Presbítero y Mártir
Martirologio Romano: En la región de Ontario, en Canadá, pasión de san Nadal Chabanel, presbítero de la Compañía de Jesús y mártir, el cual, habiendo hecho voto ante Dios de permanecer hasta la muerte en su querida misión del territorio Hurón, caminando por el bosque con un cierto apóstata fue muerto por él en odio de la fe. Su memoria se celebra el diecinueve de octubre, junto con sus compañeros (1649).San Natal Chabanel es el patrono de todas las Casas jesuitas donde sus misioneros aprenden los idiomas de misión. Es casi una sutil ironía de los superiores de la Compañía. La determinación se debe a la extraordinaria dificultad que tuvo el santo en aprender la lengua hurona. El voto de permanecer firme en la misión es un buen desafío.
Esas Casas reciben el nombre de Maison Chabanel para los jesuitas de lengua francesa y de Chabanel House para los de idioma inglés.
Nacimiento y formación jesuita
Escasos datos existen de la vida de Natal Chabanel. Sabemos que nace en la diócesis de Mendé, Francia, el 2 de febrero de 1613.
El 9 de febrero de 1630, a los 17 años de edad, entra en la Compañía de Jesús, en el Noviciado de Toulouse.
Después de los votos, hace los estudios de filosofía en la misma ciudad de Toulouse, entre los años 1632 a 1634. El magisterio lo ejerce también en Toulouse, en el Colegio, desde 1634 hasta 1637. Con éxito, enseña en las clases de retórica y filosofía.
En octubre de 1637, da comienzo a los estudios de teología. Su ordenación sacerdotal tiene lugar en Toulouse en 1640. Al terminar la teología es destinado a enseñar en el Colegio de Rhodez.
La Tercera probación la cumple desde el mes de octubre de 1642 al mes de julio de 1643.
Las noticias desde Nueva Francia
Desde su ingreso al Noviciado y durante toda la formación jesuita, Natal ha devorado las Relaciones que los misioneros franceses escriben desde el lejano Canadá. Un deseo generoso nace en su alma. Dios lo está llamando.
Al finalizar la Tercera probación, pone fin a su discernimiento misionero. Él irá al Canadá y se ofrece. Quiere seguir las huellas de Juan Brébeuf, Isaac Jogues y sus compañeros. No tiene dudas. No le asustan los peligros. Más bien le ayudan. Conoce ya el martirio de René Goupil en manos iroquesas. Sabe también que Isaac Jogues está prisionero, que ha sido torturado y vive como esclavo.
En la Misión del Canadá
Inmediatamente después de la Tercera probación, Natal es destinado al Canadá, pues se ha ofrecido con insistencia.
No sabemos nada de su partida. Tampoco del viaje, si fue duro o fácil. A Quebec llega el 15 de agosto de 1643. Después de un año en la ciudad, se embarca por fin para su meta tanto tiempo deseada, la Misión de Santa María, en el país de los hurones.
En la Misión de los hurones
Su primer destino es ser compañero del P. Juan Brébeuf, quien ha regresado a la Misión hurona después de tres años de ausencia. La tarea principal es aprender el idioma. Y para ello tiene al mejor de los maestros. Brébeuf es el que ha iniciado a casi todos los misioneros.
Pero Natal sufre. Todo le parece muy difícil. No puede con el idioma. Siente una profunda repugnancia a todas las costumbres de los hurones. No soporta sus olores, sus comidas, ni siquiera sus tiendas llenas de humo. La desolación está en todas partes. El fracaso le parece insuperable. Lucha, pero no puede. ¿Quiere el Señor que él vuelva a Francia?
Juan Brébeuf lo acompaña en su tristeza. Lo anima y lo ayuda a discernir. Es un amigo que sufre.
