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Sacerdote italiano

Fundador de la Pequeña Obra de la Divina Providencia

y de la Congregación de las Pequeñas Religiosas Misioneras de la Caridad


Luis Orione nació en Pontecurone, diócesis de Tortona, el 23 de junio de 1872. A los 13 años fue recibido en el convento franciscano de Voghera (Pavía) que abandonó después de un año por motivos de salud. De 1886 a 1889 fue alumno de San Juan Bosco en el Oratorio de Valdocco de Turín.

El 16 de octubre de 1889 entró en el seminario de Tortona. Siendo todavía un joven clérigo, se dedicó a vivir la solidaridad con el prójimo en la Sociedad de Mutuo Socorro San Marciano y en la Conferencia de San Vicente. El 3 de julio de 1892, abrió en Tortona el primer Oratorio para cuidar la educación cristiana de los jóvenes. Al año siguiente, el 15 de octubre de 1893, Luis Orione, un clérigo de 21 años, abrió un colegio para chicos pobres en el barrio San Bernardino.


El 13 de abril de 1895, Luis Orione fue ordenado sacerdote y, al mismo tiempo, el Obispo impuso el hábito clerical a seis alumnos de su colegio. En poco tiempo, Don Orione abrió nuevas casas en Mornico Losana (Pavía), en Noto (Sicilia), en Sanremo, en Roma.


Alrededor del joven Fundador crecieron clérigos y sacerdotes que formaron el primer núcleo de la Pequeña Obra de la Divina Providencia. En 1899 inició la rama de los ermitaños de la Divina Providencia. El Obispo de Tortona, Mons. Igino Bandi, con Decreto del 21 de marzo de 1903, reconoció canónicamente a los Hijos de la Divina Providencia (sacerdotes, hermanos coadjutores y ermitaños), congregación religiosa masculina de la Pequeña Obra de la Divina providencia, dedicada a «colaborar para llevar a los pequeños, los pobres y el pueblo a la Iglesia y al Papa, mediante las obras de caridad», profesando un IV voto de especial «fidelidad al Papa».En las primeras Constituciones de 1904, entre los fines de la nueva Congregación aparece el de trabajar «para alcanzar la unión de las Iglesias separadas».


Animado por una gran pasión por la iglesia y por la salvación de las almas, se interesó activamente por los problemas emergentes en aquel tiempo, como la libertad y la unidad de la Iglesia, la «cuestión romana», el modernismo, el socialismo, la cristianización de las masas obreras.


Socorrió heroicamente a las poblaciones damnificadas por los terremotos de Reggio y de Messina (1908) y por el de la Marsica (1915). Por deseo de Pío X fue Vicario General de la diócesis de Messina durante tres años.


A los veinte años de la fundación de los Hijos de la Divina Providencia, como en «una única planta con muchas ramas», el 29 de junio de 1915 dio inicio a la Congregación de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, animadas por el mismo carisma fundacional y, en el 1927, las Hermanas adoratrices Sacramentinas invidentes, a las que se añadirán después las Contemplativas de Jesús Crucificado.


Organizó a los laicos en las asociaciones de las «Damas de la Divina Providencia», los «Ex Alumnos» y los «Amigos». Después tomará cuerpo el Instituto Secular Orionino y el Movimiento Laical Orionino.


Después de la primera guerra mundial (1914-1918) se multiplicaron las escuelas, colegios, colonias agrícolas, obras caritativas y asistenciales. Entre las obras más características, creó los «Pequeños Cottolengos», para los que sufren y los abandonados, surgidos en la periferia de las grandes ciudades como «nuevos púlpitos» desde los que hablar de Cristo y de la Iglesia, «faros de fe y de humanidad».


El celo misionero de Don Orione, que ya se había manifestado con el envío a Brasil en 1913 de sus primeros religiosos, se extendió después a Argentina y Uruguay (1921), Inglaterra (1935) y Albania (1936). En 1921-1922 y en 1934-1937, él mismo realizó dos viajes a América Latina, Argentina, Brasil y Uruguay, llegando hasta Chile.


Gozó de la estima personal de los Papas y de las autoridades de la Santa Sede, que le confiaron numerosos y delicados encargos para resolver problemas y curar heridas tanto dentro de la Iglesia como en las relaciones con el mundo civil. Fue predicador, confesor y organizador infatigable de peregrinaciones, misiones, procesiones, «belenes vivientes» y otras manifestaciones populares de la fe. Muy devoto de la Virgen, promovió su devoción por todos los medios y, con el trabajo manual de sus clérigos, construyó los santuarios de la Virgen de la Guardia en Tortona y de la Virgen de Caravaggio en Fumo.


En el invierno de 1940, intentando aliviar los problemas de corazón y pulmones que sufría, fue a la casa de Sanremo, aunque, como decía, «no es entre las palmeras donde deseo vivir y morir, sino entre los pobres que son Jesucristo». Después de tan sólo tres días, rodeado del afecto de sus hermanos, Don Orione falleció el 12 de marzo de 1940, suspirando «!Jesús! !Jesús! Voy».


Su cuerpo, intacto en el momento de la primera exhumación en 1965, fue puesto en un lugar de honor en el santuario de la Virgen de la Guardia de Tortona, después de que, el 26 de octubre de 1980, Juan Pablo II inscribiera su nombre en el elenco de los Beatos.


Su Santidad Juan Pablo II lo canonizó el 16 de Mayo de 2004.


Reproducido con autorización de Vatican.va



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Martirologio Romano: En Cracovia, Polonia, beata Angela Salawa, virgen de la Tercera Orden Regular de San Francisco, que, eligiendo entregar su vida en el servicio doméstico, vivió humildemente entre las criadas, y en suma pobreza descansó en el Señor. ( 1922)

Fecha de beatificación: 13 de agosto de 1991 por el Papa Juan Pablo II.



La beata Ángela (Aniela) Salawa, laica, virgen seglar de la Tercera Orden Secular de San Francisco de Asís, nació en Siepraw (Cracovia, Polonia), el 9 de septiembre de 1881 en el seno de una familia piadosa, de escasos recursos económicos. De sus padres aprendió pronto el amor a la oración, al trabajo y al espíritu de sacrificio.

En 1897, a la edad de 16 años, se trasladó a Cracovia para trabajar como empleada de hogar. Dos años después, conmovida por la serena muerte de su hermana Teresa e impulsada por una voz interior, tomó la firme decisión de buscar la santidad en ese tipo de vida humilde y pobre. Por gracia especial del Señor, se sintió llamada a vivir en el estado de castidad virginal.


Ejerció un apostolado activo entre las demás empleadas de hogar, numerosas entonces en la ciudad, para las que fue siempre un modelo y una guía de vida cristiana. Alimentaba constantemente su vida espiritual con la oración, que nunca le impidió el cumplimiento de sus deberes domésticos. «Amo mi trabajo -decía- porque en él encuentro una excelente ocasión de sufrir mucho, de trabajar mucho y de orar mucho; y, fuera de esto, no deseo nada más en el mundo».


Participaba con fe viva en las celebraciones sagradas, especialmente en la Eucaristía y el Vía crucis. Veneraba a la Madre de Dios con un amor filial. Así, pudo cultivar hasta un grado notable la vida teologal de fe, esperanza y caridad hacia Dios y hacía el prójimo, acogido como hermano en Cristo.


El año 1911 sufrió, de forma especial, por una dolorosa enfermedad, y por la muerte de su madre y de la señora para quien trabajaba, las dos personas que más quería. Además, se vio abandonada por sus compañeras, a las que ya no podía reunir en la casa.


En 1912 descubrió que su espíritu de humildad y pobreza tenían una gran afinidad con san Francisco, por lo que decidió profesar la vida de la orden secular franciscana. Durante la primera guerra mundial colaboró, en los ratos libres que le dejaba su trabajo doméstico, en los hospitales de Cracovia, asistiendo y confortando a los soldados heridos, que la llamaban «la señorita santa».


El año 1917 enfermó y se vio obligada a abandonar el trabajo. En una estrechísima habitación alquilada pasó los últimos cinco años de su vida, en medio de sufrimientos continuos, que ofrecía a Dios por la expiación de los pecados del mundo, la conversión de los pecadores, la salvación de las almas y la expansión misionera de la Iglesia.


Expiró serenamente en el Señor el 12 de marzo del año 1922 en Cracovia, y su fama de santidad se difundió rápidamente por toda Polonia.


La beatificó Juan Pablo II el 13 de agosto de 1991, en la misa que celebró en la plaza del Mercado de Cracovia.


En la homilía dijo, entre otras cosas: «Me alegra sobremanera haber podido celebrar en Cracovia la beatificación de Aniela Salawa. Esta hija del pueblo polaco, nacida en el cercano Siepraw, vivió una parte notable de su vida en Cracovia. Esta ciudad fue el ambiente de su trabajo, de sus sufrimientos y de su maduración en la santidad. Vinculada a la espiritualidad de san Francisco de Asís, mostró una sensibilidad insólita ante la acción del Espíritu Santo. Los escritos que nos dejó dan testimonio de ello». En otro momento de la homilía, se refirió a la beata Eduvigis, reina, y a la nueva beata: «Que se unan a nuestra conciencia estas dos figuras femeninas. ¡La reina y la sirvienta! ¿Acaso no se expresa toda la historia de la santidad cristiana y de la espiritualidad edificada según el modelo evangélico en esta simple frase: "Servir a Dios es reinar"? (cf. Lumen Gentium 36). La misma verdad encuentra expresión en la vida de una gran reina y de una sencilla sirvienta».



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Juan de Vallombrosa, Beato
Juan de Vallombrosa, Beato

Monje

Beato Tradicional, no incluido en el actual Martirologio Romano


Etimológicamente significa “Dios es misericordia”. Viene de la lengua hebrea.


