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Pacífico Ramota nació en la ciudad de Novara, en el Piamonte en el año de 1424. Sus padres murieron cuando era muy joven y quedó al cuidado de los benedictinos en la abadía de Novara.

A la edad de 21 años salió de ahí para tomar el hábito en el convento franciscano de la estricta observancia. Después de su ordenación trabajó como predicador en toda Italia entre los años 1452 y 1471. Escribió un tratado de teología moral titulado "Sometta di Pacifica Concienza" que fue publicado en Milán, en 1475.


Durante mucho tiempo éste fue un modelo del género, ya que simplifica las explicaciones y usa un lenguaje claro. En 1480 se le ordenó el traslado a Cerdeña como Visitador e Inspector General para los conventos de la estricta observancia, así como Nuncio Apostólico, encargado por el Papa Sixto II de proclamar una cruzada contra Mahoma II.


Para este tiempo, el Santo sabía ya que no le quedaba mucho tiempo de vida y apenas había comenzado la cruzada cayó gravemente enfermo. Murió en Sassari, el 4 de junio de 1482.


El cadáver fue llevado a Cerano, donde se construyó una iglesia en su honor.


Fue beatificado en el año 1745.



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Sacerdote Fundador de la

Congregación de las Hermanas Misioneras

de la Inmaculada Reina de la Paz


Martirologio Romano: En Mortara, Pavia (Italia), beato Francisco Pianzola, presbítero, fundador de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Reina de la Paz. ( 1943)

Fecha de beatificación: 26 de junio de 2006, durante el pontificado de S.S. Benedicto XVI.



Nacido en Sartirana Lomellina, en la provincia de Pavia (Italia), el 5 de octubre de 1881, Francisco desde niño conoció los trabajos y sufrimientos de los agricultores, trabajadores agrícolas y en especial de los cultivadores de arroz que llegan de muy lejos para buscar trabajo en Lomellina.

Muchacho piadoso, abierto y reflexivo, siente nacer en él la vocación sacerdotal. Estudió en el Seminario de Vigevano (Pavia) y el 16 de marzo de 1907 fue ordenado sacerdote.


Como sacerdote, Francisco no se olvida de los trabajadores de los campos; le apasiona anunciar el Evangelio en su tierra, prefiriendo a los humildes, a los campesinos olvidados y a los obreros de las fábricas, por lo que opta por la predicación itinerante, dirigida de manera especial al pueblo y a los jóvenes.


En ese contacto vivo y profundo con su pueblo -del que conoce su hambre por la verdad- y en el ser testigo de la dolorosa situación de las mujeres en los campos y fábricas, Francisco percibe la voz de Dios que lo llamaba a realizar nuevas iniciativas apostólicas con el fin de llegar a compartir el pan del Evangelio con todos y cada uno.


Para ello funda la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Reina de la Paz, establecimiento la casa matriz en Mortara, la "capital" de Lomellina, para que cual "pobres y humildes Jesús, se hicieran esclavas de las pobres almas" buscándolas en las más distantes fábricas y campiñas, en los corrales, en las afueras... para ayudarlas y consolarlas, para repetir "con sencillez y amor" la Palabra que salva, colaborando así con el sacerdocio católico.


El Padre Pianzola, rodeado de gran cariño y fama de santidad, consumido por su trabajo y caridad, murió en la Casa Matriz de sus hermanas en Mortara el 4 de junio de 1943, donde ahora descansa.


Fue llamado "el apóstol de Lomellina" por las autoridades eclesiásticas, y "el santo de los arrozales" por su gente.


El Papa Benedicto XVI lo declaró "venerable" el 26 de junio de 2006 y fue beatificado el 4 de octubre de 2008 en la catedral de Vigevano por el cardenal José Saraiva Martins, prefecto emérito de la Congregación para las Causas de los Santos, luego de la aprobación de un milagro atribuido a su intercesión.



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En la ciudad los moros están cansados de matar; los cristianos que conviven allí están cansados también de aguantar insolencias y de sufrir humillaciones con peligro. Bastantes han preferido la salida y se han instalado en los alrededores, ocupando las cuevas de la montaña donde viven como ermitaños. Son más de los que se esperaba; casi se puede decir que han formado un cinturón cercando la ciudad de los emires. Con frecuencia reciben la visita de Eulogio que les conforta con la palabra clara, fuerte y enérgica que deja en sus almas regustos de mayor entrega a Dios, mezclada con deseos de fidelidad a la fe cristiana y a los derechos de la patria.

Gran parte de ellos avivan en el alma deseos sinceros de perfección. Pasan el día y la noche repitiendo las costumbres ascéticas de los antiguos anacoretas entre la meditación y la alabanza. Las numerosas ermitas de la montaña forman un gran monasterio que sigue la Regla de los antiguos y pasados reformadores visigóticos Leandro, Isidoro, Fructuoso y Valerio quienes muy probablemente recopilaron, adaptándolas, las primeras reglas cenobíticas de los orientales recogidas por Pacomio, Casiano, Agustín y Benito. El más importante es el Tabanense.


Estalló la tormenta con el martirio del sacerdote cordobés Perfecto que fue arrastrado al tribunal, condenado y degollado.


Hay revuelo en la ciudad y protesta e indignación en el campo. Ha nacido un sentimiento por mucho tiempo tapado; muchos, llenos de ánimo, se lanzan en público a maldecir al Profeta y se muestran deseosos de morir por la justicia y la verdad. El mismo Eulogio pretendió serenar los ánimos, pero de todos modos sostiene que «nadie puede detener a aquellos que van al martirio inspirados por el Espíritu Santo».


Isaac es un joven sacerdote de Tábanos, hijo de familia ilustre cordobesa; de buena educación, conocedor excelente del árabe, hábil en los negocios, servidor en la administración de Abderramán y de sus rentas. Pero amargado en la casa de su amo por la insolencia de los dominantes, por su prepotencia altanera, o quizá por escrúpulos de conciencia, decidió irse y entrar en Tábanos donde le trató Eulogio. Ahora, indignado por la persecución de los musulmanes, toma la decisión de presentarse al cadí con la intención de ridiculizar la injusticia y acabar en el martirio.


Simula querer tener razones para aceptar la religión del Profeta y las pide con ironía y sarcasmo al juez que cae en la trampa. Tan de plano rechaza ante el público reunido la mentira del Profeta, la bajeza de la vida del mahometano y la falsía de la felicidad prometida que, resaltando la verdad del Crucificado, la dignidad que pide a sus fieles y la verdad del único Cielo prometido, que, fuera de sí el improvisado y timado maestro, abofetea a Isaac, contra la ley y la usanza.


