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Etimología: Irene = Aquella que trae la paz. Viene de la lengua griega.

La historia nos dice que esta joven era muy bella y piadosa. Sin orgullo por los dones físicos que Dios le había concedido, ella se dedicó a darle gracias por ellos y a vivir una intimidad muy estrecha con el Señor.


No le apetecía presentarse a un concurso de “mises”. Su mejor cualidad residía en su fuerza interior, sí esa que mueve el Espíritu Santo en los corazones.


Nació en el lejano siglo VII en la región de Tancor que, más tarde, se llamaría Portugal.


La época no le fue muy propicia para vivir en paz. Los musulmanes dominaban ampliamente toda la zona. Ella, sin en embargo, hija de padres cristianos, recibió una esmerada educación en el monasterio.


Una vez que hubo terminado sus estudios, volvió a casa con la intención clara de dedicarse a la vida religiosa.


Dicen sus biografías que rezaba mucho en casa. Apenas salía. Eso sí, la única salida que hacía era para ir a la Misa.


Un apuesto joven puso los ojos en ella y se enamoró locamente de sus encantos.


Cuando ella le comunicó que había hecho voto de virginidad, sintió el joven una gran pena en su corazón enamorado.


Al principio lo aceptó más o menos bien. Pero a medida que pasaban los días, su mente y su vida entera maquinaban lo peor.


Y efectivamente, el chico le pagó a un criminal una cantidad de dinero para que le diese muerte. Cuando su cuerpo joven cayó a tierra sin vida, lo arrojó al río Tajo.


Un tío de Irene se enteró del vil asesinato. Fue corriendo a las riberas del río para encontrar su cadáver y llevarlo en procesión al monasterio.


Hoy se conoce esta ciudad con el nombre de Santarén (Santa Irene). Es un nombre muy popular en España y Portugal. Murió en el año 653.


¡Felicidades a quienes lleven este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com











María Bertila, Santa
María Bertila, Santa

Octubre 20




Etimológicamente significa “ princesa de las aguas”, en lengua siria; “espejo” en lengua hebrea.


Muchos cristianos que viven la fe desde fuera, sólo hacen una cosa: criticar a la Iglesia y, sin embargo, no se mojan nada por mejorarla y por ser santos. Ella n o tiene necesidad de criticones baratos, sino de personas que crezcan en los valores evangélicos.


Este joven nació en 1888 en Vicenza, Italia, y murió en Treviso el 20 de octubre de 1922.

Tuvo un infancia desgraciada. Su padre era violento, celoso, borracho. Cuando no tenía clases, trabajaba de empleada en una familia cercana..


Cansada de esta vida, pidió entrar en el convento de las “Hermanas del sagrado Corazón”.


Nada más que entrar le dijo a su maestra de novicias que ella quería ser santa.


La pusieron a trabajar en la cocina y en el lavadero. Al año siguiente la enviaron a estudiar enfermería en el hospital, pero no le prestó atención su nueva superiora, y le mandó otra vez a la cocina.


En 1907 le dieron un nuevo trabajo: ayudar a los niños que tuviesen la difteria. Los cuidó con amor a ellos y a muchos enfermos más.


Llamaba la atención de todo el mundo, empezando por el capellán por lo bien que trató a los soldados heridos.


Y de nuevo la enviaron al lavadero para humillarla. Menos mal que entró una Superiora General nueva y la entendió muy bien.


Pero, con tanto trabajo, su salud se resquebrajó en 1922. Su trabajo y su devoción, su amor a todos y su entrega ilimitada a la obediencia, le granjearon el cariño de todos los que la trataban. Alguien dijo de ella:"Era un alma elegida y de una bondad heroica, un ángel consolador del sufrimiento humano".


Su tumba se convirtió en un lugar de peregrinaciones y milagros.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!












Leopardo, Santo
Leopardo, Santo

Octubre 20

Obispo




Etimológicamente significa “ león atrevido”. Viene de la lengua alemana.


Jesús dice: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”.


Leopardo fue obispo en el siglo V.

Hay dos santos con el nombre de Leopardo y otro con el de Leopardino.


El primer Leopardo importante fue aquel que estuvo relacionado con la ciudad encantadora de Aquisgrán, capital de Carlomagno y en la que fue coronado.


El segundo Leopardo es el patrono de la ciudad de Osimo, y a él está dedicada la catedral, románica aunque con reminiscencias antiguas del siglo VII.


Es probable que la catedral ocupe ahora el lugar que antes ocupaba el Capitolio de la antigua Auximium romana con las termas y el templo dedicados a Igea y Esculapio, las dos divinidades paganas encargadas de la salud delos habitantes.


El culto a san Leopeardo de Osimo es antiguo. Se remonta al menos al año mil.


Vivió en el siglo V en tiempos del Papa Inocencio I y de los emperadores Valentinaino y Teodosio.


Aunque hoy sea muy raro este nombre y nadie , en la práctica, lo lleve, sin embargo, en aquellos tiempos era la cosa más normal del mundo que se pusiera a los hijos en la región de Osimo, Italia.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!




Octubre 20




Etimológicamente significa “ “brillante”. Viene de la lengua latina y tiene un origen indo-europeo.


Muchas veces es importante buscar la vida de los santos. Cuando se está en sintonía con ellos y ellas, los proyectos de nuestra vida adquieren un matiz nuevo y hasta un bello encanto.


Ellos no son seres lejanos, sino muy cercanos. Con el ejemplo de sus virtudes nos animan cada día a proseguir nuestro camino por la conquista de la santidad que, al fin y al cabo, es la mejor carta de identidad, la mejor credencial para presentarse ante Dios, cuando al final de nuestra existencia, él nos juzgue por el amor y la entrega.


Y justamente la fiesta de santa Aurora o Orora se celebra el día 20 de octubre según consta en los diversos santorales que he consultado. Un mes bello del otoño en que quizá el brillo del sol adquiere una belleza distinta.


La fecha y o el origen de esta santa permanece desconocido.


Lo que sí se sabe es que muy venerada en la preciosa Isla le Man ( en sur de Inglaterra).


Es una pena que su historia se haya perdido por causa de las invasiones y la guerras..


No obstante, lo que hay de cierto es que el Obispo Mark de Sodor celebró un sínodo en la iglesia de san Bradan y Aurora en el año 1291.


Más tarde, en el siglo XVI, los benedictinos escribieron notas acerca de la bella iglesia situada en la sin par Isla le Man, con el fin de que todo el mundo supiese algo de la historia de esta joven y de la gran devoción que por ella sentían los habitantes de es lugar paradisíaco.


¡Felicidades a quien lleve el nombre de Aurora!


“Todo lo humano, si no avanza, debe retroceder” ( Gibbon).