Juan de Vallombrosa, natural de Florencia, entró en el monasterio de la Santísima Trinidad en su ciudad natal. Era un hombre muy inteligente y pasaba estudiando muchas horas del día y de la noche. En el curso de sus estudios se interesó en la magia y empezó a practicarla en secreto, cosa que le precipitó a una vida de vicio y depravación. Enterado el abad de Vallombrosa, le obligó a comparecer ante una comisión de monjes y le acusó formalmente. Juan empezó por mentir, negando que hubiera practicado la magia; pero, ante las pruebas irrecusables, no tuvo más remedio que declararse culpable. En castigo fue condenado a varios años de prisión.


Cuando salió de la cárcel, apenas podía caminar, pero estaba sinceramente arrepentido. El abad y los monjes se mostraron dispuestos a recibirle con los brazos abiertos, pero Juan prefirió abrazar la vida de soledad que había llevado en la prisión. "En mi larga y oscura vida de prisión, dijo, he aprendido que nada hay mejor ni más santo que la soledad; en ella quiero continuar aprendiendo las cosas divinas y perfeccionándome. Ahora que estoy libre de las cadenas, quiero aprovechar bien el tiempo, con la ayuda del Señor". Autorizado por su abad, abrazó la vida eremítica. Pronto corrió la fama de que era el más destacado de los solitarios de su patria, tanto por su santidad, como por su ciencia. Sus cartas y tratados, escritos unos en latín y otros en su idioma natal, corrían de mano en mano y eran tan apreciados por su contenido, como por la elegancia de su lenguaje. Parecía que el beato tenía un don de Dios para tocar los corazones más endurecidos y explicar los puntos más oscuros de la Sagrada Escritura.


El "ermitaño de las celdas", como le llamaba el pueblo, vivió hasta edad muy avanzada y gozó de la amistad y estima de Santa Catalina de Siena. Escribiendo a Barduccio de Florencia después de la muerte de la santa, el Beato Juan afirmaba que Catalina se le había aparecido cuando él se hallaba llorando su fallecimiento y que le había consolado con la visión de la gloria de que disfrutaba en el cielo.


VIDAS DE LOS SANTOS Edición 1965

Autor: Alban Butler (†)

Traductor: Wilfredo Guinea, S.J.

Editorial: COLLIER´S INTERNATIONAL - JOHN W. CLUTE, S. A.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!



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Martirologio Romano: En París, en Francia, beata María Eugenia Milleret de Brou, virgen, fundadora de la Congregación de Hermanas de la Asunción, para la educación cristiana de niñas.

Fecha de canonización: 3 de junio de 2007 por el Papa Benedicto XVI


Etimología: Eugenia = aquella que es bien nacida, es de origen griego Nacida en una familia burguesa, en 1817 en Metz (Francia), tras la derrota definitiva de Napoleón y la Restauración de la Monarquía, Ana-Eugenia Milleret no parecía estar destinada a trazar un camino espiritual en la Iglesia de Francia.


Su padre, liberal y seguidor de las ideas de Voltaire, desarrolla su actividad como banquero y en la vida política. Ana-Eugenia, dotada de una gran sensibilidad, recibe de su madre una educación que le da un carácter fuerte y el sentido del deber. La vida familiar desarrolla en ella una curiosidad intelectual y el espíritu romántico, un interés por las cuestiones sociales y una amplitud de mirada.


Esta educación, lejos de la Iglesia, de Cristo, de la escuela, está marcada por una gran libertad unida a un gran sentido de la responsabilidad. La bondad, la generosidad, la rectitud y la sencillez aprendidas junto a su madre, le llevará a decir más tarde que su educación era más cristiana que la de muchos católicos piadosos de su tiempo. Según la costumbre, como su contemporánea George Sand, Ana-Eugenia asistía a la Misa los días de fiesta y había recibido los sacramentos de la iniciación cristiana sin comprometerse a nada. Su primera comunión fue, con todo, una gran experiencia mística para Ana–Eugenia en la que ya se encontraba todo el secreto del futuro. Solo más tarde, captará el sentido profético de esta experiencia y reconocerá en ella el fundamento de su camino hacia una pertenencia total a Cristo y a la Iglesia.


Vivió una juventud feliz, aunque no faltó el sufrimiento. La muerte de un hermano mayor que ella, la de una hermana pequeña, una salud frágil y una caída que le dejará sus secuelas, marcaron su infancia. Ana-Eugenia mostrará una madurez superior a la de su edad, sabrá esconder sus sentimientos y hacer frente a lo que va viniendo. Más tarde, tras un periodo de gloria, tendrá que enfrentarse al fracaso de los bancos de su padre, a la incomprensión y separación de sus padres, a la pérdida de toda seguridad. Ana-Eugenia tiene que abandonar la casa de su infancia e ir a París con su madre, mientras que su hermano Luis, su gran compañero de juegos, se marchará con su padre.


En París, junto a su madre a la que adoraba, la verá afectada terriblemente por el cólera que se la llevó en unas horas, dejando a su hija de 15 años sola en el mundo, en una sociedad mundana y superficial. En esta situación y a través de una búsqueda angustiosa y casi desesperada de la verdad, Ana-Eugenia llegará a su conversión sedienta del Absoluto y abierta a lo transcendente.


A los 19 años, Ana–Eugenia asiste a las Conferencias cuaresmales en la Catedral de Nuestra Señora, en París, predicadas por el Padre Lacordaire, joven pero ya conocido por su talento como orador. Antiguo discípulo de Lamennais —habitado como él por la visión de una Iglesia renovada jugando un papel nuevo en el mundo— Lacordaire comprende su tiempo y quiere cambiarlo. Conoce los interrogantes y las aspiraciones de los jóvenes, su idealismo y su ignorancia sobre Cristo y la Iglesia. Su palabra llega al corazón de Ana-Eugenia, responde a sus propios interrogantes y despierta en ella una gran generosidad. Ana Eugenia ve a Cristo como Liberador universal y su Reino en la tierra a través una sociedad fraterna y justa. Me sentía realmente convertida, escribe, y sentía el deseo de entregar todas mis fuerzas, o mas bien toda mi debilidad, a esta Iglesia que desde entonces me parecía que era la única que poseía aquí abajo el secreto y el poder del bien.


En este momento, conoce a otro predicador, también antiguo discípulo de Lammenais, el Padre Combalot, que escogerá como confesor. El Padre Combalot se da cuenta que tiene ante a él a un alma privilegiada y designa a Ana-Eugenia como fundadora de la Congregación que él soñaba desde hacía tiempo. Insistiendo en que esta fundación es la voluntad de Dios y que Dios la había escogido para realizar esta obra, el Padre Combalot convence a Ana-Eugenia para que asuma este proyecto: una obra de educación. El P. Combalot está convencido de que solamente a través de la educación, se podrá evangelizar las inteligencias, hacer que las familias sean verdaderamente cristianas y así transformar la sociedad de su tiempo. Ana-Eugenia acepta este proyecto como un deseo de Dios y se deja guiar por el P. Combalot.


A los 22 años, María Eugenia se convierte en Fundadora de las Religiosas de la Asunción, entregadas a consagrar toda su vida y todas sus fuerzas para extender el Reino de Cristo en el mundo. En 1839, con otras dos jóvenes, Ana-Eugenia Milleret empieza una vida comunitaria de oración y de estudio en un apartamento de la calle Férou, muy cerca de la Iglesia de San Sulpicio en París. En 1841, abren la primera escuela con el apoyo de Mme de Chateaubriand, Lacordaire, Montalembert y sus amigos. Años más tarde la comunidad contará con 16 hermanas de cuatro nacionalidades.


Maria Eugenia y las primeras hermanas de la Asunción quisieron unir lo antiguo y lo nuevo: unir los antiguos tesoros de la espiritualidad y de la sabiduría de la Iglesia con una nueva forma de vida religiosa y de educación que respondieran a las necesidades de las mentalidades modernas. Se trata de asumir los valores de su tiempo, y a la vez, transmitir valores evangélicos a la cultura naciente de una nueva era industrial y científica. La Congregación desarrollará una espiritualidad centrada en Cristo y en el misterio de la Encarnación, a la vez profundamente contemplativa y profundamente apostólica. Será una vida vivida en la búsqueda de Dios y en un fuerte compromiso apostólico.


La vida de María Eugenia de Jesús fue larga, una vida que atravesó casi todo el siglo XIX. Amaba profundamente su tiempo y quería participar activamente en su historia. Progresivamente todas sus energías se fueron unificando, de una u otra manera, en el desarrollo y la extensión de la Congregación, la obra de su vida. Dios le iba enviando hermanas y amigos. Una de las primeras fue una irlandesa, mística y amiga íntima a la que María Eugenia, al final de su vida, la llama “la mitad de mi ser”. Kate O’Neill, en religión Madre Thérèse Emmanuel, se considera como co-fundadora. El P. Emmanuel d’Alzon, que llegó a ser el director espiritual de María Eugenia poco después de la fundación, será para ella padre, hermano, amigo según las etapas de la vida. En 1845, el P. d’Alzon fundó los Agustinos de la Asunción y los dos fundadores se ayudaron mutuamente a lo largo de 40 años. Los dos tenía un don para la amistad y trabajaron en la Iglesia con numerosos laicos. Juntos, en seguimiento de Jesús, religiosas, religiosos y laicos han trazado el camino de la Asunción y forman parte de la inmensa nube de testigos.


En los últimos años de su vida, M. María Eugenia de Jesús experimentará poco a poco el debilitamiento físico, vivido en la humildad y en el silencio, en una vida totalmente centrada en Jesucristo. El 9 de marzo de 1898 recibe por última vez la comunión y en la noche del 10 de marzo se duerme dulcemente en el Señor. Fue beatificada por Pablo VI, en Roma, el 9 de febrero de 1975 y canonizada por Benedicto XVI el 3 de junio del 2007.