La crónica del suceso narrada por Eulogio coincide con la versión árabe relatada en las Historias de los jueces de Córdoba, de Alioxaní, por la que sabemos hasta el nombre del cadí, Said-ben Soleiman el Gafaquí, que le juzgó. Abderramán II mandó aplicar el rigor de la ley a su antiguo servidor; y para que los cristianos no pudieran hacer de su cadáver un estandarte dándole veneración, lo mantuvo dos días en la horca, lo hizo quemar y desparramar después sus cenizas por el río Guadalquivir. Fue martirizado el 3 de juno de 851.


Dos días más tarde, el mártir es Sancho, un joven admirador de Eulogio, nacido cerca del Pirineo, que era un esclavo de la guardia del sultán; a éste, por ser culpado de alta traición además de impío, lo tendieron en el suelo, le metieron por su cuerpo una larga estaca, lo levantaron en el aire y así murió tras una larga agonía; esa era la muerte de los empalados.


Seis hombres que vestían con cogulla monacal se presentaron el domingo, día 7, ante el juez musulmán, diciéndole: «Nosotros repetimos lo mismo que nuestros hermanos Isaac y Sancho; mucho nos pesa de vuestra ignorancia, pero debemos deciros que sois unos ilusos, que vivís miserablemente embaucados por un hombre malvado y perverso. Dicta sentencia, imagina tormentos, echa mano de todos tus verdugos para vengar a tu profeta». Eran Pedro, un joven sacerdote y Walabonso, diácono, nacido en Niebla, ambos del monasterio de Santa María de Cuteclara; otros dos, Sabiniano y Wistremundo, pertenecían al monasterio de Armelata; Jeremías era un anciano cordobés que había sido rico en sus buenos tiempos, pero había sabido adaptar su cuerpo a los rigores de la penitencia en el monasterio de Tábanos que ayudó a construir con su fortuna personal y ya sólo le quedaba esperar el Cielo y, otro tabanense más, Habencio, murieron decapitados.


En unos días, ocho hombres fueron mártires de Cristo.



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Carlos Luanga y compañeros, Santos
Carlos Luanga y compañeros, Santos

Mártires en Uganda


Esa mañana, cuando el rey Mwanga reunió la corte, vibraba en el aire una espasmódica espera. En la sala se notaba la presencia insólita de algunos energúmenos, mientras el grupo de los pajes reales, espléndidos ejemplares de belleza negra, se agolpaban alrededor del trono. Mwanga les dio una orden extraña: “Todos los que no quieran rezar pueden quedarse aquí cerca del trono; en cambio, los que quieran rezar reúnanse allá contra la pared”. El jefe de los pajes, Carlos Lwanga, fue el primero en apartarse, y luego lo siguieron otros quince. “¿Pero ustedes rezan de verdad?”, preguntó el rey. “Sí, señor mío, nosotros rezamos de verdad” contestó Carlos en nombre de todos sus compañeros cristianos, que habían pasado toda la noche anterior rezando. “¿Y están resueltos a seguir rezando?” insistió el rey. “Sí, señor mío, siempre, hasta la muerte”. “Entonces, mátenlos” les dijo bruscamente el rey a los verdugos. En efecto, “rezar” equivalía a “ser cristianos” en ese reino de Mwanga, rey de Buganda, una región que actualmente pertenece a Uganda. Y en el reino de Mwanga rezar, es decir, ser cristianos, estaba absolutamente prohibido.

Los comienzos, en realidad, habían sido buenos. El rey Mutesa al principio había acogido bien, en 1879, a los Padres Blancos de Lavigérie, que después tuvieron que retirarse por las intrigas de algunos jefes. Después, en 1885, fueron llamados nuevamente por Mwanga, y encontraron cristianos comprometidos que ocupaban cargos de responsabilidad. El “katikiro”, una especie de canciller, había tramado una conjuración contra el rey, pero fue descubierto por los cristianos. Entonces este se alió con los notables y brujos, y esta alianza fue fatal para los cristianos. José Mukasa Balikuddembe, consejero del rey, fue decapitado el 15 de noviembre de 1885; en mayo de 1886 fueron muertos Dionisio Sbuggwawo, Ponciano Ngondwe, Andrés Kaggwa, Atanasio Bazzekuketta, Gonzaga Gonga, Matías Kalemba, Noé Mwaggali.


Después les tocó el turno a los pajes de los que hablábamos; pero tres se salvaron, según el uso, sacados a suerte. Entre los trece “mártires” se encontraba Mbaga Tuzinda, hijo del jefe de los verdugos. Naturalmente trató repetidamente de salvarlo, pero él no quiso separarse de sus compañeros. Entre ellos también había un niño de trece años, Kizito. Los veintidós mártires de Uganda fueron beatificados por Benedicto XV, y canonizados por Pablo VI el 18 de octubre de 1964, en presencia de los Padres del Concilio Vaticano II; y el mismo Pablo VI consagró en 1969 el altar del grandioso santuario construido en Namugongo, en donde los trece pajes, dirigidos por Carlos Lwanga, quisieron “rezar hasta la muerte”.






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Martirologio Romano: En Roma, Italia, beato Juan XXIII, Papa, cuya vida y actividad estuvieron llenas de una singular humanidad. Se esforzó en manifestar la caridad cristiana hacia todos y trabajó por la unión fraterna de los pueblos. Solícito por la eficacia pastoral de la Iglesia de Cristo en toda la tierra, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. ( 1963)

Fecha de beatificación: 3 de septiembre de 2000, por S.S. Juan Pablo II.



Nació en el seno de una numerosa familia campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de "papa bueno". Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre.

Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.


Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.


De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.


En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.


En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.


En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz».


Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.


En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.


Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.


En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.


Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.


Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.


Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta litúrgica se celebre el 11 de octubre [1], recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.


El milagro para su beatificación


El hecho atribuido a la intercesión del Papa Bueno hace referencia a



la inexplicable curación de una religiosa, Sor Caterina Capitani, enferma de una dolencia estomacal. Era el año 1966 (apenas tres años después de la muerte de Juan XXIII), cuando la entonces joven Caterina Capitani examinada por los médicos de Nápoles recibió el terrible diagnóstico: "Perforación gástrica hemorrágica con fistulación externa y peritonitis aguda". Un caso a todas luces desesperado en el que el desenlace fatal había sido ya aceptado por la familia. Sin embargo, el 22 de mayo de 1966, las hermanas de la enferma, sabedoras de que Caterina era una ferviente admiradora de Juan XXIII, oraron pidiendo su intercesión mientras le colocaban una imagen del Papa sobre el estómago de Sor Caterina. Pocos minutos después, la monja, a la que ya habían administrado el sacramento de la unción de los enfermos, comenzó a sentirse bien y pidió comer.

Sor Caterina Capitani, quien falleció en marzo del 2010 (a la edad de 68 años), relató haber visto a Juan XXIII sentado al pie de su cama de enferma, diciéndole que su plegaria había sido escuchada. Días más tarde, una radiografía documentó la desaparición completa del mal que padecía. La ciencia, fue incapaz de dar una explicación a la curación, además en el estómago no le quedaron señales de las cicatrices causadas por la fístula. Una comisión de médicos calificó de "inexplicable científicamente" la curación de la religiosa.


