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Martirologio Romano: San Cayetano de Thiene, presbítero, que en Nápoles, en la región de la Campania, se entregó piadosamente a obras de caridad, especialmente a favor de los aquejados de enfermedades incurables, promovió cofradías para formar religiosamente a los laicos e instituyó los Clérigos Regulares, para la reforma de la Iglesia, enseñando a sus discípulos a seguir la primitiva manera de vida apostólica (1547).

Etimología: Cayetano = alegre. Viene de la lengua latina.


Su padre, el Conde Gaspar de Thiene y su madre María di Porto. El padre murió cuando los dos hermanos eran muy pequeños. Su piadosa madre dio a sus hijos un admirable ejemplo.


Cayetano estudió 4 años en la Universidad de Padua donde se distinguió en la teología y se doctoró en derecho civil y canónico en 1504. Fue nombrado senador en Vicenza.


Estaba, sin embargo, decidido a seguir los estudios sacerdotales. Se trasladó a Roma en 1506. Decía que Dios le llamaba a realizar una gran obra. Al poco tiempo fue nombrado secretario privado del Papa Julio II. Ayudaba al Papa a escribir las cartas apostólicas. Conoció de cerca a cardenales y prelados.


El Papa muere en 1513 y Cayetano decide no continuar en el cargo. Se preparó durante 3 años para ser sacerdote. Fue ordenado en 1516, a los 36 años. Celebra su primera misa y queda sobrecogido por el don del que no se considera digno.


Funda en Roma la "Cofradía del Amor Divino", una asociación de clérigos que se dedicaba a promover la gloria de Dios. Tuvo su primera experiencia pastoral en la parroquia de Santa María de Malo, cerca de Vicenza; luego se dedicó a cuidar los santuarios esparcidos por el monte Soratte.


Ingresó en el oratorio de San Jerónimo que tenía los mismos fines que la cofradía del Amor Divino, pero incluía a laicos pobres. Sus amigos se molestaron mucho por eso, porque consideraban que aquello era indigno para un hombre de gran alcurnia como él. A Cayetano no le importó. Ayudaba y servía personalmente a los pobres y enfermos de la ciudad y atendía a los pacientes de las enfermedades repugnantes.


Cayetano se preocupaba mucho por el bien espiritual de su congregación. Solía decir: "En el oratorio rendimos a Dios el homenaje de la adoración, en el hospital le encontramos personalmente".


Fundó otro oratorio en Verona. Se trasladó a Venecia en 1520, siguiendo el consejo de su confesor, Juan Bautista de Crema, un dominico santo y prudente. Se alojó en el hospital de la ciudad y siguió la misma forma de vida. Se le consideraba fundador principal del hospital por todos los regalos que hizo.


La Eucaristía


Implantó la bendición con el Santísimo Sacramento y promovió la comunión frecuente, en los 3 años que vivió en Venecia. Escribió: "No estaré satisfecho sino hasta que vea a los cristianos acercarse al Banquete Celestial con sencillez de niños hambrientos y gozosos, y no llenos de miedo y falsa vergüenza".


La cristiandad pasaba por un periodo de crisis. La corrupción debilitaba a la Iglesia. Cayetano era uno de los que más imploraban la verdadera reforma de vida y de costumbres dentro de la Iglesia. Repetía a menudo: "Cristo espera, ninguno se mueve".


Fundador


San Cayetano regresó a Roma para hablar de la reforma con los miembros de la Cofradía del Amor Divino en 1523, en compañía del obispo de Teato Giampietro Carafa, de Bonifacio Colli y de Pablo Consiglieri. No solo predicó la reforma, sino la llevó a cabo fundando con sus tres compañeros una orden de Clérigos Regulares que tomasen como modelo la vida de los Apóstoles. La llamaron "Ordo Regularium Theatinorum" o Congregación de los Teatinos (el nombre de padres teatinos viene del episcopado de "Teate Marrucinorum" ), y tenía como finalidad principal la renovación del clero.


Clemente VII aprobó la fundación el 14 de septiembre de 1524. Cayetano renuncia a todos sus bienes y Carafa a los 2 episcopados de Brindis y de Chieti.


Los 4 primeros miembros visten sus hábitos religiosos y hacen los votos en San Pedro, ante un delegado pontificio. Carafa es nombrado superior general de la orden. Aparte de la renovación del clero, sus otros objetivos eran la predicación de la sana doctrina, el cuidado de los enfermos y la restauración del uso frecuente de los Sacramentos.


Los seguidores no eran muchos. A los 4 años, en 1527, cuando la orden tenía 12 miembros, el ejercito saqueó la ciudad, la casa fue destruida y ellos escaparon a Venecia. En 1530 San Cayetano sucede a Carafa en el cargo de superior. Por su humildad, lo hace con renuencia.


Trabaja enérgicamente por la reforma del clero. En 1533, Carafa fue elegido superior general por segunda vez. Cayetano es enviado a Verona, donde recibe oposición a sus reformas.


Viaja a Nápoles para fundar una casa de su orden. Recibe una casa donada por el conde de Oppido y rechaza otros terrenos. El conde alega que los napolitanos no eran tan ricos y generosos como los venecianos a los que San Cayetano le responde: "Tal vez tengáis razón, pero Dios es el mismo en ambas ciudades. Dios está en Nápoles como en Venecia".


Se quedó en Nápoles donde había mas trabajo. La ciudad mejoró notablemente gracias a las prédicas y el trabajo apostólico del santo, que en ocasiones tuvo que enfrentarse con laicos y religiosos que predicaban el calvinismo, el luteranismo y otros errores.


Fundó con el Beato Juan Marinoni los "Montes de Piedad" para liberar de la miseria a los pobres y marginados. Esta obra fue aprobada poco antes del Concilio de Letrán. En sus últimos años de vida abrió hospicios para ancianos y fundó hospitales.


Cae enfermo en el verano de 1547. Los médicos le aconsejan poner un colchón sobre su cama de tablas, el respondió: "Mi salvador murió en la cruz; dejadme pues, morir también sobre un madero".


Murió en Nápoles a la edad de 77 años, el domingo 7 de agosto de 1547.


Ocho años después de su muerte, el teatino Carafa fue elegido Papa, con el nombre Pablo IV, un auténtico reformador, aunque su pontificado fue muy impopular.


Cayetano fue canonizado en 1671 después que la comisión encargada terminara de examinar rigurosamente los numerosos milagros.




Ésta y muchas oraciones las encontrarán en DEVOCIONARIO CATOLICO



Martirologio Romano: En Arezzo, de la Toscana, san Donato, segundo obispo de esta sede. La virtud y eficacia de sus oraciones son alabadas por el papa san Gregorio I Magno (s. IV).

Etimología: Donato = dado en donación, de la lengua latina


Nació en Nicomedia de Bitinia (hoy Isnikmid) y se trasladó con sus padres a Roma, siendo todavía de corta edad.


Fue encomendada su educación a un santo sacerdote llamado Pigmenio. Era entonces emperador de Roma, Diocleciano, quien ordenó una dura persecución de los cristianos. Sus padres y su maestro lo enviaron a Arezzo, donde la persecución no era tan enconada, mientras ellos se quedaron en Roma, donde sufrieron martirio.


En Arezzo, Donato se puso bajo la dirección del clérigo San Hilarino. Admirado San Sátiro, obispo de la ciudad, de las cualidades de Donato, le ordenó sacerdote y le encomendó la predicación del Evangelio.


Día a día iba creciendo la fama de elocuencia y santidad de Donato, quien a la muerte del obispo, fue designado por el Papa San Julio, el año 346, para ocupar aquella sede episcopal, con gran alegría de los fieles y del clero.


Según cuentan San Gregorio Magno y San Antonio de Florencia, era tal su fe que Dios obró a través de él importantes milagros por el bien de sus fieles. En la persecución de Juliano el Apóstata fue prendido Donato por el prefecto de Arezzo quien, ante la imposibilidad de hacerle abjurar de su fe, mandó decapitarlo. Fue en el año 372, el decimosexto de su episcopado.



El Beato Vicente nació hacia el año 1430, en L´Aquila, ciudad que por aquel tiempo formaba parte del reino de Nápoles. Sus padres habitaban en el barrio llamado Poggio o Cerro Santa María, encantador edén coronado de verdura y refrescado por manantiales abundantes, cuyas aguas se despeñan por continuadas cascadas hasta el río Aterno. Aquel maravilloso rincón, testigo de los primeros años del niño Vicente, lo fue también de sus grandes virtudes, favorecidas por el cuidado de sus padres, y estimuladas por el ambiente religioso en que se crió. Su alma, predestinada a gloriosa santidad, encontró desde el primer instante el clima necesario; clima que supo aprovechar con generoso corazón.

La casa paterna era contigua al monasterio cisterciense de Nuestra Señora del Refugio. No obstante, cuando determinó entrar en religión, no se dirigió a los hijos de San Bernardo, sino a los de San Francisco. La extraordinaria popularidad de San Bernardino de Sena, fallecido hacía pocos años, en 1444, su tumba cada día más gloriosa, podrían explicarnos, aun prescindiendo de los llamamientos de la gracia, las preferencias de Vicente por la Orden franciscana.


