencias. Vicente, que gozaba de la estima particular del prelado y había recibido de él numerosas muestras de benevolencia, en cuanto se enteró de la noticia, pidió autorización para ir a rezar junto al cadáver. De súbito, como por inspiración de lo Alto, llamó por tres veces a su ilustre amigo, cuyos ojos se abrieron por fin, a la vez que iba entrando poco a poco la vida por todo el cuerpo. La curación no fue repentina, pero decreció el mal tan rápidamente que, a los quince días, el 29 de junio de 1491, fiesta de San Pedro, el que todos creían eliminado para siempre del mundo de los vivos, iba en persona al convento de los Franciscanos a dar gracias a su salvador. Conviene añadir que murió, y esta vez para siempre, a los pocos días. El milagro tuvo grande repercusión en los Abruzos, y las visitas afluyeron al convento de San Nicolás de Sulmona, residencia en aquel tiempo del taumaturgo. Le llevaban enfermos para que rogase por ellos, y alcanzaba su curación.


Esta popularidad llegó a asustar a Vicente, quien, deseoso de la soledad, solicitó de sus superiores permiso para volver a su modesto oratorio de San Julián de L´Aquila, en donde esperaba terminar su vida religiosa como la había comenzado, en el retiro y la humildad.


Apenas de regreso, tuvo que presenciar discordias civiles y grandes disensiones políticas. Acababa de ser desterrado el obispo, Juan Bautista Galioffi. En tan graves circunstancias juzgó Vicente que era deber suyo el dirigir a los primeros magistrados, constándole que aceptarían sus consejos, algunas palabras llenas de fe. Lo hizo en términos que muestran su profunda piedad:


Señor Gobernador, Señores:


El cariño que profeso a vuestra ciudad me inspira estas líneas. Acabáis de perder al padre de vuestras almas. Por tanto, habéis de ser ahora, para vuestros súbditos, pastores a la vez espirituales y temporales.


Estáis pasando crueles pruebas y las teméis más terribles aún. Ved si no suceden por causa de vuestras culpas, y enmendaos. Dios envió a Jonás a Nínive, a la que quería aniquilar por sus pecados, y revocó la sentencia tan pronto como dicha ciudad se arrepintió. ¿No es propio de Dios el ser siempre misericordioso? Cesemos de pecar y cesarán los azotes.


En la ciudad, en Collemaggio y en otros puntos tenéis religiosos. Pedidles procesiones de penitencia; misas en honor de la Santísima Virgen y de nuestros santos patronos. Pedid oraciones a las hijas de Santa Clara. Tengo confianza de que, por estos medios, la infinita misericordia de Dios pondrá fin a estas calamidades.


Si me postrara ante el rey para solicitar un favor y al mismo tiempo le diese disgustos con mi proceder, me echaría de su presencia. Así vosotros, por amor de Dios, dejad de blasfemar, si queréis ser escuchados. De aquí proceden todos vuestros males. Termino suplicándoos otra vez os hagáis dignos del cargo que se os ha impuesto.


Vuestro hermano en Nuestro Señor,


Fray Vicente.


El que con tanta nobleza hablaba era entonces un anciano estimado y venerado de todos, con fama de santo, adornado con el brillo de los milagros. No es de extrañar, pues, que fuera escuchada su palabra. No dependió de él el que no volviera el obispo a L´Aquila. El infortunado obispo pereció asesinado por los facciosos en la ciudad de Roma, en casa del cardenal de la Rovere (el futuro papa Julio II), el 23 de febrero de 1493.


Última conquista. Muerte del Beato


Un día que andaba por la ciudad de Lúcoli pidiendo limosna, el cansancio le obligó a detenerse en una familia amiga. Allí topó con una niña, Matía Ciccarelli, que debía ser gloria de la Orden agustina. Vicente, que para la dirección de algunas almas había recibido de Dios luces extraordinarias, reconoció en esta muchachita un alma selecta, y sus consejos la encaminaron en las vías de la santidad. Le infundió aversión para las vanidades mundanas y gusto para las penitencias más heroicas, de las cuales daba él ejemplo. A instigación suya, Matía rezó diariamente el Oficio de la Santísima Virgen y el de difuntos. Después que hubo afirmado sus primeros pasos, no cesó de sostenerla y animarla hasta conducirla al umbral del claustro.


