Ártículos Más Recientes

Martirologio Romano: En Nacianzo, de Capadocia, santa Nona, esposa de san Gregorio el Viejo y madre de los santos Gregorio el Teólogo, Cesáreo y Gorgona (374).

Etimología: Nonna o Nona = nueve o nacido en noveno lugar. Viene de la lengua latina.


En Asia Menor y en Capadocia en concreto, el nombre de Nonna es un nombre propio. El cristiano Filtazio le puso a su hija, al ser bautizada, ese bello nombre.


Creció como una niña. Más tarde fue una joven devota y con una sonrisa luminosa como todas las chicas de Capadocia.


Fue requerida como esposa de Gregorio, magistrado de Nacionceno, que era pagano.


Ella, con sus buenas formas y su profunda educación y preparación en temas cristianos, logró – con la gracia de Dios – que su prometido se convirtiera al cristianismo.


Tan a fondo se tomó su conversión que a los 60 años fue elegido obispo de Nazancio. Murió a los cien años..


Su hijo llegaría a ser el gran san Gregorio de Nazancio, doctor de la Iglesia, llamado también "el Teólogo".


Tuvieron otra hija, Gorgona, que es también santa y su hermano san Cesáreo, el médico.


En la historia del cristianismo es raro que todos los miembros de una familia hayan sido santos.


Nonna estuvo siempre al lado de su marido sirviendo a los pobres. Murió en la iglesia mientras hacía oración.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



Martirologio Romano: En San Severino Marche (Septémpeda), santa Margarita, viuda (1395).

Santa Margarita, nació en 1325 en Cesolo, en San Severino Marche.


Sus progenitores, de humilde origen y dedicados a la agricultura, le dieron un profunda educación cristiana.


A a los quince años, mientras cuidaba un rebaño de ovejas, se le apareció Jesús bajo la apariencia de un pobre peregrino. El peregrino le pide comida, y Margarita le ofrece el único pan que llevaba. De regreso a su hogar, hambrienta, le pregunta a su madre si tiene algo para comer, pero ella le responde que no hay nada. Margarita le rogó que se fijara si había algo en la bolsa, y con sumo estupor, su madre comprobó que estaba tan llena de pan como para abastecer las necesidades de la familia y de todos los pobres de la vecindad.


La santa, por no contradecir la voluntad de sus padres, aceptó unirse en matrimonio con un joven de la ciudad. De esta unión, tuvo una hija a quien educó según los principios cristianos. A la muerte de su marido, decide dedicar toda su vida al servicio de los pobres, a la oración y a la penitencia.


Para imitar la Pasión de Cristo, se inflige terribles penitencias: caminaba descalza por las calles de la ciudad (de allí que se la llame Margarita "la descalza"), llevaba cilicio y dormía sobre un lecho de ramas apoyando su cabeza sobre una piedra.


Soportó una larga y dolorosa enfermedad con gran fe y resignación.


Entregó su alma al Señor el 5 de agosto de 1395. Su cuerpo reposa en la iglesia parroquial de Cesolo.



Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney, presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (1859).

Fecha de canonización: 31 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI.



Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: "Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes".

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público sulreligión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.


Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del gurpo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.


Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.


Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.


Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.


El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.


Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.


Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".


Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.


Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".


Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.


El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.


Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.


El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".


El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".


Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.


Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".


Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.


Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.


Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.


Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.


A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.


De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.


A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.


De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.


En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.


Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.


Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.


En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.


Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.


El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.


Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.


Puedes conocer más sobre este santo leyendo el siguiente artículo: Juan María Vianney, Módelo de Perseverancia



Martirologio Romano: En Montreal, en la provincia de Quebec, en Canadá, beato Federico Janssoone, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, para el fomento de la fe, promovió las peregrinaciones a Tierra Santa (1916).

Etimología: Federico = muy pacífico. Viene de la lengua alemana.


Federico nació en Ghyvelde, diócesis de Lille, Francia, el 19 de noviembre de 1838, hijo de Pedro Janssoone y de María Isabel Bollengier, campesinos de buena posición económica, cristianos de profundas convicciones y padres de familia numerosa. En el bautismo le pusieron el nombre doble de Federico Cornelio.


A la edad de 10 años quedó huérfano de padre, y cuatro años más tarde, en 1852, recibió la primera comunión, después de una larga preparación. Realizó brillantemente los estudios elementales en el Colegio de Hazebrouck y en el Instituto de Ntra. Sra. de las Dunas de Dunquerque. Sintiéndose llamado al sacerdocio, ingresó en el seminario, pero pronto tuvo que dejarlo: su familia tenía que afrontar graves dificultades económicas y Federico comprendió que su obligación era ayudar a los suyos en tales circunstancias.


La madre de Federico falleció en 1861, cuando él tenía 23 años. La llamada a la vida religiosa franciscana se va haciendo cada más clara y apremiante en su espíritu, y en 1864, a la edad de 26 años, Federico entra en el noviciado de los franciscanos, en el convento de Amiens. Toda su vida recordará con entusiasmo el fervor de esta primera etapa de su formación franciscana. El 16 de julio de 1865, terminado el noviciado, hace la profesión simple o temporal. Seguidamente pasa a Limoges para cursar los estudios filosóficos, y luego es enviado a la Escuela teológica de Bruges. El 26 de diciembre de 1868 Federico hace la profesión solemne, y más tarde, el 17 de agosto de 1870, recibe la ordenación sacerdotal.


El P. Federico es llamado pronto a prestar su servicio como capellán militar durante la guerra franco-prusiana. Terminada la guerra es enviado a Branday, y después a Burdeos a fundar un nuevo convento; aquí ejerce un intenso y fecundo apostolado sacerdotal y religioso. Después fue trasladado a París, como bibliotecario del convento. Y allí termina la etapa francesa de su vida.


En 1876 cambia el rumbo de la vida del P. Federico. En efecto, ese año marcha a Tierra Santa, la patria de Jesús, y allí permanecerá, en una primera etapa, hasta 1881, desempeñando el oficio de Vicario Custodial. En ese año de 1881, es enviado por la Custodia de Tierra Santa a Canadá para interesar a los fieles en el apostolado y demás obras que desarrollan los franciscanos, y recoger limosnas en favor de los Santos Lugares. Pero al año siguiente, 1882, termina su primera estancia en Canadá y regresa a Tierra Santa, donde permanecerá hasta 1888.


Durante esta segunda estancia suya en Palestina, aparte el servicio prestado en diversos santuarios, se reveló, en la gestión de asuntos complejos, como un diplomático hábil y digno, lleno de tacto y rectitud. Y así, a él se deben los Reglamentos del Santo Sepulcro y de Belén. Junto a este Santuario construyó la iglesia de Santa Catalina, parroquia de los católicos de Belén, aprovechando estructuras de una iglesia anterior, más pequeña.


En junio de 1888 llegó el P. Federico a Canadá, lleno de entusiasmo y de proyectos, confiando en la divina providencia, y allí permaneció hasta su muerte, sin volver ya más al País de Jesús, aunque no cesará de trabajar para él en su calidad de Comisario de Tierra Santa. Al principio se estableció en Montreal, pero poco después se trasladó a Trois-Rivières, donde emprendió la tarea de restaurar la vida y las actividades apostólicas que los franciscanos comenzaron en Canadá el año 1615.


Los 28 años que pasó el P. Federico en esta segunda etapa en tierras canadienses, pueden dividirse en dos períodos: 1888-1902 y 1902-1916.


Durante el primer período nuestro Beato se entregó a la promoción del culto, piedad y peregrinaciones al Santuario de la Virgen Du-Cap, cercano a Trois-Rivières. Como verdadero hijo de san Francisco, se empeñó en dar a conocer a la Madre de Cristo, fomentar una tierna y profunda devoción hacia ella, organizar liturgias y diversos cultos en el santuario, promover, organizar y acompañar peregrinaciones, exhortando siempre a los fieles a ir a Jesús por medio de María. El Señor se dignó, por intercesión de su Madre santísima, otorgar gracias abundantes y extraordinarias, y aun obrar curaciones que tuvieron gran resonancia. Y así sucedió que el Santuario pasó de ser parroquial a ser diocesano y después nacional.


El segundo período es el de las famosas cuestaciones a fin de recaudar fondos para grandes obras, como el Santuario de la Adoración Perpetua en Québec o el monasterio de las Clarisas de Valleyfield. Al propio tiempo el P. Federico seguía siendo un apóstol en plena actividad apostólica: muchas misiones, predicación y catequesis, organización y dirección de peregrinaciones, fundación y asistencia de fraternidades de la Orden Franciscana Seglar, publicación de diversos escritos, etc.