El incansable predicador sienés, cuyo celo no detenían la edad ni los achaques, se había presentado en mayo de 1444 en el reino de Nápoles, con deseo de sembrar también allí la semilla evangélica. Pero al llegar a siete millas de L´Aquila le traicionaron las fuerzas. Lograron sus compañeros que se dejase colocar en una camilla, y de esta forma le llevaron, «triste y dolorido», a la ciudad. Albergado en el monasterio de los Hermanos Menores Conventuales, pronto vio Bernardino que se le acercaba su última hora, a pesar de los solícitos cuidados de los hermanos y de los más hábiles médicos mandados por los magistrados. Incapaz de expresarse de palabra, manifestó por señas su deseo de que se le tendiese en el suelo de su celda, y en esta humilde postura, con los brazos cruzados, los ojos elevados al cielo, el semblante risueño, entregó apaciblemente en manos de Dios su santa alma el 20 de mayo.


L´Aquila no dejó escapar el tesoro que acababa de confiarle la Providencia; se quedó con el venerado cuerpo a despecho de las instancias de los diputados sieneses, que secretamente habían hecho preparativos para llevarlo a su patria. Las exequias de Bernardino se celebraron con tanta solemnidad, que nunca rey ni reina las tuvo semejantes. Insignes milagros se realizaron alrededor del féretro.


Vicente, que a la sazón tenía unos catorce años, conservaría de ellos un recuerdo imperecedero.


En el convento de San Julián


El convento de San Julián, en el que Vicente se presentó, lo había fundado en 1415 el Beato Juan de Stroncone, Comisario general de los Hermanos Menores Observantes de Italia.


Edificantes recuerdos iban unidos a la fundación de este monasterio. Lo habían levantado los religiosos con sus propias manos; ellos mismos habían labrado las toscas mesas y bancos que constituían, casi por completo, el ajuar, buena parte del cual, en consideración a la memoria de Vicente de L´Aquila, se ha conservado con religioso cuidado. El convento, proyectado según el severo plan de las primeras casas de la Orden, era de condiciones sumamente modestas: lo formaban unas cabañas pegadas a la falda de la montaña, sin luz apenas y parecidas a ermitas.


Cabría preguntar cómo en refugio tan reducido pudo reunirse, en el año 1452, en tiempos de Vicente, un Capítulo general de mil quinientos Hermanos Menores, si no se supiera que estas sesiones se celebran las más de las veces al aire libre o debajo de improvisadas tiendas de campaña, donde la milicia franciscana iba a organizarse para los santos combates.


Mortificación. El hermano limosnero


Aunque educado en su casa con mucho esmero, pues había seguido las letras, Vicente quiso por humildad permanecer como hermano lego. Una de las características de su santidad era el espíritu de mortificación. Tanta era su austeridad, que ni siquiera llevaba las sandalias permitidas a los descalzos. Su hábito de color pardo, que aún hoy día puede verse, era el más pesado y basto de todos; no se lo quitaba ni de día ni de noche. Además, llevaba cilicio y se infligía frecuentes y crueles flagelaciones. Su alimento se reducía a pan y agua con algunas hierbas crudas, y, si a veces se le obligaba por obediencia a comer como la comunidad, hallaba no obstante medio de mortificarse, tomando sólo una parte de su porción y agregándole polvo o sustancias amargas.


Prefería los trabajos humildes, ayudaba a los hermanos en sus faenas domésticas y componía sus sandalias, pues, para ser más útil, había aprendido el oficio de zapatero. Otras veces se dedicaba a las labores del campo y, en los ratos de descanso, retirábase en la fragosidad de la roca, a unos cien pasos del convento, para entregarse a la oración.


Más adelante se le encargó el oficio de limosnero, en que indudablemente hallaba Vicente múltiples ocasiones de sacrificio, dada su afición a la soledad y a la vida oculta. Su principal preocupación, en las diarias caminatas, fue siempre el bien de las almas.


En los demás conventos adonde fue enviado, Cittá, Sant´Ángelo, Francavilla y Sulmona, continuó en el cargo de limosnero: pasó, pues, la mayor parte de su vida de una puerta a otra, pidiendo limosna para sus hermanos, mendigando por obediencia, lo cual no fue obstáculo para que poseyera en el más alto grado la estima y confianza de los príncipes de la Casa de Aragón, soberanos de Nápoles.


Predicciones varias


Durante el período, tan revuelto para los Estados del sur de Italia, que transcurrió desde el año 1458 al 1500, varios competidores aspiraban al reino de Nápoles. La ciudad de L´Aquila, más que otras, sufrió las consecuencias de esas vicisitudes políticas, pasando sucesivamente al poder de la Casa de Anjou, de la de Aragón y del Papa, y mudando de dueño varias veces en el espacio de unos cuarenta años. Fray Vicente, muy sensible a los innumerables males que aquejaban a sus paisanos, abrumados de impuestos, diezmados por la guerra, afligidos por el hambre y la peste, menudeaba las súplicas y penitencias en los momentos de crisis, y pasaba noches enteras en oración.


Parecía como que quisiera cargar sobre sí toda la responsabilidad de aquel desequilibrio social, y trataba de conquistar con el mérito de sus acciones la benevolencia y las misericordias del cielo.


A Fernando I, duque de Calabria y rey de Nápoles, que fue a consultarle antes de emprender una expedición contra las tropas pontificias, le predijo un desastre. A pesar de esta advertencia, el príncipe inició la campaña y salió, en efecto, vencido.


No fue ésta la única circunstancia en que el humilde lego pareció favorecido con el don de leer en el porvenir. La historia conserva el texto de una de sus predicciones. Con mucha anticipación anunció al hijo del rey de Nápoles, Alfonso, duque de Calabria, que un rey de Francia (Carlos VIII) conquistaría su reino. Señaló al mismo tiempo los males que iban a descargar sobre la Iglesia.


He aquí el texto, cuyos términos, algún tanto apocalípticos, requieren una explicación. Del conjunto se desprende una predicción bastante clara:


Cuando oigáis mugir el buey en la Iglesia de Dios (en las armas del papa Alejandro VI, designado aquí, figuraba un buey), entonces principiarán las desgracias. Cuando veáis tres símbolos reunidos: el buey, el águila y la serpiente (alianza del papa Alejandro VI, del emperador de Alemania Maximiliano I, entre cuyos blasones figuraba un águila, y de Ludovico Sforza, quien por ser sucesor de los Visconti en el ducado de Milán, había dejado impresa en todas partes la serpiente de su escudo), entonces vendrá del lado de Occidente un rey (Carlos VIII, llamado por Ludovico Sforza y que había de invadir Italia en 1474). Asolará el reino (de Nápoles), y, recogido el botín, volverá a su país (1475).


El destierro de César Borja y de Ludovico Sforza, vencidos por el rey Luis XII, va insinuado en las líneas siguientes:


Habrá cisma en la Iglesia de Dios, dos Pontífices, el uno elegido legítimamente, el otro cismático (alusión posible a la infame parodia que quiso hacer de Lutero un antipapa, cuando en 1527 los luteranos, con ayuda de los Imperiales, saquearon Roma). El verdadero Papa se verá obligado a desterrarse (Clemente VII tuvo que huir a Orvieto). La violencia se ensañará contra la Iglesia de Dios. Tres ejércitos muy poderosos entrarán al mismo tiempo en Italia, uno procedente del Este, otro del Oeste, el tercero del Norte: se reunirán y habrá mucha sangre derramada. Después se realizará en la Ciudad (Eterna) una reforma que alcanzará a los clérigos (reforma de la disciplina eclesiástica preparada por el Concilio de Trento), y los mahometanos serán detenidos en su marcha. (En Lepanto, en 1571).


Milagros. Regreso a L´Aquila


En vida, hizo Vicente varios milagros. En L´Aquila devolvió el habla a un mudo. En otra ciudad curó a un niño que por tener las piernas disformes no podía andar, y en Sant´Angelo le debieron la curación de parecida enfermedad tres personas. Pero el prodigio más admirable atribuido al poder de sus oraciones fue la resurrección del obispo de Sulmona, Bartolomé della Scala, de la Orden de Predicadores.


Si hemos de dar crédito a los historiadores de L´Aquila, contemporáneos suyos, el obispo, a pesar de las oraciones del clero para implorar su curación, había sucumbido a resultas de graves dolencias. Vicente, que gozaba de la estima particular del prelado y había recibido de él numerosas muestras de benevolencia, en cuanto se enteró de la noticia, pidió autorización para ir a rezar junto al cadáver. De súbito, como por inspiración de lo Alto, llamó por tres veces a su ilustre amigo, cuyos ojos se abrieron por fin, a la vez que iba entrando poco a poco la vida por todo el cuerpo. La curación no fue repentina, pero decreció el mal tan rápidamente que, a los quince días, el 29 de junio de 1491, fiesta de San Pedro, el que todos creían eliminado para siempre del mundo de los vivos, iba en persona al convento de los Franciscanos a dar gracias a su salvador. Conviene añadir que murió, y esta vez para siempre, a los pocos días. El milagro tuvo grande repercusión en los Abruzos, y las visitas afluyeron al convento de San Nicolás de Sulmona, residencia en aquel tiempo del taumaturgo. Le llevaban enfermos para que rogase por ellos, y alcanzaba su curación.


Esta popularidad llegó a asustar a Vicente, quien, deseoso de la soledad, solicitó de sus superiores permiso para volver a su modesto oratorio de San Julián de L´Aquila, en donde esperaba terminar su vida religiosa como la había comenzado, en el retiro y la humildad.