Una carta del Superior
El P. Pablo Raguenau es el Superior de los misioneros en Huronia. Con paz y cariño, sigue cada una de las etapas tristes de Natal. Queda una carta de él al Provincial de Francia:
"Aquí Natal, después de tres y cuatro años dedicado al estudio de la lengua hurona, ha progresado muy poco. Ni siquiera puede darse a entender en las cosas más sencillas. No le falta memoria ni inteligencia y tiene el deseo de darse a la misión.
Su manera de ser está lejos de las costumbres de los hurones. No es capaz de aceptar de ellos casi nada. La presencia de los hurones no la soporta. No tolera sus conversaciones ni su modo de vivir. Hasta la habitación de los Padres, hecha a la manera hurona, le parece repugnante. No puede dormir en el suelo ni pasar, de la mañana hasta la tarde, en una tienda llena de humo. Le molesta la nieve que cubre todos los caminos. Los insectos son su mayor tormento, de día y de noche. No soporta la pobre comida de los indígenas. Con ansias, busca un espacio, un rincón donde refugiarse. Desea estudiar en paz, pero los niños entran y gritan. Sufre mucho. Parece que Dios le ha quitado toda consolación sensible. Es algo heroico.
Me ha hablado de su deseo de volver a Francia. Con lágrimas, me ha dicho: ¿No sería mejor regresar? Tal vez allí podría ser más útil. En Francia encontraré un modo de vivir más conforme a mi manera de ser. Tendré trabajos que podré desempeñar con éxito. Podría sentir las consolaciones que tuve en otro tiempo. Viviré como tantos jesuitas santos que han dado la vida por la perfección del prójimo".
Una decisión heroica
El 20 de junio de 1647, Natal decide permanecer en la misión hasta la muerte.
Su discernimiento, tan doloroso, termina con la gracia que viene de Dios. También lo mueven el ejemplo de sus amigos y el sacrificio de ellos por la misión. Isaac Jogues ha vuelto al Canadá. Él lo ha visto y abrazado. De sus labios y de los de Juan Brébeuf, ha conocido los detalles de la muerte de René Goupil, la esclavitud y las torturas de Isaac, la huida a Francia, el recibimiento triunfal en la patria y ha admirado su regreso. También ha seguido los pasos de Jogues en la nueva misión de los iroqueses. Ha llorado su muerte y la de Juan de La Lande. Él, Natal, no puede ser cobarde.
Ese día 20 de junio, fiesta del Corpus Christi, sella su decisión con un voto solemne:
"Jesús, por tu disposición admirable, has querido llamarme para ser ayudante de tus apóstoles en este país de los hurones. No me he mostrado digno, pero tengo el deseo de responderte. Yo, Natal Chabanel, en presencia del Santísimo Sacramento, hago mi voto de perpetua permanencia en esta misión de los hurones, comprendiendo todo, tal como los Superiores de la Compañía lo dispongan. Te ruego aceptarme como esclavo perpetuo de esta misión y de hacerme digno de este sublime oficio".
Es heroico agradecer a Dios la cruz, y con un voto remachar los clavos para siempre.
A la Misión de los petuns
Un año después, es destinado por el P. Pablo Raguenau a las misiones de los petuns, como compañero de San Carlos Garnier. En este destino puede verse la mano cariñosa del Superior. Carlos es un misionero experimentado, su optimismo puede ser contagioso.
Poco antes de marcharse a la tierra de los petuns, Natal se abre a su confesor, el P. Pedro Chastellain:
"Ignoro lo que me pasa, o lo que Dios quiere de mí. Me siento muy cambiado. Por naturaleza soy un cobarde. Pero ahora que voy a una misión mucho más peligrosa y en que la muerte no parece estar lejana, no tengo miedo. Esto no es mío. Que Dios me lleve totalmente a Él".
Con Carlos Garnier, vive algunos meses. Es el único tiempo feliz de Natal. Dios parece haberlo aceptado y la consolación va entrando con fuerza en el corazón. Con su compañero, recorre las chozas y empieza a sentir la dicha del éxito.