Toda esta actividad tan intensa no le impidió al P. Federico mantener su entrega a la oración y a la penitencia, acompañadas de una gran austeridad de vida, de una pobreza personal extrema, de una marcada predilección por los pobres, de una sencillez, paciencia y serenidad inalterables en las pruebas y dificultades, de una plena y permanente conformidad con la voluntad del Padre.


El P. Federico murió en Montreal el 4 de agosto de 1916 a la edad de 77 años; su cuerpo fue trasladado a Trois-Rivières. De inmediato el pueblo sencillo, que tiene sentido de lo religioso, empezó a venerar al "buen P. Federico" como verdadero Siervo de Dios. Y el papa Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988.



Martirologio Romano: Conmemoración de san Aristarco de Tesalónica, que fue discípulo de san Pablo, fiel compañero en sus viajes y prisionero con él en Roma (s. I).

Etimología: Aristarco = príncipe excelente. Viene de la lengua griega.


Contempla sólo la meta y no veas lo difícil que es alcanzarla. Esta palabras toman cuerpo y realidad en este joven griego.


Nació en Tesalónica. Resulta que san Pablo había llegado a esta ciudad para evangelizarla y alejarla de la idolatría a la que estaba sometida.


Aristarco, conmovido por la palabra de Pablo, se convirtió al cristianismo.


Y no solamente esto: desde su conversión siguió a san Pablo por todos los caminos y lugares en los que se anunciaba la Palabra de Dios.


Cerca de Efeso, en Izmir, hoy Turquía, le pasó algo milagroso en su vida personal..

De todas partes venía gran muchedumbre para adorar a la diosa Diana, hija de Júpiter.


El templo era preciso porque había sido construido por Erostrato.


Era una de las siete maravillas de entonces. El orfebre Demetrio fabricaba pequeñas estatuas de plata para la venta de los que iban a adorar a su diosa.


Y vio que se quedaba sin trabajo y sin ventas debido a que la mayoría de la gente adoraba ya al Dios único y verdadero, el Dios que anunciaba san Pablo.


Entonces, aprovechando que san Pablo estaba fuera de la ciudad, armó tal revuelo en la ciudad que todo el mundo se quedó confuso.


Los Efesios, sin embargo, siguieron a Aristarco y a Cayo. Los llevaron al anfiteatro. Estando allá, todo se calmó. Pablo y sus seguidores se encaminaron a Roma para alejarse del peligro inminente que caía sobre sus cabezas.


En la carta a los Colosenses dice:"Aristarco, mi compañero de cautividad os saluda".


Fue un fiel amigo incluso cuando Pablo estaba en la cárcel. Murió en el siglo I.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



El calendario cartujano celebra hoy al último de los mártires de la Cartuja londinense. Ya vimos en la reseña del martirio de San Juan Houghton y sus compañeros, el 4 de mayo, las circunstancias pormenorizadas del martirio de aquellos monjes a los que el lugarteniente de Enrique VIII, Tomás Cromwell, no sólo se negó a oírles su defensa sino que les infligió un terrible martirio.

Nuestro Beato Guillermo forma parte del grupo último que fue apresado por negarse a reconocer como cabeza de la Iglesia en Inglaterra al sensual Rey Enrique. Todos los datos de las detenciones y provocaciones de los súbditos de Cromwell a aquella Comunidad los sabemos de primera mano por el monje Dom Mauricio Chauncy, miembro de la Cartuja de Londres, que pudo huir al continente y le escribió lo sucedido al Reverendo Padre General. A él seguimos transcribiendo lo que nos dice del Hermano Guillermo.


El Padre Chauncy nos dice que después de dos años de vejaciones, desde la muerte de los primeros mártires, y viendo que todo el mundo se sometía al edicto regio, algunos de la Comunidad «no sin gran lesión de su conciencia y, llorando, se sometieron a la voluntad del Rey.


Los demás no quisieron tener en más la Casa de piedra que a sí mismos y anteponiendo a todo la salvación de su alma, dieron con gusto cuanto tenían, y se negaron a conseguir su libertad mediante una simulación, antes bien, resistieron al rey con firmeza para alcanzar así una resurrección más feliz y tener en el cielo una casa no hecha por mano de hombres.


Este último grupo consta de diez cartujos, seis Hermanos y cuatro Padres. Todos fueron encarcelados el 20 de mayo de 1537 en cárcel asquerosísima, en la ciudad de Newgate, en donde murieron al poco tiempo, excepto uno, por la inmundicia y el hedor de la cárcel. Al oír esto, el predicho representante regio se impacientó mucho y juró que los habría atormentado más cruelmente si no hubiesen muerto.


El Hermano converso sobreviviente, Guillermo Horn, permaneció tres años en la cárcel con buena salud. Sacado finalmente el 4 de noviembre de 1541 y sometido a los mismos tormentos de mutilaciones y desgarramientos de su cuerpo que su Padre Prior, padeció y murió con él. Así, el hijo siguió a su Padre, siendo entre todos el más cruelmente atormentado, y murió al cabo por amor a Jesucristo y por la fe de su Esposa la Iglesia católica, negándose a prestar en falso un juramento».


En la Orden siempre se guardó con gran veneración la memoria de estos hermanos mártires, mas cuando Inglaterra comenzó a cambiar la legislación respecto a los católicos en el S. XIX, el Papa León XIII proclamó, el 6 de diciembre de 1887, beatos a los dieciocho cartujos ingleses junto con otros dieciséis mártires de la Reforma de Enrique VIII.



Oración

Padre todopoderoso, que concediste al Beato

Guillermo fortaleza para morir por la

libertad de la fe; te rogamos que su intercesión

nos ayude a soportar por tu amor la adversidad

y a caminar con valentía hacia Tí,

fuente de toda vida.

Por Nuestro Señor Jesucristo

Amén



"Santos y Beatos de la cartuja", pág. 64, autor Juan Mayo Escudero, Edit. Analecta Cartusiana, ISBN 3-901995-24-2, año 2000 REPRODUCIDO CON AUTORIZACIÓN DEL AUTOR



Muchos napolitanos, por la gran devoción para el patrón principal de la ciudad san Genaro y de su espectacular milagro anual de la licuefacción de la sangre, ha olvidado o hasta ignoran que el primer obispo de la naciente comunidad cristiana de Nápoles fue san Asprenato, mientras san Genaro fue obispo de Benevento y mártir en Pozzuoli en las proximidades de Nápoles.

De san Asprenato se sabe que vivió entre finales del siglo I y principios del siglo II, época en que los más recientes estudios arqueológicos, fijan los principios de la Iglesia napolitana, y como confirmación de esto, se sabe que el nombre Asprenato fue muy popular en el período de la república y en los primeros tiempos del imperio romano, luego cayó en desuso.


Varios antiguos documentos comprendidos en el famoso Calendario Marmóreo de Nápoles, certifican su existencia durante los mandatos de los emperadores Trajano y a Adriano y fijan en veintitrés años la duración de su episcopado.


De su vida no se sabe nada cierto, pero una antiquísima leyenda repetida con modificaciones en textos posteriores, cuenta que san Pedro, fundada la Iglesia de Antioquía, se encaminó hacia Roma con algunos discípulos, pasó por Nápoles, aquí encontró una viejecita enferma (identificada luego como santa Cándida La Anciana), quien prometió adherirse a la nueva fe si se curaba.


Pedro hace una oración pidiendo la sanación, a lo que los discípulos de Antioquía contestaron con ¡Amén!, Cándida se sanó, y encomienda cure también a un amigo suyo llamado Asprenato enfermo desde hace tiempo y que si lo curara también ciertamente se convirtiría.


En este instante Pedro también intercede y logra que sea curado, y luego de catequizarlo, lo bautiza. El cristianismo vivía una rápida difusión en Nápoles, y cuando Pedro decidió retomar el viaje hacia Roma, consagro a Asprenato como obispo.


Él hizo construir el oratorio de Santa María del Principio sobre que surgirá la basílica de santa Restituta y fundó la iglesia de san Pedro en Aram donde todavía hoy se conserva el altar sobre el que el apóstol celebró el Sacrificio.


El santo obispo murió rico en méritos, y varios milagros fueron conseguidos por su intercesión; su cuerpo fue llevado al oratorio de santa María del Principio, algunos estudios más recientes dicen que las reliquias están en las catacumbas de san Genaro, en cuyos alas superiores están las imágenes, no bien conservadas, de los primeros 14 obispos napolitanos.


Después de san Genaro es el segundo de los 47 santos protectores de Nápoles, cuyos bustos de plata son custodiados en la capilla del tesoro de san Genaro en la Catedral (el Duomo), aquí también esta conservado el bastón con el que san Pedro lo curó.