Apenas de regreso, tuvo que presenciar discordias civiles y grandes disensiones políticas. Acababa de ser desterrado el obispo, Juan Bautista Galioffi. En tan graves circunstancias juzgó Vicente que era deber suyo el dirigir a los primeros magistrados, constándole que aceptarían sus consejos, algunas palabras llenas de fe. Lo hizo en términos que muestran su profunda piedad:


Señor Gobernador, Señores:


El cariño que profeso a vuestra ciudad me inspira estas líneas. Acabáis de perder al padre de vuestras almas. Por tanto, habéis de ser ahora, para vuestros súbditos, pastores a la vez espirituales y temporales.


Estáis pasando crueles pruebas y las teméis más terribles aún. Ved si no suceden por causa de vuestras culpas, y enmendaos. Dios envió a Jonás a Nínive, a la que quería aniquilar por sus pecados, y revocó la sentencia tan pronto como dicha ciudad se arrepintió. ¿No es propio de Dios el ser siempre misericordioso? Cesemos de pecar y cesarán los azotes.


En la ciudad, en Collemaggio y en otros puntos tenéis religiosos. Pedidles procesiones de penitencia; misas en honor de la Santísima Virgen y de nuestros santos patronos. Pedid oraciones a las hijas de Santa Clara. Tengo confianza de que, por estos medios, la infinita misericordia de Dios pondrá fin a estas calamidades.


Si me postrara ante el rey para solicitar un favor y al mismo tiempo le diese disgustos con mi proceder, me echaría de su presencia. Así vosotros, por amor de Dios, dejad de blasfemar, si queréis ser escuchados. De aquí proceden todos vuestros males. Termino suplicándoos otra vez os hagáis dignos del cargo que se os ha impuesto.


Vuestro hermano en Nuestro Señor,


Fray Vicente.


El que con tanta nobleza hablaba era entonces un anciano estimado y venerado de todos, con fama de santo, adornado con el brillo de los milagros. No es de extrañar, pues, que fuera escuchada su palabra. No dependió de él el que no volviera el obispo a L´Aquila. El infortunado obispo pereció asesinado por los facciosos en la ciudad de Roma, en casa del cardenal de la Rovere (el futuro papa Julio II), el 23 de febrero de 1493.


Última conquista. Muerte del Beato


Un día que andaba por la ciudad de Lúcoli pidiendo limosna, el cansancio le obligó a detenerse en una familia amiga. Allí topó con una niña, Matía Ciccarelli, que debía ser gloria de la Orden agustina. Vicente, que para la dirección de algunas almas había recibido de Dios luces extraordinarias, reconoció en esta muchachita un alma selecta, y sus consejos la encaminaron en las vías de la santidad. Le infundió aversión para las vanidades mundanas y gusto para las penitencias más heroicas, de las cuales daba él ejemplo. A instigación suya, Matía rezó diariamente el Oficio de la Santísima Virgen y el de difuntos. Después que hubo afirmado sus primeros pasos, no cesó de sostenerla y animarla hasta conducirla al umbral del claustro.


El 7 de agosto de 1504, hacia el anochecer, Matía vio, desde la ventana de la casa que seguía habitando en Lúcoli, el bosque inmediato al convento de San Julián completamente iluminado y al alma de su santo consejero subiendo al cielo acompañada por magnífica corte. Supo al día siguiente que en aquella misma hora había exhalado fray Vicente el postrer aliento. Esta revelación la llenó de alegría y la confirmó en la convicción de que su guía era verdaderamente un santo. Dócil a sus consejos, entró en el monasterio agustino de Santa Lucía, en L´Aquila, y en él tomó el velo con el nombre de Sor Cristina. En dicho monasterio se venera el 12 de febrero a la Beata Cristina de Lúcoli.


Reliquias y culto


Los restos del piadoso hermano lego se habían enterrado en la sepultura común de los Hermanos Menores. Catorce años después fueron exhumados, por circunstancia fortuita, tal vez para depositarlos en la nueva iglesia de San Julián que se inauguraba; se reparó entonces en el perfume que exhalaba el féretro de fray Vicente y en la perfecta conservación de su cuerpo. Los vestidos que le cubrían se caían a pedazos y se deshacían en polvo, siendo así que la carne del siervo de Dios conservaba toda su blancura y consistencia.


Este concurso de hechos movió a sus hermanos en religión a depositar el cuerpo de Vicente en un arca de nogal y vidrio y trasladarlo a lugar honroso. Desde entonces empezó a brillar con milagros de que dan fe donaciones e inscripciones votivas.


Después de más de un siglo, en 1634, seguía manifiesta la conservación del cuerpo. De entonces data su colocación -o reposición- en una capilla situada a la entrada de la iglesia conventual. Más recientemente, en 1868, dos médicos fueron comisionados por la autoridad eclesiástica para reconocer la continuidad del prodigio de la conservación del cuerpo de fray Vicente. En el lugar en que se le había depositado primitivamente, otra inscripción en italiano decía: «En este sepulcro descansa el cuerpo del Beato Vicente de L´Aquila, que pasó a mejor vida el 7 de agosto de 1504».


Confirmó su culto inmemorial el papa Pío VI el 19 de septiembre de 1787.



Beatificados por San Pío X el 1 de enero de 1905.

Agatángel nació en Vendome, provincia de Tours, Francia, de familia distinguida, el 31 de julio de 1598. Conoció a los Hermanos Menores capuchinos que acababan de llegar a su región, donde su padre era presidente del tribunal y administrador del convento. Todavía joven manifestó su vocación religiosa y fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos donde profesó en 1620. Terminados los estudios fue ordenado sacerdote.


En sus primeros años de sacerdocio se encontró con el P. José Leclerc, famoso consejero del cardenal Richelieu, que había proyectado un vasto plan de evangelización. Agatángel fue escogido como candidato para la misión de Siria. Al llegar a Alepo en 1629, encontró allí musulmanes, greco‑ortodoxos, armenios y en número muy reducido, también católicos. Con obras de beneficencia, conversaciones familiares y catequesis elementales logró rápidamente buenos resultados en su apostolado, obstaculizado bien pronto por celos. Pasó luego a la misión del Cairo en calidad de superior, allí trabajó diligentemente por la unión de los Coptos con la Iglesia Católica.


Destinado por la providencia a abrir el campo misional a otros, el 27 de septiembre la Sagrada Congregación le encomendó la responsabilidad de la expedición misionera a Etiopía, compuesta por otros tres sacerdotes capuchinos: el Beato Casiano de Nantes, Benedicto y Agatángel de Moriaix.


Casiano nació en Nantes el 15 de enero de 1607, de la rica familia portuguesa Lopes‑Netto. Pronto mostró una índole dócil, inclinada a las prácticas de devoción y a un fervor religioso admirable en un niño. A los 17 años fue recibido en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos en la Provincia de París y, emitidos los votos religiosos en 1624, concluyó los estudios eclesiásticos en Rennes, donde fue ordenado sacerdote y donde pasó los primeros años de ministerio, asistiendo a los enfermos de peste en 1631. Pidió ser destinado a las misiones y los superiores lo enviaron a Etiopía. En El Cairo se encontró con el Beato Agatángel de Vendôme y con él compartió las fatigas apostólicas.


Temperamento vivo, abierto y sensibilísimo a los sufrimientos ajenos, se dedicó con celo al apostolado, cultivando sobre todo una filial predilección por la Virgen, cuyo rosario y oficio rezaba todos los días.


Desde su encuentro con Fray Agatángel hasta su heroica muerte, los dos Capuchinos trabajaron y se sacrificaron siempre juntos con el ánimo unido en un mismo ideal de virtud y de apostolado. Los dos celosos misioneros trabajaron juntos tres años en El Cairo, la gran capital de Egipto, interesándose especialmente por la conversión de los Coptos. Extendieron su actividad hasta los lejanos monasterios de San Antonio Abad y de San Macario en Nitra.


En Etiopía la Iglesia católica había logrado un inesperado desarrollo que culminó en la conversión del mismo emperador, y esto especialmente por obra de los misioneros jesuitas. La fe de Roma se extendió también bajo el gobierno de Stefan Sagad I. Tanto florecimiento de conversiones fue frenado y destruido casi repentinamente por Atié Fassil, cuya consigna era: “Primero bajo la Meca de los musulmanes que bajo la Roma de los católicos”. Nuestros misioneros decidieron por esto llevar ayuda a tantos pobres hermanos de fe perseguidos por el impío emperador. Se proveyeron de documentos del Patriarca copto de Alejandría. La prudencia les sugirió a los cuatro misioneros dividirse de dos en dos. Agatángel y Casiano, el 23 de diciembre de 1637 partieron para Etiopía; el largo viaje duró tres meses. Al llegar a los límites de Etiopía, fueron descubiertos y encarcelados en Deboroa porque los creyeron espías y conspiradores contra el emperador y el obispo abisinio Malario.


