Anselmo Polanco y Felipe Ripoll, Beatos

11:37 p.m.

Por: P. Jesús Marti Ballester | Fuente: AMOR Y CRUZ

Anselmo Polanco, Obispo de Teruel
y Felipe Ripoll su Vicario General

Martirologio Romano: En Pont de Molins, pueblo de la provincia de Gerona, en España, beatos mártires Anselmo Polanco, obispo de Teruel, y Felipe Ripoll, presbítero, que, a pesar de las amenazas y de las promesas, mantuvieron su fidelidad a la Iglesia (1939).

Fecha de beatificación: Fueron Beatificado por el Papa Juan Pablo II, el 1 de Octubre de 1995.

¿QUIÉN ES EL PADRE POLANCO?

En Buenavista de Valdavia, pueblo de Palencia, en una humilde familia de labradores nació el Padre Anselmo Polanco el año 1881. Cuando cumplió los once años entró en Barriosuso donde estudió Humanidades durante tres años y en 1896, ingresó en el colegio de Agustinos de Valladolid, del que un tío suyo era rector y vistió el hábito de San Agustín. Allí enfermó y tuvo que regresar al pueblo, donde viéndole tan ejemplar, sus paisanos llegaron a creer que «ser fraile es lo mismo que ser santo». En Navidad de 1904 celebró su primera Misa en el convento de La Vid. Viajó a Alemania, Filipinas. Hispanoamérica y Estados Unidos. En 1921 alcanza el grado de Maestro en Sagrada Teología. Su madre, Ángela, le dirá: «Siempre fuiste buen hijo para tus padres; ahora sé buen padre para tus hijos.» Cargos, viajes, vivencias de religioso observante, pulieron el carácter de fray Anselmo y dulcificaron su talante.

DON FELIPE RIPOLL

Nació en Teruel el 14 de septiembre de 1878. De niño tenía que recorrer diez kilómetros para ir al colegio. Estudió en el Seminario Conciliar y fue ordenado sacerdote el 29 de Marzo de 1901. Su nombramiento de profesor de los seminaristas, le hace continuar sus estudios. Diez años más tarde fue nombrado Canónigo y Rector del Seminario. Le atraía la Compañía de Jesús y durante dos años vivió con los Jesuitas, pero al resentirse su salud, regresó a la diócesis. Siguió unos años entregado al apostolado seglar, promovió las vocaciones sacerdotales y religiosas y dedicó mucho tiempo a la dirección espiritual. En el 1935, el Obispo Polanco, recién llegado a la diócesis, lo nombró Vicario General. Su fidelidad al obispo fue extraordinaria hasta permanecer con él como un hermano hasta la muerte. El 8 de Enero de 1938 fue hecho prisionero y conducido con el obispo Polanco a las cárceles de Valencia, Barcelona, Figueres y Pont de Molins. El 7 de febrero de 1939 fue martirizado en el Desfiladero de Can Tretze, a la edad de 61 años.

MUCHO TENDRA QUE SUFRIR

El día 21 de junio de 1935 el Padre Polanco fue preconizado obispo de Teruel. Se preparó con unos Ejercicios Espirituales en la Cartuja de Zaragoza y recibió la consagración en la iglesia de los Filipinos de Valladolid. Como su padre estaba enfermo, sólo pudo asistir a la consagración su madre, que cuando la felicitaban respondía: «No son éstos los mejores tiempos para ser obispo: mas, en fin, si le matan... ¡qué le vamos a hacer! También los mártires dieron su sangre por Jesucristo.» «Mucho tendrá que sufrir, pero más sufrió el Hijo de la Virgen.» En octubre de 1935 hizo su entrada en la diócesis de Teruel. Al tomar posesión dijo: “He venido a dar la vida por mis ovejas”. En el gobierno de la Diócesis brilló por su celo pastoral, por la pureza y santidad de costumbres, su amor a los pobres, su intensa vida de oración y austeridad, privándose de lo necesario para dárselo a los más necesitados.