La terrible guerra de los iroqueses
Entretanto, en la tierra de los hurones la guerra recrudece terriblemente. Los iroqueses se ensañan contra sus tradicionales enemigos. Y la muerte también llega a los misioneros.
El día 16 de marzo de 1649, en Santa María, el P. Pablo Raguenau observa el humo que se eleva desde los bosques. Es la misión de San Luis la que arde. Unas horas después llegan mujeres despavoridas y los niños de los hurones. Los iroqueses han atacado y Juan Brébeuf y Gabriel Lalement han decidido quedarse con su pueblo.
El P. Raguenau siente que la sangre se hiela en sus venas. Ambos, sin duda, están en las manos de los iroqueses. El P. Raguenau organiza la defensa de Santa María. Si llegan los iroqueses, todo puede perecer.
Al día siguiente, llegan a Santa María 300 hurones desde la nación del Oso. Ellos anuncian que otros también vienen en ayuda. De inmediato entonces, sigilosamente, salen los hurones hacia San Luis y San Ignacio. Primero tienen un revés; después, con los socorros, viene la victoria. Santa María parece estar a salvo.
El 19 de marzo, llegan los hurones que, con el desastre iroqués, se han liberado. El jefe Esteban Annaotaha narra a los horrorizados jesuitas los detalles del martirio de Juan Brébeuf y de Gabriel Lalement. En las aldeas, dicen, sólo hay cenizas.
El día 20, los jesuitas y la mitad de los guerreros viajan a San Luis y a San Ignacio. Sólo encuentran ruinas, silencio y muerte. Sollozando, recogen el cuerpo ennegrecido de Juan Brébeuf y el cadáver del torturado Gabriel Lalement. Los envuelven en sábanas y mantas y con veneración los llevan a Santa María.
El abandono de la Misión hurona
Los sachems se reúnen. Deciden abandonar todas las aldeas. No es posible luchar, con flechas, contra los iroqueses armados con mosquetes. En una semana, comienza el gran éxodo. Algunos buscan refugio en la nación de los neutrales. Otros se dirigen al norte, hacia los algonquines. Centenares parten hacia la tierra de los petuns. La nación hurona está deshecha.
Los jesuitas deciden entonces acompañarlos. Determinan dejar la Misión de Santa María y reconstruirla en otro sitio. Con doce hurones cristianos, celebran consejo. Es necesario trasladarse a la isla Ahoendoe.
El P. Raguenau organiza los trabajos para la partida. Los hurones construyen una barcaza de 16 metros y una balsa de troncos. Con prisa empaquetan y enfardan todo: ropa, maíz, provisiones, semillas y pescado ahumado. Con especial cuidado, envuelven los vasos sagrados, ornamentos, imágenes y libros. Las reliquias de sus mártires las ponen en una caja, con fuertes cerraduras.
El 14 de junio de 1649, después de asegurarse de que no hay iroqueses en la cercanía, se embarcan todos, aun los animales. Los hurones los siguen en sus canoas entonando tristes canciones de muerte. Santa María es destruida a fuego.
Desembarcan en Ahoendoe y aprisa comienzan las construcciones. Es el verano y es necesario estar preparados para un invierno que puede ser muy crudo. Los hurones, hambrientos, empiezan a llegar desde todas partes. Los problemas de alimentación son la mayor de las preocupaciones de los misioneros.
La guerra amenaza a los petuns
En noviembre, algunos hurones regresan desde la tierra de los petuns. Traen la peor de las noticias. Los iroqueses han levantado también sus hachas de guerra contra la tribu del Tabaco.
El P. Raguenau queda aterrado. En Etarita viven los PP. Carlos Garnier y Natal Chabanel y, a 15 kilómetros más lejos, los PP. Adrián Grélon y Leonardo Garreau.