ACTUALIZACIÓN: El 5 de julio de 2013 el Papa Francisco firmó el decreto en el cual se aprueba la votación a favor de la canonización del Beato Juan XXIII (Angelo Giuseppe Roncalli) realizada el día 2 del mismo mes y año en la sesión ordinaria de los Cardenales y Obispos de la Congregación para la Causa de los Santos, tan sólo falta que se conozca la fecha en que se realizará la ceremonia de canoniación.


Para conocer más sobre este proceso recomendamos leer el artículo ¿Por qué Juan XXIII será santo sin milagro?

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NOTA

[1] En el santoral los santos y beatos se inscriben en su fecha de muerte, día de su ingreso a la casa del Padre. La fiesta litúrgica no tiene que coincidir obligatoriamente con la fecha de recordación en el santoral.



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Nacido en Worms, Remania (Alemania), alrededor del año 1050 en una fammilia noble, ya había sido ordenado sacerdote cuando decidió hacer una peregrinación a Santiago de Compostela, uno de los destinos más buscados por los peregrinos en la edad media.

Durante el viaje hizo una parada en la Abadía de Cluny, fundada en el año 910 por san Bruno y que por aquellos días era gobernado por san Hugo (1049-1109); quedó fuertemente impresionado por el estilo de vida de monjes, y al retorno de su peregrinación, hizo la solicitud para ser aceptado en la abadía.


Ya como monje, por sus cualidades ejemplares fue enviado al monasterio de Auvernia, en la región central de Francia. En el año 1100 un señor alsaciano (de Alsacia, región francesa con dialecto alemán), deseaba restaurar el santuario dedicado a san Cristóbal que estaba dentro de sus propiedades en Altkirch, por lo que solicito ayuda al abad de Cluny. El abad estaba de acuerdo en fundar un monasterio junto a la iglesia y envió a algunos monjes para la fundación, pero la tarea resulto difícil debido a que los monjes no conocían la lengua de esa región.


Entonces el san Hugo mandó a buscar en Auvernia a Morando y lo envió a Altkirch como un intérprete, aquí brilló para su bondad, su calma y el conocimiento del lugar; se ganó el aprecio de las personas que comensaron a visitarlo a menudo en busca de consejo, conocimiento y ayuda, también se le atribuye varios milagros.


El santo monje murió en el año 1115, y fue canonizado en el siglo XII, su tumba aún está en la iglesia de Altkirch.


Es considerado el santo patrón de los vinocultores de la región del sur de Alsacia, porque se dice que Morando pasó toda una Cuaresma sin más comida que un manojo de uvas, aquel manojo fue representado en algunas esculturas en los portales de varias iglesias.



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Clotilde quiere decir: "la que lucha victoriosamente" (tild: luchar. Clot: victoria).

Esta santa reina tuvo el inmenso honor de conseguir la conversión al catolicismo del fundador de la nación francesa, el rey Clodoveo.

La vida de nuestra santa la escribió San Gregorio de Tours, hacia el año 550.


Era hija del rey de Borgoña, Chilberico, que fue asesinado por un usurpador el cual encerró a Clotilde en un castillo. Allí se dedicó a largas horas de oración y a repartir entre los pobres todas las ayudas que lograba conseguir. La gente la estimaba por su bondad y generosidad.


Clodoveo el rey de los francos supo que Clotilde estaba prisionera en el castillo y envió a uno de sus secretarios para que disfrazado de mendigo hiciera fila con los que iban a pedir limosnas, y le propusiera a Clotilde que aceptara el matrimonio secreto entre ella y Clodoveo. Aunque este rey no era católico, ella aceptó, con el fin de poderlo convertir al catolicismo, y recibió la argolla de matrimonio que le enviaba Clodoveo, y ella por su parte le envió su propia argolla.


Entonces el rey Clodoveo anunció al usurpador que él había contraído matrimonio con Clotilde y que debía dejarla llevar a Francia. El otro tuvo que aceptar.


Las fiestas de la celebración solemne del matrimonio entre Clodoveo y Clotilde fueron muy brillantes. Un año después nació su primer hijo y Clotilde obtuvo de su esposo que le permitiera bautizarlo en la religión católica. Pero poco después el niñito se murió y el rey creyó que ello se debía a que él no lo había dejado en su religión pagana, y se resistía a convertirse. Ella sin embargo seguía ganando la buena voluntad de su esposo con su amabilidad y su exquisita bondad, y rezando sin cesar por su conversión.


Los alemanes atacaron a Clodoveo y este en la terrible batalla de Tolbiac, exclamó: "Dios de mi esposa Clotilde, si me concedes la victoria, te ofrezco que me convertiré a tu religión". Y de manera inesperada su ejército derrotó a los enemigos.


Entonces Clodoveo se hizo instruir por el obispo San Remigio y en la Navidad del año 496 se hizo bautizar solemnemente con todos los jefes de su gobierno. Fue un día grande y glorioso para la Iglesia Católica y de enorme alegría para Clotilde que veía realizados sus sueños de tantos años. Desde entonces la nación francesa ha profesado la religión católica.


En el año 511 murió Clodoveo y durante 36 años estará viuda Clotilde luchando por tratar de que sus hijos se comporten de la mejor manera posible. Sin embargo la ambición del poder los llevó a hacerse la guerra unos contra otros y dos de ellos y varios nietos de la santa murieron a espada en aquellas guerras civiles por la sucesión.


San Gregorio de Tours dice que la reina Clotilde era admirada por todos a causa de su gran generosidad en repartir limosnas, y por la pureza de su vida y sus largas y fervorosas oraciones, y que la gente decía que más parecía una religiosa que una reina. Y después de la muerte de su esposo sí que en verdad ya vivió como una verdadera religiosa, pues desilusionada por tantas guerras entre los sucesores de su esposo, se retiró a Tours y allí pasó el resto de su vida dedicada a la oración y a las buenas obras, especialmente a socorrer a pobres y a consolar enfermos y afligidos.


Sus dos hijos Clotario y Chidelberto se declararon la guerra, y ya estaban los dos ejércitos listos para la batalla, cuando Clotilde se dedicó a rezar fervorosamente por la paz entre ellos. Y pasó toda una noche en oración pidiendo por la reconciliación de los dos hermanos. Y sucedió que estalló entonces una tormenta tan espantosa que los dos ejércitos tuvieron que alejarse antes de recibir la orden de ataque. Los dos combatientes hicieron las paces y fueron a donde su santa madre a prometerle que se tratarían como buenos hermanos y no como enemigos.


A los 30 días de este suceso, murió plácidamente la santa reina y sus dos hijos Clotario y Chidelberto llevaron su féretro hasta la tumba del rey Clodoveo. Así terminaba su estadía en la tierra la que consiguió de Dios que el jefe y fundador de una gran nación se pasara a la religión católica, con todos sus colaboradores.