Martirologio Romano: San Pablo de la Cruz, presbítero, que desde su juventud destacó por su vida penitente, su celo ardiente y su singular caridad hacia Cristo crucificado, al que veía en los pobres y enfermos. Fundó la Congregación de los Clérigos Regulares de la Cruz y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. (1775)

Etimológicamente: Pablo = Aquel que es pequeño o débil, es de origen latino.





El día 3 de enero de 1694 en la pequeña ciudad Ovada, cerca de Alejandría. al norte de Italia, nació Pablo Francisco Danei Massari. Es el siglo XVIII, también llamado "siglo de las luces" pues, en general, se pensaba que la inteligencia humana es la única autoridad y que la fe y la revelación son un obstáculo al desarrollo de la humanidad.

Pablo vivió su niñez en un hogar auténticamente cristiano, desde el cual experimentó las alegrías y los sufrimientos de la vida: de 16 hijos del matrimonio Lucas Danei y Ana María Massari sólo sobrevivieron 6. No faltaron también las dificultades económicas, por lo que la familia tuvo que cambiar continuamente de domicilio en busca del trabajo. Pablo, quien desde muy pronto debió ayudar a su padre, no pudo asistir con regularidad a la escuela.


El gran testimonio de la fe cristiana de Ana Maria -su madre- ejerció gran influencia en la educación religiosa de Pablo, a la que éste correspondió con una respuesta generosa.


A los 19 años, en 1713, el joven Pablo tomó la primera gran decisión de su vida. La predicación de un sacerdote o una charla espiritual con él le impresionó de tal forma que, profundamente emocionado y arrepentido, hizo confesión general de sus pecados y decidió consagrar su vida a Dios de un modo más radical y absoluto. Él mismo llamará después a este momento su "conversión a penitencia ".


Años más tarde, cuando en 1716 el Papa Clemente XI invitó a la cristiandad a una cruzada contra los turcos, Pablo creyó oír en esto la voz de Dios, pues quería morir mártir y se alistó voluntario, pasando algún tiempo en cuarteles y campamentos. Convencido de que éste no era el servicio que Dios le pedía, regresó a la casa de sus padres a quienes siguió ayudando en sus necesidades, dedicaba muchas horas a la oración, participaba diariamente en la misa y se entregaba a duras penitencias.


Pablo Francisco tenía 26 años sus hermanos habían crecido y sus padres no necesitaban tanto de su de ayuda. Por este tiempo, sintió la llamada de Dios a fundar una orden religiosa: "... sentí mi corazón movido por el deseo de retirarme a la soledad; ... me vino la inspiración de llevar una túnica, de andar descalzo, vivir en estrechísima pobreza y llevar, con la gracia de Dios, vida de penitencia; ...me vino la inspiración de reunir compañeros para vivir con ellos promoviendo en las almas el santo temor de Dios; me vi en espíritu vestido de una túnica negra, con una cruz blanca sobre el pecho, y bajo la cruz escrito el nombre santísimo de Jesús con

letras blancas...


El 22 de noviembre de 1720 Pablo se despidió de su familia y se dirigió a su obispo, Mons. Gattinara, en Alejandría. Este, en una ceremonia sencilla y en su capilla privada, revistió a Pablo de la Cruz con el hábito negro de ermitaño. Las seis semanas siguientes del 23 de noviembre de 1720 al 1 de 1721, las vivió en el trastero de la sacristía de la Iglesia de San Carlos, de Castellazzo, en las más precarias condiciones de alojamiento. Son como los ejercicios espirituales preparatorios para su misión de ermitaño y fundador . En adelante su apellido será "de la Cruz".


Por orden de su obispo, Pablo de la Cruz consigna por escrito los sentimientos y vivencias interiores de esos días en un "Diario espiritual". En él vemos a qué grado de oración ha llegado ya, así como las grandes líneas de la doctrina espiritual que vivirá y enseñará durante los 55 años siguientes. En las anotaciones del primer día aparece ya la idea fundamental y programática de toda su vida: "No deseo saber otra cosa ni quiero gustar consuelo alguno; sólo deseo estar crucificado con Jesús ".


Acabados estos días el Pablo de la Cruz pasó los meses siguientes en distintas ermitas de las cercanías viviendo en soledad; daba catecismo a los niños en los lugares vecinos, predicaba los domingos e incluso dio una misión. Quiso ir a Roma para pedir personalmente al Papa le aprobara las Reglas de la nueva Orden religiosa, misma que escribió durante los 40 días de Castellazzo. En Septiembre de 1721 se dirigió a Roma, pero sufrió una gran desilusión. Es rechazado por los guardias de Papa con palabras no muy amables. Aunque profundamente decepcionado, no se desanimó. En la Basílica María la Mayor hizo un voto especial: “dedicarse a promover en los fieles la devoción a la Pasión de Cristo y empeñarse en reunir compañeros para hacer esto mismo”.


A su vuelta a Castellazzo, se les unió su hermano Juan Bautista que, lleno de los mismos ideales, fue hasta su muerte en 1765 el compañero fiel de Pablo. Durante los años siguientes vemos a los dos experimentar la Regla pasionista en diferentes ermitas y colaborando con las parroquias vecinas mediante el catecismo y la predicación.


Tras la etapa eremítica Pablo de la Cruz creyó necesario que él y su hermano vivieran en Roma para conseguir de la Santa Sede la aprobación de las Reglas; por eso prestaron sus servicios en el Hospital de San Gallicano cuyo Director les aconsejó hacerse sacerdotes. Después de un breve curso de Teología pastoral, en junio de 1727 los dos hermanos Danei fueron ordenados sacerdotes en la Basílica de San Pedro por el Papa Benedicto XIII.


Siguiendo su gran impulso a vivir en la soledad y a reunir más compañeros formando la primera comunidad los dos hermanos se dirigieron al Monte Argentario, unos 150 Kilómetros al norte de Roma, junto a la costa. Ahí vivieron en una pequeña ermita. El aumento de candidatos hizo pequeño el local, y construyeron el primer convento de la naciente Congregación, el cual, por innumerables dificultades, fue inaugurado hasta 1737.


Pero faltaba todavía la aprobación de las Reglas o Una comisión de cardenales nombrada para su estudio suavizó algo su gran austeridad, y en mayo de 1741 fueron aprobadas por Benedicto XIV; habían transcurrido 21 años desde que fueron escritas el nombre de la nueva orden religiosa sería: ”Congregación de la Santísima cruz y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”, título que expresaba claramente su peculiaridad en la Iglesia. Los Religiosos Pasionistas anunciarán por todas partes el misterio de la Cruz y Pasión de Jesucristo a lo cual se obligarían por el voto específico.