La rama laica –Asunción Juntos– formada por Amigos de la Asunción y Comunidades o Fraternidades de la Asunción, es numerosa: unos miles de Amigos y algunos centenares de Laicos comprometidos según el Camino de Vida.


Reproducido con autorización de Vatican.va



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Obispo de Jerusalén (312-34).


La fecha en la que Macario fue consagrado Obispo se encuentra en la versión de San Jerónimo de las “Crónicas” de Eusebio.

Su muerte debe haber acaecido antes del Concilio de Tiro, en el año 335, en el que su sucesor, Máximo, fue aparentemente uno de los obispos participantes.


Macario fue uno de los obispos a quienes San Alejandro de Alejandría escribiera previniéndolos contra Ario.


El vigor de su oposición a la nueva herejía se evidencia en la manera abusiva en la que Ario se refiere a él en su carta a Eusebio de Nicomedia.


Asistió al Concilio de Nicea, y vale mencionar aquí dos conjeturas relacionadas con el papel que desempeñó en dicho concilio. La primera es que hubo un forcejeo entre él y su obispo metropolitano Eusebio de Cesarea, en cuanto a los derechos de sus respectivas sedes. El séptimo canon del concilio (“Debido a que la costumbre y la tradición antigua muestran que el obispo de Elia [Jerusalén] debe ser honrado y debe tener precedencia; sin que esto perjudique, sin embargo, la dignidad que corresponde al obispo de la Metrópolis”), por su vaguedad sugiere que fue el resultado de una prolongada batalla.


La segunda conjetura es que Macario, junto con Eustaquio de Antioquía, tuvo mucho que ver con la redacción del Credo adoptado finalmente por el Concilio de Nicea.


Para mayores datos sobre la base de esta conjetura (expresiones que aparecen en el Credo y que recuerdan las de Jerusalén y Antioquía) el lector puede consultar a Hort, "Two Dissertations", etc., 58 sqq.; Harnack, "Dogmengesch.", II (3a edición), 231; Kattenbusch, "Das Apost. Symbol." (Ver el índice del volumen II.).


De las conjeturas podemos pasar a la ficción. En la “Historia del Concilio de Nicea” atribuida a Gelasio de Cícico hay varias discusiones imaginarias entre los Padres del Concilio y los filósofos al servicio de Ario.


En una de esas discusiones, en donde Macario actúa como vocero de los obispos, éste defiende el Descendimiento a los infiernos.


Este hecho, consecuencia de la incertidumbre de si el Descenso a los infiernos se encontraba en el Credo de Jerusalén, es interesante, sobre todo si se tiene en cuenta que, en otros aspectos, el lenguaje de Macario aparece más conforme al del Credo.


El nombre de Macario ocupa el primer lugar los de los obispos de Palestina que suscribieron el Concilio de Nicea; el de Eusebio aparece en quinto lugar. San Atanasio, en su encíclica a los obispos de Egipto y Libia, incluye el nombre de Macario (quien había muerto ya hacía mucho tiempo) entre los de los obispos reconocidos por su ortodoxia.


San Teofano en su "Cronografía" indica que Constantino, al finalizar el concilio de Nicea, ordenó a Macario buscar los sitios de la Resurrección y de la Pasión y la Verdadera Cruz.


Es muy probable que esto haya sido así, ya que las excavaciones comenzaron muy poco tiempo después del concilio y se realizaron, aparentemente, bajo la superintendencia de Macario.


El gran montículo y las bases de piedra coronadas por el templo de Venus, que se habían construido sobre el Santo Sepulcro en la época de Adriano, se demolieron y “cuando de inmediato apareció la superficie original del suelo, contrario a todas las expectativas, se descubrió el Santo Monumento de la Resurrección de nuestro Salvador”.


Al oír la noticia, Constantino escribió a Macario dándole órdenes y detalladas para la construcción de una Iglesia en ese lugar.


Más tarde escribió otra carta “A Macario y a los demás Obispos de Palestina” ordenando la construcción de una Iglesia en Mambré, que también había sido profanada por un templo pagano. Eusebio, tal vez pensando en su dignidad como Obispo Metropolitano, aunque relata lo antes descrito, se refiere a la carta como “dirigida a mí”.


También se construyeron iglesias en los lugares e la Natividad y la Ascensión.



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Francisca Romana, Santa
Francisca Romana, Santa

Esposa, madre, viuda y apóstol seglar


Martirologio Romano: Santa Francisca, religiosa, que, casada aún adolescente, vivió cuarenta años en matrimonio y fue excelente esposa y madre de familia, admirable por su piedad, humildad y paciencia. En tiempos calamitosos distribuyó sus bienes entre los pobres, asistió a los atribulados y, al quedar viuda, se retiró a vivir entre las oblatas que ella había reunido bajo la Regla de san Benito, en Roma. ( 1440)

Fecha de canonización: 29 de mayo de 1608 siendo Papa Pablo V



Francisca Bussa de Buxis de Leoni nació en Roma en el año 1384. Era de una familia noble y rica y, aunque aspiraba a la vida monástica, tuvo que aceptar, como era la costumbre, la elección que por ella habían hecho sus padres.


Rara vez un matrimonio así combinado tiene éxito; pero el de Francisca lo tuvo. La joven esposa, sólo tenía trece años, se fue a vivir a casa del marido, Lorenzo de Ponziani, también rico y noble como ella. Con sencillez aceptó los grandes dones de la vida, el amor del esposo, sus títulos de nobleza, sus riquezas, los tres hijos que tuvo a quienes amó tiernamente y dedicó todos sus cuidados; y con la misma sencillez y firmeza aceptó quedar privada de ellos.


El primer gran dolor fue la muerte de un hijo, poco después murió el otro, renovando así la herida de su corazón que todavía sangraba. En ese tiempo Roma sufría los ataques del cisma de Occidente por la presencia de los antipapas. A uno de los pontífices, Alejandro V, le hizo la guerra el rey de Nápoles, Ladislao, que invadió Roma dos veces. La guerra tocó de cerca también a Francisca pues hirieron al marido y, al único hijo que le quedaba, se lo llevaron como rehén. Todas estas desgracias no lograron doblegar su ánimo apoyado por la presencia misteriosa pero eficaz de su Ángel guardián.


Su palacio parecía meta obligada para todos los más necesitados. Fue generosa con todos y distribuía sus bienes para aliviar las tribulaciones de los demás, sin dejar nada para sí. Para poder ampliar su radio de acción caritativa, fundó en 1425 la congregación de las Oblatas Olivetanas de santa María la Nueva, llamadas también Oblatas de Tor de Specchi. A los tres años de la muerte del marido, emitió los votos en la congregación que ella misma había fundado, y tomó el nombre de Romana. Murió el 9 de marzo de 1440. Sus restos mortales fueron expuestos durante tres días en la iglesia de santa María la Nueva, que después llevaría su nombre. Tan unánime fue el tributo de devoción que le rindieron los romanos que, según una crónica del tiempo, se habla de que toda la ciudad de Roma acudió a rendirle el extremo saludo. Fue canonizada en 1608.




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Martirologio Romano: En Sebaste, en la antigua Armenia, hoy Turquía, pasión de los cuarenta santos soldados de Capadocia, que en tiempo del emperador Licinio se mostraron compañeros, no por razón de sangre sino por la fe común y la obediencia a la voluntad del Padre celestial. Tras cárceles y crueles tormentos, como el de tener que pernoctar desnudos al aire libre sobre un estanque helado en el más frío invierno, consumaron el martirio con el quebrantamiento de sus piernas. ( 320)

Fecha de canonización: Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma: el Papa.



La Legión XII Fulminata se hizo célebre entre los cristianos del siglo IV por el martirio de 40 de sus soldados. Junto a la Legión XV Apollinaris tenía a su cargo la defensa de Asia Menor.

En el año 312 Constantino y Licinio publicaron un edicto favorable a los cristianos. Majencio había sido derrotado el 28 de Abril de ese año junto al puente Milvio y quedaba Constantino como único emperador de Occidente. En Oriente, vencido Maximiano Daia, es Licinio el único dueño. Constantino y Licinio son emperadores asociados. Por ese momento hay abundantes cristianos enrolados en las filas del ejército por la tranquilidad que por años los fieles cristianos van disfrutando al amparo del edicto imperial. En lenguaje de Eusebio, el ambicioso Licinio ´se quita la máscaraª e inicia en Oriente una cruenta persecución contra los cristianos.


La verdad histórica del martirio, con sus detalles más nimios, no llega uniformemente a nuestros tiempos. La predicación viva de su entrega hasta la muerte -propuesta una y otra vez como paradigma a los fieles- está necesariamente adaptada a la necesidad interior de los diferentes auditorios; esto hace que se resalten más unos aspectos que otros, según lo requiera el mayor provecho espiritual, a los distintos oyentes y probablemente ahí radique la diferencia de las memorias.


San Gregorio de Nisa, apologista acérrimo de los soldados mártires, sitúa el lugar del martirio en Armenia, cerca de la actual Sivas, en la ciudad de Sebaste. Fue en el año 320 y en un estanque helado. (San Efrén, al comentarlo, debió imaginarlo tan grande que lo llamó ´lagoª). Dice que de la XII Fulminata, cuarenta hombres aguerridos prefirieron la muerte gélida a renunciar a su fe cristiana. Sobre el hielo y hundiéndose en el rigor del agua fría, los soldados, con sus miembros yertos, se animan mutuamente orando: ´Cuarenta, Señor, bajamos al estadio; haz que los cuarenta seamos coronadosª. Quieren ser fieles hasta la muerte... pero uno de ellos flaquea y se escapa; el encargado de su custodia -dice el relato-, asombrado por la entereza de los que mueren y aborreciendo la cobardía del que huye, entra en el frío congelador y completa el número de los que, enteros, mantienen su ideal con perseverancia. Los sepultaron, también juntos, en el Ponto, dato difícil de interpretar por ser armenios los mártires.