El gobernador de Deboroa había recibido orden del emperador de Etiopía, instigado por súbditos herejes, de arrestar a los dos religiosos europeos que venían de Egipto. Llevados a su presencia y recibidos con insultos, los hizo encerrar en horrible prisión como transgresores de las órdenes imperiales, que prohibían a los católicos entrar en territorio abisinio. Los dos mansos hijos de San Francisco no se abatieron: mostraron los documentos del patriarca copto de Alejandría. Después de pocos días fueron conducidos a Gondar con los brazos encadenados y atados a la cola de un caballo. También en Gondar fue dura y penosa la prisión. El Abuna Macario, fingiéndose amigo del Beato Agatángel y el luterano Pier Leone, enemigo jurado de Agatángel, que hipócritamente se había hecho monje copto, tramaron en la corte imperial con acusaciones y calumnias para lograr la muerte de los indefensos misioneros. En el proceso, dominado por el sectarismo religioso y por la perfidia del falso Pier Leone, los dos misioneros católicos fueron condenados a muerte, como transgresores de las órdenes imperiales que prohibían a los católicos el ingreso a Etiopía. Conducidos ante el emperador fueron interrogados sobre su fe. Agatángel respondió: “Estoy listo para morir por la fe, no renegaré jamás de ella!”. El 7 de agosto de 1638 en Gondar, expuestos a las burlas de la turba, fueron suspendidos con lazos y lapidados bárbaramente por el furor popular. Agatángel tenía 40 años y Casiano 31.



Martirologio Romano: En la localidad de Gorka Duchovna, cerca de Posnam, en Polonia, beato Edmundo Bojanowski, que, conforme a los preceptos del Evangelio, trabajó con sumo ahínco en la formación de los pobres y gente analfabeta, y fundó la Congregación de las Esclavas de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios (1871).

Etimológicamente: Edmundo = Aquel que es guardián de su patrimonio, es de origen sajón.





Edmundo Bojanowski fue parte de una noble familia, nació el 14 de noviembre de 1814 en Grabonóg en el ducado de Poznan. Estudió filosofía en la universidad de Breslavia en el 1835 y luego en Berlín.

Hacia la mitad del siglo XIX Polonia fue dividida y sometida a las tres naciones vecinas, Rusia, Prusia y Austria, y hasta que se independizó en 1918, hubieron orgullosas revueltas y rebeliones creando imprevistas variantes en los ambientes socio-político e industrial; frente a estos trastornos, que crearon vastas fajas de pobreza, Edmundo decidió ayudar a las clases más necesitadas, laborando en la enseñanza y en la evangelización de las poblaciones campesinas.


Empezó con el abrir guarderías para los niños, primero en el Ducado de Poznan y luego en las provincias de la Polonia Menor y Slesia; volviéndose así un pionero en la asistencia a la infancia en los campos.


Para poder dar estabilidad y futuro a sus instituciones, fundó el 13 de mayo de 1850, la Congregación de las “Esclavas de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios"; las monjas en buena parte provinieron de las zonas rurales; y de los campos hizo contratar a chicas, que después de oportuna preparación, trabajaban en las guarderías. Él las preparó intelectual y moralmente.


Las monjas también tuvieron la tarea de interesarse en las chicas y las madres, a través de las llamadas "noches", para prepararlas en los compromisos de una familia cristiana, insertando así el fermento de la fe católica, en el mundo campesino.


Con buenos libros organizó salas de lectura, con las monjas ocupadas en ayudar a los pobres y asistir a los enfermos, básicamente dolientes por la soledad de los campos. En el 1849 la epidemia de cólera que golpeó la región lo vio en primera fila, y solicito la ayuda de las Hijas de la Caridad de Poznan.


Obtuvo prestigiosos reconocimientos, en 1857 fue llamado a la Sociedad de los ´Amigos de la Ciencia´ de Poznan; en el 1863 presidió la Conferencia de Sam Vicente de Paul en Gostyni; en el año1869, a los 55 años, entró en el Seminario a Gnienzo, pero en 1871 tuvo que salir de él por la rápida decadencia de su salud, con gran pena, porque deseaba consagrarse completamente a Dios; pero su santificación tuvo que ocurrir en el estado laical, por lo demás, de laico indicó el camino de la vida espiritual y escribió las reglas para sus monjas; algún tiempo después en Italia también hubo un fundador laico parecido, Bartolo Longo también él beato


De Edmundo Bojanowski nos ha legado su ´Diario´ y varias cartas todavía inéditas; murió en Górka Duchowna (Poznan) el 7 de agosto de 1871; a su muerte existían dos noviciados, 197 monjas y 40 Casas. Posteriormente, como consecuencia de la política de la repartición de Polonia se tuvieron que abrir cuatro Congregaciones distintas cada una con su correspondiente Casa Matriz, actualmente en Luboń (Poznan), Wroclawm, Debica y Stara Wies con unas 4000 monjas esparcidas por el mundo.


El Papa Juan Pablo II, durante su séptimo viaje apostólico a Polonia, lo beatificó, era el 13 de junio de 1999, en ceremonia realizada en Varsovia.


Es una de las más grandes figuras de la católica Polonia, que en mucho se adelantó, con su rica actividad, a lo que el Concilio Vaticano II ha dicho sobre el tema del apostolado de los laicos.


Reproducido con autorización de Santiebeati.it



Martirologio Romano: En Compluto (hoy Alcalá de Henares), en la Hispania Cartaginense, santos mártires Justo y Pastor. Todavía niños, corrieron voluntariamente al martirio, abandonando en la escuela sus tablillas de escolar y, detenidos por orden del juez e inmediatamente azotados, animándose y exhortándose mutuamente fueron degollados por su amor a Cristo (304).

Convencieron los de la tetrarquía a Diocleciano que los verdaderos enemigos a exterminar del Imperio eran los que se profesaban cristianos y que ya estaban por todas partes. Fueron capaces de convencerlo porque había datos que de ningún modo necesitaban probarse por su evidencia: los cristianos no daban culto a los dioses romanos, se mostraban ausentes en el circo y ponían auténtico reparo a verse en las termas; su matrimonio les dura para toda la vida y a los hijos concebidos no los exponen jamás a la muerte; comparten el pan y las casas, pero no la cama. Estas cosas podrían perdonárseles porque son honestas, pero realizan extrañas prácticas religiosas sólo accesibles a los iniciados y como no ceden en la adoración a los dioses dándoles incienso, y como adoran a un Cristo o Cresto más que a su propia vida son una fuerza potencial inmensa que puede volverse contra el Imperio si se lo propusieran. Son fanáticos que escapan a la influencia y autoridad del César y es precisa su destrucción. El César Galerio ha triunfado en su intento exterminador. Decretos y más decretos promulga Diocleciano que está representado por su gobernador o prefecto Daciano en el extremo occidental del Imperio. La persecución se ha desatado fuerte y cruel desde los Pirineos hacia el sur, dejando un rastro de sangre cristiana: Vicente, Eulalia, tantos y tantos. También los niños Justo y Pastor.


Prudencio, que en su Peristefhanon cantará la gloria de los mártires y de las ciudades que los poseyeron, incluye a los dos niños mártires entre los que forman su corona, afirmando que son la "gloria para Alcalá"; luego serán mencionados por Venancio Fortunato y estarán presentes con veneración en los Santorales y Calendarios visigóticos con san Isidoro en su obra De viris Illustribus y san Ildefonso que retoca, en apéndice, el diálogo entre los hermanos; también en la liturgia Mozárabe aparecen sus nombres al celebrar las fiestas, y son cantados por la literatura posterior como en el soneto de Lope: "Dos corderos al cielo sacrifica, primicias ya de innumerables santos". Llegan con el tiempo a ser nombrados Justo y Pastor los Patronos de Alcalá y de toda la archidiócesis de Madrid.


Las actas son tardías, no auténticas y nada creíbles. Sólo recogen la tradición oral de los hechos transmitidos a lo largo de las generaciones; un autor anónimo los pone por escrito adaptándolos a las necesidades de sus destinatarios o inventándolos para dar una buena catequesis presentándolos adornados con elementos estéticos más o menos plausibles.


Sólo sabemos de Justo y Pastor que eran dos niños, como de siete y nueve años, y que murieron degollados por presentarse espontáneamente ante Daciano, manifestando su condición de discípulos de Cristo; sufrieron martirio los dos hermanos al ser degollados probablemente en las afueras de la ciudad llamada entonces Complutum y ahora Alcalá de Henares.


No quiso Asturio, el obispo de Toledo, dejar ya la ciudad complutense después del hallazgo de sus restos. Así llegó Complutum a ser sede episcopal y él su obispo primero. Allí mismo edificó en su honor la primera basílica.


Pronto se difundió su culto a toda la piel de toro cristiana e incluso más allá de los Pirineos; de hecho, el que en Barcelona se pusiera la diócesis recién erigida bajo su advocación, allá por el siglo IV, es un testimonio bien claro de cómo se comentó el suceso de la muerte de los intrépidos inocentes, de cuánto estimuló su ejemplo a ser leales a la fe y de dónde se sitúa el término o medida del amor a Jesucristo para no decir nunca "basta" a sus exigencias.


En 1567, san Pío V promulgó una bula papal, en la que ordenaba que fuesen trasladadas parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor desde Huesca a Alcalá de Henares, ciudad de su cuna y martirio. En noviembre de ese mismo año, Felipe II y su hijo el príncipe Carlos, enviaron una carta cada uno dirigida al Obispo de Huesca para que cumpliese con lo ordenado por el Papa. Así fue, como parte de las reliquias de los santos Justo y Pastor, fueron remitidas a la ciudad de Alcalá de Henares de la que son patronos los "Santos Niños".