En la ciudad, en épocas diferentes, fueron elegidas dos iglesias en su honor y una capilla le es dedicada en la antiquísima basílica de santa Restituta.


Es invocado para calmar la jaqueca, su fiesta litúrgica es recordada en el Martirologio Romano y en el Calendario Marmóreo al 3 de agosto.





Con la Bula dada en Segni el 4 junio de 1110, dirigida a los obispos de Anagni y la Campania romana, el papa Pascual II contó a Pedro, obispo de Anagni, en el catálogo de los santos, autorizó de esta manera el culto en las diócesis de la Campania y asignó para ello que su celebración sea el 3 agosto. Por las virtudes ejercidas por el santo y los hechos milagrosos con que la divina gracia lo ilustró en vida y después de muerte, la Bula hizo referencia a la fiel narración de Bruno, obispo de Segni.

Esta narración no ha llegado a nuestros días, para conocer a Pedro ha quedado una leyenda escrita poco antes de 1181, desafortunadamente no ha sido conservada completa, le falta el prólogo y ha padecido alguna otra mutilación cuando, en 1325, fue distribuida en partes que debieron servir como lecciones para la celebración de los Oficios Divinos el día festivo del santo y en la novena previa. y en él octava. El Oficio del santo con las mencionadas lecciones es agenciado en el «Lectionarium por annum» usado en las iglesias de Anagni.


Para la composición de la leyenda el anónimo autor, que pertenece probablemente al clero de la catedral, tuvo a disposición — además del relato escrito por Bruno de Segni, que quizás sea la fuente principal — el relato, que entre 1113 y 1117 escribiera el obispo Pedro II de Anagni, de los prodigios verificados durante el doble traslado del mártir Magno y durante el reconocimiento de las reliquias de Pedro y, claro está, la tradición oral de la Iglesia de Anagni. Dando como resultado un escrito que a pesar de algunas obvias incongruencias, guarda la cronología y las circunstancias de los hechos contados, la leyenda es por lo tanto sustancialmente atendible.


Este relato nos presenta al santo obispo, animado por el espíritu de la reforma gregoriana, poniendo todos sus esfuerzos en la sede a él confiada por el Papa Alejandro II, dedicándose a la obra de restauración de la disciplina eclesiástica, a avivar el culto al mártir Magno, a recuperar los bienes de su Iglesia, usurpados por los laicos, y a reconstruir desde los cimientos el ruinoso edificio de la catedral.


Una vida de recogimiento y ruego lo prepararon para el despacho pastoral, al que fue encaminado dese niño, cuando, descendiente de la familia de los príncipes longobardos de Salerno y habiendo quedado huérfano de los padres, fue ofrecido al monasterio de San Benito. Al estudio en un ambiente rodeado de los sagrados cánones le siguió la práctica en la disertación de los asuntos eclesiásticos adquirida por su contacto con Alejandro II, a cuyo servicio como capellán, lo colocó el cardenal Ildebrando, después de lo haberlo conocido en el monasterio salernitano. Durante su episcopado Alejandro II, confía ahora en él, mandándolo como apocrisiario (legado eclesiástico) a la corte de Miguel VII emperador de oriente. Posteriormente se ausentó de su sede al seguir a Bohemundo de Tarento a las cruzadas, estando en Constantinopla cerca del emperador.


En Anagni, tuvo que sufrir mucho a causa de los clérigos hostiles a la reforma, pero cuando, después de cuarenta y tres años de episcopado, le llegó la muerte el 3 de agosto de 1105, la ardua obra estaba cumplida: reconstruida la catedral y restaurada la disciplina canónica; eclesiásticos por él formados estuvan listos a sucederle dignamente como pastores de la Iglesia de Anagni. Su amigo y colaborador, Bruno de Segni, pudo entonces, después de haber celebrado las exequias, contar la vida edificante y preparar su glorificación. En lo referente al culto, recordamos que, después de la proclamación de la santidad de Pedro, ocurrida el 4 junio de 1110, el segundo sucesor del santo, Pedro II, como es referido en la leyenda, ordenó el traslado del cuerpo de San Pedro de Anagni de la basílica superior a la inferior. Después de más de dos siglos, el canónico anagnini Jacobo de Guerra restauró el altar erguido en su honor, consagrado luego el día 11 de febrero de 1324, y, en un amplio nicho cavado en la pared de fondo, hizo pintar, noblemente sentado en cátedra, al santo obispo, entre las figuras erguidas de los santas Aurelia y Neomisia. Por fin, una constitución capitular del 15 de enero de 1325 estableció que la celebración festiva del santo fuera elevada a ritual doble con octava como las de san Magno y santa Secundina. La Iglesia de Anagni celebra todavía su fiesta el 3 de agosto, pero ya que él es uno de los patronos principales de la ciudad y diócesis, su busto de cobre cubierto de plata, que es un relicario, obra del 1541, es expuesta junto a un busto similar del mártir Magno en las celebraciones patronales del 19 de agosto.



Martirologio Romano: En Valencia, España, Beatos Ricardo Gil Barcelón (sacerdote) y Antonio Arrué Peiró (postulante), miembros de la Congregación de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, asesinados por odio a la fe ( 1936)

Fecha de beatificación: 27 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.



Madrugada del 4 de febrero de 1910. Un humilde sacerdote sale de la iglesia de "Sant´Anna dei Palafrenieri" en el Vaticano para iniciar una de sus jornadas, llena de fatigas entrelazadas con incesante oración.

Las iglesias están todavía cerradas; las calles desiertas; el viento mordaz sacude los residuos perezosos de la noche. A buen paso se encamina hacia la estación y llega, mientras la claridad del día va extendiéndose, a la avenida Vittorio Emanuele, cerca de la fuente de la "navicella", al lado de la calle. Este cura del norte mira alrededor, nunca saciado, fascinado por la grandeza cristiana de Roma, motivo de sentimientos y sincera oración. Delante de la nueva iglesia inclina la cabeza vertiendo una invocación a su querido San Felipe Neri, "Pippo bono", como también suele llamarle.


La vista se alza para contemplar fugazmente la magnífica fachada diseñada por Rughesi. De rodillas y casi encorvado sobre el peldaño delante del postigo aún cerrado, hay una masa negra, inmóvil. Una figura en actitud absorta y casi arrebatada. Don Orione - era Él este cura del norte - se siente empujado a acercarse; tiene la impresión de que sea un sacerdote: sus manos juntas y una profunda piedad se lo hacen creer... Es de estatura superior a la media; el hábito y el sombrero están limpios pero muy pobres y desteñidos. Sin embargo hay en Él algo que habla de candor y firmeza en la voluntad de bien.


"¿Quién eres?", pregunta Don Orione.

"¡Soy un hijo de la Divina Providencia!", responde el sacerdote.

"¡También yo soy hijo de la Divina Providencia! Pues entonces me perteneces un poco, sonríe Don Orione. Tengo una congregación cuyos miembros se llaman Hijos de la Divina Providencia".


El desconocido se levanta. Los dos sacerdotes se miran a los ojos: la sonrisa de Don Orione atrae, como un imán, la sonrisa del otro. Se ha entablado una amistad.


Se acompañan tranquilamente en la calle todavía silenciosa, atraídos por una inmediata y recíproca simpatía. Aceleran el paso porque es tarde para Don Orione que no puede permitirse el lujo de perder el tren: muchas cosas le esperan. Mientras hablan una atracción mayor vierte al corazón del desconocido seguridad y confianza que se resuelve en confidencia.


Es español, sacerdote. Ha venido a pie desde Valencia, en peregrinación de penitencia, para implorar a Dios que le enseñe el camino que debe seguir: necesita mucha luz interior. Hasta hoy no ha hecho otra cosa que vagar siguiendo un gran sueño de amor, de evangelización, de santidad.


"Vete a la Iglesia de Santa Ana, preséntate en nombre mío y espérame", concluye Don Orione. "¡Dios nos inspirará y la Santa Virgen nos llevará de la mano!".


De este modo el Padre Ricardo Gil entró en la Órbita de Don Orione; y, ocurriendo todo aquello que había afirmado graciosa y proféticamente en aquella fría mañana de febrero, terminó como un Hijo de la Divina Providencia.


La historia de uno de tantos sacerdotes, heroicos testigos de la fe y mártires durante la persecución religiosa en España en 1936, se inicia así, en las puertas del Vaticano.


El P. Ricardo Gil Barcelón había nacido en Manzanera, en España, el 27 de octubre de 1873, en una familia noble y desahogada. Tan brillante en los estudios como en la música, gozaba de la vida cómodamente: caballos, entretenimientos, alegres compañías, mitos juveniles. Volvió a la casa paterna descontento de sí mismo, cansado de un mundo del que apenas había visto su superficialidad y probado su vanidad.


