Todos ellos fueron encarcelados por la fe. Siguiendo el orden de las edades, a todos se les fue poniendo uno por uno ante la altenativa de apostatar o morir, más, ayudados por las heroicas palabras de aliento de su madre, todos aquellos jóvenes prefirieron la muerte en testimonio de fidelidad al Salvador. "¡Ea!" –respondió el mayor de los hijos al juez que le inducía traicionar a Cristo-, acaba ya con tu charla; sábete que yo quiero permanecer fiel. Idénticas respuestas dieron los otros seis, y todos fueron muriendo por la fe ante los ojos de aquellos a quienes todavía no había llegado el turno.
Y la madre, que había sufrido y muerto, por decirlo así, con cada unos de sus hijos, concluyó aquella inmolación heroica sufriendo cuatro meses después la gloriosa muerte del martirio. ¡Que recibimiento le harían sus hijos en el cielo! De la madre hace conmemoración la Iglesia el día 23 de noviembre, mientras que hoy celebra la fiesta de los siete santos hermanos. Los cánticos y oraciones de la misa de hoy, son de una asombrosa belleza; leámosla con devoción, y si sabemos vincularla con la historia de este día, comprenderemos todo su profundo significado.
Entre los siete hijos de Santa Felicidad hay uno –el penúltimo, llamado Alejandro-, cuyos sagrados despojos fueron trasladados durante la temprana Edad Media, a la villa de Wildeshausen, en la actual provincia de Oldemburgo. No podemos imaginarnos la solemnidad y el gran concurso de gente, procedente de toda Alemania, con que fueron trasladadas las sagradas reliquias. Hoy todavía podemos seguir el itinerario de aquella solemne procesión, pues doquiera los restos del santo se detenían una noche, allí las gentes se encargaban de edificar un templo en honor del joven mártir. Por eso hay en Alemania tantas iglesias dedicadas a San Alejandro.
¡Qué gloriosa fue aquella madre heroica y sus hijos! La madre, en el hogar, lo es todo para sus hijos. Ordinariamente, de ella depende en gran parte el rumbo que sigan éstos el día de mañana.
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