Martirologio Romano: En Savona, de la Liguria, beato Octaviano, obispo y hermano del papa Calixto II, que tanto en el claustro como en la cátedra buscó con ahínco servir a Dios y a los hermanos (1132).

Etimología: Octaviano = del octavo día. Viene de la lengua latina.


Octaviano murió en Liguria en 1132. Era nada menos que el hijo de Guillermo II, rey de Borgoña. Su hermano llegó a ser Papa con el nombre de Calixto II. Otro hermano fue el arzobispo de Besançon.


Toda la ilusión que anidaba en su pulcro corazón era la de ser monje de Cluny.


El padre, sin embargo, que lo había reservado para que fuera su sucesor, le envió a estudiar a la universidad de Bolonia.


Era un joven muy inteligente. Al terminar sus brillantes estudios, se convirtió en profesor.

Guillermo veía que su muerte se acercaba.


Entonces envió a mensajeros para que su hijo volviera. Cuando llegaron, su padre ya había muerto.


Gracias a esta muerte, dolorosa pero esperada, él pudo seguir libremente su vocación con tal de que los suyos no pusieran dificultades.


Al no encontrarlas, él entró en la abadía de san Pedro en la que vivió por espacio de cuarenta y dos años., entregado a la oración y al estudio de la Palabra de Dios.


Era una persona muy sociable y con unos talentos apropiados para tratar a todo el mundo como se merecía.


Pudo conquistar los honores más altos, y, en verdad, se le presentaron a menudo. Jamás, sin embargo, los aceptó en su alma.


Lo que él sentía realmente era la humildad de Jesús hecha carne en él mismo.


Veinte meses antes de su muerte, tuvo que presidir la diócesis de Savone porque no había candidato. Durante este tiempo realizó varios milagros, el primero de los cuales fue la reforma de los canónigos. Les privó de sus prebendas mientras no cambiaran de conducta.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


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Vástago de la familia real de Nortumbria. Su padre fue el sanguinario e incendiario Eteelfrido que mereció el apodo de "Devastador"; por ello no es de extrañar que, una vez muerto, su hijo Oswaldo tuviera que salir para el destierro aunque solo fuera un niño. Pudo refugiarse en los escotos del Norte que ya era zona cristianizada por Columba desde hacía unos años antes de su llegada. Sólo tenía once años cuando -ya huérfano- encontró refugio en aquellas latitudes. Notó que allí todos hablaban del monje Columba, el gran misionero irlandés, y que en bastantes aspectos aquella gente vivía de un modo diferente al que él había presenciado desde siempre al lado de las hordas guerreras de su padre. Quizá esa curiosidad contribuyó a formarse como cristiano; de hecho, cuenta el principal relator de su vida y obras, el cronista nortumbrio Beda, que engrosó el número de los catecúmenos que se formaban en la nueva religión, aumentó el contacto con la comunidad cristiana llegando a familiarizarse con ella, se adaptó a su vida y costumbres -cosa nada fácil- y terminó pidiendo el bautismo. Como llegó a descubrir que el heroísmo no está reñido con el cristianismo, se convirtió en evangelizador de Cristo.

Los sajones y bretones habían mantenido entre ellos continuas guerras por poseer el territorio de Nortumbria. Corrían noticias de que el terrible Cadwallon, héroe de Bretaña, va eliminando uno a uno a todos los parientes del príncipe desterrado y un triste día se corrieron las voces de que había llegado hasta el extremo de asesinar a su hermano Eanfrido; este fue el detonante para que Oswaldo decidiera plantarle cara al formidable bretón y sacarlo del territorio de sus mayores. Dispuesto a morir en el intento, reza antes de entrar en batalla, cerca de Hexham, hace una cruz con dos ramas cruzadas, y anima a sus huestes a luchar en nombre del Dios de los cristianos. La terrible pelea se resolvió con triunfo del ejército de Oswaldo, con la muerte del capitán adversario y con el sobrenombre de Lamngwin (el de la espada que relumbra) para el nuevo presidente de la Heptarquía y caudillo universal de los anglosajones.


Casó con la hija del primer rey cristiano de Wessex, y aquello fue como el alborear de una gran era. Su reinado duró sólo ocho años. Aprendió de los cristianos que el ideal no está en la guerra, sino en la búsqueda de la justicia que lleva a la paz. Consigue la unidad entre los irreconciliables reinos; llena su corte de sabios y muchos de ellos son monjes; construye el monasterio de Lisdisfarme para Aidan que con sus monjes avanza evangelizando desde el norte, mientras que los benedictinos recomienzan a hacerlo desde el sur, después del fracaso primero de Agustín de Cantorbery, cuando fueron obligados a replegarse por las sangrientas persecuciones y la ferocidad de los naturales del país. Ha descubierto en el santo monje Aidan las cualidades necesarias para ser el hombre de Dios apropiado para la evangelización por su amor a la pobreza, desprendimiento, rechazo de honores, comprensivo con los tardos, dulce con los tercos y exigente con los perezosos. Tanto es su aprecio que lo toma como asesor espiritual para él mismo. Y debió acertar, porque con sus consejos el propio Oswaldo aprende a pasar noches en oración donde tamiza las decisiones de gobierno de su pueblo; puso orden en su corte, es generoso en limosnas, piadoso con los enfermos y compasivo con los pobres.


Murió en pelea de guerra con el pagano Penda, rey de los mercios, en la batalla de Maserfelth. No pudo este rey soportar que Oswaldo se hiciera cristiano; pensó que se había hecho cobarde, traicionando a Odín. La fiereza de Penda y sus ansias de venganza llegaron al ensañamiento de pinchar en un palo la cabeza del rey vencido y muerto, manteniéndola en alto durante un año para que la contemplaran las gentes, hasta que fue rescatada por el vengador Oswy, continuador de la obra de Oswaldo. Aquellos tiempos eran así.


Frente a tanta fiereza, hay también episodios de generosidad y grandeza. Cuenta Beda que en un banquete de corte, estando el obispo Aidán dispuesto a dar la bendición, el encargado de las limosnas del palacio se aproximó al rey para notificarle que una muchedumbre de pobres estaba a la puerta, todos famélicos y hambrientos. Tiempo le faltó a Oswaldo para suspender el festejo, repartir los manjares entre los pobres y destrozar en pedazos la plata del ajuar para entregarlos como remedio a los necesitados.


El pueblo anglosajón tuvo a Oswaldo como mártir desde su muerte y como a tal le dio veneración por haber sabido ser rey, héroe y apóstol. Su culto se extendió por la Europa central, el sur de Alemania y el norte de Ita1ia. Se santificó con bondades rectas, con gobierno firme y con deseos evangelizadores a pesar de la buena dosis de barbarie propia de la época; quizá una mirada anacrónica desde el siglo XX le negara el honor de los altares, pero a cada cual le toca santificarse en su propio mundo, poniendo a disposición de Dios y de los hombres lo mejor de su voluntad. Y en el caso de Oswaldo aún no se habían inventado las monarquías democráticas.



Martirologio Romano: En Nacianzo, de Capadocia, santa Nona, esposa de san Gregorio el Viejo y madre de los santos Gregorio el Teólogo, Cesáreo y Gorgona (374).

Etimología: Nonna o Nona = nueve o nacido en noveno lugar. Viene de la lengua latina.


En Asia Menor y en Capadocia en concreto, el nombre de Nonna es un nombre propio. El cristiano Filtazio le puso a su hija, al ser bautizada, ese bello nombre.


Creció como una niña. Más tarde fue una joven devota y con una sonrisa luminosa como todas las chicas de Capadocia.


Fue requerida como esposa de Gregorio, magistrado de Nacionceno, que era pagano.


Ella, con sus buenas formas y su profunda educación y preparación en temas cristianos, logró – con la gracia de Dios – que su prometido se convirtiera al cristianismo.


Tan a fondo se tomó su conversión que a los 60 años fue elegido obispo de Nazancio. Murió a los cien años..


Su hijo llegaría a ser el gran san Gregorio de Nazancio, doctor de la Iglesia, llamado también "el Teólogo".


Tuvieron otra hija, Gorgona, que es también santa y su hermano san Cesáreo, el médico.


En la historia del cristianismo es raro que todos los miembros de una familia hayan sido santos.


Nonna estuvo siempre al lado de su marido sirviendo a los pobres. Murió en la iglesia mientras hacía oración.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Martirologio Romano: En San Severino Marche (Septémpeda), santa Margarita, viuda (1395).

Santa Margarita, nació en 1325 en Cesolo, en San Severino Marche.


Sus progenitores, de humilde origen y dedicados a la agricultura, le dieron un profunda educación cristiana.


A a los quince años, mientras cuidaba un rebaño de ovejas, se le apareció Jesús bajo la apariencia de un pobre peregrino. El peregrino le pide comida, y Margarita le ofrece el único pan que llevaba. De regreso a su hogar, hambrienta, le pregunta a su madre si tiene algo para comer, pero ella le responde que no hay nada. Margarita le rogó que se fijara si había algo en la bolsa, y con sumo estupor, su madre comprobó que estaba tan llena de pan como para abastecer las necesidades de la familia y de todos los pobres de la vecindad.