Tomó casi como un acto liberador la posibilidad de enrolarse en la artillería del ejército español empeñado entonces en las Filipinas en la lucha tanto contra los rebeldes de Mindanao como contra el incipiente imperio estadounidense. En un momento de gran peligro, rezó a la Virgen. La inexplicable liberación del peligro le hizo pensar en el Cielo. En la compañía de los militares para divertir, se puso a tocar la guitarra y a cantar. No quisieron que sus manos manejasen ya armas, sólo instrumentos musicales. El, inquieto, empezó a juntarlas para orar.


Entró con los dominicos, frecuentó la Pontificia Universidad de Manila suscitando admiración. Se ordenó sacerdote en 1904 con el porvenir asegurado: vice-bibliotecario de la universidad y capellán de la catedral. Sin embargo parecía faltarle algo para estar en paz. Volvió a España, desde allí salió hacia Italia, a pie, mendigando, ayudando a los pobres y visitando santuarios lugares de santos.


La Divina Providencia le había dado cita, aquella mañana del 4 de febrero de 1910 con Don Orione. Estuvo por algún tiempo en la comunidad de los Ironistas que oficiaban en "Sant´Anna dei Palafrenieri" en el Vaticano; se encontró con Pío X. Había entendido por fin la fuente de su inquietud: la santidad y la caridad.


Viajó con Don Orione a Mesina al tiempo de la reconstrucción de la ciudad después del terrible terremoto, y después durante 10 años en Cassano Ionio, en Calabria, custodio del santuario de la Virgen de la Cadena y de un grupito de huérfanos allí acogidos. Desde 1923 a 1927 en Roma, dividiendo su tiempo entre la colonia agrícola de Santa María, en Monte Mario, y la populosa Parroquia de "Ognisanti", fuera de la puerta de San Juan. Vuelto a Cassano Ionio por un breve periodo, tuvo que probar el cáliz amargo de una calumnia terrible que fue seguida de un mes de cárcel.


Viendo en Él temple de pionero, en 1930, Don Orione envió al Padre Gil a España con la orden de abrir una avanzadilla de su joven Congregación. Empezó en extrema pobreza, a la orionista: evangelio, obras de caridad y mucha confianza en la Divina Providencia.


Para España eran años llenos de desórdenes sociales terribles y de persecución religiosa. Cuando en julio de 1936 el huracán anarquista y comunista sacudió aquella región llenÁndola de desolación y muerte, el Padre Gil fue respetado hasta el final porque se ocupaba de los más pobres. Dos veces fueron a su casa los milicianos para eliminarle como a tantos otros. Dos veces se interpuso la gente del vecindario diciendo: "¡Es bueno, ayuda a los pobres, nuestros hijos comen porque está Él!". La tercera vez, el 3 de agosto, cerraron la discusión: "¡Es precisamente a los buenos a los que buscamos nosotros!".


Un joven aspirante, Antonio Arrué Pairó, que no estaba en casa, vio el camión en el que habían hecho subir al Padre. No lo dudó un momento, corrió a su encuentro y quiso a toda costa permanecer con Él. Al día siguiente fueron llevados juntos al Saler de Valencia. Fusilaron al Padre Gil que a la propuesta blasfema de gritar "¡viva la anarquía!" prefirió gritar "¡Viva Cristo Rey!". Antonio - según el relato de un guardia - al ver caer al Padre se arrojó a su lado para sostenerlo. Los guardias comunistas le fracturaron el cráneo con la culata del fusil.


Junto a algún centenar de sacerdotes, monjas y laicos, representantes de una gran lista, estos dos testimonios están siendo encaminados hacia el honor de los altares.


"Once obispos, dieciséis mil sacerdotes asesinados y ni un solo apóstata. ¡Oh, si pudiese yo también, como tú, gritar con garganta desgarrada mi testimonio en el esplendor del mediodía! Decían que dormías, hermana España, pero dormías como quien finge el sueño. Y he aquí un interrogante, y he aquí de golpe esos dieciséis mil mártires. ¿De dónde me vienen tantos hijos?, exclama aquella que creían estéril". (Del poema de Paul Claudel, Mártires cristianos en tierra de España)


S.S. Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el decreto con el cual se reconoce el martirio de los Siervos de Dios Ricardo Gil Barcelón (sacerdote) y Antonio Arrué Peiró (postulante), lo cual permitirá su beatificación, misma que se realizara -Dios mediante- el 27 de octubre de 2013.



La ciudad de Cartago, como muchas otras en la época colonial, segregaba a los blancos de los indios y mestizos. A todo el que no fuera blanco puro se le había prohibido el acceso a la ciudad, donde una cruz de piedra señalaba la división y los límites.

Estamos en los alrededores del año 1635, en la sección llamada "Puebla de los Pardos" y Juana Pereira, una pobre mestiza, se ha levantado al amanecer para, como todos los días, buscar la leña que necesita. Es el 2 de agosto, fiesta de la Virgen de los Angeles, y la luz del alba que ilumina el sendero entre los árboles, le permite a la india descubrir una pequeña imagen de la Virgen, sencillamente tallada en una piedra oscura, visiblemente colocada sobre una gran roca en la vereda del camino. Con gran alegría Juana Pereira recogió aquel tesoro, sin imaginar que otras cinco veces más lo volvería a hallar en el mismo sitio, pues la imagen desaparecía de armarios, cofres, y hasta del sagrario parroquial, para regresar tenazmente a la roca donde había sido encontrada. Entonces todos entendieron que la Virgen quería tener allí un lugar de oración donde pudiera dar su amor a los humildes y los pobres.


La imagen, tallada en piedra del lugar, es muy pequeña, pues mide aproximadamente sólo tres pulgadas de longitud. Nuestra Señora de los Angeles lleva cargado a Jesús en el brazo izquierdo, en el que graciosamente recoge los pliegues del manto que la cubre desde la cabeza. Su rostro es redondeado y dulce, sus ojos son rasgados, como achinados, y su boca es delicada. Su color es plomizo con algunos destellos dorados como diminutas estrellas repartidas por toda la escultura.


La Virgen se presenta actualmente a la veneración de sus fieles en un hermoso ostensorio de nobles metales y piedras preciosas, en forma de resplandor que la rodea totalmente, aumentando visualmente su tamaño. De la base de esta "custodia" brota una flor de lis rematada por el ángel que

sostiene la imagen de piedra. De esta sólo se ven los rostros de María y el Niño Jesús, pues un manto precioso la protege a la vez que la embellece.


La "Negrita" como la llama el cariño de los costarricenses, fue coronada solemnemente el 25 de abril de 1926. Nueve años más tarde, su Santidad Pío XI elevó el Santuario de la Reina de los Angeles a la dignidad de Basílica menor.


A Cartago llega un constante peregrinar de devotos que vienen a visitar a su Madre de los cielos; muchos entran de rodillas, como acto de humildad y de acción de gracias y luego van a orar ante la roca donde fue hallada la bendita imagen. Esta piedra se ha ido gastando por el roce de tantas manos que la acarician agradecidas mientras oran, dan gracias y piden alivio a su dolor, sus sufrimientos o sus necesidades. Debajo de esta piedra brota un manantial cuyas aguas recogen los que acuden en busca de la misericordia y la salud. El agua es signo del bautismo. No hay otra cosa que mas quiera la Virgen a que vivamos profundamente las gracias de nuestro bautismo.


Consulta tambén La Porciúncula de P. Jesús Marti Ballester



Nació en Cerdeña, Italia. Al morir su padre, su madre lo llevó a vivir a Roma, donde el Papa Liberio lo tomó bajo su protección, lo educó y lo ordenó de sacerdote. Poco después en la ciudad de Vercelli, al norte de Italia, murió el obispo, y el pueblo y los sacerdotes proclamaron a Eusebio como el nuevo obispo, por su santidad y sus muchos conocimientos.

San Ambrosio dice que el obispo Eusebio de Vercelli fue el primero en Occidente al cual se le ocurrió organizar a sus sacerdotes en grupos para formarse mejor y ayudarse y animarse a la santidad. Para este santo su más importante labor como obispo era tratar de que sus sacerdotes llegaran a la santidad. Fue obispo de Vercelli por 28 años.


Una de sus grandes preocupaciones era instruir al pueblo en religión. Y él mismo iba de parroquia en parroquia instruyendo a los feligreses.