Pronto comenzó el culto a los soldados y se propagó por Constantinopla, Palestina -donde santa Melania la Joven construyó un monasterio poniéndolo bajo su protección-, Roma y de allí a toda la cristiandad. La antigüedad cristiana vibraba con la celebración del heroísmo de sus soldados, admiró la valentía, la constancia, el desprendimiento, la renuncia a una vida larga y privilegiada. Deseaban las iglesias particulares conseguir alguna de sus reliquias tanto que san Gaudencio afirma se valoraban más que el oro y san Gregorio Niseno las apreciaba hasta el punto de colocarlas junto a los cuerpos de sus padres para que en la resurrección última lo hicieran junto a sus valientes intercesores.


Sus nombres, según se hallan en las actas más antiguas, son los siguientes: Quirión, Cándido, Domno, Melitón (el más joven), Domiciano, Eunoico, Sisino, Heraclio, Alejandro, Juan, Claudio, Atanasio, Valente, Heliano, Ecdicio, Acacio, Vibiano, Elio, Teóduío, Cirilo, Flavio, Severiano, Valerio, Cudión, Sacerdón, Prico, Eutiquio, Eutiques, Smoragdo, Filoctemon, Aecio, Nicolás, Lisímaco, Teófilo, Xanteas, Angeas, Leoncio, Hesiquio, Cayo y Gorgonio.



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Martirologio Romano: En Bolonia, en la provincia de la Emilia, santa Catalina, virgen de la Orden de Santa Clara, la cual, notable por sus dotes naturales, fue más ilustre por sus virtudes místicas y por la vida de penitencia y humildad, siendo guía de vírgenes consagradas (1463).

Fecha de canonización: 22 de mayo de 1712 por el Papa Clemente XI.



Juan de Vigri, padre de Catalina, era abogado y agente diplomático del marqués de Ferrara, Nicolás d´Este. A instancias del marqués, Juan envió a su hija, de once años de edad a servir como dama de honor a la joven Margarita d´Este. Catalina hizo sus estudios con Margarita y fue amiga íntima suya. Entre otras materias, las jóvenes estudiaron el latín; Catalina escribió posteriormente varias obritas en esa lengua. Al casarse con Roberto Malatesta, Margarita tenía intención de conservar a Catalina a su servicio, pero ésta se sintió llamada a la vida religiosa. Poco después de regresar a su casa, perdió a su padre y, casi inmediatamente ingresó en una congregación de terciarias franciscanas de Ferrara, que llevaban una vida semimonástica, bajo al dirección de una mujer llamada Lucía de Mascaroni.

Aunque Catalina sólo tenía catorce años, su deseo de perfección le ganó la admiración de sus hermanas. Desde tan temparana edad empezó a tener visiones, algunas de las cuales provenían de Dios y otras del demonio, como la misma Catalina se vio obligada a reconocerlo más tarde. Para ayudar a otras almas a distinguir entre las visiones divinas y los artificios del diablo, Catalina escribió que había aprendido a discernir las unas de las otras por la santa luz de la humildad, «que precedía siempre a la salida del Sol». Citemos sus propias palabras: «Esa alma, cuando se acercaba el Huésped divino, experimentaba un sentimiento de respeto que ponía de rodillas a su corazón y la obligaba a doblar exteriormente la cabeza; en otras ocasiones, le sobrevenía una gran claridad sobre sus faltas pasadas, presentes y futuras y se veía a sí misma como la causante de las faltas de sus prójimos, por los cuales sentía una inflamada caridad. Así entraba Jesús en su alma, como un rayo de sol y establecía en ella la más profunda paz».


Más tarde, el demonio trató de infiltrar en su alma dudas y pensamientos blasfemos, particularmente sobre la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Esto la hizo sufrir mucho, hasta que Dios le reveló claramente la doctrina de la Iglesia y respondió en forma definitiva a sus dificultades de modo que desaparecieron las dudas. Santa Catalina aseguraba que, en las almas puras, los efectos del Sacramento no dependen del fervor sensible y que aquellas dudas no disminuyen tampoco su eficacia, con tal de que el alma no consienta en ellas. También afirmaba que quienes llevan con paciencia tales pruebas sacan de la comunión mayores frutos que si tuviesen las más altas consolaciones. Probablemente a causa de todo lo que había sufrido, Catalina sentía un indomable deseo de dormir, que ella consideraba como tentación del demonio, pero que era probablemente una gracia que le permitía rehacerse de los esfuerzos corporales y mentales anteriores. Después de algún tiempo, desapareció también esa inclinación exagerada al sueño y la paz completa se estableció en el alma de Santa Catalina.


Pensando que con ello podría ayudar a otros después de su muerte, Catalina empezó a escribir un relato de las pruebas que había sufrido y las gracias que recibía. Para evitar que sus hermanas descubrieran su diario, acostumbraba coserlo en el interior de un cojín; pero ellas, sospechando lo que sucedía, buscaron el manuscrito hasta dar con él. Cuando Catalina cayó en la cuenta de la indiscreción de que había sido objeto, arrancó las hojas y las arrojó al fuego. La santa estaba encargada del horno, pues era la panadera de la casa. En cierta ocasión, al darse cuenta de que el resplandor del fuego le hacía daño a la vista, temiendo que eso la inutilizara para el servicio de la comunidad, habló del asunto con su superiora; pero ésta le respondió que permaneciese en su puesto y dejara la salud en manos de Dios. Después de ejercer durante largo tiempo el oficio de panadera, santa Catalina pasó a ser maestra de novicias.


Por la misma época, tuvo una extraordinaria visión, a la que aluden con frecuencia sus imágenes y que referiremos con sus propias palabras: «Esa persona pidió permiso a su superiora para pasar toda la noche de Navidad en la iglesia del monasterio y se dirigió allá lo más pronto que pudo, con la intención de recitar mil avemarías en honor de la Santísima Virgen. Así lo hizo, con toda la atención y el fervor de que fue capaz. En esa ocupación la sorprendió la medianoche, es decir la hora en que, según se cree, nació Nuestro Señor. En ese preciso momento, se le apareció la Santísima Virgen, llevando en sus brazos al Niño Jesús cubierto con pañales. La Madre de Dios se le acercó y le puso a su Hijo en los brazos. Ya podéis imaginar el gozo de esa pobre criatura cuando vio en sus propios brazos al Hijo del Padre Eterno. Temblando de respeto, pero sobre todo abrumada de felicidad, se tomó la libertad de acariciar al Niño, de estrecharlo contra su corazón y de acercar los labios a su rostro... En el momento en que la pobre criatura de la que estamos hablando acercaba los labios a la boca del Divino Niño, se esfumó la visión, dejándola sumida en un gozo indescriptible». La santa escribió por entonces dos libros en versos libres sobre los misterios de la vida de Cristo y su Madre, a los que dio el título de «Rosario», que las religiosas del monasterio de Bolonia conservaron como un tesoro. Escribió igualmente un tratado sobre «Las Siete Armas espirituales», que vio la luz después de su muerte y alcanzó gran fama en Italia.


Algunos años antes, la pequeña comunidad gobernada por Lucía Mascaroni había abrazado la estrecha regla de Santa Clara y se había cambiado a una casa más adaptable a los usos de la vida religiosa; pero tanto santa Catalina como las más austeras de sus hermanas estaban convencidas de que la única manera de asegurar la perfecta observancia consistía en instituir la clausura. Sin embargo, los habitantes de Ferrara se opusieron durante mucho tiempo a tal innovación, hasta que finalmente el Papa Nicolás V decretó y sancionó la clausura, gracias sobre todo a las oraciones y esfuerzos de santa Catalina.


La santa fue entonces nombrada superiora de otro convento de la estrecha observancia en Bolonia; ella hubiese preferido permanecer en Ferrara como simple súbdita, pero el cielo le dio a entender que debía aceptar el cargo y al punto obedeció. Dos cardenales recibieron en Bolonia a la santa y a su acompañante, seguidos por el senado y toda la población. A pesar de la estricta clausura, la fama de santidad, milagros y dones de profecía de santa Catalina, atrajeron a tantas postulantes al nuevo convento de Corpus Christi, que apenas había sitio suficiente.


Santa Catalina trabajaba con todas sus fuerzas durante la semana; los domingos y días de fiesta aprovechaba el tiempo libre para copiar e iluminar su breviario. Este libro, compuesto totalmente por manos de la santa, con miniaturas de Cristo y de la Virgen, se conserva todavía. Catalina compuso también varios himnos y pintó algunos cuadros. La santa recomendaba a sus hijas tres cosas que ella había practicado durante toda su vida: La primera era hablar amablemente a todos, la segunda practicar constantemente la humildad y la tercera no mezclarse nunca en los asuntos ajenos. Aunque era muy estricta consigo misma, la santa se mostraba extraordinariamente bondadosa con las debilidades de sus prójimos.


En las elecciones de la nueva abadesa, el único reproche que sus hermanas pudieron hacer a Catalina fue que era demasiado bondadosa para urgir severamente la observancia. Siendo maestra de novicias, le pareció que algunas de las hermanas no se alimentaban suficientemente; para remediarlo pidió en la cocina algunos huevos duros, les quitó el cascarón y los deslizó en las bolsas de las hermanas, dejando en su propio plato sólo los cascarones. Por ello, fue acusada de sensualidad durante la visita anual, pero la santa soportó la reprimenda sin decir una palabra, como si realmente fuese culpable.