Pablo de la Cruz encontró el sentido completo de su existencia en la Memoria de Jesús Crucificado, quien dio su vida por todos nosotros (Jn 3,16). En su asidua contemplación del crucificado, Pablo encontró un camino de acceso al misterio de Dios que es vida y amor, y que desea destruir el peso del pecado y del sufrimiento. Él descubrió que Dios está más cerca de los pobres, de los que no tienen nada, y sintió la urgencia de salir a su encuentro para esto: voz anunciarles al Dios de la vida.


Fundó la Congregación de la Pasión con la esperanza de que continuara haciendo presente al Crucificado, que pronuncia su juicio sobre el pecado del mundo, que es la causa de la injusticia y del sufrimiento de muchos hermanos y hermanas, y hace al hombre capaz de amar de un modo nuevo. Quiso que la Congregación fuera un signo humilde del grande Amor de Dios.


A lo largo de su vida -murió a los 82 años-, Pablo de la Cruz fundó 11 conventos. En 1771, el santo, ya anciano, inauguró el primer monasterio de religiosas pasionistas de clausura, que vivirían el mismo espíritu según la Regla escrita también por él.


Además de fundador, Pablo de la Cruz, fue predicador de misiones populares y gran director espiritual. Poseía cualidades muy especiales para esto: voz potente, agradable presencia física, dotes retóricas extraordinarias. Pero lo que más impactaba de él era su testimonio de íntima unión con Dios, su devoción y su santidad.


Por su gran actividad apostólica -200 misiones y 80 tandas de ejercicios espirituales- mantuvo contacto con gran número de personas que solicitaban su consejo en la vida espiritual, a quienes él sirvió especialmente por correspondencia.


El 18 de octubre de 1775 pasó Pablo a la Casa del Padre con una muerte tranquila y santa en el convento de los Santos Juan y Pablo en Roma. Así terminaba su larga vida de trabajos y sufrimientos por Cristo y por el prójimo. Fue beatificado por Pío IX el 1 de mayo de 1853; fue canonizado por el Papa el 29 de junio de 1867.


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Antonio Daniel, Santo
Antonio Daniel, Santo

Nacido a Dieppe, en Normanía, el 27 de mayo de 1601.

Después de estudiar dos años de filosofía y un año de ley, ingresó en la Sociedad de Jesús en Roma, 1, Octubre, 1621.




Enviado a Canadá en 1633 él se acantonó primero en el Cabo Bretón, donde su hermano Captain Daniel había establecido un fuerte francés en 1629. Durante dos años él tubo a cargo en Quebec una escuela para los niños indios

En el verano de 1648, los Iroquis hicieron un súbito ataque a la misión mientras la mayoría de los braves de Hurón estaban ausentes. El Padre Daniel hizo todo lo posible por ayudar a su gente. Antes que las murallas sean escaladas él sea había apresurado a la capilla, donde mujeres, niños, y ancianos se reunieron para recibir la absolución general y se bautizó a los catecúmenos. El propio Daniel no hizo ningún esfuerzo por escapar, más bien esperó serenamente al enemigo. Capturado por los salvajes fue ejecutado bajo una lluvia de flechas.


Esto ocurrio en Teanaostae, cerca de Hillsdale, en el Condado de Limcoe, Ontario, Canadá, el 4 julio de 1648.


San Antonio Daniel fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con Juan de Brébeuf, Isaac Jogues, René Goupil, Juan de La Lande, Natal Chabanel, Gabriel Lalement y Carlos Garnier. Un grupo de "amigos en el Señor", en la tierra y en el cielo.


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Martirologio Romano: Santos mártires Juan de Brébeuf e Isaac Jogues, presbíteros, y compañeros de la Compañía de Jesús, en el día en que san Juan de la Lande, religioso, fue asesinado por los paganos en el lugar llamado Ossernenon, entonces en territorio del Canadá (hoy Auriesville, estado de Nueva York), el mismo lugar donde algunos años antes había conseguido la corona del martirio san Renato Goupil. Son venerados conjuntamente sus santos compañeros Gabriel Lalemant, Antonio Daniel, Carlos Garnier y Natal Chabanel, que en la región canadiense, en días distintos, después de fatigar en la misión del pueblo de los hurones para anunciar el evangelio de Cristo a aquellos pueblos, terminaron muriendo mártires (1642-1649).

Ocho fueron los santos mártires de Canadá, que a comienzos del siglo XVII dieron sus vidas por la evangelización de las poblaciones indígenas que habitaban las regiones donde hoy se encuentran las ciudades de Quebec y Montreal.


Los primeros en llegar fueron misioneros franciscanos, pero en 1623 llegaron a Canadá los jesuitas, quienes se dedicaron con entusiasmo a la misión entre los indios hurones y a la fundación de los poblados de San José, San Ignacio, San Luis y Santa María.


En 1642, estas misiones fueron atacadas por los temibles iroqueses, que vivían al sur de los lagos San Lorenzo y del Ontario y se desencadenó una guerra implacable durante la cual fueron hechos prisioneros el Padre Isaac Jogues, y el hermano Renato Goupil, que fue muerto por un indio, enfurecido por verlo predicar a los verdugos. El padre Jogues, después de trece meses de cautiverio fue bárbaramente mutilado y perdió la vida en el martirio junto con otro sacerdote jesuita, el Padre Juan Ladande.


Después de un período de paz, los iroqueses ocuparon nuevamente el país hurón y arrasaron la misión de San José, dando muerte al Padre Antonio Daniel. Más tarde desbastaron San Ignacio, San Luis y Santa María, dando muerte en martirio a los Padres Juan Brébeuf y Daniel Lalemant.


Después fue desbastada la misión de San Juan Bautista, matando al Padre Carlos Garnier. También murió el Padre Natal Chabanel, quien poco antes había dicho: "Esta vida vale poco; en cambio, la felicidad del cielo no me la podrán arrebatar los iroqueses".


La lista de estos 8 santos es la siguiente:

Natal Chabanel;

Juan Brébeuf;

Isaac Jogues;

Renato o René Goupil;

Juan de La Lande:

Antonio Daniel;

Gabriel Lalement y

Carlos Garnier.











Felipe Howard, Santo
Felipe Howard, Santo

Octubre 19




Etimológicamente significa “amante de los caballos”. Viene de la lengua griega.


Los Padres de la Iglesia captaron perfectamente bien todo el engranaje interior de las primeras comunidades cristianas. Donde estaba la Iglesia, también estaba el Espíritu de Dios, y allí donde está el Espíritu de Dios, también está la Iglesia y toda gracia.


No importa mucho la categoría social de este joven y sus enlaces con reyes y reinas.