SU RITMO DE VIDA DE CADA DÍA

Se levantaba a las cinco de la madrugada. Celebraba la Misa y dicen que infundía respeto después de haber celebrado. Luego oía otra misa. Después rezaba las horas menores y tomaba un frugal desayuno. Meditación, estudio, visitas. A la una la comida, sin apenas vino. Nunca tomó café ni licores. No fumaba y a los que fumaban les decía bromeando: «El que fume, fume de lo suyo; yo no pago vicios.» Vestía siempre el hábito de agustino. Tres veces al día visitaba al Santísimo con su familiar, a parte de sus visitas particulares. Recibía a los sacerdotes sin hacerles esperar y conversaba con ellos amigablemente. Los niños le acosaban para besarle el anillo. Les atraía su sonrisa y su bondad. En su corazón una espina: el “Arrabal”, barrio muy maleado por las doctrinas marxistas y que sufría las estrecheces de los trabajadores. Visitaba a las familias necesitadas y les resolvía problemas y la gente se admiraba de que, disponiendo de tan poco, llegara tan lejos en sus limosnas. Practicó la visita pastoral, realizada con el esmero que ponía en todo y confirió órdenes en la Catedral. Quiso que sus sacerdotes hicieran ejercicios espirituales, pero como no tenía medios para sufragarlos, escribió al doctor Irurita, obispo de Barcelona, después mártir como él, pidiéndole ayuda. Irurita le envió mil pesetas y se pudieron celebrar los Ejercicios, en los que participó y edificó a todos por su recogimiento y piedad. Uno de los asistentes comentó con su expresión aragonesa «¡El más majo de todos, el Obispo, maño!»

LA SITUACIÓN POLÍTICA DE ESPAÑA

El 16 de febrero de 1936 habría elecciones. El Padre Polanco orientó y animó a sus diocesanos. Antonio Montero, en su Historia de la persecución religiosa en España publicada por la BAC, cita y transcribe “La Carta colectiva de los Obispos españoles a los obispos del mundo entero” de 1 de julio de 1937, firmada por 49 prelados, entre ellos el de Teruel, Padre Polanco. De esa carta extraigo este párrafo: «Nuestro régimen de libertad democrática se desquició por arbitrariedad de la autoridad del Estado y por coacción gubernamental en pugna con la mayoría de la nación, dándose el caso de que con más de medio millón de votos de exceso sobre las izquierdas, obtuvieron las derechas 118 diputados menos que el Frente Popular, por haberse anulado las actas de provincias enteras». El padre Del Fueyo escribe: “Los otros obispos firmantes la firmaron con tinta y a buen recaudo; él la firmó en Teruel, primera línea de fuego, ciudad en peligro, y la rubricó después con la sangre propia en Can Tretze”. El 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Virgen, muere en Buenavista la madre del padre Polanco, asistida por él. Rige su diócesis con abnegada dedicación. En diciembre va a Burgos donde el Nuncio monseñor Antoniutti le ruega que no vuelva a su diócesis. Fray Anselmo le respondió: «yo no puedo faltar de allí.» «Mi trinchera y mi aprisco es Teruel. Dios y España así lo quieren.»

LA GUERRA CIVIL

Largo Caballero había dicho: «El día de la venganza no dejaremos piedra sobre piedra de esta España» y la diputada Margarita Nelken, gritaba en el Parlamento: «Pero ni la revolución rusa nos sirve de modelo porque necesitamos llamaradas gigantescas que se vean en todo el planeta y oleadas de sangre que enrojezcan los mares». Sólo en el mes y medio entre las elecciones de febrero hasta el 31 de marzo, fueron incendiadas o profanadas 411 iglesias. Hubo 74 muertos y 345 heridos en todos los alborotos y algaradas que se produjeron. Y siguieron los incendios y atropellos, los asaltos y las bombas, culminando con el asesinato del diputado de Acción Popular, José Calvo Sotelo y el levantamiento militar. Juan Pablo II con motivo del Gran Jubileo del Año 2000, solicitó el número y catálogo de los mártires cristianos del siglo XX. El historiador valenciano Vicente Cárcel Ortí catalogó diez mil mártires españoles asesinados: 12 obispos, un administrador apostólico, 7000 sacerdotes, religiosos y religiosas y 3000 mil seglares. Dijo Ortega que Roma no se hundió por los bárbaros, sino por la incapacidad de sus conductores políticos. Eso era entonces. En aquellos momentos y en estos, hay que añadir la maldad a la incapacidad. Les creen huérfanos de ideas, pero no. Las tienen. Las juzgan descabelladas, pero no. Son funestas.