En aquellos tiempos se estaba extendiendo una terrible herejía llamada Arrianismo, que enseñaba que Cristo no era Dios. Los más grandes santos de la época se opusieron a tan tremendo error, pero el jefe de gobierno, llamado Constancio, la apoyaba. Hicieron entonces una reunión de obispos en Milán, para discutir el asunto, pero Eusebio al darse cuenta de que el ejercito del emperador iba a obligarlos a decir lo que él no aceptaba, no quiso asistir. Constancio le ordenó que se hiciera presente, y el santo le avisó que iría, pero que no aceptaría firmar ningún error. Y así lo hizo. A pesar de que hereje emperador lo amenazó con la muerte, él no quiso aceptar el que Jesucristo no sea Dios, por esto fue desterrado.


Fue llevado encadenado hasta Palestina y encerrado en u cuartucho miserable. Los herejes lo arrastraron por las calles y lo insultaron, pero él seguía proclamando que Jesucristo sí es Dios. En una carta suya cuenta los espantosos sufrimientos que tuvo que padecer por permanecer fiel a su santa religión, y expresa su deseo de poder morir sufriendo por el Reino de Dios.


Al morir Constancio, su sucesor decretó la libertad de Eusebio y éste pudo volver a su amada diócesis de Vercelli. San Jerónimo dice que toda la ciudad sintió enorme alegría por su llegada y que su vuelta fue como el termino de un tiempo de luto y dolor.


EL resto de su vida lo empleó junto con grandes santos como San Atanasio y San Hilario en atacar y acabar la herejía de los arrianos, y en propagar por todas partes la santa religión. Murió el 1 de agosto del año 371.


La Iglesia lo considera mártir, no porque haya muerto martirizado, sino porque en sus tiempos de prisión tuvo que soportar sufrimientos horrorosos, y los supo sobrellevar con gran valentía.


El repetía: " Puedo equivocarme en muchas cosas, pero jamás quiero dejar de pertenecer a la verdadera religión".


¡Felicidades a quienes lleven este nombre!



Un día apareció en la fachada del Vaticano el cuadro de un Santo del todo excepcional. Nunca se había visto uno semejante. Y el Papa lo declaraba Beato, digno de los altares y presentado a la veneración de los fieles como ejemplo de vida cristiana...

Todos se decían al ver sus estampas:

- Pero, ¿quién es ese tratante de ganado, agarrado al cordel de un caballo?

Y la respuesta dejaba perplejo a cualquiera:

- Pues, eso: un hombre --gitano para más señas, llamado Ceferino Jiménez, con el sobrenombre de Pelé-- que no tuvo otro oficio que el de tratante de ganado, que era analfabeto, que llevó siempre una vida honesta y piadosa, y que al fin murió mártir al derramar su sangre por Jesucristo.


¡Quién iba a decir que un gitano iba a subir a los altares! Y es que la fama del pueblo gitano, desparramado por toda Europa, es la de un pueblo segregado, malquerido, inadaptado e inaceptado en la sociedad. Porque, ya se sabe, el gitano es nómada, con mala fama siempre. ¡Cuidado con fiarse de un gitano!... Eso, lo que dice la gente. Por algo con Hitler paraban todos en las cámaras de gas...


Pero viene ahora la autoridad suprema de la Iglesia, nos pone la imagen de Pelé ante los ojos, y nos dice todo lo contrario:


- Este gitano, el hombre más honesto. Este gitano, un cristiano santo. Este gitano, un mártir glorioso. Este gitano, un modelo para todos...

Pelé, el simpático gitano Pelé, ha de ser llamado desde ahora el Beato Ceferino Jiménez.


Ceferino es español, nacido en Cataluña, pero pasará su vida en Barbastro, donde morirá por Jesucristo en 1936 bajo el dominio rojo, entre la legión de los llamados Mártires de Barbastro.


Gitano de pura raza, sus costumbres son siempre gitanas. Cristiano, porque sus padres se cuidaron de bautizarlo. Pero a los dieciocho años se casa sin más, y a la gitana, con Teresa, aunque años después se casará muy santamente por la Iglesia. Vive nómada, como buen gitano, por todos los pueblos de la región catalano-aragonesa. Le gustan las fiestas, el baile, la música, y gastarse de cuando en cuando algo de sus ahorrillos en las corridas de los toros.


No va a ninguna escuela, y será siempre analfabeto. Pero es inteligente y muy honesto. Al no tener hijos del matrimonio, adopta una sobrina de Teresa y a la que tendrá siempre como hija verdadera.


Tratante de caballos, mulos y burros, se muestra un negociante experto. Se le ofrece una compra de ganado en la vecina Francia, le sale redonda la operación, la repite más de una vez, y Ceferino se convierte en un hombre acomodado, que se puede comprar una casa en plena ciudad de Barbastro. Puede vestir elegante, y Teresa lucir las mejores mantillas, aretes y collares.


Ceferino es incapaz de hacer una trampa en el negocio. Y, sin embargo, un día es denunciado por ladrón y apresado. Se le procesa, pero un abogado, que conoce su honestidad, logra sacarlo de la cárcel, y Ceferino se granjea todos los respetos al ser reconocida su inocencia. El juez lo despidió del tribunal diciendo seriamente:

- Éste no es un ladrón. Éste es San Ceferino González, Patrono de los gitanos.

Lo curioso es que el juez hablaba en serio y resultó profeta...

En las riñas y peleas de los gitanos, Ceferino es el que sabe poner siempre la paz...

Cuando enviuda a los sesenta años, Ceferino acrecienta su piedad. Cada mañana asiste a la Misa y recibe la Comunión en la Iglesia de los Misioneros Claretianos, con los que un compartirá la gloria del martirio y el honor de los altares. Nunca deja la Hora Santa de los Jueves Eucarísticos en la misma iglesia. Es también de los primeros en formar dentro de la Adoración Nocturna instalada por el Obispo en la Iglesia Catedral. Ingresa en la Orden Tercera de San Francisco, pertenece a las Conferencias de San Vicente de Paúl y derrama su caridad con los pobres.


Es analfabeto, pero se sabe de memoria las historias de la Biblia y las narra a los niños gitanos, a los que enseña también, con un candor y piedad entrañables, a respetar los pajaritos y cuidar las flores...

Ya lo vemos: un hombre lleno de piedad con Dios y un apóstol entre los de su raza gitana.


Al estallar la revolución marxista en Julio de 1936, y cuando las cárceles rebosan de presos, Ceferino se enfrenta a unos revolucionarios en plena calle porque están maltratando a un sacerdote:

- ¡Virgen Santísima! ¡Tantos hombres armados contra un sacerdote indefenso!

Lo detienen entonces a él, le registran los bolsillos y le encuentran el rosario. ¡A la cárcel sin más!... Uno de los jefes revolucionarios lo quiere salvar:

- ¡Deja ese rosario y esas tonterías con tus fa-natismos, y yo te saco de aquí!

- ¡Gracias! Pero yo moriré con mi rosario...

Y el día dos de agosto, a mitad de la noche, era sacado de la cárcel con un grupo de veinte presos más. Entre ellos, los tres Superiores del Seminario Claretiano, cuya iglesia frecuentaba. Ceferino lanza por el camino el grito de ¡Viva Cristo Rey!, el mismo grito con que pocos días más tarde atronarán las calles los jóvenes Misioneros Claretianos. Y gritando ¡Viva Cristo Rey! cayó bajo las balas.


Hoy, está en los altares, con el santo Obispo Monseñor Asensio y con los 51 Beatos Misioneros Claretianos. Ceferino Jiménez, el simpático Pelé, primer gitano con santidad reconocida por la Iglesia. El que nos dice que hasta el hombre más marginado de la sociedad puede ser un santo de mucha categoría... .


Beatificado el4 de mayo de 1997, en Roma, por S.S. Juan Pablo II



Nació en La Mure, al este de Francia, por donde poco antes (1799) había pasado el papa Pío VI, prisionero del Directorio -órgano ejecutivo del gobierno republicano francés desde el 1795-, dando bendiciones, y poco después (1815) pasó también Napoleón, el fugado de la isla de Elba, con cantos bélicos triunfales. Pedro fue hijo de un labrador arruinado que cambió el oficio por el de afilador ambulante -de algo hay que vivir- y contrajo segundas nupcias con una buena mujer de pueblo que le dio a Pedro nacido entre hermanastros.

La familia no le facilita realizar su vocación religiosa; piensan que ellos son suficientemente pobres y no están para muchos dispendios, que es imposible prescindir de la ayuda que el hijo debe reportar al peculio familiar y afirman que también se puede agradar a Dios sin necesidad de buscar situaciones extremas. Pedro él es terco en su deseo. A escondidas va alternando el oficio de afilador con estudios ocultos.