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Juan Grande Román nació en Carmona, Sevilla, España, el sábado 6 de marzo de 1546. Sus padres fueron Cristóbal Grande e Isabel Román, matrimonio muy cristiano, y fue bautizado por el párroco Andrés Muñoz. Su padre, artesano de oficio, falleció cuando Juan tenía 11 años.

Recibió una esmerada educación cristiana, primero en el seno familiar, y desde los siete años como "niño de coro" de su parroquia.


Su formación humana y profesional la completó en Sevilla aprendiendo el oficio de pañero o tejedor. A los 17 años volvió a su casa y se dedicó al comercio como vendedor de telas. Poco tiempo después el mismo oficio le hizo entrar en una profunda crisis espiritual.


Opción por Dios


Dejó su familia, y se retiró a la Ermita de Santa Olalla, en Marchena, población cercana de Carmona, donde pasó un año en retiro, tratando de conocer su verdadera vocación. Decidió entonces dedicarse totalmente a Dios: dejó su ropa y se vistió de un hábito de jerga; renunció al matrimonio y adoptó el sobrenombre de " Juan Pecador".


Inició al mismo tiempo la experiencia de atender a un matrimonio anciano que encontró en abandono: los llevó a su habitación, les cuidaba en sus necesidades y pedía limosna para ellos. Con ello entendió que su nueva vocación era el servicio a los pobres y necesitados.


Opción definitiva por los pobres


Con sólo 19 años, Juan Pecador se trasladó a la ciudad de Jerez de la Frontera, Cádiz, y empezó una nueva vida: atendía personalmente a gente necesitada, a los presos de la " Cárcel Real ", y a otros enfermos convalecientes e incurables, que encontraba abandonados. Para ayudarles pedía limosna por la ciudad.


Al mismo tiempo frecuentaba la iglesia de los Padres Franciscanos, donde se recogía para su oración y se aconsejaba con uno de los Padres.


Fundación del Hospital de la Candelaria


Juan Pecador era seguido con admiración por los habitantes de Jerez en su generosa vida de caridad.


En enero de 1574, se generalizó una grave epidemia en Jerez y entonces dirigió un memorial al Cabildo urgiendo la asistencia de tantos enfermos tirados por la calle. Él se multiplicaba ante tanta necesidad, y al fin optó por fundar su propio Hospital, que poco a poco lo fue ampliando: lo dedicó a la Virgen y llamó de Ntra. Sra. de la Candelaria.


Unión a San Juan de Dios


La razón de ser y actuar de Juan Pecador era Dios expresado mediante el servicio a los pobres, y sostenido por su intensa vida de fe y oración.


Tuvo mientras tanto conocimiento de la Institución fundada por Juan de Dios en Granada. La visitó en 1574 y decidió unirse a ella, acogiéndose a sus reglas y aplicando en su hospital la misma forma de vida profesada.


Con su nuevo planteamiento, su testimonio y entrega ejemplar se derivó el que se le fueran uniendo compañeros, que formó según " los Estatutos de Juan de Dios ".


Esto le dio oportunidad para ampliar su acción con otras fundaciones en Medina Sidonia, Arcos de la Frontera, Puerto Santa María, Sanlúcar de Barrameda y Villamartín.


La Reducción de los Hospitales


La asistencia a los enfermos más pobres en Jerez dejaba mucho que desear, mientras se multiplicaban los pequeños centros. Las autoridades ante ello determinaron la reducción de los Hospitales, pretendiendo una mayor eficacia hospitalaria; pero la medida lesionaba los intereses de no pocos, apegados a los centros no tanto por servir a los enfermos, cuanto por ser medio de beneficios personales. Por eso mismo no habían de faltar críticas, resistencias y entorpecimientos.


La medida también afectaba al Hospital de Juan Pecador. Él, como los demás, presentó a las autoridades su "Memorial" sobre cómo se atendía a los enfermos en su hospital.


Ante la decisión, el Arzobispo de Sevilla, Cardenal Rodrigo de Castro, encargó tan delicada misión a Juan Pecador, como la persona más apta y mejor capacitada para ello, por su espíritu, vocación y experiencia en hospitalidad. Juan Grande se enfrentó a la reducción con valor y amor, y ante los no pocos ni pequeños sinsabores, demostró su especial sensibilidad, capacidad, buen temple y no pequeña virtud.


De su Hospital se había presentado el informe de que la asistencia hospitalaria se cumplía en el mismo "con diligencia, cuidado y mucha caridad, haciéndose muy buena obra y servicio a Dios nuestro Señor, porque él y sus hermanos de hábito son hombres virtuosos y profesan esta caridad de curar los pobres enfermos".


Actualidad de Juan Grande


Junto a su intensa vida interior, Juan Pecador se dedicó en cuerpo y alma a la tarea externa de buscar, cuidar y servir a los pobres y enfermos, preocupándose por todo lo que entonces era más grave y urgente: encarcelados, enfermos convalecientes e incurables, mujeres prostituidas, soldados enfermos desechados, niños abandonados, etc. En verdad, practicó todas las obras de misericordia.


En Juan Grande vemos a un hombre del bien hacer desde el ser, poco hablador y eficientemente práctico, servidor misericordioso del "Evangelio de la Vida", buen samaritano, organizador de hospitales y de la asistencia hospitalaria, conciencia crítica ante las injusticias, abusos y carencias. En definitiva, fue un profeta y apóstol de la asistencia sanitaria.


Epidemia de peste y muerte


Contando Juan Grande 54 años y viviendo plenamente dedicado a su comunidad y al hospital, se presentó en Jerez una terrible epidemia de peste. Juan se prodigó por todas partes con todas sus fuerzas y generosidad, pero al fin contagiado, murió el sábado 3 de junio de 1600.


Glorificación


Fue beatificado en 1853 por Pío IX, y canonizado por Juan Pablo II el 2 de junio de 1996. Proclamado Patrón de la nueva Diócesis de Jerez de la Frontera en 1986, sus restos son venerados en el " Santuario Diocesano San Juan Grande ", en Jerez, en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios de su mismo nombre.



12:08 a.m.
Muchísimas veces en la historia se ha confirmado el dicho: “El hombre propone y Dios dispone”, es decir, que a menudo Dios “dispone” lo contrario de lo que el hombre se ha “propuesto”. Fue lo que sucedió con los santos Marcelino y Pedro. San Dámaso, casi adivinando su misión de transmitir la memoria de innumerables mártires, como él mismo dice, escribió a un niño la narración del verdugo de los santos Marcelino y Pedro.

El “percussor” refirió que él había dispuesto la decapitación de los dos en un bosque apartado para que no quedara de ellos ni el recuerdo: incluso los dos tuvieron que limpiar el lugar que se iba a manchar con su sangre.