Lo que importa más es su dimensión de creyente.


Nació en 1557 y murió en 1595. Los 38 años que vivió lo constituyeron en uno de los cuarenta mártires de la Iglesia de Inglaterra y de Gales.


Lo bautizaron como católico y lo educaron como protestante. Durante algunos años fue indiferente a la fe.


A la edad de 12 ó 14 años lo casaron con Ana Dacre. Estudió en Cambridge.


La reina Isabel mandó que mataran a su padre, él se convirtió en uno de sus favoritos.


Llevó una vida disipada y frívola en la corte.


Años después, se dio cuenta de que necesitaba reformar sus costumbres. Cuando la reina se enteró, puso bajo arresto a su mujer Ana Dacre y a Felipe lo envió a la prisión de la Torre de Londres.


Tras esta dura experiencia, volvió con mucho fervor a la Iglesia católica.


En 1585 intentó huir de Inglaterra por el Canal de la Mancha hacia Flandes con su familia, amigos y muchos católicos.


El capitán del barco lo traicionó y fue derecho a la Torre de Londres de nuevo. Murió seis meses más tarde envenenado.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!











Laura de Córdoba, Santa
Laura de Córdoba, Santa

Máritir

Octubre 19


Del latín Lurus = Laurel. significando también "triunfo"


En el latín imperial se encuentra como nombre masculino "Lurus" siendo sus femeninos "Laurea" y "Laurilla".


Pertenecía a una noble familia y además estaba casada con un importante funcionario del emirato independiente cordobés.


Pero quedó viuda y entra al monasterio de Santa María de Córdoba, llegando incluso a ser abadesa. Proclamó en público su fe cristiana y el emir Muhammad I la mandó prender y azotar, ya que en esos tiempos España estaba invadida por los musulmanes.


Al ver que no renegaba del cristianismo, fue llevada a los más duros castigos de varas antes de ser sumergida en una caldera de plomo hirviendo, y aún así en plena agonía seguía con sus cánticos y alabanzas día y noche que habían hecho las delicias de sus compañeras de monasterio, su muerte fue el 19 de octubre del año 864.



Etimológicamente significa “aquél a quien Dios sonríe”. Viene de la lengua hebrea.

EL HOMBRE DE ORLEANS

Isaac Jogues, nació en Orleans, el 10 de enero de 1607, era el quinto de nueve niños. A la edad de diez él asistió a las escuelas Jesuítas, y, cuando tenía diecisiete, decidío volverse jesuita. Una vez aceptado, entró en el noviciado de Rouen y tenía el privilegio de ser dirigido por Louis Lalemant Padre, maestro de religion y vida espiritual.


Después de dos años de noviciado Jogues siguió sus estudios en la Universidad de La Fle y en 1629 empezó a enseñar en Rouen humanidades a los jóvenes franceses. Él era un maestro exitoso, porque era un humanista dotado con un notable dominio del idioma. Cuatro años después retomó al estudio de teología en Clermont (París), y, después de tres años, se ordenó sacerdote en la capilla a Clermont.


Era 1636, y Jogues se sintió listo para el trabajo de misionero en Nueva Francia, un apostolado que él había anhelado.


Sus hermanos jesuítas habían lanzado la misión en Nueva Francia en 1625 mientras Jogues todavía era un novicio. En 1626, ellos habían enviado al famoso Jean de Brebeuf a abrir otra misión entre el Hurons, 900 millas tierra adentro. Éste era un apostolado muy difícil y exigente, pero Jogues deseaba ir.


De los primeros años de Jogues como jesuita, el Padre Jacques Buteux, un amigo, dijo: "fue amado por Nosotros como ser muy gentil y por estar muy atento de nuestro estilo de vida."


El jóven sacerdote jesuíta partió de Dieppe, el 8 de abril de 1636, y ocho semanas después su nave dejó caer ancla en la Bahía de Chaleurs. Él localizó Quebec sólo varias semanas después, el 2 de julio.


EN TERRITORIO HURÓN

En una carta a su madre, datado el 20 de agosto de 1636, enviado desde Three Rivers, Jogues describió su llegada, estado de salud y las impresiones iniciales. Él también agregó una breve pero importante posdata: "He recibido órdenes de estar listo para proseguir hacia la misión en territorio Hurón en dos o tres días".


El 24 de agosto, Jogues se embarcó en una canoa con cinco Hurons que habían venido a comerciar y hiban de regreso a su territorio. Sería un viaje tranquilo para el nuevo misionero con el poco familiar idioma Hurón. De hecho, este primer viaje a debe de haber sido uno de los eventos memorables en las vidas de estos o de cualesquiera otros viajeros a territorio Hurón en el futuro. Jogues nos ha dejado algunas de sus impresiones del viaje.


Mencionó que su única comida para la jornada era maíz indio, aplastó entre dos piedras y hervido en agua sin ningún aliño; durmiendo en precipicios altos a orillan del río Ottawa, al aire libre y bajo la luz de la luna; la incomodidad de viajar en una canoa atestada, sin poder cambiar de posición o estirar los músculos acalambrados; el silencio forzado por no conocer una palabra del lenguaje indigena; y las costumbres extrañas y bruscas de sus compañeros de viaje.


Había también los acarreos interminables alrededor de los rápidos y cascadas tan abundantes en el río de Ottawa. Y todavía, pese a todos los riesgos usuales del viaje, el grupo de Jogues hizo un tiempo excelente. Ellos tomaron sólo diecinueve días para cubrir una distancia que normalmente tomaba veinticinco a treinta. Jogues desembarcó de su canoa en Ihonatiria el 11 de septiembre.


Algunos años más tarde, retornando de Quebec a su misión fueron enboscados por los Iroquis, los más grandes enemigos de los Hurones, entre los pocos sobrevivientes se contaba Jogues quien terminó como prisionero.


Incluso entre los mártires Isaac Jogues es algo único, porque estubo bajo arresto algunos años de martirio antes de que le llegara la muerte con un tomahawh. En cierto sentido, nosotros podríamos decir que el martirio de Jogues duró de 1642 a 1646.


La verdadera grandeza de Jogues sólo surgió bajo la tensión de la captura y el sufrimiento increíble. Era como que si su conocidos nunca hubieran conocido la profundidad de su fe y amor hasta que fue probado en el fuego de tortura y cautiverio Iroqui. Eso ocurrió en 1642 cuando Jogues se fue tomado prisionero cerca de Sorel.


San Isaac Jogues fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con Juan de Brébeuf, Natal Chabanel, René Goupil, Juan de La Lande, Antonio Daniel, Gabriel Lalement y Carlos Garnier. Un grupo de "amigos en el Señor", en la tierra y en el cielo.