Su salud, que había empezado a debilitarse desde su vuelta a Bolonia, decayó rápidamente. El primer domingo de cuaresma del año de 1463 se vio atacada por violentos dolores, de suerte que debió acostarse y ya no se levantó más. El 9 de marzo entregó su alma a Dios en forma tan apacible, que sus hermanas no se dieron cuenta de que había muerto, sino hasta que empezaron a percibir una deliciosa fragancia y advirtieron que su faz tenía la belleza y frescura de una quinceañera. Su cuerpo fue enterrado sin caja, pero a los dieciocho días fue desenterrado, debido a los numerosos milagros que había obrado y a la suave fragancia que se escapaba de su tumba. Desde entonces, se encuentra incorrupto en la capilla del convento de Bolonia, donde puede verse a través de un cristal. La santa se halla sentada, ricamente vestida; pero el rostro y las manos, que están al descubierto, se han ennegrecido con el tiempo y la humedad. Santa Catalina es la patrona de los artistas. Las miniaturas que pintó se conservan aún en el convento de Corpo di Cristo, en Bolonia; según los expertos, se trata de obras de gran delicadeza. También se conservan dos de sus pinturas, una en la pinacoteca de Bolonia y la otra en la Academia de Bellas Artes de Venecia.


¡Felicidades a las Catalinas!



9:52 a.m.
Este joven monje y obispo de Inglaterra luchó lo indecible por mantener la unión con Dios, a pesar de que la vida no le fue fácil en su tiempo.

Murió en el año 686. Cuando llegó a su juventud, soñó con entregar su vida al Señor como la mejor ofrenda de su vida en aras de conseguir su santidad y hacer el bien a su pueblo.


En el 678 fue consagrado obispo de Deira, ahora la diócesis protestante de Yorshire. Lo consagró san Teodoro.


El obispo anterior, san Wilfrido, lo echó fuera de su sede el rey Egfrido porque no quería aceptar la división de la diócesis.


Volvió en el año 686, pero volvió a desterrarlo el rey.


Entonces se hizo cargo de la diócesis Bosa. Se distinguió por su gran santidad de vida y por su enorme habilidad política en el trato con el terrible y caprichoso rey.


El gran historiador y sabio de las Islas Británicas, Beda el Venerable, al hablar de Bosa dice estas palabras: "Fue un hombre muy querido por Dios... y por todos gracias a la santidad y méritos poco comunes de su persona".


Uno de sus discípulos fue san Acca, quien más tarde seguiría y tendría un gran éxito como san Wilfrido en Hexham.


Lo que importa es no perder nunca la confianza en el Resucitado, aunque surjan dificultades de orden político y social.


¡Felicidades a quien lleve este nombre en otras culturas!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



2:36 a.m.








Juan de Dios, Santo
Juan de Dios, Santo

Religioso


Martirologio Romano: San Juan de Dios, religioso, nacido en Portugal, que, después de una vida llena de peligros en la milicia humana, prestó ayuda con constante caridad a los necesitados y enfermos en un hospital fundado por él, y se asoció a compañeros con los que constituyó después la Orden Hospitalaria San Juan de Dios. En este día, en la ciudad de Granada, en España, pasó al eterno descanso. ( 1550)

Fecha de canonización: 16 de octubre de 1690 durante el pontificado de Alejandro VIII



"En el año de 1538, reinando en españa el Emperador Carlos V, y siendo Arzobispo de la Ciudad de Granada don Gaspar de Avalos... que alcanzó felicidad en sus tiempos, de florecer en su obispado hombres señalados en santidad y virtud; entre los cuales fue unop, pobre, bajo y desechado en los ojos de los hombres, pero muy conocido y estimado en los de Dios, pues mereció llamarse en apellido Juan de Dios”


Se trata de Juan Ciudad Duarte, un hombre nacido año 1495 en el pueblo portugués de Montemor o Novo, del obispado de Évora, Portugal y que muere en Granada, España, el año 1550 a la edad de 55 años, siendo considerado uno de los tesoros de la ciudad. Para todos es conocido como "el santo". El apellido de Dios le vino impuesto por un Obispo conocedor de su obra a favor de los pobres y enfermos. No cabe mayor honor que apellidarse de Dios y nada refleja mejor el modo de hacer de este hombre.


Aparece a la edad de ocho años en el pueblo toledano de Oropesa. En las biografías de Juan de Dios, hay las grandes lagunas y muchos interrogantes, algunos todavía no resueltos, en relación a su ascendencia, pueblo, familia, vida, hasta bien entrado en años... La tradición habla que vino con un clérigo que pasó por su casa y es acogido en la de Francisco Cid Mayoral donde vivió mucho tiempo, casi la friolera de 29 años en dos ocasiones diferentes.


Siendo mancebo de veintidós años le dio voluntad de irse a la guerra" luchando en la compañía del Conde de Oropesa, al servicio del Emperador Carlos V que fue en socorro de la plaza de Fuenterrabía atacada por el Rey Francisco I de Francia. La experiencia no puede ser más desastrosa, está a punto de ser ahorcado y regresa de nuevo a Oropesa hasta que es solicitado para defender Viena, en un momento de amenaza por parte de los turcos.


Después de estas experiencias guerreras vuelve al oficio de pastor, leñador para ganarse el sustento, albañil en la construcción de las murallas de Ceuta y finalmente, inicia en Gibraltar el oficio de librero, que ejerce en Granada de forma estable en un puesto de la calle Elvira, hasta su conversión.


En Granada comienza la ve Juan de Dios, cuando más asentado y cuando al parecer, había terminado su “andadura” española y europea. Juan había caminado tanto en bucsa de una cita que por fin acontece el año 1539, fiesta de S. Sebastián en el Campo de los Mártires, a la vera de la Alhambra. Ese día un predicador de fama, S. Juan de Ávila es el encargado del sermón. No sabemos qué munición usó el "maestro Ávila", el caso es que el corazón de Juan de Dios quedó tocado, sus palabras "se le fijaron en las entrañas" y "fueron a él eficaces", dice su biógrafo Castro. Juan parece haberse vuelto loco y grita, se revuelca clamando "misericordia". Se produce un total despojo de sus pocos haberes, hasta de sus vestidos...


El pueblo se divide: unos dicen que era loco y otros que no era sino santo y que aquella obra era de Dios. Aquello era ni más ni menos que la cita con Dios.


No es un asunto fácil. Desde ahora comienza una nueva aventura totalmente inédita en la vida de Juan. Después de la experiencia espectacular de su conversión tiene que entrar en contacto con los pobres más marginados de siempre, los enfermos mentales. “Dos hombres honrados compadecidos tomaron de la mano a Juan y lo llevaron... ¿Dónde? Al manicomio. Un ala del Hospital Real de Granada estaba ocupada por los locos. Allí, siente en sus carnes el duro tratamiento que se da a estos enfermos en su propia carne y se rebela de ver sufrir a sus hermanos. De esta experiencia surge la conversión a los hombres, que ya serán para Juan, "hermanos". "Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo".


El corazón herido, cogido por el amor desbordante de Dios no le dejará en paz hasta el último momento en que muere de rodillas. En el año 1539, de acuerdo con san Juan de Avila, es huésped en Guadalupe donde se prepara en las artes médicas, y en 1540 inicia su primera obra, un pequeño hospital en la calle de Lucena, "tanta gente acudía por la fama de Juan y por su mucha caridad que los amigos le compraron una casa para hospital en la cuesta Gomérez”.


La fama de Juan es grande en Granada: acoge a todos los pobres inválidos que encuentra, a los niños huérfanos y abandonados, visita y rehabilita a muchas mujeres prostitutas, y todo sin renta fija, salvo la limosna en la cuál es verdadero maestro, "¿quién se hace bien a si mismo dando a los pobres de Cristo?" -sería su lema cotidiano. El corazón encendido de Juan, contrasta con el fuego del Hospital Real en llamas el día 3 de julio de 1549. Allí acude como toda la ciudad, pero no para lamentarse, sino para remangarse y entrar y sacar los enfermos saliendo sano y salvo. Desde ese momento, Juan adquiere la categoría de santo y su fama llega a todos los que pudieran tener alguna duda de su pasado en la zona de los enfermos mentales. En el mes de enero de 1550, tratando de salvar a un joven que se estaba ahogando en el río Genil, enfermó gravemente.


En el lecho de muerte a Juan le queda la herencia que entrega al arzobispo y a su sucesor, Antón Martín: libro de las deudas y los enfermos asistidos. Así se continúa la obra de Juan de Dios hasta nuestros días.

Juan muere el día 8 de marzo de 1550. Su entierro es una auténtica manifestación de duelo y simpatía hacia su persona y su obra.



1:50 a.m.
Etimológicamente: María = Aquella señora bella que nos guía, es de origen hebreo,

Etimológicamente: Clotilde = Aquella que lucha con gloria, es de origen germánico.



La que todo el mundo llamaba la reina de Cerdeña, que algún día será llevada al honor de los altares, nació en Cerdeña.

Aunque la educaron en la molicie de la corte, ella supo mantenerse al margen de todo aquello que no fuera noble, hermoso y bello ante los ojos de Dios y de su propia conciencia.


A los 16 años, contrajo matrimonio con el príncipe Carlos Manuel, aunque su inclinación se decantaba más bien por la vida religiosa.


No podían tener hijos y, según la voluntad de Dios, ellos se sentían felices.


Para no vivir aburridos y sin ningún tipo de apostolado en bien de los otros, abrazaron los dos la regla de la orden terciara de los Dominicos.


A los dos les tocó la mala suerte de sufrir los envites de la Revolución francesa. Con sus propios ojos vieron cómo su hermano Luis XVI era llevado a la guillotina y no sólo él sino también su cuñada María Antonietta y su hermana María Elisabeth.


Su marido ocupó el puesto de rey de Cerdeña en 1796, pero los franceses invadieron todo el Piamonte y le obligaron al monarca a que renunciara a sus derechos de rey. Los desterraron a Cagliari.