El P. Guibert -futuro cardenal de París, ahora sólo un sacerdote joven-, ha pasado por el pueblo cuando Pedro tiene ya dieciocho años y, conociendo las delicadezas de Pedro con la Virgen María, avivó el incendio interior facilitando que el chico pudiera entrar en el noviciado de María Inmaculada de Marsella; pero una enfermedad lo puso al borde de la muerte y debió regresar a su casa.


Recuperada la salud, entró por fin en el seminario de Grenoble y recibió la ordenación sacerdotal en el año 1834. Es Cura de pueblo, estuvo en las parroquias de Chatte como coadjutor y como párroco rural en Montereynard; pero se muestra inquieto, como en búsqueda continua de algo que aún no sabe. Entró en contacto con el Cura de Ars y arraigó entre ellos una fuerte amistad. Llegó a entrar en el noviciado de los maristas de Marsella haciéndose miembro de la Sociedad de María; lo hacen director del colegio de Belley, Superior Provincial, Director de la Tercera Orden de María en Marsella, ciudad tan revuelta por las desatadas pasiones de la primera mitad del siglo XIX. Ejerce un intenso y amplio apostolado en la ciudad preferentemente entre los presos, enfermos y obreros. Con la señorita Jaricot funda un instituto que luego asumiría la Santa Sede como la Obra Pontificia para la Propagación de la Fe.


En un ambiente impregnado de utilitarismo, que se propone endiosar la razón y que rezuma anticlericalismo por todos los poros, llegando al desprecio de lo sobrenatural, Pedro se ha pronunciado por lo que el mundo juzga despreciable, nada práctico y cosa propia de otra época perteneciente al decrépito pasado.


Consultando a sus superiores previamente y al papa Pío IX después, funda la Congregación del Santísimo Sacramento que tiene como fin la adoración continua y permanente el Señor presente en la Eucaristía; para ello hace falta contar con sacerdotes piadosos, llenos de fe y deseosos de adorar con hambre de reparación. Y a ello se dedica. No le es difícil sólo por el ambiente laico propiciado desde lo más alto del Imperio como una de las consecuencias de la Restauración; también le llegaron primero los cansancios y aburrimientos de los que pensaron que aquello era una cosa más, probablemente pasajera y sin mucha entidad; luego vinieron las incomprensiones de los buenos; después la terrible y frecuente plaga entre los clérigos de los celos que, como sucede casi siempre, terminaron en traiciones y calumnias.


Pero hace falta -piensa Pedro- instruir a la gente con verdadera doctrina porque la ignorancia es el principal de los males que está comprometiendo la fe, la piedad, la vida cristiana, la política y la vida social, permitiendo la manipulación de los ignorantes. Piensa que es preciso ocupar todos los púlpitos de las iglesias, sacar a Jesús Sacramentado del Sagrario, pero no como una momia, sino vivo, resucitado, presente y real. Hay que desempolvar la fe en Cristo Salvador presente en la Eucaristía; peregrino de ella, quemará sus energías por toda Francia, dejando tras sí asociaciones de sacerdotes, religiosas, hombres y mujeres seglares que tengan como finalidad exclusiva la adoración permanente a y agradecida al Señor Sacramentado.


Así quedaron sentadas las bases para los futuros Congresos Eucarísticos el primero de los cuales tuvo lugar en Lila, en 1881, organizado por la antigua religiosa de la Congregación del Santísimo Sacramento, Señorita Tamisier, cuando él ya estaba en el Cielo.


Su actividad fue nada llamativa ni sorprendente, no llevó el marchamo de lo cultural ni el ribete de lo social; incomprensible, sí, para un mundo bastante cegato; pero que va al núcleo de toda otra posible y saludable actividad porque señala la primacía del orden sobrenatural.

¿Quieres saber más? Consulta corazones.org



Alfreda fue el nombre que tomó en su vida monástica, había sido bautizada como Eteldrita. Era princesa de sangre.

Había nacido en el siglo VIII en Inglaterra, en donde su padre Offa era el rey de Mercia. Se vio envuelta, sin culpa suya, en una situación política poco agradable. Su prometido era Etelberto, rey de la Inglaterra oriental. El rey Offa, en lugar de interesarse por el futuro d su hija, miraba con atención el reino de su futuro yerno.


Un día, en el 793, el rey Offa mandó que asesinaran a Etelberto.


Su hija, herida en lo más profundo de sus sentimientos, se recluyó en el monasterio benedictino de Croyland (hoy llamado Crowland) en Lincolnshire, Inglaterra. (En la actualidad esta histórica abadía es usada como templo anglicano).


En este monasterio vivió nada menos que por espacio de 40 años en oración y penitencia. Murió en el 834. Desde su muerte, su nombre va unido al de su prometido.


¡Felicidades a quien lleve este nombre!


Comentarios al P. Felipe Santos: fsantossdb@hotmail.com



De Juana de Aza la verdad es que no se saben muchas cosas. Y las que se saben pueden reducirse prácticamente a dos: primera, que fue la madre de Santo Domingo de Guzmán, y segunda, que fue una mujer compasiva que en cierta ocasión, estando fuera su marido, repartió entre los pobres una cuba de vino generoso.

Esto no quiere decir que no se tengan de ella otros datos que éstos. Como saberse, se sabe el nombre de su padre, que fue don García Garcés, señor del condado de Aza, mayordomo mayor, ayo, tutor y curador del rey don Alfonso IX, y el de su madre, doña Sancha Bermúdez de Trastamara. Juana de Aza nació, pues, en el seno de una familia noble, enlazada varias veces con la casa real de Castilla.


Tampoco se ignora el nombre de su marido. Hacia los veinte años Juana de Aza se casó con don Félix Ruiz de Guzmán, señor de la villa de Caleruega. En esa villa vivieron ellos y allí nacieron sus tres hijos. El mayor, don Antonio, fue sacerdote y consagró su vida a los peregrinos y enfermos que acudían al sepulcro de Santo Domingo de Silos, cerca, de Caleruega. El segundo, don Manés, o Mamerto, siguió a su hermano menor y se hizo dominico. Santo Domingo fue el tercero de los hermanos, y parece que se llamó Domingo por un sueño que tuvo su madre en los meses que precedieron al nacimiento. Soñó Juana que llevaba en el vientre un cachorrillo (algunos dicen: un cachorrillo blanco y negro) que tenía en la boca una antorcha y que salía y encendía el mundo. Juana se asustó y se fue a rezar a Santo Domingo de Silos, que había muerto cien años atrás. Le hizo una novena y parece que prometió que el hijo que iba a nacer llevaría el mismo nombre que el Santo. Lo que no podía prever es que, en el santoral, el hijo que Juana llevaba en las entrañas había de eclipsar al buen Santo Domingo de Silos, bajo cuya protección nacía. Pero claro es que los santos, en el cielo, no se preocupan por estas cosas, y Domingo de Silos veló por el nacimiento de Domingo de Guzmán y consoló a la buena Juana de Aza, que estaba allá, junto al sepulcro de Silos, rezando ardientemente.


El nacimiento del futuro santo ocurrió el 24 de junio, día de San Juan Bautista, el precursor, el que clamaba en el desierto y preparaba los caminos del Señor. También Domingo había de ser una voz que enderezara caminos: para eso fundaría con el tiempo su Orden de Hermanos Predicadores. Del nacimiento y sus circunstancias cuentan las leyendas varios prodigios. El más gracioso es la equivocación que por tres veces sufrió el celebrante que decía la misa de acción de gracias. Al volverse para decir ”Dominus vobiscum”, le salía en vez de esto un extraño anuncio: "Ecce reformator EccIesiae". En vez de anunciarles a los fieles que el Señor estaba con ellos, les decía que allí estaba el reformador de la Iglesia. El reformador de la Iglesia era el tercer hijo de Juana de Aza, aquel niño al que habían puesto por nombre Domingo. El cachorrillo, en efecto, prendería fuego al mundo, pero su fuego no vendría a destruir, sino a purificar: sería calor y luz que encendería los espíritus, calor de amorosa pobreza, luz de traspasada verdad.


Domingo no viviría muchos años con sus padres. A los siete, su madre le confió a un hermano que tenía ella, párroco de Gumiel de Izán. El se encargaría de la primera instrucción del pequeño Domingo y de su primera educación. No había entonces escuela en los pueblos, claro está, y el pequeño Domingo tenía que empezar pronto a aprender todo lo que luego le había de hacer buena falta, pues tendría que habérselas con los herejes y convencerles con la pacífica arma de la palabra. Pero si pronto dejó la casa de sus padres no dejó sus costumbres, que eran buenas. De su madre aprendería, sin duda, en los tiernos años, la suprema virtud de la compasión, que es lo que nos hace hombres o mujeres, es decir, seres humanos. Domingo, estudiante de catorce años, vio un día a la gente agobiada por una pertinaz sequía. Domingo vio que la gente pasaba esto tan sencillo y terrible que llamamos hambre. Y vendió todos sus libros, todos sus pergaminos. Y dijo: "No quiero pieles muertas cuando veo perecer las vivas".