TERUEL EN LA GUERRA

La ciudad de Teruel quedó en el bando de los nacionales. El 3 de agosto la aviación republicana bombardeó la basílica del Pilar de Zaragoza y allí están las bombas que milagrosamente no estallaron. En Teruel, el obispo Polanco presidió en su Catedral el canto del Te Deum y el himno a la Virgen del Pilar, en acción de gracias. Teruel quedaba rodeada por una línea de frente a pocos kilómetros de distancia. Por la parte de Corbalán, a sólo dos kilómetros. Poco a poco fue estrechándose el cerco. Cuando alguien sugería al obispo la conveniencia de abandonar la ciudad, repetía: «Yo soy el pastor, no puedo separarme de mi rebaño.» Los incendios de las iglesias, el asesinato de los sacerdotes de su diócesis y tantos crímenes y desolación le hacen sufrir indeciblemente. Teruel es atacada por columnas procedentes de Valencia, Cataluña y Cuenca, que estrangulan el cerco. El padre Polanco padecía las zozobras y sobresaltos de la guerra, pero mantenía su firme voluntad de cumplir con su deber.

LA CATEDRAL BOMBARDEADA

El bombardeo provocó el hundimiento de su nave izquierda de la Catedral. Allí se presentó de inmediato el obispo para prestar auxilio a los heridos. Dañado también el palacio episcopal tuvo que trasladarse al seminario, donde compartió con soldados y refugiados, la durísima vida de los asediados. Día a día llegaban párrocos de la diócesis que escapaban aterrados de la persecución. Allí tuvo ocasión de demostrar su amor y abnegación sin límites. Cuando fueron liberados los pueblos de la parte de Albarracín, fue a vistarlos sin reparar en los riesgos. Y cuando alguien se lo hizo notar, respondió: «Mayores peligros corren en las trincheras.»

GRAN EMBESTIDA

A finales de 1936 emprendió el ejército republicano una gran ofensiva por Corbalán, con una intensísima preparación artillera, secundada por millares de combatientes de las Brigadas Internacionales, pues a l Frente Popular le interesaba mucho la plaza y tenían hombres y armas en abundancia. Batalla tras la batalla, la ciudad fue cercada y horrorosamente asediada y bombardeada 312 veces. El obispo se refugiaba como todos en los refugios subterráneos y entre el polvo y los escombros, derrumbes y estruendo de minas, dirigía el rezo del Rosario con lo que la gente, que le llamaba «el Pararrayos», cobraba ánimos. En medio del peligro, siguió atendiendo a sus fieles en templos y hospitales.

CARTA PASTORAL

En marzo de 1937 escribió una carta pastoral, en la que hablaba de las penalidades de los sacerdotes perseguidos. Pide perdón para los perseguidores, siguiendo el ejemplo de Cristo en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Invita a no volver mal por mal a nadie, a tomar conciencia de la responsabilidad de cada uno en la reconstrucción de España, con el espíritu de los primeros cristianos en las Catacumbas, pobres y perseguidos, pero animosos en la tribulación. Insiste en que se debe rendir culto a Dios, aunque los templos hayan sido arrasados. Estudia el dolor como prueba y como castigo y se lamenta de la pérdida de los valores cristianos. En mayo de 1937 asiste al entierro del arzobispo de Valladolid y abraza a su madre en Buenavista, que le dice al despedirse: «Anselmo, tú, a ser bueno. La obligación ante todo.» Y a los presentes: «Su puesto es aquel.» Mujer de fe recia. El adagio latino nos dirá que”filii matrizant”, “los hijos se parecen a sus madres”.