La reina, mientras tanto, había renunciado a todos sus objetos de valor para darlos a los pobres.


Cuando fueron a Roma, en la Semana Santa del 1801, conocieron al nuevo Papa Pío VII, pero sin ninguna demora tuvieron que volver a Nápoles.


Viendo los peligros que le aguardan, ella mandó edificar un mausoleo en honor de su marido difunto.


Cuando ella murió en 1802 a los 42 años, todo el mundo la llamaba “el ángel tutelar del Piamonte”.


El Papa Pío VII la declaró Venerable e introdujo su causa de beatificación.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



1:50 a.m.
Martirologio Romano: En Florencia, en la Toscana, santa Teresa Margarita Redi, virgen, que habiendo entrado en la Orden de Carmelitas Descalzas, avanzó por el arduo camino de la perfección y murió siendo aún joven (1770).

Etimológicamente: Teresa = Aquella que es experta en la caza, es de origen griego.


Etimológicamente: Margarita = Aquella de belleza poco común, es de origen latino.



Nació en Arezzo (Italia) de noble familia, el 15 de Julio de 1747.

Se llamó Ana María Redi. Fue alma contemplativa desde muy pequeñita. Con frecuenciase quedaba ensimismada y preguntaba: "Decidme, ¿quién es ese Dios?".


Atraída por el lema de San Juan: "Dios es amor" (1 Jn 4,16), el 1 de Septiembre de 1764 ingresó en el Carmelo de Florencia y el 11 de Marzo de 1765 vistió el hábito tomando el nombre de Teresa Margarita del Sagrado Corazón de Jesús.


Durante toda su vida vivió el lema: "Escondida con Cristo en Diós".


Más que "maestra" fue un continuo y magnífico "testimonio" de vida espiritual.


Fue el apóstol del Sagrado Corazón y de la Santisima Virgen del Carmen, a la que amó entrañablemente.


Según uno de sus biógrafos, pertenece "a la progenie espiritual sanluanista más pura. La llama oscura delamorinfuso que la abrasayla consume, ilumina y dirige toda la vida, haciéndole tocar las cumbres de la vida trinitaria, desde donde se abre al más ardiente apostolado contemplativo."


Fue también una gran mística y para llegar a serlo usó sobre todo de dos medios: una dura ascesis e intensa caridad fraterna.


Asimiló perfectamente las enseñanzas de Santa Margarita de Alacoque sobre el Sagrado Corazón y las vivió de modo muy personal hasta llegar a la intimidad con la Santísima Trinidad.


Supo cubrir con las cenizas de la santa humildad sus dotes naturales: nobleza, cultura e inteligencia, y conservar en el más profundo silencio, las gracias que recibía de Dios, disimulando continuamente todo acto de virtud.


A los 23 años una peñtonitis truncó su vida.


Era el 7 de Marzo de 1770 cuando expiró "inclinada la cabeza y abrazada modestamente a su querido Crucifijo".


El papa Pío Xl la beatificó el 9 de Junio de 1929 y la canonizó el 12 de Marzo de 1934.



1:50 a.m.
Martirologio Romano: En la ciudad de Kirov, en Rusia, beato Leónidas Fëdorov, obispo y mártir, el cual, siendo exarca apostólico de los católicos rusos de rito bizantino, mereció ser discípulo fiel a Cristo hasta la muerte, bajo un régimen contrario a la religión (1934).

Etimológicamente: Leonidas = Aquél que es valiente como un león, es de origen latino.


Fecha de beatificación: 27 de junio de 2001, durante el pontificado de Juan Pablo II.



Leónidas Fedorov nace el 4 de noviembre de 1879, en el seno de una familia ortodoxa. Su padre fallece prematuramente, y su viuda continúa regentando sola un restaurante en San Petesburgo. Leónidas es un adolescente cariñoso y delicado, y su madre no escatima esfuerzos a la hora de iniciarlo en la piedad cristiana. De carácter independiente e idealista, el joven lee con fruición a los autores franceses, italianos o alemanes. La lectura de obras de filosofía hindú, le mueven a la siguiente reflexión: «¿Para qué esta vida sin valor? ¿Para qué la actividad, la agitación, los impulsos generosos y el esfuerzo? ¿Acaso no es preferible el reposo perpetuo del nirvana, donde toda aspiración se apaga, donde se establece el apaciguamiento eterno del aniquilamiento?». Pero esas disposiciones del espíritu son pasajeras. Bajo la influencia de un sacerdote ortodoxo que sabe conjugar virtud y ciencia con un gran talento pedagógico, el alma del joven queda pacificada y, al terminar sus estudios secundarios, que aprueba con brillantez, ingresa en la Academia Eclesiástica, escuela superior de teología.

Una reconciliación deseada


El restaurante de la señora Fedorov es un lugar de encuentro para los intelectuales. Se halla entre ellos un joven y brillante profesor de filosofía, Vladimir Soloviev, que insiste en la responsabilidad de los cristianos y que predica con fogosidad el retorno a un cristianismo integral, así como la reconciliación de Rusia con el Papado. Bajo su influencia, a Leónidas se le abren los ojos: «Ya tenía veinte años –escribirá más tarde– cuando, mediante la lectura de los Padres de las Iglesia y de la Historia, acabé descubriendo a la verdadera Iglesia Universal». Sin embargo, la legislación rusa hace prácticamente imposible que un ortodoxo pueda pasarse al catolicismo.


En efecto, la Iglesia nacional rusa, ortodoxa, estaba profundamente unida al poder temporal. Como salvadora muchas veces de la nación en momentos cruciales, se manifestaba absolutamente necesaria para la vida de ésta. Separarse de la Iglesia se interpretaba como separarse de la propia comunidad rusa. De hecho, los católicos rusos eran casi todos de origen extranjero y mayoritariamente polacos; la lengua de los católicos era el polaco, y el rito que seguían, el rito latino. A los ojos de los rusos ortodoxos, el rito latino era el rito de quienes reconocen la primacía del Papa, y el rito bizantino ruso, una especie de patrimonio de familia inalienable. El gobierno ruso no quería bajo ningún pretexto que se fundaran iglesias en las que los fieles rezaran según el rito bizantino reconociendo al Papa como pastor supremo.


En su búsqueda de la verdad, Leónidas se entrevista con el rector de la principal iglesia católica de San Petesburgo, decidiendo después hacerse católico y, para ello, marcharse al extranjero. El 19 de junio de 1902, parte para Italia. En Lvov, Ucrania, visita al metropolita católico de rito oriental, Andrés Cheptizky, quien le entrega una recomendación dirigida al Papa León XIII. Leónidas llega a Roma a lo largo de julio de 1902 y, el día 31, festividad de san Ignacio de Loyola, realiza su profesión de fe católica en la iglesia del Sacro Nome di Gesù (Santo Nombre de Jesús), regentada por los jesuitas. Poco después, es recibido en audiencia privada por el Santo Padre, quien le concede su bendición y le proporciona una beca para sus estudios sacerdotales.


Leónidas acude al seminario de Anagni, situado a 50 km al sur de Roma y dirigido por los jesuitas. La exuberancia de sus jóvenes compañeros meridionales le molesta en ocasiones, pero intenta no protestar y se somete a un reglamento completamente nuevo para él. Inicia a sus compañeros en los problemas religiosos rusos, repitiendo: «¡Qué poco se conoce a Rusia en Roma! Rusia se encuentra de hecho mucho más cerca de Roma que los países protestantes, pero cualquier medida torpe hacia ella puede causar un perjuicio gravísimo a la causa de la unión». Después de tres años de continuos esfuerzos, consigue el grado de doctor en filosofía, abordando entonces estudios de teología. «Mis años de estudios –escribirá más tarde– significaron una gran revelación para mí. La vida austera, la regularidad, el trabajo racional y profundo que me exigían, los compañeros llenos de gozo y de brío que allí frecuentaba (aún no corrompidos por los escritos ateos de la época), el propio pueblo italiano tan lleno de vida, tan inteligente y penetrado de la verdadera civilización cristiana, fueron cosas que consiguieron verdaderamente ponerme en pie e inyectarme una nueva energía». Pero añade: «Se me abrieron los ojos ante la desigualdad que reina en la Iglesia Católica entre los diferentes ritos, y mi alma se sublevó contra la injusticia de los latinos con respecto a los orientales y contra la ignorancia general de la cultura espiritual oriental». Efectivamente, para muchos de los sacerdotes católicos de entonces, el rito latino es considerado como el rito católico por excelencia, mientras que los demás ritos son simplemente tolerados. Leónidas no comparte esa opinión, según escribe: «Meditando sobre las instrucciones del metropolita Cheptizky, me di cuenta de que, como católico, mi verdadero deber consistía en permanecer inquebrantablemente fiel al rito y a las tradiciones religiosas rusas. El Sumo Pontífice así lo deseaba claramente». Pero no por ello Leónidas se convierte en estrecho de miras, ya que se apasiona por todas las iniciativas de la Iglesia de Occidente.


Mientras tanto, en Rusia retumba la revolución. A finales de octubre de 1905, el zar es forzado a hacer concesiones, en especial a reconocer la libertad de conciencia. No obstante, cuando una persona de gran valentía, la señorita Uchakoff, organiza una capilla católica de rito oriental en San Petesburgo, el gobierno se niega a aprobar dicha iniciativa. Según escribe un testigo, «En Rusia se permitía la construcción de mezquitas, de pagodas budistas, de capillas protestantes de toda clase, toda una serie de logias masónicas e incluso iglesias católicas de rito latino, pero una iglesia católica de rito ruso, ¡eso jamás! ¡El atractivo habría sido demasiado grande!».