El 7 de agosto de 1504, hacia el anochecer, Matía vio, desde la ventana de la casa que seguía habitando en Lúcoli, el bosque inmediato al convento de San Julián completamente iluminado y al alma de su santo consejero subiendo al cielo acompañada por magnífica corte. Supo al día siguiente que en aquella misma hora había exhalado fray Vicente el postrer aliento. Esta revelación la llenó de alegría y la confirmó en la convicción de que su guía era verdaderamente un santo. Dócil a sus consejos, entró en el monasterio agustino de Santa Lucía, en L´Aquila, y en él tomó el velo con el nombre de Sor Cristina. En dicho monasterio se venera el 12 de febrero a la Beata Cristina de Lúcoli.


Reliquias y culto


Los restos del piadoso hermano lego se habían enterrado en la sepultura común de los Hermanos Menores. Catorce años después fueron exhumados, por circunstancia fortuita, tal vez para depositarlos en la nueva iglesia de San Julián que se inauguraba; se reparó entonces en el perfume que exhalaba el féretro de fray Vicente y en la perfecta conservación de su cuerpo. Los vestidos que le cubrían se caían a pedazos y se deshacían en polvo, siendo así que la carne del siervo de Dios conservaba toda su blancura y consistencia.


Este concurso de hechos movió a sus hermanos en religión a depositar el cuerpo de Vicente en un arca de nogal y vidrio y trasladarlo a lugar honroso. Desde entonces empezó a brillar con milagros de que dan fe donaciones e inscripciones votivas.


Después de más de un siglo, en 1634, seguía manifiesta la conservación del cuerpo. De entonces data su colocación -o reposición- en una capilla situada a la entrada de la iglesia conventual. Más recientemente, en 1868, dos médicos fueron comisionados por la autoridad eclesiástica para reconocer la continuidad del prodigio de la conservación del cuerpo de fray Vicente. En el lugar en que se le había depositado primitivamente, otra inscripción en italiano decía: «En este sepulcro descansa el cuerpo del Beato Vicente de L´Aquila, que pasó a mejor vida el 7 de agosto de 1504».


Confirmó su culto inmemorial el papa Pío VI el 19 de septiembre de 1787.



Beatificados por San Pío X el 1 de enero de 1905.

Agatángel nació en Vendome, provincia de Tours, Francia, de familia distinguida, el 31 de julio de 1598. Conoció a los Hermanos Menores capuchinos que acababan de llegar a su región, donde su padre era presidente del tribunal y administrador del convento. Todavía joven manifestó su vocación religiosa y fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos donde profesó en 1620. Terminados los estudios fue ordenado sacerdote.


En sus primeros años de sacerdocio se encontró con el P. José Leclerc, famoso consejero del cardenal Richelieu, que había proyectado un vasto plan de evangelización. Agatángel fue escogido como candidato para la misión de Siria. Al llegar a Alepo en 1629, encontró allí musulmanes, greco‑ortodoxos, armenios y en número muy reducido, también católicos. Con obras de beneficencia, conversaciones familiares y catequesis elementales logró rápidamente buenos resultados en su apostolado, obstaculizado bien pronto por celos. Pasó luego a la misión del Cairo en calidad de superior, allí trabajó diligentemente por la unión de los Coptos con la Iglesia Católica.


Destinado por la providencia a abrir el campo misional a otros, el 27 de septiembre la Sagrada Congregación le encomendó la responsabilidad de la expedición misionera a Etiopía, compuesta por otros tres sacerdotes capuchinos: el Beato Casiano de Nantes, Benedicto y Agatángel de Moriaix.


Casiano nació en Nantes el 15 de enero de 1607, de la rica familia portuguesa Lopes‑Netto. Pronto mostró una índole dócil, inclinada a las prácticas de devoción y a un fervor religioso admirable en un niño. A los 17 años fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos en la Provincia de París y, emitidos los votos religiosos en 1624, concluyó los estudios eclesiásticos en Rennes, donde fue ordenado sacerdote y donde pasó los primeros años de ministerio, asistiendo a los enfermos de peste en 1631. Pidió ser destinado a las misiones y los superiores lo enviaron a Etiopía. En El Cairo se encontró con el Beato Agatángel de Vendôme y con él compartió las fatigas apostólicas.


Temperamento vivo, abierto y sensibilísimo a los sufrimientos ajenos, se dedicó con celo al apostolado, cultivando sobre todo una filial predilección por la Virgen, cuyo rosario y oficio rezaba todos los días.