La santa, por no contradecir la voluntad de sus padres, aceptó unirse en matrimonio con un joven de la ciudad. De esta unión, tuvo una hija a quien educó según los principios cristianos. A la muerte de su marido, decide dedicar toda su vida al servicio de los pobres, a la oración y a la penitencia.


Para imitar la Pasión de Cristo, se inflige terribles penitencias: caminaba descalza por las calles de la ciudad (de allí que se la llame Margarita "la descalza"), llevaba cilicio y dormía sobre un lecho de ramas apoyando su cabeza sobre una piedra.


Soportó una larga y dolorosa enfermedad con gran fe y resignación.


Entregó su alma al Señor el 5 de agosto de 1395. Su cuerpo reposa en la iglesia parroquial de Cesolo.



Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (1859).

Fecha de canonización: 31 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI.



Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes".

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.


Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.


Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.


Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.


Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.


El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.


Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.


Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".


Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.


Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".


Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.


El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.


Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.


El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".


El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".


Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.


Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".


Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.


Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.


Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.


Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.


A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.


De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.


A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.


De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.


En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.


Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.


Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.


En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.


Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.


El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.


Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.


Puedes conocer más sobre este santo leyendo el siguiente artículo: Juan María Vianney, Módelo de Perseverancia



Martirologio Romano: En Montreal, en la provincia de Quebec, en Canadá, beato Federico Janssoone, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, para el fomento de la fe, promovió las peregrinaciones a Tierra Santa (1916).

Etimología: Federico = muy pacífico. Viene de la lengua alemana.


Federico nació en Ghyvelde, diócesis de Lille, Francia, el 19 de noviembre de 1838, hijo de Pedro Janssoone y de María Isabel Bollengier, campesinos de buena posición económica, cristianos de profundas convicciones y padres de familia numerosa. En el bautismo le pusieron el nombre doble de Federico Cornelio.


A la edad de 10 años quedó huérfano de padre, y cuatro años más tarde, en 1852, recibió la primera comunión, después de una larga preparación. Realizó brillantemente los estudios elementales en el Colegio de Hazebrouck y en el Instituto de Ntra. Sra. de las Dunas de Dunquerque. Sintiéndose llamado al sacerdocio, ingresó en el seminario, pero pronto tuvo que dejarlo: su familia tenía que afrontar graves dificultades económicas y Federico comprendió que su obligación era ayudar a los suyos en tales circunstancias.


La madre de Federico falleció en 1861, cuando él tenía 23 años. La llamada a la vida religiosa franciscana se va haciendo cada más clara y apremiante en su espíritu, y en 1864, a la edad de 26 años, Federico entra en el noviciado de los franciscanos, en el convento de Amiens. Toda su vida recordará con entusiasmo el fervor de esta primera etapa de su formación franciscana. El 16 de julio de 1865, terminado el noviciado, hace la profesión simple o temporal. Seguidamente pasa a Limoges para cursar los estudios filosóficos, y luego es enviado a la Escuela teológica de Bruges. El 26 de diciembre de 1868 Federico hace la profesión solemne, y más tarde, el 17 de agosto de 1870, recibe la ordenación sacerdotal.


El P. Federico es llamado pronto a prestar su servicio como capellán militar durante la guerra franco-prusiana. Terminada la guerra es enviado a Branday, y después a Burdeos a fundar un nuevo convento; aquí ejerce un intenso y fecundo apostolado sacerdotal y religioso. Después fue trasladado a París, como bibliotecario del convento. Y allí termina la etapa francesa de su vida.


En 1876 cambia el rumbo de la vida del P. Federico. En efecto, ese año marcha a Tierra Santa, la patria de Jesús, y allí permanecerá, en una primera etapa, hasta 1881, desempeñando el oficio de Vicario Custodial. En ese año de 1881, es enviado por la Custodia de Tierra Santa a Canadá para interesar a los fieles en el apostolado y demás obras que desarrollan los franciscanos, y recoger limosnas en favor de los Santos Lugares. Pero al año siguiente, 1882, termina su primera estancia en Canadá y regresa a Tierra Santa, donde permanecerá hasta 1888.


Durante esta segunda estancia suya en Palestina, aparte el servicio prestado en diversos santuarios, se reveló, en la gestión de asuntos complejos, como un diplomático hábil y digno, lleno de tacto y rectitud. Y así, a él se deben los Reglamentos del Santo Sepulcro y de Belén. Junto a este Santuario construyó la iglesia de Santa Catalina, parroquia de los católicos de Belén, aprovechando estructuras de una iglesia anterior, más pequeña.


En junio de 1888 llegó el P. Federico a Canadá, lleno de entusiasmo y de proyectos, confiando en la divina providencia, y allí permaneció hasta su muerte, sin volver ya más al País de Jesús, aunque no cesará de trabajar para él en su calidad de Comisario de Tierra Santa. Al principio se estableció en Montreal, pero poco después se trasladó a Trois-Rivières, donde emprendió la tarea de restaurar la vida y las actividades apostólicas que los franciscanos comenzaron en Canadá el año 1615.


Los 28 años que pasó el P. Federico en esta segunda etapa en tierras canadienses, pueden dividirse en dos períodos: 1888-1902 y 1902-1916.


Durante el primer período nuestro Beato se entregó a la promoción del culto, piedad y peregrinaciones al Santuario de la Virgen Du-Cap, cercano a Trois-Rivières. Como verdadero hijo de san Francisco, se empeñó en dar a conocer a la Madre de Cristo, fomentar una tierna y profunda devoción hacia ella, organizar liturgias y diversos cultos en el santuario, promover, organizar y acompañar peregrinaciones, exhortando siempre a los fieles a ir a Jesús por medio de María. El Señor se dignó, por intercesión de su Madre santísima, otorgar gracias abundantes y extraordinarias, y aun obrar curaciones que tuvieron gran resonancia. Y así sucedió que el Santuario pasó de ser parroquial a ser diocesano y después nacional.


El segundo período es el de las famosas cuestaciones a fin de recaudar fondos para grandes obras, como el Santuario de la Adoración Perpetua en Québec o el monasterio de las Clarisas de Valleyfield. Al propio tiempo el P. Federico seguía siendo un apóstol en plena actividad apostólica: muchas misiones, predicación y catequesis, organización y dirección de peregrinaciones, fundación y asistencia de fraternidades de la Orden Franciscana Seglar, publicación de diversos escritos, etc.


Toda esta actividad tan intensa no le impidió al P. Federico mantener su entrega a la oración y a la penitencia, acompañadas de una gran austeridad de vida, de una pobreza personal extrema, de una marcada predilección por los pobres, de una sencillez, paciencia y serenidad inalterables en las pruebas y dificultades, de una plena y permanente conformidad con la voluntad del Padre.


El P. Federico murió en Montreal el 4 de agosto de 1916 a la edad de 77 años; su cuerpo fue trasladado a Trois-Rivières. De inmediato el pueblo sencillo, que tiene sentido de lo religioso, empezó a venerar al "buen P. Federico" como verdadero Siervo de Dios. Y el papa Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.



Martirologio Romano: Conmemoración de san Aristarco de Tesalónica, que fue discípulo de san Pablo, fiel compañero en sus viajes y prisionero con él en Roma (s. I).

Etimología: Aristarco = príncipe excelente. Viene de la lengua griega.


Contempla sólo la meta y no veas lo difícil que es alcanzarla. Esta palabras toman cuerpo y realidad en este joven griego.


Nació en Tesalónica. Resulta que san Pablo había llegado a esta ciudad para evangelizarla y alejarla de la idolatría a la que estaba sometida.


Aristarco, conmovido por la palabra de Pablo, se convirtió al cristianismo.


Y no solamente esto: desde su conversión siguió a san Pablo por todos los caminos y lugares en los que se anunciaba la Palabra de Dios.


Cerca de Efeso, en Izmir, hoy Turquía, le pasó algo milagroso en su vida personal..

De todas partes venía gran muchedumbre para adorar a la diosa Diana, hija de Júpiter.


El templo era preciso porque había sido construido por Erostrato.


Era una de las siete maravillas de entonces. El orfebre Demetrio fabricaba pequeñas estatuas de plata para la venta de los que iban a adorar a su diosa.


Y vio que se quedaba sin trabajo y sin ventas debido a que la mayoría de la gente adoraba ya al Dios único y verdadero, el Dios que anunciaba san Pablo.


Entonces, aprovechando que san Pablo estaba fuera de la ciudad, armó tal revuelo en la ciudad que todo el mundo se quedó confuso.


Los Efesios, sin embargo, siguieron a Aristarco y a Cayo. Los llevaron al anfiteatro. Estando allá, todo se calmó. Pablo y sus seguidores se encaminaron a Roma para alejarse del peligro inminente que caía sobre sus cabezas.


En la carta a los Colosenses dice:"Aristarco, mi compañero de cautividad os saluda".


Fue un fiel amigo incluso cuando Pablo estaba en la cárcel. Murió en el siglo I.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



El calendario cartujano celebra hoy al último de los mártires de la Cartuja londinense. Ya vimos en la reseña del martirio de San Juan Houghton y sus compañeros, el 4 de mayo, las circunstancias pormenorizadas del martirio de aquellos monjes a los que el lugarteniente de Enrique VIII, Tomás Cromwell, no sólo se negó a oírles su defensa sino que les infligió un terrible martirio.