Salida inmediata


En 1907, un decreto pontificio concede a Leónidas el reconocimiento oficial de su pertenencia al rito bizantino. Ese decreto del Papa san Pío X significaba un cambio de rumbo en la actividad apostólica de la Iglesia Católica en Rusia, ya que los católicos rusos podían en adelante ser reconocidos oficialmente por Roma, aunque conservando su propio rito, el rito bizantino ruso. En junio de 1907, cuando Leónidas solicita la prórroga de su pasaporte, el gobierno ruso responde: «Si Leónidas Fedorov no abandona inmediatamente una institución dirigida por los jesuitas, el regreso a Rusia le será prohibido para siempre jamás». Leónidas deja Anagni para ingresar en el Colegio de la Propaganda, en la misma Roma. En adelante se encuentra en un medio muy cosmopolita que le permite conocer de primera mano la universalidad de la Iglesia Católica.


Durante el verano de 1907, Leónidas asiste al primer Congreso de Velehrad, en Moravia, donde se dan cita especialistas de las cuestiones orientales para «inaugurar una vía de paz y de concordia entre Oriente y Occidente, arrojar luz sobre los temas de controversia, corregir las ideas preconcebidas, atraer a los más hostiles y restablecer la plena amistad». Se le asigna una misión urgente a favor de los orientales greco-latinos emigrados a los Estados Unidos, ya que éstos, incomprendidos por los obispos del país, vuelven su mirada en gran número hacia los ortodoxos. Leónidas intercede en su favor ante la Santa Sede, que les concederá, en mayo de 1913, un estatuto jurídico en armonía con sus necesidades.


A finales del curso escolar 1907-1908, a instancias de nuevo del gobierno ruso, Leónidas debe abandonar Roma, dirigiéndose de incógnito a la ciudad suiza de Friburgo, a fin de concluir sus estudios. Durante el verano de 1909, regresa a San Petesburgo, donde se reencuentra emocionado con su madre, que también ha profesado la fe católica. En esa misma época, el metropolita Cheptizky solicita y obtiene del Papa san Pío X una verdadera jurisdicción sobre los greco-católicos de Rusia, que de ese modo ya no estarán sometidos a obispos polacos de rito latino.


Hacer desaparecer una obra diabólica


El 26 de marzo de 1911, Leónidas es ordenado sacerdote y, el 27 de julio, participa en el congreso de Velehrad. La ausencia de prelados ortodoxos en el congreso le apena; por eso les escribe: «Nuestro objetivo es servirnos de la investigación científica para preparar las vías de nuestro acercamiento mutuo. Los congresos de Velehrad no son una institución exclusivamente confesional (es decir, reservada a los católicos), sino más bien una reunión de hombres estudiosos, animados de espíritu religioso y convencidos de que la desunión es una obra diabólica que hay que hacer desaparecer».


Sin embargo, desde hace ya varios años, el padre Leónidas se siente atraído por la vida monástica. En mayo de 1912, es aceptado en un monasterio, donde la vida se reparte entre la celebración del oficio divino según el rito bizantino y la labor en los campos. Gracias a su robusta salud y a su carácter servicial, se acomoda sin demasiados problemas a la austeridad de ese modo de vida. Le agradan el aislamiento del mundo y el recogimiento, aunque echa en falta el estudio de la teología y la información sobre la situación política. Descubre en su temperamento una cierta dureza hacia el prójimo, que no se privan de mostrarle y contra la cual lucha con éxito. Uno de sus cofrades dirá de él: «Hablaba con gran dulzura. Demostraba siempre un perfecto equilibro de humor».


Durante el verano de 1914, estalla la primera guerra mundial. El padre Leónidas regresa lo más pronto posible a San Petesburgo, convertido en Petrogrado. Le espera una desagradable sorpresa: el gobierno le exilia a Tobolsk, en Siberia, pues está relacionado con los enemigos de Rusia. Allí, el padre Leónidas se instala en una habitación alquilada y encuentra un trabajo en la administración local. Así transcurren los años 1915 y 1916, caracterizados por una violenta crisis de reumatismo articular que le obliga a estar inmovilizado durante mucho tiempo en la cama. Pero la guerra desorganiza la economía nacional y el pueblo sufre penuria de víveres. En febrero de 1917, estalla la revolución y, el 2 de marzo, el zar Nicolás II abdica. Un gobierno provisional, bajo la presidencia de príncipe Gueorgui Lvov, proclama una amnistía total para los delitos en materia religiosa y deroga todas las restricciones a la libertad de cultos. El metropolita Cheptizky, también en el exilio, es liberado, reorganizando la actividad de los católicos rusos. Para ello elige como exarca, es decir, como representante de su autoridad religiosa para el territorio ruso, al padre Leónidas. Liberado éste a su vez, regresa a Petrogrado. El metropolita planea concederle la consagración episcopal, pero el padre Leónidas la rechaza.


Católico, ruso y de rito bizantino


El nuevo exarca aborda su labor pastoral con la esperanza en la unidad de los cristianos de Oriente y de Occidente. Para él, la verdadera solución debe basarse en una reconciliación por mediación de las jerarquías. Su pequeña comunidad demuestra con los hechos que se puede ser católico sin dejar de ser plenamente ruso y conservando el rito oriental. Pero el 25 de octubre, los bolcheviques derrocan al gobierno, instaurando un cambio radical en el orden social. Comienzan cinco años de privaciones, de luchas y de penalidades. A principios de 1919, el padre Leónidas escribe lo siguiente a un amigo: «Considero un milagro de la bondad divina el hecho de que me encuentre todavía con vida y de que nuestra iglesia siga existiendo. Gran número de nuestros católicos rusos han muerto de inanición y, los que quedan, se han dispersado por todas partes para librarse del frío y del hambre». En 1918, sufre la pérdida de su madre y, después, de la señorita Uchakoff. En contrapartida, conoce a una mujer muy erudita, profesora de universidad, la señorita Danzas, quien, tras su conversión al catolicismo, le asiste con notable dedicación.


Ejerce su apostolado en tres centros: Petrogrado, Moscú y Sarátov, reuniendo alrededor de 200 fieles, a los que hay que añadir otros 200 que se habían dispersado en la inmensidad del territorio ruso; calcula que son unos 2.000 los que han abandonado Rusia o han muerto. La señorita Danzas escribirá lo que sigue del padre Leónidas: «El amor a Dios y la ferviente fe del exarca se manifestaban con creces en su manera de celebrar la Sagrada Liturgia. Conseguía sobre todo ganarse las almas de ese modo. Como predicador, no siempre se hallaba al alcance de los oyentes; era un profundo teólogo y, a veces, tenía dificultades para ponerse al nivel de un auditorio de gente sencilla« Como confesor, resultaba admirable, y todos los que tuvieron ocasión de exponerle el estado de sus conciencias han conservado siempre un recuerdo emocionado de la manera en que se entregaba por completo a ese ministerio».


El verano de 1921 destaca por una sequía excepcional que, añadida a la política agraria del gobierno, acarrea una espantosa hambruna, causa de la muerte de unos cinco millones de personas. La Santa Sede encarga al padre Walsh, jesuita, de organizar las ayudas, que envía a los hambrientos a través de una asociación americana. En pocas semanas, miles de rusos son salvados, gracias a la generosidad de los católicos del mundo entero. El padre Leónidas coincide con el jesuita, y una profunda amistad nace entre ellos. A sugerencia del exarca, el padre Walsh suministra víveres al clero ortodoxo, en regiones donde esos sacerdotes padecen hambre.


El desorden y la persecución de los cristianos en Rusia les ilumina enormemente sobre las ventajas de una unión con el resto del mundo cristiano y, en especial, con el Sumo Pontífice. Los prelados ortodoxos y católicos dirigen cartas de protesta comunes al gobierno para defender sus intereses compartidos, algo que jamás había ocurrido en la historia de Rusia. Además, se proyectan conferencias apologéticas comunes para luchar contra la propaganda de los ateos. El padre Fedorov compone una breve plegaria que pueda ser rezada sin reticencias tanto por los católicos como por los ortodoxos.


Pero el gobierno intensifica la persecución. A los sacerdotes se les prohíbe enseñar la religión a los menores de 18 años, mientras que el ateísmo se enseña de manera oficial en las escuelas. Con el pretexto de comprar víveres para alimentar a los hambrientos, las autoridades civiles despojan a las iglesias de sus vasos sagrados y objetos preciosos. A principios de febrero de 1923, el padre Fedorov recibe la orden de dirigirse a Moscú, en compañía de otros eclesiásticos de Petrogrado, para comparecer ente al Alto Tribunal Revolucionario. Se le acusa de resistirse al decreto que despoja a las iglesias de sus vasos sagrados, de haber mantenido relaciones criminales con el extranjero, de haber enseñado la religión a menores y, finalmente, de haberse entregado a la propaganda contrarrevolucionaria.


Diga lo que diga la ley


El proceso empieza el 21 de marzo y dura cinco días. El fiscal no puede esconder el odio: «Escupo sobre vuestra religión, lo mismo que escupo sobre todas las religiones». Dirigiéndose al exarca, le interroga de este modo: «¿Obedece al gobierno soviético, o no? ? Si el gobierno soviético me pide que actúe contra mi conciencia, no obedezco. En lo que respecta a la enseñanza del catecismo, según la doctrina de la Iglesia Católica los niños deben recibir una formación religiosa, diga lo que diga la ley». Al final del proceso, el fiscal añade: «Fedorov es un precursor de las reuniones con el clero ortodoxo« Debe ser juzgado no solamente por lo que ha hecho, sino por lo que puede llegar a hacer», y pide para él la pena de muerte. Son dos los abogados a quienes se permite tomar la defensa de los sacerdotes de rito latino. Por su parte, el exarca expone personalmente su defensa. Demuestra hábilmente hasta qué punto ese proceso es una farsa preparada con antelación, pero lo hace sin acritud, como lo haría un hombre de posición tan sólida que no tuviera necesidad de defenderse. Al final, afirma: «Mi corazón desea que nuestra patria acabe comprendiendo que la fe cristiana y la Iglesia Católica no son una organización política, sino una comunidad de amor». La sentencia es aplastante: el exarca es condenado a diez años de prisión.


