Por: P. Felipe Santos | Fuente: Catholic.net
Eran soldados de la Legión Tebea. Combatían valientemente durante el imperio que mandaba por aquel tiempo Maximiano.
Eran valientes en la lucha y valientes en confesar su fe en Cristo el Señor.
El clima y el ambiente no les eran propicios. Ya habían visto con sus propios ojos morir a muchos cristianos.
No hay datos exactos de cómo murieron. Sin embargo, a personas de tanto brillo militar y de tanta fama entre los creyentes, fue fácil componerles un teatro o “Pasión” entre los años 432-450.
Ellos murieron como mártires en el siglo III, es decir cuando las persecuciones arreciaron como nunca.
La “Pasión” narraba que lograron escapar de la masacre de Agaunum.
Su fuga no pasó desapercibida. La policía militar los cogió en seguida. Los llevaron presos a Turín.
También se escaparon de la prisión. Empezaron a caminar por lugares inhóspitos. Y ya esta vez, fueron enviados a la muerte por su fe en Dios único y verdadero.
Los turineses le levantaron pronto un templo en su honor. Este templo se convertiría más tarde, por mandato del obispo Gezone, en un monasterio benedictino.
Cuando los franceses ordenaron la demolición del monasterio en 1536, los tres cuerpos fueron llevados a la Consolata y finalmente a la iglesia de los mártires, en la que están hoy en día.
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