Nuestro Beato Guillermo forma parte del grupo último que fue apresado por negarse a reconocer como cabeza de la Iglesia en Inglaterra al sensual Rey Enrique. Todos los datos de las detenciones y provocaciones de los súbditos de Cromwell a aquella Comunidad los sabemos de primera mano por el monje Dom Mauricio Chauncy, miembro de la Cartuja de Londres, que pudo huir al continente y le escribió lo sucedido al Reverendo Padre General. A él seguimos transcribiendo lo que nos dice del Hermano Guillermo.


El Padre Chauncy nos dice que después de dos años de vejaciones, desde la muerte de los primeros mártires, y viendo que todo el mundo se sometía al edicto regio, algunos de la Comunidad «no sin gran lesión de su conciencia y, llorando, se sometieron a la voluntad del Rey.


Los demás no quisieron tener en más la Casa de piedra que a sí mismos y anteponiendo a todo la salvación de su alma, dieron con gusto cuanto tenían, y se negaron a conseguir su libertad mediante una simulación, antes bien, resistieron al rey con firmeza para alcanzar así una resurrección más feliz y tener en el cielo una casa no hecha por mano de hombres.


Este último grupo consta de diez cartujos, seis Hermanos y cuatro Padres. Todos fueron encarcelados el 20 de mayo de 1537 en cárcel asquerosísima, en la ciudad de Newgate, en donde murieron al poco tiempo, excepto uno, por la inmundicia y el hedor de la cárcel. Al oír esto, el predicho representante regio se impacientó mucho y juró que los habría atormentado más cruelmente si no hubiesen muerto.


El Hermano converso sobreviviente, Guillermo Horn, permaneció tres años en la cárcel con buena salud. Sacado finalmente el 4 de noviembre de 1541 y sometido a los mismos tormentos de mutilaciones y desgarramientos de su cuerpo que su Padre Prior, padeció y murió con él. Así, el hijo siguió a su Padre, siendo entre todos el más cruelmente atormentado, y murió al cabo por amor a Jesucristo y por la fe de su Esposa la Iglesia católica, negándose a prestar en falso un juramento».


En la Orden siempre se guardó con gran veneración la memoria de estos hermanos mártires, mas cuando Inglaterra comenzó a cambiar la legislación respecto a los católicos en el S. XIX, el Papa León XIII proclamó, el 6 de diciembre de 1887, beatos a los dieciocho cartujos ingleses junto con otros dieciséis mártires de la Reforma de Enrique VIII.



Oración

Padre todopoderoso, que concediste al Beato

Guillermo fortaleza para morir por la

libertad de la fe; te rogamos que su intercesión

nos ayude a soportar por tu amor la adversidad

y a caminar con valentía hacia Tí,

fuente de toda vida.

Por Nuestro Señor Jesucristo

Amén



"Santos y Beatos de la cartuja", pág. 64, autor Juan Mayo Escudero, Edit. Analecta Cartusiana, ISBN 3-901995-24-2, año 2000 REPRODUCIDO CON AUTORIZACIÓN DEL AUTOR



Muchos napolitanos, por la gran devoción para el patrón principal de la ciudad san Genaro y de su espectacular milagro anual de la licuefacción de la sangre, ha olvidado o hasta ignoran que el primer obispo de la naciente comunidad cristiana de Nápoles fue san Asprenato, mientras san Genaro fue obispo de Benevento y mártir en Pozzuoli en las proximidades de Nápoles.

De san Asprenato se sabe que vivió entre finales del siglo I y principios del siglo II, época en que los más recientes estudios arqueológicos, fijan los principios de la Iglesia napolitana, y como confirmación de esto, se sabe que el nombre Asprenato fue muy popular en el período de la república y en los primeros tiempos del imperio romano, luego cayó en desuso.


Varios antiguos documentos comprendidos en el famoso Calendario Marmóreo de Nápoles, certifican su existencia durante los mandatos de los emperadores Trajano y a Adriano y fijan en veintitrés años la duración de su episcopado.


De su vida no se sabe nada cierto, pero una antiquísima leyenda repetida con modificaciones en textos posteriores, cuenta que san Pedro, fundada la Iglesia de Antioquía, se encaminó hacia Roma con algunos discípulos, pasó por Nápoles, aquí encontró una viejecita enferma (identificada luego como santa Cándida La Anciana), quien prometió adherirse a la nueva fe si se curaba.


Pedro hace una oración pidiendo la sanación, a lo que los discípulos de Antioquía contestaron con ¡Amén!, Cándida se sanó, y encomienda cure también a un amigo suyo llamado Asprenato enfermo desde hace tiempo y que si lo curara también ciertamente se convirtiría.


En este instante Pedro también intercede y logra que sea curado, y luego de catequizarlo, lo bautiza. El cristianismo vivía una rápida difusión en Nápoles, y cuando Pedro decidió retomar el viaje hacia Roma, consagro a Asprenato como obispo.


Él hizo construir el oratorio de Santa María del Principio sobre que surgirá la basílica de santa Restituta y fundó la iglesia de san Pedro en Aram donde todavía hoy se conserva el altar sobre el que el apóstol celebró el Sacrificio.


El santo obispo murió rico en méritos, y varios milagros fueron conseguidos por su intercesión; su cuerpo fue llevado al oratorio de santa María del Principio, algunos estudios más recientes dicen que las reliquias están en las catacumbas de san Genaro, en cuyos alas superiores están las imágenes, no bien conservadas, de los primeros 14 obispos napolitanos.


Después de san Genaro es el segundo de los 47 santos protectores de Nápoles, cuyos bustos de plata son custodiados en la capilla del tesoro de san Genaro en la Catedral (el Duomo), aquí también esta conservado el bastón con el que san Pedro lo curó.


En la ciudad, en épocas diferentes, fueron elegidas dos iglesias en su honor y una capilla le es dedicada en la antiquísima basílica de santa Restituta.


Es invocado para calmar la jaqueca, su fiesta litúrgica es recordada en el Martirologio Romano y en el Calendario Marmóreo al 3 de agosto.





Con la Bula dada en Segni el 4 junio de 1110, dirigida a los obispos de Anagni y la Campania romana, el papa Pascual II contó a Pedro, obispo de Anagni, en el catálogo de los santos, autorizó de esta manera el culto en las diócesis de la Campania y asignó para ello que su celebración sea el 3 agosto. Por las virtudes ejercidas por el santo y los hechos milagrosos con que la divina gracia lo ilustró en vida y después de muerte, la Bula hizo referencia a la fiel narración de Bruno, obispo de Segni.

Esta narración no ha llegado a nuestros días, para conocer a Pedro ha quedado una leyenda escrita poco antes de 1181, desafortunadamente no ha sido conservada completa, le falta el prólogo y ha padecido alguna otra mutilación cuando, en 1325, fue distribuida en partes que debieron servir como lecciones para la celebración de los Oficios Divinos el día festivo del santo y en la novena previa. y en él octava. El Oficio del santo con las mencionadas lecciones es agenciado en el «Lectionarium por annum» usado en las iglesias de Anagni.


Para la composición de la leyenda el anónimo autor, que pertenece probablemente al clero de la catedral, tuvo a disposición — además del relato escrito por Bruno de Segni, que quizás sea la fuente principal — el relato, que entre 1113 y 1117 escribiera el obispo Pedro II de Anagni, de los prodigios verificados durante el doble traslado del mártir Magno y durante el reconocimiento de las reliquias de Pedro y, claro está, la tradición oral de la Iglesia de Anagni. Dando como resultado un escrito que a pesar de algunas obvias incongruencias, guarda la cronología y las circunstancias de los hechos contados, la leyenda es por lo tanto sustancialmente atendible.


Este relato nos presenta al santo obispo, animado por el espíritu de la reforma gregoriana, poniendo todos sus esfuerzos en la sede a él confiada por el Papa Alejandro II, dedicándose a la obra de restauración de la disciplina eclesiástica, a avivar el culto al mártir Magno, a recuperar los bienes de su Iglesia, usurpados por los laicos, y a reconstruir desde los cimientos el ruinoso edificio de la catedral.


Una vida de recogimiento y ruego lo prepararon para el despacho pastoral, al que fue encaminado dese niño, cuando, descendiente de la familia de los príncipes longobardos de Salerno y habiendo quedado huérfano de los padres, fue ofrecido al monasterio de San Benito. Al estudio en un ambiente rodeado de los sagrados cánones le siguió la práctica en la disertación de los asuntos eclesiásticos adquirida por su contacto con Alejandro II, a cuyo servicio como capellán, lo colocó el cardenal Ildebrando, después de lo haberlo conocido en el monasterio salernitano. Durante su episcopado Alejandro II, confía ahora en él, mandándolo como apocrisiario (legado eclesiástico) a la corte de Miguel VII emperador de oriente. Posteriormente se ausentó de su sede al seguir a Bohemundo de Tarento a las cruzadas, estando en Constantinopla cerca del emperador.