Los últimos tres versos, de los nueve que componen el poema 23 del Papa Dámaso, informan que los “santísimos miembros” de los mártires permanecieron ocultos durante algún tiempo en una “cándida gruta”, hasta cuando la piadosa matrona Lucila llevada por la devoción, les dio digna sepultura. El martirio se había llevado a cabo en donde hay se encuentra Torpignattara, a tres millas de la antigua vía Labicana, la actual Casilina. Constantino edificó ahí una basílica, cerca de donde reposaban los restos de su madre santa Helena, antes de que el emperador los hiciera llevar a Constantinopla. Más tarde fue violada por los Godos, y entonces el Papa Virgilio la hizo restaurar e introdujo los nombres de los santos Marcelino y Pedro en el canon romano de la Misa, garantizando así el recuerdo y la devoción por parte de Los fieles.


En Roma hay una basílica dedicada a los santos Marcelino y Pedro, edificada en 1751 sobre una base que parece se remonta a la mitad del siglo IV y en donde parece que se encontraba la casa de uno de los santos. Una Pasión del siglo VI habla de la vida del presbítero Marcelino y del exorcista Pedro, aunque tiene mucho de leyenda. Dicha Pasión cuenta que Pedro y Marcelino fueron encerrados en una prisión bajo la vigilancia de un tal Artemio, cuya hija Paulina estaba endemoniada. Pedro, exorcista, le aseguró a Artemio que, si él y su esposa Cándida se convertían, Paulina quedaría inmediatamente curada. Después de algunas perplejidades, la familia se convirtió y poco después dio testimonio de su fe con el martirio: Artemio fue decapitado, y Cándida y Paulina fueron ahogadas debajo de un montón de piedras.



12:08 a.m.
San Erasmo de Formia, muerto hacia 303 d. C. también conocido como San Elmo, es el santo patrón de los marineros.

Jacobo de la Vorágine en su Leyenda dorada, le reconoce como un obispo de Formia y de la Campania, un eremita de las montañas libanesas y un mártir sacrificado durante las persecuciones del emperador bizantino Diocleciano.


Según la leyenda, cuando empezaron las persecuciones de Diocleciano, Erasmo fue obligado a comparecer ente un juez, le golpearon y le escupieron, después le causaron laceraciones que hicieron que se le reventaran las venas. Erasmo sufrió estos tormentos con una gran presencia de ánimo. Le metieron en una fosa llena de serpientes y gusanos, le rociaron con aceite hirviendo y cubrieron sus manos con azufre, pero él resistió todos estos suplicios con un estoicismo formidable "dando gracias y alabando a Dios". Una terrible tormenta se abatió sobre sus torturadores salvando a Erasmo de una muerte segura, los Santos le estaban protegiendo. Diocleciano le hizo meter en otra fosa más angosta esperando que las serpientes y los gusanos acabaran con él.


A Diocleciano le sucedió el emperador romano Maximiano Hercule quien, según Voragine, "(…) era mucho peor que Diocleciano". Erasmo siguió predicando el Evangelio y fue, nuevamente, perseguido. Le zambulleron en un baño que contenía agua hirviendo e intentaron cerrarle la boca aplicándole una combinación que contenía un metal derretido. Un ángel acudió en su ayuda resguardándole de sus torturadores. El emperador, enfurecido, le hizo meter en un tonel claveteado con pinchos y lo lanzó desde lo alto de una montaña, haciéndolo rodar; un ángel volvió a salvarle. Sufrió otras torturas:


"Le arrancaron los dientes (…) con unas tenazas. Le ataron a un poste y le asaron sobre unas parrillas… le atravesaron los dedos con unos clavos y le arrancaron los ojos. Desnudo, le ataron de pies y manos a unos caballos con el fin de que éstos le arrastraran hasta que sus venas reventaran".


Esta versión de la Leyenda dorada, no cuenta de qué forma Erasmo huyó al monte Líbano y sobrevivió alimentándose con lo que unos cuervos le llevaban, un misterio pre-cristiano, sin duda, interesante. Volvió a ser capturado, le llevaron ante el emperador que le condenó, fue recubierto con pez y quemado (como lo fueron los primeros cristianos durante los juegos de Nerón), pero… sobrevivió. Vuelto a encerrar con la intención de dejarle morir de hambre, él se las compuso para evadirse de la misma.


De nuevo volvió a ser capturado y torturado en la provincia de Illyricum tras haber predicado y convertido al cristianismo a numerosos paganos. Por último, y según la leyenda, "su estómago fue partido en dos y sus intestinos fueron enrollados alrededor de un cabrestante".


Erasmo fue denominado patrón de los marinos porque continuó predicando después de que un rayo abriera la tierra cerca de él. Este hecho hizo creer a los marinos que, cuando se desata la tormenta en el mar, invocando a San Erasmo se librarían del peligro de naufragar. Las descargas eléctricas en los mástiles de los navíos fueron consideradas como un signo de su protección y, por ello, fueron llamadas "Fuegos de San Elmo".


Además de ser el patrón de los marinos, es invocado, también, contra los cólicos infantiles, las enfermedades intestinales, los calambres y dolores propios de las mujeres, y contra la peste de los animales.



12:08 a.m.
Contrariamente al más célebre San Nicolás, patrono de Bari, de este San Nicolás llamado El Peregrino, poseemos poquísimos datos.

Es el patrón de la ciudad de Trani, donde murió en 1094, apenas quince días después de su arribo, proveniente de Taranto y antes aún de Otranto.


Había nacido en Grecia y después de haber pasado algunos años de soledad en Puglia, la recorrió llevando una cruz en la mano, repitiendo continuamente la invocación: ‘Kyrie Eleison’.


Después de su muerte, hizo numerosos milagros. Cuatro años después, en 1098, en el Sinodo Romano, el Obispo de Trani propuso a la Asamblea que el venerable Nicolás fuese inscripto en el catálogo de los Santos, por los méritos que acumuló durante su vida y por los milagros conseguidos mediante su intercesión después de su muerte.


El Papa Urbano II mediante un ‘Breve’ autorizó al Obispo de Trani a actuar al respecto como lo considerara oportuno. De regreso a Trani el Obispo lo canonizó y después de edificar una nueva basilica, depositó allí el cuerpo del Santo.


En 1748 El Papa Benedicto XIV lo incluyó en el Martirologio Romano.



12:08 a.m.
Sadoc siendo aún joven recibió el hábito de manos de santo Domingo -según la tradición-.

Fue enviado por él desde el capítulo general de Bolonia de 1221 junto con fray Pablo de Hungría (Vidas, Apénd. 1) a extender la Orden en Hungría, siendo por tanto considerado como uno de los fundadores e impulsores de esta provincia en la que vivió durante mucho tiempo.


Fue más tarde trasladado a Sandomierz (Polonia) como superior de la comunidad. Allí junto con la comunidad de cuarenta y ocho frailes fueron asesinados por los tártaros mientras cantaban la Salve al final de Completas. Esa destrucción fue recientemente comprobada en excavaciones hechas en el convento de Sandomierz.