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Martirologio Romano: En la villa de Arenas, en la región española de Castilla, san Pedro de Alcántara, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que adornado con el don de consejo y de vida penitente y austera, reformó la disciplina regular en los conventos de la Orden en España, siendo consejero de santa Teresa de Jesús en su obra reformadora de la Orden de los Carmelitas (1562).

Era el año del Señor de 1494 [o más bien: 1499] cuando en la Extremadura Alta, en la villa de Alcántara, nacía del gobernador don Pedro Garabito y de la noble señora doña María Villela de Sanabria un varón cuya vida había de ser un continuo milagro y un mensaje espiritual de Dios a los hombres, porque no iba a ser otra cosa sino una potente encarnación del espíritu en cuanto ello lo sufre la humana naturaleza. Ocurrió cuando España entera vibraba hasta la entraña por la fuerza del movimiento contrarreformista. Era el tiempo de los grandes reyes, de los grandes teólogos, de los grandes santos. En el cielo de la Iglesia española y universal fulgían con luz propia Ignacio, Teresa, Francisco de Borja, Juan de la Cruz, Francisco Solano, Javier... Entre ellos el Santo de Alcántara había de brillar con potentísima e indiscutible luz.


Había de ser santo franciscano. La liturgia de los franciscanos, en su fiesta, nos dice que, si bien «el Seráfico Padre estaba ya muerto, parecía como si en realidad estuviese vivo, por cuanto nos dejó copia de sí en Pedro, al cual constituyó defensor de su casa y caminó por todas las vías de su padre, sin declinar a la derecha ni hacia la izquierda». Todo el que haya sentido alguna vez curiosidad por la historia de la Orden de San Francisco, se encontrará con un fenómeno digno de ponderación, que apenas halla par en la historia de la Iglesia: iluminado por Dios, se apoderó el Santo de Asís del espíritu del Evangelio y lo plasmó en una altísima regla de vida que, en consecuencia, se convierte en heroísmo. Este evangelio puro, a la letra, es la cumbre de la espiritualidad cristiana y hace de los hombres otros tantos Cristos, otros tantos estigmatizados interiores; pero choca también con la realidad de la concupiscencia y pone al hombre en un constante estado de tensión, donde las tendencias hacia el amor que se crucifica y hacia la carne que reclama su imperio luchan en toda su desnuda crudeza. Por eso ya en la vida de San Francisco se observa que su ideal, de extraordinaria potencia de atracción de almas sedientas de santidad, choca con las debilidades humanas de quienes lo abrazan. Y las almas, a veces, ceden en puntos de perfección, masivamente, en grandes grupos, y parece, sin embargo, como si el espíritu del fundador hubiese dejado en ellas una simiente de perpetuo descontento, una tremenda ansia de superación, y constantemente, apenas la llama del espíritu ha comenzado a flaquear, se levanta el espíritu hecho llama en otro hombre y comienza un movimiento de reforma. Nuestro Santo fue, de todos esos hombres, el más audaz, el más potente y el más avanzado. Su significación es, por tanto, doble: es reformador de la Orden y, a través de ella, de la Iglesia universal.


San Francisco entendió la santidad como una identificación perfecta con Cristo crucificado y trazó un camino para ir a Él. El itinerario comienza por una intuición del Verbo encarnado que muere en cruz por amor nuestro, moviendo al hombre a penitencia de sus culpas y arrastrándole a una estrecha imitación. Así introduce al alma en una total pobreza y renuncia de este mundo, en el que vivirá sin apego a criatura alguna, como extranjera y peregrina; de aquí la llevará a desear el oprobio y menosprecio de los hombres, será humilde; de aquí, despojada ya de todo obstáculo, a una entrega total al prójimo, en purísima caridad fraterna. Ya en este punto el hombre encuentra realizada una triple muerte a sí mismo: en el deseo de la posesión y del goce, en la propia estima, en el propio amor. Entonces ha logrado la perfecta identificación con el Cristo de la cruz. Esto, en San Francisco, floreció en llagas, impresas por divinas manos en el monte de la Verna. Y, cuando el hombre se ha configurado así con el Redentor, su vida adquiere una plenitud insospechada de carácter redentivo, completando en sí los padecimientos de Cristo por su Iglesia; se hace alma víctima y corredentora por su perfecta inmolación. Cuando el alma se ha unido así con Cristo ha encontrado la paz interior consumada en el amor y sus ojos purificados contemplan la hermosura de Dios en lo creado; queda internamente edificada en sencilla simplicidad; vive una perpetua y perfecta alegría, que es sonrisa de cruz. Es franciscana.


Por estos caminos, sin declinar, iba a correr nuestro Santo de Alcántara. Nos encontramos frente a una destacadísima personalidad religiosa, en la que no sabemos si admirar más los valores humanos fundamentales o los sobrenaturales añadidos por la gracia. San Pedro fue hombre de mediana estatura, bien parecido y proporcionado en todos sus miembros, varonilmente gracioso en el rostro, afable y cortés en la conversación, nunca demasiada; de exquisito trato social. Su memoria fue extraordinaria, llegando a dominar toda la Biblia; ingenio agudo; inteligencia despejadísima y una voluntad férrea ante la cual no existían los imposibles y que hermanaba perfectamente con una extrema sensibilidad y ternura hacia los dolores del prójimo. Es de considerar cómo, a pesar de su extrema dureza, atraía de manera irresistible a las almas y las empujaba por donde quería, sin que nadie pudiese escapar a su influencia. Cuando la penitencia le hubo consumido hasta secarle las carnes, en forma de parecer –según testimonio de quienes le trataron– un esqueleto recién salido del sepulcro; cuando la mortificación le impedía mirar a nadie cara a cara, emanaba de él, no obstante, una dulzura, una fuerza interior tal, que inmediatamente se imponía a quien le trataba, subyugándole y conduciéndole a placer.


Sus padres cuidaron esmeradamente de su formación intelectual. Estudió gramática en Alcántara y debía de tener once o doce años cuando marchó a Salamanca. Allí cursó la filosofía y comenzó el derecho. A los quince años había ya hecho el primero de leyes. Tornó a su villa natal en vacaciones, y entonces coincidieron las dudas sobre la elección de estado con un período de tentaciones intensas. Un día el joven vio pasar ante su puerta unos franciscanos descalzos y marchó tras ellos, escapándose de casa apenas si cumplidos los dieciséis años y tomando el hábito en el convento de los Majarretes, junto a Valencia de Alcántara, en la raya portuguesa, año de 1515.