LA OFENSIVA FINAL DEL EJERCITO ROJO

La ciudad, defendida por menos de cinco mil hombres, fue atacada por doce divisiones, con un total de 110.000 combatientes bien pertrechados. El 15 de diciembre de 1937, con un frío siberiano, se desencadenó la gigantesca ofensiva por tierra y aire. Tras durísimas batallas Teruel quedó rodeada. Se organizó la resistencia en el edificio del seminario, en donde se habían refugiado muchos vecinos. 1500 civiles y 1759 militares, con otros 1059, se prepararon para la defensa. La vida de los sitiados era durísima y el racionamiento estricto. El padre Polanco nunca aceptó privilegios y prodigó su caridad entre aquella población civil empavorecida por bombardeos y derrumbes y dio hasta su propio colchón. En la noche del 24 de diciembre celebró la misa del Gallo mientras retumbaban los cañonazos y el suelo retemblaba a cada explosión. Sin tregua el día de Navidad, continuó la lucha encarnizada. Días de terribles penalidades, sin comida, sin agua, sin medicinas y con un frío espantoso. A las 9 de la noche del día 7 el coronel Rey d´Harcourt firmaba el acta de rendición. El obispo Polanco fue evacuado entre cadáveres y escombros y conducido con otros presos a Valencia.

EN LAS CARCELES

En Valencia lo tuvieron ocho días en el penal de San Miguel de los Reyes. La prensa le denostaba. El 17 de enero lo llevaron a Barcelona, al «cuartel Pi y Margall», situado en el monasterio de las Dominicas de Monte Sión, en la Rambla de Cataluña-Rosellón. Continuaban las campañas difamatorias. En mayo de 1938 se le enjuició por haber firmado la carta colectiva del Episcopado Español. Sobre ella, manifestó al oratoniano padre Torrent, que ejerciendo en Barcelona las veces de Ordinario por haber sido martirizado el Dr. Irurita, le visitaba en su prisión, que en su juicio su defensa sería: « En punto a doctrina, nada puedo rectificar, es la doctrina de la Iglesia. En cuanto a hechos, si hay algún error, lo rectificaré con gusto, mas en el hueco del dato erróneo, eliminado y rectificado, yo puedo colocar otros de los que fui testigo, como los crímenes de los rojos de Albarracín, que no puedo ni debo silenciar.» Estuvo en prisión hasta finales de 1938, cuando, terminada la batalla del Ebro, comenzó la «ofensiva de Cataluña y los pueblos eran liberados por las fuerzas nacionales. El 25 de enero de 1939, víspera de la entrada de los nacionales en Barcelona, salieron con dirección a Puigcerdá. El obispo Polanco fue alojado en un cine, otros en la iglesia. La noche del 26 la pasaron en el tren, el día 27 fueron a Ripoll y desde allí a pie a San Juan de las Abadesas bajo un aguacero torrencial. El día 31 de enero los prisioneros mayores fueron conducidos a Figueras hasta Pont de Molins.

EL MARTIRIO

El día 7 de febrero, a las 10 de la mañana, llegó a Molíns un camión con treinta hombres armados con fusiles-ametralladores, un teniente y varios suboficiales que se hicieron cargo de los presos y, después de robarles lo que llevaban, los ataron de dos en dos por las muñecas con muy malos tratos. El camión tomó la carretera de Les Escaules. A unos 1200 metros se detuvo y los presos fueron obligados a subir monte arriba por el cauce seco del barranco. Allí fueron acribillados. El cadáver del obispo de Teruel tenía la llamada actitud del gladiador, de los que mueren quemados. Tal vez fue quemado vivo. El espectáculo macabro que ofrecían los restos destrozados y medio consumidos por el fuego de 42 víctimas, con sus pertenencias esparcidas alrededor, fue presenciado por el pastor Pere, de Can Salellas. Fue tal la impresión que recibió que cuando llegó a casa no podía articular palabra, demudado y tembloroso. Sólo pudo decir: «íCuántos muertos!»... Fueron enterrados en el cementerio de Molíns. El cadáver del padre Polanco no ofrecía señales de putrefacción y el forense quedó enormemente sorprendido al ver brotar sangre fresca de las encías cuando las punzó para reconocer la dentadura. A ruegos de las autoridades de Teruel, los restos mortales del padre Polanco fueron trasladados a la capital de su diócesis. Hoy reposan en la cripta de la catedral de Teruel.

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