Pío VII confirmó su culto el 18 de octubre de 1807.



12:17 a.m.
A medida que el hagiógrafo avanza en la familiaridad con las Vitae Sanctorum y las Actas de los martirios de los santos comprueba, entre susto y fascinación, los esfuerzos de escritores anteriores -algunos lo hacen desde los albores de la historia cristiana- por pasar a la posteridad los modelos de fe y vida que ellos han visto o cuyas noticias han recibido oralmente, o quizá tuvieron entre sus manos documentación anterior que no ha sobrevivido al tiempo. Lo hicieron movidos por el cariño agradecido a los que supieron ser fieles y transmitieron el heroísmo de sus virtudes de la mejor manera que pudieron; con frecuencia estaban por la labor de dejar en el mejor papel posible al santo protagonista de su relato y por ello no es infrecuente notar añadiduras a la personalidad que relatan, aunque sea acumulando dones, milagros y hechos portentosos que demuestren más y más a quienes les escuchan o a sus posibles lectores la complacencia de Dios en sus santos. No fueron mentirosos; no intentaban hacer historia, o al menos, no se adaptaban al modelo de historia que hoy pide la crítica; incluso, en ocasiones, fueron poco respetuosos con ella. Porque lo que pretenden es animar a la fidelidad a Cristo al tiempo que ponen ante los ojos de los creyentes a alguien que le entregó la vida con la coherencia entre las obras y la fe.

Las inexactitudes sólo son afecto y los anacronismos le interesan al autor lo que importa un sello de correos o una bufanda al caracol. No es su cometido la exactitud en los detalles propia del juez inquisidor; prefieren la llaneza de ensalzar las apoteosis del amor. Sólo con este principio es posible acercarse con alegría y temblor a la lectura de las Vidas y de las Actas para aprender de personas que triunfaron del egoísmo hasta el fin.


Posiblemente éste fuera el intento del autor anónimo que dejó por escrito la vida de santa Petronila llamada también con los nombres de Perina, Petronela y Pernela. La total carencia de datos da origen a la historia apócrifa claramente imaginativa que pondera excelsas virtudes -ésas que intenta poner como paradigma en la mente de los lectores- y que carga las tintas más sobre las bondades de las situaciones del entorno que sobre la misma realidad personal que lógicamente desconoce.


Pues bien; el tiempo es el siglo primero y el lugar de la narración, Roma; Petronila está presentada como hija de san Pedro. Su máximo anhelo es padecer por Jesús que tanto quiso padecer por ella. Una extraña enfermedad la mete en cama con agudísimos dolores imposibles de aliviar; pero su semblante alegre y su actitud llena de optimismo demuestran a todos los que van a visitarla la aceptación voluntariosa y complacida de Petronila que, por fin, puede sufrir algo por su Señor. Se prolonga por mucho tiempo la postración. Entre los creyentes romanos se empiezan a correr rumores; ¿cómo es posible conciliar tamaño sufrimiento de Petronila con la actitud permisiva del padre Pedro, si es verdad que sólo su sombra llegaba a curar a enfermos, hace unos años, en Jerusalén?, ¿será que Pedro ha perdido virtud?, ¿será esto una muestra de falta de cariño?, ¿no deben preocuparse los padres por la salud de los hijos?... Un día Pedro reúne a una gran multitud de creyentes en Cristo en su casa y manda con imperio a su hija: «Petronila, levántate y sírvenos la mesa». Asombrados y estupefactos contemplan a la dulce joven incorporarse del lecho y salir dispuesta al cumplimiento del encargo toda llena de facultades. Terminada su misión vuelve a la cama, recupera la enfermedad con incremento de sufrimiento y ya no se restablecerá hasta después del martirio de Pedro.


No ha hecho mella en su físico el terrible padecimiento soportado, se han rejuvenecido sus facciones y hasta se diría que se ha multiplicado la belleza previa a la enfermedad. Ahora dedica Petronila todas sus energías a la oración y a la caridad. Parece un hada madrina que con vara mágica va solucionando problemas de cristianos irradiando continuamente el influjo benéfico ante cualquier necesidad: pobres, lisiados, enfermos, ciegos, leprosos y todo tipo de carenciales van a visitarla y salen pletóricos de felicidad. Por toda Roma corre un inmenso e imparable rumor que transmite de boca a boca la explosión de la caridad de Jesucristo patente en las obras de Petronila.


Pero hay más. Por todo lo relarado, no es extraño el enamoramiento del joven Flaco que se acerca con gran séquito de criados y esclavos a solicitar el consentimiento para hacerla su esposa. La reacción ahora de la virgen es de indecible sorpresa; pero guarda las formas, agradece al noble joven enamorado el honor que le hace y pide suave y dulcemente tres días para reflexionar al término de los cuales debe Flaco enviarle sus doncellas y criadas para que la acompañen.


Todo es llanto en Petronila. Jesucristo llena su corazón; no quiere romper la unidad del amor; sólo a Jesús quiere como Esposo. Pasa los tres días encerrada, en compañía de Felícula, dada al ayuno, a continua oración, penitencias y súplicas al Señor. El último día del retiro llega el presbítero Nicodemus, le celebró la misa, le dio la Comunión y contempló cómo moría Petronila al pie del altar consumida de amor.


Las criadas de Flaco que ya esperaban jubilosas trocaron el cortejo de nupcial en fúnebre para llevarla a enterrar.


¿Te gustó la historia de Petronila?


Poco le importaba al autor la diferencia de edades entre el joven enamorado y la madurez de Petronila, ni el que fuera hija de sangre de Pedro o sólo hija espiritual, si lo que quiso enseñar fue la ejemplar actitud de una mujer cristiana de los primeros tiempos que supo ser paciente en la enfermedad, que descubrió en sus padecimientos la ocasión de participar de los redentores de Jesucristo a quien amó por encima de todas las cosas y en cualquier situación, que por ello no descuidó la caridad con los demás, que ese estilo de vida tiene gran repercusión sobrenatural en el cuerpo social y que fue enterrada en el cementerio que había en el camino de Ardi, allí donde luego se construyó una iglesia con su nombre.



12:16 a.m.



















Félix de Nicosia, Santo
Félix de Nicosia, Santo

Religioso Capuchino


Martirologio Romano: En Nicosia, en Sicilia, san Félix (Jacobo) Amoroso, religioso, que después de haber sido rechazado durante diez años, finalmente ingresó en la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, desempeñando humildísimos oficios con sencillez e inocencia de corazón (1787).

Fecha de canonización: 23 de octubre de 2005 por el Papa Benedicto XVI.


Etimológicamente: Félix = Aquel que se considera Feliz o afortunado, es de origen latino.