Por eso imagino yo que la grandeza de Juana de Aza, como madre de Santo Domingo, radica menos en haberle dado a luz que en haberle dado luz: ella, sus cosas, sus gestos, fue la luz que alumbró la infancia de Domingo de Guzmán. En ella aprendió a vivir y a ser bueno: infantil, puerilmente bueno, bueno como niño, que es lo que era. ¿Y hay manera mejor de ser bueno que la de serlo como niño? La beata o santa —qué importa— Juana de Aza, madre de familia, era una gran maestra en esa suprema asignatura sobre la que precisamente se nos pasará el examen final, el de fin de curso, el del fin del mundo. ¿No se nos ha dicho que seriamos juzgados sobre el amor? ¿No está previsto el Juicio Final como un repaso a nuestra conducta con los que tienen hambre, y sed, y frío, o están enfermos, o encarcelados, o sin techo? En aquél día sabremos de Juana de Aza muchas cosas que hoy no sabemos, muchas cosas que, sin duda, completarán la única anécdota, la única acción que de ella traen los historiadores del siglo XIII, en cuyos primeros años moría Juana. Pero ¿por qué tengo la convicción de que este único episodio que conocemos basta para darnos lo esencial de su persona y de su estilo?


He aquí lo que pasó.


Don Félix, su marido, estaba lejos. Juana había quedado al frente de la casa. Digo Juana y no doña Juana, y digo don Félix y no Félix, porque el don aleja, y todos los personajes de esta historia, todos los miembros de esta familia los vemos hoy lejanos y borrosos; todos, menos Domingo; todos, menos Juana. A éstos los sentimos cercanos. ¡Curiosa cosa que la santidad acerque! Curiosa, pero no extraña. Pedimos a los santos las cosas que nos hacen falta, nos acercamos a ellos en busca de ayuda y les contamos todo lo que nos pasa. Y esto no sucede sólo después de que han muerto. No, no; ahí tenéis a Juana de Aza. Mirad con qué confianza se acercan a ella los pobres, los débiles, los enfermos. Es verdad que saben, por experiencia y porque lo sabe todo el mundo, que aquella mujer domina el difícil arte de dar. Lo domina porque da, y lo domina porque da con gracia, con sencillez, sin duda con esa sonrisa que, según monsieur Vincent —otro santo, Vicente de Paúl—, es lo único que hace perdonar al que da con ese privilegio que tiene de poder dar. Por tu sonrisa te perdonarán tu limosna: ¡qué honda intuición! No basta dar, en efecto, sino que hay que dar con humildad, con sencillez, sabiendo que es siempre Jesucristo el que nos ve desde el pobre. Y también con alegría, claro que sí, porque está escrito que Dios ama al que da con alegría, y porque la alegría se contagia y acaso sea ese contagio de alegría el mayor que podemos comunicar con el pretexto y el vehículo de cualquier otro don palpable. Don palpable, y sobre todo gustoso, que hablando de alegría puede ser, por ejemplo, el vino.


Sí, el vino. Don Félix tenía una cuba de vino generoso que por lo visto —por lo que luego veremos— apreciaba especialmente. El vino alegra el corazón del hombre (¿no está en la Escritura esto?) y el corazón valeroso de don Félix, señor de la villa de Caleruega, sin duda sentía de vez en cuando, acaso en los ratos de descanso y de fatiga, la necesidad de ser confortado con un vaso de aquel buen vino.


Allá estaba el vino, en la bodega, y lejos don Félix, y Juana, como de costumbre, pensando qué podría hacer con los pobres.


Ignoramos, la verdad, cómo vino la cosa. No sabemos si aquel día Juana no tenía otra cosa que dar, o bien si no tenía otra cosa mejor, puesto que para los pobres, o para Cristo que vive en ellos, es lo mejor justamente lo que hay que dar. Los relatos indican más bien que, además de las limosnas, repartió el vino: además de los socorros, la alegría. Nos agrada pensar que fuera así. Lo que sabemos, en todo caso, es que la cuba de vino generoso fue repartida entre los pobres y enfermos. Y la repartió Juana, la señora de Caleruega, mientras su marido estaba lejos. Juana aquel día dio con alegría, y dio alegría. El vino que consolaba el animoso corazón de don Félix pasó a consolar los agobiados corazones de los que no tenían vino, como en Caná. Y como en Caná fue una mujer —allá, María; acá, Juana— la que se dio cuenta del problema y quiso ponerle remedio.


Y llegó don Félix, el marido, con su comitiva. Y algo debió de oír por ahí acerca del reparto de vino generoso, pues en presencia de todos pidió a su esposa que le diera un poco de aquel vino que tenían abajo, en la bodega. Ya sabía ella de qué vino hablaba. Y la pobre Juana que baja a la bodega. En qué estado de ánimo es cosa que no sabemos. Claro que quien da con alegría no se arrepiente nunca de haber dado; claro que quien da con gracia sabe también sonreír cuando le toca pagar las consecuencias de su generosidad. Juana baja a la bodega en busca del vino de la cuba que había vaciado para alegrar un poco la vida de los pobres y los enfermos; y arriba, don Félix, con su comitiva. ¿Sería don Félix un bromista? Para que la broma tuviera gracia nos sobra la comitiva. Sin testigos la broma sería inocente; con testigos resultaba cruel. ¿Sería don Félix, que ha dejado fama de hombre virtuoso, un marido severo, un hombre de celo austero, desabrido y exigente? No nos gusta pensarlo. No hubiera sido buen marido, pensamos, para una mujer generosa, compasiva, alegre. ¿Cómo hubiera podido él compartir estas virtudes? En fin, que lo único que sabemos es que Juana bajó a la bodega y, en su apuro, pidió ayuda al Señor. ¿Sería el Señor menos generoso que Juana? ¿Se quedaría atrás en lo de "pedid y recibiréis" que Juana practicaba tan bien? De ninguna manera. En la cuba se encontró vino, y don Félix pudo alegrar su corazón con el buen vino. Las crónicas dicen que todo el mundo hubo de reconocer la santidad de Juana de Aza y dar gracias por todo ello. Habían pedido los pobres, y les dio. Y pidió el marido, y también le pudo dar. ¿No lo haría, además, con alegría? Nos gusta imaginar en Juana una esposa amorosa y pensar que luego los dos se reirían juntos. Si lo cortés no quita lo valiente, lo noble no tiene por qué quitar lo humano. Y si los tiempos eran otros, y otras las costumbres, el amor siempre es amor y la alegría, alegría.


No importa enlazar esta palabra con la última palabra de una vida. La muerte de Juana tuvo que ser otra manera de dar. La que tan bien conocía el arte de dar, y de dar con alegría, ¿no había de encontrar su propio estilo a la hora de dar lo mejor que le quedaba: la vida? Juana murió, dicen que en Peñafiel, pero ni siquiera después de haber muerto dejó de recibir peticiones. Cuando faltaba la lluvia la gente se acordaba de Juana. Cuando la langosta aparecía, la gente acudía a Juana. Y Juana seguía arreglándoselas para dar. Y es que una madre de familia sabe mucho de eso: de dar... y de sonreír.


Juana de Aza, pide para nosotros este don: la generosa alegría.



Martirologio Romano: Memoria de san Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia, que insigne por el celo de las almas, por sus escritos, por su palabra y ejemplo, trabajó infatigablemente predicando y escribiendo libros, en especial sobre teología moral, en la que es considerado maestro, para fomentar la vida cristiana en el pueblo. Entre grandes dificultades fundó la Congregación del Santísimo Redentor, para evangelizar a la gente iletrada. Elegido obispo de santa Águeda de los Godos, se entregó de modo excepcional a esta misión, que dejaría quince años después, aquejado de graves enfermedades, y pasó el resto de su vida en Nocera de’Pagani, en la Campania, aceptando grandes trabajos y dificultades (1787).

Etimología. Alfonso = guerrero. Viene de la lengua alemana.