Fray Juan de Guadalupe había fundado en 1494 una reforma de la Orden conocida comúnmente con el nombre de la de los descalzos. Esta reforma pasó tiempos angustiosos, combatida por todas partes, autorizada y suprimida varias veces por los Papas, hasta que logró estabilizarse en 1515 con el nombre de Custodia de Extremadura y más tarde provincia descalza de San Gabriel. Exactamente el año en que San Pedro tomó el santo hábito.


La vida franciscana de éste fue precedida por larga preparación. Desde luego que nos enfrentamos con un individuo extraordinario. De él puede decirse con exactitud que Dios le poseyó desde el principio de sus vías. A los siete años de edad era ya su oración continua y extática; su modestia, sin par. En Salamanca daba su comida de limosna, servía a los enfermos, y era tal la modestia de su continente que, cuando los estudiantes resbalaban en conversaciones no limpias y le veían llegar, se decían: «El de Alcántara viene, mudemos de plática».


Claro está que solamente la entrada en religión, y precisamente en los descalzos, podía permitir que la acción del espíritu se explayase en su alma. Cuando San Pedro, después de haber pasado milagrosamente el río Tiétar, llamó a la puerta del convento de los Majarretes, encontró allí hombres verdaderamente santos, probados en mil tribulaciones por la observancia de su ideal altísimo, pero pronto les superó a todos. En él estaba manifiestamente el dedo de Dios.


Apenas entrado en el noviciado se entregó absolutamente a la acción de la divina gracia. Fue nuestro Santo ardiente amador y su vida se polarizó en torno a Dios, con exclusión de cualquier cosa que pudiese estorbarlo. El misterio de la Santísima Trinidad, donde Dios se revela viviente y fecundo; la encarnación del Verbo y la pasión de Cristo; la Virgen concebida sin mancha de pecado original, eran misterios que atraían con fuerza irresistible sus impulsos interiores. Ya desde el principio más bien pareció ángel que hombre, pues vivía en continua oración. Dios le arrebataba de tal forma que muchas veces durante toda su vida se le vio elevarse en el aire sobre los más altos árboles, permanecer sin sentido, atravesar los ríos andando sin darse cuenta por encima de sus aguas, absorto en el ininterrumpido coloquio interior. Como consecuencia que parece natural, ya desde el principio se manifestó hombre totalmente muerto al mundo y al uso de los sentidos. Nunca miró a nadie a la cara. Sólo conocía a los que le trataban por la voz; ignoraba los techos de las casas donde vivía, la situación de las habitaciones, los árboles del huerto. A veces caminaba muchas horas con los ojos completamente cerrados y tomaba a tientas la pobre refacción.


Gustaba tener huertecillos en los conventos donde poder salir en las noches a contemplar el cielo estrellado, y la contemplación de las criaturas fue siempre para su alma escala conductora a Dios.


Como es lógico, esta invasión divina respondía a la generosidad con que San Pedro se abrazara a la pobreza real y a la cruz de una increíble mortificación. Esta fue tanta que ha pasado a calificarle como portento, y de los más raros, en la Iglesia de Cristo. Ciertamente parece de carácter milagroso y no se explica sin una especial intervención divina.


Si en la mortificación de la vista había llegado, cual declaró a Santa Teresa, al extremo de que igual le diera ver que no ver, tener los ojos cerrados que abiertos, es casi increíble el que durante cuarenta años sólo durmiera hora y media cada día, y eso sentado en el suelo, acurrucado en la pequeña celda donde no cabía estirado ni de pie, y apoyada la cabeza en un madero. Comía, de tres en tres días solamente, pan negro y duro, hierbas amargas y rara vez legumbres nauseabundas, de rodillas; en ocasiones pasaba seis u ocho días sin probar alimento, sin que nadie pudiese evitarlo, pues, si querían regalarle de forma que no lo pudiese huir, eran luego sus penitencias tan duras que preferían no dar ocasión a ellas y le dejaban en paz.


Llevó muchísimos años un cilicio de hoja de lata a modo de armadura con puntas vueltas hacia la carne. El aspecto de su cuerpo, para quienes le vieron desnudo, era fantástico: tenía piel y huesos solamente; el cilicio descubría en algunas partes el hueso y lo restante de la piel era azotado sin piedad dos veces por día, hasta sangrar y supurar en úlceras horrendas que no había modo de curar, cayéndole muchas veces la sangre hasta los pies. Se cubría con el sayal más remendado que encontraba; llevaba unos paños menores que, con el sayal, constituían asperísimo cilicio. El hábito era estrecho y en invierno le acompañaba un manto que no llegaba a cubrir las rodillas. Como solamente tenía uno, veíase obligado a desnudarse para lavarlo, a escondidas, y tornaba a ponérselo, muchas veces helado, apenas lo terminaba de lavar y se había escurrido un tanto. Cuando no podía estar en la celda por el rigor del frío solía calentarse poniéndose desnudo en la corriente helada que iba de la puerta a la ventana abiertas; luego las cerraba poco a poco, y, finalmente, se ponía el hábito y amonestaba al hermano asno para que no se quejase con tanto regalo y no le impidiese la oración.


Su aspecto exterior era impresionante, de forma que predicaba solamente con él: la cara esquelética; los ojos de fulgor intensísimo, capaces de descubrir los secretos más íntimos del corazón, siempre bajos y cerrados; la cabeza quemada por el sol y el hielo, llena de ampollas y de golpes que se daba por no mirar cuando pasaba por puertas bajas, de forma que a menudo le iba escurriendo la sangre por la faz; los pies siempre descalzos, partidos y llagados por no ver dónde los asentaba y no cuidarse de las zarzas y piedras de los caminos.


San Pedro era víctima del amor de Dios más ardiente y su cuerpo no había florecido en cinco llagas como San Francisco, sino que se había convertido en una sola, pura, inmensa. Su vida entera fue una continua crucifixión, llenando en esta inmolación de amor por las almas las exigencias más entrañables del ideal franciscano.


No es de extrañar, claro está, que su vista no repeliese. Juntaba al durísimo aspecto externo una suavidad tal, un profundo sentido de humana ternura y comprensión hacia el prójimo, una afabilidad, cortesía de modales y un tal ardor de caridad fraterna, que atraía irresistiblemente a los demás, de cualquier clase y condición que fuesen. Es que el Santo era todo fuerza de amor y potencia de espíritu. Aborrecía los cumplimientos, pero era cuidadoso de las formas sociales y cultivaba intensamente la amistad. Tuvo íntima relación con los grandes santos de su época: San Francisco de Borja, quien llamaba «su paraíso» al convento de El Pedroso donde el Santo comenzó su reforma; el beato Juan de Ribera, Santa Teresa de Jesús, a quien ayudó eficazmente en la reforma carmelitana y a cuyo espíritu dio aprobación definitiva. Acudieron a él reyes, obispos y grandes. Carlos V y su hija Juana le solicitaron como confesor, negándose a ello por humildad y por desagradarle el género de vida consiguiente. Los reyes de Portugal fueron muy devotos suyos y le ayudaron muchas veces en sus trabajos. A todos imponía su espíritu noble y ardiente, su conocimiento del mundo y de las almas, su caridad no fingida.