Desde su encuentro con Fray Agatángel hasta su heroica muerte, los dos Capuchinos trabajaron y se sacrificaron siempre juntos con el ánimo unido en un mismo ideal de virtud y de apostolado. Los dos celosos misioneros trabajaron juntos tres años en El Cairo, la gran capital de Egipto, interesándose especialmente por la conversión de los Coptos. Extendieron su actividad hasta los lejanos monasterios de San Antonio Abad y de San Macario en Nitra.


En Etiopía la Iglesia católica había logrado un inesperado desarrollo que culminó en la conversión del mismo emperador, y esto especialmente por obra de los misioneros jesuitas. La fe de Roma se extendió también bajo el gobierno de Stefan Sagad I. Tanto florecimiento de conversiones fue frenado y destruido casi repentinamente por Atié Fassil, cuya consigna era: “Primero bajo la Meca de los musulmanes que bajo la Roma de los católicos”. Nuestros misioneros decidieron por esto llevar ayuda a tantos pobres hermanos de fe perseguidos por el impío emperador. Se proveyeron de documentos del Patriarca copto de Alejandría. La prudencia les sugirió a los cuatro misioneros dividirse de dos en dos. Agatángel y Casiano, el 23 de diciembre de 1637 partieron para Etiopía; el largo viaje duró tres meses. Al llegar a los límites de Etiopía, fueron descubiertos y encarcelados en Deboroa porque los creyeron espías y conspiradores contra el emperador y el obispo abisinio Malario.


El gobernador de Deboroa había recibido orden del emperador de Etiopía, instigado por súbditos herejes, de arrestar a los dos religiosos europeos que venían de Egipto. Llevados a su presencia y recibidos con insultos, los hizo encerrar en horrible prisión como transgresores de las órdenes imperiales, que prohibían a los católicos entrar en territorio abisinio. Los dos mansos hijos de San Francisco no se abatieron: mostraron los documentos del patriarca copto de Alejandría. Después de pocos días fueron conducidos a Gondar con los brazos encadenados y atados a la cola de un caballo. También en Gondar fue dura y penosa la prisión. El Abuna Macario, fingiéndose amigo del Beato Agatángel y el luterano Pier Leone, enemigo jurado de Agatángel, que hipócritamente se había hecho monje copto, tramaron en la corte imperial con acusaciones y calumnias para lograr la muerte de los indefensos misioneros. En el proceso, dominado por el sectarismo religioso y por la perfidia del falso Pier Leone, los dos misioneros católicos fueron condenados a muerte, como transgresores de las órdenes imperiales que prohibían a los católicos el ingreso a Etiopía. Conducidos ante el emperador fueron interrogados sobre su fe. Agatángel respondió: “Estoy listo para morir por la fe, no renegaré jamás de ella!”. El 7 de agosto de 1638 en Gondar, expuestos a las burlas de la turba, fueron suspendidos con lazos y lapidados bárbaramente por el furor popular. Agatángel tenía 40 años y Casiano 31.



Martirologio Romano: En la localidad de Gorka Duchovna, cerca de Posnam, en Polonia, beato Edmundo Bojanowski, que, conforme a los preceptos del Evangelio, trabajó con sumo ahínco en la formación de los pobres y gente analfabeta, y fundó la Congregación de las Esclavas de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios (1871).

Etimológicamente: Edmundo = Aquel que es guardián de su patrimonio, es de origen sajón.





Edmundo Bojanowski fue parte de una noble familia, nació el 14 de noviembre de 1814 en Grabonóg en el ducado de Poznan. Estudió filosofía en la universidad de Breslavia en el 1835 y luego en Berlín.

Hacia la mitad del siglo XIX Polonia fue dividida y sometida a las tres naciones vecinas, Rusia, Prusia y Austria, y hasta que se independizó en 1918, hubieron orgullosas revueltas y rebeliones creando imprevistas variantes en los ambientes socio-político e industrial; frente a estos trastornos, que crearon vastas fajas de pobreza, Edmundo decidió ayudar a las clases más necesitadas, laborando en la enseñanza y en la evangelización de las poblaciones campesinas.


Empezó con el abrir guarderías para los niños, primero en el Ducado de Poznan y luego en las provincias de la Polonia Menor y Slesia; volviéndose así un pionero en la asistencia a la infancia en los campos.