Nos encontramos en el año 1696, de nuestra era, el 27 de septiembre, día dedicado a los gloriosos mártires Cosme y Damían, nace Alfonso de Ligori, en Nápoles (Italia). Sus padres fueron José De Ligorio (un noble oficial de la marina) y de la noble Ana De Cavalieri. El hombre tuvo un destino fuera de serie. Nacido en la nobleza napolitana e hijo de militar, alumno superdotado, atraído por la música, la pintura el dibujo, la arquitectura. Su nombre viene de dos raíces germánicas: addal, hombre de noble origen, y funs, pronto al combate. Alfonso era noble por nacimiento, sí: pero mucho mejor, caballero de Cristo, siempre pronto y en la brecha para los combates de Dios...


Alfonso fue un hombre de una personalidad extraordinaria: noble y abogado; pintor y músico; poeta y escritor; obispo y amigo de los pobres; fundador y superior general de su congregación; misionero popular y confesor lleno de unción; santo y doctor de la Iglesia.


Hay que mi admirar los múltiples talentos que tenía Alfonso y la fuerza creadora que poseía. A los 12 años era estudiante universitario y a los 16 era doctor en derecho, es decir, abogado. Como misionero popular y superior general de su Congregación y obispo, llevó a cabo una gran labor, a pesar de su delicada salud. Desde los 47 a los 83 años de su vida, publicó más o menos 3 libros por año.


En su vida particular Alfonso vivió actitudes que podemos interpretar como protesta frente a la corrupción de su medio ambiente. Con su estilo de vida ejerció una fuerte crítica de su tiempo y de su sociedad.


En un sistema de profundas diferencias de clase renunció a los privilegios de la nobleza y a sus derechos de ser primer hijo, es decir, primogénito.


A finales de julio de 1723, en un día de calor intenso y pegajoso, Alfonso se dirige al Palacio de Justicia de Nápoles. Se celebrará el juicio más sonado del reino entre dos familias: los Médici y los Orsini. Las dos familias quieren para sí la propiedad del feudo de Amatrice. Estaba en juego una gran cantidad de dinero.


Alfonso es un joven abogado de 26 años de edad. Los Orsini lo han elegido para su defensa por una sola razón: es competente y ha ganado todas las causas.


Se ha preparado muy bien, ante el tribunal defiende la causa con maestría. Está seguro que defiende la justicia. A pesar de eso, Alfonso es derrotado, pero se da cuenta de que el origen de esta sentencia está en las maquinaciones políticas e intrigas políticas (cosas desconocidas para nosotros hoy).


Como herido por rayo, el abogado de manos limpias queda por un momento estupefacto. Después rojo de cólera, lleno de vergüenza por la toga que lleva, se retira de la sala de justicia, profundamente desilusionado, sus palabras de despedidas quedaron para la historia: “¡Mundo, te conozco!... ¡Adiós, tribunales!”. No vive este acontecimiento, decisivo en su vida, desde la agresividad y la frustración, al contrario, los asume como fecundidad, siembra y profundización interior, se retira, eso sí lo tiene muy claro. Y al hacerlo toma una opción personal radical: se niega a la corrupción, rechaza que el hombre se realice manipulando o dejándose manipular y elige una forma nueva de libertad y liberación, el seguimiento de Jesús.


Profundamente conmovido Alfonso se va a visitar a sus amigos, los enfermos del “Hospital de los incurables”. Mientras atendía a los enfermos se ve a sí mismo en medio de una grata luz... Parece escuchar una sacudida del gran edificio y cree oír en su interior una voz que le llama personalmente desde el pobre: “Alfonso, deja todas las cosas ven y sígueme”.


Tras la renuncia de los tribunales, Alfonso estudia unos años de teología y recibe el sacerdocio el 21 de diciembre de 1726, en la Catedral de Nápoles, tenía 30 años de edad. Se hace sacerdote en contra de un padre autoritario, como don José, con asombro lo descubre muy pronto en los barrios marginados evangelizando a los analfabetos con sorprendentes predicaciones


En una de sus muchas misiones Alfonso cae enfermo. Ante la gravedad de la situación, los médicos intervienen y le exigen un largo descanso en la sierra. Elige la zona de Amalfi, costera y montañosa a la vez. Fue con un grupo de amigos. Quiere aprovechar el descanso para vivir intensamente la amistad y la oración en común.


Cerca de Amalfi está Scala, un lugar precioso a medio camino entre la playa y la altura de la sierra. Más arriba de Scala, está Santa María de los Montes, una pequeña ermita. A Alfonso le gustó. Era bueno compartir la amistad y la oración en casa de María de Nazaret.


Alfonso y sus amigos se ven sorprendidos por los pastores y cabreros que vienen a pedirles la palabra de Dios. Es el momento clave en la vida de Alfonso. Ahora más que nunca descubre, de verdad que el Evangelio pertenece a los pobres y que ellos lo reclaman como suyo. Y decide quedarse con ellos para dárselo a tiempo completo.


Nos encontramos en el año 1730. Alfonso decide por vez primera, reunir una comunidad consagrada a la misión de los más pobres. En los primeros días de noviembre de 1732 Alfonso deja definitivamente la ciudad de Nápoles y en burro parte para Scala para reunirse con su primer grupo de compañeros, quienes habrán de ser los Redentoristas. Son unos días de intensa oración y contemplación. Sabe que la redención abundante y generosa es un don gratuito y se abre a él en disponibilidad plena.


El día 9 de noviembre de 1732 nace la congregación misionera del Santísimo Redentor, mejor conocido como los Misioneros Redentoristas. No es fácil fundar una congregación religiosa en el reino de Nápoles en el siglo XVIII. Hay demasiados diocesanos y religiosos y muchos conventos en este país pobre y mal administrado


Desde el 9 de noviembre de 1732 hasta la Pascua de 1762, cuando es nombrado obispo, pasan 30 años felices en la vida de Alfonso dedicado a la misión, la dirección de su grupo y a la publicación de sus obras.


Alfonso muere en Pagani, el día 1 de agosto de 1787, a la hora del ángelus. Tenía más de 90 años. Fue beatificado en 1816, canonizado en 1831 y proclamado doctor de la Iglesia en 1871.


Alfonso solía decir que la vida de los sanos es Evangelio vivido. Esto se lo podemos aplicar a él mismo. Sus ejemplos inquietan y arrastran. ¡A veces nos asusta enfrentarnos a un hombre como éste, que era capaz de vivir tan radicalmente el Evangelio!


Hoy, los Misioneros Redentoristas, continuamos anunciando el misterio gozoso de la redención abundante y generosa en toda la Iglesia. Los redentoristas, como Alfonso, no somos propagandistas de una doctrina, somos testigos de Cristo que viene al encuentro de la humanidad.


Sus seguidores


Alfonso murió. Su sueño, sin embargo, continúa vivo en la vida de sus seguidores. Especialmente debido a la labor de Clemente María Hofbauer, los redentoristas se esparcen por el mundo entero. En ellos, el Redentor continúa derramando vida en el corazón de los que no



cuentan para el mundo y en el de los abandonados. La Congregación del Santísimo Redentor es lugar y presencia donde el Redentor prosigue su misión: “He sido enviado a evangelizar a los pobres”.

¡Alfonso!, ¡Gracias por tu vida, por tu sueño, por tu horizonte de tan amplias miras! En nombre de los pobres abandonados, ¡Gracias de corazón!


¡Felicidades a quienes lleven este nombre y a los Padres Redentoristas!


Para profundizar más en la vida de San Alfonso María Ligorio consulta Corazones.org



Martirologio Romano: En Rieti, de la Sabina, beato Juan Bufalari, religioso de la Orden de los Eremitas de San Agustín, joven humilde y amable, y siempre solícito para con su prójimo (c. 1336).

Etimolgía: Juan = Dios es misericordia. Viene de la lengua hebrea.


Nació a principios del siglo XIV, en Castel Porziano de la Umbría. Era hermano de la Beata Lucía Amelia.


El Beato Juan, ingresó a temprana edad en el convento de los ermitaños de San Agustín, en Rieti. Vivía consagrado al servicio de sus prójimos, especialmente de los enfermos y forasteros.


Pasaba largas horas en contemplación. Poseía un don de lágrimas extraordinario y lloraba no sólo por sus pecados, sino también por los de los otros. Decía: "Imposible dejar de llorar! Los árboles y las plantas germinan, crecen, dan fruto y mueren sin apartarse un punto de las leyes que les ha fijado el Creador.


En cambio los hombres, a quienes Dios ha dado inteligencia y prometido un premio eterno, se oponen continuamente a su voluntad". Es ésta una reflexión sencilla pero muy profunda. No se conoce la fecha exacta de la muerte del beato. Su santa vida y los milagros obrados en su tumba, dieron origen al culto popular, que fue confirmado oficialmente en 1832.


Su culto fue confirmado en 1832



Hermanos Franciscanos

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.