En Anagni, tuvo que sufrir mucho a causa de los clérigos hostiles a la reforma, pero cuando, después de cuarenta y tres años de episcopado, le llegó la muerte el 3 de agosto de 1105, la ardua obra estaba cumplida: reconstruida la catedral y restaurada la disciplina canónica; eclesiásticos por él formados estuvan listos a sucederle dignamente como pastores de la Iglesia de Anagni. Su amigo y colaborador, Bruno de Segni, pudo entonces, después de haber celebrado las exequias, contar la vida edificante y preparar su glorificación. En lo referente al culto, recordamos que, después de la proclamación de la santidad de Pedro, ocurrida el 4 junio de 1110, el segundo sucesor del santo, Pedro II, como es referido en la leyenda, ordenó el traslado del cuerpo de San Pedro de Anagni de la basílica superior a la inferior. Después de más de dos siglos, el canónico anagnini Jacobo de Guerra restauró el altar erguido en su honor, consagrado luego el día 11 de febrero de 1324, y, en un amplio nicho cavado en la pared de fondo, hizo pintar, noblemente sentado en cátedra, al santo obispo, entre las figuras erguidas de los santas Aurelia y Neomisia. Por fin, una constitución capitular del 15 de enero de 1325 estableció que la celebración festiva del santo fuera elevada a ritual doble con octava como las de san Magno y santa Secundina. La Iglesia de Anagni celebra todavía su fiesta el 3 de agosto, pero ya que él es uno de los patronos principales de la ciudad y diócesis, su busto de cobre cubierto de plata, que es un relicario, obra del 1541, es expuesta junto a un busto similar del mártir Magno en las celebraciones patronales del 19 de agosto.



Martirologio Romano: En Valencia, España, Beatos Ricardo Gil Barcelón (sacerdote) y Antonio Arrué Peiró (postulante), miembros de la Congregación de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, asesinados por odio a la fe ( 1936)

Fecha de beatificación: 27 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.



Madrugada del 4 de febrero de 1910. Un humilde sacerdote sale de la iglesia de "Sant´Anna dei Palafrenieri" en el Vaticano para iniciar una de sus jornadas, llena de fatigas entrelazadas con incesante oración.

Las iglesias están todavía cerradas; las calles desiertas; el viento mordaz sacude los residuos perezosos de la noche. A buen paso se encamina hacia la estación y llega, mientras la claridad del día va extendiéndose, a la avenida Vittorio Emanuele, cerca de la fuente de la "navicella", al lado de la calle. Este cura del norte mira alrededor, nunca saciado, fascinado por la grandeza cristiana de Roma, motivo de sentimientos y sincera oración. Delante de la nueva iglesia inclina la cabeza vertiendo una invocación a su querido San Felipe Neri, "Pippo bono", como también suele llamarle.


La vista se alza para contemplar fugazmente la magnífica fachada diseñada por Rughesi. De rodillas y casi encorvado sobre el peldaño delante del postigo aún cerrado, hay una masa negra, inmóvil. Una figura en actitud absorta y casi arrebatada. Don Orione - era Él este cura del norte - se siente empujado a acercarse; tiene la impresión de que sea un sacerdote: sus manos juntas y una profunda piedad se lo hacen creer... Es de estatura superior a la media; el hábito y el sombrero están limpios pero muy pobres y desteñidos. Sin embargo hay en Él algo que habla de candor y firmeza en la voluntad de bien.


"¿Quién eres?", pregunta Don Orione.

"¡Soy un hijo de la Divina Providencia!", responde el sacerdote.

"¡También yo soy hijo de la Divina Providencia! Pues entonces me perteneces un poco, sonríe Don Orione. Tengo una congregación cuyos miembros se llaman Hijos de la Divina Providencia".


El desconocido se levanta. Los dos sacerdotes se miran a los ojos: la sonrisa de Don Orione atrae, como un imán, la sonrisa del otro. Se ha entablado una amistad.


Se acompañan tranquilamente en la calle todavía silenciosa, atraídos por una inmediata y recíproca simpatía. Aceleran el paso porque es tarde para Don Orione que no puede permitirse el lujo de perder el tren: muchas cosas le esperan. Mientras hablan una atracción mayor vierte al corazón del desconocido seguridad y confianza que se resuelve en confidencia.


Es español, sacerdote. Ha venido a pie desde Valencia, en peregrinación de penitencia, para implorar a Dios que le enseñe el camino que debe seguir: necesita mucha luz interior. Hasta hoy no ha hecho otra cosa que vagar siguiendo un gran sueño de amor, de evangelización, de santidad.


"Vete a la Iglesia de Santa Ana, preséntate en nombre mío y espérame", concluye Don Orione. "¡Dios nos inspirará y la Santa Virgen nos llevará de la mano!".


De este modo el Padre Ricardo Gil entró en la Órbita de Don Orione; y, ocurriendo todo aquello que había afirmado graciosa y proféticamente en aquella fría mañana de febrero, terminó como un Hijo de la Divina Providencia.


La historia de uno de tantos sacerdotes, heroicos testigos de la fe y mártires durante la persecución religiosa en España en 1936, se inicia así, en las puertas del Vaticano.


El P. Ricardo Gil Barcelón había nacido en Manzanera, en España, el 27 de octubre de 1873, en una familia noble y desahogada. Tan brillante en los estudios como en la música, gozaba de la vida cómodamente: caballos, entretenimientos, alegres compañías, mitos juveniles. Volvió a la casa paterna descontento de sí mismo, cansado de un mundo del que apenas había visto su superficialidad y probado su vanidad.


Tomó casi como un acto liberador la posibilidad de enrolarse en la artillería del ejército español empeñado entonces en las Filipinas en la lucha tanto contra los rebeldes de Mindanao como contra el incipiente imperio estadounidense. En un momento de gran peligro, rezó a la Virgen. La inexplicable liberación del peligro le hizo pensar en el Cielo. En la compañía de los militares para divertir, se puso a tocar la guitarra y a cantar. No quisieron que sus manos manejasen ya armas, sólo instrumentos musicales. El, inquieto, empezó a juntarlas para orar.


Entró con los dominicos, frecuentó la Pontificia Universidad de Manila suscitando admiración. Se ordenó sacerdote en 1904 con el porvenir asegurado: vice-bibliotecario de la universidad y capellán de la catedral. Sin embargo parecía faltarle algo para estar en paz. Volvió a España, desde allí salió hacia Italia, a pie, mendigando, ayudando a los pobres y visitando santuarios lugares de santos.


La Divina Providencia le había dado cita, aquella mañana del 4 de febrero de 1910 con Don Orione. Estuvo por algún tiempo en la comunidad de los Ironistas que oficiaban en "Sant´Anna dei Palafrenieri" en el Vaticano; se encontró con Pío X. Había entendido por fin la fuente de su inquietud: la santidad y la caridad.


Viajó con Don Orione a Mesina al tiempo de la reconstrucción de la ciudad después del terrible terremoto, y después durante 10 años en Cassano Ionio, en Calabria, custodio del santuario de la Virgen de la Cadena y de un grupito de huérfanos allí acogidos. Desde 1923 a 1927 en Roma, dividiendo su tiempo entre la colonia agrícola de Santa María, en Monte Mario, y la populosa Parroquia de "Ognisanti", fuera de la puerta de San Juan. Vuelto a Cassano Ionio por un breve periodo, tuvo que probar el cáliz amargo de una calumnia terrible que fue seguida de un mes de cárcel.


Viendo en Él temple de pionero, en 1930, Don Orione envió al Padre Gil a España con la orden de abrir una avanzadilla de su joven Congregación. Empezó en extrema pobreza, a la orionista: evangelio, obras de caridad y mucha confianza en la Divina Providencia.


Para España eran años llenos de desórdenes sociales terribles y de persecución religiosa. Cuando en julio de 1936 el huracán anarquista y comunista sacudió aquella región llenÁndola de desolación y muerte, el Padre Gil fue respetado hasta el final porque se ocupaba de los más pobres. Dos veces fueron a su casa los milicianos para eliminarle como a tantos otros. Dos veces se interpuso la gente del vecindario diciendo: "¡Es bueno, ayuda a los pobres, nuestros hijos comen porque está Él!". La tercera vez, el 3 de agosto, cerraron la discusión: "¡Es precisamente a los buenos a los que buscamos nosotros!".


Un joven aspirante, Antonio Arrué Pairó, que no estaba en casa, vio el camión en el que habían hecho subir al Padre. No lo dudó un momento, corrió a su encuentro y quiso a toda costa permanecer con Él. Al día siguiente fueron llevados juntos al Saler de Valencia. Fusilaron al Padre Gil que a la propuesta blasfema de gritar "¡viva la anarquía!" prefirió gritar "¡Viva Cristo Rey!". Antonio - según el relato de un guardia - al ver caer al Padre se arrojó a su lado para sostenerlo. Los guardias comunistas le fracturaron el cráneo con la culata del fusil.


Junto a algún centenar de sacerdotes, monjas y laicos, representantes de una gran lista, estos dos testimonios están siendo encaminados hacia el honor de los altares.


"Once obispos, dieciséis mil sacerdotes asesinados y ni un solo apóstata. ¡Oh, si pudiese yo también, como tú, gritar con garganta desgarrada mi testimonio en el esplendor del mediodía! Decían que dormías, hermana España, pero dormías como quien finge el sueño. Y he aquí un interrogante, y he aquí de golpe esos dieciséis mil mártires. ¿De dónde me vienen tantos hijos?, exclama aquella que creían estéril". (Del poema de Paul Claudel, Mártires cristianos en tierra de España)


S.S. Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el decreto con el cual se reconoce el martirio de los Siervos de Dios Ricardo Gil Barcelón (sacerdote) y Antonio Arrué Peiró (postulante), lo cual permitirá su beatificación, misma que se realizara -Dios mediante- el 27 de octubre de 2013.



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