Con la mayor de las angustias, el P. Pablo escribe al superior de los cuatro, Carlos Garnier, una larga carta. Él desea, y así lo ordena por obediencia, que él y los otros tres se dirijan a la nueva Santa María de Ahoendoe, de inmediato. Garnier debe discernir y sólo una poderosa razón puede hacerlos obrar en contrario.
El discernimiento
En Etarita, a principios de diciembre, Carlos y Natal Chabanel reciben la carta. La leen silenciosamente y con tristeza se miran ambos. Sí, el peligro existe. Pero ése no puede ser un motivo para abandonar a los cristianos.
Conversan, discuten, rezan y disciernen. Al fin y al cabo el P. Raguenau ha dejado a ellos la última decisión. Carlos Garnier toma la decisión del heroísmo. Partirá Natal Chabanel y él se quedará con los petuns. En carta que escribe al P. Pablo Raguenau, explica:
"No tengo temor alguno por mi vida. Lo que más sentiría sería abandonar a mis cristianos. Ellos me necesitan en su hambre, miseria y en el terror de la guerra. Dejaría de utilizar la oportunidad que Dios me da, de morir por Él. Pero en todo momento estoy dispuesto a dejarlo todo y morir en la obediencia".
El martirio
Bajo el doble mandato de la obediencia, Natal Chabanel sale de Etarita el 5 de diciembre de 1649. El sendero pasa por la aldea de San Matías. Ahí debe pasar la noche. Con sus amigos, se confiesa y celebra la Misa, la última de su vida.
Al día siguiente, cuando se despide, le dice al P. Leonardo:
"Voy a donde me llama la obediencia. No sé si voy a llegar. Si llego, rogaré al Superior que me devuelva a la misión. Siento necesidad de servir a Dios hasta la muerte".
En la madrugada del día 7 de diciembre, emprende su viaje. Es un sendero difícil. Son seis leguas que deben ser recorridas a través del bosque y de la nieve. Hace mucho frío. Al anochecer, los ocho hurones cristianos que lo acompañan se duermen junto al fuego. Natal permanece en vigilia y empieza a rezar.
A medianoche oye el alarido y los cantos de los iroqueses que pasan. Son los que regresan de la aldea de San Juan y que han dado muerte a Carlos Garnier. Los hurones huyen de inmediato, aterrorizados. Ninguno socorre a Natal. Este también huye. Pretende seguir a sus cristianos. No le es posible alcanzarlos. Agotado cae y de rodillas dice su oración:
"No importa que yo muera. Esta vida vale muy poco. La gloria del cielo no pueden quitármela los iroqueses".
Esto narraron, en San Matías, los hurones que lograron huir.
Una búsqueda incesante
Los jesuitas deciden buscar a Natal. Se niegan a aceptar su muerte. Con los hurones, recorren todos los sitios imaginables. Si está muerto, quieren llevarse sus restos. Si está vivo, ansían socorrerlo. Pero no encuentran ni la menor huella.
Un mes más tarde, tropiezan con un hurón apóstata de nombre Homareenhaket que lleva el sombrero y la manta de Natal. Interrogado, responde que él ha encontrado al Padre en el bosque, desmayado, encima de su bolso de libros. Él había querido ayudarlo y transportarlo en su canoa, pero no fue posible. No dijo más. La sospecha de la traición quedó clavada en el corazón de los jesuitas.
Dos años después supieron la verdad. El hurón apóstata confesó su crimen. Él lo había encontrado junto a la orilla. Con su hacha le había dado muerte. Lo había despojado y echado el cuerpo al río. El hurón dijo que lo había matado por odio a la fe. Desde que su familia se había hecho cristiana, los suyos no habían experimentado sino desdichas y calamidades.
Ese día fue el 8 de diciembre de 1649, la fiesta de la Inmaculada.
La glorificación
San Natal Chabanel fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con Juan Brébeuf, Isaac Jogues, René Goupil, Juan de La Lande, Antonio Daniel, Gabriel Lalement y Carlos Garnier. Un grupo de "amigos en el Señor", en la tierra y en el cielo.
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