Para poder dar estabilidad y futuro a sus instituciones, fundó el 13 de mayo de 1850, la Congregación de las “Esclavas de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios"; las monjas en buena parte provinieron de las zonas rurales; y de los campos hizo contratar a chicas, que después de oportuna preparación, trabajaban en las guarderías. Él las preparó intelectual y moralmente.


Las monjas también tuvieron la tarea de interesarse en las chicas y las madres, a través de las llamadas "noches", para prepararlas en los compromisos de una familia cristiana, insertando así el fermento de la fe católica, en el mundo campesino.


Con buenos libros organizó salas de lectura, con las monjas ocupadas en ayudar a los pobres y asistir a los enfermos, básicamente dolientes por la soledad de los campos. En el 1849 la epidemia de cólera que golpeó la región lo vio en primera fila, y solicito la ayuda de las Hijas de la Caridad de Poznan.


Obtuvo prestigiosos reconocimientos, en 1857 fue llamado a la Sociedad de los ´Amigos de la Ciencia´ de Poznan; en el 1863 presidió la Conferencia de Sam Vicente de Paul en Gostyni; en el año1869, a los 55 años, entró en el Seminario a Gnienzo, pero en 1871 tuvo que salir de él por la rápida decadencia de su salud, con gran pena, porque deseaba consagrarse completamente a Dios; pero su santificación tuvo que ocurrir en el estado laical, por lo demás, de laico indicó el camino de la vida espiritual y escribió las reglas para sus monjas; algún tiempo después en Italia también hubo un fundador laico parecido, Bartolo Longo también él beato


De Edmundo Bojanowski nos ha legado su ´Diario´ y varias cartas todavía inéditas; murió en Górka Duchowna (Poznan) el 7 de agosto de 1871; a su muerte existían dos noviciados, 197 monjas y 40 Casas. Posteriormente, como consecuencia de la política de la repartición de Polonia se tuvieron que abrir cuatro Congregaciones distintas cada una con su correspondiente Casa Matriz, actualmente en Luboń (Poznan), Wroclawm, Debica y Stara Wies con unas 4000 monjas esparcidas por el mundo.


El Papa Juan Pablo II, durante su séptimo viaje apostólico a Polonia, lo beatificó, era el 13 de junio de 1999, en ceremonia realizada en Varsovia.


Es una de las más grandes figuras de la católica Polonia, que en mucho se adelantó, con su rica actividad, a lo que el Concilio Vaticano II ha dicho sobre el tema del apostolado de los laicos.


Reproducido con autorización de Santiebeati.it



Martirologio Romano: En Compluto (hoy Alcalá de Henares), en la Hispania Cartaginense, santos mártires Justo y Pastor. Todavía niños, corrieron voluntariamente al martirio, abandonando en la escuela sus tablillas de escolar y, detenidos por orden del juez e inmediatamente azotados, animándose y exhortándose mutuamente fueron degollados por su amor a Cristo (304).

Convencieron los de la tetrarquía a Diocleciano que los verdaderos enemigos a exterminar del Imperio eran los que se profesaban cristianos y que ya estaban por todas partes. Fueron capaces de convencerlo porque había datos que de ningún modo necesitaban probarse por su evidencia: los cristianos no daban culto a los dioses romanos, se mostraban ausentes en el circo y ponían auténtico reparo a verse en las termas; su matrimonio les dura para toda la vida y a los hijos concebidos no los exponen jamás a la muerte; comparten el pan y las casas, pero no la cama. Estas cosas podrían perdonárseles porque son honestas, pero realizan extrañas prácticas religiosas sólo accesibles a los iniciados y como no ceden en la adoración a los dioses dándoles incienso, y como adoran a un Cristo o Cresto más que a su propia vida son una fuerza potencial inmensa que puede volverse contra el Imperio si se lo propusieran. Son fanáticos que escapan a la influencia y autoridad del César y es precisa su destrucción. El César Galerio ha triunfado en su intento exterminador. Decretos y más decretos promulga Diocleciano que está representado por su gobernador o prefecto Daciano en el extremo occidental del Imperio. La persecución se ha desatado fuerte y cruel desde los Pirineos hacia el sur, dejando un rastro de sangre cristiana: Vicente, Eulalia, tantos y tantos. También los niños Justo y Pastor.


