Por: P. Felipe Santos | Fuente: Cathoic.net
Fundadora
Etimológicamente significa princesa de las aguas, en lengua siria; espejo, en lengua hebrea.
Si fuera posible sondear nuestro corazón humano, la sorpresa sería descubrir, fugaz o estable, la espera de una invisible presencia. El creyente es consciente de que está presencia la tiene asegurada en Cristo resucitado.
Esta joven vino al mundo en el año 1811 y murió en la ciudad en que nació, Savona, en el 1880.
Desde pequeña se distinguió por su piedad y su gran devoción. Muy pronto, iluminada por el Señor, soñaba con entregarse a él en la Tercera Orden Franciscana.
Unos nobles quisieron adoptarla como hija, pero ella lo rechazó sin la menor duda.
Cuando quiso entrar en el instituto religioso, tenía fe en que así sucedería a pesar de que no tenía dote (dinero o bienes que había que aportar al convento).
Cuando el obispo se dio cuenta de que no tenía lo necesario para entrar, le dijo que se ocupara de la juventud pobre. María, siempre dispuesta a hacer la voluntad de Dios, fundó con él las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia.
La sorpresa acudía a su alma cada vez que emprendía nuevas actividades. Sí, porque poco tiempo después, sus hijas religiosas se dedicaron a tratar y educar a los esclavos negros.
Sintiendo en las profundidades de su alma el celo por el amor a Dios y al prójimo, abrió casas para la reeducación de las chicas pobres y un seminario para los jóvenes que querían ser sacerdotes pero no podían entrar en el centro por falta de medios económicos.
Ella, por su parte, vivía centrada en Dios y los asuntos evangélicos. Era muy desprendida.
Solía repetir:" Si no somos generosos con Dios, él no lo será con nosotros. Sólo se responde al amor con el amor".
O esta otra declaración suya que señala su punto de intimidad con Dios:"Haz lo que puedas. Dios hará el resto".
Hoy, millares de hermanas de su instituto trabajan por todo el mundo.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!
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