El padre Leónidas aprovecha su reclusión para redactar en ruso dos catecismos: «Puedo dar testimonio –escribirá la señorita Dazas tras haber visitado al exarca– de que mantenía una actitud todavía más tranquila y alegre que de costumbre. Me decía que nunca se había sentido tan feliz». Desde la prisión, el padre mantiene una fluida correspondencia con sus fieles. Se esmera en sus relaciones con los ortodoxos, y escribe: «Aquí hay dos obispos y unos veinte sacerdotes ortodoxos. Nuestras relaciones con ellos son excelentes». A mediados de septiembre de ese año 1923, el padre Leónidas es trasladado a otra prisión de régimen mucho más severo, donde se le somete a total aislamiento. En abril de 1926, una dama generosa y enérgica, miembro de la Cruz Roja, consigue la liberación del prisionero. Pero en el mes de junio, de nuevo es detenido y condenado a tres años de deportación a las islas Solovki, en el mar Blanco (el extremo norte de la Rusia europea).


Las islas del archipiélago Solovki, de clima muy frío y húmedo, están cubiertas de bosques. Los soviets han transformado su monasterio ortodoxo, que data del siglo xv, en una inmensa prisión. El padre Fedorov llega a ese lugar a mediados de octubre de 1926. Todas las mañanas, los prisioneros son conducidos a los bosques para trabajar como leñadores. Los católicos de rito bizantino han obtenido permiso para utilizar una antigua capilla, que está a treinta minutos a pie, donde acuden a rezar. A partir del verano de 1927, el domingo se celebra el Santo Sacrificio de la Misa, alternativamente en rito latino y en rito bizantino.


Un sacerdote escribirá del exarca: «Cuando podíamos disfrutar de un poco de sosiego en medio de los trabajos forzados, nos gustaba agruparnos junto a él; nos atraía« Destacaba por una cortesía y una sencillez excepcionales« Cuando percibía que uno u otro de nosotros pasaba por un período de depresión, conseguía levantarlo despertando en él la esperanza de tiempos mejores. Si alguna vez recibía del exterior una ayuda de tipo material, tenía costumbre de compartirla con los demás».


En tierra rusa, por Rusia


Sin embargo, a principios de noviembre de 1928, la capilla es clausurada y, durante un registro, se confisca todo lo que pueda servir para el culto. «Pregunté entonces al exarca –contará un sacerdote– si había que seguir celebrando el Santo Sacrificio, a pesar de la amenaza de penosas sanciones. Él me contestó entonces con esta memorable frase: «No olvide que las divinas liturgias que celebramos en Solovki son quizás las únicas que unos sacerdotes católicos de rito ruso celebran todavía en tierra rusa por Rusia. Debemos hacer lo posible para que, al menos, se celebre una liturgia cada día»». En la primavera de 1929, el estado de salud del exarca se deteriora considerablemente, siendo ingresado en el hospital del campo de concentración. A finales del verano, expira para él el plazo de tres años de trabajos forzados, pero le quedan aún tres años de exilio. Los últimos años de su vida los pasa con unos agricultores, en el extremo norte. En enero de 1934, se establece en una ciudad situada a 400 km más al sur, en casa de un empleado del ferrocarril. A principios de febrero de 1935, se encuentra agotado y abatido a causa de una tos persistente; el 7 de marzo, entrega su alma a Dios.


Reproducido con autorización expresa de Abadía San José de Clairval



1:04 a.m.
Martirologio Romano: En Barcelona, de Cataluña, en España, san Olegario, obispo, que asumió también la cátedra de Tarragona cuando esta antiquísima sede fue liberada del yugo de los musulmanes (1137).

Etimológicamente: Olegario = Aquel de la lanza invulnerable, es de origen germánico.


Fecha de canonización: 25 de mayo de 1675 por el Papa Clemente X.



De este joven dice su biógrafo estas palabras que llegan a lo más íntimo del alma:" Guardián celoso y maestro de la castidad, afable para todos, generoso con los pobres, esquivo de la vanagloria, despegado de la pompa mundanal y amante de fiel de la paz no fingida".

Si estas palabras se aplicasen a tu vida personal, te encontrarías más feliz de lo que te hallas en este instante. No me cabe la menor duda.


Nació en la bella ciudad de Barcelona, abierta al mar y a las nuevas corrientes de la cultura y del Evangelio..


Su familia era de origen noble por parte del padre y de la madre. Ambos se preocuparon por darle una educación en los valores que nunca defraudan del Evangelio.


El padre – cosa rara hoy en día – quiso llevar y dirigir sus estudios según los criterios de la época en que le tocó vivir.

Cuando vio que su preparación intelectual y humanista la recibiría mejor en los canónigos de la catedral, no tuvo inconveniente en confiarles su educación como persona humana.


En los estudios que le prepararían para ser sacerdote, se distinguió por su piedad sincera, su aprovechamiento y su afición o “hobby” por leer a los Santos Padres.


Tanto los leyó, meditó y estudió que se convirtió en una verdadero especialista.


El anhelaba la perfección espiritual de su vida. Por eso, al enterarse de que había cerca de Barcelona un convento de canónigos regulares de san Agustín, no dudó lo más mínimo en irse para imitar su virtud.

Cuando murió el obispo de Barcelona, desde la aristocracia hasta la gente sencilla, pensó en que el mejor sucesor sería Olegario.


El mismo Papa Pascual II tuvo que obligarle a que aceptara el cargo. No hizo en su misión de pastor distinción alguna entre ricos y pobres. Todos eran hijos de Dios-

Participó en algunos concilios de Tarragona, Toulouse, Reims y Lateranense I, san Clermont... Y dada su preparación intelectual, logró derrotar a sus enemigos, los herejes. Murió en el año 1137.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


“Ningún hombre es suficientemente bueno para gobernar a oro si su consentimiento” (A. Lincoln).


Este día también se festeja a Santa Coleta



1:04 a.m.
Martirologio Romano: En Viterbo, en la Toscana, santa Rosa, virgen de la Tercera Orden de San Francisco, que, asidua en las obras de caridad, a los dieciocho años de edad consumó rápidamente el breve curso de su vida (1253).

Etimológicamente: Rosa = Aquella que es bella como una rosa, es de origen latino.


Fecha de canonización: El Papa Calixto III la colocó en el catálogo de los santos en el año 1457.



Uno de los más brillantes ornamentos de la Tercera Orden de san Francisco, y de la santa Iglesia, fue la penitente y maravillosísima doncella santa Rosa, natural de Viterbo.

A los tres años recogiendo los pedazos de un cántaro que se le rompió a una niña, se lo devolvió entero; queriendo su padre ver el alimento que llevaba para los pobres, se convirtió el pan en rosas.


A los siete años se recogió en un aposento de su casa muy retirado, donde gastaba muchas horas en oración y maceraba su delicado cuerpo con tan ásperas penitencias, que se puso en grave peligro de perder la vida, y la hubiera perdido de no haberle traído del cielo la salud la Santísima Virgen, que, acompañada de coros de vírgenes se le apareció, y le ordenó que tomase el hábito de la tercera Orden seráfica.


La Santa al momento lo vistió con singular devoción. redobló sus admirables austeridades, mayormente después que se le apareció Jesús crucificado, cuya dolorosa imagen le quedó tan impresa en la mente y en el corazón, que la violencia del amor la traía como fuera de sí y la hacía correr por calles y plazas desahogando los ardores de su pecho y cantando las divinas alabanzas.


Por aquel tiempo afligían a la Iglesia numerosos enemigos, favorecidos por el emperador Federico Barbarroja; y santa Rosa teniendo solamente doce años, ilustrada con ciencia infusa, rebatió y confundió a los herejes con los más sólidos e irrefutables argumentos, despreciando los terrores de los sectarios, y la muerte misma que le quisieron dar.


Avergonzados, obtuvieron del gobernador de Viterbo que la arrojase de la ciudad so pretexto de que conmovía al pueblo. Caminando entre nieves y expuesta a perecer, llegó a Salerno, donde profetizó los prósperos sucesos que a poco se verificaron con la muerte del emperador.


Vuelta a su patria fue recibida por sus conciudadanos con increíble regocijo. Quiso retirarse a la soledad en el monasterio de santa Clara; y como no fuese admitida, dijo que, puesto que no la recibían viva, la recibirían muerta.


Para que no saliesen defraudados sus deseos de soledad y recogimiento, continuó en el retiro de su casa sus acostumbrados ejercicios de oración y penitencia, atormentando su inocente cuerpo con ayunos, cilicios y disciplinas, y esto con tanto mayor espíritu y fervor cuanto sentía más cercano el fin de su vida, que esperaba como el principio de otra eterna y bienaventurada en el cielo, adonde voló el alma purísima de la santa, el día 6 de marzo de 1252, a la temprana edad de sólo diez y ocho años.


Sepultaron el sagrado cadáver en el templo de santa María de Podio; pero a los pocos meses Alejandro VI, que se hallaba en Viterbo, amonestado tres veces por la santa, que trasladase su cuerpo al monasterio de santa Clara, lo hizo con triunfal magnificencia, cumpliéndose entonces el vaticinio que había hecho la santa cuando no fue admitida en aquel convento.



ORACIÓN

Oh Dios,

que te dignaste admitir

en el coro de tus santas vírgenes

a la bienaventurada Rosa,

concédenos por sus ruegos y merecimientos

la gracia de expiar todas nuestras culpas

y de gozar eternamente

de la compañía de tu Majestad.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.


Hermanos Franciscanos

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