Prudencio, que en su Peristefhanon cantará la gloria de los mártires y de las ciudades que los poseyeron, incluye a los dos niños mártires entre los que forman su corona, afirmando que son la "gloria para Alcalá"; luego serán mencionados por Venancio Fortunato y estarán presentes con veneración en los Santorales y Calendarios visigóticos con san Isidoro en su obra De viris Illustribus y san Ildefonso que retoca, en apéndice, el diálogo entre los hermanos; también en la liturgia Mozárabe aparecen sus nombres al celebrar las fiestas, y son cantados por la literatura posterior como en el soneto de Lope: "Dos corderos al cielo sacrifica, primicias ya de innumerables santos". Llegan con el tiempo a ser nombrados Justo y Pastor los Patronos de Alcalá y de toda la archidiócesis de Madrid.


Las actas son tardías, no auténticas y nada creíbles. Sólo recogen la tradición oral de los hechos transmitidos a lo largo de las generaciones; un autor anónimo los pone por escrito adaptándolos a las necesidades de sus destinatarios o inventándolos para dar una buena catequesis presentándolos adornados con elementos estéticos más o menos plausibles.


Sólo sabemos de Justo y Pastor que eran dos niños, como de siete y nueve años, y que murieron degollados por presentarse espontáneamente ante Daciano, manifestando su condición de discípulos de Cristo; sufrieron martirio los dos hermanos al ser degollados probablemente en las afueras de la ciudad llamada entonces Complutum y ahora Alcalá de Henares.


No quiso Asturio, el obispo de Toledo, dejar ya la ciudad complutense después del hallazgo de sus restos. Así llegó Complutum a ser sede episcopal y él su obispo primero. Allí mismo edificó en su honor la primera basílica.


Pronto se difundió su culto a toda la piel de toro cristiana e incluso más allá de los Pirineos; de hecho, el que en Barcelona se pusiera la diócesis recién erigida bajo su advocación, allá por el siglo IV, es un testimonio bien claro de cómo se comentó el suceso de la muerte de los intrépidos inocentes, de cuánto estimuló su ejemplo a ser leales a la fe y de dónde se sitúa el término o medida del amor a Jesucristo para no decir nunca "basta" a sus exigencias.


En 1567, san Pío V promulgó una bula papal, en la que ordenaba que fuesen trasladadas parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor desde Huesca a Alcalá de Henares, ciudad de su cuna y martirio. En noviembre de ese mismo año, Felipe II y su hijo el príncipe Carlos, enviaron una carta cada uno dirigida al Obispo de Huesca para que cumpliese con lo ordenado por el Papa. Así fue, como parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor, fueron remitidas a la ciudad de Alcalá de Henares de la que son patronos los "Santos Niños".



Martirologio Romano: En Savona, de la Liguria, beato Octaviano, obispo y hermano del papa Calixto II, que tanto en el claustro como en la cátedra buscó con ahínco servir a Dios y a los hermanos (1132).

Etimología: Octaviano = del octavo día. Viene de la lengua latina.


Octaviano murió en Liguria en 1132. Era nada menos que el hijo de Guillermo II, rey de Borgoña. Su hermano llegó a ser Papa con el nombre de Calixto II. Otro hermano fue el arzobispo de Besançon.


Toda la ilusión que anidaba en su pulcro corazón era la de ser monje de Cluny.


El padre, sin embargo, que lo había reservado para que fuera su sucesor, le envió a estudiar a la universidad de Bolonia.


Era un joven muy inteligente. Al terminar sus brillantes estudios, se convirtió en profesor.

Guillermo veía que su muerte se acercaba.


Entonces envió a mensajeros para que su hijo volviera. Cuando llegaron, su padre ya había muerto.


Gracias a esta muerte, dolorosa pero esperada, él pudo seguir libremente su vocación con tal de que los suyos no pusieran dificultades.


Al no encontrarlas, él entró en la abadía de san Pedro en la que vivió por espacio de cuarenta y dos años., entregado a la oración y al estudio de la Palabra de Dios.


Era una persona muy sociable y con unos talentos apropiados para tratar a todo el mundo como se merecía.


Pudo conquistar los honores más altos, y, en verdad, se le presentaron a menudo. Jamás, sin embargo, los aceptó en su alma.


Lo que él sentía realmente era la humildad de Jesús hecha carne en él mismo.