Secuela de todo esto fue la eficacia de su intenso apostolado. San Pedro de Alcántara es un auténtico santo franciscano y su vida lo menos parecido posible a la de un cenobita. Como vivía para Dios completamente no le hacía el menor daño el contacto con el mundo. A pesar de ello le asaltaron con frecuencia graves tentaciones de impureza, que remediaba en forma simple y eficaz: azotarse hasta derramar sangre, sumergirse en estanques de agua helada, revolcarse entre zarzas y espinas. Desde los veinticinco años, en que por obediencia le hacen superior, estuvo constantemente en viajes apostólicos. Su predicación era sencilla, evangélica, más de ejemplo que de palabra. En el confesonario pasaba horas incontables y poseía el don de mover los corazones más empedernidos. Fue extraordinario como director espiritual, ya que penetraba el interior de las almas con seguro tino y prudencia exquisita: así fue solicitado en consejo por toda clase de hombres y mujeres, lo mismo gente sencilla de pueblo que nobles y reyes; igual teólogos y predicadores que monjas simples y vulgo ignorante. Amó a los niños y era amado por ellos, llegando a instalar en El Pedroso una escuelita donde enseñarles. Predicó constantemente la paz y la procuró eficazmente entre los hombres.


Dios confirmó todo esto con abundancia de milagros: innúmeras veces pasó los ríos a pie enjuto; dio de comer prodigiosamente a los religiosos necesitados; curó enfermos; profetizó; plantó su báculo en tierra y se desarrolló en una higuera que aún hoy se conserva; atravesó tempestades sin que la lluvia calara sus vestidos, y en una de nieve ésta le respetó hasta el punto de formar a su alrededor una especie de tienda blanca. Y sobre todas estas cosas el auténtico milagro de su penitencia.


Aún, sin embargo, nos falta conocer el aspecto más original del Santo: su espíritu reformador. No solamente ayuda mucho a Santa Teresa para implantar la reforma carmelitana; no se contenta con ayudar a un religioso a la fundación de una provincia franciscana reformada en Portugal, sino que él mismo funda con licencia pontificia la provincia de San José, que produjo a la Iglesia mártires, beatos y santos de primera talla. Si bien él mismo había tomado el hábito en una provincia franciscana austerísima, la de San Gabriel, quiso elevar la pobreza y austeridad a una mayor perfección, mediante leyes a propósito y, sobre todo, deseó extender por todo el mundo el genuino espíritu franciscano que llevaba en las venas, cosa que, por azares históricos, estaba prohibido a la dicha provincia de San Gabriel, que sólo podía mantener un limitado número de conventos. Con muchas contradicciones dio comienzo a su obra en 1556, en el convento de El Pedroso, y pronto la vio extendida a Galicia, Castilla, Valencia; más tarde China, Filipinas, América. Los alcantarinos eran proverbio de santidad entre el pueblo y los doctos por su vida maravillosamente penitentes. Dice un biógrafo que vivían en sus conventos –diminutos, desprovistos de toda comodidad– una vida que más bien tenía visos de muerte. Cocinaban una vez por semana, y aquel potaje se hacía insufrible al mejor estómago. Sus celdas parecían sepulcros. La oración era sin límites, igual que las penitencias corporales. Y si bien es cierto que las constituciones dadas por el Santo son muy moderadas en cuanto a esto, sin exigir mucho más allá que las demás reformas franciscanas conocidas, no se puede dudar que su poderosísimo espíritu dejó en sus seguidores una imborrable huella y un deseo extremo de imitación. Y es sorprendente el genuino espíritu franciscano que les comunicó, ya que tal penitencia no les distanciaba del pueblo, antes los unía más a él. Construían los conventos junto a pueblos y ciudades, mezclándose con la gente a través del desempeño del ministerio sacerdotal, en la ayuda a los párrocos, enseñanza a los niños; siempre afables y corteses, penitentes y profundamente humanos.


El 18 de octubre de 1562 murió en el convento de Arenas.


La Santa de Avila vio volar su alma al cielo y la oyó gozarse de la gloria ganada con su excelsa penitencia. El Santo moría en paz. Dejaba una obra hecha: una escuela de santos, un colegio de almas intercesoras y víctimas por las culpas del mundo. Sus penitencias llegaron a parecer a algunos «locuras y temeridades de hombre desesperado»; las gentes le tuvieron muchas veces por loco al ver los extremos a que le llevaba su vida de contemplación. Sólo que, como muy gentilmente aclaró a sus monjas Santa Teresa, aquellas locuras del bendito fray Pedro eran precisamente locuras de amor. Cuando Cristo ama intensamente a un alma no descansa hasta clavarla consigo en la cruz. Cuando un alma ama a Cristo no desea sino compartir con Él los mismos dolores, oprobios y menosprecios. La vocación franciscana es, recordémoslo, una vocación de amor crucificado y San Pedro supo vivirla con plenitud. Su penitencia venía condicionada por su papel corredentivo en la Iglesia de Dios y, si no a todos es dado imitarla materialmente, sí es exigido amar como él amó y desprenderse por amor, y al menos en espíritu, de las cosas temporales, abrazándose a la cruz.











Pedro de Tsetinia, Santo
Pedro de Tsetinia, Santo

Octubre 18




Etimológicamente significa “roca”. Viene de la lengua hebrea.


Hay personas que marcan toda una época y estilo de vida, incluso cuando son reyes de un pueblo.


Sienten la necesidad de estar llenos de Dios y vacíos de muchas tontadas que se nos acumulan en la vida. Balduino, rey de Bélgica, dijo un día estas palabras:"El Señor nos ha concedido una gracia al hacernos sentir un vacío ante todo lo que no es él".


Este joven era originario de Niegouch, Montenegro. Debió ser un chico muy bien dotado en los valores que dan consistencia a la persona.


A los 12 años entró ya de monje. Tenía firmemente arraigada la fe. Y como consecuente con ella, dedicó toda su vida a defender a su pueblo para que nunca la perdiera.


Supo llevar muy bien tanto el gobierno de su pequeño reino del que era el soberano, como la pastoral y la dirección espiritual del mismo, ya que era el metropolita.


En su tiempo había luchas entre clanes rivales. Con sus dotes de gobierno y la santidad de su propia vida logró que todos se entendieran e hiciesen las paces.