Nació el año 1715 en Nicosia (Sicilia), en el seno de una familia humilde y muy religiosa. Pronto tuvo que trabajar en el oficio de su difunto padre, que era zapatero, para subvenir a los suyos. Tras recibir varias negativas, consiguió ser admitido en la Orden capuchina. Hecha la profesión, lo enviaron al convento de su pueblo, donde por espacio de más de cuarenta años ejerció el oficio de limosnero, desarrollando un intenso apostolado popular e itinerante, entre gentes de todas las clases. Era analfabeto, pero tenía la ciencia de la caridad y de la humildad. Sus mayores devociones fueron la pasión de Cristo, la Eucaristía y la Virgen de los Dolores. Realizó siempre trabajos humildes y destacó por su obediencia y paciencia, espíritu de sacrificio y amor a los niños y a los pobres y enfermos. Murió el 31 de mayo de 1787 en Nicosia. Lo canonizó Benedicto XVI el año 2005, y su fiesta se celebra el 1 de junio.

San Félix (en el siglo, Filippo Giacomo Amoroso) nació en Nicosia el 5 de noviembre de 1715. Su padre era zapatero remendón y él mismo trabajó desde joven en una zapatería. Muy piadoso y religioso desde su infancia, aspiraba a la vida religiosa y, cuando murieron sus padres, acudió a los capuchinos solicitando el ingreso, pero no fue admitido. Perseveró en su pretensión durante años hasta que fue admitido en 1743 en el convento de Mistretta, donde hizo la profesión religiosa como hermano lego y tomó el nombre de fray Félix de Nicosia.


Enviado al convento de Nicosia, acompañó primero al hermano limosnero por las calles de la ciudad y luego fue hortelano, cocinero, zapatero, enfermero, portero y sobre todo, durante más de cuarenta años, limosnero, oficio éste que le permitió ponerse en contacto con mucha gente a la que edificó e hizo mucho bien. Su exquisita espiritualidad y grandes virtudes, como la humildad, la mansedumbre, la caridad, atrajeron hacia él la atención de los fieles, que se encomendaban a sus oraciones y decían recibir de Dios por medio de ellas grandes favores, incluso milagros. El guardián del convento sometió muchas veces a prueba su obediencia y humildad, comprobando que fray Félix era en efecto tan santo como parecía. Llevaba una vida austerísima, con grandes ayunos y mortificaciones. Devotísimo de la eucaristía, se pasaba no pocas horas de la noche ante el sagrario, y era asimismo muy fervorosa su devoción a la Virgen María.


Lleno de méritos murió en su convento de Nicosia el 31 de mayo de 1787. Fue beatificado por el papa León XIII el 12 de febrero de 1888, y canonizado por el papa Benedicto XVI el 23 de octubre de 2005.






12:16 a.m.
Martirologio Romano: En el lugar de Mityana, en Uganda, san Noé Mawaggali, mártir, que, siendo servidor del rey, iniciada la persecución rehusó impávido emprender la fuga y ofreció voluntariamente su pecho a las lanzas de los soldados, quienes, tras atravesárselo, lo colgaron de un árbol hasta que entregó el espíritu por Cristo. ( 1886)

Fecha de canonización: 18 de octubre de 1964 por Pablo VI.



Causó un gran revuelo en el año 1920 la beatificación realizada por el Papa Benedicto XV de veintidós mártires ugandeses, tal vez porque en aquellos días la gloria de los altares estaba vinculada a ciertos parámetros raciales, de cultura y de idiomas, (afortunadamente esto ha disminuido con el pasar de los años). De hecho, estos fueron los primeros africanos subsaharianos (por llamarlo de algún modo, nativos del “África Negra”) en ser reconocidos como mártires, y como tales ser venerados por la Iglesia Católica.

Su vida terrena la pasaron bajo el reinado de Mwanga, un joven rey que, habiendo asistido a la escuela de los misioneros (los “Padres Blancos” del Cardenal Lavigerie), no aprendió ni a leer ni a escribir porque era “obstinado, indisciplinado e incapaz de concentrarse”. Actitudes que podrían sembrar alguna duda sobre sus facultades mentales, además de los comerciantes blancos venidos del norte aprendió lo peor: habituarse a fumar hachís, beber alcohol en grandes cantidades y disfrutar de prácticas homosexuales. Para esto último construye un harén bien surtido compuesto por pajes, funcionarios e hijos de los nobles de su corte.


Respaldado al inicio de su reinado por los cristianos (católicos y anglicanos) que se unen a él para hacer frente común contra la tiranía del rey musulmán Kalema, el rey Mwanga pronto ve en el cristianismo la mayor amenaza contra las tradiciones tribales y, principalmente, un obstáculo para su libertinaje. Quienes apoyan su enfrentamiento contra el cristianismo son, primordialmente, los hechiceros y fetichistas que ven comprometidos su poder tradicional, y así, en 1885, comenzó una feroz persecución, la primera víctima es Hannington, obispo anglicano, pero la lista incluye al menos 200 jóvenes asesinados por su fe.


El 15 de noviembre de 1885 Mwanga hace decapitar al maestro de los pajes y prefecto de la sala real. ¿Su delito?, ser católico y además catequista, haber reprendido al monarca por el asesinato del obispo anglicano y haber defendido en repetidas ocasiones a los pajes de los “avances” sexuales del rey. José Mkasa Balikuddenbe pertenecía al clan Kayozi y tenía apenas 25 años.


El sustituto en el prestigioso cargo es Carlo Lwanga, del clan Ngabi, que se convierte en el centro de la mórbida atención del rey. Pero Lwanga tiene un “defecto”, es católico, y además en un período en que los misioneros están prohibidos asume el papel de “líder” y sustenta la fe de los nuevos conversos.


El 25 de mayo de 1886 fue condenado a muerte junto a un grupo de cristianos y cuatro catecúmenos a quienes Lwanga logra bautizar secretamente por la noche, el más joven es Kizito, del clan Mmamba, tiene apenas 14 años. El 26 de mayo son asesinados Andrés Kaggwa, (jefe de los músicos y pariente del rey, quien había demostrado ser especialmente generoso y valiente durante una epidemia), y Dionisio Ssebuggwawo.


Se ordena que sean trasladados desde Munyonyo, donde estaba el palacio real y donde se dictaron las sentencias, a Namugongo, lugar donde se efectuarán las ejecuciones, un “vía crucis” de 27 millas, (44.6 kilómetros), recorridos en 8 días, junto a presiones de familiares para que adjuraran de su fe y la violencia de los soldados. Una muere en el camino: Ponciano Ngondwe, del clan Nnyonyi Nnyange, es atravesado por una lanza, era el paje real, había sido bautizado en el apogeo de la persecución y por ello fue inmediatamente aprendido; Atanasio Bazzekuketta, del clan Nikima, es martirizado el 27 de mayo.


Unas horas más tarde cae atravesado por las lanzas de los soldados, el siervo del rey Gonzaga Gonga, del clan Mpologoma, y poco después es asesinado Mateo Mulumga, del clan Lugane, quien tenía el rango de “juez”, tenía ya más de cincuenta años de edad pero apenas tres de haberse convertido al catolicismo.