Veinte meses antes de su muerte, tuvo que presidir la diócesis de Savone porque no había candidato. Durante este tiempo realizó varios milagros, el primero de los cuales fue la reforma de los canónigos. Les privó de sus prebendas mientras no cambiaran de conducta.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Vástago de la familia real de Nortumbria. Su padre fue el sanguinario e incendiario Eteelfrido que mereció el apodo de "Devastador"; por ello no es de extrañar que, una vez muerto, su hijo Oswaldo tuviera que salir para el destierro aunque solo fuera un niño. Pudo refugiarse en los escotos del Norte que ya era zona cristianizada por Columba desde hacía unos años antes de su llegada. Sólo tenía once años cuando -ya huérfano- encontró refugio en aquellas latitudes. Notó que allí todos hablaban del monje Columba, el gran misionero irlandés, y que en bastantes aspectos aquella gente vivía de un modo diferente al que él había presenciado desde siempre al lado de las hordas guerreras de su padre. Quizá esa curiosidad contribuyó a formarse como cristiano; de hecho, cuenta el principal relator de su vida y obras, el cronista nortumbrio Beda, que engrosó el número de los catecúmenos que se formaban en la nueva religión, aumentó el contacto con la comunidad cristiana llegando a familiarizarse con ella, se adaptó a su vida y costumbres -cosa nada fácil- y terminó pidiendo el bautismo. Como llegó a descubrir que el heroísmo no está reñido con el cristianismo, se convirtió en evangelizador de Cristo.

Los sajones y bretones habían mantenido entre ellos continuas guerras por poseer el territorio de Nortumbria. Corrían noticias de que el terrible Cadwallon, héroe de Bretaña, va eliminando uno a uno a todos los parientes del príncipe desterrado y un triste día se corrieron las voces de que había llegado hasta el extremo de asesinar a su hermano Eanfrido; este fue el detonante para que Oswaldo decidiera plantarle cara al formidable bretón y sacarlo del territorio de sus mayores. Dispuesto a morir en el intento, reza antes de entrar en batalla, cerca de Hexham, hace una cruz con dos ramas cruzadas, y anima a sus huestes a luchar en nombre del Dios de los cristianos. La terrible pelea se resolvió con triunfo del ejército de Oswaldo, con la muerte del capitán adversario y con el sobrenombre de Lamngwin (el de la espada que relumbra) para el nuevo presidente de la Heptarquía y caudillo universal de los anglosajones.


Casó con la hija del primer rey cristiano de Wessex, y aquello fue como el alborear de una gran era. Su reinado duró sólo ocho años. Aprendió de los cristianos que el ideal no está en la guerra, sino en la búsqueda de la justicia que lleva a la paz. Consigue la unidad entre los irreconciliables reinos; llena su corte de sabios y muchos de ellos son monjes; construye el monasterio de Lisdisfarme para Aidan que con sus monjes avanza evangelizando desde el norte, mientras que los benedictinos recomienzan a hacerlo desde el sur, después del fracaso primero de Agustín de Cantorbery, cuando fueron obligados a replegarse por las sangrientas persecuciones y la ferocidad de los naturales del país. Ha descubierto en el santo monje Aidan las cualidades necesarias para ser el hombre de Dios apropiado para la evangelización por su amor a la pobreza, desprendimiento, rechazo de honores, comprensivo con los tardos, dulce con los tercos y exigente con los perezosos. Tanto es su aprecio que lo toma como asesor espiritual para él mismo. Y debió acertar, porque con sus consejos el propio Oswaldo aprende a pasar noches en oración donde tamiza las decisiones de gobierno de su pueblo; puso orden en su corte, es generoso en limosnas, piadoso con los enfermos y compasivo con los pobres.


Murió en pelea de guerra con el pagano Penda, rey de los mercios, en la batalla de Maserfelth. No pudo este rey soportar que Oswaldo se hiciera cristiano; pensó que se había hecho cobarde, traicionando a Odín. La fiereza de Penda y sus ansias de venganza llegaron al ensañamiento de pinchar en un palo la cabeza del rey vencido y muerto, manteniéndola en alto durante un año para que la contemplaran las gentes, hasta que fue rescatada por el vengador Oswy, continuador de la obra de Oswaldo. Aquellos tiempos eran así.