Cuando el peligro provenía del exterior, también tuvo arranque y valor para combatir – como soberano – contra los ejércitos del mismo Napoleón I.


Consiguió dominarlo en la batalla de Boka. Esto contribuyó a que su fama corriera por Europa como la espuma.


En el trato con los otros demostraba su recia personalidad, su bondad e indulgencia para con los demás, pero era muy exigente consigo mismo.


Aunque fue el príncipe y obispo de Montenegro, llevó una vida personal parecida más bien a la de asceta o monje.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!












Justo de Auxerre, Santo
Justo de Auxerre, Santo

Mártir

Octubre 18




Etimológicamente significa “ prudente, recto”. Viene de la lengua latina.


Jesús dijo:”No son los sanos los que tienen necesidad de médico sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.


Nació este mártir de la Iglesia en la ciudad de Auxerre, en la Borgoña.


Sus padres eran profundamente cristianos. Aunque era todavía un niño, sin embargo, gracia a su educación, parecía más maduro de lo que aparentaba.


A los ocho años sostenía controversias contra los paganos, que invadían la región, sobre temas religiosos.


Tenía una inteligencia poco común. No llegó a conocer a su hermano Justiniano.


Se lo robaron a sus padres para venderlo a unos mercaderes de Beauvais.


Dios le reveló a Justo en dónde estaba. Llegados a la casa del comerciante, éste reunió a los doce esclavos. Le devolvió a su hijo con la única condición de que salieran en seguida de la ciudad.


Pero el gobernador mandó que los cogieran. Quería vengarse de su condición cristiana. No podía, influido por los paganos pudientes, ver a un seguidor de Jesucristo.


Una vez que tuvo ante su presencial al bueno de Justo, lo envió a una hoguera. No se sabe qué hizo con su padre y su madre.


Su cabeza se venera hoy en Beauvais.

Era el año 306.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!











Ignacio de Antioquía, Santo
Ignacio de Antioquía, Santo

Obispo y Mártir


Martirologio Romano: Memoria de san Ignacio, obispo y mártir, discípulo del apóstol san Juan y segundo sucesor de san Pedro en la sede de Antioquía, que en tiempo del emperador Trajano fue condenado al suplicio de las fieras y trasladado a Roma, donde consumó su glorioso martirio. Durante el viaje, mientras experimentaba la ferocidad de sus centinelas, semejante a la de los leopardos, escribió siete cartas dirigidas a diversas Iglesias, en las cuales exhortaba a los hermanos a servir a Dios unidos con el propio obispo, y a que no le impidiesen poder ser inmolado como víctima por Cristo. ( c.107)


Las puertas se abren lentamente. Cuerpos como fantasmas caminan en la arena. Entornan los ojos que acostumbrados a vivir en las sombras de las mazmorras, reciben de golpe la luz del sol. El clamor de la multitud termina por despertarlos. Avanzan sin rumbo fijo, algunos cogidos de las manos, otros solos y tristes con los ojos reflejando pavor y desconcierto. Suenan las trompetas. Ruidos de cadenas se oyen por todas partes y del centro de la tierra emergen fieras sedientas de sangre: panteras, leones africanos, hienas. ¡La fiesta ha comenzado! Es el Circo Máximo que ofrece a los romanos el espectáculo de ver morir a cientos, quizás miles de cristianos, testigos de su fe en Cristo. Son los tiempos del emperador Trajano, allá por los años 98 a 117 de nuestra era en donde ser cristiano implicaba dar la propia vida.


Charcos de sangre inundan el lugar, miembros despedazados y descuartizados por todas partes, algún quejido lastimero y doliente de alguno que ha sobrevivido. La noche ha llegado y cobija los pinos y cipreses de las colinas romanas. Y entre los lamentos y quejidos se oyen vibrar las palabras de un anciano, muerto y despedazado por un león. Son palabras que han quedado grabadas en los corazones de sus fieles, allá en la lejana Antioquia. Es Ignacio, el segundo sucesor de Pedro como obispo de Antioquia. “Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera... dejad que pueda contemplar la luz; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios.”


Ignacio de Antioquia sabía que la verdadera vida, era aquella que le esperaba después de la muerte, en donde podría contemplar cara a cara el rostro de Cristo, “dejad que pueda contemplar la luz”. Él sabía que para llegar a contemplar esa luz era necesario ser testigo de la luz en este mundo sin importar las pruebas y los sufrimientos que fueran necesarios. Pruebas y sufrimientos que llevó dignamente pues los soldados no tuvieron piedad de él durante su largo y penoso viaje de Antioquia a Roma. Pruebas y sufrimiento que cristalizaron con el derramamiento de su sangre y al que él veía como algo necesario: “soy trigo de Cristo, deberé ser triturado por los dientes de las bestias para convertirme en pan puro y santo”.


Un martirio nada lejano a nosotros en los que hoy en día se nos pide a los católicos ser mártires incruentos, es decir mártires que no derraman su sangre física, sino la sangre de la fidelidad a los mandamientos de la Iglesia. Es el martirio de la vida diaria, de los que como Ignacio proclaman con su ejemplo cotidiano que “no es justo hacer lo que la ley de Dios califica como mal para sacar de ello algún bien”. De aquellos que aman tanto a Cristo y a la Iglesia “que respetan sus mandamientos, incluso en las circunstancias más graves y prefieren la propia muerte antes de traicionar esos mandamientos”. (Cfr. Veritatis Splendor n. 90-91)


Son los mártires que en silencio saben ser católicos hasta las últimas consecuencias: la esposa que ante el “horror” de comunicar al marido que ha quedado embarazada nuevamente en circunstancias económicas desfavorables, saber ser valiente y consecuente con su realidad de católica y nunca piensa en el aborto como la medida “más fácil y segura” para no tener problemas con el marido. Jóvenes que llevan una vida impecable de castidad y pureza, guardando sus cuerpos limpios hasta el matrimonio, “sufriendo” el martirio de la presión avasallante de los medios de comunicación y los amigos que invitan al sexo como a una diversión y pasatiempo “seguros, sin consecuencias graves”. Hombres de empresa y obreros que ante la posibilidad de hacer un negocio “no tan limpio” o “hacerle una pequeña trampa al patrón” prefieren seguir con orgullo y con la frente en alto aquel mandamiento que para muchos es viejo y anticuado: “no matarás”. Y así tenemos un ejemplo, una fila interminable de mártires del siglo XXI que se presentan todos los días como san Ignacio de Antioquía, ante las nuevas fieras del Circo Máximo y que escuchan también todos los días, las palabras que escuchó san Ignacio con el último rugido del león: “Venid a mí, bendito de mi Padre... hoy estarás conmigo en el Paraíso”.



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