Noé Mawaggali nacido en el distrito de Singa, en la zona de Mityana, en 1851, pertenecía al clan del Antílope y era alfarero de profesión. Vino al conocimiento del cristianismo y se adhirió a Cristo, bautizándose el 1 de noviembre de 1885. Nombrado catequista de la comunidad cristiana, cumplía su encargo con gran celo, y estaba precisamente dando catequesis en su casa cuando los emisarios reales vinieron a su poblado, Kiwanga, a poner fin a la comunidad cristiana. Se le avisó y pudo huir, pero no quiso abandonar su puesto y por ello fue martirizado. Atravesado primero con lanzas hasta dejarlo todo lleno de heridas, fue luego colgado de un árbol para que fuese pasto de los perros y fueron echadas a las hienas algunas vísceras suyas. Era el 31 de mayo de 1886. Su hermana Munaku, entonces catecúmena, presenció su martirio y manifestó el deseo de ser ella también martirizada, pero no lo fue. Vivió en la misión consagrada al Señor y aún vivía cuando los mártires fueron beatificados(1).


El 3 de junio, sobre la colina de Namugongo, son quemados vivos 31 cristianos, (entre ellos algunos anglicanos). Allí están los doce católicos a cargo de Carlo Lwanga, quien le habría prometido al joven Kizito “voy a tomarte de la mano, si hemos de morir por Jesús, lo haremos juntos, mano a mano”. En ese grupo también estaban:

• Lucas Baanabakintu, Musoke Gyaviira y Tuzinde Mbaga, todos del clan Mmamba;

• Santiago Buuzabalyawo, hijo del tejedor real y miembro del clan Ngeye;

• Ambrosio Kibuuka, del clan Lugane

• Anatolio Kiriggwajjo, guardián de los rebaños el rey;

• Mukasa Kiriwawanvu, camarero real;

• Adolofo Mukasa Ludico, del clan Ba´Toro, guardián de los rebaños del rey;

• Mugagga Lubow sastre real, del clan de Ngo;

• Aquiles Kiwanuka, del clan Lugave, y

• Bruno Sserunkuuma, del clan Ndiga.


Quienes asistieron a la ejecución se impresionaron al oírlos orar hasta el final, sin un gemido. Es un martirio que no apagó la fe de Uganda, más bien se convierte en semilla de muchas conversiones, como anunciara proféticamente Bruno Sserunkuuma justo antes de su martirio: “un manantial que tiene muchas fuentes no se secará nunca, nosotros ya no estemos pero otros vendrán despues de nosotros”.


El grupo de mártires católicos elevados a los altares se completa el 27 de enero de 1887 con la muerte del siervo del rey, Juan María Musei, que espontáneamente confesó su fe ante el primer ministro del rey Mwanga por lo que fue decapitado de inmediato.


Carlo Lwanga y sus 21 jóvenes compañeros fueron canonizados por el Papa Pablo VI en 1964 y en el lugar de su martirio se construyó una magnífica santuario, a poca distancia, otro santuario recuerda a los cristianos no católicos que fueron martirizados también. Hay que señalar que junto a los cristianos también fueron martirizados algunos musulmanes.



12:16 a.m.
Martirologio Romano: En el pueblo de Bellegra, en los alrededores de Roma, Italia, beato Mariano de Roccacasale, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, que, cumpliendo el oficio de portero, abrió la puerta del convento a los pobres y a los peregrinos, a quienes con suma caridad atendía en todo. ( 1866)

Fecha de beatificación: 3 de octubre de 199 por el Papa Juan Pablo II.



Nació el 14 de junio de 1778 en Roccacasale, pueblo de la provincia de L´Áquila (Italia). En su bautismo recibió el nombre de Domingo. Sus padres, Gabriel De Nicolantonio y Santa De Arcángelo, agricultores y pastores, profundamente creyentes, educaron a sus hijos en los valores cristianos. Domingo fue precisamente el que se quedó con sus padres, después de que los demás se casaron. Le tocó cuidar el rebaño. La soledad de los campos y majadas formó el temperamento del joven Domingo para la reflexión y el silencio, haciendo resonar en él la voz del Señor: comprendió que el mundo no era para él. Tenía entonces veintitrés años. No podía resistir a esta fuerza interior. Y decidió dedicarse con más radicalidad al seguimiento de Cristo.

El 2 de septiembre de 1802 vistió el sayal franciscano en el convento de Arisquia y tomó el nombre de fray Mariano de Roccacasale. Terminado el año de noviciado se consagró definitivamente a Cristo con la profesión de los votos. Permaneció en ese convento doce años.


Su vida se puede resumir en dos palabras: oración y trabajo; eran como dos cuerdas en las que vibraba su existencia. Cumplía escrupulosamente los múltiples encargos que se le confiaban: carpintero hábil y valioso, hortelano, cocinero y portero.


Pero su aspiración a la santidad no encontraba en Arisquia el ambiente favorable, no por culpa de los compañeros o de los superiores, sino porque aquella época no era propicia para la vida religiosa y los conventos.


En 1814, tras el regreso del Papa a Roma, la vida conventual pudo rehacerse lentamente en medio de dificultades sin número. Hicieron falta varios años para que todos los religiosos regresaran a sus conventos, y la vida de oración y de apostolado volviera a florecer con regularidad en los claustros.


En ese momento llegó a los oídos de fray Mariano el nombre del Retiro de San Francisco en Bellegra. La fama de la vida regular y austera que desde hacía tiempo se había instaurado en ese convento por obra de santos religiosos ya corría por los alrededores. Fray Mariano acogió aquella voz como una invitación del Señor. Los superiores aceptaron su petición de dirigirse a Bellegra en peregrinación. Así fray Mariano dejó el convento de Arisquia por el Retiro de Bellegra. Tenía treinta y siete años.


Poco tiempo después, recibió del superior el encargo de la portería, oficio que desempeñó durante más de cuarenta años y que se convirtió en su medio de santidad. Abrió la puerta a muchos pobres, peregrinos y viandantes, y convirtió muchos corazones, cerrados hasta entonces a la gracia divina. Para todos tenía una sonrisa, que acompañaba siempre con el saludo franciscano: «¡Paz y bien!»; les besaba los pies, los instruía en las verdades de la fe y rezaba con ellos tres avemarías; después se ocupaba del cuerpo: les lavaba los pies; si hacía frío, les encendía el fuego y les distribuía la sopa, mientras les daba consejos. Jamás se lamentaba del trabajo ni daba signos de cansancio; siempre sereno, afable, sonriente. La fuente de tanta virtud era, sin duda, la oración. Todo el tiempo que le quedaba libre de sus ocupaciones lo dedicaba a la adoración eucarística y a la participación en la misa. Era también muy devoto de la pasión del Señor.


Falleció el 31 de mayo de 1866, jueves del «Corpus Christi».



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