Frente a tanta fiereza, hay también episodios de generosidad y grandeza. Cuenta Beda que en un banquete de corte, estando el obispo Aidán dispuesto a dar la bendición, el encargado de las limosnas del palacio se aproximó al rey para notificarle que una muchedumbre de pobres estaba a la puerta, todos famélicos y hambrientos. Tiempo le faltó a Oswaldo para suspender el festejo, repartir los manjares entre los pobres y destrozar en pedazos la plata del ajuar para entregarlos como remedio a los necesitados.


El pueblo anglosajón tuvo a Oswaldo como mártir desde su muerte y como a tal le dio veneración por haber sabido ser rey, héroe y apóstol. Su culto se extendió por la Europa central, el sur de Alemania y el norte de Ita1ia. Se santificó con bondades rectas, con gobierno firme y con deseos evangelizadores a pesar de la buena dosis de barbarie propia de la época; quizá una mirada anacrónica desde el siglo XX le negara el honor de los altares, pero a cada cual le toca santificarse en su propio mundo, poniendo a disposición de Dios y de los hombres lo mejor de su voluntad. Y en el caso de Oswaldo aún no se habían inventado las monarquías democráticas.



Martirologio Romano: En Nacianzo, de Capadocia, santa Nona, esposa de san Gregorio el Viejo y madre de los santos Gregorio el Teólogo, Cesáreo y Gorgona (374).

Etimología: Nonna o Nona = nueve o nacido en noveno lugar. Viene de la lengua latina.


En Asia Menor y en Capadocia en concreto, el nombre de Nonna es un nombre propio. El cristiano Filtazio le puso a su hija, al ser bautizada, ese bello nombre.


Creció como una niña. Más tarde fue una joven devota y con una sonrisa luminosa como todas las chicas de Capadocia.


Fue requerida como esposa de Gregorio, magistrado de Nacionceno, que era pagano.


Ella, con sus buenas formas y su profunda educación y preparación en temas cristianos, logró – con la gracia de Dios – que su prometido se convirtiera al cristianismo.


Tan a fondo se tomó su conversión que a los 60 años fue elegido obispo de Nazancio. Murió a los cien años..


Su hijo llegaría a ser el gran san Gregorio de Nazancio, doctor de la Iglesia, llamado también "el Teólogo".


Tuvieron otra hija, Gorgona, que es también santa y su hermano san Cesáreo, el médico.


En la historia del cristianismo es raro que todos los miembros de una familia hayan sido santos.


Nonna estuvo siempre al lado de su marido sirviendo a los pobres. Murió en la iglesia mientras hacía oración.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Martirologio Romano: En San Severino Marche (Septémpeda), santa Margarita, viuda (1395).

Santa Margarita, nació en 1325 en Cesolo, en San Severino Marche.


Sus progenitores, de humilde origen y dedicados a la agricultura, le dieron un profunda educación cristiana.


A a los quince años, mientras cuidaba un rebaño de ovejas, se le apareció Jesús bajo la apariencia de un pobre peregrino. El peregrino le pide comida, y Margarita le ofrece el único pan que llevaba. De regreso a su hogar, hambrienta, le pregunta a su madre si tiene algo para comer, pero ella le responde que no hay nada. Margarita le rogó que se fijara si había algo en la bolsa, y con sumo estupor, su madre comprobó que estaba tan llena de pan como para abastecer las necesidades de la familia y de todos los pobres de la vecindad.


La santa, por no contradecir la voluntad de sus padres, aceptó unirse en matrimonio con un joven de la ciudad. De esta unión, tuvo una hija a quien educó según los principios cristianos. A la muerte de su marido, decide dedicar toda su vida al servicio de los pobres, a la oración y a la penitencia.


Para imitar la Pasión de Cristo, se inflige terribles penitencias: caminaba descalza por las calles de la ciudad (de allí que se la llame Margarita "la descalza"), llevaba cilicio y dormía sobre un lecho de ramas apoyando su cabeza sobre una piedra.


Soportó una larga y dolorosa enfermedad con gran fe y resignación.


Entregó su alma al Señor el 5 de agosto de 1395. Su cuerpo reposa en la iglesia parroquial de Cesolo.



Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (1859).

Fecha de canonización: 31 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI.



Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes".

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.


Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.


Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.


Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.


Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.


El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.


Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.


Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".


Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.


Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".


Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.


El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.


Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.


El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".


El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".


Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.


Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".


Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.


Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.


Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.


Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.


A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.


De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.


A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.


De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.


En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.


Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.


Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.


En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.


Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.


El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.


Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.


Puedes conocer más sobre este santo leyendo el siguiente artículo: Juan María Vianney, Módelo de Perseverancia



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